Poesía para hoy: Selección
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Poesía para hoy - Jaime Jaramillo Escobar
Jaime Jaramillo Escobar
(Pueblorrico, Antioquia, 1932)
Poeta y ensayista, es traductor y compilador de autores como Geraldino Brasil, León de Greiff, Luis Carlos López y otros. Ha dirigido por varias décadas talleres de formación de escritores y lectores. Además de numerosos volúmenes de antologías y selecciones de su obra, ha publicado los libros: Los poemas de la ofensa, Extracto de poesía, Poemas de tierra caliente, Sombrero de ahogado, X 504 Poeta, Selecta, Alheña y Azúmbar, Método fácil y rápido para ser poeta. Poemas principales, Alta voz, El ensayo en Antioquia, Poemas ilustrados, Medellín en la poesía (compilación y notas), Permiso voy a cantar. Cartas con Geraldino Brasil, Poesía sin miedo, Más español que americano, Poesía de uso, El soneto en Colombia (selección y ensayo).
Pórtico
En español
Escribir en español es la delicia de las delicias, por su riqueza y flexibilidad.
Pensar en español es la fortuna de las fortunas, por su precisión y claridad.
Cantar en español es el placer de los placeres, por su sonoridad y belleza.
Hablar en español es la maravilla de las maravillas, por su libertad y seducción.
Amar en español es el encanto de los encantos, por su ternura y expresividad.
Vociferar en español es el gusto de los gustos, por su fuerza y contundencia.
Secretear en español es el regocijo de los regocijos, por su cadencia y delicadeza.
Orar en español es la bendición de las bendiciones, por su fervor y concisión.
Jugar en español es la diversión de las bendiciones, por su astucia y malicia.
Mentir en español es el deleite de los deleites, por su artificio y esplendor.
Soñar en español es la felicidad de las felicidades, por su ilusión y fantasía.
Vivir en español es la suerte de las suertes, por su variedad e intensidad.
Morir en español es el deseo de los deseos, por la palabra adiós y la palabra gracias.
Cantar en español
Todos los idiomas tienen su maravilla.
No voy a decir que no.
Pero el español la tiene más,
como lo decís vosotros,
y como lo dicen ellos,
y como lo digo yo.
Cada canto que yo canto
es un canto al español,
rica lengua, lengua rica
sin igual en su esplendor.
Del latín tiene la lógica y la fuerza y la pasión,
y del griego la nobleza, la elegancia, la armonía,
del árabe la cadencia, el lujo, la fantasía,
y de su mezcla de pueblos el misterio encantador.
Mi caballo habla español
porque en español me entiende;
cuando le hablo en inglés
se hace el desentendido,
pues nunca antes había oído
otro distinto sonido
que el de la lengua española
con que le hablo al oído.
En sus enhiestas orejas
cada sílaba resuena
con un timbre conocido
heredado de su abuela.
Me topé con qué culebra,
culebra guarda-caminos.
La conjuré en español
y así me dejó pasar,
haciéndome reverencia
con su gran agilidad.
Si en inglés le hubiera hablado,
seguro me habría mordido.
Las culebras son así:
tienen muy fino el oído.
No quise aprender idiomas.
Con el español me basta.
Para escribir en inglés
tendría que traducirlo
al castellano de España,
dicho español en América
porque de España proviene,
que a pesar de los pesares
se le llama Madre España.
Puede decir cualquier cosa,
pero no que suene mal.
Siempre suena si disuena,
y si disuena da igual.
La lengua es de nacimiento.
De poco sirve aprendida.
Aprendida suena falsa.
Eso se nota enseguida.
Cuando mi madre me dijo
unas primeras palabras,
me dicen que sonreí,
encantado con el habla.
Después, cuando fui a la escuela,
para estudiar la gramática,
eso no me gustó nada,
pues no era necesaria.
Mi madre me había leído
lo que había por leer,
y con eso había aprendido
lo que había que aprender.
No te enredes con gramáticas.
