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El río de Malene
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El río de Malene
Libro electrónico317 páginas5 horas

El río de Malene

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Una obra de Virtudes Guerrero en la que no dejará indiferente.
Los agradecimiento de la autora para Carmen Martínez y Clara Cid, por sus toques y pinzeladas.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 jul 2022
ISBN9788419445025
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    Sueños gratis...muy interesante y con encuentros paranormales.
    Secuestros y encuentros inteligente s.

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El río de Malene - Virtudes Guerrero Vargas

El río de Malene

Virtudes Guerrero Vargas

ISBN: 978-84-19445-02-5

1ª edición, abril de 2022.

Editorial Autografía

Calle de las Camèlies 109, 08024 Barcelona

www.autografia.es

Reservados todos los derechos.

Está prohibida la reproducción de este libro con fines comerciales sin el permiso de los autores y de la Editorial Autografía.

PRÓLOGO

Esta novela esta basada en hechos reales

y matizada con algunas pinceladas de

Fantasías.

¡Muchas niñas no han llegado a ser mujeres

y otras en cambio han quedado marcadas

Para toda la vida!

A un muchacho, el amor le llega

demasiado pronto y tampoco ha podido

enamorarse de la inocencia, quererla

Proteger.

Siempre hay un ojo invencible, que todo

lo interrumpe.

Vivir en un sueño, cuando hay un alma

que se apodera de ti,

Para vivir lo no vivido.

Todo esto y más encontrareis en este

Libro; que me he esmerado en relatar todo

lo mejor que he podido. Con un final feliz…

EL RÍO DE MALENE

Al atardecer el agua bajaba clara y tibia, el río era su inspiración. Con los pies en el agua contaba los pececillos que pasaban. Esta niña de pocos años tenía grandes inspiraciones y una inquietud de paz. Era hija de familia numerosa buscaba salir del ambiente que la rodeaba, lo encontraba entre los juncos y el agua donde pasaba desapercibida. Sus padres trabajaban y su abuela les cuidaba. Era independiente, no daba explicaciones, aparecía y desaparecía. Su hermana mayor le preguntaba que dónde había estado…

- Jugando con los niños-, contestaba ella.

No quería que nadie interrumpiera sus tardes con los peces. Por la mañana se levantaba y se sentaba en el sardinel de la puerta de su casa contando cada una de las personas que pasaban por allí. Se distraía viendo pasar el carrito del repartidor del pan. En la esquina de su calle había una churrería, el olor a churros le recordaba que tenía que desayunar e irse al colegio.

Iba a un colegio nacional en donde entraba a las nueve. Le aburría todo lo que le enseñaban en la escuela y sólo quería salir al recreo para jugar a la pelota, especialmente al balón tiro, su juego preferido. Lanzaba con tal fuerza que la profesora le preguntaba: -¿cómo es qué tienes tanta fuerza?-, ella le contestaba que no lo sabía.

Una de las tardes su hermano mayor la siguió hasta el río y, acercándose, le preguntó: -

--¿Qué haces aquí tan sola?-.

--Estoy contado las piedras y los peces-.

-¿Y pasan muchos?-, -¡

-- contestó?

-Venga vámonos a casa que aquí tan sola te puede pasar algo-.

-¡No! Vengo cada tarde desde hace mucho tiempo-.

-Va, vamos a casa, que mañana volveremos y traeremos una caña de pescar-.

A Malene se le puso la piel de gallina pensando que su hermano iba a pescar a esos peces amigos suyos.

Al día siguiente su hermano ya había preparado la caña y un escardillo para sacar los cebos de la tierra. Se pusieron de camino al río que se encontraba a dos kilómetros de su casa.

Ella pensaba en cómo decirle a su hermano que no hiciera daño a los peces y que jugaran con ellos como si los fueran a pescar y luego retiraran la caña para no coger ninguno. Como hubo un intervalo de tiempo en que Malene no decía nada su hermano preguntó:

-¿dime algo, estás muy callada?

Entonces ella le contó lo que estaba pensando.

