Breve historia del islam N. E. color
Por Ernest Bendriss
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Breve historia del islam N. E. color - Ernest Bendriss
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La Yahilíyyah: la Arabia preislámica
LA ARABIA FELIZ, LA PENÍNSULA ARÁBIGA
La península arábiga se extiende sobre una superficie de tres millones de kilómetros cuadrados y limita al norte con Jordania e Irak, al sur con el océano Índico, al este con el golfo Pérsico y al oeste con el mar Rojo.
Fue Ptolomeo quien dividió en la Antigüedad la península arábiga en tres partes: la Arabia Desierta, la Arabia Pétrea y la Arabia Feliz. Hoy día, geográficamente podemos distinguir cuatro zonas:
•Al oeste, el Hiyaz, a lo largo del mar Rojo, con las ciudades de Medina y de La Meca; zona por excelencia donde estaban asentadas las tribus beduinas que se dedicaban al comercio y al saqueo de caravanas.
•En el sudoeste el Yemen o Hadramaut, que corresponde al territorio de la Arabia Feliz; zona muy fértil en vegetación debido a las lluvias monzónicas, gran productor de plantas aromáticas y especias, famoso en la Antigüedad por sus perfumes y el incienso.
•En la zona central, se encuentra el Nefed, una gran meseta colindante con el vasto desierto de arenas rojas An-Nafud al norte y con el otro gran desierto, el Rub al-Jali, que se extiende por gran parte del sudeste.
•En la parte oriental de Arabia, el clima es caliente y húmedo. Está bañada por las aguas del golfo Pérsico. Las lluvias monzónicas propician en esta región la agricultura.
ARABIA ANTES DE MAHOMA
Según el relato bíblico, Sem, uno de los tres hijos de Noé, engendró después del diluvio universal a los semitas, árabes, judíos, mesopotámicos, etc., que se asentaron en Oriente Próximo. El origen de los árabes tiene lugar, sin ninguna duda, en el iii milenio a. C., cuando los semitas en su migración abandonaron su cuna en Arabia para establecerse en Mesopotamia. Más tarde, aquellos semitas formaron parte de los reinos de Sumer y Acad y se convirtieron en época posterior en asirio-babilónicos, arameos, fenicios, amorreos, caldeos y cananeos
chpt_fig_001La piedra negra de la Kaaba.
La historia de la Arabia preislámica depende en parte de hallazgos arqueológicos y epigráficos pero sobre todo de fuentes protohistóricas, esencialmente los textos de procedencia egipcia, griega y romana. Después de Mahoma, los escritores musulmanes fijaron en sus textos la tradición oral acerca de la Arabia de la Yahilíyyah o ‘edad de la ignorancia’, es decir, de la Arabia antes de la llegada de Mahoma.
Durante el ii milenio varios pueblos de Mesopotamia regresaron a la península arábiga para crear reinos y ciudades-Estado de carácter heteróclito.
Así, en el norte, varios conjuntos de tribus nómadas, que se dedicaban al comercio caravanero, consiguieron fusionarse dando lugar a reinos brillantes como el de los zamudíes (el más antiguo), el de los nabateos y posterior-mente el de los palmiranos, por citar a los más importantes.
En la parte meridional de Arabia florecieron a partir del siglo IX a. C. reinos como el de Saba en Yemen; el reino de Ma’in, el de los Mineos, establecidos al norte de Yemen; el reino de Qataban, y el reino de Hadramaut. En el siglo II a. C. surgió el reino de los himyaritas que llegó a conquistar todo el Yemen en el siglo III d. C. y unificar la Arabia meridional en su apogeo, formando un gran imperio.
