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¿A las chicas les gustan los tontos?
¿A las chicas les gustan los tontos?
¿A las chicas les gustan los tontos?
Libro electrónico66 páginas43 minutos

¿A las chicas les gustan los tontos?

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Información de este libro electrónico

Facundo cumple 14 años, el tan esperado momento en el que finalmente se convertiría en "grande". O al menos eso es lo que él espera. Pero nada le sale como quiere: su cuerpo no ha cambiado, su familia sigue viéndolo como un niño y su mejor amigo lo pone en aprietos con una fiesta "sorpresa" de cumpleaños. Todos los invitados son amigos del colegio a excepción de una invitada especial: Sofía, la vecina nueva. Entre música, risas y nervios, cuando se acerca a Sofi, a Facu no le sale ni una palabra y no puede evitar quedar como un tonto. Pero esta situación no será su única preocupación esa noche… Una historia llena de intriga, diversión, amor, amistad y una mirada única sobre ser adolescente que nos trae la autora Lucía Chevalier en su primera novela: ¿A las chicas les gustan los tontos?
IdiomaEspañol
EditorialQuipu
Fecha de lanzamiento20 jun 2020
ISBN9789875042940
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    ¿A las chicas les gustan los tontos? - Lucía Chevalier

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    1. ¡Feliz cumpleaños!

    La mañana del sábado que cumplí catorce años me levanté a primera hora y corrí a la ferretería a comprar una traba para puertas. Una forma bastante rara de empezar uno de los días más importantes de mi vida, pero ya me había cansado de no tener privacidad en ciertos lugares de mi casa, como el baño y mi habitación. Necesitaba algo que mantuviera a mi familia, o lo que quedaba de ella, alejada de mis cosas y de mí. La decisión la había tomado la noche anterior, después de encontrarme a mamá con la mitad de su cuerpo debajo de mi cama.

    —Mamá, ¿qué hacés?

    —Nada, busco cosas.

    —¿Qué cosas? Es mi cuarto.

    —Y es mi casa, Facundo.

    —¿Pero qué buscás?

    —Cosas, no sé, cuando las vea voy a saber.

    —Pero…

    En ese momento mi hermana pasó por el pasillo.

    —Está buscando cigarrillos o drogas. A mí ya me revisó todo.

    —¿Estás loca? Tengo trece años, ¿qué drogas voy a tener?

    Mamá salió de abajo de la cama con el pelo lleno de pelusa.

    —Lo de los cigarrillos no lo negaste.

    —Andate –y la empujé fuera de mi habitación.

    No es que mamá sea sobreprotectora, en cuanto a seguridad es bastante relajada, es solo que quiere saber lo que hago, digo y pienso y tiene la teoría de que como yo me volví un ser humano poco comunicativo la única forma que tiene de saber lo que pasa en mi vida es meterse en todo. Así que se me ocurrió que con una traba para puertas al menos podía evitar que me agarrara desprevenido, como cuando entró en el baño sin golpear la puerta para preguntarme si me gustaba su nuevo corte de pelo y me encontró sentado en el inodoro mirando porno.

    —¡Andate! –grité.

    —Ay, Facu, siempre tan poco afectuoso vos. Decime si te gusta o no.

    —Me encanta –ironicé, porque la verdad no me importaba.

    —Ay, ¿viste? Me queda divino. Yo prefería un color como el de esa chica –y señaló a la rubia despampanante que se veía en el video que había puesto en pausa–, pero no me quedó.

    —Qué lástima. ¿Te podés ir?

    —Me voy, me voy. Te dejo solito para que te relajes –y se fue sin cerrar la puerta.

    Ya era hora de terminar con eso y que mi privacidad se empezara a respetar. Así que, ese sábado saqué plata de mis ahorros y puse, con mis propias manos, una traba en la puerta del baño y otra en la de mi habitación.

    No fue fácil, sobre todo porque necesitaba hacer agujeros en la madera y si usaba un taladro iba a despertar a toda mi familia, así que tuve que presionar los tornillos con un destornillador hasta que se hundieron en la puerta y en los marcos. Me llevó un buen par de horas, pero cuando terminé me encerré en mi pieza y me sentí realizado. Mi primer día con catorce años y ya usaba las herramientas a la perfección.

    Cumplir catorce años era importante para mí porque creía que mi vida por fin iba a cambiar. Papá me había dicho que a esa edad iba a empezar a crecer y a salirme la barba y esperaba que eso me diera una oportunidad con las chicas.

    Me acerqué al espejo y revisé los pelos de mi pecho. El único que había empezado a crecer lentamente el mes pasado. Solo ver mi torso blanco y flacucho me hacía sentir que todavía tenía diez años, pero ese día me inflé de orgullo al pensar que no faltaba mucho para que me saliera la barba, y ahí sí que no me paraba nadie.

    El estómago

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