Vos me completás, le dijo Melina, y levantó el mentón para mirarlo a los ojos. Mariano no pudo evitar pensar en cómo ella también lo completaba; lo completaba hasta agotarlo, hasta dejarlo sin aire y provocarle arcadas. Melina y Mariano habían sido diseñados para no funcionar. Él bien lo supo cuando la conoció; era una organizadora sagaz y Mariano detestaba que se entrometieran en sus asuntos, y sobre todo, que intentaran darle un orden. Aun así, le dio cabida; lo hizo a fin de tentar, de desafiar al destino (en el que no creía), y para cerrarle la boca a Lorena, su amiga, que tanto presumía de conocerlo. Yo te conozco Marian; esa mina no es para vos. Éstas eran las cosas que más lo irritaban, y Melina había aparecido inmaculada de mañas de este estilo. Llegó sin referencias ni preconceptos sobre él, como quien entra en el aula de un colegio nuevo, y le pareció tan poco prejuiciosa y permeable, que pese a saber que no resultarían, ató sus amarras. Mariano la quería y con ella se sentía cómodo, pero la rutina del amor no había tardado en hacerle notar su peso. Por momentos, temía que esto se repitiera hasta convertirse en un patrón común para sus relaciones. ¿Existiría alguien capaz de sostener ese peso para que no lo asfixiara? Y se imaginó a una mujer que, con los brazos extendidos, cargaba el techo a punto de desplomarse, protegiéndolo. Se sintió culpable. Quizá el amor fuera eso, lo que tenía, y la literatura y el cine se habían encargado de engrandecerlo para hacerle frente a la infelicidad del mundo y volverlo más pretencioso. No lo sabía, pero muy dentro de sí, aunque no quisiera reconocerlo, había esperado un poco más de él.
Pensó en las piernas de Lorena, en sus pechos y en ese perfume en el huequito donde termina el cuello y empieza la cabeza, debajo del pelo, que una noche, por casualidad, como todo lo bueno que ocurría en su vida, había descubierto y que, felizmente, siempre encontraba cuando necesitaba consuelo. Ella era su remanso, su frase para quedar bien, su lugar seguro. Recordó un enero, años atrás, en que tocó el timbre de su departamento buscando refugio. Lorena bajó a abrirle en pijama y preparó café con leche para los dos. ¿Cómo me imaginás de acá a quince años?, le preguntó. Lorena tenía eso, le gustaba imaginarse en un escenario específico y jugar a que la vida se daba vuelta. Con hijos, capaz, y el pelo largo; con pantalones de jogging, porque te hartaste de hacer dieta y te molestan los jeans ajustados, y con un marido que habla mucho y opina de todo, sabiendo o no. ¿Y vos, cómo te ves?, inquirió ella nuevamente. Mariano se vio solo, pero le mintió para continuar con su fantasía y evitar que se pusiera densa. Yo te veo con una neurótica, anticipó Lorena. Puede ser, dijo él, pero tiene que estar muy buena. Con chicos, supongo, qué sé yo. Dejate de joder, son las cuatro ya; tengo sueño.
Ella le dio un beso en la frente y se llevó las tazas. Él se acostó en el sofá y perfeccionó (para consigo) lo expuesto segundos atrás. Se vio con hijos y con la neurótica, se vio también saliendo de la oficina para encontrarse con Lorena en un hotel, cuanto menos a charlar, y temió realmente necesitar de escapadas como esas en el futuro.
De inmediato volvió a Melina, que lo miraba con ojos limpios y desinteresados. Por qué no seré más simple, se reprochó. Vos también me completás amor, le dijo, y en un movimiento rápido le estampó un beso para cerrar el momento, temiendo quedar en evidencia.
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Hace 3 meses