26 de abril de 2012

El sexo opuesto.

Según la Wikipedia, y alguna que otra enciclopedia más papelera, la tierra se mueve gracias a alguna que otra ley física, que no voy a explicar aquí para no aburrir a nadie (y porque tampoco sabría explicarlo sin sufrir antes una apoplejía múltiple), pero… ¿y a los humanos? ¿Qué es lo que mueve a los humanos evitando que se queden todos quietos paraos?...


Erróneamente muchos sostienen que es el dinero lo que nos mueve. Y digo erróneamente, porque los pobres no lo tenemos y seguimos moviéndonos para todos lados, sin que ello nos sirva para llegar a tenerlo algún día. Tampoco es el amor lo que realmente nos mueve, ya que no todo el mundo cree en él, y muchos de los que han creído han dejado de creer por diversas razones o desengaños.

Podría seguir enumerando más y más causas movilizadoras, pero todas ellas tendrían alguna pauta diferente en cada individuo. En cambio, sí hay una causa que tenemos en común y que es capaz de movilizarnos a todos los humanos en plan autómata: el sexo.

Si dejamos aparte a quienes se han decantado por el celibato, que no son humanos, o simplemente son hipócritas, el resto de la humanidad levanta la cabeza cuando escucha la palabra sexo. No lo niegue, si usted está leyendo esto, lo más probable es que lo esté haciendo porque ha leído la palabra “sexo” en el título…, o por la fotografía que lo adorna.

Resulta complicado reflexionar sobre el sexo sin acabar con una paja mental de campeonato (nunca mejor dicho). Pero si lo hacemos, el reflexionar quiero decir, nos daremos cuenta de que, ya desde jovencitos, el sexo nos atrae y nos hace movernos como pollos sin cabeza… pero con dirección. La mayoría de las veces en dirección al sexo opuesto. Y aunque hay quien va en busca de su mismo sexo, y quien se muestra indeciso y no sabe a por cual ir, o sencillamente va a por los dos, todos, absolutamente todos van a por lo mismo: sexo.

Por lo general, nos movemos buscando al sexo opuesto para tener sexo, y hasta nos casamos con el sexo opuesto. Por supuesto convivimos con el sexo opuesto y dormimos con el sexo opuesto esperando tener sexo con el sexo opuesto… Hasta que nos damos cuenta de que el sexo opuesto es completamente opuesto al sexo.

Por supuesto, no me refiero a esa clase de sexo lleno de ternura bajo las sábanas, que todos practicamos, con más o menos regularidad, más conocido coloquialmente como “hacer el amor”, no. Me estoy refiriendo al otro sexo. Al sexo loco. Al aquí te pillo aquí te mato, sin pararte a pensar si los azulejos de la cocina están fríos, si habrá que coser la media docena de botones de la camisa, o si tendremos que comprar otro sofá porque este le vamos a dejar pringoso perdido…

Y es posible que algunos, los más atrevidos, incluso vayan más lejos. No, no me refiero a que se vayan a Wisconsin a fornicar, si no a que sean atrevidos y busquen el sexo con el añadido de emociones fuertes, del tipo hacerlo en público, con público presente e incluso hacerlo con el público presente.

Y si no se atreve a llegar tan lejos, puede quedarse a medio camino y añadirle el riesgo de buscar un lugar en el que en un momento determinado pueda ser sorprendido por alguien, como un ascensor, un portal… o el confesionario de una iglesia. Ahí no se preocupe, si le pilla un sacerdote lo más que hará será santiguarse y mirar para otro lado… o intentar participar.

Estoy seguro de que usted también lo piensa, aunque seguramente no quiera reconocerlo. Pero si hace un pequeño ejercicio de autocomplacencia y se permite ese pequeño lujo, se le quitará en un santiamén la mala leche que lleva encima y se quedará bastante relajado…


 

19 de abril de 2012

En tierra de Estudiantes.


Sábado, 14 de Abril.

