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Colección integral de Lope de Vega
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Colección integral de Lope de Vega
Libro electrónico1162 páginas9 horas

Colección integral de Lope de Vega

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Este ebook presenta "Colección integral de Lope de Vega" con un sumario dinámico y detallado. Contenido: El caballero de Olmedo El castigo sin venganza El perro del hortelano Fuenteovejuna La dama boba La Dorotea Félix Lope de Vega y Carpio (1562 - 1635) fue uno de los más importantes poetas y dramaturgos del Siglo de Oro español y, por la extensión de su obra, uno de los más prolíficos autores de la literatura universal. El llamado Fénix de los ingenios y Monstruo de la Naturaleza (por Miguel de Cervantes) renovó las fórmulas del teatro español en un momento en el que el teatro comenzaba a ser un fenómeno cultural de masas. Máximo exponente, junto a Tirso de Molina y Calderón de la Barca, del teatro barroco español, sus obras siguen representándose en la actualidad y constituyen una de las más altas cotas alcanzadas en la literatura y las artes españolas. Fue también uno de los grandes líricos de la lengua castellana y autor de muchas novelas.
IdiomaEspañol
Editoriale-artnow
Fecha de lanzamiento8 jul 2014
ISBN4064066498276
Colección integral de Lope de Vega
Autor

Lope de Vega

Lope de Vega (1562-1635) was Spain's first great playwright. The most prolific dramatist in the history of the theatre, he is believed to have written some 1500 plays of which about 470 survive. He established the conventions for the Spanish comedia in the last decade of the 16th century, influenced the development of the zarzuela, and wrote numerous autosacramentales.The son of an embroiderer, he took part in the conquest of Terceira in the Azores (1583) and sailed with the Armada in 1588, an event that inspired his epic poem La Dragentea (1597). Among his many notable works are Fuenteovejuna (c. 1614) in which villagers murder their tyrannous feudal lord and are saved by the king's intervention, and El castigo sin venganza, in which a licentious duke maintains his public reputation by killing his adulterous wife and her illegitimate son.

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    Vista previa del libro

    Colección integral de Lope de Vega - Lope de Vega

    Índice

    El caballero de Olmedo

    El castigo sin venganza

    El perro del hortelano

    Fuenteovejuna

    La dama boba

    La Dorotea

    El caballero de Olmedo

    Índice

    Contenido

    Personas que hablan en ella:

    ACTO PRIMERO

    ACTO SEGUNDO

    ACTO TERCERO

    Personas que hablan en ella:

    Índice

    DON ALONSO, caballero

    Don RODRIGO

    Don FERNANDO

    Don PEDRO

    El REY don Juan, el II

    El CONDESTABLE

    TELLO, criado gracioso

    Doña INÉS, dama

    Doña LEONOR

    ANA, criada

    FABIA, vieja hechicera y alcahueta

    MENDO

    Un LABRADOR

    Una SOMBRA

    CRIADOS

    ACOMPAÑAMIENTO

    GENTE

    ACTO PRIMERO

    Índice

    SALE don ALONSO

    ALONSO: Amor, no te llame amor

    el que no te corresponde,

    pues que no hay materia adonde

    no imprima forma el favor.

    Naturaleza, en rigor,

    conservó tantas edades

    correspondiendo amistades;

    que no hay animal perfeto

    si no asiste a su conceto

    la unión de dos voluntades.

    De los espíritus vivos

    de unos ojos procedió

    este amor, que me encendió

    con fuegos tan excesivos.

    No me miraron altivos,

    antes, con dulce mudanza,

    me dieron tal confïanza,

    que, con poca diferencia,

    pensando correspondencia,

    engendra amor esperanza.

    Ojos, si ha quedado en vos

    de la vista el mismo efeto,

    amor vivirá perfeto,

    pues fue engendrado de dos;

    pero si tú, ciego dios,

    diversas flechas tomaste,

    no te alabes que alcanzaste

    la victoria que perdiste

    si de mí solo naciste,

    pues imperfeto quedaste.

    Salen TELLO, criado, y FABIA

    FABIA: ¿A mí, forastero?

    TELLO: A ti.

    FABIA: Debe pensar que yo

    soy perro de muestra.

    TELLO: No.

    FABIA: ¿Tiene alguna achaque?

    TELLO: Sí.

    FABIA: ¿Qué enfermedad tiene?

    TELLO: Amor.

    FABIA: Amor, ¿de quién?

    TELLO: Allí está,

    y él, Fabia, te informará

    de lo que quiere mejor.

    FABIA: Dios guarde tal gentileza.

    ALONSO: Tello, ¿es la madre?

    TELLO: La propia.

    ALONSO: ¡Oh, Fabia! ¡Oh, retrato! ¡Oh, copia

    de cuanto naturaleza

    puso en ingenio mortal!

    ¡Oh, peregrino doctor,

    y para enfermos de amor

    Hipócrates celestial!

    Dame a besar la mano,

    honor de las tocas, gloria

    del monjil.

    FABIA: La nueva historia

    de tu amor cubriera en vano

    vergüenza o respeto mío;

    que ya en tus caricias veo

    tu enfermedad.

    ALONSO: Un deseo

    es dueño de mi albedrío.

    FABIA: El pulso de los amantes

    es el rostro. Aojado estás.

    ¿Qué has visto?

    ALONSO: Un ángel.

    FABIA: ¿Qué más?

    ALONSO: Dos imposibles bastantes,

    Fabia, a quitarme el sentido;

    que es dejarla de querer

    y que ella me quiera.

    FABIA: Ayer

    te vi en la feria perdido

    tras una cierta doncella,

    que en forma de labradora

    encubría el ser señora,

    no el ser tan hermosa y bella;

    que pienso que doña Inés

    es de Medina la flor.

    ALONSO: Acertaste con mi amor;

    esa labradora es

    fuego que me abrasa y arde.

    FABIA: Alto has picado.

    ALONSO: Es deseo

    de su honor.

    FABIA: Así lo creo.

    ALONSO: Escucha, así Dios te guarde.

    Por la tarde salió Inés

    a la feria de Medina,

    tan hermosa que la gente

    pensaba que amanecía;

    rizado el cabello en lazos,

    que quiso encubrir la liga,

    porque mal caerán las almas

    si ven las redes tendidas.

    Los ojos, a lo valiente,

    iban perdonando vidas,

    aunque dicen los que deja

    que es dichoso a quien la quita.

    Las manos haciendo tretas,

    que como juego de esgrima

    tiene tanta gracia en ellas,

    que señala las heridas.

    Las valonas esquinadas

    en manos de nieve viva;

    que muñecas de papel

    se han de poner en esquinas.

    Con la caja de la boca

    allegaba infantería,

    porque sin ser capitán,

    hizo gente por la villa.

    Los corales y las perlas

    dejó Inés, porque sabía

    que las llevaban mejores

    los dientes y las mejillas.

    Sobre un manteo francés

    una verdemar basquiña,

    porque tenga en otra lengua

    de su secreto la cifra.

    No pensaron las chinelas

    llevar de cuantos la miran

    los ojos en los listones,

    las almas en las virillas.

    No se vio florido almendro

    como toda parecía;

    que del color natural

    son las mejores pastillas.

    Invisible fue con ella

    el amor, muerto de risa

    de ver, como pescador,

    los simples peces que pican.

    Unos le ofrecieron sartas,

    y otros arracadas ricas;

    pero en oídos de áspid

    no hay arracadas que sirvan.

    Cuál da a su garganta hermosa

    el collar de perlas finas;

    pero como toda es perla,

    poco las perlas estima;

    yo, haciendo lengua los ojos,

    solamente le ofrecía

    a cada cabello un alma,

    a cada paso una vida.

    Mirándome sin hablarme,

    parece que me decía,

    "No os vais, don Alonso, a Olmedo,

    quedaos agora en Medina."

    Creí me esperanza, Fabia;

    salió esta mañana a misa,

    ya con galas de señora,

    no labradora fingida.

