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La escuela del futuro
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La escuela del futuro

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La innovación no suele ser el producto de individuos que trabajan aislados, sino un resultado de cómo movilizamos, compartimos y conectamos conocimiento. Por eso los colegios necesitan preparar a los estudiantes para un mundo en el que mucha gente necesita colaborar con otra gente de diferentes orígenes culturales y considerar ideas, perspectivas y valores diferentes; un mundo en el que la gente necesita decidir cómo confiar y colaborar en medio de esas diferencias; y un mundo en el que asuntos que trascienden las fronteras nacionales afectarán a sus vidas. Dicho de otro modo, los colegios necesitan liderar un cambio desde un mundo en el que el conocimiento se apila en algún lugar, perdiendo valor rápidamente, hacia un mundo en el que se incrementa el poder enriquecedor de la comunicación y los flujos colaborativos.Esta obra ofrece una reflexión rica, reveladora y poderosa, que es un ejemplo incuestionable de lo que se puede lograr cuando uno se propone alcanzar un conjunto de grandes expectativas.
IdiomaEspañol
EditorialPPC Editorial
Fecha de lanzamiento29 ene 2018
ISBN9788428831314
La escuela del futuro

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    La escuela del futuro - Luis de Lezama

    LA ESCUELA

    DEL FUTURO

    EL SISTEMA EDUCATIVO

    DEL COLEGIO SANTA MARÍA

    LA BLANCA

    Luis de Lezama

    El cardenal Tarancón me dijo un día:

    «Tú, Luis, siempre hablas del futuro como

    si no te preocupara el presente».

    LUIS DE LEZAMA

    A MODO DE PRÓLOGO

    I

    Las exigencias en los estudiantes y, por tanto, en los sistemas educativos están cambiando rápidamente. En el pasado, la educación consistía en enseñarle algo a la gente. Ahora consiste en asegurarnos de que los individuos desarrollan una brújula fiable y las habilidades para navegar que les permitan encontrar su propio camino en un mundo cada vez más incierto, volátil y ambiguo. Ahora ya no sabemos cómo van a resultar las cosas exactamente; a menudo nos sorprendemos y necesitamos aprender de lo extraordinario, y a veces cometemos errores en el camino. Y normalmente serán los errores y los fracasos, cuando los entendemos adecuadamente, los que creen el contexto para el aprendizaje y el crecimiento. Una generación atrás, los profesores podían esperar que lo que ellos enseñaban sirviera al menos para toda la vida de sus alumnos. Hoy las escuelas necesitan preparar a los estudiantes para un cambio social tan rápido como nunca antes lo habíamos vivido, para trabajos que todavía no se han creado, para usar tecnologías que todavía no se han inventado y para solucionar problemas sociales que todavía no conocemos y que surgirán.

    ¿Cómo criamos estudiantes motivados e involucrados que se preparan para conquistar los retos imprevistos de mañana, por no hablar de los de hoy? El dilema para los educadores es que la clase de habilidades que son más fáciles de enseñar y de evaluar son también las habilidades que son más fáciles de digitalizar, automatizar y externalizar. En pocas palabras, el mundo ya no premia a la gente solo por lo que sabe –Google lo sabe todo–, sino por lo que saben hacer y por lo que saben. Así que, en vez de poner a los estudiantes a competir con los ordenadores, necesitan ir más lejos y desarrollar una comprensión profunda de lo verdadero, el ámbito del conocimiento humano y el aprendizaje; de la bondad, el ámbito de la ética; de lo justo y bien ordenado, el ámbito de la vida política y cívica; de lo bello, el ámbito de la creatividad, la estética y el diseño, y de lo sostenible, el ámbito de la salud natural y física.

    Convencionalmente, nuestra aproximación a los problemas era dividirlos en partes y trozos manejables y después enseñar a los alumnos las técnicas para resolverlos. Pero hoy generamos valor combinando las partes dispares. Se trata de curiosidad, de apertura de mente, de establecer conexiones entre ideas que anteriormente parecían inconexas, lo cual requiere estar familiarizado y ser receptivo al conocimiento que proviene de áreas diferentes a la nuestra. Si pasamos toda nuestra vida en el silo de una sola disciplina, no adquiriremos las habilidades imaginativas para unir los puntos de donde vendrá la próxima invención.

