Itinerario De Un Sueño: Esfuerzos que se hacen realidad
Por Jose Aguilar
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Itinerario de un Sueño es un escrito inspirador para todo caminante que quiere marcar huella en su paso por la existencia. Los personajes que recorren estas páginas identifican la lucha, la gallardía y el tesón de las personas que libran su propia batalla por ser alguien en la vida, sin renunciar a su cultura, a sus costumbres y valores. El escrito no esconde las dificultades a las que se expone la persona que decide abandonar su país, para lanzarse a conquistar nuevos horizontes en otro lugar desconocido; pero con la certeza que allá, encontrará mejores oportunidades de vida. Al mismo tiempo, la obra muestra como esa reciedumbre de espíritu le permite al individuo escalar hasta donde sus sueños lo lleven. Esa capacidad de lucha es la energía que transforma las dificultades en oportunidades para triunfar. Por lo tanto, el itinerario de un sueño consiste en lanzarse a conquistarlo.
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Itinerario De Un Sueño - Jose Aguilar
1
Las inolvidables experiencias
—Justo un día después de haber arribado a los Estados Unidos, el coyote que estaba en este lado —narra Rebolledo—, nos pidió dinero, unos $2000 por cada uno para sacarnos de la región; si no teníamos, él nos distribuía en distintos sectores de la ciudad, con trabajo incluido, mientras le pagábamos la estadía, so pena de regresarnos si no saldábamos la deuda.
»Más tarde llegó un señor vestido de policía quien repitió la misma versión del coyote y nos tomó una foto a cada uno, nos pidió que le mostráramos un documento de identidad. El nos hizo la advertencia, con tono amenazante, que no nos podíamos ir de ese lugar hasta no saldar la deuda contraída con ellos por el solo hecho de estar a este lado del río grande; si no, él tenía los medios para cobrarse. Este policía dijo que él vendría todas las noches a ver cómo era nuestro comportamiento, no solo en la casa, sino en el lugar de trabajo.
Al segundo día, cada uno de los viajeros tenía trabajo con contrato para tres meses. Uno iba a una pizzería, otro a una panadería, el tercero a una ferretería y Frescolo a un club nocturno, donde había servicios sexuales. Los tres primeros trabajaban en el día, Frescolo en la noche. El coyote, de nombre Trémulo, le daba a cada uno $10 para el transporte y la comida. Todos tenían que dormir ahí. Los que trabajaban en asuntos relacionados con comida, les traían a los otros que trabajaban en otros menesteres y así la fueron pasando.
Todo parecía tranquilo, pero Frescolo siempre estaba malgeniado y triste. Un sábado, era ya la tercera semana, los dejaron libres por el día porque se comportaron muy bien durante el tiempo anterior. Cada uno hablaba con sus compañeros de trabajo —también latinos—, ahí detectaron que algunos eran infiltrados de los coyotes y otros eran o habían sido maltratados por aquellos.
Ese día se reunieron con un joven buena persona de nombre Francisco; fue tanta la afinidad que empezaron a preguntar por las experiencias en el trabajo. Expósito, Rebolledo y Casimiro contaron sus experiencias que eran novedosas y buenas para ellos. Frescolo, oyendo a sus compañeros, empezó a llorar y golpeó la mesa. Francisco lo abrazó mientras le decía:
—La vida es difícil, más de lo que uno piensa…
Frescolo, sollozando, contó lo sucedido…
—Ese putamadre policía es homosexual y todas las noches me busca para tener sexo con él; yo no encuentro excusa para evitarlo —contó reventando en llantos.
—Ese hombre no es policía; es un guardia de seguridad y además habla español —les dijo Francisco.
y añadió:
—Ustedes vienen de tierra de guerra y hoy cada uno está en guerra para poder sobrevivir. Si ven cómo esos bandidos los roban y cuánto los hacen trabajar sin las mínimas condiciones de vida. Claro, estas cosas pasan a las personas sin malicia, pero no a ustedes. Tóquense… ¡y no más con estos abusos!, ¿o quieren seguir así?
