La muerte de la cultura letrada
Por Alberto Vital
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La muerte de la cultura letrada - Alberto Vital
REALIDAD Y REPRESENTACIÓN
Urge un análisis de las condiciones concretas del mundo de la letra de papel y de las consecuencias del desuso de la misma. El examen debe partir de seis grupos de preguntas como una puesta a punto de este asunto en pleno siglo XXI: 1) ¿qué entendemos por cultura letrada?, 2) ¿dónde se sitúa y actúa?, 3) ¿cómo y desde qué circunstancias vino a ser lo que es y cómo se relacionan estas con la realidad y con la representación-construcción de esa realidad?, 4) ¿con qué otras culturas convive y compite la cultura letrada?, 5) ¿está en condiciones de sobrevivir? y 6) ¿a quiénes y cómo afectaría su muerte?
DEFINICIÓN
Una definición práctica de la cultura letrada se facilita y vuelve accesible si se identifican otras dos grandes manifestaciones: la cultura popular y la cultura mediática.
El presente ensayo propone que para efectos de estudio se aproveche y a la vez se supere la visión dualista de Mijaíl Bajtín y se añada un ángulo hasta conformar una tríada. El propio pensador ruso superaría hoy su dualismo. Y es que ya desde hace más de medio siglo no es posible sostener nuestra representación-construcción, nuestra figuración de los dinamismos en los imaginarios colectivos a nivel mundial solo mediante dos polos, el de la cultura letrada y el de la cultura popular, como si los millones y tal vez miles de millones de actividades mediáticas cotidianas no conformaran una auténtica cultura.
¿Pero qué debe entonces entenderse como cultura? Frente a los cientos de definiciones propuestas y posibles, bástenos aquí una más (humilde, operativa y solvente).
La cultura es un conjunto de representaciones y prácticas que le permiten a una comunidad alcanzar acuerdos, expresar inquietudes, compartir propósitos, acrecentar conocimientos, debatir proyectos, crear y disfrutar obras maestras, construir valores decisivos como la libertad y la justicia, organizarse razonablemente, expandirse de manera adecuada y, en fin, educarse.
La cultura contribuye a organizar el imaginario colectivo, esto es, el conjunto de ideas, invenciones, imágenes, propuestas y proyectos que genera una sociedad para comprenderse a sí misma, entender el entorno y tender las líneas de sus acciones.
La cultura traza, en suma, líneas hacia el crecimiento. Desde las artes y desde los debates científicos, políticos y periodísticos puede tratar temas como el mal, la violencia, la destrucción, las crisis, las catástrofes. Pero el ánimo último de la cultura, su referente más profundo, ha sido la convivencia de individuos distintos en un mismo ámbito conforme a principios como la justicia y la paz.¹
A veces (esto lo conoce el arte) la presentación simbólica y la representación estética de los conflictos actúan como fármacos, como auténticas curas que confrontan al espectador con realidades posibles, con experiencias virtuales, con universos paralelos susceptibles de percibirse como admoniciones terapéuticas. Los griegos vivieron la experiencia. Aristóteles la razonó.²
Precisamente la destrucción del vínculo entre la cultura y la convivencia razonable de individuos y concepciones diferentes en un mismo entorno, es uno de los fenómenos más significativos y menos visibles de los últimos tiempos. Esta destrucción puede ser simbólica y puede ser parcial, pero es que cuando hablamos de cultura hablamos a menudo de símbolos, así que desconectar las manifestaciones culturales y la vida colectiva puede tener consecuencias y efectos impredecibles, pues la cultura es un conjunto de conexiones y de acuerdos a partir de representaciones simbólicas y producciones de la imaginación, del entendimiento, del diálogo, de la inventiva y de la creatividad.
