La construcción de la bioética, I: Textos de bioética
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La construcción de la bioética, I - Ruy Pérez Tamayo
TAMAYO
I. ÉTICA Y BIOÉTICA
PAULINA RIVERO WEBER*
RUY PÉREZ TAMAYO**
LOS ORÍGENES del pensamiento sistemático sobre el bien y el mal se encuentran en la antigua Grecia. El primero en denominar ética
a dichos cuestionamientos fue Aristóteles, quien se refería a estos asuntos como "cuestiones sobre el ethos", esto es, cuestiones sobre el carácter. Pero fueron esas mismas cuestiones las que mantuvieron en vilo el pensamiento de su maestro y amigo, Platón, y sin duda muchos de esos temas se encontraban perfilados ya en el pensamiento de Heráclito de Éfeso, quien no en balde fue llamado el oscuro
. A partir de Grecia, a través de más de dos milenios la filosofía ha planteado y replanteado las mismas preguntas éticas fundamentales y ha propuesto las más diversas soluciones a sus enigmas. Pero si queremos comprender de forma más completa lo que son la ética y la bioética, deberemos detenernos en los significados que estos vocablos han tenido a lo largo de su devenir.
A través de 2400 años el concepto de ética
ha cambiado, pero ya Platón, en el diálogo Critón, insistía en tres aspectos que conforman la ética y que deben estar presentes cuando se hace ética: 1) Para que hablemos de ética es necesario deliberar utilizando la razón y no los sentimientos. 2) La ética implica pensar por cuenta propia sin hacer caso de lo que diga la mayoría. 3) La ética requiere que asumamos un cometido fundamental: nunca ser injustos. Sin embargo, aunque estos tres requerimientos continúan vigentes, podemos comprender de forma más profunda lo que es la ética a partir de cómo Heidegger recupera el significado homérico y prefilosófico de eethos.¹ En los textos homéricos —Ilíada y Odisea— el vocablo eethos significa la guarida
de los animales; es el lugar en donde el animal se pone a salvo de las inclemencias del tiempo o de sus predadores. El eethos-guarida, diríamos, es el hábitat más propio del animal, en donde se siente más seguro. Retengamos ese sentido de la palabra eethos, el más antiguo, el más originario, y prosigamos el recorrido histórico.
Con el tiempo, el significado del término eethos cambió y se comenzó a usar la palabra ethos² con una vocal simple. Esto sucede después de la aparición de los textos homéricos: ya no significará guarida o hábitat
, sino costumbre o hábito
. La insistencia en introducir un grupo de vocablos no es cuestión baladí: hábitat y hábito (al igual que sus predecesores eethos y ethos) son palabras que pertenecen a una familia de significados, y cuando ésta se nos presenta tenemos que estar atentos, pues las relaciones entre las palabras nos hablan de relaciones entre los hechos.
Aristóteles nos cuenta cómo, a través del tiempo, finalmente el término ethos cambia su significado de costumbre o hábito. Se flexionó otra vez la vocal, se volvió a escribir con vocal doble, pero no regresó al significado original de guarida
, sino que comenzó a significar carácter
. Este cambio nos indica, según Aristóteles, que el carácter tiene algo que ver con el hábito o costumbre: que el carácter se adquiere o se conquista por medio del hábito o, para decirlo con palabras de hoy, mediante la disciplina. De hecho, podemos decir que el carácter moral se adquiere, a veces sin darse cuenta, por medio de las costumbres, y el carácter ético se conquista, con muchos esfuerzos, por medio de las costumbres. Pero entre el eethos como carácter y el ethos como costumbre existe una relación que explica el parentesco lingüístico. La familia de significados que mencionamos alude a tres acepciones: guarida, costumbre y carácter; y por ello, en algún sentido, seguramente la ética puede ser para nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, una guarida, una costumbre o un carácter.
