Al borde del amor: Los Kincaid (4)
Por Heidi Betts
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A Kara Kincaid le resultaba muy duro estar organizando la boda de su hermana con el magnate hotelero Eli Houghton, el hombre del que llevaba enamorada desde que era una chiquilla. Pero más duro fue cuando su hermana canceló la boda y el novio empezó a mostrarse demasiado atento con ella.
Después de un compromiso que no había funcionado, Eli creía haber encontrado a la mujer adecuada: Kara Kincaid. Su plan era convencerla de que no tenía intenciones ocultas y de que las palabras mágicas que les abrirían las puertas de la felicidad eran "sí, quiero".
Heidi Betts
USA Today bestselling author Heidi Betts writes sexy, sassy, sensational romance. The recipient of several awards and stellar reviews, Heidi's books combine believable characters with compelling plotlines, and are consistently described as "delightful," "sizzling," and "wonderfully witty."
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Al borde del amor - Heidi Betts
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2012 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.
AL BORDE DEL AMOR, N.º 92 - abril 2013
Título original: On the Verge of I Do
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Publicado en español en 2013.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-3027-1
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Capítulo Uno
–Esto es un montón de trabajo. No sé cómo puedes hacer esto todos los días.
Kara Kincaid se rio mientras pasaba otra página del catálogo de catering abierto sobre la mesita frente a ellos.
–Y yo no sé cómo te las apañas para dirigir una cadena con docenas de hoteles de lujo. A mí me parece muchísimo más fácil revisar listas interminables de invitados y seleccionar menús de siete platos que mantener a flote un negocio como el tuyo –le contestó al prometido de su hermana mayor.
Eli Houghton era alto, guapo, de ojos castaños y pelo del mismo color, y tenía un cuerpo que hacía que se le hiciese a una la boca agua.
–Me parece que te infravaloras, querida –le dijo Eli, sonriéndole de una manera que hizo que el corazón le palpitara con fuerza–. Tenemos talentos distintos, pero tú también has triunfado.
–Sí, pero Houghton Hotels and Resorts vale millones de dólares, mientras que Prestige Events es un pequeño negocio que yo dirijo desde casa.
Estaban sentados en un sofá de cuero negro en el impresionante despacho de Eli, que estaba en una novena planta. Normalmente, sin embargo, se reunían en casa de ella, en Queen Street, para hablar de los preparativos de la boda.
Le encantaba su casa, una bonita vivienda en el barrio francés construida a principios del siglo XIX que había restaurado meticulosamente. Sin embargo, a veces le preocupaba un poco que el dirigir su negocio desde casa diese una impresión equivocada a sus posibles clientes. Quizá debería considerar buscar una oficina de alquiler.
Quizá incluso podría alquilar un edificio pequeño. Así podría tener un saloncito donde dar a probar a sus clientes los distintos menús entre los que podían elegir para su evento, e incluso almacenar allí adornos reutilizables para no tener que alquilarlos de los proveedores. Tal vez hasta podría contratar a un ayudante –y algún día incluso más de un empleado– para que le echara una mano, ya que hasta entonces se había ocupado ella de todo.
No podía decir que le pesara. Al fin y al cabo Prestige Events era la niña de sus ojos, su propio negocio, en el que había decidido embarcarse en vez de trabajar en la empresa familiar. Sin embargo, estaría bien por una vez no tener que responsabilizarse de todo.
–Ten fe y dale tiempo –la voz aterciopelada de Eli la devolvió a la realidad–. Si sigues como vas estoy seguro de que dentro de unos años estarás organizando la boda de una de las hijas de Obama.
¡Qué suerte tenía su hermana!, pensó Kara con envidia. Era una suerte que estuviera sentada, porque el encanto que destilaba aquel hombre y la calidez y sensualidad de su voz le hacían derretirse por dentro.
Se aclaró la garganta, inspiró profundamente y se irguió en el asiento. No podía dejar que la afectase de ese modo. ¡Era el prometido de Laurel, por amor de Dios! En menos de un mes estarían casados.
No podía negar que lo encontraba atractivo, pero probablemente le ocurriría lo mismo a cualquier otra mujer de Carolina del Sur con sangre en las venas. De Carolina del Sur, o de cualquier otra parte de la costa este.