    Si has oído que el marfil

    del unicornio santigua

    las aguas, así el cristal

    de un dedo puso en la pila.

    Llegó mi amor basilisco,

    y salió del agua misma

    templado el veneno ardiente

    que procedió de su vista.

    Miró a su hermana, y entrambas

    se encontraron en la risa,

    acompañando mi amor

    su hermosura y mi porfía.

    En una capilla entraron;

    yo, que siguiéndolas iba,

    entré imaginando bodas.

    ¡Tanto quien ama imagina!

    Vime sentenciado a muerte,

    porque el amor me decía,

    "Mañana mueres, pues hoy

    te meten en la capilla."

    En ella estuve turbado;

    ya el guante se me caía,

    ya el rosario, que los ojos

    a Inés iban y venías.

    No me pagó mal. Sospecho

    que bien conoció que había

    amor y nobleza en mí;

    que quien no piensa no mira,

    y mirar sin pensar, Fabia,

    es de ignorantes, y implica

    contradicción que en un ángel

    faltase ciencia divina.

    Con este engaño, es efecto,

    le dije a mi amor que escriba

    este papel; que si quieres

    ser dichosa y atrevida

    hasta ponerle en sus manos,

    para que mi fe consiga

    esperanzas de casarme,

    tan en esto amor me inclina,

    el premio será un esclavo

    con una cadena rica,

    encomienda de esas tocas,

    de mal casadas envidia.

    FABIA: Yo te he escuchado.

    ALONSO: ¿Y qué sientas?

    FABIA: Que a gran peligro te pones.

    TELLO: Excusa, Fabia, razones,

    si no es que por dicha intentes

    como diestro cirujano,

    hacer la herida mortal.

    FABIA: Tello, con industria igual

    pondré el papel en su mano,

    aunque me cueste la vida,

    sin interés, porque entiendas

    que, donde hay tan altas prendas,

    sola yo fuera atrevida.

    Muestra el papel. (Que primero Aparte

    lo tengo de aderezar.)

    ALONSO: ¿Con qué te podré pagar

    la vida, el alma que espero,

    Fabia, de esas santas manos?

    TELLO: ¿Santas?

    ALONSO: ¿Pues, no, si han de hacer

    milagros?

    TELLO: De Lucifer.

    FABIA: Todos los medios humanos

    tengo de intentar por ti,

    porque el darme esa cadena

    no es cosa que me da pena,

    con confïada nací.

    TELLO: ¿Qué te dice el memorial?

    ALONSO: Ven, Fabia, ven, madre honrada,

    porque sepas mi posada.

    FABIA: Tello...

    TELLO: Fabia...

    FABIA: No hables mal;

    que tengo cierta morena

    de extremado talle y cara.

    TELLO: Contigo me contentara

    si me dieras la cadena.

    Vanse. Salen doña INÉS y doña

    LEONOR

    INÉS: Y todos dicen, Leonor

    que nace de las estrellas.

    LEONOR: De manera que sin ellas

    ¿no hubiera en el mundo amor?

    INÉS: Dime tú; si don Rodrigo

    ha que me sirve dos años,

    y su talle y sus engaños

    son nieve helada conmigo,

    y en el instante que vi

    este galán forastero,

    me dijo el alma, Éste quiero.

    Y yo lo dije, Sea ansí.

    ¿Quién concierta y desconcierta

    este amor y desamor?

    LEONOR: Tira como ciego Amor,

    yerra mucho, y poco acierta.

    Demás, que negar no puedo,

    aunque es de Fernando amigo

    tu aborrecido Rodrigo,

    por quien obligada quedo

    a intercederte por él,

    que el forastero es galán.

    INÉS: Sus ojos causa me dan

    para ponerlos en él,

    pues pienso que en ellos vi

    el cuidado que me dio,

    para que mirase yo

    con el que también le di.

    Pero ya se habrá partido.

    LEONOR: No le miro yo de suerte

    que pueda vivir sin verte.

    Sale ANA, criada

    ANA: Aquí, señora, ha venido

    la Fabia... o la Fabiana.

    INÉS: ¿Pues quién es esa mujer?

    ANA: Una que suele vender

    para las mejillas grana,

    y para la cara nieve.

    INÉS: ¿Quieres tú que entre, Leonor?

    LEONOR: En casas de tanto honor

    no sé yo cómo se atreve;

    que no tiene buena fama;

    mas, ¿quién no desea ver?

    IN&EacueS: Ana, llama esa mujer.

    ANA: Fabia, mi señora os llama.

    Vase. Sale FABIA, con una canastilla

    FABIA: (¡Y cómo si yo sabía

    Aparte

    que me habías de llamar!)

    ¡Ay! Dios os deje gozar

    tanta gracia y bizarría,

    tanta hermosura y donaire;

    que cada día que os veo

    con tanta gala y aseo,

    y pisar de tan buen aire,

    os echo mil bendiciones;

    y me acuerdo como agora

    de aquella ilustre señora

    que con tantas perfecciones

    fue la fénix de Medina,

    fue el ejemplo de lealtad.

    ¡Qué generosa piedad

    de eterna memoria digna!

    ¡Qué de pobres la lloramos!

    ¿A quién no hizo mil bienes?

    INÉS: Dinos, madre, a lo que vienes.

    FABIA: ¡Qué de huérfanas quedamos

    por su muerte malograda!

    La flor de las Catalinas

    hoy la lloran mis vecinas;

    no la tienen olvidada.

    Y a mí, ¿qué bien no me hacía?

    ¡Qué en agraz se la llevó

    la muerte! No se logró.

    Aun cincuenta no tenía.

    INÉS: No llores, madre, no llores.

    FABIA: No me puedo consolar

    cuando le veo llevar

    a la muerte las mejores,

    y que yo me quedo acá.

    Vuestro padre, Dios le guarde,

    ¿está en casa?

    LEONOR: Fue esta tarde

    al campo.

    FABIA: Tarde vendrá.

    Si va a deciros verdades,

    mozas sois, vieja soy yo...

    Más de una vez me fïó

    don Pedro sus mocedades;

    pero teniendo respeto

    a la que pudre, yo hacía,

    como quien se lo debía,

    mi obligación. En efeto,

    de diez mozas, no le daba

    cinco.

    INÉS: ¡Que virtud!

    FABIA: No es poco,

    que era vuestro padre un loco;

    cuanto veía, tanto amaba.

    Si sois de su condición,

    no admiro de que no estéis

    enamoradas. ¿No hacéis,

    niñas, alguna oración

    para casaros?

    INÉS: No, Fabia.

    Eso siempre será presto.

    FABIA: Padre que se duerme en esto,

    mucho a sí mismo se agravia.

    La fruta fresca, hijas mías,

    es gran cosa, y no aguardar

    a que la venga a arrugar

    la brevedad de los días.

    Cuantas cosas imagino,

    dos solas, en mi opinión,

    son buenas, viejas.

    LEONOR: ¿Y son?

    FABIA: Hija, el amigo y el vino.

    ¿Veisme aquí? Pues yo os prometo

    que fue tiempo en que tenía

    mi hermosura y bizarría

    más de algún galán sujeto.

    ¿Quién no alababa mi brío?

    ¡Dichoso a quien yo miraba!

    Pues, ¿qué seda no arrastraba?

    ¡Qué gasto, qué plato el mío!

    Andaba en palmas, en andas.

    Pues, ¡ay Dios!, si yo quería,

    ¿qué regalos no tenía

    de esta gente de hopalandas?

    Pasó aquella primavera,

    no entra un hombre por mi casa;

    que como el tiempo se pasa,

    pasa la hermosura.

    INÉS: Espera.

    ¿Qué es lo que traes aquí?

    FABIA: Niñerías que vender

    para comer, por no hacer

    cosas malas.

    LEONOR: Hazlo ansí,

    madre, y Dios te ayudará.

    FABIA: Hija, mi rosario y misa:

    esto cuando estoy de prisa,

    que si no...

    INÉS: Vuélvete acá.

    ¿Qué es esto?

    FABIA: Papeles son

    de alcanfor y solimán.