Él le dijo: -no te preocupes hay muchos peces -.

Llegaron al río, Malene se puso a sacar lombrices de la tierra y se las iba dando. Al rato se cansó, ya había sacado para toda la tarde y se puso con los pies en el agua lejos de donde se encontraba él. El agua era tan transparente que se podía ver como se acercaba algún pez para picar. Ella aprovechaba y lanzaba una piedra. El hermano se enfadó mucho y le dijo:

— Vete para casa -.

Ella cogió el escardillo y se fue a otra parte del río donde se encontraban niños mayores que ella. Le quitaron la pala y se la tiraron al río, era muy profundo y apenas se veía el fondo. Se lanzó al agua y se zambulló. Cuando llegaba al fondo saltaba, cogía aire y volvía a hundirse, así repetidamente hasta que la encontró. Casi no sabía nadar, pero dando saltos en el agua, se pudo arrimar a los juncos de la orilla y salir. Llegó a casa totalmente empapada antes que su hermano. No dijo nada a nadie y se cambió.

Por las noches solía jugar con los amigos que vivían en la misma calle. Buscaban grillos y con un tirachinas hacían caer las lagartijas que solían esconderse en las tejas de las casas. La gente mayor que los veía les reñía. Un día rompieron un cable eléctrico y dejaron a medio pueblo sin luz. Huyeron todos juntos y se fueron a un puente, pasaron la noche ahí temiendo una paliza. No escaparon de ella.

Al día siguiente, la madre de Malene rompió una escoba de caña de los palos que recibió. Lloró con desconsuelo. Pensaba que no era su madre, que era una madrastra, puesto que una madre que quiere mucho a un hijo no le puede pegar.

Se encogió en posición fetal, como protegiéndose a ella misma y se quedo dormida hasta el día siguiente.

Solía madrugar para preparar la leche a sus hermanos pequeños. Crecían todos juntos y cuando algún crío hacia la comunión le ponía una amiguita de Ángel de la Guarda. El Ángel que creía que toda su vida les acompañaría.

A los dieciséis años la hermana mayor se despidió de ella y partió hacia la capital. Malene tenía ya ocho años.

Y fuese la época que fuese seguía acudiendo a su cita con el río y los peces, eso no se lo podía quitar nadie.

Ya había llegado el otoño, se sentó en la orilla del rio pero sin mojarse. Llegaron dos amigos de su hermano y se sentaron con ella, hablaban para ver que pez abría más la boca. Cuando ya estaban aburridos, uno de ellos propuso ir a coger habas. Mientras caminaban hacia el huerto para coger habas, se encontraron con dos rurales que les preguntaron a dónde iban, ellos contestaron: -a casa de un amigo pasado el río-. Sabían que los señores cuidaban de los campos para que nadie robara las cosechas. Cuando encontraron las habas se doblaron los jerséis y empezaron a recogerlas con tan mala suerte que en aquel lugar había perros y tuvieron que salir por piernas. Apenas habían cogido para hacer una tortilla. Regresaron todos a casa sin problema.

Malene tenía un gran amigo que se llamaba Quitín, iban a todos los lugares del pueblo. Solían subir al desván de la casa de Malene, donde su abuela guardaba todas las pertenencias que no usaba: pesas que antiguamente las llamaban romana, planchas de hierro que solían calentar encima del carbón para poder dejar la ropa lisa... ¡Cómo estaba todo aquello! Hubo un momento en que Quitín se enfadó tanto que pegó a Malene en la cabeza con la plancha. Le hizo una herida que no paraba de sangrar como una fuente. Salieron corriendo en busca de su abuela que curo a la cría con un paño lleno de pimentón dulce. Así dejó de sangrar aunque quedó la marca del planchazo. No volvió a salir pelo en aquella zona. No les bastó el planchazo para dejar de ser amigos y siguieron juntos. Se hicieron unos tirachinas con la goma de las ruedas de bicicleta viejas y con madera que iban a buscar a los tejares donde hacían ladrillos. Cogían varas con forma de horquíllela y trozos de piel de zapatos viejos. Sacaban un trozo para aguantar la piedra y una vez hecho el tirachinas, como ellos le llamaban, se iban al campo lejos del pueblo a cazar gorriones.

