El camino de Buenos Aires: La trata de blancas
Por Albert Londres
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Albert Londres nació en 1884, en Vichy, y comenzó su carrera como periodista en los años previos a la Primera Guerra Mundial. Así, se convirtió en corresponsal de guerra hasta el fin de los combates. Luego continuó viajando por el mundo y cubrió múltiples acontecimientos de la historia del siglo XX. Es considerado uno de los máximos precursores franceses del periodismo de investigación. Murió el 16 de mayo de 1932 en el incendio del barco Philippar.
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El camino de Buenos Aires - Albert Londres
Albert Londres
El camino de Buenos Aires
La trata de blancas
Traducción y prólogo de
Alejandrina Falcón
Traducción: Alejandrina Falcón
© 2022. Senda florida
España
ISBN 978-84-19596-13-0
Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento, sin la autorización previa de la editorial o de los titulares de los derechos.
Impreso en España / Printed in Spain
Índice
Prólogoa la presente traducción | 6
I. Donde descubro el caminode Buenos Aires | 19
II. Los pasajeros de Bilbao | 29
III. Llegada | 37
IV. En busca de los hombresdel Milieu | 45
V. Vacabana, alias el Moro | 53
VI. Víctor el Victoriosocomienza su relato | 60
VII. Víctor el Victoriosocontinúa su relato | 68
VIII. Víctor el Victoriosoconcluye su relato | 75
IX. Franchutas | 82
X. El principado de los marginales | 88
XI. Moune | 95
XII. Casa Francesa | 102
XIII. El oficio de proxeneta | 110
XIV. Lo que las mujeres piensande estos hombres | 118
XV. Donde hago de rufián queriendo hacer de apóstol | 120
XVI. Donde la policía estafa al rufián | 128
XVII. Polacos | 135
XVIII. La Boca | 142
XIX. En el campo | 149
XX. Una victoria | 154
XXI. Dos pesos falsos | 159
XXII. Actas | 165
XXIII. Aunque hubiera una sola | 170
XXIV. Señor pastor | 174
XXV. Amargas declaracionesde un veterano duranteuna velada íntima | 176
XXVI. La espera | 184
XXVII. El criollo | 188
XXVIII. La responsabilidad es nuestra | 194
Prólogo
a la presente traducción
Uno de los corresponsales más famosos de la prensa francesa de principios de siglo xx, Albert Londres, viajó de incógnito a la Argentina en el año 1927 para llevar adelante una investigación sobre la trata de blancas. El camino de Buenos Aires, fruto de esa investigación, fue publicado en París durante el mes de marzo de ese mismo año y recibido como un acontecimiento. Ochenta años después de su primera edición en francés, esta crónica aún constituye una referencia obligada para todos aquellos que se interesan en la historia de la prostitución y el tema de la trata de blancas en las primeras décadas del siglo XX.
Pero El camino de Buenos Aires es mucho más que una crónica ocurrente –como se lo ha querido leer en ciertos casos– o el relato sin consecuencias de un viaje por el paraíso de los rufianes
franceses, polacos y criollos: constituye un testimonio polémico sobre la Argentina inmigratoria y reglamentarista en materia de prostitución, así como un precioso documento sobre el circuito internacional del hampa francesa a fines de la década del veinte.
Ahora bien, ¿por qué volver a traducir El camino de Buenos Aires? Porque, pese a su relativa fama, pese a su valor testimonial y su indiscutible actualidad, esta obra se ha vuelto inhallable: su escasa o nula circulación debe ser lamentada y reparada. Nuestra voluntad ha sido rescatar este testimonio, destacar su controvertida singularidad y evitar que el texto en que ha sido plasmado pierda vigencia. Así pues, con esta nueva traducción nos propusimos que El camino de Buenos Aires pueda ser transitado por nuevos lectores y que asimismo esté definitivamente al alcance de aquellos que ya lo han recorrido.
El príncipe de los periodistas
Si bien El camino de Buenos Aires ha tenido cierta circulación entre los lectores hispanoamericanos, poco se ha dicho de su autor y de su vasta obra. Albert Londres fue un periodista sumamente prolífico, innovador y activo. Aún hoy encarna uno de los máximos referentes del periodismo de entreguerras; como tal, ha dejado una infinidad de crónicas, muchas de las cuales fueron recopiladas en formato libro, publicadas en su momento y reeditadas en estos últimos años.
