Utopía
Por Santo Tomás Moro
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Utopía - Santo Tomás Moro
TOMÁS MORO
UTOPÍA
Introducción, traducción y notas de
ANDRÉS VÁZQUEZ DE PRADA
EDICIONES RIALP, S.A.
MADRID
© 2013 de la presente edición by EDICIONES RIALP, S.A.
Alcalá, 290 - 28027 Madrid (www.rialp.com)
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Realización ePub: produccioneditorial.com
ISBN: 978-84-321-4301-4
ÍNDICE
PORTADA
PORTADA INTERIOR
CRÉDITOS
INTRODUCCIÓN
Los títulos de la obra
Génesis de la Utopía
El mundo contemporáneo de la Utopía
El estilo literario
El recurso del desdoblamiento y de las ambivalencias
El método del enfrentamiento intelectivo
Los problemas personales del autor
Clave y sentido de la Utopía
Los dos espejos de la sociedad
Una República comunitaria
Las interpretaciones
La Utopía y el Nuevo Mundo
Los hospitales-pueblos de la Nueva España
La dignidad del trabajo humano
La teología de la liberación
UTOPÍA[1]
CARTA DE TOMÁS MORO A PEDRO EGIDIO
LIBRO I: DISCURSO DEL INSIGNE RAFAEL HYTHLODEO SOBRE LA MEJOR FORMA DE COMUNIDAD POLÍTICA
Estancia de Moro en Flandes
Rafael Hythlodeo cuenta sus aventuras
¿Por qué no entra Rafael al servicio de un rey?
Crisis económica y moral de la sociedad en Inglaterra
Sus posibles remedios
Interviene un bufón
Ambición y avaricia de los reyes y de sus consejeros
El puesto del filósofo no está en la Corte
El país de los utopienses
LIBRO II: LA ÍNSULA DE UTOPÍA
Descripción geográfica e histórica
Las ciudades, en especial la de Amauroto
Los cargos públicos
Los oficios
Relaciones sociales
Los viajes de los utopienses
Los esclavos
El arte de la milicia
Las religiones de los utopienses
Consideraciones finales
[1] Respecto a los títulos de la obra en diversas ediciones, véase lo que se dice al principio de la Introducción. Los subtítulos puestos aquí al Libro I no aparecen en la edición original; se incluyen para facilitar la lectura. Los subtítulos del Libro II se corresponden con la edición original.
INTRODUCCIÓN
Leer con provecho la Utopía es, hoy por hoy, un ejercicio literario e intelectual que requiere un buen pertrecho de conocimientos histórico-culturales. Una lectura superficial llevaría a conclusiones paradójicas y a tesis insostenibles. La obra fue escrita y editada para los contemporáneos de Moro. Va en latín, lengua entonces universal entre los humanistas, letrados, príncipes, eclesiásticos y hombres de cultura. Aparece en 1516, y a esa época hay que referirla.
Sin embargo, como todo libro editado y puesto en circulación, es ya de por sí una criatura viva e independiente de quien la dio a luz. Aquellos datos —época, lengua, lectores— señalan una vía de interpretación y un contenido más o menos determinado de la obra. Mientras que, al andar de los años, las traducciones a diversos idiomas, y el alejamiento de los problemas que estaban candentes en las fechas de la edición original, dan lugar a una disparidad interpretativa distanciada de la mente de su autor. Por todo lo cual es preciso hacer previo examen del libro impreso y de su gestación en la mente de Moro.
Los títulos de la obra
El título de las primeras ediciones es: De Optimo Reip. Statv, deqve noua insula Vtopia, libellus uere aureus, nec minus salutaris quam festiuus, clarissimi disertissimique uiri THOMAE MORI inclytae ciuitatis Londinensis ciuis & Vicecomitis [1]: «Sobre la mejor forma de Comunidad política y la nueva isla de Utopía, librito verdaderamente áureo y no menos saludable que festivo, por Tomás Moro, muy ilustre y elocuente ciudadano y vicesheriff de la ínclita ciudad de Londres».
El título de la obra, cuidadosamente pensado por Moro, coloca ante el lector dos elementos aparentemente dispares, si no contradictorios, pues se presenta como un tratado sobre la mejor forma de gobierno y sobre la nueva ínsula de Utopía. Pero ¿se percata el lector actual de que «utopía» significa «en ninguna parte»[2], que se trata de una isla inexistente o incluso contradictoria? Esta doble faceta de la obra se continúa en el subtítulo explicativo: libro «no menos saludable que festivo». Sobre este doble ingrediente de seriedad y de chanza, al igual que el carácter de su autor, está montada la obra.
En la carta de Moro a su amigo Pedro Gilles (Pedro Egidio), que sirve de prefacio e introducción a la Utopía, se nos advierte que «hay personas tan tétricas que no admiten bromas, y otras tan insulsas que no soportan gracias. Algunos tienen un sentido del humor tan chato que rehúyen la agudeza como el perro rabioso huye del agua».