    Aquí secretos están

    de gran consideración

    para nuestra enfermedad

    ordinaria.

    LEONOR: Y esto, ¿qué es?

    FABIA: No lo mires, aunque estés

    con tanta curiosidad.

    LEONOR: ¿Qué es, por tu vida?

    FABIA: Una moza,

    se quiere, niñas, casar;

    mas acertóla a engañar

    un hombre de Zaragoza.

    Hase encomendado a mí...

    Soy piadosa... y en fin es

    limosna, porque después

    vivan en paz.

    INÉS: ¿Qué hay aquí?

    FABIA: Polvos de dientes, jabones

    de manos, pastillas, cosas

    curiosas y provechosas.

    INÉS: ¿Y esto?

    FABIA: Algunas oraciones.

    ¡Qué no me deben a mí

    las ánimas!

    INÉS: Un papel

    hay aquí.

    FABIA: Diste con él

    cual si fuera para ti.

    Suéltale. No le has de ver,

    bellaquilla, curiosilla.

    INÉS: Deja, madre...

    FABIA: Hay en la villa

    cierto galán bachiller

    que quiere bien una dama;

    prométeme una cadena

    porque le dé yo, con pena

    de su honor, recato y fama.

    Aunque es para casamiento,

    no me atrevo. Haz una cosa

    por mí, doña Inés hermosa,

    que es discreto pensamiento.

    Respóndeme a este papel,

    y diré que me la ha dado

    su dama.

    INÉS: Bien lo has pensado

    si pescas, Fabia, con él

    la cadena prometida.

    Yo quiero hacerte este bien.

    FABIA: Tantos los cielos te den,

    que un siglo alarguen tu vida.

    Lee el papel.

    INÉS: Allá dentro,

    y te traeré respuesta.

    Vase

    LEONOR: (¡Que buena invención!) Aparte

    FABIA: (Apresta, Aparte

    fiero habitador del centro,

    fuego accidental que abrase

    el pecho de esta doncella.)

    Salen don RODRIGO y don FERNANDO

    RODRIGO: Hasta casarme con ella,

    será forzoso que pase

    por estos inconvenientes.

    FERNANDO: Mucho ha de sufrir quien ama.

    RODRIGO: Aquí tenéis vuestra dama.

    FABIA: (¡Oh necios impertinentes! Aparte

    ¿Quién os ha traído aquí?)

    RODRIGO: Pero, ¡en lugar de la mía

    aquella sombra!

    FABIA: Sería

    gran limosna para mí;

    que tengo necesidad.

    LEONOR: Yo haré que os pague mi hermana.

    FERNANDO: Si habéis tomado, señora,

    o por ventura os agrada

    algo de lo que hay aquí,

    si bien serán cosas bajas

    la que aquí puede traer

    esta venerable anciana,

    pues no serán ricas joyas

    para ofreceros la paga,

    mandadme que os sirva yo.

    LEONOR: No habemos comprado nada;

    que es esta buena mujer

    quien suele lavar en casa

    la ropa.

    RODRIGO: ¿Qué hace don Pedro?

    LEONOR: Fue al campo; pero ya tarda.

    RODRIGO: Mi señora, doña Inés...

    LEONOR: Aquí estaba... Pienso que anda

    despachando esta mujer.

    RODRIGO: (Si me vio por la ventana Aparte

    ¿quién duda que huyó por mí?

    ¿Tanto de ver se recata

    quien más servirla desea?)

    FERNANDO: Ya sale.

    Salga doña INÉS con un papel en la

    mano. [LEONOR le habla a ella]

    LEONOR: Mira que aguarda

    por la cuenta de la ropa,

    Fabia.

    INÉS: Aquí la traigo, hermana.

    Tomad, y haced que ese mozo

    la lleve.

    FABIA: ¡Dichosa el agua

    que ha de lavar, doña Inés,

    las reliquias de la holanda

    que tales cristales cubre!

    [Finja que lee]

    Seis camisas, diez toalla,

    cuatro tablas de manteles,

    dos cosidos de almohadas,

    seis camisas del señor,

    ocho sábanas. Mas basta;

    que todo vendrá más limpio

    que los ojos de la cara.

    RODRIGO: Amiga, ¿queréis feriarme

    ese papel, y la paga

    fïad de mí, por tener

    de aquellas manos ingratas

    letra siquiera en las mías?

    FABIA: ¡En verdad que negociara

    muy bien si os diera el papel!

    Adiós hijas de mi alma.

    Vase

    RODRIGO: Esta memoria aquí había

    de quedar, que no llevarla.

    LEONOR: Llévala y vuélvela, a efeto

    de saber si algo le falta.

    INÉS: Mi padre ha venido ya.

    Vuesas mercedes se vayan

    o le visiten; que siente

    que nos hablen, aunque calla.

    RODRIGO: Para sufrir el desdén

    que me trata de esta suerte,

    pido al Amor y a la Muerte

    que algún remedio me den.

    Al Amor, porque tan bien

    puede templar tu rigor

    con hacerme algún favor;

    a la Muerte, porque acabe

    mi vida; pero no sabe

    la Muerte, ni quiere Amor.

    Entre la vida y la muerte

    no sé qué medio tener,

    pues Amor no ha de querer

    que con tu favor acierte;

    y siendo fuerza quererte,

    quiere el Amor que te pida

    que seas tú mi homicida.

    Mata, ingrata, a quien te adora;

    serás mi muerte, señora,

    pues no quieres ser mi vida.

    Cuanto vive de amor nace,

    y se sustenta; de amor,

    cuanto muere. Es un rigor

    que nuestras vidas deshace.

    Si al amor no satisface

    mi pena, ni la hay tan fuerte

    con que la muerte me acierte,

    debo de ser inmortal,

    pues no me hacen bien ni mal

    ni la vida ni la muerte.

    Vanse los dos

    INÉS: ¡Qué de necedades juntas!

    LEONOR: ¿No fue la tuya menor?

    INÉS: ¿Cuándo fue discreto amor

    si del papel me preguntas?

    LEONOR: ¿Amor te obliga a escribir

    sin saber a quién?

    INÉS: Sospecho

    que es invención que se ha hecho

    para probarme a rendir

    de parte del forastero.

    LEONOR: Yo también lo imaginé.

    INÉS: Si fue ansí, discreto fue.

    Leerle unos versos quiero.

    "Yo vi la más hermosa labradora,

    en la famosa feria de Medina,

    que ha visto el sol adonde más se inclina

    desde la risa de la blanca aurora.

    Una chinela de color, que dora

    de una columna hermosa y cristalina

    la breve basa, fue la ardiente mina

    que vuela el alma a la región que adora.

    Que una chinela fue victoriosa,

    siendo los ojos del amor enojos,

    confesé por hazaña milagrosa.

    Pero díjele dando los despojos:

    `Si matas con los pies, Inés hermosa,

    ¿qué dejas para el fuego de tus ojos?'"

    LEONOR: Este galán, doña Inés,

    te quiere para danzar.

    INÉS: Quiere en los pies comenzar,

    y pedir manos después.

    LEONOR: ¿Que respondiste?

    INÉS: Que fuese

    esta noche por la reja

    del huerto.

    LEONOR: ¿Quién te aconseja,

    o qué desatino es ése?

    INÉS: No es para hablarle.

    LEONOR: Pues, ¿qué?

    INÉS: Ven conmigo y lo sabrás.

    LEONOR: Necia y atrevida estás.

    INÉS: ¿Cuándo el amor no lo fue?

    LEONOR: Huír de amor cuando empieza.

    INÉS: Nadie del primero huye,

    porque dicen que le influye

    la misma naturaleza.

    Vanse. Salen don ALONSO, TELLO y FABIA

    FABIA: Cuatro mil palos me han dado.

    TELLO: ¡Lindamente negociaste!

    FABIA: Si tú llevaras los medios...

    ALONSO: Ello ha sido disparate

    que yo me atreviese al cielo.

    TELLO: Y que Fabia fuese el ángel

    que al infierno de los palos

    cayese por levantarte.