EL IMPERIO HIMYARITA
Los orígenes del reino himyarita se remontan al siglo II a. C. Inicialmente bajo la dominación del reino de Qataban cuya hegemonía se extendía sobre el Yemen entre 500 y 110 a. C., consigue emanciparse con su declive. En el año 175 d. C. el reino de Hadramaut destruye definitivamente el reino de Qataban y se impone como nueva potencia en la Arabia meridional. Mediante una política de alianzas con otros pequeños reinos, el reino himyarita consigue fortalecerse y de este modo se apodera del reino de Saba en 230 d. C. bajo los soberanos himyaritas Yasir Yuhan’m y su hijo Shammir Yuharish. En 275 d. C. se derrumba el reino de Hadramaut. El rey himyarita Shammir Yuharish unifica por primera vez toda la Arabia meridional dando lugar al Imperio himyarita. Este imperio de una gran pros-peridad económica y que tiene contactos diplomáticos con Roma se expande a mediados del siglo V hacia la Arabia central. Sin embargo, los conflictos religiosos entre judíos y cristianos mermarán el Imperio himyarita hasta su desaparición en el año 571.
BAJO LA LUPA DE LOS INVESTIGADORES
El carácter bíblico del mensaje del Corán es una evidencia en las esferas académicas desde hace mucho tiempo. En su Was hat Mohammed aus dem Judenthume aufgenommen escrito en 1833, Abraham Geiger (1810-1874) ya lo subrayaba con énfasis. En la biografía de Muhámmad (As-Sira an-Nabawiya) se dice que el profeta hablaba a menudo con los judíos de Yatrib acerca de su religión. Por otra parte el secretario y memorión Zayd Ibn Thabit, uno de los redactores de la versión «definitiva» del Corán bajo Otmán, el tercer califa, fue alumno de profesores judíos en Yatrib, en la escuela de Bayrmidt. Un tercio del Corán contiene referencias a los relatos de los personajes bíblicos…, lo que supone que los fieles debían de conocer dichos relatos pues el Corán no los explica, salvo en la azora Yusuf (azora 12). Visto que los fieles conocían estas referencias bíblicas, es evidente que la impronta del judaísmo (en sus formas ortodoxas y heterodoxas) era una realidad patente en la península arábiga como vamos a verlo a continuación.
En el año 380 el rey Abukarib As’ad se convierte al judaísmo y destruye los templos politeístas. La aparición del cristianismo a finales del siglo IV lleva a la guerra civil entre judíos y cristianos. En 519 el rey etíope Kaleb Ella Asbeha apoya el golpe de Estado del cristiano Madikarib Yafur. Pero en 522 es ejecutado por el rey judío Yusuf As’ar Yath’ar (Dhu Nuwas), que enseguida emprende una gran persecución contra los cristianos asentados en Yemen. No obstante, en el año 525 tiene lugar la invasión de los etíopes de Abreha, que acuden en auxilio de los cristianos de Yemen. Dhu Nuwas se suicida y el cristianismo triunfa. En el año 570, el año del nacimiento de Mahoma, un príncipe judío de Yemen solicita a los persas sasánidas su ayuda para echar del país a los etíopes cristianos. Es el fin del Imperio himyarita.
En Omán, los A’adids desde el siglo X a. C. habían creado el reino de A’ad. Es muy probable que los árabes de la Antigüedad hablaran una lengua similar al acadio. En el siglo IX a. C., los textos asirio-babilónicos mencionan a los árabes en sus relatos de batallas entre el Ejército asirio y las tropas de camelleros árabes. Los monarcas del reino de Saba pagaban un tributo anual a los reyes de Nínive.
Se sabe que los persas se aliaron con los árabes para conquistar territorios e incrementar sus ejércitos. En tiempos de los aqueménidas, que fueron una dinastía que gobernó el Imperio persa de 550 a. C. a 331 a. C., el norte de Arabia, que formaba parte del Imperio persa, fue constituido en satrapía.
Uno de los reinos, el nabateo (siglo V a. C.-105 d. C.), cuya capital, Petra, fue digna de admiración en la Antigüedad, logró establecer estrechas relaciones políticas y comerciales con la dinastía de los seléucidas antes de ser sometido por los romanos. Después del declive de los nabateos, surgió el poderoso reino de Palmira, que se extendía hasta el Mediterráneo. Durante el reinado de Zenobia alcanzó su máximo esplendor, pues abarcaba Asia Menor y Egipto. No obstante, en el año 273 d. C. el emperador Aureliano conquistó Palmira y la reina Zenobia fue llevada presa a Roma.
