Añoranzas
Por Carmen Rizan
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Carmen Rizan
Carmen Rizan Procedente de San Rafael de Heredia, Costa Rica. Actualmente reside en San José, Costa Rica, Centro América. Fue miembro del Comité Editorial de una Revista de índole científico y técnico de 1989 a 2011. Revista que dirigió de 2001 a inicios de 2011. Es autora de varios artículos de índole técnico y científico. En el Año 2011 publicó su primer libro, el segundo, en 2015, el tercero en 2016, y, “Las Crónicas de María “constituye su cuarto libro, publicado en 2018. Es una profesional jubilada. Sus estudios los realizó en una Universidad Costarricense y su experiencia laboral la obtuvo en el campo de la salud infantil.
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Añoranzas - Carmen Rizan
Copyright © 2015 por Carmen Rizan.
Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.: 2015912283
ISBN: Tapa Dura 978-1-5065-0715-6
Tapa Blanda 978-1-5065-0713-2
Libro Electrónico 978-1-5065-0714-9
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
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Fecha de revisión: 07/10/2015
Palibrio
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Fax: 01.812.355.1576
720350
ÍNDICE
LA FAMILIA COSTARRICENSE DE JOAQUÍN
La infancia
El trabajador
PRIMERAS ILUSIONES AMOROSAS
La emigración hacia los EE.UU.
RIESGOS DEL TRABAJO
Recorrido a través del tiempo
Encuentro con el amor
El noviazgo
Joanna se sincera
La boda
Regreso a Florida
La vida en matrimonio
Nacimiento de los hijos
Joaquín, el primero
En la casa del Bulevar
Antonio, el segundo hijo
Noel, el tercero
Lo bueno
Lo malo
Retrospectiva: visitas recibidas
El alcoholismo
Negocios fallidos
Consecuencias graves del trabajo
EL ACCIDENTE DECISIVO
LA REHABILITACIÓN
Entre cielo y tierra nada permanece oculto
HACIA UNA VIDA NUEVA
La construcción de un nuevo modo de vida
La Calle B. en retrospectiva
Papi y Mami como cuidadores
EL REPUNTE ECONÓMICO
La muerte de Earl
Vacaciones en Costa Rica
Declaración del origen de Ann
La venta de la casa de la Calle B.
La casa del Bulevar en retrospectiva
RENDIRSE PARA EMPEZAR DE NUEVO
El espejismo de la casa de retiro
Presupuesto familiar en bancarrota
En la casa de Antonio
La muerte de Marcille
Destino de la pareja sin la casa del Bulevar
La primera visita de Papi y Mami a La Villa
En la casa de Bob
La boda de Betty
La vida continúa
Bibliografía
Rima LXIII
Como enjambre de abejas irritadas,
de un oscuro rincón de la memoria
salen a perseguirme los recuerdos
de las pasadas horas.
Yo los quiero ahuyentar. ¡Esfuerzo inútil!
Me rodean, me acosan,
y unos tras otros a clavarme vienen
el agudo aguijón que el alma encona.
Gustavo Adolfo Bécquer.
Rimas y leyendas.
LA FAMILIA COSTARRICENSE DE JOAQUÍN
E ra 1946, cuando nació un varoncito al grupo familiar campesino afincado en un lugar de la Meseta Central, Costa Rica, constituido por Chepe, el padre y jefe de la familia; María, la madre y sus tres hijas: Marina, Virginia y Mara. Habitaban en una casa grande de adobes propiedad de Rafaela, la abuela materna, quien vivía con la familia pues José era su único hijo.
Como José se dedicaba a la agricultura y la ganadería lechera, anhelaba varones para que lo apoyaran en sus labores. Cuando al fin la cigüeña les llevó un hombrecito, el hogar se volvió un torbellino de felicidad. El bebé tenía piel blanca, cabello lacio castaño claro y ojos color miel, como los de su papá José, un campesino de piel morena y cabello lacio negro. Su nombre de pila es Joaquín Rizan. María, por su parte, era bajita, de piel blanca, cabello negro y ojos verdes. Se ocupaba de las tareas del hogar y le ayudaba a José a cuidar los animales: aves de corral, ganado vacuno y cerdos.