Basta el sentido tener
de la lengua, que ella misma
todo te lo hará saber.
La lengua la hacen los pueblos,
poco a poco, a su entender,
ayudados por los diablos.
La gramática es después.
Gloria a la lengua de España
por su clara inteligencia,
por la música que encierra,
su precisión y su ciencia.
Para hablar en español
no se necesita nada:
sólo hacerle caso al cuerpo,
y el sentido de la danza.
De ocho sílabas en ocho,
como danzando y cantando,
el español se compone
a la manera de un canto.
La décima y el cuarteto,
el terceto y la sextilla,
te salen mucho mejor
cuando en español se rima.
No hay para qué argumentar,
la evidencia lo atestigua,
siendo la lengua española
tan moderna como antigua.
Con metro y rima, o sin rima,
y en prosa canto mejor,
pues no existe mejor canto
que cantar en español.
Poesía para hoy
A Eduardo Mendoza Varela, que me ha mandado hacer un soneto
I
Ya que hacer un soneto me has pedido,
trataré de probar si tengo suerte,
y puedo al fin, Eduardo, complacerte
con un soneto o algo parecido.
Que no es cosa difícil he creído,
y al contrario es un juego que seduce,
ya que todo el problema se reduce
a que el soneto quede concluido.
Por lo cual, si quisiera hacer sonetos,
como nadie los hizo los haría,
y para que quedaran más completos
tres o cuatro tercetos les pondría,
mas lo que pasa, Eduardo, es que hoy en día
no está la vida para hacer sonetos.
II
Si sonetos, Eduardo, me gustara
hacer, seguramente los haría,
y ni Lope de Vega me igualara
en el arte de hacer sonetería.
Mas no puedo encerrar mi fantasía
en esa jaula de oro del soneto,
que ninguna prisión soportaría,
y a límite ninguno me someto.
Años hace, obediente a preceptivas,
con metro y rima me inicié de bardo,
pero vi mis ideas tan cautivas,
y mis poemas vi tan incompletos,
que lo juré por Dios, querido Eduardo,
nunca jamás volver a hacer sonetos.
III
Si hacer sonetos me gustara, Eduardo,
mejor que Núñez de Arce los hiciera,
ni Campoamor, ni Góngora siquiera,
ni Argensola, al tobillo me llegaran.
Ni Gracián, Garcilaso, ni Cetina,
ni Machado, ni Tirso de Molina,
ni Fray Luis, ni San Juan, ni otros sujetos
de igual o parecida maestría,
harían los sonetos que yo haría,
mas como no me gusta hacer sonetos...
A Guillermo Valencia
En 1943 tenía yo once años,
terminaba estudios primarios en una aldea de Antioquia,
te sabía de memoria y te admiraba,
porque es fácil impresionar a un poetica de once años,
cuando ocurrió aquella desgracia de tu muerte,
que ha dado origen a tantas celebraciones.
A las siete de la mañana don Gabriel Caro Urrego,
el maestro que me enseñó a leer,
le dio la infausta noticia a toda la escuela pulidamente formada,
estrictamente limpia e inocente.
Nos dijo:
Queridos niños: Acaba de morir el gran poeta Guillermo Valencia,
del que hemos aprendido de memoria sus mejores versos.
Por él conocemos, como si los hubiéramos visto, camellos y cigüeñas,
y hemos sabido en qué consiste la inspiración de los poetas.
En memoria suya, y para cumplir con el decreto del Gobierno nacional,
tendremos en adelante un sillón vacío en un aula vacía, presidida por su retrato.
Era mucho discurso para unos niños en una perdida aldea,
pero se trataba de impresionarnos.
Bajo un pino que estorbaba en nuestro patio de recreo pasaron lentamente,
aquella lúgubre mañana,
camellos y centauros y cigüeñas, y sobre todo supimos
que la poesía les hacía la competencia a nuestros balones mal inflados.