Si el significado de eethos-guarida resuena en la ética de hoy, es conveniente reflexionar acerca de quién o de qué nos salvamos en la ética. Primero, la ética nos salva de la corrupción del alma. Sócrates, el padre de la ética, enseñó con su muerte que es peor cometer el mal que recibirlo: el verdadero mal es aquel que nosotros hacemos, no el que se hace en contra nuestra. Porque el mal que nosotros hacemos daña nuestra psique, que para Sócrates es la verdadera identidad del ser humano;³ es lo que somos. Por eso es peor dañar que ser dañado, y la ética nos salva de dañar, de cometer el mal; la ética nos salva de nosotros mismos, de nuestra ambición o mezquindad, de nuestras debilidades humanas; nos salva de caer, porque es menos malo —dirá Sócrates en su Apología— ser alcanzados por la muerte que ser alcanzados por el mal. Hay algo más valioso que la vida: la vida digna, la vida buena.
Pero también la ética es guarida por salvarnos de las inclemencias de la moral. Nacemos en una sociedad con una moral que no elegimos. Otros la eligieron y vemos la vida con una mirada prestada, tomada de otros; valoramos como uno
valora, pensamos como uno
piensa y vivimos como uno
vive. Así, pronto aprendemos que uno no dice esas cosas en público, uno no hace tal o cual cosa, uno debe obedecer.⁴ La ética nos salva de ser uno
más del montón de borreguitos buenos, y nos lleva a pensar por cuenta propia, para seguir normas propias: la ética nos salva de la moral. Es necesario estar dispuestos a ser inmorales, si se quiere ser ético. Sócrates fue un inmoral, por eso lo condenaron a muerte; no es raro encontrar individuos éticamente auténticos, que sean inmorales para la sociedad, pero lo más frecuente es encontrar aquellos que siendo moralmente buenos
, son personas sin ética personal, que siguen ciertas normas por encima
sólo para cubrir el expediente. En resumen, a través de nuestras costumbres podemos llegar a crearnos cierto carácter que acaso pueda salvarnos del mal: eso pretende la ética. Porque ethos como carácter, lo tiene cualquiera, pues cualquiera se acostumbra a ciertos hábitos a lo largo de su vida: el quid del asunto radica en si ese ethos es libre y adquirido de forma consciente, si implicó un pensar por cuenta propia o si simplemente el individuo se ha dejado moldear por costumbres que ha seguido sin cuestionarse, por costumbres que estableció la mayoría. Y aquí hemos de reunir todo lo dicho: Platón, Aristóteles y Heidegger nos enseñan que la ética puede tener al menos dos significados: 1) puede ser el estudio racional de los fenómenos morales, 2) puede ser la calificación que reciba un acto humano cuando es fruto de la deliberación previa y de la elección. De cualquier forma, se sostienen los principios platónicos: ética se refiere a la reflexión o a la acción que se lleva a cabo cuando se piensa por cuenta propia, razonando y cuidando de nunca dañar a nadie.
En ese sentido, si la bioética se deriva de la ética tendría que partir de lo anterior. Por ello no se trata de que la ética tenga que hacerse a un lado para dar paso a la nueva ética, que seria algo así como su sucesora: la bioética. Obviamente esto no es así: el ser humano que desde Grecia ha buscado en el pensamiento reflexivo una guía para su acción, es el mismo que hoy se pregunta por el bien y el mal, y las cuestiones cotidianas que atormentaban al antiguo griego son las mismas que nos atormentaban a hombres y mujeres del siglo XXI.
La ética existirá mientras exista un ser que se plantee dichas preguntas. Y sin embargo es innegable que la bioética requiere una delimitación propia, ya que su estudio no tiene que ver con el bien o el mal a secas, sino con la forma en que los avances científicos y tecnológicos transforman el pensar y el actuar humano ante la vida y la muerte.