La Arabia meridional era en gran parte sedentaria y poseía imponentes ciudades-Estado como Saná y Marib, carácter esencial que la diferenciaba de los habitantes del norte de la Arabia nómada. Sin duda, el reino de Saba fue el más importante de la Arabia meridional; prueba de ello es su extraordinario desarrollo urbanístico gracias a una sofisticada red de canales y diques (también en Marib existía una red fluvial semejante), que permitían disponer de abastecimiento de agua en enormes depósitos para el consumo humano y la irrigación de los campos (por esta razón se conocía como la Arabia Feliz). El reino de Saba estableció relaciones comerciales con Etiopía, Egipto, Mesopotamia y la India, pues los sabeos eran experimentados navegantes y se ha comprobado que llegaron hasta Indonesia con sus naves. Esencialmente, las mercancías que transitaban en los puertos de los sabeos eran especias, incienso y tejidos preciosos.
chpt_fig_002Vestigios de la antigua ciudad de Marib, capital del reino de Saba.
Durante la época bizantino-sasánida, las tribus árabes de los lájmidas y de los gasánidas, ambas de religión cristiana, se convirtieron en Estados vasallo de estas dos grandes potencias del momento. Los lájmidas, establecidos en Irak, y cuya capital Al-Hira era objeto de grandes elogios por su belleza arquitectónica, tras su derrota contra los persas sasánidas, se aliaron con ellos contra el Imperio bizantino y contra los gasánidas, árabes asentados en Palestina y Siria (aliados de los bizantinos). Con la posterior conquista islámica ambos pueblos, lájmidas y gasánidas, se unieron al islam.
LA ORGANIZACIÓN SOCIAL DE LOS BEDUINOS
Sociológicamente, la Arabia preislámica se caracterizaba por tribus de pastores y de comer-ciantes, cuya forma de vida nómada estaba no obstante cimentada por estrechos vínculos de sangre. Los nómadas (ahl al-wabar) se diferencian de los sedentarios (ahl al-madar); sin embargo, el parentesco era de suma importancia para todos. La asabiya, el espíritu de solidaridad del grupo, imperaba sobre cualquier otra forma de organización política, por rudimentaria que fuera. Fuera de la tribu no existía posibilidad de una vida individual. Cada tribu se regía por costumbres y reglas no escritas, que cada beduino debía observar escrupulosamente, so pena de ser expulsado de la tribu. Una vez abandonado por los suyos, el beduino se convertía en un abtar, es decir, en un rene-gado que padecía todo tipo de penurias y de vejaciones.
La base de la organización tribal era la familia. Un conjunto de familias formaban una tribu, y a su vez un conjunto de tribus formaba un clan. A la cabeza de cada tribu estaba un jefe (sheij o sayyid) elegido por los miembros más destacados del conjunto de familias, el consejo. El jefe de la tribu, en general un sabio anciano, velaba celosamente por mantener la unidad de los suyos, impartía justicia y dictaminaba los casos de venganza de sangre o tha’r pues imperaba la ley del «ojo por ojo».
También determinaba si había que emprender las temidas razias o ghazwa contra otras tribus, pues estas estaban perpetuamente enfrentadas entre sí y vivían en un clima de gran violencia. Cada beduino nómada era a la vez un comerciante camellero y un guerrero. Gracias a estas largas caravanas de beduinos, más tarde penetraron las ideas religiosas del judaísmo y del cristianismo por toda la península arábiga. Los sacerdotes de la religión tradicional árabe eran también augures que tenían una importancia considerable en el seno de la sociedad tribal. El adivino o kahin vaticinaba el futuro y desvelaba los secretos de la naturaleza. El arrâf, de poder superior, era un poderoso mago capaz de entrar en relación con la divinidad y de interpretar la voluntad de los djinns, seres sobrenaturales omnipresentes en el mundo de los humanos. El curandero o tabib liberaba a los enfermos del poder maligno de los djinns. Los hanifs eran hombres santos.