LETRA Y PRÁCTICA. ARTE Y CIENCIA
La cultura es un conjunto de sistemas de comprensión y representación-construcción del mundo y del cosmos y es también un conjunto de sistemas de transformaciones prácticas, técnicas, del contexto físico. Aquel primer conjunto es reflexivo, creativo, especulativo, lúdico; este segundo conjunto es eficiente y concreto y trabaja en forma directa con la materia y con las condiciones específicas de las personas, las cosas y el planeta. Cuando aquel conjunto cultural dialoga y armoniza con este, existe una fuerte y bien canalizada energía colectiva que se pone en evidencia mediante un crecimiento orgánico de la sociedad.³
La cultura se ha vinculado de manera tradicional con el arte porque el cerebro del artista conecta imaginación, entendimiento, estudio, tradiciones, innovaciones. El cerebro del artista es un laboratorio de realidades que luego se materializan en el resto de la sociedad, así sea como debate, como figuración del futuro, como exorcismo frente a profecías ominosas o como concreción material. Ese cerebro es un microcosmos de todo lo que, de manera más aleatoria, pero no por fuerza caótica, se está concibiendo en el resto del mundo.
El científico tiene comportamientos similares a los del artista en tanto que también conecta, combina, experimenta, insiste, compara, resuelve, establece analogías.⁴ No es extraño que durante siglos el artista, el letrado y el científico hayan vivido cerca el uno del otro, y por ejemplo ya en la Edad Media las transformaciones y las innovaciones en el uso del color dentro de la pintura obligaban a experimentos y a ensayos que hermanaban el arte y la tecnología de una manera pragmática y paradigmática.
En Leonardo da Vinci confluyen la ciencia, el arte y la escritura analítica. Su método, que impresionó a Paul Valéry, era útil al arte y a la ciencia. Su época podría ser la culminación de un empeño por construir la cultura letrada como un todo, con conexiones cercanas entre las representaciones estéticas y las representaciones tecnológicas, aunque cada vez, sí, más diferenciadas.
EL CONOCIMIENTO DE UNO MISMO COMO CIENCIA
Una vertiente del pensamiento situó durante siglos a la persona como núcleo del saber, y en ese lapso hubo una ciencia: la del conocimiento de uno mismo. El objeto era el ser tanto en su interior como en ese exterior que conforman la convivencia y la comunidad. Desde los estoicos hasta los renacentistas, desde Cicerón hasta Michel de Montaigne, se tomó muy en cuenta al ser humano en su calidad de centro y eje del desarrollo del pensamiento, y es así como el padre del ensayo pudo referirse a la reflexión en torno al yo como a una ciencia: En los libros, solo busco un entretenimiento agradable, y si alguna vez estudio, me aplico a la ciencia que trata del conocimiento de mí mismo, la cual me enseña al bien vivir y al bien morir
.⁵ En Hermenéutica del sujeto, recopilación de uno de sus cursos en el Colegio de Francia, Michel Foucault traza la línea milenaria del concepto griego epimeleia heautou (ἐπιμέλεια ἑαυτο ), en tanto que inquietud de sí mismo
o cura de sí
o cuidado de uno
.⁶
Mientras Montaigne cavilaba acerca del individuo en tanto que soberano en su propia casa y en su propio cuerpo, François Rabelais fundía en un libro la cultura letrada y la cultura popular. William Shakespeare y Miguel de Cervantes abrevaron de las dos. Se vivía el auge máximo del modelo dualista expuesto por Bajtín. Los dos conceptos, cultura letrada y cultura popular, parecían suficientes para explicar fenómenos de la mayor relevancia.
En esos siglos, el peso de la cultura letrada llegó a ser tan grande que muchos estudiosos de la medicina se concebían como pensadores abstractos y no se asomaban a un cuerpo en canal. Una autopsia les parecía asunto de barberos. Las sangrías y las demás curaciones las efectuaban aquellos mismos que recortaban el bigote, como el padre de Cervantes. Los magros adelantos tecnológicos se dieron en la teoría hasta que las revoluciones científicas de los siglos XVI y XVII exigieron que el estudioso del cuerpo cerrara de vez en cuando sus libros y abriera cada vez más los tejidos.
TENSIÓN ENTRE REALIDAD Y REGULACIÓN DE LA REALIDAD
La cultura letrada sufrió aquí una fisura. Los primeros en percibir las cada vez más insostenibles contradicciones de los practicantes de la cultura letrada fueron los propios escritores, que pusieron en evidencia una crisis de la letra como representación, figuración, configuración y, finalmente (según lo sabemos muy bien ahora), construcción de la realidad.
