Libro electrónico175 páginas2 horas
A las órdenes de Su Majestad: Realeza rebelde (2)
Por JENNIFER LEWIS
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Realeza rebelde.2º de la saga.
Saga completa 3 títulos.
De secretaria a provocadora…
Cuando su jefe se convirtió en rey de un país lejano, Andi Blake lo siguió encantada. A pesar de su entrega, Jake Mondragon nunca se había fijado en ella, hasta que Andi perdió la memoria y olvidó que no debía arrojarse a sus brazos.
Sorprendido a la vez que encantado por el comportamiento de su secretaria, el rey aprovechó la amnesia para llevar a cabo un plan perfecto. La haría pasar por su prometida para alejar a las pretendientes y demás entrometidos. Pero cuando Andi recuperó la memoria, se encontró con un dilema: poner fin a la estrategia de Jake o esperar un final feliz de cuento de hadas.
Saga completa 3 títulos.
De secretaria a provocadora…
Cuando su jefe se convirtió en rey de un país lejano, Andi Blake lo siguió encantada. A pesar de su entrega, Jake Mondragon nunca se había fijado en ella, hasta que Andi perdió la memoria y olvidó que no debía arrojarse a sus brazos.
Sorprendido a la vez que encantado por el comportamiento de su secretaria, el rey aprovechó la amnesia para llevar a cabo un plan perfecto. La haría pasar por su prometida para alejar a las pretendientes y demás entrometidos. Pero cuando Andi recuperó la memoria, se encontró con un dilema: poner fin a la estrategia de Jake o esperar un final feliz de cuento de hadas.
Autor
JENNIFER LEWIS
Jennifer Lewis has always been drawn to fairy tales, and stories of passion and enchantment. Writing allows her to bring the characters crowding her imagination to life. She lives in sunny South Florida and enjoys the lush tropical environment and spending time on the beach all year long. Please visit her website at http://www.jenlewis.com.
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A las órdenes de Su Majestad - JENNIFER LEWIS
Editado por Harlequin Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2011 Jennifer Lewis
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
A las órdenes de Su Majestad, n.º 108 - agosto 2014
Título original: At His Majesty’s Convenience
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-4567-1
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Sumário
Portadilla
Créditos
Sumário
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Epílogo
Publicidad
Capítulo Uno
«Nunca me lo perdonará».
Andi Blake observaba a su jefe desde el otro extremo del gran comedor. Vestido con un esmoquin negro y el pelo peinado hacia atrás, se le veía tranquilo, relajado y tan guapo como de costumbre mientras revisaba la lista de invitados que ella había dejado en el aparador.
Quizá ni le importara. Nada perturbaba a Jake Mondragon, y por eso le había resultado fácil dejar su vida como exitoso inversor en Manhattan para convertirse en el rey del montañoso país de Ruthenia.
¿Frunciría el ceño ante su marcha? Probablemente no. ¿Se molestaría?
Apretó el sobre con la carta de renuncia entre las manos sudorosas. Aquella carta lo hacía oficial; no era una amenaza ni una broma.
«Hazlo ahora, antes de que te falte el valor».
Se quedó sin respiración. Le costaba acercarse a él para decirle que se marchaba. Pero, si no lo hacía ya, pronto estaría ocupándose de los preparativos para su boda.
Había soportado muchas cosas desde que se mudaran de Manhattan al destartalado palacio de Ruthenia, pero era incapaz de verlo casarse con otra mujer.
«Te mereces tener una vida. Lucha por ella».
Se cuadró de hombros y cruzó la estancia, pasando junto a la larga mesa elegantemente dispuesta para cincuenta de sus amigos más cercanos.
Jake levantó la vista. Andi sintió que la sangre le hervía cuando clavó sus ojos oscuros en ella.
—Andi, ¿podrías sentarme junto a Maxi Rivenshnell en vez de junto a Alia Kronstadt? Me senté al lado de Alia anoche en casa de los Hollernstern y no quiero que Maxi se sienta rechazada.
Andi se quedó de piedra. ¿Desde cuándo era parte de su trabajo alimentar los romances de su jefe con aquellas mujeres? Las familias más poderosas de Ruthenia competían por ver a sus hijas convertidas en reinas y a nadie le importaba si la pequeña Andi de Pittsburgh era pisoteada en aquella lucha.
Y menos aún a Jake.
—¿Por qué no le siento entre ambas? —dijo tratando de mantener un tono calmado—. De esa manera puede cortejar a las dos a la vez.
