Introducción a Schopenhauer
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Este libro da a conocer las principales tesis de la filosofía de Schopenhauer. Comienza con la teoría de la representación y la de la voluntad, inseparables una de la otra, que ayudan a entender el conjunto de la naturaleza. Ese es el reino del dolor y el sufrimiento contra el cual se alza el placer estético, que actúa como un bálsamo para aliviar las miserias de la vida cotidiana. Y culmina con un proceso de liberación gracias a una filosofía práctica en la que la piedad es la base que utiliza Schopenhauer para elaborar su teoría del amor universal.
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Introducción a Schopenhauer - Luis Fernando Moreno Claros
Fotografías: Album: 23 (arriba, abajo izq.), 59, 79, 83, 90-91, 107; archivo RBA: 23, 49, 121; Corbis: 34-35; Bridgeman: 54-55; Age Fotostock: 112-113, 134-135; Getty Images: 141. Diseño de la cubierta: Luz de la Mora. Diseño del interior y de las infografías: Tactilestudio. Realización: Editec Ediciones.
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© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S.L.U., 2023.
Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.
rbalibros.com
Primera edición en esta colección: junio de 2023.
REF.: GEBO652
ISBN: 978-84-249-9969-8
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PRÓLOGO
Schopenhauer es el filósofo más destacado de finales del siglo XIX. Aunque publicó su obra principal, El mundo como voluntad y representación, con treinta años de edad, tuvieron que pasar otros veinticinco para que le sonriera la fama; esto ocurrió con la aparición de Parerga y paralipómena, su libro más popular. Desde entonces el éxito ya no lo abandonó; hoy es un clásico indiscutible del pensamiento y uno de los filósofos más leídos.
El misterioso atractivo de sus originales ideas cautiva a un público amplio, ajeno en su mayoría al ámbito de la filosofía académica; en las universidades, su filosofía estuvo minusvalorada hasta hace pocos años. La fuerza de su elegante estilo literario junto a la viveza y claridad de su discurso atrapó a músicos y literatos antes que a los profesores de filosofía. Richard Wagner y Gustav Mahler entre los primeros, Marcel Proust o Franz Kafka entre los segundos, lo admiraron con entusiasmo, por eso a Schopenhauer se le llama «el filósofo de los artistas».
Thomas Mann le dedicó un célebre ensayo en el que elogiaba su fino instinto para comprender y expresar la esencia del arte y, sobre todo, de la música; en este sentido, Mann definió El mundo como voluntad y representación como una «sinfonía en cuatro tiempos», tan grande era el valor estético —y moral— que le atribuía. Tolstói, el gran defensor del pacifismo y la piedad universal, se declaró devoto de Schopenhauer —«el más genial de los hombres»— antes que por sus virtudes estéticas, a causa del altísimo valor que le concedía a su ética, y equiparó sus enseñanzas morales con las de Jesucristo y Buda. El autor de Guerra y paz escribió que tal era la fuerza de su pensamiento que no podía dejar de leerlo. Franz Kafka aconsejó su lectura, aunque solo fuera por la belleza de su hermoso estilo literario. En efecto, de los filósofos alemanes que han pasado a la posteridad es justo Schopenhauer quien sobresale por la claridad de su escritura, muy distante del estilo farragoso característico de otros filósofos de su época, Hegel o Schelling, por ejemplo. Jorge Luis Borges aseguró que había aprendido alemán solo para conocer su obra; fue un ferviente admirador de su sistema filosófico, del que dijo que tenía «visos de ser verdadero».
Filósofos de la talla de Friedrich Nietzsche o Ludwig Wittgenstein cayeron en las redes mágicas de su filosofía. Para el primero, fue un sobresalto descubrir sus libros; lo reconoció como su «educador», y gran parte de su pensamiento de madurez, su vitalismo, nació como contraposición y crítica de ideas schopenhauerianas. Wittgenstein, tolstoiano convencido, mantuvo férreas convicciones éticas sustentadas en la filosofía de Schopenhauer, uno de los pocos filósofos que confesó haber leído con placer y provecho.
Expresada con rotunda claridad expositiva y gran estilo literario, la obra de Schopenhauer marcó un hito decisivo en la historia de la filosofía, un giro del pensamiento. Desde Anaxágoras y Platón, la filosofía occidental suponía que el principio del universo es racional, una razón universal ordenadora del cosmos. Schopenhauer quebró esta tesis al sostener que la esencia del universo es irracional; la razón es solo una característica del ser humano. A su no-razón universal la caracterizó con el término de «voluntad» o «voluntad de vivir». La voluntad es deseo ciego, voraz y sin fin, inconsciente e irracional. Una idea semejante jamás se había planteado anteriormente en la historia de la filosofía desde Heráclito, y navegaba a contracorriente en la Alemania intelectual del siglo XIX.
Antes de Schopenhauer los filósofos seguían obsesionados con la idea de Dios como principio explicativo del universo; no osaron dar el paso decisivo que lo eliminara como fundamento de sus sistemas metafísicos. Fue precisamente él quien se atrevió a excluir a Dios de su sistema y de toda explicación del mundo. Nietzsche alertó años más tarde en su obra La gaya ciencia de la «muerte de Dios», para los hombres y la filosofía, pero él no fue su ejecutor, sino Schopenhauer.
