Encuentro apasionado
Por Sandra Marton
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Nadie sabía quién era el padre del hijo de Carin, ya que ella había conseguido mantener el secreto durante todo el embarazo... Pero en el parto se le escapó un nombre: ¡Raphael Alvares!
El multimillonario brasileño acudió inmediatamente al lado de Carin. ¿Lo hizo porque su honor le obligaba a dar su nombre al niño, o acaso aquella única noche de pasión lo había hecho desear convertir a Carin en su esposa?
Sandra Marton
Sandra Marton is a USA Todday Bestselling Author. A four-time finalist for the RITA, the coveted award given by Romance Writers of America, she's also won eight Romantic Times Reviewers’ Choice Awards, the Holt Medallion, and Romantic Times’ Career Achievement Award. Sandra's heroes are powerful, sexy, take-charge men who think they have it all--until that one special woman comes along. Stand back, because together they're bound to set the world on fire.
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Encuentro apasionado - Sandra Marton
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2001 Sandra Marton
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Encuentro apasionado, n.º 359 - octubre 2022
Título original: The Alvares Bride
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com
I.S.B.N.: 978-84-1141-057-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
Ciudad de Nueva York
Sábado, 4 de mayo
CARIN Brewster aferró la mano de su hermana y se preguntó cómo diablos había conseguido sobrevivir la humanidad, si cada mujer que había tenido un hijo había pasado por semejante agonía.
Gimió cuando otra contracción le sacudió el cuerpo.
—Eso es —dijo Amanda Brewster al Rashid—. Empuja, Carin. ¡Empuja!
—Estoy… empujando —jadeó.
—Mamá viene de camino. Llegaré de un momento a otro.
—Estupendo —Carin se mordió el labio—. Podrá decirme que conoce la forma correcta de… ¡ohhhh, Dios!
—Oh, cariño —Amanda se acercó—. ¿No crees que ya es hora de que me digas quién…?
—¡No!
—¡No te entiendo, Carin! Es el padre de tu hijo.
—No… lo… necesito.
—¡Pero tiene derecho a saber lo que pasa!
—No… tiene… ningún… derecho.
Carin hizo una mueca de dolor. ¿Qué derechos tenía un hombre cuando casi era un desconocido? Ninguno. Algunas de las decisiones que había tomado en los últimos meses habían sido difíciles. Si se quedaba con el bebé, si pedía ayuda a su familia. Pero decidir no contarle a Rafe Alvares que la había dejado embarazada había sido fácil. Carin le importaba un bledo; ¿por qué iba a querer saberlo? ¿Por qué un hombre que había pasado una hora en su cama y que nunca había intentado ponerse en contacto con ella querría saber que iba a ser padre?
La contracción pasó. Cayó sobre la almohada.
—Él no es importante. El bebé es mío. Soy todo lo que necesitará. Solo… —gimió y volvió a arquearse—… solo yo.
—Es una locura —Amanda secó la frente de su hermana con una toalla fría—. Por favor, dime su nombre. Deja que lo llame. ¿Es Frank?
—¡No! —apretó la mano de Amanda con más fuerza—. No es Frank. Y no voy a contarte nada más. Mandy, dijiste que no lo harías. Lo prometiste. Dijiste…
—¿Señora al Rashid? Discúlpeme, por favor, pero he de hablar con su hermana.
Carin giró la cabeza. El sudor había caído en sus ojos y tenía la visión borrosa, pero pudo ver que Amanda retrocedía para hacerle espacio al doctor Ronald.
Se sentó junto a ella y le tomó la mano.
—¿Cómo lo lleva, Carin?
—Estoy… —titubeó—. Estoy bien.
—Es usted dura —sonrió—, no cabe duda. Pero creemos que ya ha pasado por esto el tiempo suficiente.
—Intente decírselo a mi bebé —logró esbozar una sonrisa débil.
—Es exactamente lo que voy a hacer. Hemos tomado la decisión de llevarla al paritorio a traer a este bebé al mundo. ¿Qué le parece?