Al atardecer, antes de irse para casa, pasaban por el río para hacer una especie de plegaria a los peces, de esta forma buscaban la paz interior en aquel sitio que se llamaba la cuenta de la renta, abuelo de Quitín. Sólo sabían que sentían una atracción muy especial por aquel lugar. Cuando se sentía bien con ella misma se iba para al pueblo con su amigo. Una vez llegaba, lo soltaba todo y salía corriendo para la calle. Las vecinas la llamaban para que les hiciera recados y así se ganaba su primera peseta para sus chicles y pipas.

Malene era muy servicial. A nada decía que no, no conocía esa palabra. Siempre iba corriendo de un sitio para otro. De vez en cuando lanzaba una piedra al aire y rompía algún cristal. Las quejas iban a su madre y solían decirle: -Sujete usted a su hija que parece el perro del pueblo. Cuando en alguna casa la perra tenía cachorros iba Malene y se los llevaba, para ello le daban una peseta y los entregaba a aquellos que los quisieran. También tiraba las cartas de la gente, no le daban nada a cambio ya que ella nunca pedía nada a nadie. Eran ellos los que se sentían servidos, los que le daban una propina.

Quitín vino a buscar a su amiga para llevarla al sitio de siempre. Una vez allí, se metían en el agua con la ropa. Malene llevaba puesto un pichi de tela fina y su amigo le enseñaba a nadar y la llevaba por los sitios más hondos. Disfrutaban como peces en el agua. Hacían carreras a nado, iban con la corriente del agua, lanzaban piedras y se metían a buscarlas para ver quién era el más rápido en encontrarlas. Jugaban al escondite bajo el agua. Malene siempre le engañaba y salía del agua escondiéndose entre las hierbas. Él le decía que hacía trampas y dejaban de jugar. Se iban a coger moras y hojas para los gusanos de seda. Por el camino Quitín le contaba que su padre se había ido a Alemania a trabajar y que no sabía cuándo volvería. Estaría muy solo con su madre y su hermano y que el colegio le aburría mucho y no deseaba ir. Malene contestó que ella tampoco iría si él no iba.

Decidieron quedar para la mañana siguiente en el mismo lugar. El tiempo pasaba y Malene seguía con sus inquietudes. Si veía un burro atado en la puerta de una casa cercana a la suya lo cogía y se iba a pasear por el pueblo.

Cuando el dueño se daba cuenta iba a casa de Malene y le echaba bronca a su madre, la cual reñía a su hija que no hacía caso, y al día siguiente lo repetía. La única hija que le traía problemas era ella, las otras hermanas apenas salían de casa.

Malene se sentía libre como una mariposa que no para de volar de un lado para otro. Estaba un día subida a un carro y no se le ocurrió otra cosa que hacer equilibrio subida en la parte más alta. Resbaló y se clavó uno de los pinchos de los extremos. No dijo nada hasta que se le hizo la costra y su hermana se dio cuenta. La castigaron y la mandaron a la cama sin cenar. Su hermano mayor, sin que su madre se diera cuenta, le subió un vaso de leche y ella contó cómo había ocurrido. Él era el único que la escuchaba, la comprendía y le preguntaba por sus peces.

En la tienda de ropa y droguería de la esquina había un dependiente que tenía una bicicleta que utilizaba para llevar género a otras tiendas del pueblo. Malene, sin pedir permiso, la cogía y se iba a dar vueltas. Cuando el chaval se daba cuenta esperaba a que viniera y le decía: -La próxima vez me pides permiso que yo me he comprado la bicicleta para trabajar no para pasear -.

Cada mañana cuando Malene se levantaba era un día nuevo. No se acordaba de lo que había pasado el día anterior o bien nadie se lo preguntó nunca. Sólo cuando llegaba a su casa, después de haberse pasado el día fuera, su madre la esperaba con la alpargata en la mano porque no la ayudaba en las tareas de la casa y sin embargo ayudaba a otras gentes del pueblo. Después de una paliza, se escapaba y se iba a llorar al río, fuese la hora que fuese, no le importaba.

