Las tres vidas de Pablo
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Las tres vidas de Pablo - Javier Luis Peral
© Javier Luis Peral
© Las tres vidas de Pablo
ISBN digital: 978-84-685-1052-1
Impreso en España
Editado por Bubok Publishing S.L.
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Desde el mismo momento en que decidió ir a un sicoanalista tuvo claro que lo que quería era sicoanalizarse a sí mismo, no que lo hiciera otra persona. Que ella fuera joven y de escasa experiencia eran detalles sin ninguna importancia, él lo que quería era expeler todo lo que pensaba y sentía de manera ordenada, o moderadamente ordenada, para así poder analizar todo con claridad, o con algo de claridad. Valeria le causó buena impresión nada más verse: de su edad, atractiva, alta, delgada, discretamente curvada y con un marcadísimo acento porteño transmitía, sin poder evitarlo, la sensación de que trabajaba de sicoanalista como podía dedicarse a la economía o a la arqueología, sin vocación alguna, salvo la monetaria. El acuerdo sobre el precio y el horario de las sesiones fue sencillo y rápido; él quería comenzar cuanto antes, tenía unas ganas desmedidas de contar a alguien totalmente ajeno a su vida –alguien que, además, por la normativa legal, no podría transmitir aquello que él comentara a nadie- los, a su juicio, complejísimos sentimientos que pasaban por su cabeza. Y, sobre todo y por encima de todo, necesitaba disponer de un tiempo, aunque fuera muy breve, en que no tuviera que fingir, estaba cansado de fingir, llevaba tantos años fingiendo con Nuria, con sus compañeros de trabajo, incluso en los últimos años con su madre, que estaba incómodo por no tener casi comunicación alguna, por nimia que fuera, en que no se viera obligado a teatralizar; todo ello, para él, era agotador, le laminaba, le desagradaba y le aislaba, así que aquel procedimiento sería la fórmula perfecta.
Se sentía inquieto al subir el ascensor de la consulta –tiempo después descubriría que también era la vivienda habitual de ella-, enfrentarse a su primera sesión de algo que se podría denominar vómito emocional
era todo un desafío. Llamó al timbre con timidez, con dudas. Valeria le abrió la puerta, le saludó dándole la mano, se dirigieron a una pequeña sala, le indicó que se tumbara en el sofá –él solo se recostó un poco- y, segundos después, añadió:
-Hábleme de usted; comience por donde quiera. Y hágalo con sinceridad, sin límites, le aseguro que he oído de todo; de todo. Desde las perversiones e intenciones más atroces que pueda imaginar a manifestaciones de un candor conmovedor. Le escucho.
-La verdad es que me encuentro aquí porque estoy en una situación que no me gusta; bueno, no es que no me guste, es que me desagrada, y mucho. Y la razón de que no esté a gusto con mi situación creo que se basa fundamentalmente en la relación que tengo con mi mujer, aunque también podría incluir a mis hijas. Tengo dos hijas, pequeñas, gemelas, que a veces siento que me miran como si no fuera su padre; que me miran, al menos, de una manera muy diferente a la forma en que yo he mirado a mi madre. Digo a mi madre porque mi padre falleció cuando yo era muy pequeño. No tengo hermanos así que he tenido una familia muy especial, una familia nuclear formada por solo dos personas: mi madre y yo. Quizá este hecho haya condicionado mi visión de la familia y ahora, en torno a los treinta años, me encuentro con una familia que es muy diferente a la que me esperaba, con unas relaciones entre nosotros, entre mi mujer, las niñas y yo, que me parece que están viciadas, muy diferentes a la relación que mantuvimos mi madre y yo, y este hecho me genera frustración, bueno… siendo sincero debo decir que hace que me sienta infeliz, tengo la sensación de que mi matrimonio ha sido una estafa, que por desconocimiento o por torpeza, fundamentalmente por no darme cuenta de cómo era mi mujer, me encuentro atado de por vida, ya que tengo dos hijas con ella, a una persona a la que cada día que pasa detesto más. El año pasado me pidió mi jefe que me fuera de vacaciones en julio en lugar de en agosto así que durante el mes de agosto estuve en Madrid, solo, salvo dos fines de semana que fui a verlas a Cádiz y estuve mejor de lo que había estado en muchísimo tiempo. No tuve que escuchar sus permanentes quejas y críticas, muchas de ellas ridículas y sobre aspectos y hechos irrelevantes pero que me molestan por su tono, por su falta de tacto, porque… porque me parece que hay mucha falta de afecto, incluso falta de cortesía y de educación en su manera de tratarme. Pero hace años, cuando nos conocimos, todo era distinto, por eso le comento que siento que me ha engañado, que me ha instrumentalizado, que he sido un elemento más…
-Yo creo, señor Alonso, que…
-Perdona que interrumpa Valeria pero preferiría contarle todo lo que tengo que contarle y ya después, una vez que tenga usted conocimiento de todo y elementos de juicio, exponerme su opinión, que seguro que me va a resultar muy útil y me va a servir para juzgar todo correctamente –dijo Pablo a su sicoanalista con el objetivo de evitar tener que oír una colección de opiniones y recomendaciones que seguramente le resultarían desatinadas.