    FABIA: ¡Ay, pobre Fabia!

    TELLO: ¿Quién fueron

    los crüeles sacristanes

    del facistol de tu espalda?

    FABIA: Dos lacayos y tres pajes.

    Allá he dejado las tocas

    y el monjil hecho seis partes.

    ALONSO: Eso, madre, no importara,

    si a tu rostro venerable

    no se hubieran atrevido.

    ¡Oh, qué necio fui en fïarme

    de aquellos ojos traidores,

    de aquellos falsos diamantes,

    niñas que me hicieron señas

    para engañarme y matarme!

    Yo tengo justo castigo.

    Toma este bolsillo, madre...

    y ensilla, Tello; que a Olmedo

    nos hemos de ir esta tarde.

    TELLO: ¿Cómo, si anochece ya?

    ALONSO: Pues, ¿qué? ¿Quieres que me mate?

    FABIA: No te aflijas, moscatel,

    ten ánimo; que aquí trae

    Fabia tu remedio. Toma.

    ALONSO: ¿Papel?

    FABIA: ¡Papel!

    ALONSO: No me engañes.

    FABIA: Digo que es suyo, en respuesta

    de tu amoroso romance.

    ALONSO: Hinca, Tello, la rodilla.

    TELLO: Sin leer no me lo mandes;

    que aun temo que hay palos dentro,

    pues en mondadientes caben.

    Lee

    ALONSO: "Cuidados de saber si sois quien presumo,

    y deseando que lo seáis, os suplico que

    vais esta noche a la reja del jardín de esta

    casa, donde hallaréis atado el listón verde

    de las chinelas, y ponéoslo mañana en el

    sombrero para que os conozca."

    FABIA: ¿Qué te dice?

    ALONSO: Que no puedo

    pagarte ni encarecerte

    tanto bien.

    TELLO: De esta suerte

    no hay que ensillar para Olmedo.

    ¿Oyen, señores rocines?

    Sosiéguense, que en Medina

    nos quedamos.

    ALONSO: La vecina

    noche, en los últimos fines

    con que va expirando el día,

    pone los helado pies.

    Para la reja de Inés

    aun importa bizarría;

    que podrá ser que el amor

    la llevase a ver tomar

    la cinta. Voyme a mudar.

    Vase

    TELLO: Y yo a dar a mi señor,

    Fabia, con licencia tuya,

    aderezo de sereno.

    FABIA: Detente.

    TELLO: Eso fuera bueno

    a ser la condición suya

    para vestirse sin mí.

    FABIA: Pues bien le puedes dejar,

    porque me has de acompañar.

    TELLO: ¿A ti, Fabia?

    FABIA: A mí.

    TELLO: ¿Yo?

    FABIA: Sí;

    que importa a la brevedad

    de este amor.

    TELLO: ¿Qué es lo que quieres?

    FABIA: Con los hombres, las mujeres

    llevamos seguridad.

    Una muela he menester

    del salteador que ahorcaron

    ayer.

    TELLO: Pues, ¿no le enterraron?

    FABIA: No.

    TELLO: Pues, ¿qué quieres hacer?

    FABIA: Ir por ella, y que conmigo

    vayas solo a acompañarme.

    TELLO: Yo sabré muy bien guardarme

    de ir a esos pasos contigo.

    ¿Tienes seso?

    FABIA: Pues, gallina,

    adonde voy yo, ¿no irás?

    TELLO: Tú, Fabia, enseñada estás

    a hablar al diablo.

    FABIA: Camina.

    TELLO: Mándame a diez hombres juntos

    temerario acuchillar,

    y no me mandes tratar

    en materia de difuntos.

    FABIA: Si no vas, tengo de hacer

    que él propio venga a buscarte.

    TELLO: ¿Que tengo de acompañarte?

    ¿Eres demonio o mujer?

    FABIA: Ven, llevarás la escalera;

    que no entiendes de estos casos.

    TELLO: Quien sube por tales pasos,

    Fabia, el mismo fin espera.

    Vanse. Salen don RODRIGO y don FERNANDO, en hábito de noche

    FERNANDO: ¿De qué sirve inútilmente

    venir a ver esa casa?

    RODRIGO: Consuélase entre estas rejas,

    don Fernando, mi esperanza.

    Tal vez sus hierros guarnece

    cristal de sus manos blancas;

    donde las pone de día,

    pongo yo de noche el alma;

    que cuanto más doña Inés

    con sus desdenes me mata,

    tanto más me enciende el pecho,

    así su nieve me abrasa.

    ¡Oh rejas, enternecidas

    de mi llanto, quién pensara

    que un ángel endureciera

    quien vuestros hierros ablanda!

    ¡Oíd! ¿Qué es lo que está

    aquí?

    FERNANDO: En ellos mismos atada

    está una cinta o listón.

    RODRIGO: Sin duda las almas atan

    a estos hierros, por castigo

    de los que su amor declaran.

    FERNANDO: Favor fue de mi Leonor.

    Tal vez por aquí me habla.

    RODRIGO: Que no lo será de Inés

    dice mi desconfïanza;

    pero en duda de que es suyo,

    porque sus manos ingratas

    pudieron ponerle acaso,

    basta que la fe me valga.

    Dadme el listón.

    FERNANDO: No es razón,

    si acaso Leonor pensaba

    saber mi cuidado ansí,

    y no me le ve mañana.

    RODRIGO: Un remedio se me ofrece.

    FERNANDO: ¿Cómo?

    RODRIGO: Partirle.

    FERNANDO: ¿A qué causa?

    RODRIGO: A que las dos le vean,

    y sabrán con esta traza

    que habemos venido juntos.

    Dividen el listón. Salen don ALONSO y

    TELLO, de noche

    FERNANDO: Gente por la calle pasa.

    TELLO: Llega de presto a la reja;

    mira que Fabia me aguarda

    para un negocio que tiene

    de grandísima importancia.

    ALONSO: ¿Negocio Fabia esta noche

    contigo?

    TELLO: Es cosa muy alta.

    ALONSO: ¿Cómo?

    TELLO: Yo llevo escalera,

    y ella...

    ALONSO: ¿Qué lleva?

    TELLO: Tenazas.

    ALONSO: Pues, ¿qué habéis de hacer?

    TELLO: Sacar

    una dama de su casa.

    ALONSO: Mira lo que haces, Tello;

    no entres adonde no salgas.

    TELLO: No es nada, por vida tuya.

    ALONSO: Una doncella, ¿no es nada?

    TELLO: Es la muela del ladrón

    que ahorcaron ayer.

    ALONSO: Repara

    en que acompañan la reja

    dos hombre.

    TELLO: ¿Si están de guarda?

    ALONSO: ¡Qué buen listón!

    TELLO: Ella quiso

    castigarte.

    ALONSO: ¿No buscara,

    si fui atrevido, otro estilo?

    Pues advierta que se engaña.

    Mal conoce a don Alonso,

    que por excelencia llaman

    el caballero de Olmedo.

    ¡Vive Dios, que he de mostrarla

    a castigar de otra suerte

    a quien la sirve!

    TELLO: No hagas

    algún disparate.

    ALONSO: Hidalgos,

    en las rejas de esa casa

    nadie se arrima.

    RODRIGO: ¿Qué es esto?

    FERNANDO: Ni en el talle ni en el habla

    conozco este hombre.

    RODRIGO: ¿Quién es

    el que con tanta arrogancia

    se atreve a hablar?

    ALONSO: El que tiene

    por lengua, hidalgos, la espada.

    RODRIGO: Pues hallará quien castigue

    su locura temeraria.

    TELLO: Cierra, señor; que no son

    muelas que a difuntos sacan.

    Retírenlos

    ALONSO: No los sigas. Bueno está.

    TELLO: Aquí se quedó una capa.

    ALONSO: Cógela y ven por aquí;

    que hay luces en las ventanas.