A decir verdad, hasta los cincuenta años no vine a conocer un camello,
y eso un camello todo desbaratado en un circo pobre.
De las cigüeñas líbreme Dios, y centauros ni los vea, porque caigo muerto.
A los pocos días retiraron la silla, que sería más útil en el despacho del director,
meses después fue necesario utilizar el aula,
más tarde alguien quitó tu desteñido retrato,
y así fue como empezó a desmantelarse tu monumento de símbolos.
Más fácil nos fue convivir con las guacamayas blancas,
porque en el pueblo había pavos irreales blancos, que a pesar de su casta seráfica
comían maíz con las gallinas en el patio de la casa.
La frágil y perecedera perfección fue tu pasión despiadada,
aunque de todos modos nos enseñaste el cuidado del verso,
aunque después cambiáramos de idea.
Débese considerar, sin embargo, para poner un solo ejemplo,
que en 1935 muere Fernando Pessoa y nosotros todavía en el parnasianismo.
Por eso tuvimos que dar la batalla definitiva contra ti en el 58,
puesto que tu fantasma seguía asustando a los piedracielistas,
y a los cuadernícolas y a todos los demás.
Toda la rima, todo el cálculo, todo el precio–
sismo y el mito, en nada de nada quedó todo.
En un rapto inspirado nuestro talante recio
rompió el cristal del verso con un golpe sonoro.
A una criatura increada
Soñé que te quería,
te quería matar,
a besos.
Qué más puedo yo hacer
que quererte
y estrangularte en un abrazo,
en un juego divertido y ocioso,
mi querido Luzbel de fantasía,
y que nos condenemos juntos
ja ja ja, ja ja ja, dice el diablito,
que por ser tan chiquito y tan bonito
en un descuido se llevó a mi hermanito,
que también era tan lindo y tan diablito
como el que más.
Y qué más podría yo decir
de este angelito
que tenía garras y un piquito
como cualquier diablito.
Actitud
En aquel pueblo de montaña pocas eran las palabras.
Los sentimientos se escondían bajo la ruana.
Las miradas indiferentes nada expresaban,
perdidas en un silencio duro y frío.
A las cinco de la mañana, en el mercado de la plaza,
un vaho azul salía de las renuentes bocas.
–¿Cuánto cuesta ese atado? –Diez.
–¿Vende usted ese caballo? –No.
–¿Cómo llama su hijo? –Pregúntele a él.
–¿Adónde va usted? –Allá.
–¿Dónde viven sus padres? –No sé. No tengo.
Nadie sabía nada. Nadie tenía nada. Nadie nada.
Sobre esa negación bajaba la bruma de la cordillera,
y muy abajo el río solitario,
arrastrando un gallinazo sobre el vientre hinchado de un cadáver.
Nadie sabía nada. Nadie decía nada.
Era un pueblo enmudecido por la violencia asesina.
Los vecinos no se visitaban. Se rehuían con el sombrero agachado.
Nadie tenía nada qué decir.
Las siete de la noche se alumbraban con una vela de sebo.
Se rezaba en silencio. Se miraba en silencio.
Sólo las pocas, indispensables palabras en voz baja.
No se hablaba ni con los padres ni hermanos.
Nadie sabía nada de nadie.
La palabra sonrisa no se conocía.
Para decir sí o no, para eso estaba la cabeza con sus dos movimientos.
¿Por qué no se iban? ¿Hacia dónde? ¿Cómo? A qué.
Los que se iban morían de nostalgia, o de rabia en la miseria del desarraigo.
O se convertían en lo que nunca han debido ser: fantasmas callejeros.
Cuando presentían la muerte, con el mismo terco silencio la esperaban.
Adverso destino
Para Javier Gil Gallego
En los pueblos más aislados de Colombia se encuentran gentes asombrosas,
que no se sabe de dónde sacan valor, inteligencia, sagacidad y genio
para sobreponerse a tanta hostilidad, injusticia y atropellos.
