La vida en poesía
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La vida en poesía - María Dinely Pezoa
María Dinely Pezoa L.
La vida en poesía
© Copyright 2012, by María Dinely Pezoa
Primera edición digital: Marzo 2015
Colección Poeta Carmen Berenguer
Director: Máximo G. Sáez
www.magoeditores.cl
Registro de Propiedad Intelectual Nº 215.106
ISBN: 978-956-317-156-3
Diseño y diagramación: Freddy Cáceres O.
Lectura y revisión: María Jesús Blanche S.
Edición electrónica: Sergio Cruz
Derechos Reservados
A la memoria de Daniel, fiel amante de las más profundas costumbres e idiosincrasia del hombre nacido en esta tierra. De la cepa huasa abrazó los valores del trabajo, esfuerzo y perseverancia, sumada a su hospitalidad, entrega y alegría de vivir, hicieron un modelo para replicar y admirar. Agradeciendo su carga genética le dedico estas humildes letras.
Mi amiga Elba
En nuestra zona central,
en la tierra donde nació O’Higgins
donde el frío de invierno,
y el calor de verano, es intenso.
Más acá,
en el camino que mira a la cordillera,
en la tierra donde nació Violeta,
de ripio, de árboles, de color y belleza,
que continúa y sigue,
y que terminar en el cielo pareciera.
En el pueblo de Alico,
en la calle principal, la que sigue al cerro,
en una casa blanca, con ventanas grandes
y de protecciones de madera,
en un pasillo largo, al fondo a la derecha,
toqué la puerta y apareció ella,
tenía la edad de las madres,
a la que se le roban los hijos,
de estatura pequeña,
de contextura media,
el pelo corto y del color del trigo en cosecha,
y los ojos del color del cielo en primavera,
ella, se llamaba Elba.
Muchas tardes muchos tecitos,
y largas conversaciones.
Cómo olvidar su carita alegre,
su risa de niña pequeña y
sus grandes ojos celestes,
que destacaban en su carita
blanca como la nieve,
la misma que tenías al frente.
La recuerdo sentada al lado de la salamandra,
o de la cocina a leña,
siempre algo haciendo,
tejiendo, bordando o cosiendo,
y siempre conversando y sonriendo,
con un temblor suave de sus manos
que ya le empezaba a molestar.
Amiga generosa, trabajadora y honesta
como toda mujer de nuestra tierra.
Cómo olvidar su rico pan amasado,
sus tomates con vinagre, los huevos con color,
sus charquicanes y sus cazuelas.
Siempre cocinaba un plato más
para quien deseara o para el que no tuviera,
que siempre resultaba ser yo,
las puertas de su casa siempre estaban abiertas.
Qué gran corazón tenía mi amiga Elba.
Los domingos en misa nos encontrábamos
en esa gran iglesia de piedra,
frente a la plaza, esperaba,
buscaba su figura pequeña,
luego de saludarnos siempre me invitabas
y nos íbamos caminando,
con sus largos y lentos pasos.
Muchos paseos y muchas conversaciones.
Sabía tantas cosas,
las que enseña la vida
y que yo a pesar de muchos años de estudios,
de universidad y de mil libros, no sabía.
Qué sabia era mi amiga Elba.
Recuerdo que una vez discutimos por una tontera,
me mandó de regalo una gallina muerta.
No pensábamos igual pero siempre
nos poníamos a la buena.
Era tan fácil quererla
y tan difícil olvidarla.
La quise a ella y a toda su familia
su esposo, sus hijos,
hermanos y sobrinos.
Sus hermanas todas iguales,
hermosas, alegres, cariñosas y sinceras.
Todas de la misma cepa.
Pasaron los años,
tantos como los dedos de una mano.
Mi destinación había terminado.
Y la hora de partir lejos había empezado.
Me fui
ni recuerdo bien si me despedí
pero estaba ahí en mi corazón y en mi tierra,
sabiendo de ella seguí,
y del parkinson que por su personalidad
cada vez más se apoderaba de ella.
Yo, ya estaba aquí.
En esta gran ciudad
que poco tiempo deja.
De lo difícil que es trabajar
y un posgrado estudiar,
no hubo a nada lugar,
el escaso o poco tiempo,
lo dejé para ver a mi familia.
Para ver a mis padres, hermanos,
abuelos y tíos.
La familia primero los amigos después.
Y así fue.
Pasó mucho tiempo
y siempre, después la iré a ver,
este fin de semana viajaré,
pero me faltó el tiempo,
para las vacaciones lo haré,
el cansancio no me dejó,
será el otro fin de semana,
será mañana,
será después.
En esta metrópoli donde el consumismo impera,
la imagen manda,
donde todos competimos por tonteras.
Se me olvidó lo importante,
y no tuve tiempo para mi amiga Elba.
De ella noticias tenía,
que se acababa cada día,
que vestirse no podía,
que en las escaleras se caía,
que por días enteros con sedantes dormía,
que nada hacer podía,
y que mucho sufría.
Ni aun así no tuve el tiempo para ti.
Había perdido el corazón y cuenta no me di.
Supe que los medicamentos fuertes
Una arritmia cardiaca le producían.
¡Eso no espera!
El viernes cuando termine mi día,
Viajaría.
Pero el jueves, estando en clases,
Una llamada en la mañana recibiría
Y de su muerte, me informaría...
No, no, no podía...
...yo el sábado la vería,
no puedo decir cuánto me dolió.
Pero han pasado los años,
tantos como los dedos de una mano,
y todavía
me duele,
me duele no verla,
me duele no haberme despedido,
me duele la ingratitud
me duele no haberle dicho
frente a sus ojitos azules y sonrientes
gracias por todo,
gracias por su amistad.
...gracias amiga mía.
Dejé todo botado y viajé a decirle adiós
Pero era tarde y ya no la vería.
Recuerdo bien aquel día.
Un pantalón de cuero, un suéter negro,
y zapatos de tacones altos, yo vestía.
Estaba muy delgada, pálida, de pelo corto y húmedo.
Así me sentía.
Compré un ramo de flores,
del mismo color de su pelo,
lo subí al auto y viajé.
Después de manejar tantas horas,
tantas como los dedos de una mano,
llegué.
En una capilla al lado de una iglesia
frente a la plaza de San Carlos,
la encontré,
...era muy tarde,
en un cajón detrás del vidrio,
la vería...
...su cara,
la misma carita de niña grande,
...sin poder ver ya sus ojos azules,
ella dormía...
mucha pena, mucho dolor,
parada frente a ella,
temblaba de rabia y de tristeza.
Tenía