Boda en Las Vegas: En Las Vegas (3)
Por JACKIE BRAUN
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El político Jonas Benjamin debió de haber quedado cautivado por la belleza y la pasión de Serena, tanto como para pedirle en matrimonio después de una única cita. Eso podría suponer un desastre para su campaña electoral…
JACKIE BRAUN
Jackie Braun is the author of more than thirty romance novels. She is a three-time RITA finalist and a four-time National Readers’ Choice Award finalist. She lives in Michigan with her husband and two sons.
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Boda en Las Vegas - JACKIE BRAUN
CAPÍTULO 1
PARA una mujer como Serena Warren, Las Vegas era el paraíso. Todo allí era extravagante y excesivo… exactamente igual que ella. Era una pena que solo fuera a estar allí durante el fin de semana. Había ido en una misión junto a sus tres amigas: Molly Hunter, Alexandra Lowell y Jayne Cavendish, después de que el prometido de Jayne hubiera resultado ser un mentiroso hijo de… un cretino.
Habían estado de fiesta el viernes por la noche y la mayor parte del sábado e incluso Jayne había logrado divertirse; había ido a un salón de belleza y se había librado de su característica larga melena rizada para hacerse un precioso corte que habría dejado atónito a su ex. Pero a medida que el sábado se agotaba, también lo hizo Jayne.
Aunque las amigas habían planeado un segundo paseo por la zona más animada de la ciudad, ella decidió pasar la noche en el spa del hotel y en la piscina. Y Alex, su compañera de habitación durante esa noche, había optado por quedarse con ella… no sólo por hacerle compañía, sino porque ella también tenía mucho en qué pensar. El propietario del hotel McKendrick, donde se alojaban, le había ofrecido un trabajo. Era una oportunidad increíble, pero si lo aceptaba, no sólo tendría que mudarse a Las Vegas, sino que tendría que quedarse allí sola cuando las demás regresaran a San Diego al día siguiente.
–Disfrutad a tope por nosotras –les había dicho Alex a Molly y Serena después de que ellas se hubieran ofrecido a quedarse con sus amigas en el spa.
–¿Estáis seguras? –preguntó Molly.
–Claro –dijo Jayne–. No hay razón para que os quedéis aquí en lugar de salir a divertiros.
La sonrisa que Jayne les había dirigido fue sincera, aunque no llegó a reflejarse en sus ojos. Últimamente eso nunca sucedía.
–De acuerdo, si insistís… –Serena sonrió–. La ciudad de Las Vegas no sabrá qué le ha pasado una vez que hayamos terminado con ella.
–Dios, ¿qué hemos hecho dejándolas irse solas? –murmuró Alex–. Esta ciudad ya nunca será la misma.
Jayne estaba más circunspecta.
–Intentad no hacer ninguna locura. Sobre todo tú, Serena.
Serena parpadeó con gesto inocente y levantó dos dedos.
–Palabra de Scout. No haré nada que vosotras no haríais.
Su semi promesa ya estaba olvidada una hora más tarde y Molly y ella se quedaron en la terraza de uno de los abarrotados bares del Bellagio contemplando sus famosas fuentes mientras esperaban a que se quedara libre una mesa.
–Me pregunto si me arrestarían por bailar debajo del agua –dijo en voz alta.
Molly estaba acostumbrada a las bromas de su amiga y se limitó a voltear los ojos ante el comentario.
–Mejor no lo descubramos, ¿de acuerdo?
–No estoy diciendo que tenga pensado hacerlo –respondió Serena encogiéndose de hombros–. Sólo me lo preguntaba, eso es todo.
–Ojalá Alex y Jayne hubieran venido con nosotras.
–Sí. ¿Crees que Jayne lo está pasando bien? –pregunta Serena.
–Todo lo bien que puede dadas las circunstancias.
–Si alguna vez puedo ponerle las manos encimas a ese…
–Está mejor sin él –interpuso Molly.
–Eso sobra decirlo, pero odio que ese Rich se haya ido de rositas después de todo el dolor y la humillación que le ha causado.
–Con el tiempo tendrá su merecido –predijo Molly.
–Pues quiero estar ahí cuando eso suceda. O incluso podría acelerar el proceso un poco, ¿verdad?
–Sí, es verdad. Los hombres pueden ser unos auténticos idiotas… aunque tienen sus usos.
–Y hay algunos hombrees que no resultan muy difíciles de mirar –añadió Serena mientras observaba a un rubio impresionante.
Decir que era muy guapo era quedarse corta. Había algo en él, algo más que su aspecto, que hizo que el corazón se le acelerara. Pero antes de poder descubrir qué era, la multitud pareció tragárselo.
