Según la Wikipedia, y alguna que otra enciclopedia más papelera, la tierra se mueve gracias a alguna que otra ley física, que no voy a explicar aquí para no aburrir a nadie (y porque tampoco sabría explicarlo sin sufrir antes una apoplejía múltiple), pero… ¿y a los humanos? ¿Qué es lo que mueve a los humanos evitando que se queden todos quietos paraos?...
Erróneamente muchos sostienen que es el dinero lo que nos mueve. Y digo erróneamente, porque los pobres no lo tenemos y seguimos moviéndonos para todos lados, sin que ello nos sirva para llegar a tenerlo algún día. Tampoco es el amor lo que realmente nos mueve, ya que no todo el mundo cree en él, y muchos de los que han creído han dejado de creer por diversas razones o desengaños.
Podría seguir enumerando más y más causas movilizadoras, pero todas ellas tendrían alguna pauta diferente en cada individuo. En cambio, sí hay una causa que tenemos en común y que es capaz de movilizarnos a todos los humanos en plan autómata: el sexo.
Si dejamos aparte a quienes se han decantado por el celibato, que no son humanos, o simplemente son hipócritas, el resto de la humanidad levanta la cabeza cuando escucha la palabra sexo. No lo niegue, si usted está leyendo esto, lo más probable es que lo esté haciendo porque ha leído la palabra “sexo” en el título…, o por la fotografía que lo adorna.
Resulta complicado reflexionar sobre el sexo sin acabar con una paja mental de campeonato (nunca mejor dicho). Pero si lo hacemos, el reflexionar quiero decir, nos daremos cuenta de que, ya desde jovencitos, el sexo nos atrae y nos hace movernos como pollos sin cabeza… pero con dirección. La mayoría de las veces en dirección al sexo opuesto. Y aunque hay quien va en busca de su mismo sexo, y quien se muestra indeciso y no sabe a por cual ir, o sencillamente va a por los dos, todos, absolutamente todos van a por lo mismo: sexo.
Por lo general, nos movemos buscando al sexo opuesto para tener sexo, y hasta nos casamos con el sexo opuesto. Por supuesto convivimos con el sexo opuesto y dormimos con el sexo opuesto esperando tener sexo con el sexo opuesto… Hasta que nos damos cuenta de que el sexo opuesto es completamente opuesto al sexo.
Por supuesto, no me refiero a esa clase de sexo lleno de ternura bajo las sábanas, que todos practicamos, con más o menos regularidad, más conocido coloquialmente como “hacer el amor”, no. Me estoy refiriendo al otro sexo. Al sexo loco. Al aquí te pillo aquí te mato, sin pararte a pensar si los azulejos de la cocina están fríos, si habrá que coser la media docena de botones de la camisa, o si tendremos que comprar otro sofá porque este le vamos a dejar pringoso perdido…
Y es posible que algunos, los más atrevidos, incluso vayan más lejos. No, no me refiero a que se vayan a Wisconsin a fornicar, si no a que sean atrevidos y busquen el sexo con el añadido de emociones fuertes, del tipo hacerlo en público, con público presente e incluso hacerlo con el público presente.
Y si no se atreve a llegar tan lejos, puede quedarse a medio camino y añadirle el riesgo de buscar un lugar en el que en un momento determinado pueda ser sorprendido por alguien, como un ascensor, un portal… o el confesionario de una iglesia. Ahí no se preocupe, si le pilla un sacerdote lo más que hará será santiguarse y mirar para otro lado… o intentar participar.
Estoy seguro de que usted también lo piensa, aunque seguramente no quiera reconocerlo. Pero si hace un pequeño ejercicio de autocomplacencia y se permite ese pequeño lujo, se le quitará en un santiamén la mala leche que lleva encima y se quedará bastante relajado…
Erróneamente muchos sostienen que es el dinero lo que nos mueve. Y digo erróneamente, porque los pobres no lo tenemos y seguimos moviéndonos para todos lados, sin que ello nos sirva para llegar a tenerlo algún día. Tampoco es el amor lo que realmente nos mueve, ya que no todo el mundo cree en él, y muchos de los que han creído han dejado de creer por diversas razones o desengaños.
Podría seguir enumerando más y más causas movilizadoras, pero todas ellas tendrían alguna pauta diferente en cada individuo. En cambio, sí hay una causa que tenemos en común y que es capaz de movilizarnos a todos los humanos en plan autómata: el sexo.
Si dejamos aparte a quienes se han decantado por el celibato, que no son humanos, o simplemente son hipócritas, el resto de la humanidad levanta la cabeza cuando escucha la palabra sexo. No lo niegue, si usted está leyendo esto, lo más probable es que lo esté haciendo porque ha leído la palabra “sexo” en el título…, o por la fotografía que lo adorna.
Resulta complicado reflexionar sobre el sexo sin acabar con una paja mental de campeonato (nunca mejor dicho). Pero si lo hacemos, el reflexionar quiero decir, nos daremos cuenta de que, ya desde jovencitos, el sexo nos atrae y nos hace movernos como pollos sin cabeza… pero con dirección. La mayoría de las veces en dirección al sexo opuesto. Y aunque hay quien va en busca de su mismo sexo, y quien se muestra indeciso y no sabe a por cual ir, o sencillamente va a por los dos, todos, absolutamente todos van a por lo mismo: sexo.
Por lo general, nos movemos buscando al sexo opuesto para tener sexo, y hasta nos casamos con el sexo opuesto. Por supuesto convivimos con el sexo opuesto y dormimos con el sexo opuesto esperando tener sexo con el sexo opuesto… Hasta que nos damos cuenta de que el sexo opuesto es completamente opuesto al sexo.
Por supuesto, no me refiero a esa clase de sexo lleno de ternura bajo las sábanas, que todos practicamos, con más o menos regularidad, más conocido coloquialmente como “hacer el amor”, no. Me estoy refiriendo al otro sexo. Al sexo loco. Al aquí te pillo aquí te mato, sin pararte a pensar si los azulejos de la cocina están fríos, si habrá que coser la media docena de botones de la camisa, o si tendremos que comprar otro sofá porque este le vamos a dejar pringoso perdido…
Y es posible que algunos, los más atrevidos, incluso vayan más lejos. No, no me refiero a que se vayan a Wisconsin a fornicar, si no a que sean atrevidos y busquen el sexo con el añadido de emociones fuertes, del tipo hacerlo en público, con público presente e incluso hacerlo con el público presente.
Y si no se atreve a llegar tan lejos, puede quedarse a medio camino y añadirle el riesgo de buscar un lugar en el que en un momento determinado pueda ser sorprendido por alguien, como un ascensor, un portal… o el confesionario de una iglesia. Ahí no se preocupe, si le pilla un sacerdote lo más que hará será santiguarse y mirar para otro lado… o intentar participar.
Estoy seguro de que usted también lo piensa, aunque seguramente no quiera reconocerlo. Pero si hace un pequeño ejercicio de autocomplacencia y se permite ese pequeño lujo, se le quitará en un santiamén la mala leche que lleva encima y se quedará bastante relajado…