Jake levantó la mirada y arqueó una ceja. Nunca antes Andi le había hablado de aquella forma, así que era normal que se sorprendiera.
Ella se cuadró de hombros y le ofreció la carta.
—Mi renuncia. Me marcharé en cuanto acabe la fiesta.
—¿Es alguna clase de broma?
Andi se encogió. Sabía que no la creería.
—Hablo completamente en serio. Haré mi trabajo esta noche. Nunca le dejaría empantanado en mitad de un evento, pero me iré mañana por la mañana —dijo sin poder creer lo tranquila que parecía—. Siento no haberle avisado con quince días de antelación, pero llevo los tres últimos años trabajando día y noche en un país extranjero sin haberme tomado ni una semana de vacaciones, así que supongo que sabrá disculparme. Las celebraciones para el Día de la Independencia están en marcha y todo está preparado. Estoy segura de que no me echará de menos.
Se apresuró a pronunciar aquellas últimas palabras mientras perdía el valor.
—¿Que no te echaré de menos? El Día de la Independencia es el acontecimiento más importante de la historia de Ruthenia después de la guerra civil de 1502. No podemos arreglárnoslas sin ti ni siquiera un día.
Andi tragó saliva. No le importaba nada ella, tan solo aquel gran día. ¿No era siempre así? Lo único que le preocupaba eran los negocios. Después de seis años trabajando juntos, apenas sabía nada de ella. Lo que no era justo, teniendo en cuenta que lo sabía casi todo de él. Llevaba los últimos seis años viviendo para Jake Mondragon y en el transcurso se había enamorado locamente de él. Lástima que ni siquiera se hubiera dado cuenta de que era una mujer.
Preocupado, Jake clavó en ella sus ojos marrones.
—Te dije que te tomaras unas vacaciones. ¿Acaso no te sugerí el verano pasado que volvieras a casa unas cuantas semanas?
¿A casa? Ya no sabía dónde estaba su casa. Había dejado su apartamento de Manhattan para irse a vivir allí.
Tenía pensado buscar una casa nueva y comenzar de cero. Tenía concertada una entrevista de trabajo en Manhattan la siguiente semana, el comienzo perfecto para empezar una nueva vida.
—No quiero ser una secretaria toda la vida y pronto cumpliré veintisiete años, así que ha llegado la hora de dar un giro.
—Podemos cambiarle el nombre a tu puesto. ¿Qué te parece... —comenzó entornando los ojos—, jefa del gabinete?
—Muy gracioso. Pero seguiré haciendo lo mismo.
—Nadie lo haría tan bien como tú.
—Estoy segura de que se las arreglará sin mí. El palacio tiene una plantilla de treinta empleados.
No podía decirse que lo estaba dejando en la estacada y ya no soportaba quedarse hasta las celebraciones del Día de la Independencia de la semana siguiente. La prensa estaba insistiendo mucho en lo importante que era que eligiera esposa. El futuro de la monarquía dependía de ello. Al ser coronado tres años antes, se había puesto de fecha límite el tercer Día de la Independencia.
Ahora, todo el mundo esperaba que cumpliera su promesa. Era un hombre de palabra, así que Andi sabía que cumpliría. Maxi, Alia, Carina... había muchas mujeres entre las que elegir y no podría soportar verlo con ninguna de ellas.
Jake dejó la lista de invitados, pero no hizo ningún amago de recoger la carta de renuncia.
—Sé que has trabajado mucho. La vida en un palacio real es un continuo ajetreo durante las veinticuatro horas del día, pero sabes organizarte y nunca te ha dado vergüenza exigir una buena remuneración.
—Estoy muy bien pagada y lo sé.
Estaba orgullosa de haber pedido aumentos de sueldo. Sabía que Jake lo respetaba y era en parte la razón por la que lo había hecho. Como consecuencia, tenía unos buenos ahorros para ese giro que iba a dar su vida.
—Pero ha llegado la hora de seguir adelante con mi vida —concluyó Andi.
¿Por qué estaba tan loca por él? Nunca había mostrado el más mínimo interés por ella.
Su malestar aumentó al ver a Jake mirar el reloj.
—Los invitados llegarán en cualquier momento y tengo que hacer una llamada a Nueva York. Ya hablaremos más tarde y buscaremos una solución —dijo, y le dio una palmada en el brazo, como si fuera un compañero de béisbol—. Queremos que estés contenta.
Se dio la vuelta y salió de la habitación, dejándola con la carta de renuncia entre las manos.