    Vanse. Salen doña LEONOR, y doña

    INÉS

    INÉS: Apenas la blanca aurora,

    Leonor, el pie de marfil

    puso en las flores de abril,

    que pinta, esmalta y colora,

    cuando a mirar el listón

    salí, de amor desvelada,

    y con la mano turbada

    di sosiego al corazón.

    En fin, él no estaba allí.

    LEONOR: Cuidado tuvo el galán.

    INÉS: No tendrá los que me dan

    sus pensamientos a mí.

    LEONOR: Tú, que fuiste el mismo hielo,

    ¡en tan breve tiempo estás

    de esa suerte!

    INÉS: No sé más

    de que me castiga el cielo.

    O es venganza o es victoria

    de amor en mi condición.

    Parece que el corazón

    se me abrasa en su memoria.

    Un punto solo no puedo

    apartarla dél. ¿Qué haré?

    Sale don RODRIGO, con el listón verde en el

    sombrero

    RODRIGO: (Nunca, amor, imaginé Aparte

    que te sujetara el miedo.

    Animo para vivir;

    que aquí está Inés.) Al señor

    don Pedro busco.

    INÉS: Es error

    tan de mañana acudir;

    que no estará levantado.

    RODRIGO: Es un negocio importante.

    [Doña INÉS y doña LEONOR

    hablan aparte]

    INÉS: (No he visto tan necio amante.

    LEONOR: Siempre es discreto lo amado,

    y necio lo aborrecido.)

    RODRIGO: (¿Que de ninguna manera Aparte

    puedo agradar una fiera

    ni dar memoria a su olvido?)

    INÉS: (¡Ay, Leonor! No sin razón

    viene don Rodrigo aquí,

    si yo misma le escribí

    que fuese por el listón.

    LEONOR: Fabia este engaño te ha hecho.

    INÉS: Presto romperé el papel;

    que quiero vengarme en él

    de haber dormido en mi pecho.)

    Salen don PEDRO, su padre, y don FERNANDO con el

    listón verde en el sombrero

    FERNANDO: Hame puesto por tercero

    para tratarlo con vos.

    PEDRO: Pues hablaremos los dos

    en el concierto primero.

    FERNANDO: Aquí está; que siempre amor

    es reloj anticipado.

    PEDRO: Habrále Inés concertado

    con la llave del favor.

    FERNANDO: De lo contrario, se agravia.

    PEDRO: Señor, don Rodrigo...

    RODRIGO: Aquí

    vengo a que os sirváis de mí.

    Hablan bajo don PEDRO y los dos galanes.

    [Doña INÉS y doña LEONOR hablan

    aparte]

    INÉS: (Todo fue enredo de Fabia.

    LEONOR: ¿Cómo?

    INÉS: ¿No ves que también

    trae el listón don Fernando?

    LEONOR: Si en los dos le estoy mirando,

    entrambos te quieren bien.

    INÉS: Sólo falta que me pidas

    celos, cuando estoy sin mí.

    LEONOR: ¿Qué quieren tratar aquí?

    INÉS: ¿Ya la palabras olvidas

    que dijo mi padre ayer

    en materia de casarme?

    LEONOR: Luego bien puede olvidarme

    Fernando, si él viene a ser.

    INÉS: Antes presumo que son

    entrambos los que han querido

    casarse, pues han partido

    entre los dos el listón.)

    PEDRO: Ésta es materia que quiere

    secreto y espacio. Entremos

    donde mejor la tratemos.

    RODRIGO: Como yo ser vuestro espere,

    no tengo más que tratar.

    PEDRO: Aunque os quiero enamorado

    de Inés, para el nuevo estado,

    quien soy os ha de obligar.

    Vanse los tres [hombres]

    INÉS: ¡Qué vana fue mi esperanza!

    ¡Qué loco mi pensamiento!

    ¡Yo papel a don Rodrigo!

    ¿Y tú de Fernando celos!

    ¡Oh forastero enemigo!

    ¡Oh Fabia embustera!

    Sale FABIA

    FABIA: Quedo;

    que lo está escuchando Fabia.

    INÉS: Pues, ¿cómo, enemiga, has hecho

    un enredo semejante?

    FABIA: Antes fue tuyo el enredo,

    si en aquel papel escribes

    que fuese aquel caballero

    por un listón de esperanza

    a las rejas de tu huerto,

    y el ella pones dos hombres

    que le maten, aunque pienso

    que a no se haber retirado

    pagaran su loco intento.

    INÉS: ¡Ay, Fabia! Ya que contigo

    llego a declarar mi pecho,

    ya que a mi padre, a mi estado

    y a mi honor pierdo el respeto,

    dime, ¿es verdad lo que dices?

    Que siendo ansí, los que fueron

    a la reja le tomaron,

    y por favor se le han puesto.

    De suerte estoy, madre mía,

    que no puedo hallar sosiego

    si no es pensando en quien sabes.

    FABIA: (¡Oh, qué bravo efecto hicieron Aparte

    los hechizos y conjuros!

    La victoria me prometo.)

    No te desconsueles, hija;

    vuelve en ti, que tendrás presto

    estado con el mejor

    y más noble caballero

    que agora tiene Castilla;

    porque será por lo menos

    el que por único llaman

    el caballero de Olmedo.

    Don Alonso en un feria

    te vio, labradora Venus,

    haciendo las cejas arco

    y flechas los ojos bellos.

    Disculpa tuvo en seguirte,

    porque dicen los discretos

    que consiste la hermosura

    en ojos y entendimiento.

    En fin, en las verdes cintas

    de tus pies llevastes presos

    los suyos; que ya el amor

    no prende por los cabellos.

    Él te sirve, tú le estimas;

    él te adora, tú le has muerto;

    él te escribe, tú respondes;

    ¿quién culpa amor tan honesto?

    Para él tienen sus padres,

    porque es único heredero,

    diez mil ducados de renta;

    y aunque es tan mozo, son viejos.

    Déjate amar y servir

    del más noble, del más cuerdo

    caballero de Castilla,

    lindo talle, lindo ingenio.

    El rey en Valladolid

    grandes mercedes le ha hecho,

    porque él solo honró las fiestas

    de su real casamiento,

    Cuchilladas y lanzadas

    dio en los toros como un Héctor;

    treinta precios dio a las damas

    en sortijas y torneos.

    Armado parece Aquiles

    mirando de Troya el cerco;

    con galas parece Adonis...

    ¡Mejor fin le den los cielos!

    Vivirás bien empleada

    en un marido discreto.

    ¡Desdichada de la dama

    que tiene marido necio!

    INÉS: ¡Ay, madre! Vuélvesme loca.

    Pero, ¡triste!, ¿cómo puedo

    ser suya, si a don Rodrigo

    me da mi padre don Pedro?

    Él y don Fernando están

    tratando mi casamiento.

    FABIA: Los dos haréis nulidad

    la sentencia de ese pleito.

    INÉS: Está don Rodrigo allí.

    FABIA: Esto no te cause miedo,

    pues es parte y no jüez.

    INÉS: Leonor, ¡no me das consejo?

    LEONOR: ¿Y estás tú para tomarle?

    INÉS: No sé; pero no tratemos

    en público de estas cosas.

    FABIA: Déjame a mí tu suceso.

    Don Alonso ha de ser tuyo;

    que serás dichosa espero

    con hombre que es en Castilla

    "la gala de Medina,

    la flor de Olmedo."

    FIN DEL PRIMER ACTO

    ACTO SEGUNDO

    Índice

    SALEN TELLO y don ALONSO

    ALONSO: Tengo el morir por mejor,

    Tello, que vivir sin ver

    TELLO: Temo que se ha de saber

    este tu secreto amor;

    que con tanto ir y venir

    de Olmedo a Medina, creo

    que a los dos da tu deseo

    que sentir, y aun que decir.

    ALONSO: ¿Cómo puedo yo dejar

    de ver a Inés, si la adoro?

    TELLO: Guardándole más decoro

    en el venir y el hablar;

    que en ser a tercero día,

    pienso que te dan, señor,

    tercianas de amor.

    ALONSO: Mi amor

    ni está ocioso, ni ese enfría.