Los muchachos se miraban unos a otros sin decir una sola palabra. Francisco prosiguió…
—A partir de mañana cada uno de ustedes va a estar en alerta y mantiene la maleta preparada, pues a cualquier momento van a escapar. Yo voy a llamar a la casa donde los tienen retenidos y me voy a hacer pasar por un policía verdadero. Usted Frescolo, tenga este cuchillo. Usted me va a demostrar que es capaz de ser libre. ¿O es que le gusta ser marica?
»El lunes cuando el tal policía llegue, observe que no tiene placa, ni el apellido en el uniforme. Por favor no le muestre miedo, ni ira… déjese seducir como de costumbre y le va a chuzar la barriga. Recuerde, si usted no le hace nada, él sí. Se van a dar cuenta que todo va a cambiar.
Casimiro, con la sangre que le hervía, le dijo:
—¿Y nosotros qué hacemos?
Francisco retándolos les contestó:
—¿Acaso ustedes no eran guerreros? Este tipo de personas son las que queremos aquí. ¡Si no es así, regrésense! Frescolo los va a salvar a ustedes. Los demás tengan esta dirección. Cuando salgan de trabajar, vayan a casa como de costumbre que allá les darán la noticia. Es en ese momento, cogen su maleta y se van para esta dirección. Ahí hay un restaurante grande que se llama La tortilla. Allí me esperan, tranquilos —y los increpó nuevamente—: ¿Lo quieren hacer? ¿O desean seguir siendo esclavos en el país que supuestamente proclama todas las libertades y defiende los derechos humanos?
Como si les hubiesen inyectado algo energizante, los cuatro se levantaron y a un solo coro gritaron:
—¡Lo vamos a hacer!
Entonces se despidieron del amigo.
Habían pasado tres días y todo parecía normal; justo al cuarto día, Francisco llamó a Casimiro y lo alertó para esa noche ejecutar el plan. Curiosamente, esa tarde les pagaban y el policía pasaba por los distintos lugares a recoger el salario de ellos. Frescolo era la última persona que el policía veía. Frescolo se había tomado unos tequilas para perder el miedo y así empuñar el cuchillo y estar listo para su encuentro con su torturador. El estaba iracundo cuando vio al policía, pero no le demostró ninguna actitud negativa.
El policía llegó diciéndole piropos insinuantes a Frescolo, inclusive poniéndole la mano en la espalda y tocándole los cuadriles. Frescolo le preguntó:
—¿Y eso?, ¿qué lo tiene tan contento hoy?
—Su compañía y su fidelidad conmigo —le dijo el Policía mientras le mandó un beso… se ríe y lo invitó a la recámara.
Frescolo se río, como nunca en mucho tiempo, le aceptó, pero le dijo que en la recámara, cerca al portón de salida del club. El otro aceptó. Frescolo se encomendó a Dios —en su mente se repetían las ideas de Francisco— y se fue para el lugar acordado. El policía quiso abrazarlo en el pasillo, pero este le dijo que nada en público.
Una vez en el cuarto, Frescolo le dijo al policía:
—Hoy es un día muy especial para ambos; por eso nos vamos a acostar desnudos completamente, empezando por usted.
Una vez aquel se desvistió, Frescolo intentó desvestirse mientras podía sacar el cuchillo. Sin tantos comentarios, cogió el cuchillo en la mano y se le lanzó al violador, gritándole:
—¡Hoy es tu día perro hijo de puta! ¡Hoy me va a pagar todo lo que me ha hecho, porque le voy a dar pura verga! ¿Usted creyó que yo soy su esclavo?
Se le lanzó encima y le mandó la primera puñalada y le cortó una pierna. El violador intentó quitarle el cuchillo, pero se cortó la mano y cuando vio más sangre se asustó y corriendo dentro de la recámara, no encontró otra manera de solucionar la situación que arrodillarse y llorando, pedirle clemencia a Frescolo, quien continuaba lanzándole puñaladas a los brazos, los cuales emanaban sangre.