Y sí, tampoco podía negar que cuando eran adolescentes había estado coladita por él, ¿pero qué chica del instituto no había estado loca por Eli, el chico que jugaba en el equipo de rugby?
Bueno, la verdad era que por aquel entonces Laurel no había mostrado mucho interés por él. Sus hermanos y ella siempre habían sido amigos de aquel chico solitario que vivía con los Young en su misma calle, pero la relación entre Laurel y Eli no había comenzado hasta años después, y solo hacía unos meses que se habían comprometido.
Y no era que no se alegrara por ellos, pero no le era nada fácil organizar una boda cuando la novia era su hermana y el novio un hombre por el que había bebido los vientos durante los últimos diez años.
Pero estaba esforzándose por hacerlo lo mejor posible. Y para eso, para que fuera la boda del año, tenía que dejar a un lado el torbellino de sentimientos que se revolvía en su interior. Para ella aquello suponía un reto tanto personal como profesional.
Alargó el brazo para tomar sus gafas y se las puso. En realidad no las necesitaba para ver de cerca, pero la hacían sentirse más segura y en esos momentos un poquito más de confianza en sí misma no le iría mal.
–Cuando Laurel y tú hayáis decidido qué queréis que se sirva en el cóctel será más fácil reducir el número de opciones para el banquete –le dijo a Eli–. Y esa parte te gustará, porque entonces podréis probar distintos menús antes de elegir uno.
Eli se echó hacia atrás, apoyando los brazos en el respaldo del sofá y cruzando una pierna sobre la otra.
–Creo que deberíamos dejarle eso a Laurel. No querría que nuestra primera pelea fuera en el cóctel el día de nuestra boda porque te pedí que pusieran pollo frito en vez de canapés de cangrejo.
Kara miró su reloj. Su hermana se estaba retrasando, y ya iban más de veinte minutos. Habían acordado verse los tres allí, en la oficina de Eli, para no trastocar la apretada agenda de él, pero si su Laurel no llegaba pronto sería precisamente eso lo que ocurriría.
–Seguro que Laurel llegará enseguida –le dijo a Eli.
Él asintió con la cabeza.
–Pues claro; no hay problema.
Parecía tan seguro... y tan paciente. Más paciente de lo que sería ella de estar en su lugar, pensó Kara.
En todo el tiempo que llevaba organizando eventos había tenido que tratar con novias nerviosas, malcriadas y algunas exigentes y puntillosas, pero nunca con ninguna que mostrara tan poco interés como su hermana.
Claro que la situación tampoco era normal, con todo por lo que estaba pasando su familia desde hacía unos meses. Su padre había sido asesinado, habían descubierto que había llevado una doble vida y que tenía un hijo de otra mujer, y encima su madre había sido acusada de haberlo matado.
Aunque su padre les hubiese ocultado cosas y su madre se hubiese sentido dolida, Kara se negaba a creer que hubiese sido capaz de algo así. Su madre no mataría ni a una mosca. ¿Cómo iba a pegarle un tiro en la cabeza al hombre que había sido su marido cuarenta años?
No, era imposible, y sus hermanos eran de la misma opinión: no tenían la menor sombra de duda de la inocencia de su madre. El fiscal no lo veía así, pero por suerte había salido a la luz cierta información que en principio había permitido al menos que le concedieran a su madre la libertad bajo fianza: habían visto a un misterioso desconocido entrando en las oficinas del Grupo Kincaid poco antes del asesinato.
Con todo eso era normal que Laurel tuviera demasiadas cosas en la cabeza y no lograra concentrarse en su boda, pero aun así le parecía extraño que su hermana no tuviese una idea definida de cómo quería que fuese su boda. La mayoría de las mujeres habían imaginado muchas veces cómo sería para ellas la boda perfecta. Era algo con lo que una empezaba a fantasear cuando llegaba a la pubertad.
Por ejemplo, no había conocido todavía a ninguna novia que no tuviera claro qué colores quería para las flores de la iglesia y los vestidos de las damas de honor, o que no tuviera una idea de cómo quería que fuese su vestido.