Don Quijote encarna una fractura entre el mundo figurado y el mundo vivido. Una figuración se vuelve eventualmente una configuración. Para el caballero andante, lo que él se figura, se configura delante suyo. Todos tendemos a figurarnos algo y a configurarlo enfrente de nosotros, pero nadie lo hace de un modo tan radical como quien convierte un bacín de barbero en el yelmo de Mambrino.
El código caballeresco no solo es un ejemplo de la cultura letrada, siempre digno de estudios de caso para situarla mejor y comprenderla: el código caballeresco es la culminación de una de las pulsiones fundamentales de la cultura letrada. Esa pulsión es el deseo de regular la vida hasta el punto de que esta se comporte conforme a reglas, principios, procedimientos y protocolos. Detrás de este ejemplo se encuentra uno de los principios de la especie humana, muy activo en la cultura letrada: el deseo de que la realidad futura se ajuste a la previsión presente y de que esta previsión se construya a partir de experiencias del pasado.
Cuando un código de valores y conductas se va conformando, estamos ante una figuración y ante una prefiguración. La figuración, esto es, la construcción de una figura, es una respuesta que Ludwig Wittgenstein encuentra ante la evidencia de que el mundo es el conjunto de los hechos y no solo de las cosas. Esta evidencia se ubica justo al inicio del Tractatus y es la piedra angular del primer Wittgenstein, que es —a su vez— la piedra angular de una vertiente importantísima de la filosofía contemporánea.⁷
TENSIÓN ENTRE REALIDAD Y REPRESENTACIÓN. ORIGEN DE LA ESCRITURA EN LA FILOSOFÍA
Tan sencilla evidencia desemboca en un corolario: el mundo es indescriptible, ¿pues cuántos hechos se producen cada día? Y el mundo, sí, depende de los hechos, porque el mundo, a diferencia de la Tierra, nace de los actos humanos. El mundo es la suma de los actos y hechos humanos. Y aunque se sitúa en la Tierra, el mundo no es la Tierra. La Tierra es la casa del mundo. La Tierra es cósmica, y su edad se mide en tiempos astronómicos; el mundo es humano, y su edad se mide en tiempos históricos y prehistóricos.
La letra, el número y el dibujo han contribuido a subsanar, así sea en parte, el carácter indescriptible del mundo fáctico aportándole y aportándonos figuras, imágenes (Bilder es la palabra de Wittgenstein; Abbildung es, para él mismo, figuración), y permitiendo por lo pronto prever los hechos que, al ser iterativos y reiterativos, se vuelven predecibles. Y no solo se vuelven predecibles; además ofrecen un modelo de esa predictibilidad que los astrónomos perciben en los cuerpos celestes.
Los apuros de las ciencias humanas, en especial de las disciplinas de la conducta y del individuo, se exhiben cuando la predictibilidad de los cuerpos celestes no aparece sino aquí y allá y de modo irregular en los cuerpos de células y tejidos; es decir, no aparece de ningún modo, pues lo predecible debe ser de preferencia estable o por lo menos rítmico, y los seres vivos, en especial los dotados de conciencia y libertad, se rebelan contra quien quiera volverlos predecibles, pues lo predecible es ya casi lo manipulable. Aun así, una de las tensiones cruciales de toda cultura, pero en especial de la cultura mediática contemporánea, es el impulso y la tentación de volver predecible al individuo tentativamente libre en el marco de la sociedad de masas. El concepto de sociedad subliminal, que se presenta al término del presente libro, apunta a la urgencia de preguntarse si los hábitos contemporáneos, en buena medida construidos por las pantallas, nos vuelven seres altamente predecibles con miras a un control cada vez más sutil, diferenciado e insoslayable.
La cultura letrada ha querido, en fin, dar cuenta de la Tierra y del mundo. Sus análisis y sus descripciones en tanto que figuras y figuraciones quieren servir para la Tierra y para el mundo. Semejante "querer