Lo primero en lo que se fijó Jonas Benjamin al entrar en el abarrotado bar del Bellagio fue en la pelirroja que estaba de pie junto a la barandilla de la terraza. Era imposible no fijarse en ella… y no sólo por los colores neón de la chaqueta tipo bolero que llevaba.
Estaba de espaldas a él, de modo que no podía verle la cara, pero no había duda de que tenía unas piernas de infarto: esbeltas, torneadas e interminables bajo esos ajustados vaqueros que se ceñían a sus curvas desde el muslo hasta el tobillo. Terminaban en unos tacones de aguja con estampado de leopardo.
Cuando el agua se elevó en el aire detrás de ella, la joven se giró y Jonas pudo verle la cara.
Sus rasgos eran tan impresionantes como se había imaginado: pómulos altos, unos sensuales ojos almendrados, una nariz ligeramente respingona sobre unos carnosos labios bañados con brillo rojo. El deseo que sintió al verla no le extrañó, aunque sí lo hizo la sensación de conocerla ya, de haberla visto antes.
No tenía sentido. No conocía a esa mujer. Nunca antes la había visto y lo más probable era que no volviera a hacerlo ya que esos bares los frecuentaban mayoritariamente turistas. Además de eso, no era su tipo. Demasiado poco convencional y demasiado llamativa. Fijó la mirada en su colorida chaqueta antes de fijarse en el par de pendientes que le llegaban prácticamente hasta los hombros. Las mujeres con las que había salido vestían de un modo muy conservador y cuando se trataba de joyería, se inclinaban por las perlas o el oro. Jamás llevarían unos aros pequeños así que, mucho menos, con unos con colgantes y cuentas iridiscentes. El mínimo movimiento que hiciera la pelirroja provocaba que los pendientes se contonearan y el efecto resultaba fascinante, casi hipnótico.
Jonas se frotó los ojos y desechó la extraña sensación de haber estado esperándola. Había trabajado demasiado y con su campaña para acceder a la alcaldía acercándose al final había pasado mucho tiempo sin disfrutar de compañía femenina. Eran las once de la noche de un sábado y acababa de salir de una reunión con su director de campaña, Jameson Culver. Se habían pasado unas cinco horas discutiendo cómo sacarle partido a los resultados de las últimas encuestas según las cuales Jonas se situaba ligeramente por delante de su oponente.
Era toda una proeza que un principiante político como Jonas hubiera logrado enganchar al veterano estratega para dirigir su campaña. Sin embargo, Jameson era aburrido y carecía de sentido del humor y aunque eso era difícil, podía llegar a ser incluso más arrogante y autoritario que su padre, Corbin Benjamin, que había disfrutado de dos mandatos como gobernador de Nevada en los noventa antes de ser elegido para formar parte del Congreso, donde aún ejercía.
–Necesitarás que en tu currículo político aparezca más que una mera participación en el comité de planificación de la ciudad si esperas poder gobernar el Estado algún día o mudarte a Washington –eso era lo que a Corbin le gustaba recordarle–. Ser alcalde será un buen comienzo.
Un buen comienzo y un buen final.
Jonas sentía que tenía mucho que ofrecer como alcalde de Las Vegas, pero no estaba preparado para la política nacional, a pesar de no haber logrado convencer a su padre de lo contrario.
Se aflojó el nudo de la corbata. ¡Dios! Necesitaba una copa. Por eso había ido. Sabía que podía relajarse en la oscuridad entre los turistas. No muchos lugareños frecuentaban ese lugar a menos que acompañaran a invitados que venían de fuera. Por el rabillo del ojo vio a una pareja levantándose para marcharse. Se dirigió a su mesa y llegó al mismo tiempo que la pelirroja, acompañada por una atractiva morena.
–Vamos a echarlo a cara o cruz –dijo ella.
Por su aspecto, se había esperado que la chica tuviera una voz algo grave, ronca, pero era tan suave como el terciopelo.
–Tengo una idea mejor. ¿Y si la compartimos? –y mientras Jonas intentaba asimilar lo que acababa de proponerles, ya estaba pensando en proponerles otra cosa más–: Y os invitaré a una copa a tu amiga y a ti.
–No sé… –Serena ladeó la cabeza y se quedó pensando. Los pendientes se mecían contra su piel mientras a él se le disparaba el pulso–. No estoy segura de que pueda interesarte nuestra conversación.
–Tengo una hermana –Jonas se encogió de hombros–. Creo que puedo soportar una charla de chicas si eso significa que he encontrado asiento –¿quién sabía cuándo se quedaría libre otra mesa? Aunque… ¿seguro que ésa era la única razón por la que se había ofrecido a compartirla?