Albert Londres nació a fines del siglo XIX, en el año 1884, en Vichy. A los diecisiete años, es enviado a Lyon, ciudad burguesa donde a su pesar se desempeña como contable en la Compañía Asturiana de Minas. Sin embargo, al caer la noche, en las tabernas de la ciudad vieja, Londres olvida sus ocupaciones diurnas; allí, entre humo y alcoholes, se entrega a una vida bohemia, frecuenta jóvenes con aspiraciones literarias, escribe versos. Quiere ser poeta. Más tarde incluso asistirá al salón parisino del parnasiano más escarnecido por los simbolistas franceses, François Coppée (1842-1908), y publicará algunos poemarios. A los veinte años se instala en París. Pero la vida en la capital es tan dura, la pobreza tan grande, que su compañera enferma y muere. El futuro gran hombre debió hacerse cargo solo de su futura biógrafa: la pequeña Florise¹.
Londres comienza su carrera como periodista en los años previos a la Gran Guerra. Entre 1904 y 1910, circula por las redacciones de algunos diarios menores, hasta que se incorpora como cronista parlamentario en Le Matin, uno de los cuatro periódicos franceses más importantes del período de la preguerra. Sin embargo, su primera nota firmada data del 21 de septiembre del año 1914: enviado a cubrir el ataque alemán a la ciudad de Reims, Albert Londres arriesgará la vida para entregar a tiempo su nota sobre el bombardeo de la ciudad y la destrucción parcial de la catedral mártir
, Notre-Dame de Reims. A la mañana siguiente, toda Francia podía leer el drama en papel y apreciar un estilo cuya novedosa rúbrica muy pronto le resultaría familiar.
Así comienza su largo periplo como corresponsal de guerra. Se hará presente, junto con otros periodistas relevantes del período, en todos los frentes hasta el fin de los combates. Sus crónicas se leerán en todo el país. Escribirá para varios periódicos, entre ellos Le Petit Journal, Le Quotidien y Le Petit Parisien. Cuando la guerra acabe, Londres seguirá viajando por el mundo para llevar a cabo investigaciones de índoles diversas, pero con una meta común: meter la pluma en la llaga
y ver lo que nadie quiere ver
.
A su manera tan particular, Albert Londres cubrió múltiples acontecimientos de la historia del siglo XX: la conquista de la ciudad yugoslava de Fiume por el poeta D’Annunzio, la Revolución Rusa, los conflictos de la República China; denunció las condiciones inhumanas a que estaban sometidos los ciclistas del Tour de France, el escándalo de los presidios de la Guayana francesa, los batallones disciplinarios de África del Norte; mostró el funcionamiento de los psiquiátricos de Francia, la evasión del presidiario Dieudonné, la trata de negros en las colonias francesas del África; fue tras los pasos de los pescadores de perlas de Djibouti y de los terroristas en los Balcanes; acompañó al pueblo judío en su diáspora y apoyó el proyecto sionista; investigó a los rufianes franceses en Buenos Aires...
Algunas de estas investigaciones han tenido importantes repercusiones judiciales y políticas, tales como la supresión del sistema de doublage
en el presidio de Cayena², la rehabilitación del anarquista Dieudonné –condenado sin pruebas a los trabajos forzados en el presidio de la Guayana francesa–, y aun la revisión del sistema esclavista instaurado en las colonias francesas del norte de África.
Por todos estos motivos, Londres es considerado uno de los máximos precursores franceses del periodismo de investigación
. Sus crónicas, signadas por la subjetividad del punto de vista, generalmente narradas en primera persona, se caracterizan por una fuerte toma de posición, que ha suscitado tantas adhesiones como rechazos. Para muchos, Londres es un verdadero mito
, una figura admirable, un modelo de compromiso con la realidad. Pero ha sido, asimismo, modelo de personajes de ficción quizá tanto o más míticos que él, como el popular Tintín, del historietista belga Hergé.
La muerte de Albert Londres se produjo el 16 de mayo del año 1932 en el incendio del George Philippar, el barco que lo traía de China. Las circunstancias de su muerte son oscuras, se ha llegado a decir que fue víctima de un atentado. Al respecto, se han barajado miles de hipótesis y evaluado diversos culpables: traficantes de heroína, contrabandistas de armas, fascistas, bolcheviques... Lo cierto es que murió intentando rescatar de su camarote documentos reveladores, manuscritos y notas tomadas para una investigación cuyo objeto nunca fue revelado. El mar o el fuego sepultaron para siempre este secreto, así como el cuerpo del gran periodista y viajero.
Al conocerse la noticia de su desaparición, la prensa francesa despidió con honores al colega. El Gobierno, a través del ministro de Guerra, honró su memoria. Pero, entre todas esas voces más o menos oficiales, un homenaje tan sorprendente como inesperado da cuenta del amplio espectro de simpatías que Albert Londres supo suscitar: el periódico Le Libertaire, órgano de la federación anarquista, encomia a aquel que en toda su carrera, no exenta de quijotismo, [...] no ha sido deferente con aquellos que gobiernan o definen el destino de la economía, ni dócil a las órdenes y consignas [...] de los poderes establecidos
³.