Frescolo viendo humillado al violador, le dijo:
—No lo mato, pero va a llamar a mis compañeros ahora mismo y les va a decir que se pueden ir de la casa hoy mismo.
El policía, llorando, le dijo:
—Aquí tengo el dinero de esta semana del trabajo de los cuatro; si me deja libre, le entregó el dinero y $300 más.
Frescolo le permitió levantarse, llamar a los compañeros y contarle el dinero $1.100. Una vez recibió el dinero, Frescolo le pasó el cuchillo por el cuello al violador; este grito más… Frescolo le dijo:
—Se va a quedar aquí por al menos veinte minutos sin salir. Si no lo hace, ¡ya sabe!
Tembloroso, limpió el cuchillo de unas diez pulgadas con la camisa del policía, abrió la puerta y se marchó, caminado unos dos bloques del lugar hasta conseguir un taxi, mientras el otro yacía en el piso vertiendo sangre de las heridas y esperando que el tiempo pasara, para ir a hacerse curar.
Frescolo se montó en el taxi y no se acordaba para dónde iba. Unos cinco minutos después, le vino a la mente el nombre del restaurante La tortilla y le dijo al conductor que lo llevara a allá. El entró, pidió un refresco y se sentó en una mesa, mientras observaba si los amigos ya estaban ahí. Luego de una hora, apareció Francisco, quien se acercó y lo abrazó. Frescolo —todavía tembloroso— le empezó a contar lo sucedido, mientras observaba hacia la entrada, para ver llegar a sus compañeros y así constatar que la faena había sido verdaderamente exitosa. No había terminado de narrar los hechos, cuando uno a uno —Casimiro, Expósito y Rebolledo—, maleta en mano, fueron entrando al restaurante como los hacen los viajeros, quienes se paran en la puerta y miran para todos lados, a ver si alguien los conoce y los espera.
El los silbó y ellos llegaron a la mesa donde estaban los dos y con la espontaneidad de los amigos se abrazaron y lloraron por unos momentos… Frescolo, mirando a Francisco, le dijo:
—¡Sí, somos guerreros! Gracias por recordármelo.
Francisco se acercó y pidió burritos para todos. Uno de ellos vio pupusas; entonces cambiaron de opinión y pidieron pupusas y refrescos para todos. Ya el ambiente estaba más tranquilo, por lo cual el anfitrión aprovechó para hacer unos apuntes muy importantes:
—Hoy es el día de la liberación. Si ustedes no sabían qué es la libertad, respírenla; observen cómo aquí la gente se mueve para donde quiere. Dense cuenta que en este lugar hay gente de todos los niveles sociales y todos se respetan. Aquí el dólar vale lo mismo para ricos y pobres, niños y viejos, legales e indocumentados —saca un billete—; en estos papeles verdes dice: En Dios confiamos
; por lo tanto a partir de ahora, en este vamos a confiar para salir adelante. La igualdad nos la da la dignidad, el trabajo y el seguir los comportamientos que la gente tiene en el lugar que estamos; por eso nada de problemas con nadie; nada de robar a alguien o dejarse robar. Cada uno aquí responde por sí mismo. Bienvenidos al país de las libertades. No se vayan a esconder como los zorros en las madrigueras. No es un delito trabajar, tampoco será un delito ayudar a su familia. No es delito ahorrar, pero si una desgracia malgastar el dinero. Si quieren triunfar, hay que luchar; ustedes dieron ya la cuota inicial…
Los cuatro lo miraban asombrados mientras lo escuchaban. El pagó la cena y las bebidas, y los llevó al apartamento para que descansaran.
El amigo terminó diciéndoles:
—Recuerden que lo pasado, ya pasó —y los abrazó a todos—. Pero que quede claro: todos vamos a ayudarle a Frescolo a sanar y olvidar todas esas pesadillas, para que él también sueñe tanto o mejor como el resto de ustedes y triunfe en la vida; por lo tanto, ni en broma se refieran a la situación que le tocó vivir a él, porque bien hubiera podido ser para cualquiera de ustedes. Si se necesita contar esa historia, que sea Frescolo mismo, por motivos de consejería, o como experiencia, pero en foros de recuperación o similares. Lo vivido por él no es un juego; esa mala experiencia no se le desea ni al peor enemigo. ¡Esto se pone bajo llave y esta se vota para siempre!