Se sentía segura entre los juncos. Cuando se le había pasado la llorera aparecía su amigo Quitín y volvían a la calle del pueblo, donde jugaban o se peleaban. En una de las peleas Quitín mordió a su amiga en el labio superior dejándole los dientes marcados para toda la vida. Malene también mordió a su amigo en la cabeza y se comió unos cuantos pelos. Dejaron de ser amigos unos cuantos días. Pasados seis días, a Quitín, se le pasó el enfado y la fue a buscar hasta que la encontró y se volvieron más amigos que nunca.

Al salir del pueblo e introducirse en el campo abierto, Quitín solía regalarle margaritas a Malene, pero ella las deshojaba todas preguntando si su madre la quería o no la quería. De camino se encontraron un cachorrito que les seguía y lo cogieron. Era marroncito, apenas tenía un mes, ella lo cogió y lo llevó hasta su casa. La que se lío con el perro. - ¡Aquí no quiero perros!- , fue lo primero que dijo su madre. -Cuando tu padre se vaya al campo... ¡que se lo lleve!-. Ella que lo había cogido con tanto cariño salió corriendo y se lo llevó a su amigo. La madre de su amigo tampoco quería saber nada del cachorro. Como era tan pequeño lo metieron en una caja de zapatos y Quitín lo guardó hasta el día siguiente. Ella volvió a su casa sin perro y su madre ya no le dijo nada. -Los chicos no hacen nada en casa. Yo quiero ser como un chico y hacer lo mismo que hacen mis hermanos-, dijo ella. A su madre se le fue la mano y le cruzó la cara por lo que había dicho. Malene aun así reprochó a su madre que no los obligara a hacer las tareas, lo mismo que hacía con ella. Le dio la cena al pequeño y lo acostó. Echándose en la cama con el más pequeño que decía que tenía miedo. Sin darse cuenta le venció el sueño y su hermano se tiró de la cama y se fue abajo. La madre que vio aparecer al pequeño subió y cogió a Malene por la oreja y le dijo: -Despierta que a ti todavía no te toca. Coge a Mario y acuéstalo y no te vuelvas a quedar dormida-. Ella contestó: -No mamá...-.

Al día siguiente estuvo pensando en lo que había pasado con el perro. Vino Quitín corriendo con la caja y el perro dentro y le dijo: -Vamos a dejarlo donde lo encontramos-.De camino se encontraron con un señor que les preguntó: -¿Qué lleváis ahí?-, y le contestaron: -un perrito-. El mismo señor se quedó con el perro. Los dos se fueron corriendo para no hacer tarde en el colegio.

Una vez había pasado la mañana con sus compañeras les contó lo sucedido y todas querían tener un perrito como aquél. Se dirigieron otra vez al campo buscando a ver si encontraban más cachorros y desilusionadas volvieron a sus respectivas casas con las manos vacías. Se reunieron de nuevo en la puerta del colegio y esperaron a que abrieran la puerta. En esos instantes apareció la profesora, Malene le contó lo sucedido. La maestra les explicó que un cachorrito requiere mucha responsabilidad y que hay que llevarlo al veterinario y alimentarlo cada día. La ilusión de las niñas se derrumbó. Ellas pensaban que era como un peluche que sólo con jugar con él ya era suficiente. -¡Bueno! se le da un poco de leche, se le lava y abriga-, respondió una y todas rieron.

A la salida todas buscaron a Malene y decidieron ir con ella a su lugar preferido: el río. Al haber tantas niñas parecía estar más alborotado y los peces se escondían. Malene decía: - ¡Esto no puede ser! Ahora vendrán mis amigos los peces-, pero allí no aparecía nada, las mando callar y estuvieron mirando por si aparecían. Cuando se cansaron todas se enfadaron con Malene, la llamaron mentirosa y le dijeron que lo del perro también era mentira. Malene lloraba y las lágrimas caían en el agua, los peces fueron apareciendo creyendo que llovía y sus amigas de clase callaron y la observaron.