La trata de blancas y el Milieu
Ahora bien, ¿cuál es el contexto de esta crónica? Podría decirse que El camino de Buenos Aires reconstituye paso a paso la sórdida trama de un aspecto a menudo olvidado, o quizá poco conocido, de la inmigración hacia fines del siglo XIX y principios del XX: el tráfico y la explotación sexual de mujeres europeas, en este caso francesas –llamadas franchutas–, reclutadas en los sectores más pobres de la población, rescatadas de la miseria por sus futuros explotadores, y luego arrojadas a una nueva forma de esclavitud y marginalidad en países lejanos donde el negocio de la prostitución a menudo se desarrollaba al amparo de la ley.
En efecto, en la mayoría de los países implicados en la trata, entre 1875 y mediados del siglo XX, el reglamentarismo era la política estatal dominante en materia de prostitución, es decir que se la consideraba un mal necesario
al que era conveniente tolerar, encauzar, controlar y organizar, una suerte de servicio público
sometido a reglas: delimitación de zonas prostibularias, registro compulsivo de las prostitutas y fichas policiales, controles médicos obligatorios de las mujeres explotadas, ordenanzas varias. La prostitución se ejercía bajo el control de la policía y de los municipios. El proxenetismo era, cuando no reconocido, tácitamente aceptado. Esta política oficial, que por entonces regía tanto en Francia como en Argentina, favorecía la trata de blancas. Según el historiador Jacques Solé, el comercio de mujeres en Francia había existido desde siempre, más o menos restringido a los límites del territorio nacional
, y se vinculaba directamente con el funcionamiento de dicho sistema reglamentarista⁴. Lo novedoso radicaba, entonces, en las dimensiones internacionales que la trata había adquirido a partir de fines del siglo XIX. Así, el tema de la trata de blancas comenzó a preocupar a Europa al punto de convertirse en una verdadera obsesión.
Aquello que el texto de Albert Londres pone en escena es precisamente un capítulo de la internacionalización de este fenómeno, el cual en términos generales estaría vinculado con las grandes corrientes de migraciones europeas iniciadas a fines del siglo XIX y en especial con la revolución de los transportes, que permitía mayor movilidad de las personas traficadas y ampliaba el mercado de la prostitución. Los traficantes franceses alimentaban las redes de prostitución de los países vecinos, como Bélgica, Holanda, pero también Rusia y luego Egipto, entre otros centros. Por supuesto, no tardaron en descubrir el mercado americano. Y, en Sudamérica, en especial en la Argentina, los proxenetas franceses competían con las redes provenientes de Europa Oriental, dominadas en particular por judíos polacos. El accionar de la famosa Sociedad Israelita de Socorros Mutuos Varsovia
, luego rebautizada Swi Migdal
, constituye un capítulo aparte en la historia de la prostitución en la Argentina⁵. Y, por cierto, ha tenido mayor repercusión y ha sido mucho más investigada que la actuación de los hombres del Milieu, organización no jerárquica constituida por marginales y delincuentes franceses.
En este sentido, Donna J. Guy, autora de una importante investigación sobre la prostitución en Buenos Aires, critica duramente a nuestro periodista: A pesar de los informes de Londres, o más probablemente por sus tendencias chauvinistas y tolerantes, el papel de los franceses en la trata de blancas raras veces fue tan condenado como el de los traficantes judíos
⁶. Sin embargo, pese a las certeras críticas de Donna Guy y en virtud de la gran cantidad de información que esta crónica contiene sobre los movimientos internacionales de los rufianes franceses, consideramos que El camino de Buenos Aires puede leerse exactamente como una historia del Milieu. Más aun, como un momento específico de su desarrollo, a saber, aquel que va del fin de la Primera Guerra a principios de la Segunda, y que se caracteriza, según Jérôme Pierrat, por revolucionar el ambiente de los bandidos, ladrones y rufianes franceses de toda clase⁷.
Ahora bien, ¿qué es exactamente el Milieu? El Milieu es la suma de los círculos de marginales franceses vinculados con todas las formas del crimen. No sólo el negocio de la prostitución. Un rasgo interesante –para pensar con relación a las organizaciones mafiosas de judíos polacos en Argentina– es su carácter no jerárquico. Dice Jérôme Pierrat, autor de Une histoire du Milieu: "Ni padrinos ni Mafia, el truhán francés es independiente. Lejos del fantasma de un crimen organizado piramidal, el Milieu es una comunidad de hombres que se reconocen. Hombres que siguieron el mismo camino, aquel que conduce a la cárcel, a la morgue y, a veces, a la cima, por la fuerza de las armas. El jefe de banda