    El mundo tampoco está ya dividido en especialistas y generalistas. Los especialistas generalmente tienen habilidades profundas y poco rango de alcance, que les dan competencia que es reconocida por sus iguales, pero no valorada fuera de su campo. Los generalistas tienen gran rango de alcance, pero habilidades superficiales. Lo que cuenta cada vez más son los versátiles, que son capaces de aplicar habilidad profunda a un rango de situaciones y experiencias que se ensanchan progresivamente, que construyen relaciones y asumen roles nuevos. Son capaces no solo de adaptarse constantemente, sino también de aprender y crecer constantemente, y de posicionarse y reposicionarse en un mundo que cambia rápidamente.

    Quizá, y más importante, en las escuelas de hoy los alumnos suelen aprender individualmente, y al final del curso certificamos sus logros personales. Pero cuanto más interdependiente se vuelve el mundo, más confiamos en buenos colaboradores y orquestadores que sean capaces de unirse a otros en la vida, el trabajo y la ciudadanía. La innovación no suele ser el producto de individuos que trabajan aislados, sino un resultado de cómo movilizamos, compartimos y conectamos conocimiento. Por eso los colegios necesitan preparar a los estudiantes para un mundo en el que mucha gente necesita colaborar con otra gente de diferentes orígenes culturales y considerar ideas, perspectivas y valores diferentes; un mundo en el que la gente necesita decidir cómo confiar y colaborar en medio de esas diferencias; y un mundo en el que asuntos que trascienden las fronteras nacionales afectarán a sus vidas. Dicho de otro modo, los colegios necesitan liderar un cambio desde un mundo en el que el conocimiento se apila en algún lugar, perdiendo valor rápidamente, hacia un mundo en el que se incrementa el poder enriquecedor de la comunicación y los flujos colaborativos.

    Estas cosas son fáciles de decir, pero difíciles del hacer, y el statu quo tiene muchos protectores. Pero algunos colegios han comenzado este viaje. Vi esto en Santa María la Blanca, a solo media hora de Madrid en coche. Estructuralmente no había nada espectacular en este colegio. Los profesores del colegio no habían tenido formación complementaria. Los estudiantes tampoco procedían de clases más favorecidas. Todo se basaba en los entornos de aprendizaje y en la autonomía de los estudiantes. Las clases no eran iguales para todos, sino que fui testigo de alumnos que diseñaban sus propias experiencias de aprendizaje con constante revisión y modificación de sus objetivos de aprendizaje. Estos estudiantes fueron capaces de explicarle a alguien de fuera, como yo, qué estaban aprendiendo, cómo lo estaban aprendiendo y por qué era importante. Sus profesores sabían cómo hacer del aprendizaje lo más importante, cómo promover la interacción y cómo hacer del colegio el lugar donde los estudiantes van para entenderse a sí mismos como personas que están aprendiendo; cómo asegurarse de que el aprendizaje es social y colaborativo, y cómo ser sumamente sensibles a las diferencias individuales y estar en enorme sintonía con las motivaciones de los alumnos y la importancia de sus emociones. El itinerario de aprendizaje de cada alumno, facilitado por tecnología digital de última generación, se planificaba conjuntamente. Y, como siempre, detrás de un gran colegio siempre hay un gran director. Alguien que apoya a los profesores para que practiquen la innovación pedagógica, para que mejoren su propio desempeño y el de sus colegas. Es un esfuerzo de equipo para construir una práctica pedagógica con más fuerza.

    Este libro lleva esta experiencia más lejos. Se centra más sistemáticamente en la interacción entre los jugadores principales del aprendizaje innovador (alumnos, educadores, contenidos y recursos educativos) y las dinámicas que conectan estos elementos (pedagogía y evaluación formativa, gestión del tiempo y la organización de educadores y alumnos). Estudia las características organizativas y los principios de liderazgo que apoya este proceso sistémicamente, reconociendo que los entornos educativos y los sistemas no cambian por ellos mismos, sino que necesitan un diseño potente con visión y estrategia. Y reconoce que el aislamiento en un mundo de sistemas de aprendizaje complejos puede limitar el potencial seriamente. Un entorno y un sistema educativo potentes crearán sinergias constantemente y encontrarán nuevas formas de potenciar el capital profesional, social y cultural con otros. Y harán esto con familias y comunidades, educación superior, instituciones culturales, negocios y, sobre todo, otros colegios y entornos educativos.

