Venganza y placer: Escándalos de sociedad
Por Cat Schield
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El inconveniente era la pasión abrasadora que brotaba entre ellos. Estaba atrapada entre la promesa que había hecho y el hombre que la había devuelto a la vida. ¿Hasta dónde sería capaz de llegar por la venganza... o por el amor?
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Venganza y placer - Cat Schield
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2019 Catherine Schield
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Venganza y placer, n.º 163 - marzo 2019
Título original: Revenge with Benefits
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1307-529-7
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Epílogo
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Prólogo
Mientras hablaba la conferenciante principal del acto «Las mujeres hermosas toman las riendas», Everly Briggs se fijó en Zoe Crosby y comprendió que era el eslabón más débil de su plan. Antes del acto, había investigado a las asistentes y había elegido a dos mujeres a quienes sus hombres habían maltratado. Durante el cóctel, había hablado con ellas y les había contado que el poderoso empresario Ryan Dailey había hundido a su hermana.
Además de Zoe Crosby, también había animado a London McCaffery a que no contuviera su rabia después de que Linc Thurston hubiese roto su compromiso.
–La tres hemos sido víctimas de un hombre rico y poderoso –comentó Everly pensando sobre todo en Zoe.
Su exmarido había contratado al abogado matrimonialista más despiadado de Charleston y, según los rumores, Zoe iba tener que emplear toda su indemnización en pagar la minuta del abogado.
–¿No os parece que tendríamos que desquitarnos?
–Hagamos lo que hagamos, acabaremos pareciendo las malas –contestó Zoe.
Esas dudas desquiciaban a Everly. Hasta ese momento, Zoe Crosby había estado escuchando y asintiendo con la cabeza. Antes de conocerla, se había imaginado que si había una mujer deseosa de machacar a un hombre poderoso, esa tendría que ser una esposa a la que había engañado uno ellos y a la que, después, había abandonado y había obligado a que defendiera su honor en los tribunales.
Sin embargo, estaba empezando a entender por qué Tristan Crosby había tratado con ese desprecio a su esposa. Era una mujer demasiado pasiva y blanda, no tenía ni metas ni pasión. Tendría que despertar la indignación de la joven de la alta sociedad por cómo la habían tratado y ganársela para esa trama de venganza.
–No si cada una… persigue al hombre de otra –explicó Everly, aunque Zoe todavía parecía preocupada–. Pensadlo. Somos unas desconocidas en un cóctel –siguió Everly, intentando dominar la impaciencia–. ¿Quién iba a relacionarnos? Yo persigo a Linc, London persigue a Tristan y Zoe persigue a Ryan.
–Cuando dices «perseguir», ¿en qué estás pensando? –preguntó Zoe con cautela.
Everly hizo un esfuerzo para no poner los ojos en blanco. Le había parecido desde el principio que Zoe iba a ser demasiado apocada para ser una buena colaboradora en la venganza, pero, al menos, podría manipularla para que hiciera lo que ella quería.
–En el caso de Ryan, su hermana se presenta como candidata del Estado para el Senado.
Everly decidió que lo mejor sería controlar la parte del plan que le correspondía a Zoe para cerciorarse de que Ryan Dailey recibía su merecido por haber metido en la cárcel a su hermana.
Al fin y al cabo, era el responsable de que le hubieran roto el corazón a Kelly y eso había sido lo que había hecho que borrara planos de ingeniería valorados en millones de dólares para atacar a su empresa. Estaba segura de que Kelly no habría reaccionado así si él no le hubiese dado falsas esperanzas.
Zoe frunció más el ceño cuando Everly le propuso que fuera indirectamente a por Ryan.
–Creía que íbamos a ir a por los hombres. No me gusta la idea.
–Como Ryan le destrozó la vida a mi hermana, me parece justo que nosotras evitemos que la hermana de él salga elegida –le explicó Everly con paciencia, aunque empezaba a estar fuera de quicio–. Lo mejor es llegar a Ryan a través de su hermana, ¿de acuerdo?