Los muchachos lo miraban muy atentos y con la cabeza respaldaban la sugerencia.
—Ah, se me olvidaba —continúa Francisco—. Allá a la distancia hay una mamá y unos hermanos que a esta hora están llorando por su partida, pero siguen luchando por un mejor porvenir. No se olviden de ellas y de ellos, porque no hay nada más gratificante en la vida que poder devolver de alguna forma algo de lo mucho que una madre hace por uno.
Rebolledo se levantó y abrazó a Francisco y llorando le dijo:
—¡Por favor, no más! Nos has hablado como nadie nunca jamás; estás iluminado.
Todos llorando dijeron:
—Gracias Dios mío por ponernos esta linda persona en nuestro camino.
Frescolo intervino:
—Les tengo una noticia —y sacando dinero les dijo—: Estoy vivo; humillé a ese criminal y aquí están $1.300 dólares de la semana de trabajo de los cuatro. Herí al policía, pero no para segarle la vida, aunque si sangró mucho. ¡Pero solo Dios lo sabe todo!
Francisco les dijo a los cuatro:
—Mañana no tienen hora para levantarse. Después del desayuno vamos al templo a hablar con el sacerdote, porque Santo Toribio de Guánaco, el patrono de los inmigrantes, fue quien les permitió pasar la frontera con vida.
Ellos se miraban, porque ellos poco practicaban la religión. Francisco entendió la situación y les explicó cómo en California la gente tiene esa devoción y él —que es muy religioso— no quería que ellos fueran indiferentes ante uno de los grandes refugios que tienen los indocumentados cuando vienen a los Estados Unidos: la religión como institución y como devoción; por eso, era muy importante que los muchachos supieran que Dios si los protegió en el camino, por intermedio del santo de Guánaco.
Al otro día fueron a un templo católico, se encontraron con el sacerdote, quien los bendijo bajo la protección de Santo Toribio. Ellos, asombrados, miraban la construcción tan imponente, con esos vitrales que tenían grabadas imágenes muy coloridas y sugestivas, iluminados por los rayos del sol que hacían el lugar más luminoso. Todo parecía nuevo y limpio, tanto que daba la sensación que ese santo lugar se abría por primera vez, sí para ellos.
Todos regresaron a la casa de Francisco. El ya les tenía la noticia de que pronto se marcharían hacia otro lugar de esta tierra de ensueño. Sacando de un cajón los sobres, Francisco les cuenta que ya había comprado los boletos para los cuatro. Eran los pasajes para que ellos viajaran en avión a la ciudad de New York y allá empezaran una nueva vida. Allí, él tenía unos parientes quienes en principio los acogerían a su llegada, mientras los nuevos soñadores se organizaban. Ellos, felices, le dicen que están dispuestos a hacer las cosas como él les sugiere y entre risas expresan su alegría por la valiosa ayuda.
Los muchachos se quedaron dos días más en esta casa antes de marcharse; en este poco tiempo, salían en taxi a conocer la ciudad, pero no se bajaban porque presentían lo peor, debido al caso del falso policía. Ellos sentían miedo y no pudieron dormir esas tres noches, pensando en que la policía los detuviera; menos mal que el viaje era bien pronto.
Francisco madrugó para llevarlos al aeropuerto y les prestó doscientos dólares a cada uno, con la condición que una vez encontraran empleo, se los pagaran. Ya dentro del avión —parecía que estaban soñando— les tocó de a dos por hilera…Un viaje de siete horas hasta el aeropuerto La Guardia. Nadie les hizo preguntas de ningún tipo. Era el comienzo de su nueva vida; algo así como volver a nacer en tierra extraña.
Cuando se bajaron ningún policía les dijo nada, ni siquiera los miraban como sospechosos, porque ellos no se hicieron en grupo, sino separados. Además, había muchas personas que se parecían a ellos; probablemente pasajeros con similares experiencias y sueños.