Moro intenta el equilibrio entre la broma y la seriedad, entre la ficción y la realidad, armonía que se rompió con el correr del tiempo hasta el punto de que ya a principios del siglo XVII, por exclusión, se ha impuesto el título de Utopía[3]. Palabra que adquiere, además, validez en todas las lenguas, como la tienen —al igual que el adjetivo «utópico»— «maquiavélico», «quijotesco» o «pantagruélico». La obra de Moro da origen asimismo a un nuevo género literario. En él se comprenden una serie de obras que van desde la Ciudad del Sol de Tomás Campanella, la Nueva Atlántida de Francisco Bacon, o los Viajes de Gulliver de Jonatan Swift, hasta los mundos desaparecidos de H. G. Wells, las proyecciones históricas de Aldous Huxley, las civilizaciones extraterrestres de C. S. Lewis o las ficciones políticas de Jorge Orwell[4].
Génesis de la Utopía
Las condiciones en que se fragua la obra resultan de extraordinaria importancia a la hora de indagar las razones que movieron a su autor y el sentido que quiso dar al libro. Desde su primera página se esfuerza Moro por encuadrar personajes y sucesos en la historia de esos días de 1515. Comienza refiriendo cómo había sido enviado a Flandes, como miembro de la embajada británica dirigida por Tunstal, para resolver diferencias políticas y comerciales con los consejeros y delegados del príncipe Carlos. En Brujas celebraron una entrevista sin llegar a ponerse de acuerdo. Moro aprovecha la pausa que sigue para ir a Amberes, donde al salir un día de oír Misa en la iglesia de Santa María se encuentra a su amigo Pedro Gilles conversando con un desconocido, que resulta ser Rafael Hythlodeo. Con esta narración introductoria queda insertada en la historia la ficción, y el personaje que la representa.
Este es el marco de la obra. Su contenido: la conversación que mantienen Moro y Pedro Gilles con Rafael. El sitio: el jardín de la casa en que se hospedaba Moro en Amberes.
La obra se compone de dos libros, o dos partes, que se corresponden con las dos sesiones de la conversación que mantienen los tres personajes. En la primera parte se recoge lo dicho y discutido antes de comer; esto es, se expone la dolorosa realidad de la sociedad europea: la injusticia de las leyes penales, los horrores de la guerra, la miseria de los pobres, la codicia de mercaderes y potentados, el orgullo y ociosidad de los nobles, las ambiciones guerreras de los príncipes, la ruina de artes y oficios... Y, después de haber comido, se sentarán de nuevo los tres en el mismo sitio, donde Rafael hará una detallada descripción de la isla de Utopía y de sus habitantes, de sus ideas y costumbres, y de su organización social, económica y política. Este relato llena, en casi su totalidad, la segunda parte de la obra.
El conjunto constituye, pues, una unidad de acción y propósito para el lector. Y, a rasgos generales, puede decirse que su estructura se compone de dos mitades. La primera consiste en una exposición crítica, histórica y realista, de la sociedad europea a comienzos del siglo XVI. La otra mitad va consagrada a la descripción de la isla de Utopía, y debe entenderse como fantasía literaria en paralelo a lo que se nos narra en la primera parte, esto es, en reflexión o en contraposición a las prácticas sociales y vicios arraigados en la Cristiandad europea en vida de Moro.
La gestación de la Utopía no se corresponde, sin embargo, con esa estructuración cronológica[5]. Sabemos que durante el verano de 1515 Moro compuso la parte segunda de la obra (la descripción de la isla de Utopía), y que regresó a Londres con el manuscrito. En Londres, acuciado de problemas y corto de tiempo para todo ejercicio literario, madura la obra y le añade lo que constituye la mayor parte del libro primero (exposición de la lamentable situación social de los reinos europeos). El 3 de septiembre de 1516, Tomás Moro escribirá a Erasmo diciéndole: «te envío mi Nusquama»[6] (Nusquama es el equivalente latino de Utopía, nombre que pronto desechó). Erasmo se encargará de preparar su publicación, y la obra saldrá impresa a finales de 1516 en Lovaina.
El mundo contemporáneo de la Utopía
Es la época del primer florecer renacentista, cargado de esperanzas y optimismo. La inspiración de las artes y la devoción a las ciencias se hacen sentir por toda Europa. Hay una brisa de excitación creadora a la par que un desarrollo de los medios de comunicación intelectual al instalarse docenas de talleres de prensa que divulgan las obras literarias, filosóficas y científicas de la Antigüedad[7].
