Manual de vida
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¿Cómo vivir libre de miedos y ansiedad en un contexto turbulento y cambiante? ¿Cómo sobreponerse serenamente a todos los vaivenes de la vida? ¿Cómo entender el mundo que nos rodea y encontrar un punto de equilibrio sereno? Sin duda son preguntas clave para la ética de todos los tiempos que permiten afrontar el miedo a lo desconocido y que centraron las lecciones del filósofo estoico más influyente en el mundo romano, Epicteto. Poco sabemos de él, salvo que fue un humilde esclavo, resistente más allá de todo límite, y que llegó a ser maestro de filosofía de grandes personajes romanos, incluso de emperadores.
Su breve Manual, que recoge sus lecciones orales a modo de vademécum, es la muestra de por qué el estoicismo se convirtió en la gran escuela de vida en la antigua Roma y por qué puede seguir siéndolo en el mundo actual. Esta nueva edición y traducción, a cargo de David Hernández de la Fuente, actualiza su prosa filosófica con una completa introducción que explica la vigencia del estoicismo y las claves de sus enseñanzas. Además, incluye una selección de fragmentos sobre la libertad, procedentes de las Disertaciones de Epicteto, y rescata la traducción en verso que hizo del Manual Francisco de Quevedo.
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Manual de vida - Epicteto
INTRODUCCIÓN
DE UN EMPERADOR AL ESCLAVO: EL ESTOICISMO ROMANO Y SU ACTUALIDAD
Ante la turbación que te rodea, céntrate en lo que de ti depende y ten esto a mano: nada exterior a ti puede dañarte… Así parece decirnos, con imperativo tono actual, el antiguo estoicismo romano, un pensamiento que bien podemos tener hoy al alcance de la mano a modo de «manual de vida», una buena manera de presentar al lector actual el famoso Manual (Encheiridion) del filósofo Epicteto. Como es bien sabido, el estoicismo había surgido como escuela de pensamiento en la época griega helenística (s. iv a. C.), pero, tras una larga evolución, que llegará hasta el final del mundo romano del s. ii, se acabó centrando con preferencia en la perspectiva personal y en la ética cotidiana. La filosofía helenística, que surge tras la muerte de Alejandro, se había desarrollado especialmente a partir de la cuestión práctica de cómo vivir bien (eu zen). En ese marco, y hasta la época romana, el estoicismo se va a expandir como un auténtico movimiento espiritual que, como estudió Max Pohlenz, se fue adueñando de la historia de las mentalidades hasta el fin de la antigüedad. Lejos quedaban los orígenes de la escuela a comienzos del siglo IV a. C., cuando Zenón de Citio la funda en la Stoa Poikile («Pórtico pintado») de Atenas —de donde toma su nombre—, pues los desarrollos posteriores calarán especialmente en la mentalidad romana, al ofrecer una comprensión global del ser humano en su contexto cosmopolita en el marco del gran Imperio que dominará gran parte del mundo conocido.
Por eso, en nuestro mundo actual, no resulta sorprendente que nos sean tan cercanas las ideas de los grandes estoicos de época romana, sobre todo, de Epicteto y Marco Aurelio. Ambos, que escriben su obra en griego en ese siglo II tan turbulento, encarnaron muy bien los ideales del estoicismo. Pero también representan dos extremos de la pirámide social de la cosmópolis del mundo romano. Aunque el primero fue esclavo y el segundo emperador, apuntan ambos las mismas ideas y les mueven las mismas motivaciones: a Epicteto, que tras liberarse enseñó filosofía en una ciudad de provincias, y a Marco Aurelio, que gobernó desde la capital del mundo y tuvo que vérselas con acuciantes problemas en política interior mientras luchaba a la vez contra los bárbaros. Cada uno tuvo su sino y vio en ello su misión. Epicteto fue esclavo de joven, quedó lisiado por malos tratos y luego fue manumitido: acabó ganándose la vida como maestro, vivió humildemente y ganó una enorme reputación. Marco Aurelio fue un joven soñador y poético, frágil, pero aficionado a los deportes, que solo quería ser filósofo; más tarde cayó sobre sus hombros la más grave responsabilidad política, que le obligó a afrontar una terrible peste, conjurar algunas conspiraciones y realizar una serie de campañas militares en las heladas fronteras del imperio. Ambos representan dos modelos de cómo el estoicismo le valió a cada cual, indistintamente de su experiencia vital, en la búsqueda de la serenidad y la tranquilidad de ánimo.
Es característica del estoicismo romano la idea de pertrecharse ante las adversidades y en la vida en general con un cuerpo de doctrinas de que valerse. Para ello, nada mejor que contar con un vademécum o una suerte de «manual» de principios o pensamientos básicos a los que volver constantemente a modo de recordatorio. Los dos filósofos citados, Epicteto y Marco Aurelio, hacen alusión a esta idea. De hecho, el llamado Manual (Encheiridion, en griego), la obra que tiene entre sus manos el lector, es una compilación que recoge las ideas esenciales de Epicteto: no lo escribió él, sino su entusiasta discípulo Flavio Arriano, con la intención de que sus destinatarios «tuvieran a mano», lo más posible, un extracto condensado de la sabiduría de su maestro. Esta expresión de «tener a mano» que hemos repetido, y sobre la que volveremos, la usa a menudo Marco Aurelio en sus Meditaciones —una obra muy diferente a este Manual de Epicteto—, que he tenido ocasión de presentar, traducir y comentar en otro momento para esta misma colección. Ambas obras mencionadas son muy peculiares en el mundo antiguo: son dos libros breves, concisos, precisos y maravillosos que han llegado hasta nosotros con un potentísimo mensaje, y ciertamente desprovistos de artificio, como epítome del saber práctico del estoicismo romano.