Zoe asintió levemente con la cabeza y eso no le dio confianza a Everly. Si esa joven de la alta sociedad de Charleston no podía hacer lo que había que hacer, ella tendría que ocuparse personalmente.
Capítulo Uno
Zoe Crosby, Alston, se recordó, se miró en el espejo con los dedos clavados en el brazo del asiento forrado de plástico barato de la peluquería. Ya era oficial. A partir de ese día marcaría la casilla de «divorciada» en cualquier impreso que le preguntara su estado civil. Aunque llevaba un año recordándose que ella no tenía la culpa, la vergüenza por el fracaso la dejaba sudorosa y desdichada.
–¿Estás segura? –Penny, la peluquera, le pasó los dedos entre el sedoso pelo–. Tienes un pelo maravilloso. Es impresionante el color caramelo con reflejos rubios. ¿Estás segura de que no te conformarías con que cortara unos centímetros?
Zoe apretó los dientes y sacudió la cabeza.
–No, quiero que me afeites la cabeza.
La peluquera pareció más apenada, si eso era posible.
–No es asunto mío y eres tan guapa que puedes llevar el pelo de la longitud que quieras, pero traicionaría a mi profesión si no te disuado de que hagas algo tan radical.
Tristan había sido muy especial con su pelo. Había querido que le llegara exactamente hasta los pezones, consideraba que esa era la longitud perfecta. No le había dejado que llevara mechas o que se lo cortara a capas. Tenía que ser como una cortina sedosa cortada en recto. Tampoco le había dejado que se lo rizara o se lo recogiera en un moño cuando estaba con él. Había sido una de las muchas maneras de controlarla.
Zoe fue perdiendo el valor y suspiró. Había entrado en la peluquería dispuesta a afeitarse la cabeza como si así le diera un corte de mangas a su ex. Tristan ya no podía controlarla más y eso era estimulante, pero deshacerse de todo su pelo quizá fuese llegar un poco lejos. Aun así, tenía que hacer algo para señalar el día que se libró definitiva y felizmente de Tristan Crosby. Miró las fotos de mujeres con distintos cortes de pelo que había por la pared y se fijó en una.
–¿Qué te parece ese? –Zoe señaló a una morena con el pelo muy corto y de punta–. Aunque yo lo quiero rubio platino.
–Te quedaría muy bien con tus facciones –contestó la peluquera con alivio.
–Adelante.
Zoe volvió a mirarse en el espejo una hora y media más tarde y no se reconoció. Había desaparecido esa esposa de un próspero empresario de Charleston que llevaba conjuntos de jersey y chaqueta o vestidos con flores. La había sustituido una chica moderna con camiseta estampada y unos vaqueros negros desgarrados. Se estremeció mientras se pasaba los dedos por el nuevo peinado.
A Tristan le espantaría esa transformación radical.
¿Cuándo dejaría de tomar decisiones para agradar a su exmarido? Tenía que pensar en lo que le gustaba a ella. Además, tenía otro motivo para cambiar su aspecto.
Salió de la peluquería, fue a una perfumería para comprarse una barra de labios y una sombra de ojos de un color que la esposa de Tristan Crosby no habría podido llevar jamás. Una vez en el aparcamiento, se montó en el coche y se maquilló.
Con más seguridad en sí misma por su nueva imagen, puso el coche en marcha y se dirigió a la sede de la campaña de la candidata Susannah Dailey-Kirby. Pensaba ofrecerse voluntaria, hacerse indispensable y reunir todos los trapos sucios que pudiera para hundir a la gemela de Ryan Dailey. Everly le había propuesto esa estrategia para darle su merecido a él por lo que le había hecho a Kelly.
En su momento, le pareció bien. No tenía ni la más remota idea de lo que tenía que hacer alguien para vengarse. Mientras estuvo casada con Tristan, solo había intentado sobrevivir a su maltrato psicológico y no le habían quedado ni fuerzas para maquinaciones ni agallas para llevarlas a cabo.