Son las 2:15 A.M. (Antes del Meridiano, para los agnósticos, o Antes de Mamarse, para los que están de juerga). Ocho cuerpos cruzan la Plaza Mayor de Salamanca envueltos en risas y vaciles mutuos, sin pena ni gloria… pero con frío, en dirección a un lugar más cálido.

Si usted no es de Salamanca, seguramente sólo visite ese lugar por tres motivos: o es un estudiante, o es un turista, o es un juerguista. En mi caso, debo decir que nunca he sido universitario y que a esas horas las iglesias están cerradas… y que yo era uno de esos ocho cuerpos. Así que no les será difícil adivinar cuál fue el motivo que impulsó a esos ocho cuerpos a cruzar la Plaza Mayor de Salamanca a esas horas…

Uno de ellos, uno que tiene la mala costumbre de fumar, se percata de que se ha quedado sin tabaco. Así que sin perder tiempo, pone en marcha el radar en busca de un lugar en el que pueda evitar caer en esa mala costumbre. A la mala costumbre de quedarse sin tabaco, quiero decir, porque quedarse sin tabaco, también es una mala costumbre si uno fuma habitualmente. Sí, era yo, que aparte de tener otras muchas malas costumbres, como la de ser bajito, también tengo la mala costumbre de fumar… y de vez en cuando la de quedarme sin  tabaco…

En una de las esquinas de la plaza, un restaurante permanece con las luces encendidas mientras un hombre finaliza en su interior las labores de cierre. Abro la puerta y pregunto si tienen tabaco. El hombre, enfrascado en sus cuentas, me señala la máquina al mismo tiempo que la desbloquea con el mando. Saco toda la calderilla y empiezo a introducir monedas hasta que me percato de que me faltan cincuenta céntimos. Me acerco a la barra con un billete de cinco euros para pedirle al camarero que me lo cambie. Tras finalizar su cuenta, me da el cambio, cinco monedas de euro… Pero cuando me dirijo a la máquina, estando a medio camino, ésta escupe todo lo que había metido anteriormente…

 Me dispongo a volver a introducir las monedas, pero el desbloqueo de la máquina ha caducado y hay que volver a darle al mando. Me dirijo nuevamente a la barra pero el camarero no está, tarda un rato en salir de la cocina. Se lo explico y vuelve a darle al botón… Introduzco cuatro euros con cincuenta y le doy al botón con la imagen de Winston…, pero la máquina me dice que debo introducir el importe exacto… Como es lógico, no tengo dos monedas más de veinte céntimos… así que vuelvo a la barra, a cambiar la moneda de cincuenta que nuevamente me ha escupido la máquina porque ha vuelto a caducarse el desbloqueo…

El camarero empieza a esbozar una ligera sonrisa al mismo tiempo que me da dos monedas de veinte y una de diez… y vuelve a darle al mando… Introduzco el importe exacto,  pulso el botón del Winston y… producto agotado. Le doy a otro botón de la misma marca y… producto agotado. Mis ojos empiezan a dar vueltas por todas las marcas buscando un producto que valga el mismo importe… No hay ninguno. Le doy a uno que es más barato y… producto agotado… La máquina vuelve a escupir el dinero y a bloquearse… Sólo me queda una opción para probar: Marlboro. Pero para ello necesito otros veinte céntimos… que no tengo.

Vuelvo otra vez a la barra, donde cambio otra moneda de un euro en monedas de veinte céntimos. El camarero me recibe con una sonrisa bastante mal disimulada, acompañada de las carcajadas de una chica que al otro lado de la barra observaba incrédula toda la escena…, mientras yo maldigo a los estancos por no abrir las veinticuatro horas del día…

Echando humo por las orejas, curiosamente sin fumar, volví a introducir ya todo el importe exacto necesario para sacar el Marlboro… y salió la cajetilla acompañado del típico “su tabaco, gracias…”, que a mí me sonó a música celestial…


Moraleja: El tabaco mata… de impaciencia. Y además vacila.