Lobo feroz
Por Angie Pichardo
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¿Qué sucede si siempre estuvimos equivocados en cuanto al lobo feroz?
¿Qué tal que los enemigos sean quienes menos te imaginas?
¿Amarías a la "bestia" cambia formas? O... ¿Te unirías al cazador para cazarlo?
En las afueras del pueblo; allí, en el bosque adornado de densas nieblas, árboles frondosos, arbustos y plantas enredaderas; el peligro acechaba y el temor de ser cazados por el lobo feroz mantenía a los pueblerinos alejados de aquel tenebroso lugar. ¿Qué le sucederá a la nueva habitante cuando se vea en medio de este y frente a frente a la temida bestia?
Angie Pichardo
Escritora polifacética y creadora de mundos fantásticos. Nació en Santo Domingo, República Dominicana, en septiembre de 1986. Amante del chocolate, las expresiones de cariño, el dibujo y la lectura. Su aventura en la escritura empezó en las plataformas digitales en el 2019 y, desde entonces, no ha parado de escribir. Angie Pichardo es autora de más de treinta obras literarias, entre ellas, novelas, relatos e historias cortas, cuentos y poemas; en los géneros de romance, fantasía, ciencia ficción, acción, misterio, drama, suspenso, crítica social y humor. Ganadora del primer lugar en un concurso de Wattpad en el género de romance, asimismo, ganó el segundo lugar con una historia de fantasía, en un concurso llevado a cabo en la plataforma de lecto-escritura Inkitt. Su lema es: «Si lo quieres ve por ello».
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Lobo feroz - Angie Pichardo
Sinopsis
¿Qué sucede si siempre estuvimos equivocados en cuanto al lobo feroz?
¿Qué tal que los enemigos sean quienes menos te imaginas?
¿Amarías a la bestia
cambia formas? O... ¿Te unirías al cazador para cazarlo?
En las afueras del pueblo; allí, en el bosque adornado de densas nieblas, árboles frondosos, arbustos y plantas enredaderas; el peligro acechaba y el temor de ser cazados por el lobo feroz mantenía a los pueblerinos alejados de aquel tenebroso lugar. ¿Qué le sucederá a la nueva habitante cuando se vea en medio de este y frente a frente a la temida bestia?
Prefacio
Sus dedos escurridizos me rozan la piel con delicadeza, mientras que su aliento me quema el cuello; como respuesta, me muerdo el labio inferior y mis gestos se tornan seductivos.
A causa de la anticipación de lo que sé que sucederá, todos los vellos del cuerpo se me erizan y un leve estremecimiento me recorre por completo.
No soy virgen, pero por alguna extraña razón, siento como si esta fuera mi primera vez. Los nervios me provocan temblores y varios escalofríos me causan espasmos en todo mi interior, con gran vehemencia.
Su roce se torna atrevido, al tiempo en que sus dedos viajan hasta llegar a mis pechos.
Me muerdo los labios con fuerza una vez más.
¿Es normal que esté tan sensible ante sus caricias?
Su boca busca la mía y cedo; me entrego a todo lo que quiere hacerme, entiendo que quiere comerme.
Caemos sobre la cama y sus labios viajan por toda mi piel, haciéndome estremecer por el cosquilleo placentero que sus besos me provocan. Dejo salir suspiros sonoros e inundo la oscura habitación con mis jadeos...
Extasiada por el placer que sus caricias me brindan, lo miro los ojos y es cuando caigo en cuenta que estos que brillan en la oscuridad, cual cazador a la espera del tiempo perfecto para ir por su presa y asirse de ella sin piedad.
Es cuando lo veo transformarse y descubro se verdadera naturaleza.
De un momento a otro, su belleza se torna diferente y su humanidad se esfuma. Por mi parte, me quedo contemplando su hermosura y me atrevo a mirarlo a los ojos sin un atisbo de temor...
—Amado, ¿y esos ojos tan grandes? —pregunto fascinada, mas no hay respuesta de su parte.
—Amor mío, ¿desde cuándo te creció tanto la nariz?
Sin expresar palabras, su mirada plateada me escudriña con intensidad.
—Dime, cariño, ¿por qué son tan grandes tus manos? ¿Y esas orejas?
Trago pesado al no escuchar su voz y ahora sí me da miedo la manera en que me observa.
—Mi amor, ¿me dirás por qué es tu boca tan grande?
Epígrafe
Ve, caperucita; llévale esta torta de miel a la abuelita que está enfermita.
Ve, caperucita; pero toma el camino seguro y no te entretengas en el bosque.
Ve, caperucita; sin embargo, recuerda que debes ir con prisa; por lo tanto, no juegues ni te distraigas en medio del bosque, dado que en la oscuridad de los árboles unos ojos grises brillan y un cuerpo de pelaje plateado acecha.