    Siempre abrasa, y no permite

    que esfuerce naturaleza

    un instante su flaqueza,

    porque jamás se remite.

    Mas bien se ve que es león

    amor; su fuerza, tirana;

    pues que con esta cuartana

    se amansa mi corazón.

    Es esta ausencia una calma

    de amor, porque si estuviera

    adonde siempre a Inés viera,

    fuera salamandra el alma.

    TELLO: ¿No te cansa y te amohina

    tanto entrar, tanto partir?

    ALONSO: Pues yo, ¿qué hago en venir,

    Tello, de Olmedo a Medina?

    Leandro pasaba un mar

    todas las noches, por ver

    si le podía beber

    para poderse templar;

    pues si entre Olmedo y Medina

    no hay, Tello, un mar, ¿qué me debe

    Inés?

    TELLO: A otro mar se atreve

    quien al peligro camina

    en que Leandro se vio,

    pues a don Rodrigo veo

    tan cierto de tu deseo

    como puedo estarlo yo;

    que como yo no sabía

    cuya aquella capa fue

    un día que la saqué...

    ALONSO: ¡Gran necedad!

    TELLO: ...como mía,

    me preguntó, "Diga, hidalgo,

    ¿quién esta capa le dio?.

    porque la conozco yo."

    Respondí, "Si os sirve en algo,

    daréla a un crïado vuestro."

    Con esto, descolorido,

    dijo, "Habíale perdido

    de noche un lacayo nuestro;

    pero mejor empleada

    está en vos. Guardadla bien."

    Y fuése a medio desdén,

    puesta la mano en la espada.

    Sabe que te sirvo, y sabe

    que la perdió con los dos.

    Advierte, señor, por Dios,

    que toda esta gente es grave,

    y que están en su lugar,

    donde todo gallo canta.

    Sin esto, también me espanta

    ver este amor comenzar

    por tantas hechicerías,

    y que cercos y conjuros

    no son remedios seguros

    si honestamente porfías.

    Fui con ella, que no fuera,

    a sacar de un ahorcado

    una muela; puse a un lado,

    como Arlequín, la escalera.

    Subió Fabia, quedé al pie,

    y díjome el salteador;

    "Sube, Tello, sin temor,

    o si no, yo bajaré."

    ¡San Pablo! Allí me caí.

    Tan sin alma vine al suelo,

    que fue milagro del cielo

    el poder volver en mí.

    Bajó, desperté turbado

    y de mirarme afligido,

    porque, sin haber llovido

    estaba todo mojado.

    ALONSO: Tello, un verdadero amor

    en ningún peligro advierte.

    Quiso mi contraria suerte

    que hubiese competidor,

    y que trate, enamorado,

    casarse con doña Inés;

    pues, ¿qué he de hacer, si me ves

    celoso y desesperado?

    No creo en hechicerías,

    que todas son vanidades;

    quien concierta voluntades

    son méritos y porfías.

    Inés me quiere, yo adoro

    a Inés, yo vivo en Inés;

    todo lo que Inés no es

    desprecio, aborrezco, ignoro.

    Inés es mi bien; yo soy

    esclavo de Inés; no puedo

    vivir sin Inés; de Olmedo

    a Medina vengo y voy.

    porque Inés mi dueña es

    para vivir o morir.

    TELLO: Sólo te falta decir,

    Un poco te quiero Inés.

    ¡Plega a Dios que por bien sea!

    ALONSO: Llama, que es hora.

    TELLO: Ya voy.

    Llama en casa de don PEDRO. ANA y doña

    INÉS, dentro de la casa

    ALONSO: ¿Quién es?

    TELLO: ¡Tan presto! Yo soy.

    ¿Está en casa Melibea?

    Que viene Calisto aquí.

    ANA: Aguarda un poco Sempronio.

    TELLO: ¿Si haré falso testimonio?

    INÉS: ¿Él mismo?

    ANA: Señora, sí.

    Abrase la puerta y entran don ALONSO y TELLO en

    casa de don PEDRO

    INÉS: ¡Señor mío!

    ALONSO: Bella Inés,

    esto es venir a vivir.

    TELLO: Agora no hay que decir,

    Yo te lo diré después.

    INÉS: ¡Tello, amigo!

    TELLO: ¡Reina mía!

    INÉS: Nunca, Alonso de mis ojos,

    por haberme dado enojos

    esta ignorante porfía

    de don Rodrigo esta tarde

    he estimado que me vieses.

    [... ... ... ...

    ... ... ... .....]

    ALONSO: Aunque fuerza de obediencia

    te hiciese tomar estado

    no he de estar desengañado

    hasta escuchar la sentencia.

    Bien el alma me decía,

    y a Tello se lo contaba

    cuando el caballo sacaba,

    y el sol los que aguarda el día,

    que de alguna novedad

    procedía mi tristeza,

    viniendo a ver tu belleza,

    pues me dices que es verdad.

    ¡Ay de mí si ha sido ansí!

    INÉS: No lo creas, porque yo

    diré a todo el mundo no,

    después que te dije sí.

    Tú solo dueño has de ser

    de mi libertad y vida;

    no hay fuerza que el ser impida,

    don Alonso, tu mujer.

    Bajaba al jardín ayer,

    y como por don Fernando

    me voy de Leonor guardando,

    a las fuentes, a las flores

    estuve diciendo amores,

    y estuve también llorando.

    "Flores y aguas, les decía,

    dichosa vida gozáis,

    pues aunque noche pasáis,

    veis vuestro sol cada día."

    Pensé que me respondía

    la lengua de una azucena

    —¡qué engaños amor ordena!—

    "Si el sol que adorando estás

    viene de noche, que es más,

    Inés, ¿de qué tienes pena?"

    TELLO: Así dijo a un ciego un griego

    que le contó mil disgustos,

    "Pues tiene la noche gustos,

    para qué te quejas, ciego?"

    INÉS: Como mariposa llego

    a estas horas, deseosa

    de tu luz... no mariposa,

    fénix ya, pues de una suerte

    me da vida y me da muerte

    llama tan dulce y hermosa.

    ALONSO: ¡Bien haya el coral, amén,

    de cuyas hojas de rosas,

    palabras tan amorosas

    salen a buscar mi bien!

    Y advierte que yo también,

    cuando con Tello no puedo,

    mis celos, mi amor, mi miedo

    digo en tu ausencia a la flores.

    TELLO: Yo le vi decir amores

    a los rábanos de Olmedo;

    que un amante suele hablar

    con las piedras, con el viento.

    ALONSO: No puede mi pensamiento

    ni estar solo ni callar;

    contigo, Inés, ha de estar,

    contigo hablar y sentir.

    ¡Oh, quién supiera decir

    lo que te digo en ausencia!

    Pero estando en tu presencia

    aun se me olvida el vivir.

    Por el camino le cuento

    tus gracias a Tello, Inés,

    y celebramos después

    tu divino entendimiento.

    Tal gloria en tu nombre siento,

    que una mujer recibí

    de tu nombre, porque ansí,

    llamándola todo el día,

    pienso, Inés, señora mía,

    que te estoy llamando a ti.

    TELLO: Pues advierte, Inés discreta,

    de los dos tan nuevo efeto,

    que a él le has hecho discreto,

    y a mí me has hecho poeta.

    Oye una glosa a un estribo

    que compuso don Alonso

    a manera de responso,

    si los hay en muerto vivo.

    "En el valle a Inés

    le dejé riendo.

    Si la ves, Andrés,

    dile cuál me ves

    por ella muriendo."

    INÉS: ¿Don Alonso la compuso?

    TELLO: Que es buena, jurarte puedo,

    para poeta de Olmedo.

    Escucha.

    ALONSO: Amor lo dispuso.

    TELLO: Andrés, después que las bellas

    plantas de Inés goza el valle,

    tanto florece con ellas

    que quiso el cielo trocalle

    por sus flores sus estrellas.

    Ya el valle es cielo, después

    que su primavera es,

    pues verá el cielo en el suelo

    quien vio, pues, Inés es cielo,

    en el valle a Inés.

