Como cada día, me levanté de la cama después de que el despertador sonara incesante, con aquella canción de los Red Hot Chili Peppers - Californication. Ni siquiera dejé que el cantante empezara a cantar, antes de que la suave canción variara de tono ya había parado la alarma. ¿Para qué escuchar más? Ya sabía lo que venía detrás, y en ese momento se me antojaba la canción más horrenda del mundo, pues me había sacado de mi apacible letargo en mi cama caliente. Aun así, me quedé unos minutos mirando el techo, como si no conociera de quién era, o tal vez no conocer quién era yo. La verdad es que no lo sé exactamente, pero creo que pensé que ese día iba a ser igual de monótono que el anterior, y tampoco me equivocaba demasiado. Me levanté de la cama con pasmosa lentitud, y eso que sabía que iba con el tiempo pegado al culo. Pero ¿qué más daba? Un minuto más que un minuto menos. Mis pies todavía tenían que acostumbrarse al frío suelo bajo mi piel. Miré a mi alrededor, y todo me parecía tan ajeno. ¿Era yo la misma persona que ayer, o había cambiado durante el sueño? Eso nadie podría saberlo. Podemos ser personas diferentes en cada momento del tiempo. Y en aquel momento, yo no sabía quién era. Aun así, sabía mi rutina, por lo que no tarde en levantarme e ir directa hacia la ducha. Allí, el agua empezó a aclararme un poco las ideas, o tal vez a deshacerme de aquellas primeras preguntas con las que me había despertado. Ahora pudo empezar a tener conciencia de mi misma, si es que alguna vez la tuve, para empezar a recordar las cosas que en ese día tenía que hacer. Mientras iba enumerando mentalmente mi día al completo, que al parecer ya estaba planificado, salí de la ducha y empecé a secarme el pelo con la toalla. "No tiene que olvidárseme darle a la maestra de Filosofía aquella disertación tardía para que no me baje la nota", me decía a mi misma, con un sinnúmero más de anotaciones mentales con preludio "No ha de olvidárseme..." Tras frotarme bien con la toalla mi pelo negro, largo hasta la cintura, fui directa a la habitación, todavía con una toalla solamente enrollada alrededor del cuerpo, cosa que hizo que mi piel se erizara por el contraste del frío. Casi sin mirar, saqué del armario un par de vaqueros y una camiseta azul, de manga corta, algo normal. Me puse la ropa sin siquiera advertirlo, cada movimiento era mecánico, ni miraba ni prestaba atención a lo que hacía, era solo un movimiento más. La verdad es que aquella mañana fue bastante normal. Tras secarme el pelo ni siquiera pude desayunar, salí corriendo con la mochila en la espalda para juntarme con mis dos amigas, Isa y Nerea, las cuales me esperaban cada mañana para ir juntas al instituto, puesto que vivíamos la una muy cerca de la otra. Isa, que era algo más alta que yo, con el pelo negro largo y muy rizado, tenía una piel blanquecina la cual odiarían algunos góticos. Era de caderas anchas, aunque vientre plano, y caminaba de forma que te hacía pensar que tenía los pies planos. Nerea, era unos centímetros más altos que Isa. Flaca como un palillo y de piel amarillenta, contrastaba su energía con aquel tono enfermizo de su cara. Y su pelo, una melena aleonada castaña, era completamente rebelde, y a pesar de los esfuerzos de ella por domarla, siempre terminaba quedándose como si llevara el pelo cardado. Ambas llevaban gafas. De hecho, pocas en mi grupo no las llevábamos. Creo que, tan solo, Marina y yo, y eso que somos un grupo de ocho, ¿o quizás más? Tampoco es que se pudiera determinar exactamente. Mientras caminábamos íbamos hablando de algo, lo que no recuerdo es exactamente de qué, pues seguramente sería trivialidades de las clases o algún chico que se cruzaba por nuestras cabezas. Los temas de conversación no solían variar demasiado en ese aspecto, aunque la verdad ¿qué más se puede esperar de tres chicas adolescentes?
Llegamos al instituto cuando el timbre acababa de sonar y, sin despedirnos siquiera, cada una se fue a sus respectivas clases. Raras veces nos tocaba juntas, pues yo iba a la rama de ciencias y ellas a las de letras. ¿Por qué había cogido ciencias? Ni yo misma lo sabía, nunca me habían gustado la verdad, pero mi familia siempre me había comparado con mi prima. Ella era la chica genial, que sacaba notas estupendas y que algún día sería una médico estupenda. Yo debía seguir sus pasos.