El mundo político está entregado a la febril actividad de los nuevos príncipes, prontos a cambiar fronteras, fortalecer ejércitos, engrandecer su poder y la pompa de sus cortes, y enriquecerse a costa de súbditos y vecinos en algunos casos. Presentes en el recuerdo de Moro estaban la política ambiciosa de Luis XII de Francia; las alianzas de Fernando de Aragón, hacedor y rompedor de tratados; la avaricia y astucia de Enrique VII de Inglaterra; y la figura inquieta de Julio II.
En 1515 han aparecido en escena nuevos personajes: Francisco I de Francia, el papa León X, el príncipe Carlos en los Países Bajos, el cardenal Wolsey como Canciller de Inglaterra. El ejército francés, con la aprobación de Venecia, invadirá en 1515 el norte de Italia; pero al año siguiente se cerrará un tratado contra ellos por parte de León X, Carlos I, Enrique VIII de Inglaterra y el emperador Maximiliano.
Estas figuras y sucesos constituyen el telón de fondo de algunos de los temas discutidos en la primera parte de la Utopía. Pero entremezclada con este mundo cortesano y guerrero, y difundida por toda Europa, está la sociedad internacional de los humanistas, integrada por hombres de letras, intelectuales, estudiosos, consejeros de príncipes y de hombres de Estado. Todos tienen un mismo sueño: la renovación del saber y del individuo, aunque no todos coincidan en cómo llevarlo a cabo. Todos hablan y escriben un mismo idioma: el latín.
Máximo exponente de esas ambiciones, portavoz y proa de la empresa, aglutinante de la tropa universal de los humanistas, es Erasmo, cuya crítica contra viejos métodos y rancias y estancadas tradiciones viene ejemplificada en el Elogio de la Locura. Esta obra, cuyo título latino es Moriae Encomium, nace en Londres, en casa de Moro, y al tiempo de la aparición de la Utopía era ya conocida y leída en toda Europa.
También los problemas y programas de los humanistas serán tema de la primera parte de la Utopía; de hecho, en la primera edición completa y corregida por Moro, la de diciembre de 1518 de Basilea (anteriores son las ediciones de Lovaina, 1516; de París, 1517; y la de marzo de 1518 de Basilea), aparecerán contribuciones de humanistas de primera magnitud. Esa edición va precedida de varias cartas y dedicatorias a Moro y a su Utopía: del editor Erasmo al impresor J. Froben; de Guillermo Budeo a Tomás Lupset, de Pedro Gilles a Jerónimo Busleiden. Y la cierran una carta de Busleiden a Moro, y dos poemas en elogio de la Utopía: uno de Gerardo de Nimega y otro de Cornelio Schrijver[8].
El estilo literario
Cuando Tomás Moro vuelve a Inglaterra en el otoño de 1515 con el manuscrito de la Nusquama (más tarde la Utopía), y decide dar forma acabada a la obra, se ve obligado a reconstruir su estructura literaria, para incluir nuevos temas y moldearla con una nueva inspiración. No sabemos a ciencia cierta los ajustes, retoques y añadidos que hubo de hacer para dar unidad al estilo y a la temática. Pero de no haber hecho esas modificaciones la obra carecería de equilibrio en sus elementos y de conexión artística entre las dos partes. No tendría el carácter de diálogo; y el relato descriptivo de la ínsula de Utopía quedaría reducido a una mera exposición de recuerdos de viaje.
Lo que en 1515 prometía ser una historia aleccionadora y fantástica sobre una tierra inexistente —la Nusquama—, se convierte en una temática dialogada sobre la mejor forma de una comunidad política, en la que las opiniones y pareceres son movidos, chispeantes y dramáticos en la primera parte, en expectación del relato descriptivo de la misteriosa isla. La técnica del diálogo como método literario tiene sus motivos y consecuencias. Exige que el autor se coloque en un plano superior, como espectador que no entra en el combate de las ideas. Y le obliga a equilibrar las razones aducidas de una y otra parte, para que la balanza no se incline siempre a favor de uno de los interlocutores. En realidad es el autor quien nos da los pareceres de los personajes, en continua dialéctica.
Los personajes en diálogo están presentes a lo largo de todo el desarrollo de la obra, desde que se encuentran los tres —Pedro Gilles, Rafael Hythlodeo y Tomás Moro—, al salir este último de oír Misa, hasta que dan por concluida la sesión de la tarde en el jardín. Pero, para que no se descompensen las partes, se precisa también que el personaje de ficción (Rafael), que va a enfrentarse en sus opiniones con Gilles y Moro, aparezca con raíces en la realidad histórica. Esto lo logra el autor de manera magistral, pues lo extrae de entre los navegantes de Américo Vespucio; lo presenta ante Moro en Amberes como amigo de Gilles, con el cual conversa; y, para remachar, dentro de la primera parte de la obra, Rafael aparecerá conversando con el cardenal Morton, en cuyo palacio se educó Moro de niño. De forma que este forastero puede llevar el peso de la narración en la segunda parte, e incluso el favor de los argumentos.