La economía familiar se fundamentaba en la subsistencia. José trabajaba las propiedades de su madre: sembraba la tierra, cuidaba el ganado lechero, recogía las cosechas de café, maíz, frijoles, legumbres, tubérculos y frutas. En aquellos tiempos, la planificación familiar y los métodos anticonceptivos eran desconocidos por las mayorías de parejas. Debido a tal ignorancia, en abril de 1948, nació el hermanito de Joaquín, Salvador, un guapo moreno de ojos verdes, quien sería su amigo y compañero de crianza, juegos y travesuras. Los otros hermanos se llaman Humberto Gerardo, Manuel y Antonio; las otras hermanas son Rafaela, Mireya, Norma Lidia, Marta y Janina.
Al morir Rafaela, le heredó sus propiedades a José; sin embargo, se desestabilizó económicamente. Este desequilibrio económico lo obligó a vivir con su familia en varios espacios campesinos de Heredia, luego en algunos barrios de la capital hasta que se asentó en un cantón de la provincia de San José.
La provincia de Heredia se localiza en el centro norte del país. Al norte, limita con Nicaragua; al este, con la provincia de Limón; al sur, con la provincia de San José y al oeste, con la provincia de Alajuela. Dista doce kilómetros de la ciudad de San José y mantiene una temperatura promedio de 23º. La capital es la ciudad de Heredia, conocida como la Ciudad de las Flores
. Aunque es la provincia más pequeña de Costa Rica pues representa solo un 5,2% de su territorio, es el corazón cafetalero del país donde Joaquín de pequeño, adolescente y adulto joven, conoció la cultura del cultivo del café y el procesamiento del grano.
En el lugar campestre, el cual nació como una extensión de la ciudad de Heredia. Durante la niñez de Joaquín, en el centro, existía una escuela, una preciosa iglesia católica de estilo gótico, una plaza para jugar futbol rodeada por casas de habitación, pulperías, panadería y otros negocios así como la oficina municipal. Hoy (2012), el lugar ha perdido casi del todo el carácter rural; su antigua tranquilidad ha sido desplazada por el ruido constante de los vehículos que se dirigen hacia los numerosos clubes privados, restaurantes, cabinas y hoteles.
Hoy como antaño, las principales actividades de su pueblo son las agropecuarias: cultivos de café, hortalizas, caña de azúcar y la ganadería lechera.
Durante su infancia, Joaquín disfrutó de la tranquilidad de una área urbana y de otra rural. De adolescente y adulto joven, vivió en una zona selvática; en un distrito herediano y en la ciudad de San José. Mas, solo mantuvo arraigo por dos últimos sitios. En las otras poblaciones referidas, vivió como habitante trasplantado. En la ciudad capital, de adulto joven, residió junto con su familia en algunos barrios josefinos hacia donde se trasladaron en busca de oportunidades de trabajo, estudio y superación que la zona rural no les ofrecía.
La infancia
Joaquín y Salvador crecieron muy unidos, compartieron juegos y fueron compinches en numerosas travesuras:
-Hurgaban los nidos de ratas en busca de ratones recién nacidos, para alimentar a los gatos de la casa. El peligro para los niños hubiera sido toparse con una serpiente de veneno neurotóxico como la coral, o un alacrán cuya picadura es terriblemente dolorosa.
• Recolectaban frutas sin medir el riesgo de accidentarse pues, para alcanzarlas, subían a los árboles de altura variada, en ocasiones añosos y, por lo tanto, frágiles.
• Alborotaban los panales de abejas para que picaran a los trabajadores de las fincas vecinas a la de su padre. La materia prima del panal es tan frágil que con una sola pedrada se rompe. Apenas los insectos notan el peligro, huyen despavoridos del panal y clavan su ponzoña en el primer ser animal vivo que encuentran. Los hermanos le lanzaban una piedra al panal y las furiosas abejas picaban a los peones. Desde un escondite, los pequeños observaban divertidos el manoteo de la gente para quitarse los animales del cuerpo y cómo se cubrían la cara. Obviamente, no tenían idea del riesgo que representa una picadura para las personas alérgicas, que pueden sufrir un choque anafiláctico mortal.