En la zona de espera del aeropuerto estaba un señor con un cartel que decía: Don Rebolledo y compañía
, ese era el anuncio. El mencionado joven se acercó y los otros se unieron a él; todos se saludaron con Benedicto, quien una vez les dio el abrazo de bienvenida, los montó en una camioneta cuatro puertas y se fueron rumbo a North Bergen, New Jersey, el estado vecino de New York.
La estación de verano estaba pasando, por lo cual, aunque era tarde, estaba claro y podían observar la majestuosa la isla de Manhattan con sus inmensas avenidas iluminadas, sus incomparables edificios y la gran cantidad de gente en sus calles.
Ellos no salían de la admiración de los edificios, cuando ven de frente las torres gemelas y confirman que las postales de la capital del mundo son más que verdaderas. Justo ellos que terminan esas palabras, cuando el conductor les dijo:
—Este es el Holland Tunnel.
Casimiro intentó agacharse, pero al ver cómo los cuatro carriles estaban invadidos de carros de todas las gamas y colores, quedó callado mirando por el vidrio la imponencia de tan hermosa obra, inimaginable para los visitantes. Minutos después, los viajeros arribaron a la casa de Benedicto.
Benedicto les presentó a la familia —esposa y dos niños— y los llevó al segundo piso donde habían dos habitaciones con camarotes y un clóset. El les dije que ese sería su domicilio hasta cuando ellos decidieran cambiar de casa. Se regresaron al comedor donde compartieron la comida con la familia y tomaron una bebida hecha de maíz que les recordó su patria cuando la consumieron. Luego les dio una llave de la puerta principal de la casa y les hizo las recomendaciones pertinentes para personas que llegan a un hogar humilde, donde viven personas decentes; después de esto a dormir.
Coincidentemente, Benedicto estaba de vacaciones y al igual que el primo Francisco, es un hombre muy generoso. Estos jóvenes le recuerdan a él y sus familiares cuando llegaron a los Estados Unidos. El los invitó a salir y conocer un poco el lugar y sus alrededores, pero no en su carro, sino utilizando el transporte que la ciudad ofrece, para que ellos aprendieran.
La primera sorpresa es el token para el tren. Las novedades de las monedas americanas y cómo usar los buses y los trenes subterráneos; cómo leer los mapas de la ciudad. Ya en la ciudad de New York, fueron al Barrio Chino, al estadio de los Yankees, la catedral de San Patricio; caminan por el puente de Brooklyn; visitan el Bronx y en Manhattan van al Madison Square Garden; allí encontraron un afiche de Alexis Arguello; montaron en el ferry de Staten Island a Manhattan y pasaron muy cerca de la estatua de la Libertad.
Fueron dos semanas de caminata y mucha comilona de pizza, hamburguesas, perros calientes y comida hispana, en especial comida colombiana y centroamericana. Por primera vez entraron a los mega centros comerciales, compraron algunas cosas pequeñas y fueron al cine —aunque era en inglés—, pero se dieron ese gusto de comer crispetas dentro del teatro. Ellos mismos comentaban que no creían que había tanta gente tan especial en el mundo y menos personas de su región —Benedicto les ofreció todo sin que ellos tuvieran que gastar nada—, porque en el poco tiempo que llevaban, cuando hablaban con otras personas, siempre les decían cuidado con…
Benedicto escuchando la conversación, les replicaba:
—No todo es verdad y uno nunca se debe confiar. No todo mundo es malo, pero la gente es muy envidiosa; tengan cuidado con lo que dicen y a quién se lo dicen. Esta es una tierra en la que hay gente de todo el mundo con distintos intereses, por eso aquí se debe aprender a convivir respetuosamente con ellos, pues uno no sabe en qué momento los necesita o cuál es su intención. Junto a la diversidad, están las ideas y pensamientos que de una u otra manera la gente expresa como vivencia o adquiridos en su preparación personal.