Una vez se cerró la puerta, Andi dejó escapar un gruñido de frustración. Parecía seguro de poder convencerla de que cambiara de opinión. ¿No era conocido por eso? Incluso se imaginaba que podía hacerla feliz.
Esa clase de arrogancia debería ser imperdonable, pero su seguridad y su aplomo eran probablemente lo que más admiraba y adoraba de él.
La única manera en la que podía hacerla feliz era tomándola apasionadamente entre sus brazos y diciéndole que la amaba y que quería casarse con ella. Claro que los reyes no se casaban con secretarias de Pittsburgh, ni siquiera los reyes de países tan inusuales como Ruthenia.
—Los volovanes están preparados. La cocinera no sabe qué hacer con ellos.
Andi se sobresaltó al oír a la encargada de festejos entrar por la puerta que había detrás de ella.
—Que empiecen a servirlos para los primeros invitados. Y también los palitos de apio rellenos de queso —dijo ocultando la carta de renuncia detrás de la espalda.
Livia asintió, sacudiendo sus rizos pelirrojos sobre su camisa blanca, como si fuera una noche más. Y lo era, excepto para Andi, para quien era su última noche allí.
—¿Tienes concertada la entrevista? —preguntó Livia, inclinándose para susurrar.
—No quiero hablar de ese asunto.
—¿Cómo vas a arreglártelas para hacer una entrevista en Nueva York estando encerrada en un palacio en Ruthenia?
Andi se acarició la nariz. No le había contado a nadie que se iba. Lo habría considerado una traición hacia Jake. Preferiría que los demás descubrieran que se había ido.
—No puedes irte a Nueva York sin mí —dijo Livia poniendo los brazos en jarras—. Fui yo la que te hablé de ese trabajo.
—No dijiste que te interesara.
—Dije que me parecía fantástico.
—Entonces deberías solicitarlo.
Quería irse. Aquella conversación no iba a ninguna parte y no quería confiarle sus secretos a Livia.
—Quizá lo haga —replicó Livia entornando los ojos.
Andi forzó una sonrisa.
—Guárdame uno de esos volovanes, ¿de acuerdo?
Livia arqueó una ceja y se marchó.
¿Quién se encargaría de elegir los menús y decidir cómo se servirían las comidas? Probablemente la cocinera, aunque tenía todo un temperamento cuando estaba bajo presión. ¿Quizá Livia? No era la persona más organizada del palacio y en varias ocasiones había perdido la oportunidad de un ascenso. Seguramente ese era el motivo por el que quería marcharse.
Fuera como fuese, no era su problema y Jake encontraría enseguida a alguien que la sustituyera. Se le encogió el corazón, pero respiró hondo y se encaminó por el pasillo hacia el vestíbulo. Los primeros invitados estaban llegando, luciendo sus mejores galas y unas joyas impresionantes.
Se alisó los pantalones negros. No era apropiado que una empleada se vistiera como una invitada.
Jake bajó la escalera ante la mirada de todos y comenzó a saludar a las damas con un beso en la mejilla. Andi trató de ignorar el arrebato de celos que la invadió. Era ridículo. Una de aquellas mujeres iba a casarse con él y no tenía sentido enfadarse por ello.
—¿Podría darme un pañuelo? —preguntó Maxi Rivenshnell.
Aquella morena esbelta había hecho la pregunta en dirección a Andi, sin ni siquiera molestarse en mirarla.
—Claro.
Andi sacó un pañuelo de papel del paquete que llevaba en el bolsillo. Maxi se lo quitó de la mano y se lo guardó en uno de los largos guantes de raso que llevaba, sin darle las gracias.
Para aquella clase de gente, ella no existía. Simplemente estaba allí para servirlos, como el resto de criados de sus aristocráticas mansiones.
Un camarero apareció con una bandeja de copas de champán y ella le ayudó a repartirlas entre los invitados. Luego, los dirigió hasta el salón verde en el que el fuego crepitaba en la chimenea.
Jake se movió con soltura por la estancia, charlando con sus invitados impecablemente vestidos. Algunos de ellos habían regresado recientemente después de décadas de exilio en lugares como Londres, Mónaco o Roma, dispuestos a disfrutar del renacimiento prometido de Ruthenia, después de decenios de comunismo.
Hasta el momento, las promesas se estaban cumpliendo. Los ricos se estaban haciendo más ricos y, gracias a las innovadoras ideas empresariales de Jake, los demás también. Incluso los acérrimos antimonárquicos que se habían opuesto a su llegada con protestas en las calles, tenían que admitir que Jake
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