—Le hará daño a… —otra contracción se apoderó de su cuerpo. Gimió y el doctor le apretó la mano.
—No. Todo lo contrario. Les ahorrará energía a los dos. Es lo mejor que se puede hacer, se lo prometo —se puso de pie y se apartó a un lado cuando dos enfermeros de blanco se acercaron a la cama.
—No se preocupe, señora —dijo uno de ellos—. Antes de que se dé cuenta, tendrá en brazos a ese bebé.
«No soy una señora», pensó Carin, pero a partir de ese momento todo cobró una gran velocidad. Unas manos gentiles la alzaron; Amanda avanzó a su lado mientras empujaban la camilla por el pasillo. Por delante se abrieron dos puertas y su hermana se agachó y le dio un beso en la frente húmeda.
—Te quiero, hermana.
—Yo también —entonces la empujaron por la puerta a una habitación blanca, donde contempló una luz tan brillante como el sol.
—Relájese, señorita Brewster —le pidió una voz, y de repente sintió una sensación ardiente en el brazo cuando le introdujeron la aguja del goteo.
—Aquí vamos —dijo el doctor.
Pasaron minutos, o quizá una hora; Carin no lo supo. Flotaba a la deriva en un mar de nubes mientras esperaba oír el sonido del llanto de su bebé, pero solo oyó la voz del doctor que ordenaba unos números y exigía cinco unidades de sangre.
Se obligó a abrir los ojos. En ese momento la luz era cegadora. Una enfermera se inclinó sobre ella y Carin trató de hablar, porque de pronto quiso que alguien supiera lo que había pasado, que su bebé tenía padre, que no podía olvidarlo a él ni la hora que había pasado en sus brazos…
Y entonces todo se fundió en negro y cayó por un túnel profundo, y de repente fue una calurosa noche de agosto en vez de una cálida mañana de primavera. Se encontraba en Espada, no en el hospital, y su vida estaba a punto de cambiar para siempre…
Era alto y atractivo, y había estado observándola desde el instante en que entró en la habitación.
Carin pensó que debía ser Raphael Alvares, pero ella lo había apodado «El Latin Lover» cuando Amanda había hecho lo indecible para convencerla de que tenía que conocerlo.
—Es un amigo de Nick, y ha venido a comprarle unos caballos a Jonas —le había contado Amanda mientras estaba en la habitación de invitados observando a Carin peinarse el pelo largo y oscuro—. Y, desde luego, mamá lo invitó a pasar el fin de semana —sonrió.
Suspiró resignada, aunque no era una sorpresa. Debería haber imaginado que su madre no abandonaría la idea de casar a las dos hijas solteras que le quedaban. Samantha se hallaba fuera de alcance en un viaje por Europa, lo cual dejaba a Marta libre para concentrar todos sus esfuerzos en Carin, a pesar de que esta había jurado que nunca más tendría algo que ver con un hombre, aunque eso tampoco habría detenido a Marta.
—Es magnífico —alabó Amanda—, y rico. Es algo especial, aunque no tanto como mi Nicholas.
—Que suerte tiene —repuso Carin con cortesía.
—Se llama Raphael Alvares. ¿No te parece sexy? Es brasileño —había añadido Amanda.
Carin casi había esperado que su hermana la llevara a rastras a conocerlo, pero al parecer, Amanda se había decidido por un enfoque más sutil.
En vez de indicarle a Carin quién era Raphael Alvares, había hecho lo opuesto.
Eso es lo que creyó, porque el hombre que debía ser el senhor de Brasil no dejaba de mirarla. De vez en cuando sonreía, como en ese momento. Ella le devolvió el gesto, porque era lo más educado, pero no era su tipo. De hecho, ningún hombre era ya su tipo.
Se llevó la copa de vino a los labios y bebió para no tener que seguir sonriendo cuando era lo último que deseaba hacer; le dio la espalda al senhor.
El vino bajó con suavidad, quizá porque era su segunda o tercera copa. Por lo general no bebía vino tinto, pero el camarero que había visto solo llevaba vino en la bandeja que portaba.