    Con miedo y respeto estampo

    el pie donde el suyo huella.

    Que ya Medina del Campo

    no quiere aurora más bella

    para florecer su campo.

    Yo la vi de amor huyendo,

    cuanto miraba matando,

    su mismo desdén venciendo

    y aunque me partí llorando,

    la dejé riendo.

    Dile, Andrés, que ya me veo

    muerto por volverla a ver,

    aunque cuando llegues, creo

    que no será menester;

    que me habrá muerto el deseo.

    No tendrás que hacer después

    que a sus manos vengativas

    llegues, si una vez la ves,

    ni aun es posible que vivas

    si la ves, Andrés.

    Pero si matarte olvida

    por no hacer caso de ti,

    dile a mi hermosa homicida

    que por qué se mata en mí,

    pues que sabe que es mi vida.

    Dile, "Crüel, no le des

    muerte si vengada estás,

    y te ha de pesar después."

    Y pues no me has de ver más,

    dile cuál me ves.

    Verdad es que se dilata

    el morir, pues con mirar

    vuelve a dar vida la ingrata,

    y así se cansa en matar,

    pues da vida a cuantos mata;

    pero muriendo o viviendo,

    no me pienso arrepentir

    de estarla amando y sirviendo;

    que no hay bien como vivir

    por ella muriendo.

    INÉS: Si es tuya, notablemente

    te has alargado en mentir

    por don Alonso.

    ALONSO: Es decir,

    que mi amor en versos miente.

    Pues, señora, ¿qué poesía

    llegará a significar

    mi amor?

    INÉS: ¡Mi padre!

    ALONSO: ¿Ha de entrar?

    INÉS: Escondéos.

    ALONSO: ¿Dónde?

    Ellos se entran, y sale don PEDRO

    PEDRO: Inés mía,

    ¡agora por recoger!

    ¿Cómo no te has acostado?

    INÉS: Rezando, señor, he estado,

    por lo que dijiste ayer,

    rogando a Dios que me incline

    a lo que fuere mejor.

    PEDRO: Cuando para ti mi amor

    imposible imagine,

    no pudiera hallar un hombre

    como don Rodrigo, Inés.

    INÉS: Ansí dicen todos que es

    de su buena fama el nombre;

    y habiéndome de casar,

    ninguno en Medina hubiera,

    ni en Castilla, que pudiera

    sus méritos igualar.

    PEDRO: ¿Cómo habiendo de casarte?

    INÉS: Señor, hasta ser forzoso

    decir que ya tengo esposo,

    no he querido disgustarte.

    PEDRO: ¡Esposo! ¿Qué novedad

    es ésta, Inés?

    INÉS: Para ti

    será novedad; que en mí

    siempre fue mi voluntad.

    Y ya, que estoy declarada,

    hazme mañana cortar

    un hábito, para dar

    fin a esta gala excusada;

    que así quiero andar, señor,

    mientras me enseñan latín.

    Leonor te queda, que al fin

    te dará nieto Leonor.

    Y por mi madre te ruego

    que en esto no me repliques,

    sino que medios apliques

    e mi elección y sosiego.

    Haz buscar una mujer

    de buena y santa opinión,

    que me dé alguna lición

    de lo que tengo de ser,

    y un maestro de cantar,

    que de latín sea también.

    PEDRO: ¿Eres tú quien habla, o quién?

    INÉS: Esto es hacer, no es hablar.

    PEDRO: Por una parte, mi pecho

    se enternece de escucharte,

    Inés, y por otra parte,

    de duro mármol le has hecho.

    En tu verdad edad mi vida

    esperaba sucesión;

    pero si esto es vocación,

    no quiera Dios que lo impida.

    Haz tu gusto, aunque tu celo

    en esto no intenta el mío;

    que ya sé que el albedrío

    no presta obediencia al cielo.

    Pero porque suele ser

    nuestro pensamiento humano

    tan vez inconstante y vano,

    y en condición de mujer,

    que es fácil de persuadir,

    tan poca firmeza alcanza,

    que hay de mujer a mudanza

    lo que de hacer a decir,

    mudar las galas no es justo,

    pues no pueden estorbar

    a leer latín o cantar,

    ni a cuanto fuere tu gusto.

    Viste alegre y cortesana;

    que no quiero que Medina,

    si hoy te admirare divina,

    mañana te burle humana.

    Yo haré buscar la mujer

    y quien te enseñe latín,

    pues a mejor padre, en fin,

    es más justo obedecer.

    Y con esto, adiós te queda;

    que para no darte enojos,

    van a esconderse mis ojos

    adonde llorarte pueda.

    Vase, y salgan don ALONSO y TELLO

    REY: No me traigáis al partir

    negocios que despachar.

    CONDESTABLE: Contienen sólo firmar;

    no has de ocuparte en oír.

    REY: Decid con mucha presteza.

    CONDESTABLE: ¿Han de entrar?

    REY: Agora no.

    CONDESTABLE: Su santidad concedió

    lo que pidió vuestra alteza

    por Alcántara, señor.

    REY: Que mudase le pedí

    el hábito porque ansí

    pienso que estará mejor.

    CONDESTABLE: Era aquel traje muy feo.

    REY: Cruz verde pueden traer.

    Mucho debo agradecer

    al pontífice el deseo

    que de nuestro aumento muestra,

    con que irán siempre adelante

    estas cosas del infante

    en cuanto es de parte nuestra.

    CONDESTABLE: Éstas son dos provisiones,

    y entrambas notables son.

    REY: ¿Qué contienen?

    CONDESTABLE: La razón

    de diferencia que pones

    entre los moros y hebreos

    que en Castilla han de vivir.

    REY: Quiero con esto cumplir,

    Condestable, los deseos

    de fray Vicente Ferrer,

    que lo ha deseado tanto.

    CONDESTABLE: Es un hombre docto y santo.

    REY: Resolví con él ayer

    que en cualquiera reino mío

    donde mezclados están,

    a manera de gabán

    traiga un tabardo el judío

    con una señal en él,

    y un verde capuz el moro.

    Tenga el cristiano el decoro

    que es justo; apártese dél;

    que con esto tendrán miedo

    los que su nobleza infaman.

    CONDESTABLE: A don Alonso, que llaman

    el caballero de Olmedo.

    hace vuestra alteza aquí

    merced de un hábito.

    REY: Es hombre

    de notable fama y nombre.

    En esta villa le vi

    cuando se casó mi hermana.

    CONDESTABLE: Pues pienso que determina,

    por servirte, ir a Medina

    a las fiestas de mañana.

    REY: Decidle que fama emprenda

    en el arte militar,

    porque yo le pienso honrar

    con la primera encomienda.

    Vanse. Sale don ALONSO

    ALONSO: ¡Ay, riguroso estado,

    ausencia mi enemiga,

    que dividiendo el alma,

    puedes dejar la vida!

    ¡Cuán bien por tus efetos

    te llaman muerte viva,

    pues das vida al deseo,

    y matas a la vista!

    ¡Oh, cuán piadosa fueras,

    si al partir de Medina

    la vida me quitaras

    como el alma me quitas!

    En ti, Medina, vive

    aquella Inés divina,

    que es honra de la corte

    y gloria de la villa.

    Sus alabanzas cantan

    las aguas fugitivas,

    las aves que la escuchan,

    las flores que la imitan.

    Es tan bella, que tiene

    envidia de sí misma,

    pudiendo estar segura

    que el mismo sol la envidia,

    pues no la ve más vella

    por su dorada cinta,

    ni cuando viene a España,

    ni cuando va a las Indias.

    Yo merecí quererla.

    ¡Dichosa mi osadía!

    Que es merecer sus penas

    calificar mis dichas.

    Cuando pudiera verla,

    adorarla y servirla,

    la fuerza del secreto

    de tanto bien me priva.

    Cuando mi amor no fuera

    de fe tan pura y limpia,

    las perlas de sus ojos

    mi muerte solicitan.