La bioética es una disciplina que desde sus orígenes, hace poco más de 30 años, ha cambiado su significado y su contenido casi con cada autor que se ha ocupado de ella. Distintas disciplinas e instituciones académicas, profesionales y hasta políticas consideran a la bioética como uno de sus legítimos compartimientos: la biología, desde luego, pero también la ecología, la medicina, las ciencias del mar, la filosofía, la sociología, las ciencias políticas, el derecho y la antropología. En el ámbito nacional la bioética es incumbencia de la Secretaría de Salud (SSA), la Secretaría de Medio Ambiente, Recursos Naturales y Pesca (Semarnap), la Secretaría de Agricultura y Ganadería (SAG); existe una Comisión Nacional de Bioética (órgano oficial de la SSA), una Academia Nacional de Bioética, un Consejo Nacional de Bioética, patrocinado por el Vaticano, y un Colegio de Bioética, A. C. En el ámbito internacional, la UNESCO nombró una Comisión Internacional de Bioética encargada de elaborar un documento cuyo título provisional es Declaración de las Normas Universales de Bioética (o Declaración Universal de las Normas de Bioética), la cual en los últimos dos años se ha reunido cinco veces en distintos países (la última en México, en noviembre de 2004), y cuyo trabajo se encuentra muy adelantado. Pero lo que interesa subrayar es que el término bioética (y el concepto, incluyendo sus contenidos) no quiere decir lo mismo para distintos grupos, por lo que hoy su significado es ambiguo.
A continuación no referiremos a dos puntos concretos en relación con la bioética: el origen y la evolución del término y del concepto de bioética, y su situación actual, procurando llegar con ello a una definición de la misma y una demarcación de su contenido. El primer punto es histórico y principalmente anecdótico, mientras que el segundo es propositivo y pretende ser racional y objetivo. Por tanto, excluye cualquier referencia a normas éticas trascendentales y a principios religiosos o dogmas autoritarios. El discurso intenta ser de interés para todo el público y por tanto es secular, como corresponde a una sociedad plural, en la que se respetan todas las creencias y se rechaza la imposición de cualquiera de ellas sobre las demás.
ORIGEN Y EVOLUCIÓN DEL TÉRMINO Y DEL CONCEPTO DE BIOÉTICA
En 1970, en un artículo publicado con el título de Bioética, la ciencia de la supervivencia
, Potter escribió:
La humanidad necesita urgentemente una nueva sabiduría que le proporcione el conocimiento de cómo usar el conocimiento
para la sobrevivencia del ser humano y la mejoría de su calidad de vida. Este concepto de la sabiduría como guía para actuar —el conocimiento de cómo usar el conocimiento para el bien social— podría llamarse la ciencia de la supervivencia
, y sería un prerrequisito para mejorar la calidad de la vida. Yo postulo que la ciencia de la supervivencia debe cimentarse en la biología, ampliada más allá de sus límites tradicionales para incluir los elementos más esenciales de las ciencias sociales y de las humanidades, con énfasis en la filosofía en sentido estricto, o sea, en el amor a la sabiduría
. La ciencia de la supervivencia debe ser más que una ciencia, y para ella propongo el término bioética
con objeto de subrayar los dos puntos más importantes para alcanzar la nueva sabiduría que necesitamos tan desesperadamente: el conocimiento biológico y los valores humanos.
También en el mismo artículo leemos:
El destino del mundo descansa en la integración, conservación y extensión del conocimiento de un número relativamente pequeño de sujetos que apenas empiezan a vislumbrar lo inadecuado de su fuerza y la enormidad de su tarea. Cada estudiante de preparatoria se debe a sí mismo y a sus descendientes aprender tanto como pueda de lo que estos hombres le ofrecen [...] mezclar estos conocimientos biológicos con todos los ingredientes adicionales que pueda y transformarse, si su talento es adecuado, en un líder del futuro. De esta síntesis de conocimientos y valores podría surgir el nuevo tipo de académico o funcionario que dominaría lo que yo he llamado bioética
. Ningún individuo puede poseer todos los componentes de esta rama del conocimiento, así como nadie puede saber toda la zoología o toda la química, pero lo que se necesita es una nueva disciplina que proporcione modelos de estilos de vida que puedan comunicarse entre sí y proponer y explicar las nuevas políticas públicas que formarían un puente al futuro
.