• Intercambiaban los almuerzos que los trabajadores cafetaleros llevaban dentro de alforjas de cabuya que colgaban en las ramas de los árboles. Los niños aprovechaban el momento en que nadie los veía para cambiarlos. A la hora del almuerzo, observaban, desde una distancia prudente, la reacción de las personas cuando descubrían el error y se culpaban unos a otros.
Los niños compartieron con sus tres hermanas mayores varias actividades lúdicas tradicionales: brincar mecate, correr en caballitos de madera, elevar papalotes (cometas), rayuela, jugar de casita, muñecos, cromos, yaxes, entre otros. La mayoría de estos juegos estimulan el desarrollo integral de los(as) pequeños(as), contribuyen al aprendizaje de las matemáticas y a ejercitar la memoria.
Brincar mecate. Es un juego de ejercicio físico y aprendizaje matemático: la suma. Para jugarlo se requiere un mecate o cuerda y tres participantes como mínimo. Gana quien brinque la mayor cantidad de veces, de una sola vez, en el centro del mecate movido por dos personas, una en cada extremo. Este movimiento forma a la vez dos curvas, una ascendente y otra descendente, que los(as) participantes no pueden majar cuando brincan. Si lo hacen, deben ceder su lugar al jugador siguiente.
Correr en caballito de palo. Se practica tanto en solitario como en grupo; requiere una pieza cilíndrica larga y delgada de madera, fácil de manejar, parecida a los palos utilizados como mango de algunos utensilios de limpieza como el de las escobas. En un extremo, se le inserta una cabecita de caballo, generalmente de cuero, con riendas de mecate o cuero. Es una actividad lúdica creativa pues, montados sobre la varilla, los(as) participantes imaginan ser los jinetes, sostienen con sus manos las riendas y avanzan montados sobre la varilla que, para ellos, es el caballo. Los adultos deben cuidar que la imaginación infantil no se exceda como le sucedió a Rafael, un primo de seis años de los niños Rizan, quien le dio vida a su caballo.
Rafael pasaba el día solo y aburrido porque su mamá trabajaba en la capital y, como la tía que lo cuidaba era costurera, pasaba cosiendo la mayor parte de las horas diurnas. Un día, el niño le comunicó que iría a la ciudad de San José a caballo para buscar a su mamá. Sonrió y desestimó el asunto pues no se percató de que, en realidad, el sobrino le estaba informando de un plan preconcebido en su mente.
Un miércoles, alrededor de las nueve de la mañana, Rafael emprendió el viaje montado en su potro de palo y sin atinar, por supuesto, a que era un juguete, corrió desde San Rafael de Heredia hasta San José (aproximadamente siete kilómetros). Cuando en la tarde, un tío que trabajaba en la capital lo encontró cerca del Mercado Central enrojecido y empapado en sudor, le preguntó cómo había llegado hasta allá, el chiquito le respondió mostrándole el juguete:
Tío, vine en mi caballo de palo.
Conocedores de la historia, Joaquín y Salvador tenían bien claro que el juego consiste en simular que el palo de madera sobre el que se montan es un caballo, pero quienes se ejercitaban eran ellos.
Cromos. Se juega con estampas o figuras pequeñas. Los(as) participantes las colocaban sobre una superficie plana o en el piso. Luego, las volteaban con la palma de sus manos puestas en forma cóncava. Vencía quien giraba más figuras y el premio era quedarse con los cromos volteados. El juego favorece la coordinación motora fina y ejercita la memoria visual.
Yaxes: Propicia el aprendizaje de las matemáticas, sobre todo, la suma y la resta. Se juega con un mínimo de dos personas que van recogiendo los yaxes (pueden ser piedritas) en cantidad progresiva después de lanzar la bola hacia arriba. Gana quien recoge el mayor número de yaxes antes de que la bola toque el suelo en cada ocasión.