»Este es un país donde el capital y el trabajo son los máximos valores. Este es un país donde ustedes pueden gastar lo que sea siempre y cuando paguen, porque aquí el más grande delito es no pagar; pero todo está hecho para gastar o ahorrar si lo desea. Eso depende de cada quien, pues hay personas que llevan muchos años viviendo aquí y viven como desamparados y otros que han logrado superarse. La diferencia la hacen la tenacidad y responsabilidad para querer ser alguien en el lugar que vive.
»En el tiempo que llevan en esta ciudad, ¿ustedes han escuchado el repique de las campanas?
Frescolo contestó:
—No.
Benedicto les dijo:
—Aquí la religión la traemos y la vivimos nosotros… Este país no es ateo, pero la expresión religiosa se acepta como una de las muchas libertades humanas; si usted no practica nada, nadie lo mira mal, porque todo lo que se ve es para vivir pegado a otras cosas, menos a la religión. La contradicción es que aquí hay muchas iglesias garajes, casas donde la gente se reúne para practicar sus creencias, muy distintas de las que ustedes y yo practicamos.
»Si ustedes no practicaban su creencia allá; aquí este aspecto, a lo mejor se va olvidando; a no ser por la nostalgia de los recuerdos en ciertos momentos del año, que ustedes vuelvan a un lugar hecho para expresar sus sentimientos religiosos.
Los muchachos se miraban unos a otros mientras escuchaban a un hombre muy generoso, que hablaba de estos temas con tanta propiedad.
Benedicto trabajaba mucho toda la semana, pues casi todos los días hacia horas extras; salía muy temprano en la mañana y regresaba bien tarde en la noche. Ninguno: la esposa e hijos y los jóvenes podían compartir con él de lunes a sábado, solo el domingo, el único día libre que tenía. Ellos —con el poco dinero que tenían— salían a los alrededores de la ciudad, conocían el vecindario, compraban sus cosas personales y se iban formando una idea de la vida en los Estados Unidos. Como tenían tiempo, cuando salían todas las mañanas, veían muchos hombres de todas las edades, parados en las esquinas de la avenida principal como esperando por alguien.
Benedicto les comentó que eran los indocumentados, quienes normalmente no podían trabajar en compañías por falta de documentos legales de este país. Estas personas salían a las calles a esperar que algún contratista de construcción u otra actividad los llamara para trabajar ese día.
—Este fenómeno es cada vez más frecuente y va en aumento la cantidad de personas que necesitan trabajar. Todo aquí es una lucha que se debe renovar cada día. Esto es lo que los espera a ustedes, aunque yo tengo un amigo que los puede emplear. Pero les repito, es Dios y suerte tener estabilidad laboral cuando no se tiene la tarjeta verde —les dijo Benedicto.
—Uno de estos días de otoño en que las hojas de los árboles cambian su verde por otros más dorados y el viento las tumba, salimos a caminar —cuenta Expósito—. Nos bajamos desde la noventa y resultamos en Jersey City. Mientras caminábamos a un buen ritmo, veíamos gente de todas las nacionalidades esperando por su trabajo del día. Empezamos a pensar en serio sobre nuestra realidad como indocumentados; encontramos un escaño en un parque de la calle primera, donde nos sentamos, fueron unos ochenta minutos de caminata, y dejamos que nuestra imaginación empezara a volar sobre lo que podríamos hacer en el evento que nos tocara pararnos en la calle a esperar lo mismo que ellos, pues a decir verdad, jamás trabajamos en algo serio en nuestro país; es decir, no sabemos hacer nada.
»Estábamos hablando sobre nuestro futuro, cuando apareció un señor que nos preguntó si queríamos trabajar. El señor tenía apariencia americana, para ser más precisos, parecía italiano, pero hablaba español sin acento. Era de mediana estatura, de piel blanca, con bigote, nariz aguileña y gordo.
Frescolo narra:
—Nosotros nos miramos unos a otros y sin pensarlo dijimos que sí, pero le preguntamos por el tipo de trabajo. El estaba montado en una camioneta estilo pick up, pero al escuchar nuestra respuesta se bajó, nos dio la mano y nos dijo el nombre: Palomeque Legno. Nosotros nos presentamos. Estábamos nerviosos, era la primera vez que un particular nos llamaba la atención y además nos ofrecía trabajo a todos.