-Decía –añadió después de una pausa- que me siento engañado porque ella, cuando nos conocimos, era muy diferente a como es ahora, casi podría decir que era lo opuesto a lo que es ahora. Era cariñosa, muy afectuosa, se interesaba no solo por lo que me iba sucediendo, sino también por lo que sentía… su comportamiento era buenísimo, era difícil criticar algo en ella. Bueno… a mí me molestaba y mucho el hecho de que ella se negara a que tuviéramos una vida sexual normal, era –y sigue siendo- una persona muy religiosa, que tomaba los dogmas católicos casi al pie de la letra, sin cuestionarlos, así que consideraba que nuestra vida sexual debía posponerse, que debíamos esperar a estar casados. Era algo que a mí me resultaba sorprendente, algo totalmente anacrónico, que era una excepción difícil de entender en el mundo en que vivíamos, algo a lo que nadie o casi nadie se tenía que enfrentar en aquellos tiempos. Pero como su conducta en todo, se mirara por donde se mirara, era magnífica, yo acepté este extraño comportamiento de ella que tuvo como consecuencia, probablemente, adelantar nuestra boda. Pero salvando este extraño proceder en el terreno sexual, que como después pude comprobar no respondía a ninguna tara sino simplemente a su dogmatismo católico, su conducta conmigo era magnífica, era imposible encontrar algo que criticar, algo censurable. Nosotros nos conocimos –continuó después de un breve silencio- en una academia en que preparan a alumnos para oposiciones y los dos nos preparábamos para la misma, para Técnicos Comerciales del Estado, a los que coloquialmente se denomina Economistas del Estado. Los dos sacamos la oposición y ella fue destinada al Ministerio de Economía y yo al Banco de España; y en esos destinos continuamos actualmente trabajando los dos. Nada más obtener las plazas que le he mencionado, que son vitalicias y nos daban mucha seguridad económica a ambos, comenzamos con los preparativos de la boda y doce meses después de conocernos, nos estábamos casando. De los meses que transcurrieron hasta que nacieron las niñas tengo muy buen recuerdo: nos divertíamos juntos, teníamos una vida sexual magnífica –mucho mejor de lo que yo esperaba dada la actitud que mantuvo Nuria antes de casarnos-, hicimos muchos viajes, salíamos con frecuencia a cenar y a tomar alguna copa… fueron meses muy buenos, probablemente los mejores que yo haya vivido nunca, con un optimismo y unas expectativas que creo que nunca volveré a tener. A los pocos meses el embarazo de Nuria nos fue poco a poco limitando la vida, tuvo unas últimas semanas con muchas molestias, en las que ella se volvió arisca y caprichosa, algo que yo pensaba que era transitorio pero que con el paso del tiempo y tras algunos altibajos, se convirtió en algo habitual. Empezó a desarrollar una inclinación malsana a imponerse, le gustaba hacerlo por el placer de hacerlo, porque realmente se trataba de cuestiones de poquísima importancia, de pequeñeces que carecían de trascendencia alguna pero, si no era capaz de imponer su criterio, se volvía muy agresiva. A añadir, continuamente tenía que escuchar censuras casi por cualquier cosa y comentarios desaprobatorios sobre nimiedades. Con el tiempo, las niñas han ido creciendo y se han dado cuenta perfectamente de que nuestra relación, la que mantenemos Nuria y yo, es… cómo podría denominarla?... totalmente vertical, donde uno de los dos, que es ella, en todo momento sojuzga y ridiculiza al otro. Y ellas, aunque son pequeñas, con ese deseo de tiranizar tan propio del ser humano –esto lo he comprendido después de sufrirlo, creo que he vivido en una extrañísima burbuja, de esas que