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Antes de Perderte: Solteronas, #3
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Antes de Perderte: Solteronas, #3
Libro electrónico171 páginas2 horas

Antes de Perderte: Solteronas, #3

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SINOPSIS

 

Lady Anne Payton no desea tener nada que ver con hombres, a no ser que se trate de un noble. El hombre debe tener mucho dinero y darle un título para poder restregárselo en la cara, al desgraciado que se burló de ella, años antes. Pero no siempre lo que deseas es lo que necesitas, y el destino siempre será más sabio.

 

Oliver Alden, es un hombre que sabe lo que quiere; ha estado un buen tiempo recorriendo el mundo y ganándose la vida por su cuenta, a pesar de pertenecer a una familia de clase alta. Pero es precisamente esa la razón por la que tuvo que cargar con el peso de un pecado que no era suyo. Sin embargo la vida le tenía reservada una sorpresa y conocerá el amor en los brazos de una mujer muy especial. Alguien a quien tendrá que ocultarle quien es realmente, sin imaginarse que hay secretos más grandes que podrían destruir su felicidad recién descubierta.

 

 

IdiomaEspañol
EditorialAmaya Evans
Fecha de lanzamiento6 jul 2020
ISBN9781393789543
Antes de Perderte: Solteronas, #3
Autor

Amaya Evans

Amaya Evans es una escritora de género romántico con tintes eróticos. Le encanta hacer novelas con temas contemporáneos, históricos y también suele integrar en sus novelas los viajes en el tiempo, ya que es un tema que siempre le ha apasionado. Ha escrito series contemporáneas como Masajes a Domicilio, que ha gustado mucho tanto a lectores europeos como a lectores americanos. Entre sus novelas históricas de regencia tiene algunos títulos como Amor a Segunda Vista, Me Acuerdo y Corazones Marcados. También entre sus novelas históricas del Oeste Americano ha escrito la serie Novias Del Oeste, que habla sobre el tema de las novias por correo de aquella época, pero incluyendo el viaje en el tiempo. Amaya, adora escribir a cualquier hora y en cualquier lugar y siempre lleva su pequeña libreta de anotaciones por si alguna idea pasa por su mente o si ve algo que la inspira para una nueva novela. Vive feliz con su familia en un pequeño pueblo cerca de la capital, le encanta hacer postres y tiene un huerto que es su orgullo. Estoy casi segura de que si tuviera una casa enorme, tendría 20 gatos y 20 perros, porque odia salir a la calle y ver tantos animalitos sin hogar.

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    Antes de Perderte - Amaya Evans

    SINOPSIS

    Lady Anne Payton no desea tener nada que ver con hombres, a no ser que se trate de un noble. El hombre debe tener mucho dinero y darle un título para poder restregárselo en la cara, al desgraciado que se burló de ella, años antes. Pero no siempre lo que deseas es lo que necesitas, y el destino siempre será más sabio. Oliver Alden, es un hombre que sabe lo que quiere; ha estado un buen tiempo recorriendo el mundo y ganándose la vida por su cuenta, a pesar de pertenecer a una familia de clase alta. Pero es precisamente esa la razón por la que tuvo que cargar con el peso de un pecado que no era suyo. Sin embargo la vida le tenía reservada una sorpresa y conocerá el amor en los brazos de una mujer muy especial. Alguien a quien tendrá que ocultarle quien es realmente, sin imaginarse que hay secretos más grandes que podrían destruir su felicidad recién descubierta.

    Capítulo 1

    Adalind Payton estaba sentada con sus protuberantes 6 meses y medio de embarazo, comiendo pastelillos mientras su hermana Alexandra cargaba a su bebé  Theo de un año y jugaba con él.

    —Adam debe estar feliz con un heredero.

    —Oh si, lo está. Pero él no mira esas cosas, para él habría sido lo mismo niña o niño. Solo  quería ser padre. Aunque bueno...tampoco se queja de que sea un varoncito.

    —En todo caso, mi sobrino es muy guapo—dijo observando al niño de hermosos ojos claros, con cachetes rechonchos, que reía en brazos de su madre.

    — ¿Y qué hay de Damien? Me imagino que no ve la hora de tener a su hijo o hija en brazos.

    —Sí fuera solo eso, me reiría de la vida. Pero desde que supo que estoy embrazada, todo le parece peligroso. Insiste en que para bajar las escaleras debe haber una criada y una doncella conmigo para ayudarme. Me ha dicho que no quiere que vaya a las caballerizas a ver a mi yegua, porque considera peligroso que pueda acercarse mucho. No sé qué es lo que se imagina, tal vez cree que va a patearme  o algo así, aunque tú conoces a mi yegua, tiene el carácter más dulce —elevó su mirada al cielo—juro que si no doy a luz pronto, enloqueceré.