Leer hoy sus obras es reconocer la actualidad de aquel giro, de extraordinaria repercusión en la historia del pensamiento posterior y en nuestros días, cuando el ateísmo y el laicismo han ganado plena vigencia en las sociedades abiertas y secularizadas. Sin embargo, Schopenhauer no proclamó el craso materialismo. «¡Creo en una metafísica!», exclamó; con ello quería expresar que creía en una esencia íntima del mundo y en una trascendencia. Fue de esta «metafísica» de donde extrajo toda una ética o teoría del comportamiento humano eficaz y contundente; pero, antes de esto, había acudido a la metafísica para resolver la gran incógnita que lo impulsó a filosofar: ¿por qué hay dolor y sufrimiento en el mundo?
El nombre de Schopenhauer se asocia invariablemente al «pesimismo», a esa concepción filosófica que postula que este mundo es el peor de los posibles y que es un «valle de lágrimas» o una «colonia penitenciaria» en la que los seres vivos padecen incontables males imposibles de sortear. «Toda vida es sufrimiento» reza una de sus sentencias más célebres. Aunque otros pensadores que lo precedieron pensaron sobre el problema del mal en el mundo —Platón o Voltaire, por ejemplo—, él lo fundamentó desde un punto de vista estrictamente filosófico, apoyándose en su descubrimiento de la voluntad de vivir y el deseo infinito e incalmable que caracteriza a cada ser vivo. El conjunto de su sistema es expresión de la búsqueda de una salida al sufrimiento: ¿cómo puede paliarse el dolor de la existencia?
Una de sus enseñanzas fundamentales establece que los seres vivos participamos todos de la misma esencia interior. Quien inflige dolor a otro se lo está infligiendo a sí mismo; quien mata a otro, mata algo de sí mismo. De ahí la necesidad de que los seres humanos practiquemos la piedad y la empatía universales. Esta enseñanza es aplicable a todos, y guarda una estrecha afinidad con el núcleo de las doctrinas orientales expresadas en los antiguos libros sagrados de la India, las Upanisads, y con el budismo. Schopenhauer fue el primer filósofo occidental que llamó la atención sobre afinidades entre las ideas más populares de la filosofía oriental y algunos de los planteamientos de la tradición filosófica europea.
En este sentido, se adelantó a su tiempo al predecir que la filosofía oriental habría de iluminar los siglos venideros con tanta fuerza como lo hiciera el Renacimiento tras la Edad Media. Y así fue a lo largo del siglo XX y lo es ahora en la actualidad, cuando algunas filosofías orientales se convierten en prácticas de moda y hasta complementan o sustituyen a las creencias tradicionales de Occidente. La filosofía de Schopenhauer nunca entró en conflicto con las religiones más nobles; al contrario, en sus escritos mostró gran respeto por los hombres y mujeres capaces de acceder a la santidad. Solía decir que, aunque él mismo no era «un santo», había enseñado la esencia de la santidad; y así fue, puesto que entre sus logros filosóficos más celebrados destaca el de haber sido capaz de fundamentar desde la filosofía —y no desde la fe— la actitud característica de los ascetas y los santos de todos los tiempos: la renuncia al mundo. Ascetismo y negación del mundo son actitudes que Schopenhauer concebía como nucleares en el seno del verdadero cristianismo y en las enseñanzas de Jesús de Nazaret. Tanta fue la influencia espiritual que ejercieron sus escritos hacia finales del siglo XIX, que algunos de sus admiradores lo llamaban «El Buda de Frankfurt». Leer hoy a Schopenhauer es constatar la actualidad de sus ideas éticas.
Junto a la ética, sus ideas estéticas —otra parte importantísima de su sistema— dan que pensar en nuestra época, cuando el denominado arte contemporáneo parece haber perdido el rumbo e ir a la deriva. Schopenhauer daba un inmenso valor al elevado sentimiento que produce en el espectador la observación de la belleza en sus formas más nobles. Tan inmenso le parecía el poder del arte que lo veía como un excelente paliativo del dolor humano, una liberación de las cadenas del sufrimiento. Esa valoración del arte podría servir hoy como antídoto de las inconsistencias y ciertas frivolidades del arte actual.
Además de la dimensión artística, otra gran influencia de Schopenhauer es fácilmente perceptible en la psicología moderna. Su idea del deseo incalmable, consecuencia de la voluntad inconsciente que domina el universo, allanó el camino a Freud en el descubrimiento del inconsciente, concepto nuclear del psicoanálisis. Antes de que el genial psicólogo austríaco descubriese este método terapéutico, el filósofo alemán puso el dedo en la llaga al asumir el valor secundario de la razón en comparación con el inmenso poder y dominio de lo que habita en cada uno de nosotros y que no está iluminado por la luz de la razón: lo inconsciente; gracias a ambos pensadores este término pasó a formar parte del acervo de nuestra cultura.
Junto al concepto de voluntad, Schopenhauer acuñó el de «representación». En él basó una audaz teoría del conocimiento. Supuso que el cerebro humano y el de otros animales es una «caja maravillosa», creadora y portadora de la realidad. Tal idea era novedosa en la filosofía de mediados del siglo XIX, y solo se la barajaba en el ámbito de la ciencia; vería la luz con los discípulos de Darwin algunas décadas después de la muerte de Schopenhauer. Tal visión innovadora del cerebro como artífice de nuestro mundo mental y perceptivo es un claro precedente de determinados estudios que llevan a cabo las neurociencias actuales.
Si por lo dicho anteriormente la filosofía de Schopenhauer sigue viva y merece la pena conocerla, el placer estético que proporciona la lectura de sus obras es equiparable al que producen las creaciones de los más grandes autores de todos los