Perdidos en remotos lugares, carentes de todo apoyo y sin saber por qué ni cómo,
sobreviven pintores, músicos, poetas, historiadores, profesores ilustres en escuelas y colegios, ingeniosos artesanos, sabios admirables,
que no pretenden notoriedad ni dinero, sino sólo el derecho de vivir con libertad y dignidad en la que consideran su patria,
entre las gentes de su cercanía y sus familias.
Pocos entendidos entienden el fenómeno, lo aprecian dentro de sus límites,
sin atender al hecho de que ellos dan lustre a sus lugares de origen con auténtico valor, desinterés e hidalguía.
Cómo queremos tener una patria si no nos ponemos de acuerdo en formarla,
si declaramos el todos contra todos y sálvese quien pueda.
En tiempos pasados mal que bien la tuvimos, y decíamos estar orgullosos porque a ella aspirábamos.
Pero a comienzos del siglo xxi todo se derrumba en la vileza, el crimen y el desorden social, disimulado superficialmente con el manto de la hipocresía.
En nada se puede creer, porque todo está carcomido por el gusano de la mala fe.
En lugares no imaginables los párrocos tienen que esconder las joyas que los fieles donaron a las imágenes, reemplazándolas con imitaciones,
porque los ladrones saben que no hay infierno para quienes profanan una virgen,
sea de La Candelaria, Del Carmen, De los Remedios, Inmaculada, De Fátima, o Del Perpetuo Socorro,
la misma que el ladrón lleva al cuello en auténtico lazo de oro para que lo proteja de la mala suerte.
Si por casualidad usted se encuentra con el ladrón, hágase el desentendido.
Si lo mata o lesiona, usted va para la cárcel por tantos años cuantos el ladrón contaba en el momento,
pero si el ladrón lo mata a usted, sale libre al día siguiente por falta de pruebas y de testigos, y el juez le presenta rendidas excusas en nombre de la Ley por haber impedido su derecho al trabajo, el que cada quien pueda tener, inventar, desarrollar, imaginar, aparentar, ejecutar.
Todo esto es sabido, pero antes no aparecía en poema alguno, porque la poesía se reservaba para las causas nobles, es decir bellas: el elogio, el ditirambo, la astucia, la lambonería.
Y mejor que usted no siga leyendo, porque mientras lee se descuida, y entre tanto lo despojan del celular, la billetera, el reloj suizo, las tarjetas, y para qué lleva usted tanta cosa consigo, qué ingenuidad. Mire usted, que le robé su tiempo, lo más precioso, y ni cuenta se dio.
Afrenta de la muerte
La Muerte, acompañada de sus seis hijos...
Evangelio de Bartolomé (Recensión copta)
He aquí que de repente aparece la Muerte acompañada de sus seis hijos,
de los cuales tres son varones y tres son hembras.
Yo la miro fijamente y la escupo a la cara,
y ella me lanza una palabrota por debajo de su manto raído.
–Mala Muerte, mala Muerte:
si yo te preñé seis veces
te puedo preñar las siete.
Cuando yo estaba enfermo vino el Gran Visir a mi alcoba con sus seis amantes,
de los cuales tres son varones y tres son hembras,
y abriendo la puerta a las tres de la madrugada,
los arrojó desnudos sobre el tapiz, a los pies de mi cama,
y cohabitó con ellos al borde de mi fiebre.
Después yo tuve que ponerme a pelear con la Muerte, hasta que se estuviera callada.
–Mala Muerte, mala Muerte:
si te preño siete veces,
puedo preñarte las nueve.
El día que llegué al puerto para tomar posesión del barco en que habría de dar la vuelta al mundo,
la Muerte, con su pañuelo rojo atado al brazo, quiso echarme al mar por la pasarela,
y tuve que darle una patada en la boca.
Pero ella me esperaba siempre en los cuatro puntos cardinales acompañada de sus seis hijos,
de los cuales tres son débiles y tres son gigantes.
–Mala Muerte, mala Muerte:
si te preñé en Nueva York
te preño en