Ve, caperucita; mas date prisa, camina sin mirar atrás; por favor, no te dejes hipnotizar. Corre, caperucita, que el lobo detrás tuyo está; corre, que el lobo te comerá.
Cuentista
Érase una vez, una gran nación llamada Hadima. Estaba dividida en ocho pueblos y varias comunidades. El pueblo principal y moderno llevaba el mismo nombre de Hadima, al igual que el imponente bosque que ocultaba a otras naciones especiales.
El bosque Hadima era único por el poder que en él se escondía, debido que era un espacio infinito que ocultaba naciones jamás vistas y seres maravillosos. Las naciones más temidas eran la de los licántropos, quienes se dividían en dos especies diferentes: Los hombres lobos y los metamorfos o cambia formas. Aunque ambas especies cambiaban su figura, los hombres lobos se convertían en una bestia con apariencia humana y animal, mientras que los metamorfos se transformaban en un enorme lobo.
Y es así como empieza esta historia...
Regresa a casa, Caperucita
Aliana
Érase una vez, en una pequeña aldea que estaba rodeada de grandes montañas; allí había una casa de madera, donde vivía una niña a quien le gustaba jugar en el bosque con los animalitos. Dado que ella siempre usaba una capa de color carmesí, todos la llamaban «Caperucita roja» ...
Dejo de escribir cuando el tren avisa mi estación, la última, por cierto, entonces cierro la libreta y la guardo dentro de mi mochila junto al lápiz que estaba utilizando. Una vez estoy lista para salir, agarro el asa de mi maleta con la intención de arrastrarla hacia la salida; sin embargo, el choque brusco de parte de algún distraído me hace tambalear.
—Perdón —dice la persona que me ha chocado y maltratado el hombro en el acto. Trato de no gruñir por el dolor causado por el golpe y me limito a asentir con la cabeza—. ¿Cómo te llamas? —inquiere él, como si pararnos en medio del pasillo a conversar fuera una buena idea; pero como no lo es, decido ignorarlo y salir.
Una vez que el sol me acaricia la piel y que yo respiro del alivio al verme en tierra firme, le presto atención al extraño que ahora se encuentra frente a mí, observándome como si esperara mi respuesta.
—Caperucita roja —respondo en broma y sin reparo. La cara del tipo es un poema, mas supongo que debe haber entendido que me molesta que me haya abordado, después de que me atropellara con su monumental figura.
—Entonces yo soy el cazador, Caperucita roja —me devuelve la broma con una sonrisa ladina—. Prometo que te protegeré del lobo feroz. —Extiende su mano en mi dirección; por mi parte, accedo a su saludo para que me deje en paz; no obstante, al girarme, su penetrante mirada me causa escalofríos—. Estaré pendiente y no dejaré que él te engañe de nuevo —susurra lo último con voz misteriosa.
—¿Perdón? —Lo encaro de mal humor porque su bromita me ha molestado.
—Me refiero al lobo. Si él no te engaña, no tienes porqué pasar el mal rato y yo no tendría que ir a cazarlo. Aunque..., acabar con esa bestia sería un placer.
Me quedo helada en mi lugar debido a las incoherencias que habla este sujeto.
No sé si se deba a que este hombre raro tiene cara de psicópata o a que sus frases sin sentidos me parecen turbias, pero por alguna extraña razón, su tonta broma me molesta y me provoca un extraño nerviosismo.
Miro al sujeto a los ojos para encontrarme con una mirada seria y sugerente, como si lo que me estuviese diciendo fuera real y no un tonto juego.
«Fantaseas mucho, Aliana».
—Pues todos los pueblerinos le estarán eternamente agradecidos, señor cazador. —Decido seguirle el juego para relajar el ambiente y para que mi pronta despedida no se sienta descortés.
—Te invito el almuerzo, Caperucita. —Bueno, al parecer no será fácil deshacerme de este lunático—. Viajamos desde esta mañana hasta el fin del mundo y sólo nos dieron un par de pancitos con agua saborizada. Disculpa si sueno atrevido, pero me parece que una buena comida te quitará el mal humor —añade con una sonrisa airosa que me irrita.
Miro al extraño con incredulidad. ¿Es posible ser más atrevido? Aunque un almuerzo gratis no me caería mal, dadas mis circunstancias económicas. Creo que solo por esta vez podría soportar a un pedante. Es mejor escuchar boberías con el estómago lleno a estar tranquila, pero con hambre.
Con esta conclusión masoquista, acepto la invitación de este raro y enorme hombre.