El autor de estas extensas citas es Van Rensselaer Potter, un bioquímico estadounidense que trabajaba en el Laboratorio McArdle de la Facultad de Medicina de la Universidad de Wisconsin, en Estados Unidos. Su historia es interesante: Empecé como químico, después me hice bioquímico, luego elegí la bioquímica del cáncer y más adelante la de un tipo de cáncer, y hoy trabajo en aspectos especiales de esa bioquímica. Sólo recientemente —en los últimos 10 años— me he tomado el tiempo de ver lo que ocurre a mi alrededor [...]
.
Lo que Potter vio a su alrededor está resumido en sus propias palabras, y lo plasmó en su famoso libro Bioethics: Bridge to the future, publicado en 1971. Nadie puede acusar a Potter de lenguaje oscuro o de imprecisión conceptual: su mensaje no podía ser más claro. El conocimiento científico y su aplicación habían avanzado más rápido que la sabiduría necesaria para garantizar la supervivencia de nuestro planeta y de nosotros mismos. Ya era urgente el matrimonio entre la ciencia y la ética para generar la bioética. Ésta es un híbrido producido por el cruce de dos disciplinas casi genéticamente incompatibles: la biología y la filosofía. Pero la bioética surgió gracias al casi de la frase anterior, a pesar de (o quizá apoyada por) su abuelo Aristóteles y su tío político Kant. Del pensamiento aristotélico Potter recupera la diferencia entre phronesis, que significa sabiduría práctica
y se refiere a las cosas que podrían ser de otro modo, y por tanto son aquellas en las que se puede decidir de distintas maneras, y sophia, que abarca la comprensión científica y racional de las cosas más elevadas o de estatura superior, que para Aristóteles son las realidades metafísicas. Pero Potter, en lugar de asignar la bioética a la sophia, se inclina por la phronesis. En su opinión es precisamente la biología, y no la metafísica, la ciencia que estudia las cosas más elevadas y de estatura superior, y de la que con mayores y más profundos conocimientos se podrá alcanzar la visión de las cosas como realmente son, y de ahí derivar la sabiduría para saber cómo actuar, cómo modificar nuestro comportamiento para adaptarnos mejor a nuestro entorno natural y sobrevivir. Así, Potter piensa que conforme avance la ciencia se crecerá en sabiduría y de ella derivarán las reglas de la nueva ética, del comportamiento que conduzca a la supervivencia y no a la extinción, o sea, a la bioética. Lo peligroso no es el conocimiento científico sino la ignorancia, lo que desvía nuestras acciones y con frecuencia tiene resultados negativos para la naturaleza y efectos nocivos contra nosotros mismos es lo que todavía no sabemos (y con frecuencia creemos saber) sobre la realidad, tanto del mundo en que vivimos como de nuestra propia biología. Para Potter, pues, la bioética es la ética basada en el conocimiento biológico y dirigida a la supervivencia.