Pero había conseguido acumular decenas de miles de dólares de su asignación durante el matrimonio. No se había criado en la indigencia precisamente, pero su familia sí vivía al día y a ella le gustaba la independencia económica que le ofrecía ese dineral secreto que tenía. Aunque debería haberse dado cuenta de que Tristan lo consideraría una amenaza para su autoridad. Cuando lo descubrió, le reclamó ese dinero y vigiló sus gastos más de cerca. Sin embargo, eso, en vez de intimidarla, hizo que estuviese más decidida y que confiara menos en los supuestos amigos y aliados.
La soledad de estar casada con Tristan era casi tan espantosa como el maltrato psicológico y emocional al que la sometía. No debería haber dejado que Tristan la convenciera para que abandonase la universidad en el primer curso y organizase una boda por todo lo alto en vez de haberse sacado el título. Mientras recorría el pasillo de la iglesia como si flotase en una nube, meses antes de haber cumplido veintiún años, había creído de verdad que el resto de su vida sería un cuento de hadas… y lo había sido en cierto sentido, Tristan había resultado ser como el rey malvado que cobraba tributos desmesurados a los campesinos y castigaba a sus súbditos cuando estaba de mal humor.
Ella no había tenido amigos de verdad, como quedó de manifiesto a raíz de la separación y el divorcio. Nadie movió un dedo para apoyarla o ayudarla. Se había convertido en una paria dentro de su estricto círculo social cuando Tristan fue contando historias falsas sobre su infidelidad. Nadie la había creído cuando había negado las acusaciones.
La sede de la campaña de Susannah Dailey-Kirby estaba bastante cerca del albergue de animales donde era voluntaria una vez a la semana. Le encantaba estar con animales, pero Tristan no le había dejado tener un animal de compañía.
Aparcó en el centro comercial y fue por la acera hasta el local de la campaña. Se había pasado una semana observando las entradas y salidas del personal y para reunir valor para presentarse.
Algunos días le costaba saber si la rabia por el fracaso del matrimonio iba dirigida contra Tristan o contra sí misma. Su parte racional culpaba a Tristan por sus expectativas irracionales, pero su parte emocional echaba la culpa a las carencias de ella.
Tenía que centrarse en la tarea que tenía entre manos o todo se iría al traste. Estaba reiniciando su vida como Zoe Alston y eso abría todo un abanico de posibilidades, pero antes tenía que cumplir con su compromiso.
Tomó aire para reunir valor y abrió la puerta. Había esperado que aquello fuese un hervidero de actividad a pesar de que todavía faltaba un año. Sonó una campanilla cuando entró, pero nadie se dio cuenta. La misma campanilla sonó cuando cerró la puerta. Todo el mundo estaba mirando una pantalla de televisión muy grande. Se sintió como una intrusa, pero avanzó dos pasos. Entonces, titubeó y no supo si seguir o retirarse. Era un momento aciago. Cuatro personas formaban un semicírculo alrededor de un hombre alto y delgado con el pelo canoso, tupido y muy bien peinado. Había teléfonos que sonaban en distintas mesas, pero nadie les hacía caso.
Tardó un par de segundos en comprender que alguien más se había presentado como candidato y que, al parecer, era algo espantoso. Se dio cuenta de que no era el mejor momento para presentarse como voluntaria y empezó a darse la vuelta para marcharse por donde había llegado cuando se chocó con alguien.
Captó un olor a colonia de hombre y todos sus sentidos se aguzaron. Seguía desorientada por ese olor tan viril cuando su hombro derecho impactó contra un pecho duro como una peña. Rebotó como un gatito que hubiese chocado contra un mastín. Se tambaleó y podría haberse caído si él no la hubiese agarrado de un brazo. La agarró con fuerza, la sujetó y el corazón se le desbocó.
Su mirada se encontró con unos ojos grises de una intensidad increíble. Se quedó hipnotizada, hasta que cayó en la cuenta y tragó saliva, asustada.
Era Ryan Dailey.
No habían pasado ni treinta segundos desde