    Llorando por mi ausencia

    Inés quedó aquel día,

    que sus lágrimas fueron

    de sus palabras firma.

    Bien sabe aquella noche

    que pudiera ser mía.

    Cobarde amor, ¿qué aguardas,

    cuando respetos miras?

    ¡Ay, Dios, qué gran desdicha,

    partir el alma y dividir la vida!

    Sale TELLO

    TELLO: ¿Merezco ser bien llegado?

    ALONSO: No sé si diga que sí;

    que me has tenido sin mí

    con lo mucho que has tardado.

    TELLO: Si por tu remedio ha sido,

    ¿en qué me puedes culpar?

    ALONSO: ¿Quién me puede remediar,

    si no es a quien yo le pido?

    ¿No me escribe Inés?

    TELLO: Aquí

    te traigo cartas de Inés.

    ALONSO: Pues hablarásme después

    en lo que has hecho por mí.

    Lea

    "Señor mío, después que os partistes no

    he vivido; que sois tan cruel, que aun

    no me dejáis vida cuando os vais."

    TELLO: ¿No lees más?

    ALONSO: No.

    TELLO: ¿Por qué?

    ALONSO: Porque manjar tan süave

    de una vez no se me acabe.

    Hablemos de Inés.

    TELLO: Llegué

    con media sotana y guantes;

    que parecía de aquellos

    que hacen en solos los cuellos

    ostentación de estudiantes.

    Encajé salutación,

    verbosa filatería,

    dando a la bachillería

    dos piensos de discreción;

    y volviendo el rostro, vi

    a Fabia...

    ALONSO: Espera, que leo

    otro poco; que el deseo

    me tiene fuera de mí.

    Lea

    "Todo lo que dejastes ordenado se hizo;

    sólo no se hizo que viviese yo sin vos,

    porque no lo dejastes ordenado."

    TELLO: ¿Es aquí contemplación?

    ALONSO: Dime cómo hizo Fabia

    lo que dice Inés.

    TELLO: Tan sabia

    y con tanta discreción,

    melindre e hipocresía,

    que me dieron que temer

    algunos que suelo ver

    cabizbajo todo el día.

    De hoy más quedaré advertido

    de lo que se ha de creer

    de una hipócrita mujer

    y un ermitaño fingido.

    Pues si me vieras a mí

    con el semblante mirlado,

    dijeras que era traslado

    de un reverendo alfaquí.

    Creyóme el viejo, aunque en él

    se ve de un Catón retrato.

    ALONSO: Espera; que ha mucho rato

    que no he mirado el papel.

    Lea

    "Daos prisa a venir, para que sepáis cómo

    quedo cuando os partís, y cómo estoy

    cuando volvéis."

    TELLO: ¿Hay otra estación aquí?

    ALONSO: En fin, ¡tú hallaste lugar

    para entrar y para hablar?

    TELLO: Estudiaba Inés en ti;

    que eras el latín, señor,

    y la lición que aprendía.

    ALONSO: Leonor, ¿qué hacía?

    TELLO: Tenía

    envidia de tanto amor,

    porque se daba a entender

    que de ser amado eres

    digno; que muchas mujeres

    quieren porque ven querer.

    Que en siendo un hombre querido

    de alguna con grande afeto,

    piensan que hay algún secreto

    en aquel hombre escondido.

    Y engáñanse, porque son

    correspondencias de estrellas.

    ALONSO: Perdonadme, manos bellas,

    que leo el postrer renglón.

    Lea

    "Dicen que viene el rey a Medina, y dicen

    verdad, pues habéis de venir vos, que

    sois rey mío."

    Acabóse el papel.

    TELLO: Todo en el mundo se acaba.

    ALONSO: Poco dura el bien.

    TELLO: En fin,

    le has leído por jornadas.

    ALONSO: Espera, que aquí a la margen

    vienen dos o tres palabras.

    Lea

    "Poneos esa banda al cuello,

    ¡Ay, si yo fuera la banda!"

    TELLO: ¡Bien dicho, por Dios, y entrar

    con doña Inés en la plaza!

    ALONSO: ¿Dónde está la banda, Tello?

    TELLO: A mí no me han dado nada.

    ALONSO: ¿Cómo no?

    TELLO: Pues, ¿qué me has dado?

    ALONSO: Ya te entiendo; luego saca

    a tu elección un vestido.

    TELLO: Ésta es la banda.

    ALONSO: Extremada.

    TELLO: Tales manos la bordaron.

    ALONSO: Demos orden que me parta.

    Pero, ¿ay, Tello!

    TELLO: ¿Qué tenemos?

    ALONSO: De decirte me olvidaba

    unos sueños que he tenido.

    TELLO: ¿Agora en sueños reparas?

    ALONSO: No los creo, claro está;

    pero dan pena.

    TELLO: Eso basta.

    ALONSO: No falta quien llama a algunos

    revelaciones del alma.

    TELLO: ¿Qué te puede suceder

    en una cosa tan llana

    como quererte casar?

    ALONSO: Hoy, tello, al salir el alba,

    con la inquietud de la noche,

    me levanté de la cama,

    abrí la ventana aprisa,

    y mirando flores y aguas

    que adornan nuestro jardín,

    sobre una verde retama

    veo ponerse un jilguero,

    cuyas esmaltadas alas

    con lo amarillo añadían

    flores a las verdes ramas.

    Y estando al aire trinando

    de la pequeña garganta

    con naturales pasajes

    las quejas enamoradas,

    sale un azor de un almendro,

    adonde escondido estaba,

    y como eran en los dos

    tan desiguales las armas,

    tiñó de sangre las flores,

    plumas al aire derrama.

    Al triste chillido, Tello,

    débiles ecos del aura

    respondieron, y, no lejos,

    lamentando su desgracia,

    su esposa, que en un jazmín

    la tragedia viendo estaba.

    Yo, midiendo con los sueños

    estos avisos del alma,

    apenas puedo alentarme;

    que con saber que son falsas

    todas estas cosas, tengo

    tan perdida la esperanza,

    que no me aliento a vivir.

    TELLO: Mal a doña Inés le pagas

    aquella heroica firmeza

    con que atrevida contrasta

    los golpes de la fortuna.

    Ven a Medina, y no hagas

    caso de sueños ni agüeros,

    cosas a la fe contrarias.

    Lleva el ánimo que sueles,

    caballos, lanzas y galas,

    mata de envidia los hombres,

    mata de amores las damas.

    Doña Inés ha de ser tuya

    a pesar de cuantos tratan

    dividiros a los dos.

    ALONSO: Bien dices. Inés me aguarda;

    vamos a Medina alegres.

    Las penas anticipadas

    dicen que matan dos veces,

    y a mí sola Inés me mata,

    no como pena, que es gloria.

    TELLO: Tú me verás en la plaza

    hincar de rodillas toros

    delante de sus ventanas.

    REY: No me traigáis al partir

    negocios que despachar.

    CONDESTABLE: Contienen sólo firmar;

    no has de ocuparte en oír.

    REY: Decid con mucha presteza.

    CONDESTABLE: ¿Han de entrar?

    REY: Agora no.

    CONDESTABLE: Su santidad concedió

    lo que pidió vuestra alteza

    por Alcántara, señor.

    REY: Que mudase le pedí

    el hábito porque ansí

    pienso que estará mejor.

    CONDESTABLE: Era aquel traje muy feo.

    REY: Cruz verde pueden traer.

    Mucho debo agradecer

    al pontífice el deseo

    que de nuestro aumento muestra,

    con que irán siempre adelante

    estas cosas del infante

    en cuanto es de parte nuestra.

    CONDESTABLE: Éstas son dos provisiones,

    y entrambas notables son.

    REY: ¿Qué contienen?

    CONDESTABLE: La razón

    de diferencia que pones

    entre los moros y hebreos

    que en Castilla han de vivir.

    REY: Quiero con esto cumplir,

    Condestable, los deseos

    de fray Vicente Ferrer,

    que lo ha deseado tanto.

    CONDESTABLE: Es un

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