Por supuesto, Potter no fue el primero en proponer que los valores morales tienen un origen humano y no divino, ni tampoco que la ética del comportamiento deba derivarse del conocimiento biológico y no de la filosofía. De hecho, desde la misma filosofía, Friedrich Nietzsche había insistido en que los valores morales son creaciones humanas, que nada tienen que ver con lo divino. Y en el ámbito científico, más recientemente podemos hablar de al menos dos episodios internacionales de este tipo de controversias, uno generado por el espléndido libro de Jacques Monod, El azar y la necesidad, publicado en 1964, y el otro por el concepto de sociobiología, de Edward O. Wilson, en 1975. Ambos escándalos ocuparon muchos kilos de papel impreso, muchas horas de lectura y de discusión, y contribuyeron en forma importante a preparar el terreno para el debate sobre la bioética. Como uno de muchos ejemplos se puede citar el volumen editado en 1978 por Gunther S. Stent, con el título de Moralidad como un fenómeno biológico. Las presunciones de la investigación sociobiológica, resultado de un simposio en el que participaron 25 expertos de Francia, Alemania, Inglaterra, Suiza y Estados Unidos, en el que se concluye que si bien la moral humana trasciende la meta biológica de la superviviencia a través de la mejor adaptación lograda por medio de la selección natural, el conocimiento biológico contribuye al importante problema de los orígenes ontogénico y filogénico de la capacidad humana para el comportamiento moral (incidentalmente, en este libro todavía no se menciona la palabra bioética)
Los primeros en objetar las ideas de Potter fueron los filósofos. El autor de la entrada Bioethics
, en la primera edición de la Enciclopedia de Bioética, publicada en 1978, David Clouser, dice que es extraño llamar ética a la ciencia aplicada
, y agrega, la ciencia nos ayuda a mejorar la calidad de la vida, pero no a formular metas; la ciencia proporciona los medios, pero no tiene nada que ver con los fines, con los deberes y los derechos del ser humano. La ética es una rama de la filosofía, restringida a definir derechos y obligaciones, derivadas de principios absolutos o de reglas prescritas o consecuentes, pero es ajena e independiente de la biología
. Otros filósofos no fueron tan intransigentes y en lugar de rechazar a Potter lo admitieron aunque de forma tibia. Podemos asegurar que faltó un auténtico diálogo entre los filósofos y los científicos. Estos últimos pensaban que la filosofía, desde su elevada mansión
, había admitido a la bioética en las habitaciones de los sirvientes, considerándola no como una ética nueva y diferente, sino como la ética clásica vista a través de otros anteojos
, lo que podía resultar en la búsqueda de una ética de la responsabilidad y de los valores significativos en la ecología humana. No en balde en 1973, Toulmin señaló: La medicina ha salvado la vida de la ética
; en la segunda mitad del siglo XX muchos de los principales problemas éticos de la humanidad eran médicos, lo que le había dado ocupación práctica a una disciplina filosófica que ya estaba un poco ahíta de teoría y un mucho ausente de contacto con la vida real. En parte Toulmin tenía razón, porque en el lapso mencionado la medicina se transformó de manera casi cuántica, de una profesión artesanal basada más en tradiciones que en conocimiento, en una disciplina científica cada vez más rigurosa y eficiente. Así, para la ciencia la filosofía era el ámbito de los aristócratas ocupados en los etéreos problemas de la metafísica, mientras que los nobles
científicos aparecían ante sí mismos como aquellos que se ocupaban en verdad de los problemas reales del pueblo
, se preocupaban del mundo en que vivimos. Por su parte, los filósofos consideraban que los llamados hombres de ciencia eran un tanto obtusos e ingenuos al querer hablar de ética y bioética sin tener las bases mínimas para comprender un problema de esa índole, sin conocer a fondo una disciplina que tenía más de dos milenios de historia. Resulta evidente que estas mutuas visiones de la filosofía y la ciencia pueden darse sólo en donde falta el diálogo, el cual se ha cimentado hoy en día en la imperiosa necesidad de dar respuesta a las cuestiones más urgentes de la bioética. Filosofía y ciencia lograron establecer un diálogo fructífero a partir del momento en que en lugar de juzgarse una a la otra, optaron por respetarse tratando de comprenderse mutuamente.