LENGUA, CULTURA Y RELIGIÓN DE LOS BEDUINOS
El árabe es una lengua semítica que tiene una antigüedad de unos mil quinientos años. Muchos especialistas consideran que su origen se identifica con el dialecto del clan de los coraichitas, que dominaban en La Meca. Con el transcurso del tiempo, dicho dialecto se afirmaría como el más perfecto de los dialectos hablados en la península arábiga, en gran parte por la preponderancia económica y comercial de La Meca. Poetas y oradores lo elevaron a lengua literaria en la Arabia de la Yahilíyyah. Consta de 28 letras consonantes, que se escriben de derecha a izquierda. Existen, asimismo, tres vocales: «a» o fatha, «i» o kasra, y «u» o damma. La escritura no utiliza más que las letras consonantes. El texto se lee añadiendo, pues, las vocales que no aparecen escritas.
Respecto a la expresión cultural y literaria de la Arabia preislámica, hay que resaltar la importancia de la poesía lírica y épica cuyos temas abarcaban las virtudes guerreras, los amores desgraciados y la admiración por la naturaleza. También los poetas cantaban la muruwwa, es decir, la virilidad, la lealtad al clan y el coraje, cualidades que se consideraban las más excelsas entre los beduinos. Como se ha dicho antes, la península arábiga era una encrucijada comercial de primera importancia, entre Asia y Europa. Los árabes controlaban el comercio de especias por las rutas marítimas del Índico al mar Rojo, hasta India y China mediante Asia central (la famosa Ruta de la Seda). Según un planteamiento convencional en los inicios del siglo VI d. C., La Meca (Makka en árabe) era considerada como centro neurálgico comercial de primer orden, por su emplazamiento en la encrucijada de las rutas caravaneras entre Yemen y Siria y también de Yemen hacia Mesopotamia. Paulatinamente, La Meca se habría convertido en el núcleo urbano más destacable de la península arábiga. Estaba gobernada como una oligarquía de mercantes por la todopoderosa tribu de los coraichitas. Verdadero centro político y financiero, la preponderancia de La Meca se habría manifestado además por ser el lugar de peregrinación más importante de toda la península arábiga, con su santuario de la Kaaba, la piedra negra de origen divino que se remontaba a Abraham.
Sin embargo, este planteamiento ha sido revisado por muchos islamólogos. Veamos.
A DEBATE
En la historiografía musulmana, La Meca es descrita como una ciudad comercial, un lugar privilegiado de cruces de rutas caravaneras. Sin embargo, los historiadores musulmanes anti-guos inventaron este lugar en su apologética para otorgar una importancia a la vez comercial y santa a este pobre y nimio enclave.
El geógrafo Ptolomeo habría identificado La Meca con el nombre de «Makoraba» en el siglo II de nuestra era (Geografía VI, 7, 31-37) y los romanos la ubicaron dentro de la «Arabia Feliz» (Felix Arabia). Sin embargo, esta tesis no es aceptable hoy día y ha sido refutada por investigadores como Patricia Crone (Meccan Trade and the Rise of Islam), por Dan Gibson y otros, que han demostrado brillantemente que la identificación de Makoraba con La Meca es sencillamente una fábula. Y, si es cierto que La Meca aparece mencionada en versículos tardíos del Corán —Makka (48,24) y Bakka (3,96)—, para nada puede corresponder al emplazamiento actual de La Meca.