Empezó a atardecer y llegó la hora de comer. Las niñas que llevaban bocadillo les echaron migas de pan y Malene sonrió y les dijo: -¿Veis como yo no digo mentiras?-. Todas la comprendieron y se fueron una a una y se quedó ella sola. Cuando ya estaba aburrida se fue de camino hacia su casa y se encontró labradores que regresaban a sus hogares cansados de trabajar todo el día. Uno de ellos la invitó a subir al carro y ella aceptó encantada. No conocía a ese señor que le recordaba a su padre y de golpe se paró el carro y este señor le preguntó: -¿No te doy miedo?-. Mientras le preguntaba le tocaba las piernecitas a Malene y ella empezó a temblar y saltó del carro a toda prisa. Corrió con toda sus ganas y no paró hasta llegar a su casa. Su abuela le preguntó:- ¿Qué sucede?-, ella contestó: -Nada-. Su abuela no se lo creyó y le volvió a preguntar hasta que dijo la verdad. La abuela le preguntó si era conocido, a lo que ella con la cabeza dijo no. Cuando se tranquilizó le pidió a su abuela que no se lo dijera a sus padres. La cogió por la cabeza y acariciándosela le dijo: -No te preocupes, será un secreto entre nosotras. Pero si vuelve a pasarte algo igual quiero que me lo expliques. -Sí abuelita-, asintió ella.

Aquella noche la madre de Malene le pidió que le hiciera la comida a su padre. Tenía que pelar tomates y picarlos muy pequeños para freírlos. En la cocina sin luz, únicamente con la del fogón, los trituraba con tanto miedo que aún veía a ese hombre pensando qué era lo que le quería hacer. Cuándo creía haber acabado todo estaba oscuro y apareció su padre, ella asustada le dijo: -¡Por favor no me haga nada!- Él la llamó y al oír la voz de su padre contestó: -Pensaba que eras un hombre malo-. Él le contó que había muy pocos hombres que hicieran daño a las niñas. -Si ves alguno me lo dices-, ella asintió.

Se metieron hacia dentro y Malene no cenó, se fue corriendo a la calle a jugar buscando a sus amigos y esa noche, no se movió de su calle. No estaba tan contenta y no había la luz de cada día. Estaban fundidas dos farolas y ella que era la que animaba los juegos estaba también apagada. Se fue hacia casa más temprano que otras noches. Acostó a su hermano Mario pero él no quería ir a dormir si no era con ella. Dormían todos en una habitación muy grande con varias camas. Sus hermanos mayores contaban cuentos y ella los mandaba callar hasta que se durmieron.

Pasaron varios días y Malene no quería ir a su río. Estuvo así un mes, hasta que se le borró la cara de aquel hombre. Un sábado por la mañana vino Quitín y la animó para ir a cazar pajaritos y se fueron los dos tan contentos y sin miedo. Hacía un día de fábula, el sol picaba más que otros días. Hicieron de todo y volvieron sin nada, más pronto que lo normal. Algo había cambiado en Malene, ya no estaba tan tranquila, sus peces no eran los mismos y el río le parecía distinto. Fue yendo hasta que se volvió a acostumbrar.

Un día por la mañana toda la calle estaba llena de gente, preguntó a sus amigas -¿Por qué hay tanta gente en la calle?- y le dijeron: -Es un movimiento de tierra y se ha caído el techo donde duerme Pili y no la encuentran-. Se quedó muy triste y le dijo a sus amigas: -¿Se habrá ido a casa de su abuela, vamos a buscarla?-. Se reunieron todas las niñas que solían jugar juntas y prendieron camino. La casa estaba en las afueras del pueblo, a media hora andando, hablaban entre ellas y una comentó que anoche no estaba en la calle, que no la vieron.