Latin Lover volvía a mirarla. Casi podía sentir sus ojos en la nuca.
—Lleva el pelo recogido —había instado Amanda, y ella había obedecido.
Pero en ese momento sentía la nuca desnuda, lo cual era una tontería, pero había algo en el modo en que Raphael Alvares la miraba que la hacía sentir incómoda.
Bebió otro trago, ese más largo. Quería olvidar que el hombre con el que había estado saliendo los últimos seis meses había estado con una de sus mejores amigas al tiempo que salía con ella. Era algo tan tópico y triste que habría resultado bastante intrascendente… excepto por un pequeño detalle.
No solo salía con Iris, sino que se había prometido a ella. Habían fijado la fecha de la boda… y Carin iba a ser una de las damas de honor.
—No puedo creer que no conozca a tu novio —le había dicho en una ocasión a Iris, y esta, tan desconocedora de la verdad como Carin, le había explicado que viajaba mucho.
Se terminó el vino en el momento en que veía a otro camarero con una bandeja con copas, aunque esas eran de cócteles, llenas con líquidos transparentes y cebollitas o aceitunas atravesadas por espadas de plástico.
Sonrió al cambiar la copa vacía por una llena con una cebollita, pero como parecía pequeña, se pasó el bolso de noche bajo el brazo y tomó una segunda copa, esa con una aceituna.
El camarero enarcó una ceja.
—Gracias —dijo. Bebió un sorbo de la copa que contenía la cebollita—. Vaya —musitó antes de beber un segundo trago.
Era verdad. Frank había viajado mucho. Lo que ni Iris ni ella sabían era que casi todos los viajes eran entre los apartamentos de las dos. Al recordar lo ingenua, casi estúpida que había sido, estuvo a punto de reír.
Todo se había desmoronado un mes atrás. Frank debió comprender que no podría continuar mucho más tiempo con la farsa, no cuando el ensayo para la cena y los votos matrimoniales lo miraban casi a la cara. De modo que una noche la había llamado, nervioso, para decirle que tenía que verla de inmediato, que tenía algo importante que contarle.
Había bajado a la tienda de la esquina para comprar una botella de champán y meterla en la nevera. Encantada, pensó que se iba a declarar…
Pero le había dicho que estaba atrapado en una pesadilla. Le había revelado que se había prometido a otra mujer. Y mientras ella lo miraba horrorizada, tratando de asimilar la noticia, le había contado quién era esa mujer.
—Bromeas —había dicho Carin cuando al fin pudo articular una oración coherente.
Frank se había encogido de hombros y esbozado una sonrisa traviesa y tímida, y en ese momento fue cuando ella pasó de la sorpresa a los gritos. Le había tirado cosas, un jarrón, la cubitera para el champán, y él había corrido a la puerta.
Respiró hondo, se llevó la copa a los labios y se bebió medio martini.
Había sobrevivido, incluso había conseguido situar todo en perspectiva. Frank no era una gran pérdida; no quería a un hombre como ese, incapaz de ser fiel. No tenía sentido que la dominara la autocompasión. Al infierno con Frank. Iris podía quedárselo.
Todo iba bien, o casi bien, hasta que recibió una invitación para la boda junto con una nota de Iris que le pedía, con mucha educación, si le importaría pasarle el vestido de dama de honor a la chica que iba a ocupar su sitio.
Carin había roto la invitación y la nota en pedacitos, los había metido en el sobre y franqueado a la pareja feliz. Luego, porque era hora de reconocer que nunca sobreviviría sola al fin de semana de la boda, había llamado a Marta para informarle de que podría asistir a la fiesta.
—¿Con Frank? —había preguntado su madre, a lo que Carin había respondido que no.
Si en ese momento sabía más, si Amanda le había contado todo, no lo había revelado, salvo para abrazar con fuerza a Carin cuando esta llegó y susurrarle:
—De todos modos, nunca me había gustado.
Carin