Muy a pesar de lo que creí, platicar en el restaurante con el bromista sin gracia, lejos de ser una tortura, me ha divertido. Podría decir que la he pasado bien con todo lo que hemos conversado.
—Entonces eres detective... —balbuceo, antes de meter el tenedor en mi boca. Tenía mucho tiempo que no comía este tipo de alimento delicioso; por lo tanto, disfruto cada bocado como si temiera que el contenido de mi plato se fuera a terminar.
—Así es. Estoy aquí para investigar algunos casos de asesinatos violentos, que se han registrado con más frecuencia en estos últimos meses.
—¿Con más frecuencia? —inquiero, una vez me trago la carne que mastiqué de más.
—Sí, mi caperucita. —Me guiña un ojo—. Siempre se han registrado muertes en el temido bosque del pueblo Hadima, con la creencia de que hay lobos en esos terrenos. Sin embargo, las muertes no eran muy comunes y, dado que este pueblo está olvidado por la civilización y las autoridades, aquellos casos quedaron impunes. Pero en estos últimos meses, se han registrado más de diez casos de personas desaparecidas, de quienes encuentran los restos en la entrada del bosque.
Me ahogo con mi propio bocado. Los vellos se me erizan, gracias al miedo que me invade el cuerpo. Mi suerte no puede ser peor, justo cuando decido empezar de nuevo en este pueblo de mala muerte y que ni siquiera figura en el mapa, suceden estas cosas.
Lo peor de todo es que mi casa que queda al final del pueblo y cerca del bosque del demonio ese. Podría regresar a la ciudad; sin embargo, no tengo dinero para volver ni un lugar a dónde refugiarme.
Las palabras del detective se repiten en mi cabeza, una y otra vez. No puedo estar tan salada. ¿Cómo viviré allí sola y a merced de un asesino?
—¿Estás bien? —inquiere el detective con remordimiento—. Te pusiste pálida de repente. Disculpa que te haya contado esas cosas; tú acabas de mudarte aquí y ya te estoy asustando. Comoquiera no hay razón para preocuparte, ya que los casos de muerte que se han registrado se tratan de personas que viven cerca del bosque.
Muy bien, creo que me voy a desmayar en cualquier momento.
—Yo... —Trato de mantener la compostura—. Yo viviré a las afueras del pueblo; es más, mi casa es la última y el patio termina en la entrada del bosque. —Trago saliva al imaginarme los restos de cadáveres adornando mi jardín.
—Ya veo... —La mirada de John cambia a una que me causa escalofríos—. Eso quiere decir que eres hija de Victoria. Entonces no hice mal en nombrarte como lo hice, ya que tú eres la pequeña a quien todos le llamaban caperucita roja, más de quince años atrás.
Hogar, dulce hogar
—Entonces conoció a mi madre —confirmo con curiosidad y ganas de saber más. Todo en torno a ella me es interesante y, saber sobre su pasado, me hace sentir que fue real.
—Claro que sí, ella... —Hace una pausa al perderse en sus pensamientos—. Ella era como una tía para mí. Fue nuestra vecina por mucho tiempo; papá y Victoria se llevaban muy bien. Incluso, vivo al lado de tu casa, así que no debes preocuparte por el asesino, no dejaré que nadie te dañe.
Siento el alivio recorrerme al escuchar que vive cerca, pese a que la expresión en su mirada me causa escalofríos. Yo ya estaba pensando en utilizar mis últimos centavos en un motel de mala muerte, para pasar la noche hoy.
John se ofrece a llevarme, puesto que vamos para el mismo vecindario. Desde que encendió el auto me ha contado sobre su vida, que hace unos meses regresó a casa de sus difuntos padres, pero que tiene que estar viajando a la ciudad por causa de su trabajo todas las semanas. Mientras habla, me distraigo con su figura grotesca y fuerte. Sin duda alguna, es un hombre que se ejercita y cuida de su apariencia.
Cuando John pausa la charla, aprovecho que el vehículo queda en silencio y dirijo mi atención a la ventana del auto, para apreciar las pequeñas y coloridas casas del pueblo que se reflejan por el cristal.
Tras unos minutos de recorrido, las casas son reemplazadas por árboles. El bosque Hadima se vislumbra en todo su esplendor y majestuosidad. Sin duda alguna, es el lugar más exótico y hermoso que mis ojos han visto. Árboles frondosos se yerguen por la carretera, flores silvestres, arbustos y una densa niebla que lo hace ver escalofriante, pero fascinante al mismo tiempo.
En el lado opuesto del bosque, se pueden apreciar pocas casas, muchas de ellas abandonadas.
El camino se reduce y algunas viviendas nos reciben, en su mayoría color crema y blancas, y con jardines hermosos.