Aceleraron el paso y cuando ya estaban llegando, vieron venir a Pili de la mano de su abuelo que contaba que el techo de la habitación de Pili se había caído y la estaban buscando. El abuelo se enfadó con su nieta y le dijo: -¿Pero no me dijiste anoche que tus padres lo sabían?- Sí, pero mi hermano se enfadó conmigo y me vine llorando-.

El abuelo se asustó mucho y les dijo a las niñas: -¡Vamos corriendo!-. Se apresuraron todo lo que pudieron y cuando llegó la madre cogió a su hija y se puso a llorar: -¡Ay Dios mío!, ¡menos mal que no te ha pasado nada!-, exclamó su madre. Todos volvieron a sus casas y los más amigos ayudaron a sacar todos los escombros. Las niñas empezaron a buscar las cosas de su amiga. Los mayores decían: -Iros a jugar que os haréis daño-, pero no hacían caso. Querían encontrar la muñeca con la que habían jugado todas. Ahí solo había vigas partidas, tejas y una escalera medio caída por donde se tenía que subir con mucho cuidado. Malene no veía el peligro y subía y bajaba como si no hubiera pasado nada. Estando arriba subida en la viga más gorda pudo ver los pies de la muñeca y gritó:- ¡está aquí, venir!- pero no podían mover la madera.

Fueron a buscar al padre de Pili que se había ido con los demás hombres a la taberna para recuperarse del susto. A su hija no le había ocurrido nada. Los hombres al ver aparecer a las niñas preguntaron: -¿y ahora qué pasa?-, -¡No, nada!-, contestó Pili y corrió hacia su padre, le cogió de la mano y le dijo: -Tienes que venir, hemos encontrado la muñeca debajo de una viga, nosotras no la podemos mover-. El padre le dijo: -Espera un poquito que ahora vamos todos, antes tenemos que ir a buscar un carro para sacar todo los escombros-.

Las niñas hablaban entre ellas y no comprendían la tranquilidad de sus padres. Volvieron a insistir, estaban tan inquietas que al final los hombres abandonaron la taberna. De vuelta a sus casas algunos vecinos comentaban que a pesar del susto, menos mal que no había pasado nada. Cuando llegaron subieron por las escaleras como pudieron y empezaron a sacar escombros. Levantaron la viga que presionaba la muñeca y la sacaron. A las niñas no las dejaron subir y bajaron la muñeca toda llena de yeso. La cogieron y se fueron a lavarla y una vez estaba limpia fueron a un taller de costura a coger retales para hacerle un vestido nuevo. Las cruzadas acogieron a todas las niñas, les indicó que se sentaran y les dio aguja y hilo para que le hicieran ropita a la muñeca. Les enseñaron cómo lo tenían que hacer. Le confeccionaron un vestido de mangas largas y le pusieron unos volantes. La tela era rosa con volantitos azules.

Malene se sentía inquieta y quería salir de allí, no le gustaba el rollo de la muñeca. Se dejó llevar al principio por los sentimientos y una vez vio a la muñeca vestida pensó que allí no hacían nada. Les dijo a sus amigas: -Yo me voy-, justo en ese momento apareció la Madre Luisa y les dijo: - ¿Ya habéis acabado?. Pues ahora hacerle otro con esta tela nueva-. A Pili y a las otras niñas les pareció una gran idea, pero Malene salió corriendo y se fue a buscar la bicicleta del tendero. Se dirigió hacia al paseo grande, donde ponían la feria cada año. Cuando se cansó de dar vueltas volvió al taller por si aún estaban sus amigas y sin entrar miró entre los barrotes de la ventana y vio que todavía se encontraban allí. Les picó en el cristal y salió la Madre María Luisa. Cuando fue a coger a Malene ésta se asustó y escapó corriendo con la bicicleta dejándola donde la había cogido.

Se fue a casa y su abuela le preguntó: -¿Dónde te metes?. Tu hermano Manel te ha estado buscando para que fueras con él a pescar-. Ella le preguntó: -¿Se ha ido hace mucho rato?-, -¡No! hará diez minutos-, contestó su abuela. Malene, entonces se fue y se acercó hasta el río. Cuando llegó, encontró a su hermano cavando la tierra buscando lombrices, le contó lo sucedido. Manel se quedó perplejo.