    Alexandra, se echó a reír. No creas que Adam se quedaba atrás. Hacía lo mismo, hasta que le hice saber que me estaba volviendo loca y eso pareció hacerlo caer en cuenta. —Le dio una mirada pícara a su hermana—sin embargo es poco de lo que me quejo con él. Es muy atento y amoroso.

    —Me da tanto gusto, hermana. Te lo mereces, y él también merece ser feliz. Y apropósito de felicidad conyugal ¿Has visto el rostro de Anne?

    Alexandra asintió—me preocupa mucho. Hace tanto tiempo no la veo reír, que hasta se me ha olvidado como se ve feliz.

    —Debemos hacer algo—dijo Adalind con tristeza. No es justo que ella que era la más alegre y soñadora de las tres, haya terminado decepcionada y odiando a todos los hombres.

    —No es fácil pasar por lo que a ella le tocó. Ese desgraciado de Emerett, le hizo daño.

    —Pudo hacerle mucho más, Alex—dijo Addie levantándose con trabajo del sillón— Sí tú no hubieras estado aquel día, habría sido una desgracia para ella.

    —Lo sé, pero ya es hora de que olvide todo aquello—Alexandra fue hasta donde estaba Addie para ayudarla y miró por todos lados— ¿está cerca?—dijo susurrando.

    —No, creo que está recogiendo flores en el jardín.

    —Bueno... ¿Y qué podemos hacer?—se acercó a la ventana para mirar cuando entrara su hermana.

    —No lo sé, yo no quiero verla sola el resto de su vida, y la veo tan resignada que hasta miedo me da el asunto.

    —La verdad es que no permite que nadie se le acerque y tampoco da muestras de estar interesada en alguien.

    — ¡Ya se!!—Exclamó Adalind emocionada— ¿Qué tal si la llevo en estos días a una feria que llegó al pueblo hace poco?

    Alex la miró extrañada— ¿y eso como va a ayudarla? ¿Acaso van muchos prospectos allí?

    Adalind rodó los ojos—por supuesto que no. Va todo tipo de personas, pero lo que nos incumbe, es que hay una gitana. Y es muy buena, en verdad. Yo fui hace días y me dijo muchas cosas ciertas.

    —Ay por Dios, Adalind ¿Cuándo dejarás de creer en gitanas, brujas y astros?

    —Pues aunque tú no creas en ellos, son cosas muy ciertas—ella se molestó—además no tenemos nada que perder.

    —Bueno...eso sí. Además no se me ocurre nada. Tal vez si le dice algo bueno de su futuro, si le habla de alguien especial, ella se entusiasme.

    —El problema es que no sea así. Me preocupa que le diga que no habrá nadie en su vida.

    — ¿Y si hablas con la mujer primero? Tal vez si le pagas una buena cantidad porque diga cosas buenas, ya no nos preocuparemos si la mujer es una charlatana o si dice algo que no convenga.

    —No lo sé...—Adalind parecía dudosa de hacer eso. —Lo pensaré y te diré que resuelvo ¿bueno?

    —Bien, pero por favor mantenme al tanto.

    ANNE ESTABA INCÓMODA en aquel lugar. Su hermana había insistido en que la acompañara a una feria porque quería comprar unos dulces que solo vendían allí. Ella no era tonta y sabía que algo tramaba Adalind, pero también era cierto que con el embarazo se le había despertado el gusto por los dulces y no quería negarle nada.

    —Mira—señaló una carreta—es por ahí.

    — ¿Allí venden los dulces?

    —Sí...allí es donde los venden. —parecía nerviosa y cuando llegaron una mujer las hizo pasar. Anne miró furiosa a su hermana—este fue tu plan todo el tiempo ¿verdad?

    Adalind la miró avergonzada—hermana, por favor. Ya hemos venido hasta aquí, y yo tengo muchas ganas de que ella te adivine el futuro.

    La mujer las miraba como aburrida.

    —No me gustan estas cosas, nunca he creído en ellas—dijo molesta.

    —Entonces niña, no tienes nada que perder—comentó la anciana. ¿Qué daño te puede hacer que te diga cosas en las que no vas a creer?

    —Milady, por favor, vaya. —Dijo su doncella con entusiasmo—le aseguro que la mujer es buena. Yo también me leí la fortuna con ella y me habló de cosas que no tenía como saber.

    —Otra pobre alma que cree en esas cosas—miró a su hermana Adalind con reproche porque sabía que de seguro, ella tenía mucho que ver en eso.

    — ¿Anne entraras o no?—insistió su hermana, vendo como la mujer pasaba de cara de aburrimiento a desespero.

    —Está bien, pero he de aclarar que no comparto estas ideas tuyas.

    —Ya me lo has dejado muy claro, querida.

    Anne entró a la tienda  de la gitana y cuando estuvo allí, vio que dicha tienda estaba construida como una extensión del carromato de la mujer. De esa manera era muy fácil desarmarla cuando ya se fueran.

    —Siéntate, muchacha.

    Anne tomó asiento en la pequeña silla de madera frente a una mesa, que tenía una bola de cristal.