Elevar papalotes. El juguete es conocido con muchos otros nombres: barrileta (Argentina), papelote (México), papagayo (Venezuela), volantín (Chile), chichiguas (Puerto Rico), cometa (Colombia, España), entre otros. Es un juego infantil que, a lo largo del tiempo, se ha empleado para múltiples usos. Cuando los niños participan en el diseño y la construcción, aplican la geometría; aunque lo compren hecho, utilizan el ingenio para elevarlos mediante la observación atenta de la dirección del viento. Joaquín y sus hermanos(as) los confeccionaban con cáñamo, varillas livianas del campo y cualquier papel liviano. Disfrutaban este juego porque la condición ventosa de San Rafael de Heredia facilitaba la elevación de los papalotes que solían enredarse en las ramas de los numerosos árboles. En muchas ocasiones, los niños terminaban llorando y culpándose unos a los otros por el desastre.
Rayuela. Favorece. la coordinación motora fina porque se debe dibujar la rayuela en la calle o la acera con tiza o piedra caliza y estimula el desarrollo de la destreza matemática de contar. Además, los(as) jugadores(as) se ejercitan físicamente mientras aprenden rudimentos de geometría y aritmética porque: 1) dibujan un cuadriculado en el sitio donde van a jugar, 2) numeran los cuadros del uno al diez y 3) saltan de uno en uno, con un pie, de un cuadrado a otro, sin tocar los límites. Quien comete este error pierde y sale del juego.
Jugar de casita y con muñecos. Esta actividad lúdica imita los papeles relacionados con el hogar: padre, madre e hijos. Lo(a)s hermano(a)s Rizan construían una casita rudimentaria con las áreas principales: cocina, sala, baño y dormitorio; además, realizaban las tareas cotidianas que veían practicar a su madre María o su abuelita Rafaela: cocinar, limpiar la casa, cuidar los(as) muñecos(as). La actividad era importante porque los niños vivenciaban la forma de ejecutar dichas labores.
Además de los juegos tradicionales enlistados, los hermanos ejercitaban su coordinación motora gruesa corriendo en el campo para definir al más veloz; obviamente, el más rápido ganaba. Sin objetos en las manos, rodaban por los cerros y corrían detrás de las nubes, cuyas sombras se reflejaban en el pasto o la calle.
Una práctica lúdica de Joaquín y Salvador, muy riesgosa, pero totalmente original, consistía en aprovechar la topografía del terreno para echar a rodar a un niño dentro de un barrilito. En la finca del pueblo donde residían, la topografía inclinada de un potrero les aseguraba el éxito del juego. Los hermanos trasladaban hasta la cima un barril de cincuenta y cinco galones de capacidad. Generalmente, Joaquín permanecía al pie de la colina y Salvador se introducía en el barril. El que se colocaba abajo o en la ribera de un riachuelo, frenaba con una tabla de madera fuerte la caída del barril dentro del bajaba rodando su compañero de juego. Como el descenso era muy acelerado, aunque Joaquín detenía la caída con la tabla, en ocasiones, el barril saltaba sobre él y hasta se brincaba el cauce del riachuelo. Dichosamente, nunca les ocurrió ningún percance relacionado con este juego.
Desde muy pequeño, a Joaquín le gustó jugar futbol y aprovechaba el tiempo libre para practicarlo. Nunca asistió a una escuela de futbol, inexistentes en su época y país. En consecuencia, su futbol no era profesional sino el que los ticos denominan mejenga
: no se rige por las normas de Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA). Se recreaba con todas sus facetas, tanto que, por entretenerse en un partido, hasta olvidaba satisfacer las necesidades fisiológicas cuando sus esfínteres se lo exigían:
Tal era mi obsesión por ver los partidos que una vez me defequé en la ropa.
Asimismo, Joaquín imitaba el papel del narrador de los partidos de futbol imaginándose que, en la cancha, los protagonistas eran los artículos que abundaban en su casa porque los cultivaba su padre. Su narración era una fábula en la que los jugadores de un equipo eran los tubérculos y los del contrincante, las hortalizas:
…la papa lleva la pelota, se la pasa al tiquisque, a este se la quita el chayote, luego se la pasa a la zanahoria, la zanahoria se la pasa al tacaco, pero la toma el guineo que se burla a tres hortalizas, tira y ¡gooool!