Empezaron a pescar y Malene le dijo: -¡Oye me voy a bañar!-. Él la mandó más abajo para que no asustara a los peces. Malene hizo caso y se alejó unos metros. Se tiró al agua que estaba tibia y le gritó a Manel para que se fuera a bañar con ella, pero no quiso. Entonces apareció Quitín que si aceptó bañarse con ella y ella le preguntó qué harían esa tarde. -Iremos al cine a ver la caperucita y el lobo-, y el amigo preguntó: -¿Te dará tu madre las cinco pesetas?-. Ella se encogió de hombros...- Si no me las da me subo al tejado y le rompo una teja, ya verás cómo me las da-. Su amigo se sorprendió de las salidas de Malene. Él le dijo: -¡Oye! Cuando volvamos vienes conmigo a la tienda de mi abuela y lo cogemos de la caja, ella no se dará cuenta. Mientras tú la distraes, yo las cojo ¿vale?-.

Cuando regresaban a casa se secaron por el camino. Siempre se bañaban con la ropa puesta. Aquel día como no había llegado la película al pueblo repetían la del día anterior. No lograron el dinero, pero tampoco lo necesitaban. Decidieron pasear por las calles más céntricas, se dejaron llevar por la masa y acabaron en un restaurante. Debían celebrar algo, las mesas estaban repletas de pasteles y como todos comían, ellos también empezaron a llenarse de aquellos ricos pasteles y pensaron en cómo llevarse unos cuantos para sus hermanos.

Nadie les dijo nada, todos pensaban que eran los hijos de algún familiar. Cuando parecía que se acercaba la hora de las despedidas, llenaron unas servilletas y se fueron igual que entraron. Ya había anochecido y Quitín se despidió de Malene. Ella llegó a su casa muy contenta con aquellos pastelitos que no duraron nada.

Malene vivía al lado de una fábrica de hielo donde vendían toda clase de bebidas. Entraba y salía como si fuera su casa, es más, los dueños la trataban como una hija, aunque apenas la veían sólo cuando quería algo y se bebía el refresco con su amiga. Cuando terminaban se iban en bici al pueblo.

A Malene le cayó un castigo por lo de coger la bici. Su madre María la encerró en el piso de arriba porque le amargaba la vida con sus travesuras, su hermano Manel le subía la comida. Para poder ver algo corría de la ventana a la puerta de la escalera.

Le pidió a su hermano que le subiera la muñequilla de brazos y piernas tiesas. Todas las niñas tenían muñecas articuladas y a ella siempre le regalaban muñecas tiesas. Por eso les tenía tanta manía, hasta que un día llegó su hermana mayor de la capital y le trajo dos muñecas que movía los brazos y piernas como ella quería.

Su madre le levantó el castigo porque había llegado su hija mayor. Todos celebraron la llegada. Trajo cantidad de regalos para todos. Malene salió por la puerta en busca de sus amigos. Todos estaban en la esquina de siempre, y cuando la vieron a ella, la abrazaron. Ya habían llegado las vacaciones y no había colegio. Los profesores eran de otras regiones y todos se habían ido. El pueblo parecía más vacío que de costumbre.

Los niños, con los que jugaba, también se fueron con sus padres.. El pueblo quedó de pena, sólo quedaron los que tenían tierras y vivían de ellas. Todos estaban en el centro del pueblo en casas grandes y confortables, las niñas crecían juntas. Cuando se hacían mayores se iban a la capital a seguir con sus estudios. Los más pequeños, como Malene, seguían esperando poderlo hacer alguna vez.

Ella vivía en la ignorancia. No sabía que su hermana mayor Teresa iba a la capital a trabajar. Le mandaba dinero a su madre, para que no le faltara, puesto que eran diez hermanos. Malene era la cuarta y su madre quería a toda costa que la ayudara con los más pequeños.

-Gracia a Enrique-

- que te preocupes- hay esta, salió Malene en

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