Laurel había decidido que iba a llevar un vestido vintage de los años veinte en un tono vainilla, pero solo porque ella no había hecho más que insistirle en que era necesario que se decidiese pronto para que la modista tuviera el tiempo suficiente para hacerle al vestido los arreglos necesarios.
Tampoco había conocido a ninguna novia que se presentara tarde cada vez que se reunían, ya fuera para elegir las flores, fijar el día de la despedida de soltera, o hacer el ensayo de la ceremonia.
Se preguntaba si Eli no se habría fijado también en la peculiar actitud de su prometida y si no lo tendría tan perplejo como a ella, aunque parecía que, o no se había dado cuenta, o no le molestaba que Laurel llegase siempre tarde. La verdad era que no se le veía preocupado en absoluto; ni siquiera por lo que la boda iba a costar. Era tradición que fuese la familia de la novia la que corriese con los gastos, y para ellos desde luego el dinero no era un problema, pero como estaban envueltos en un mar de problemas Eli le había dicho a Kara que le enviara a él todas las facturas.
Aquel gesto no la había sorprendido en absoluto. Eli siempre había sido amable, generoso y comprensivo. Como había crecido en hogares de acogida sabía lo que era no tener nada, y aunque había logrado hacer una fortuna, no era un mísero avaro.
Solo esperaba que siguiese siendo igual de benévolo cuando viese las facturas que se le venían encima. La cifra ya ascendía a las seis cifras.
Mientras los segundos seguían pasando, marcados por el pesado tictac del antiguo reloj de pie que había en la pared opuesta, Kara se preguntó qué otros detalles podría discutir con Eli sobre la boda hasta que llegara su hermana.
Podría volver al principio del catálogo de catering y explicarle con más detenimiento todos los platos entre los que podía elegir, pero estaba segura de que él se daría cuenta de que lo que estaba intentando: ganar tiempo.
Por suerte no fue necesario, porque justo en ese momento se abrió la puerta y entró Laurel, tan femenina y chic como siempre. Era una auténtica belleza, como su madre, y siempre había tenido varios pretendientes, aunque hasta su compromiso con Eli no había parecido demasiado dispuesta a decantarse por ninguno.
–Perdonad que llegue tarde –murmuró sin mirarlos a los ojos mientras guardaba en su bolso de diseño unas enormes gafas de sol.
Eli, que se había puesto en pie en el momento en que había entrado, fue junto a ella y la besó en la mejilla.
–No te preocupes; tu hermana me ha tenido de lo más entretenido. Al parecer podemos elegir entre no sé cuántos canapés y aperitivos para el cóctel –le dijo–, pero bueno, ahora te lo explicará a ti también –añadió dirigiendo una sonrisa a Kara.
No parecía incómodo en absoluto ante la idea de tener que volver a oírla recitar el catálogo, y eso la hizo sonreír.
Laurel sonrió también, pero la sonrisa no alcanzó sus ojos, y su expresión era tensa. De hecho, como advirtió Kara en ese momento, estaba apretando con tanta fuerza el asa del bolso que tenía los nudillos blancos.
–¿Podemos hablar? –le preguntó a Eli bajando la voz. Luego, mirando a Kara, le dijo–: Lo siento mucho, ¿pero podríamos hacer esto en otro momento? Necesito hablar con Eli; es importante.
–Claro –respondió Kara poniéndose de pie para recoger sus cosas.
Con las carpetas debajo del brazo, iba a dirigirse hacia la puerta, pero se detuvo un momento frente a la pareja. Eli estaba muy relajado, pero Laurel irradiaba tensión.
–Llamadme para saber qué otro día podemos hablar –les dijo, y le apretó suavemente el brazo a Laurel para que supiera que estaba preocupada y que podía contar con ella.
Luego salió cerrando despacio tras de sí y rogó por que no se tratara de nada serio.
Más tarde, cuando estuviera en casa, llamaría a Laurel para saber qué estaba ocurriendo.
Que Laurel se hubiese puesto tan seria de repente y que le hubiera pedido a su hermana que se marchara hizo intuir a Eli que algo no iba bien.
Esperaba que no fuese nada grave. Bastante mal