La pelirroja se rió y el sonido fue agradable y contundente, tal y como se había imaginado. Para lo que no estaba preparado era para el modo en que sus sensuales rasgos adoptaron de pronto una cualidad tan cautivadoramente pícara. Fue toda una transformación y aunque Jonas desconocía qué la había provocado esa alegría, se vio sonriéndole y queriendo descubrirlo.
–¿Qué es tan divertido?
–Confía en mí, no quieres saberlo –murmuró la morena.
–Vamos –dijo Jonas.
La pelirroja se encogió de hombros.
–De acuerdo, pero no digas que no te he advertido. Mi amiga y yo estábamos hablando sobre el modo más doloroso de castrar a un hombre.
Jonas se estremeció y resistió el impulso de bajar las manos y hacer el gesto de cubrirse.
–Hablas en modo figurado, ¿verdad?
Un par de labios rojos se curvaron a modo de respuesta.
–De acueeeeerdo –dijo él lentamente–. ¿Algún hombre en particular o toda la especie?
La pelirroja se rió.
–No te preocupes, Adonis. Tu mercancía está a salvo –y cuando él empezó a relajarse, añadió –: Por ahora –y volvió a reírse.
–¿Todavía quieres compartir mesa con nosotras? –preguntó la morena. Estaba haciendo todo lo que podía por ocultar una sonrisa.
–¿Por qué no? Me gusta vivir peligrosamente.
–Sí, eso parece –comentó la pelirroja mientras lo recorría con la mirada, desde el nudo de la corbata hasta los zapatos.
–Las apariencias pueden engañar –respondió él y alargó una mano–. Soy Jonas.
–Serena.
Interesante nombre ya que, por lo que había podido ver, esa mujer era un caos andante. Hasta el momento, nada en ella podía considerarse sereno, y eso incluía su forma de estrechar la mano. Una corriente de deseo lo recorrió en el momento en que sus palmas se rozaron y al instante ella abrió los ojos de par en par y tiró de su mano para liberarla. Jonas no estaba seguro de si el hecho de saber que ella también lo había sentido lo hacía sentirse mejor.
Serena señaló a su amiga.
–Ella es… eh…
–Molly –dijo la morena, mostrándose más entretenida que insultada por el repentino lapsus de memoria de su amiga.
–Un placer, Molly.
Estrechó la mano de la joven y en esa ocasión al gesto no le acompañó ninguna descarga eléctrica. Sin embargo, Jonas casi deseó que hubiera sido así. Con su impecable aspecto, esa chica era más su tipo.
Se sentaron justo cuando un camarero llegó para retirar las copas de cóctel de los anteriores ocupantes.
–Bueno, chicas, ¿estáis disfrutando de vuestra estancia en el Bellagio? –les preguntó.
–En realidad estamos alojadas en el McKendrick –respondió Molly.
–¿Cómo has sabido que somos turistas? –preguntó Serena.
–Una intuición.
Por alguna extraña razón se vio tentado a alargar un dedo y tocarle un pendiente, pero se lo pensó mejor y en su lugar lo utilizó para avisar al camarero.
–Supongo que estás aquí por alguna convención –Serena, sin embargo, no mantuvo las manos quietas. Le agarró la corbata y le dio un pequeño tirón antes de deslizar los dedos por su sedosa tela–. ¿Contable?
–Casi.
–¿En serio?
–No –Jonas sonrió a la joven camarera que había ido a tomarles nota–. Yo quiero un bourbon solo, por favor.
–Un martini con vodka. Acompañado… de aceitunas –añadió Serena y Jonas tuvo que contener la risa ante el juego de palabras que había hecho.
–Yo sólo quiero agua con hielo –dijo Molly.
–¿Estás segura? –preguntó él–. Recuerda que invito yo.
–Gracias, pero siento que me va a doler la cabeza –se masajeó la sien.
–Eso es lo que puede hacerte esta ciudad. Tienes que tomártelo con calma.
–¿Y dónde está la diversión en eso? –quería saber Serena–. Te has aflojado la corbata, Adonis, pero apuesto a que nunca te sueltas ni te dejas llevar.
–Ah, ah, ah. Las apariencias, ¿recuerdas? –¡estaba divirtiéndose mucho!
–¿Cuál ha sido la última locura que has hecho?
–¿La última locura?
–Sí –volvió a ladear la cabeza y los pendientes danzaron contra su piel. Él alargó la mano y le dio un toquecito a uno de ellos.
Serena se rió.
–¿Es lo mejor que puedes hacer?
Jonas había pensado que eso era un paso bastante importante. No era un hombre espontáneo, solía darle muchas vueltas a las cosas y sopesaba cuidadosamente los riesgos y beneficios antes de actuar o tomar una decisión. Actuar así era positivo en su profesión. Además de presentarse como candidato a la alcaldía, era abogado especializado en contratos y, como