El se rio y dijo:
—No se asusten, necesito a los cuatro para que me cuiden un depósito de madera que se llama: Maderas el Legno. El lugar no está lejos de aquí y si no tienen donde dormir, yo tengo un apartamento dotado con cocina y dormitorios, en el cual ustedes pueden vivir.
Casimiro le dijo:
—Don Palomeque, ninguno de nosotros habla inglés.
Palomeque, riéndose les respondió:
—Acaso en qué idioma les he hablado —le golpea el hombre a Casimiro.
Cerca había una panadería, les dijo: vengan tomamos refrescos. Se fueron los cinco y ahí se tomaron el primer refresco ofrecido por alguien distinto a los amigos. Mientras compartían, Palomeque les dijo:
—Yo soy de origen italiano, pero me casé con una colombiana hace ya muchos años y con ella aprendí, creo, un excelente español. Ustedes no van a tener problema para poder desarrollar su trabajo porque yo los voy a entrenar en el idioma de Cervantes, y con el tiempo van aprendiendo el de Shakespeare.
»Les voy a pagar un dólar más por hora y no les cobro por vivir en el apartamento; pero quiero a los cuatro. El sábado trabajan medio día, pero reciben el salario del día completo. El día libre es el domingo. La única condición es cuidar el depósito día y noche. La razón de buscarlos a los cuatro es porque veo que ustedes son familiares o de la misma región, entonces se pueden ayudar y a mí me gusta la armonía, especialmente en el trabajo. Todos ganamos aquí. ¡Ustedes deciden!
Cada uno de los jóvenes aceptó la propuesta, pero coincidieron en decirle a Palomeque que les dejara el resto de la semana libre y empezaban el lunes siguiente. Casimiro le comentó que el familiar Benedicto les había dicho que les iba a conseguir trabajo a todos en construcción, por eso ellos le comentaban sus planes para empezar bien, en el nombre de Dios.
Rebolledo le dijo:
—Don Palomeque, necesitamos comprar una ropa para el frío, porque estamos recién llegados y vamos a usar estos días para eso.
Escuchando esto, Palomeque les preguntó:
—¿Tienen ustedes tiempo ahora?
Rebolledo, mirando a los otros, respondió:
—Sí, señor.
—Yo sé un lugar donde se consigue ropa buena y barata y no está muy lejos de aquí. Móntense en la camioneta y vamos…
Seacacus estaba a cinco minutos de donde ellos se encontraban. Ahí entraron a un depósito de pantalones y chaquetas. El le compró a cada uno una muda complete de ropa, menos calzado.
Ellos tenían un dinero, aprovecharon y compraron las botas y otra ropa que les faltaba. El mismo señor los regresó a la casa, les dio el número telefónico y una tarjeta con la dirección del trabajo y les dijo:
—Ustedes han hablado con una persona seria y siento que yo estoy hablando con jóvenes muy responsables, así que el próximo lunes a las siete los espero.
Todos se despidieron de mano y abrazo; los jóvenes estaban muy agradecidos y así se lo hicieron notar al señor Legno y él también estaba muy contento, porque con ellos, recordó su llegada a este país y las atenciones de sus amigos para con toda su familia.
Ese sábado en la tarde cuando regresó Benedicto a casa, Frescolo lo invitó a cenar junto con toda la familia. El aceptó pues ellos le habían dicho que sí podían hacer ese gasto. Todos fueron a un restaurante salvadoreño. Mientras comían, Rebolledo le contó a Benedicto la experiencia con Palomeque. El se puso muy feliz y le pidió el número telefónico para hablar con el señor Legno. Benedicto, solo puso una condición al trato que habían hecho los muchachos con el empleador, que no se fueran de la casa al mismo tiempo, sino que por un mes se rotaran dos por semana, para que todos aprendieran no solo el trabajo, sino también a comprar las cosas para la comida y a organizar el apartamento. Esta idea la supo Palomeque y le encantó, tanto que acordó con Benedicto que este fuera el mentor de los muchachos.