    DR. ANDREAS SCHLEICHER

    Director de Educación y Habilidades

    en la OCDE

    II

    Varios investigadores notables en el campo de la educación en Estados Unidos afirman con agudeza que, al menos durante los últimos cien años, ha habido una llamada constante a la reforma curricular, pedagógica, institucional o de gestión en los colegios (L. Cuban / D. Tyack, Tinkering Toward Utopia: A Century of Public School Reform. Cambridge, MA, Harvard University Press, 1997). Aunque quizá menos frecuente, esta búsqueda de mejoras en las políticas y prácticas educativas ciertamente sucede en diferentes países de todo el mundo. Como resultado, la educación ha sido a menudo el sujeto de críticas significativas a pesar del hecho de que, en casi todos los países del mundo, los ciudadanos han conseguido ahora más años de educación reglada que en cualquier tiempo pasado (D. C. Berliner / B. J. Biddle, The Manufactured Crisis: Myth, Fraud, and the Attack on America’s Public Schools. Nueva York, Perseus Books, 1996).

    La razón por la que las instituciones educativas son el objetivo de las llamadas a la reforma es que se les considera responsables –a pesar de lo injusto de esta expectativa– de solucionar los retos sociales de la pobreza, la integración social, el aumento de la movilidad, la inestabilidad de la familia y la disfunción social resultante que tanto las instituciones gubernamentales como las privadas son incapaces de abordar. Se espera que los colegios se encarguen de «arreglar» lo que la sociedad no es capaz de solucionar o, en general, no tiene voluntad de solucionar. Con estas expectativas se supone que los profesores, directores y otros miembros del sector educativo deben obrar con muy pocos recursos económicos lo que solo pueden ser llamados «milagros» que, si reflexionamos, no van a ocurrir.

    Sin embargo, estas grandes expectativas, por muy poco realistas que sean, proporcionan a aquellos que se dedican a la educación la oportunidad de desarrollar formas de pensar, organizar y ejercer que son nuevas. Las grandes expectativas pueden traer consigo la motivación, como a menudo se dice en teoría de la educación en relación con las expectativas que los profesores tienen de los alumnos, para que los profesores hagan lo inesperado y obtengan niveles más altos que los que se podían esperar.

    En La escuela del futuro, D. Luis de Lezama comparte con nosotros una reflexión rica, reveladora y poderosa, que es un ejemplo incuestionable de lo que se puede lograr cuando uno se propone alcanzar ese conjunto de grandes expectativas. ¿Y si uno se aferra al estándar de la innovación educativa y es conducido por el deseo de servir a todos los alumnos, independientemente de su procedencia o habilidad, siendo consciente de las estrategias pedagógicas establecidas, pero no limitado por ellas, centrado en el colegio, pero no limitado por lo que tradicionalmente se ha hecho en el colegio, e informado por la enseñanza católica y social, para no solo apoyar los valores, principios y ética del Evangelio, sino para ponerlos en práctica también? Es esta fuerte fe en el poder de la innovación para abrir nuevas formas de pensamiento y nuevos caminos de acción lo que D. Luis de Lezama nos permite ver y nos reta a ponerlo en práctica en nuestro propio trabajo.

    Don Luis, como sus amigos –y yo ente ellos– le llamamos, en La escuela del futuro nos lleva de viaje a las ideas conducido por el deseo de servir, viaje que es enriquecido por sus propias experiencias personales y espirituales como joven que creció en el País Vasco y ha servido a Dios y a la Iglesia como sacerdote durante más de cincuenta años. Es el catalizador no solo para el cambio educativo y la mejora marginal, sino para una transformación educativa fundamental que afecta a estudiantes, profesores, directores, familias y, por supuesto, a comunidades.

    He escrito que esta transformación educacional duradera es más probable cuando se produce la convergencia entre ideas, intereses e instituciones (J. V. Corpora, CSC / L. R. Fraga, «¿Es su escuela nuestra escuela? Latino Access to Catholic Schools», en Journal of Catholic Education 19/22 [2016]). A menudo se necesitan ideas nuevas para ver más allá de la educación tradicional y contribuir con nuevas perspectivas a la teoría y a la práctica de la educación que clarifiquen lo que pensamos y traigan nuevo conocimiento para entender los procesos complejos de la educación en modos incluso más significativos. Sin embargo, solo las ideas no son suficientes para promover la transformación educativa. Esas ideas también tienen que estar alineadas con los intereses de los mayores actores de la educación. Entre estos actores, como se dijo anteriormente, están los estudiantes, profesores, directores y padres. Las nuevas ideas deben estar directamente conectadas con lo que los actores quieren conseguir: excelencia educativa, realización personal, empoderamiento y un camino de oportunidades ilimitadas. Para estudiantes y padres, esto es percibido como parte de su compromiso mutuo de empoderar a la familia para cumplir los sueños siempre presentes que los padres tienen para sus hijos. Para los profesores y directores es la realización profesional que deriva de saber que su trabajo es un contribuidor directo para ese empoderamiento de la familia.

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