—Llegamos, Caperucita —anuncia John, sacándome de mi ensoñación y provocando que una sonrisa se forme en mis labios ante el apodo. Al salir del coche, noto que esta área está abandonada, al parecer, el temor provocó el éxodo de sus habitantes donde solo quedan unos cuantos pueblerinos.
—Gracias por el empujón —agradezco sonriente y ondeo mis manos.
En vez de continuar mi andar, me quedo en el mismo lugar sin mover un músculo, debido a que me debato entre dejarlo pasar y brindarle una bebida —bueno, dadas las circunstancias no tengo nada que ofrecerle— o darle la espalda y entrar a la vieja casa. Mejor dejo que se vaya, puesto que tampoco quiero enviar las señales equivocadas. No es que John me sea indiferente, su porte varonil y fuerte me ha atraído un poco —pese a que él no es mi tipo—, mas prefiero evitar confusiones y no parecer una lanzada coqueta.
—Tu equipaje, Aliana...
Debo admitir que sus palabras me han espantado. ¿Cómo sabe mi nombre? No recuerdo habérselo dicho, o... ¿sí lo hice?
—¿Eres adivino? —bromeo mientras tomo el asa de mi maleta; él, en cambio, no la libera para que pueda llevármela; por el contrario, acorta la distancia entre nosotros, provocándome confusión y desconcierto.
—No, pero recuerdo tu nombre. Aliana, la pequeña hija de Victoria. Eres tan parecida a ella, que por un momento quedé en shock al verte en el tren. Eres su viva imagen.
La manera en que me mira me pone recelosa y en alerta. No sabría explicar este momento ni los nervios que me han atacado en cuestión de segundos. Su aliento quema en mi rostro y su expresión me hace sentir como una conejita a la vista de un León. ¿Por qué siento como si él quisiera comerme? Vaya, he dejado volar mi imaginación; no es que se vaya a cobrar el almuerzo que, por cierto, fue caro. ¿Será que me alimentó con sus segundas intenciones?
—¿C-Cuántos años tenías? Yo ni siquiera recuerdo ese tiempo —inquiero, con el objetivo de romper lo que sea que ha sucedido entre nosotros y poder recuperar mi espacio personal.
—Te llevo unos años. Tú eras muy pequeña para recordar. Sólo te advierto que no te lleves de las malas lenguas; dicen algunas incoherencias por aquí, pero no son ciertas. Mi casa queda al lado, cualquier cosa que se te ofrezca me avisas.
Libera mi equipaje y rodea el auto para marcharse, pero antes de abrir la puerta, me da una última mirada.
—Otra cosa, aléjate de los alrededores del bosque, eso incluye tu patio. Y, en caso de que veas a un extraño personaje, recuerda el cuento, Caperucita. El lobo es engañoso y no te debes fiar de él. —Y con esas últimas palabras, abre la puerta del conductor y se da a la marcha; al parecer no se quedará en casa, porque le pasa de largo y desaparece por la carretera.
Exhalo un suspiro y camino hacia la entrada con parsimonia. Desde que llegué al pueblo tengo una sensación extraña en mi pecho, pero no sé si describirla como mala o buena; es sólo una tensión que me asfixia y me da ganas de llorar.
El frente de la casa evidencia el abandono, ya que en vez de estar decorado con macetas, flores y arbustos; en su lugar, hay malezas, óxido y musgo. Al abrir la puerta el polvo me recibe, por tal razón, toso con desesperación, asimismo, varios estornudos se me escapan. Trato de aliviar el escozor de los ojos, frotándolos con violencia, pero no es que eso ayude mucho.
Cuando mis sentidos se acostumbran al polvo, ojeo el lugar con indignación y frustración. ¡Es un desastre! Mi suerte no puede ser peor. Cuando mi madrina me habló de que aquí tengo una casa, donde puedo empezar de nuevo y vivir de mi carrera —puesto que, según ella, las personas del pueblo prefieren comprar sus ropas con un sastre o una modista—, pensé que mis problemas se arreglarían. Sin embargo, no contaba con que encontraría una casa deteriorada por el abandono. Es que me tardaré días en limpiar este desastre y lograr que se vea habitable y decente.
***
Ya está anocheciendo y, por más que limpio y recojo, siento que no avanzo. Pareciera que la casa no se usa en siglos. Arreglar este lugar me costará una fortuna, dado que ni siquiera tiene electricidad. No sé cómo empezar a trabajar si no tengo un lugar adecuado para hacerlo.
Con desdén, me dejo caer en una silla que he limpiado, entonces siento que necesito una dosis de azúcar; por suerte me quedan dos barras de chocolate en el bolso. Me apresuro en agarrar