El domingo, Benedicto los llevó en la camioneta al depósito, les mostró las paradas de los buses para que el lunes todos estuvieran a tiempo en su trabajo. Precisamente el lunes, los muchachos llegaron faltando cinco para las siete de la mañana, se bajaron y frente al portón estaba Palomeque esperándolos junto a otros empleados. El los recibió, les dio una identificación para que cargaran dentro del lugar de trabajo; cada uno recibió la dotación: botas, correa especial, overall y un casco. Cada uno se vistió con su uniforme y cuando regresaron a donde estaba el resto, el señor Legno les tomó una foto y les ofreció café mientras les explicaba sus responsabilidades dentro del depósito.
Antes de llevarlos a donde estaba la madera, Palomeque los llevó al apartamento. Cada uno recibió una llave. Les mostró la cocina, los baños, la sala, los dormitorios; todo estaba limpio. El les dijo:
—Así como les entrego este lugar, espero ustedes hagan lo mismo el día que se vayan. Aquí está la vajilla, las ollas, los cubiertos, la nevera, la cafetera, la estufa, todas en buen estado.
En la medida en que les mostraba las cosas, las prendía para que ellos vieran que en verdad servían. Yendo hacia la sala, les mostró el equipo de sonido y el TV. Luego los llevó a los cuatro dormitorios dotados con camas, chifonieres y suficientes tendidos para que cambiaran la decoración en cada cuarto. Los llevó a los baños bien enchapados y limpios. Además, el apartamento tenía una despensa y cuarto de ropas donde estaban la lavadora y la secadora.
El les explicó cómo usar estos aparatos. Ellos —que nunca habían tenido nada de esto— estaban maravillados y solo atinaron a decir:
—Gracias don Palomeque.
Cada quien eligió su recámara y Rebolledo le preguntó al señor Legno si Benedicto podía ir al apartamento. El le contestó que por supuesto, especialmente los fines de semana, pero tajantemente nadie más a ninguna hora y les señaló las cámaras de seguridad. Ahora si todos bajan al depósito.
Palomeque los puso a entrenar en un levanta carga y ahí se gastaron medio día. Cada día, la primera hora era de entrenamiento que duró tres semanas. Los muchachos estaban contentos porque el trabajo era su entretenimiento y, aunque era duro y pesado, ellos cumplían órdenes y hacían lo que les mandaban.
Ninguno de los cuatro sabía cocinar y menos usar los electrodomésticos —tres de ellos no tenían nada de esto en casa—, por eso la primera semana que vivieron en su nueva casa, compraron la comida y los que regresaban a casa de Benedicto le ayudaban a cocinar a la señora y así aprendían a preparar tanto el desayuno como la comida. Ese entrenamiento fue muy efectivo porque los cuatro aprendieron a preparar las cosas básicas, hecho que no solo les permitió ahorrar dinero, sino ser más competentes en la cocina. Lo mismo sucedió con el aseo del apartamento porque Palomeque subía cualquier día de la semana a revisar todo en el domicilio de estos cuatro jóvenes.
Los jóvenes se sintieron más alegres cuando semanalmente recibían cerca de $300 y no pagaban arriendo, solo la comida que ellos mismos preparaban. Lo primero que compraron fue una grabadora y un celular —tan grande que debían cargar en una maleta— como parte de esos gustos que nunca se hubieran podido dar si se hubiesen quedado allá. No tenían tantos conocidos, pero todos los días llamaban a Francisco y Benedicto. También empezaron a comprar juegos electrónicos para entretenerse en sus ratos de descanso. Después del trabajo, pasaban mirando TV y jugando Nintendo, tanto que muchas veces se les quemaban las ollas en las que estaban preparando la comida. Todos tomaban cerveza; a medida que se afianzaban en el trabajo, compraban su caja de cerveza y se la tomaban mientras buscaban los canales hispanos para ver sus programas favoritos: fútbol y