La última cerilla
Por Fran Vives
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Estás ante un relato de suspense e intensa tensión psicológica.
Juan Manuel sale huyendo de la ciudad, necesita escapar, estar solo. Piensa que la naturaleza le va a arropar, a ayudar con sus problemas. Pero no sabe que esta tiene una sorpresa preparada para él y le forzará a tomar una dificil decisión inesperada.
Así, cuando la desesperación lo absorba por completo, descubrirá que su vida va a depender única y exclusivamente de una pequeña e insignificante cerilla...
Suspense, intriga, psicología, terror, misterio.
Fran Vives
Amante del misterio y la aventura, ha publicado cuatro libros en diferentes géneros: Romance-Aventura, Misterio-Suspense, Terror y Ciencia Ficción. A lo largo de sus páginas trata de sorprender siempre con alguna idea original atraído por la frontera existente entre ciencia y misterio y por la psicología y el subconsciente. Servirse de ambas afecciones le permite entablar un estimulante juego con la mente del lector.Desde que recuerda le impulsó esa gran pasión por escribir relatos y le sirve, hoy, para crear historias que se mueven con naturalidad en los límites entre la realidad y la ficción. Novelas que aúnan misterios, giros y descubrimientos inesperados, protagonizadas por personajes con una intensa vida interior.Busca, además, que el lector reflexione sobre diversos aspectos de la vida que la ciencia todavía no ha resuelto, de modo que sus libros nunca te dejarán indiferente.
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La última cerilla - Fran Vives
Incapaz de calcular el tiempo transcurrido, Juan Manuel decidió apearse del bus que ayudó a su atormentada mente a escapar de la ciudad. Era un jueves cualquiera para el resto del mundo, pero no para él. El vehículo se detuvo en un lugar extraño, lejos de cualquier aldea conocida. Lo eligió ella, esa neurona divergente que todos tenemos confinada en algún lugar esperando a ser liberada.
Agarrado a la barra metálica de la puerta delantera puso, por fin, ante la insistencia del malhumorado conductor, un pie en el asfalto. Indeciso, observó el paisaje sin soltar el asidero y respiró profundamente. El fresco y oxigenado aroma de aquel rincón exuberante inundó sus fosas nasales permitiéndole, por un instante, dejar en segundo plano sus problemas. Un embriagador éter que a punto estuvo de hacerle perder el equilibrio cuando el vehículo, sin esperar a que hubiera descendido por completo, se puso en marcha con el mismo nerviosismo que su conductor. «¿Existirán en el futuro autobuses capaces de filtrar el estado de ánimo de quien los gobierne y mostrar así, siempre, una agradable respuesta hacia los usuarios?» se preguntó todavía conmocionado. Definitivamente, hoy su mente divergía.
Una vez solo, comenzó a deambular sin rumbo como sus conexiones sinápticas y fue poco a poco dejándose fundir por aquel decorado que hoy lo llamaba. No tardó en encontrarse ante un camino fabricado en arena y barro, materiales creados por una madre tierra que se veía espléndida a finales de la primavera. Las lluvias de las semanas anteriores habían conseguido que la vegetación creciera en luminosos tonos verde claro. Encinas, fresnos y avellanos eran la antesala de bosques de castaños y robles. Todos ellos hacían que el paseo se sintiera apacible y enriquecedor, como si no fueran árboles sino sabiduría concentrada los que le estaban observando. Surcados de profundas experiencias que agrietaban sus cortezas, parecían meditar a su paso cual maestros conectados entre sí a través de una invisible red neuronal enterrada. Transmitían de esa manera, sin palabras, múltiples sensaciones que él no era capaz de interpretar.
El agua recién caída abría espejos donde se reflejaban los árboles invertidos, remansos de arte natural que regalaban una bonita imagen simétrica del bosque y que le hicieron detenerse en alguna ocasión a observar su propia alma que hoy no reconocía.
Cansado de vagabundear o más bien falto de forma, se dirigió hacia unas moles de roca caliza que coronaban un cerro en una zona despejada. Allí se detuvo a tomar aliento y a observar el mundo a su alrededor. Mientras se recuperaba, cedió ante la seducción de los sonidos de la naturaleza de los que nunca había sido un ferviente admirador antaño. Absorbió el sano aliento de las montañas con sabores a madera y humedad, a calma y frescor, a flores e insectos. Observó como decenas de estos últimos, algunos muy coloridos, volaban a su alrededor como siguiendo el compás de una sinfonía interpretada por las plantas.
Desde aquel mirador, enfrascado en sus pensamientos, sacó un paquete de cigarrillos dispuesto a cambiar por completo la idílica estampa. ¿Qué le había llevado a tomar la decisión de llegar hasta allí, de dejar la ciudad y sus problemas?... Sin duda el miedo. Aquella cita inesperada a la que no había acudido. Llevaban dos semanas viviendo separados y se temía lo peor.