Tan de carne y hueso, tan real e histórico resulta Rafael Hythlodeo, que nos da por hecha la existencia de la isla de Utopía y puede contradecir a su interlocutor Moro con estas palabras: —«No me sorprende que opines de ese modo. No tienes la más mínima idea de este asunto; y si la tienes, es falsa. De haber estado conmigo en Utopía y visto personalmente sus costumbres e instituciones como yo las vi —que residí allá más de cinco años y no quisiera haber dejado ese nuevo mundo si no es para darlo a conocer...». El personaje es real y la lógica es fantástica, pero ayuda a mantener tangiblemente la ficción histórica de la Utopía.
En puntos como este, en que el autor despliega una leve ironía, se muestra ese sobrio tono festivo, tan propio del carácter de Tomás Moro, y del cual está salpicada la obra. Aquel modo de crear realidades históricas manejando personajes de ficción es producto de un fino sentido del humor, que recuerda el argumento de Don Quijote para probar la existencia real de la legendaria dueña Quintañona, «que fue la mejor escanciadora de vino que tuvo la Gran Bretaña. Y esto es tan así, que me acuerdo yo que me decía una mi agüela de parte de mi padre, cuando veía alguna dueña con tocas reverendas: —Aquella, nieto, se parece a la dueña Quintañona. De donde arguyo yo que la debió de conocer ella, o, por lo menos, debió de alcanzar a ver algún retrato suyo»[9].
El recurso del desdoblamiento y de las ambivalencias
Por dondequiera que se examine, la Utopía es un fabuloso despliegue de ambivalencias y de ironías. A primera vista la obra se ajusta a estrictas descripciones históricas, enraizadas en la realidad del momento; es densa y rica en su fondo científico, pero está atravesada de cabo a rabo por la ambigüedad de la ironía; y envuelta en reticencias y absurdos. Para crear este ambiente se sirve el autor de diversos procedimientos literarios y gramaticales. Así, por ejemplo, del uso sistemático de la litotes, que es modo de afirmar por doble negación, o negando lo contrario de lo que se quiere afirmar[10]. O bien el empleo consciente de fórmulas verbales que oscurecen la orientación del pensamiento y duplican contradictoriamente su sentido. Un ejemplo magistral de ello es la consideración con que Moro cierra la obra: «así como no puedo asentir a todo lo que dijo, así también he de confesar de buen grado que en la República de los utopienses hay muchas cosas que desearía ver implantadas en nuestras ciudades, aunque, la verdad, no es de esperar que lo sean».
La imagen que de la isla de Utopía nos da Rafael Hythlodeo está arropada en realidades invisibles, cuando no en humo. Los nombres de sus gentes y geografía son un mentís a la realidad existencial, son negativos o irónicos: Utopos es el rey que da nombre a la isla inexistente. La capital, Amauroto («esfumada a la vista»), está atravesada por el caudaloso río Anydro (río «sin agua»). El gobernador se denomina «Ademus», es decir, «sin pueblo» sobre el que gobernar.
Todo este conjunto de realidades, inexistentes o de ficción, dependen del personaje clave, de Rafael Hythlodeo, testigo y narrador de la isla de Utopía, hombre culto y hablador. Pero, examinado de cerca, Rafael —«medicina de Dios», «Dios que sana»— mal se aviene con Hythlodeo —«hablador a tontas y a locas»— en cuya veracidad se basa toda la obra.
El método del enfrentamiento intelectivo
Ya desde el título mismo de la obra arrancaba la oposición entre un tratado clásico «sobre la mejor forma de gobierno» y la creatividad literaria de la «descripción de la nueva ínsula de Utopía»; y, como vimos, la disociación pasaba al subtítulo contrastando lo «saludable» con lo «festivo». Esto constituye de por sí un recurso dramático-literario, que se refleja en la estructura de la obra por la oposición de su Parte primera (análisis de los males de la sociedad europea) a la Parte segunda (relato sobre la isla de Utopía).
En el diálogo de la Parte primera se emplea el método del choque descarnado y sin paliativos entre los hechos, patentes en toda su crudeza, y el clamor interior por una justicia vulnerada; es decir, entre situaciones humanamente intolerables y el sentido cristiano que debe reinar en la sociedad. En la Parte segunda (que está ocupada por el relato de la isla maravillosa, dejando poco espacio para el diálogo) se usa un método distinto; el contraste en este caso es irónico, «festivo». Por un lado, la fantasía crea una sociedad de concordia y felicidad de hombres y de pueblos; una situación «saludable» en la que el estado de Utopía representa «la mejor forma de gobierno»[11]. Por otro lado, el entendimiento perplejo del lector se halla solicitado por la ironía, admirando