El Corán la menciona también el versículo 6,92, en tanto que la «madre de las ciudades», que los filólogos atribuyen a un añadido ficticio que solo podría corresponderse con una prestigiosa ciudad antigua, que en este caso resulta evidentemente estrambótico, incompatible con la realidad histórica. Además el término Bakka es un claro plagio del valle de Baca, un valle ubicado en el sudoeste de Jerusalén que cita la Biblia (Salmos 84,6). Por otra parte el filólogo Christoph Luxenberg afirma que el Makka es un término de origen sirio-arameo que significa ‘valle’. Sin embargo, La Meca no es un valle ni tampoco el vergel descrito en textos como los hadices de al-Bujari y de al-Tirmidhi, donde se dice que en La Meca crecían muchos árboles y viñedos regados por abundantes aguas, algo inconcebible en el Hiyaz. Y en la Sira de Ibn Ishaq se llega a decir que en La Meca crecía… ¡hierba! Muchos hadices comentan que en La Meca corría un río, cosa del todo inverosímil, si bien son frecuentes las inundaciones debido a las lluvias torrenciales. En el Corán se habla de los peces, de los rebaños de bovinos y ovinos de La Meca… No obstante la topografía subtropical desértica de La Meca excluye todo tipo de actividades agrícolas, pastorales o pesqueras. Otros hadices hablan también de las altas montañas de Safa et Marwah, que forman parte del rito musulmán para los peregrinos que acuden a la peregrinación a La Meca en conformidad con el quinto pilar del islam (hajj). Sin embargo estas «montañas» de Safa et Marwah son otro mito, pues no son más que promontorios minúsculos que están incluidos dentro del recinto de La Meca… Hay que señalar que tampoco las inscripciones epigráficas del siglo VII encontradas en el desierto de Arabia Saudita revelan en modo alguno el nombre de La Meca.
La más antigua mención histórica de La Meca se encuentra en la Continuatio Byzantia Arabica, una crónica medieval del año 741 y 744 que muy probablemente fue redactada en el sur o el levante de España. Dan Gibson ha demostrado que hasta el año 750 las mezquitas apuntaban su alquibla hacia Petra (Jordania) y no hacia La Meca. Solo después de esta fecha las mezquitas apuntaron realmente su alquibla hacia La Meca; de modo que Petra ocupó un lugar central en el protoislam, un lugar sagrado en la Antigüedad, repleto de templos paganos pero también de iglesias cristianas (los primeros vestigios cristianos de Petra se remontan al siglo V). En definitiva Dan Gibson ubica el corazón de este protoislam en Petra, donde Muhámmad había rezado ante la Kaaba cristiana y había destruido los 360 ídolos paganos que se encontraban en los templos (los cristianos poseían también una Kaaba en sus santuarios y recordemos que el culto de las piedras negras era omnipresente en todo el Próximo Oriente. Asimismo los nabateos veneraban una piedra negra en Petra). Ni Muhámmad ni los Rashidun (los cuatro primeros califas) habrían pisado nunca La Meca. Esta habría sido fundada en tanto que ciudad santa del islam por Abd Allah ibn al-Zubayr (624-692) autoproclamado «califa de La Meca» que se opuso a los califas omeyas Yazid I, Muawiya II, Marwán I y Abd Al-Málik, antes de ser finalmente derrotado y decapitado por aquel. Fue Abd Allah ibn al-Zubayr quien robó la piedra negra de la Kaaba de Petra y la hizo transportar a La Meca.
Sabemos poco sobre la situación religiosa de Arabia anterior al islam. Disponemos de escasos documentos: inscripciones árabes, sobre todo de la parte meridional de Arabia; algunos documentos de literatura preislámica, sobre todo poesía, pero cuya autenticidad es dudosa; los testimonios (muy) posteriores de los historiadores árabes como Ibn al-Kalbi, con el Kitab al-Asnam o Libro de los ídolos; al-Shahrastani (m. 1153) o Masía ûdî (m. 956), con Los prados de oro, y el testimonio del Corán, pues la predicación de Mahoma era desde luego el reflejo directo de la situación religiosa que prevalecía en su época. Por un lado, había una religión árabe tradicional y, por otro, dos minorías cuya influencia era bastante considerable: los judíos y los cristianos.
La religión primitiva de Arabia era una mezcla de henoteísmo y de politeísmo. Cada tribu veneraba a sus propios dioses, y entre ellos a uno principal. Se adoraba a las piedras, a los árboles. Aún hoy día, el culto a algunos árboles permanece en la península arábiga, pues se considera que son la morada de un santo (walî-s).
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