Educar en la autonomía me parece algo básico. Saber que nuestros hijos van a tener la capacidad de defenderse solos, que van a manejar los acontecimientos de su vida con seguridad a pesar de la incertidumbre o de que les tiemblen un poco las ideas. Que serán por ello capaces de ser responsables ante los acontecimientos de su vida, pues son conscientes de que ellos, y sólo ellos, son los ejecutores de sus actos. Y creo, rotundamente, que una capacidad así se construye paso a paso y durante largo tiempo; exactamente el tiempo que dura toda su infancia y adolescencia.
Hoy todo se lo ponemos muy fácil a los niños. El jueves pasado, al salir del cole, mi hija me llama por teléfono al trabajo. Me comenta que tiene que ir a comprar arcilla blanca para hacer una figura del Rey Gaspar, que es la figura que le ha tocado para hacer un Belén en clase. Yo me puse un poco nerviosa, ya se sabe, las culpas de las madres trabajadoras por no estar siempre al lado de sus retoños. Tranquilamente (al menos eso intentaba transmitir) le dije que fuera con el abuelo a comprar lo que necesitase. Como ella no sabía bien por donde empezar me preguntó que qué compraba. Yo le dije que lo que viera necesario, nada más. Y le orienté. Le dije que comprara la masa, o que también lo podía hacer con plastilinas de colores. Que mirara primero qué cosas tenía en casa para saber qué cosas necesitaría comprar. Terminamos nuestra conversación y ella se quedó con su tarea y yo con la mía.
No voy a mentir. Estuve pensando todo lo que quedó de tarde en cómo se las arreglaría ella sola, al fin de cuentas el abuelo qué sabría de nada de esto. Él ya hacía bastante con llevar los euros y acompañarla a la tienda. Me emociona pensar en esa estampa, los dos gestionando la compra.
Sinceramente, me sentía fatal por no poder estar a su lado echándole una mano esa tarde. Para tranquilizarme un poco pensé que si no le quedaba bien, yo le ayudaría a mejorarlo un poco... si se podía y la masa no se había secado del todo. Aunque mucho tiempo no había, pues yo hasta las diez y media de la noche no terminaría mi guardia. Y aunque pensé que verse sola en cosillas así le venía muy bien, pues esto de verse solita ante la responsabilidad de pequeñas cosas es una afrenta, sabía que ella no lo vería tan positivamente como yo. Para ella no eran simples cosillas; tener un Rey Gaspar hecho para el día siguiente era una gran responsabilidad. Era su tarea.
Cuando llegué a casa, me encontré el Rey Gaspar más bonito que he visto en mi vida. Perfecto. Era el Rey realizado por una niña de 10 años. Y esa perfección infantil era entrañable. Mi admiración fué total, pero a ella no le contagié mucho. Yo no hacía más que mirar lo bonito que era, y le decía a Diminuta que qué bonito el cofre, y el pelo, y las manitas... pegamos un poco un bracito porque parecía que se iba a caer, pero era un Rey perfecto. Ella no estaba muy convencida, pero yo le dije que era precioso, porque lo había hecho ella sola. Le había puesto bolitas de collares a la capa que le daban majestuosidad, el pelo era ondulado, las manitas preciosas, el cofre con sus detalles dorados... todo. Lo tenía todo. Y lo había hecho ella sola. Y que eso era lo más valioso. Que ella sola se las había ingeniado para buscar el material, darle forma, buscar la pintura adecuada... colocar las bolitas, pintarle los ojos, la boca, hacerle una corona preciosa. Y que había dejado la cocina igualita a como estaba antes de empezar su obra. Todo recogido. Le dije emocionada que era una niña increíble, y que el Rey era el más bonito del mundo. Ella no estaba muy convencida...
Al día siguiente, cuando fuimos al cole, llevaba su Rey con toda la emoción. En una cajita para que no se tambalease, y sujeto con las manos y todita la mirada para que no se rompiera. Me despedí de ella con un guiño y con un susurro (la emoción noñísima que sentí no la cuento, me la reservo), le dije: eres genial.
Cuando regresó del colegio le pregunté que qué tal todo... Ella seguía pensando que su Rey no estaba muy bien. Que los otros dos Reyes del Nacimiento estaban mejor. Y yo le pregunté que quién había hecho los otros Reyes. Me contestó; Fulanito y Menganito, pero se lo hicieron sus papás.
Y le dije que precisamente por eso no estuviera triste. Que por eso el suyo era el mejor, porque era obra SUYA, sólo suya. Y que eso es un gran valor., Que ahora ella no se daba cuenta, pero que ser independiente es un valor muy necesario. Yo no sé si me habrá entendido toda la retahila que le solté. Y me pregunto si todo esto de la autonomía lo valorarán también en el cole, porque tengo la sensación de que hoy, a los niños, se les encargan tareas no para que ellos las desarrollen desde su independencia, sino para que las hagan muy bien. Para que lleven una labor casi perfecta, y que lo que menos va a importar es quién realiza de veras esa labor. Exactamente pienso que muchas de las cosas que les mandan hacer es para que las hagamos nosotros (y quiero pensar que lo que buscan es que estemos con ellos, prefiero no pensar tergiversando las cosas). Pero por otra parte me parece un error, porque en lo que hacemoa los padres, ponemos siempre nuestra perfección adulta, y se pierden todos esos detalles que la mano de un niño es capaz de darle a las cosas. Y lo digo en serio, que no es pasión de madre, (o sí, claro que lo es... por supuesto, pero esto no disminuye la perfección de su obra); era el Rey más entrañable que he visto jamás. Y es seguro que el Niño Jesús está encantado de ver llegar al pesebre a un Rey así.
Deseo de corazón que los profesores valoren la capacidad de los niños: esa autonomía que tienen para ser responsables de sus cosas, de darles el cariz y la perspectiva que sólo su mirada tienen, pues ya solo por eso, son obras perfectas. Que se valore su capacidad de creación, que aunque no es esa perfección de un adulto, siempre va mucho más allá. A veces esa esa no-perfección es lo más grande, pues en ella están impresas la mirada, la sonrisa y el amor que sólo nuestros hijos son capaces de sostener. Siento mucho no poderos enseñar el Rey Gaspar de la clase de 5º A porque no me dió tiempo para pensar en hacerle una foto. Pero la tendréis, eso es seguro, porque lo pienso fotografíar. Solito y formando parte del Belén. En ese Rey están los ojos, el pensamiento y las manos de mi Diminuta... ¿puede haber algo más grande? Para mí no.
TE QUIERO DIMINUTA,
Y ME ENCANTA TU DIMINUTA AUTONOMÍA.
Observar cómo te defiendes solita debajo de tu propio paraguas... ;)