    — ¿cómo te llamas?

    —Lady Anne Payton

    —Muy bien, lady Anne. Quiero que mires fijamente esta bola de cristal y coloques una mano sobre la mía, solo un momento.

    Anne tomó la mano que la mujer le ofrecía y miro la esfera de cristal que para ella no mostraba nada.

    La mujer en cambio la veía como si mil cosas distintas pasaran por ella. Veo que buscas el amor.

    —Oh no, yo...

    —Silencio—la mujer la mando a callar de forma inmediata.

    —No trates de negarlo. Quieres tener un amor, pero te han herido y ahora temes que eso vuelva a suceder. Sin embargo...veo en tu futuro que llega un hombre muy apuesto.

    Anne quiso echarse a reír. Seguramente era lo que decía a todo el mundo, o por lo menos a muchachas incautas.

    —Veo que no me crees. Pero te digo que pronto habrá luna llena y cuando esta pase, los astros se alinearan de manera perfecta para que tú puedas encontrarte con tu destino. Te acordarás de mi cuando tengas al amor frente a ti. Él es un caballero gentil, de buen humor a pesar de que su vida no ha sido fácil. Es trabajador y debido a eso tiene una gran fortuna.

    Anne la miró horrorizada— ¿Oh por Dios, el hombre trabaja?

    — ¿Y eso que tiene de malo?

    Pues que si trabaja sencillamente no puede ser un noble.

    — ¿Y eso te importa mucho?—los ojos negros como la noche de la mujer, la observaron de una forma extraña.

    —Bueno...yo si quisiera que fuera un noble, tal vez un conde o al menos un barón.

    —No veo a nadie así, en tu camino—miró la bola de cristal más a fondo y una medio sonrisa asomó en su boca—al menos, no por ahora.

    Anne se emocionó—pero será otro hombre entonces.

    —Lo siento, niña. No lo veo muy claro. A veces nuestro futuro puede cambiar por decisiones que tomamos. Lo único que sé, es que será el hombre indicado y tu corazón lo sabrá aunque tu mente te diga otra cosa.

    — ¿Esta cerca?

    —Veo tierras y mares de por medio, pero lo veo cada vez más cerca.

    —Oh bien—sonrió Anne—tal vez sea un extranjero.

    La mujer calló y la miró un momento—el dinero no es algo importante cuando se tiene el hombre correcto.

    —No es dinero lo que quiero. Pero si deseo un hombre que tenga una posición, que tenga un título. Ya el amor no me interesa. Desafortunadamente en esta sociedad, el éxito  solo lo define una buena posición y eso solo lo da un título...

    —Puedo ver claramente que te han lastimado y aunque no lo creas el amor volverá a ti con mucha más fuerza—sonrió segura de lo que veía—nada podrás hacer para evitarlo—se levantó de su silla y extendió su mano abierta—son dos chelines.

    Anne la miró confundida ante el final tan abrupto de aquella consulta—Oh bien—tomó su pequeño bolsito y sacó dos monedas que le dio a la mujer —muchas gracias.

    —Fue con gusto, niña. Te deseo suerte para que encuentres a ese hombre destinado para ti. —apagó la vela y abrió la cortina que tapaba la entrada. Al salir, Anne  vio a su hermana que la esperaba junto a su doncella. Adalind sonrió entusiasmada— ¿cómo te fue? ¿Qué te ha dicho? Anne fue contándoles todo el camino a casa, mientras su hermana escuchaba como si aquello que esa mujer le había dicho fuera la verdad absoluta.

    Capítulo 2

    Anne estaba en su habitación preparándose para la dichosa fiesta que a su hermana Adalind, se le había ocurrido hacer. ¡Por Dios, santo! ¿Quién a los ocho meses de embarazo y viéndose como si fuera a explotar en cualquier momento, se le ocurría hacer una fiesta? Solo a Adalind Payton podía hacerlo. Se corrigió a sí misma, Adalind Saint Clare, lady Gilmor, ahora que se había casado con el marqués. Se le había metido en la cabeza que antes de dar a luz debía hacer una fiesta porque cuando el bebé naciera, ella se dedicaría por completo a él y quien sabe cuándo volvería a estar en sociedad. Adalind decía que no iba a hacer lo que muchas damas de sociedad, que les dejaban a sus hijos a una niñera y ni se enteraban de lo que les sucedía.

    —Se ve radiante, milady.

    — ¿De verdad lo piensas?—Anne se volvió a mirar. No veía nada extraordinario, aunque ese vestido violeta, regalo de su tía, le había encantado desde que lo vio.

    —Está muy hermosa. Tal vez hoy conozca a un caballero interesante.

    —No creo. Sabes que no voy por esa razón.

    —Lo sé, pero recuerde lo que dijo aquella gitana.

    Anne lo había olvidado. Después de unos meses sin encontrarse en aquel supuesto hombre

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