Epicteto probablemente no escribió nada para que perdurase, como los grandes sabios de la antigüedad, sino acaso apuntes para sus lecciones. Fueron sus discípulos, como en este caso Arriano, los que los tomaron a vuelapluma para elaborar esta especie de «manual», Encheiridion. El caso de Marco Aurelio es también singular: su obra, las Meditaciones, en realidad se ha transmitido simplemente con el título de Para sí mismo (en griego Eis Heauton), y es una suerte de conjunto muy dispar de notas personales, a modo de diario íntimo, tomado por el emperador durante sus campañas guerreras. En resumen, si Epicteto no quiso escribir y Marco Aurelio no quiso que lo leyéramos, cabe preguntarse qué pueden decirnos sus obras en la actualidad.
Mucho, a tenor de que, sobre todo en nuestros tiempos pospandémicos, se han rescatado con especial interés las ideas estoicas sobre la búsqueda de serenidad. Se ve hoy una incesante avalancha de novedades neoestoicas que proliferan por doquier y atraen a empresarios, políticos o gurús filosóficos muy diversos. Algunos de esos títulos, en avispadas estrategias comerciales de los editores, pueden sonar casi a autoayuda.1 Pero ¿qué podemos aprender realmente hoy de los antiguos estoicos, más allá del sentido popular del adjetivo? Para ellos la forma de vivir bien empezaba por pensar correctamente: la filosofía es la salvación.
Podemos resumir las ideas de estos estoicos y su ideal de sabiduría de forma muy apresurada: solo la filosofía nos libera y nos enseña a aceptar cómo funciona este mundo, regido por la razón divina, y a cumplir nuestro cometido esencial, como todos los demás seres vivos, fijándonos en el telos o finalidad, que en el caso humano es de índole social y colectiva; es decir, cooperar con la providencia (pronoia), asumiendo nuestro destino (heimarmene), y llevarlo a la excelencia (areté) mediante la práctica (askesis) filosófica. De ella se seguirá el mejoramiento individual mediante virtudes como el autocontrol ante las pasiones y las percepciones erróneas o la templanza frente a lo que parece adversidad, lo que facilita una vida «según naturaleza» (kata physin) centrada solo en lo que de uno depende.
Entre los grandes filósofos estoicos —sin desmerecer a Zenón, Crisipo, Panecio o Posidonio—, los más recordados son, sin duda, los de época romana. El caso de Séneca es algo especial, por su personalidad única y su malhadada relación con el poder, desde Claudio a Nerón. Sus escritos, latinos, entre filosofía y teatro, son fascinantes, y a veces aparecen en contradicción con su vida, en una evolución que culmina en uno de los mejores epítomes del estoicismo, las Cartas a Lucilio. Pero hemos de centrarnos en lo que sigue sobre todo en su casi contemporáneo —varias décadas más joven que Séneca, y de obra transmitida en griego— que es nuestro filósofo Epicteto. Nacido seguramente a mediados del siglo I, este exesclavo cojo que acabó manumitido se convirtió en una de las mejores cabezas del estoicismo, desde su escuela en una ciudad de provincias, como comentaremos con más detalle. Al igual que sucede con tantos otros filósofos memorables, más de la oralidad que de la escritura, no tendríamos testimonios si no fuera por un devoto discípulo, Arriano, que, como sabemos ya, se decidió a compilar sus notas de clase y darlas a conocer en forma de Manual y de Disertaciones, las dos obras que resumen su pensamiento. El epígono del estoicismo romano es, por supuesto, el emperador Marco Aurelio, también casi contemporáneo de Epicteto, pero más joven, y del que se ha transmitido de forma casi milagrosa un extraordinario cuaderno de anotaciones íntimas en griego normalmente titulado Meditaciones.
En la obra de los tres se pondera el desapego de las pasiones y de los aparentes bienes, en busca de una serena autosuficiencia que nos permita ser libres, sobre todo frente al miedo al futuro o a la muerte. Su estoicismo propone liberarse de turbaciones y tomar el control en un movimiento centrípeto de autoconciencia, rechazando las opiniones y apariencias en medio de los muchos reclamos cotidianos que nos distraen constantemente. Esto lo hace quizá muy atractivo al hombre de hoy, asediado por la tiranía de sus pantallas. Como decía antes, el boom de esta filosofía ha venido de la mano de cierta divulgación, a veces excelente, pero que, otras veces, ha devenido en simplificación, cuando no en adulteración de sus ideas. Por ejemplo, circulan por las redes una serie de citas apócrifas de Marco Aurelio o Epicteto muy repetidas, que son puro pragmatismo «a la romana». Por eso, mejor que cualquier compendio de máximas estoicas sin base en los textos, compiladas por psicólogos, periodistas o empresarios actuales —por muy bienintencionados que sean—, es acudir a las obras originales de estos pensadores, traducidas y comentadas. Contamos con traducciones renovadas y fiables, de las que una buena parte ha ido apareciendo precisamente desde el año de la pandemia.2 Este es el propósito de la presente edición del Manual de Epicteto, que quiere servir de referencia en este sentido para leer el estoicismo de forma renovada en los grandes textos de sus autores clásicos.
Me parece que el estocismo, en especial en su época tardía, y acaso más desencantada, que desemboca en Epicteto y Marco Aurelio, sigue representando un pensamiento muy apropiado para nuestros días, con sus propuestas para buscar filosóficamente la manera de vivir mejor y más serenamente, desde una perspectiva que combina la ética individual y la cooperación comprensiva en el mundo que nos rodea. En todo caso, el esclavo Epicteto y un emperador tan singular como Marco Aurelio resultan imprescindibles para definir la historia del pensamiento en el siglo II, un punto de inflexión en la historia