En este sentido, la carencia de equipo de radio o televisión constituyó un acicate para estimular la imaginación creadora del joven.
También, los niños jugaban con los animales domésticos y pintaban las aves de corral con tierra de colores para que se pelearan entre sí por el camuflaje: cambio de colores y apariencia del enemigo. Se deleitaban observando la ternura con que una cerda amamantaba a sus cerditos. Asimismo, les gustaba cazar, pescar y montar a caballo.
Joaquín inició la enseñanza escolar a los seis años en la Escuela Pedro María Badilla, en el Centro de San Rafael. En 1958, concluyó la enseñanza primaria en la escuela de Concepción. Para él, la escuela, más que un centro de estudio, fue un lugar de diversión, socialización y aprendizaje.
Diversión. Como crecí en un ambiente rural aislado, me recreaba más con la naturaleza que con mis iguales; pero, en mi casa había adquirido destrezas como nadar, montar a caballo y caminar distancias largas. Además, desde muy pequeño acompañé a mi padre en los quehaceres de la finca, la recolección de las cosechas de café, maíz, frijoles, el cuido del ganado y otros animales domésticos. Al iniciar la enseñanza primaria, noté que mis condiscípulos y las condiscípulas tenían mi misma edad. Por eso, cuanto hacíamos nos resultaba novedoso y nos divertíamos hasta con nuestros errores, sin importar las quejas que las(os) docentes les dieran a nuestros padres.
Socialización. Debido al déficit de roce con niños de mi misma edad, solo hasta que ingresé a la escuela tuve contacto con mis iguales. Advertí que los maestros reforzaban la conducta machista. Aunque varón, deseaba participar en las variadas actividades que disfrutaban mis hermanas pues quería que los niños y las niñas tuviéramos las mismas oportunidades lúdicas. Sin embargo, mientras mis hermanas participaban en actividades artísticas como dramatizaciones, cantos y otros actos recreativos de diversa índole, yo tenía que conformarme con verlas actuar solo por ser hombre.
Cuando Joaquín cursaba cuarto grado, Fernando, uno de sus compañeros, se robó los ahorros del grupo, que se guardaban en una alcancía de barro en forma de cerdito. El ladroncillo vivía en una casita ubicada en un camino por donde Joaquín pasaba a la ida y el regreso a la escuela. Aprovechó esta circunstancia, quebró la alcancía y dejó la evidencia de pedazos hasta la casa de Joaquín para inculparlo.
En mi clase, se insinuó que yo había hurtado la alcancía. Del asunto, no dije nada a mis padres; pero lloré tanto que mis ojos se pusieron rojos y hacía todo lo posible por declararme enfermo para no ir a la escuela. Dichosamente, a los pocos días del robo, los maestros descubrieron al verdadero culpable. Tanto mi maestro como mis compañeros me presentaron disculpas por el error cometido. Los perdoné, pero el daño moral me marcó por mucho tiempo.
Aprendizaje: Como ni en mi pueblo San Rafael ni en sus distrititos se impartía la enseñanza preescolar, la escuela fue mi primer contacto con el aprendizaje de los fundamentos del saber humano. Mi rendimiento escolar fluctuó: excelentes calificaciones en primero, segundo, quinto y sexto grado; notas apenas aceptables en tercer y cuarto grado. Mi papá era agricultor y, en tiempos de recolección de la cosecha de café, maíz o frijoles, me solicitaba que me ausentara temporalmente de la escuela para que le ayudara. No obstante, la mayor parte del tiempo, mi rendimiento académico fue excelente.
Al concluir la enseñanza primaria, la familia se trasladó a una finca selvática. En compañía de su padre u otro adulto, Joaquín ayudó a talar el bosque, a preparar el terreno para la siembra de los granos, la caña de azúcar, los tubérculos y las hortalizas. Asimismo, participó activamente en las diversas etapas de los procesos de siembra y recolección de las cosechas. También, cuidaba el ganado, los cerdos, las aves