Ahora bien, el problema principal con la bioética de Potter, según la mayoría de sus críticos, es que se basa en la llamada falacia del naturalismo
, que pretende derivar de la realidad (o sea del conocimiento científico) lo que debería existir en el mundo de la ética, o dicho de otro modo, basar las reglas de la ética en las leyes de la naturaleza. Pero lejos de verlo como un problema, Potter y sus seguidores lo consideran una virtud, quizá la más importante de su planteamiento, porque descansa en el principio de la responsabilidad, que Jonas enuncia como: No poner en peligro las condiciones necesarias para la superviviencia indefinida de la humanidad en la Tierra
. Potter recogió los mensajes de Rachel Carson, de Garret Hardin, de Axel Leopold y de muchos otros que antes que él dieron la voz de alarma sobre distintas formas de ecocidio, intrínsecas en la cultura occidental de la segunda mitad del siglo XX, y les dio una salida posible.
¿Qué pasó con la bioética después de su nacimiento? Su poca suerte en manos de los filósofos se compensó con su adopción casi inmediata por parte de los médicos, más entusiasmados por el término que por la comprensión de su contenido. Y en eso hemos de aceptar que en cierto sentido los filósofos tenían razón: al mundo científico le faltaban muchos elementos para comprender problemas que era urgente plantear. Pero también los científicos tenían razón: los filósofos estaban muy ocupados en otras cuestiones y dejaban de lado las más urgentes; como Tales de Mileto, por ver las estrellas que caían en una coladera, esto es: ponían en peligro su vida y la de la humanidad por no centrarse en las necesidades inmediatas del aquí y el ahora. De esta manera, en manos de la ciencia médica, muy pronto empezó a manejarse a la bioética como sinónimo de ética médica, expulsando de su contenido la parte que Potter siempre consideró la más importante de su concepto: la responsabilidad del ser humano hacia los demás seres vivos. Por supuesto, los enfermos son seres vivos y su atención por el personal dedicado a la salud (médicos, enfermeras, estudiantes, técnicos, laboratoristas, trabajadoras sociales, funcionarios administrativos, etc.) debe estar regulada por una ética profesional. Pero ésta es la que hemos de llamar ética médica
, y es necesario distinguirla de la bioética. La ética médica analiza la relación entre el paciente y los diferentes agentes que intervienen de manera cotidiana en su salud: el médico, las políticas de salud, las situaciones límite que se dan continuamente en la práctica hospitalaria, las políticas hospitalarias y demás asuntos relacionados con el enfermo. En cambio, la reflexión bioética abarca todo el ecosistema, incluye a los seres humanos sanos y a todos los demás componentes biológicos de la naturaleza, desde los virus hasta los grupos más complejos de seres vivos, como las manadas de borregos, los cardúmenes de peces, las mariposas monarca y los bosques de oyameles. Pero una cosa tienen en común ética y bioética: ambas no son pura teoría; como decía Aristóteles respecto de la ética, no se trata de ser teóricos de ética, sino de llegar a ser mejores personas cada día, de ser personas éticas; así, la bioética pretende no sólo formar individuos sabios en las cuestiones que trata, sino individuos que amen la vida y deseen conservarla, en este planeta o en cualquier otra pare, por tiempo indefinido.
La avalancha de libros, conferencias, simposia, publicaciones periódicas y otras formas de difusión de la bioética como sinónimo de ética médica hizo que Potter escribiera varios artículos y todo un libro, Global Bioethics (1988), protestando contra la reducción que hicieron los médicos de su idea original. Hasta su muerte, ocurrida el 6 de septiembre de 2001, insistió que la bioética tiene que ver con la responsabilidad de la ciencia para garantizar la supervivencia de la humanidad en armonía con su ambiente óptimo, el cual desde luego incluye a todo el mundo biológico.
Si consideramos que, como dijimos, el uso del término ética
no es del todo claro para muchos médicos, no deberá extrañarnos que abunden libros de ética y bioética que en realidad no sean más que propuestas morales. Por desgracia, también es fácil encontrar supuestos textos de ética médica o de bioética que no son