Habitar
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Habitar - Felipe Acuña Lang
FELIPE ACUÑA LANG
HABITAR
El autor desea agradecer
a Luis Retamales y Enrique López.
HABITAR
Primera edición: agosto de 2018
© Felipe Acuña Lang, 2018
Registro de Propiedad Intelectual
Nº 288.480
© RIL® editores, 2018
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Composición, diseño de portada e impresión: RIL® editores
Imágenes de interior: Jaime Pardo
Impreso en Chile • Printed in Chile
ISBN 978-956-01-0575-2
Derechos reservados.
A mis padres
El lenguaje está fuertemente vinculado
con la existencia corporal;
la geografía del lenguaje
articula nuestro ser-en-el-mundo.
JUHANI PALLASMAA
PIENSEN EN UNA GALERÍA de cualquier ciudad del mundo. En este caso, galerías interconectadas. En ellas imagino a un hombre solo, un hombre que camina y observa, absorto en sus pensamientos. Podría ser —este observador— un paseante que sale por las mañanas a sentir la ciudad como un espacio habitable. Pero ¿qué sería un espacio habitable? Un espacio cotidiano donde establecemos alguna relación varias veces al día. Por lo visto, el espacio de una ciudad estaría definido por quien observa y vive en él. En este caso, el anónimo paseante es quien imaginará vidas ajenas en las galerías que frecuenta y en las calles donde habita, donde el mar y la costa y la urbe se amalgaman en un habitar. Estos espacios serían el tráfico vehicular de las calles, las galerías que nos cuidan del sol y del frío, algunas líneas recurrentes de taxis colectivos, cafés, el graznar de las gaviotas dominicanas… También el estero Marga Marga, donde areneros trabajan desde el puente Lusitania buscando pepitas de oro en los sedimentos arenosos que funcionan como diques ante los estragos de los temporales de lluvia. No olvidemos el de 1987, que dejó inundada la calle Valparaíso y buena parte de las zonas cercanas al estero.
La identidad del estero sería la fauna marina que anida (aparte de los areneros, feriantes e indigentes) debajo de los puentes, fundamentalmente en Villanelo y Ecuador. Si ponemos atención a nuestra observación allí veremos garzas, cormoranes, nutrias de mar, pelícanos, albatros, patos yecos, coipos, ratones, gaviotas y los infaltables microorganismos.
Alguna vez se quiso hacer una marina navegable, un megaproyecto para intervenir el estero y convertirlo en un paseo turístico. Yo me pregunto por qué no mejorar lo que tenemos y respetar nuestra fauna marina. Todo megaproyecto olvida la naturaleza y la desplaza por los consabidos intereses económicos.
Me gustaría imaginar un paseo turístico de menor escala, partiendo desde el puente Lusitania hasta llegar a la desembocadura del puente Casino. Sería un paseo de caminatas con letreros instructivos sobre la fauna de las aves marinas que viven en los humedales del estero Marga Marga.
Todos los días, el anónimo paseante ingresa y sale de las galerías buscando un sitio tranquilo para escribir. Muchos cafés del plan de la ciudad son demasiado ruidosos para concentrarse, de modo que elige una mesa alejada del bullicio de las conversaciones. Todo acto de escritura necesita un mínimo de concentración. Al escribir entra en un túnel de tiempo y por un par de horas se olvida de sí mismo e ingresa a otro mundo hecho de lapiceras tinta gel y una libreta que transporta en un bolso negro.
Observamos tiendas donde se práctica la adivinación y las terapias alternativas. En el segundo piso, libros usados de literatura complementaria escolar e insumos odontológicos.
Para el caso del esoterismo, imagina a una mujer con problemas de amor, de rostro común, con ideas comunes, con una familia común, que necesita a alguien que supuestamente la hará feliz. En este caso, aparece la imagen de una numeróloga de hermosa cara, senos grandes; ella es toda grande. La mujer de rostro común le pregunta cuándo llegará ese hombre y la adivina, haciendo cálculos con la fecha de nacimiento de la consultante, dice que esa persona llegará en el invierno. Es decir, en seis meses más. Estamos en verano. La mujer de rostro común abre sus ojos y aúlla de felicidad.
Otra situación: un hombre parecido a él pregunta a una madame de pelo rojo por su situación laboral, más bien por su endémica cesantía. La madame tira las cartas. Sus uñas son largas y sus manos regordetas se mueven como si tuvieran autonomía respecto de su cuerpo. La madame ve indicios de buena cosecha. Habla de proyecciones y cree ver, en la carta del mundo, una integración total entre la materia y el espíritu. Queda mirando fijo a ese hombre distinto a él aunque parecido, hasta podrían confundirlo con un animador de radio Festival. El hombre sale de la tienda, entregado a los designios de la interpretación de las cartas. En otra sesión, la madame habla y habla de Yung. «¿Conocerá realmente su obra?», se pregunta el paseante.
Lee las cartas y regenta un centro esotérico en un horrible pasaje que huele a orina. De hecho, el hombre parecido al paseante fue por segunda vez a verse las cartas. Madame le dijo lo mismo. Es Calderón, un profesor de cuarenta años que alguna vez creyó en la madame de transpiración ácida. La primera vez que la vio se dijo que era feísima. Pero ella la sabe hacer. Detrás de una ONG ignota, Viña Fénix, se esconde para que no descubran su embuste. Según ella, estudió psicología transpersonal en una universidad mexicana. Su sala de consulta, para que se hagan una idea, huele a un pasoso incienso asfixiante. En su mesa de trabajo tiene desplegado un mapa jungiano de tarot. Que yo sepa, nunca Jung se interesó en el tarot. La madame habla de los colores, cita al nombrado libro Rojo, apilado en un clóset. Parece el libro gordo de petete. Ella lo abre como