_ ... ¿Cómo te has guardado esto tanto tiempo, tú sola...?_ No... no quería hacerte sufrir._ Pero hija... ¿aún no sabes que los cinco dedos de la mano, unidos, reman mejor? ... no te vuelvas a callar nada. Estamos todos, y estoy. No lo olvides nunca.
(Hablando con mi padre.)¿LAS PERSONAS MÁS NECESARIAS? LOS PADRES.MADRE TERESA DE CALCUTA.
Agradezco infinitamente la humildad que me han sabido enseñar mis padres ante la adversidad de la vida. Soy consciente de que recibí un regalo inmenso cuando nací; esa exacta mirada que tienen ellos ante los reveses del camino.
Estoy orgullosa de esa mirada. Ese saberse una persona más en el camino, una más de tantas que sufren y ríen. Esto no es algo que se tenga porque sí. Tiene una enseñanza especial, un paso a paso, y a saber dónde estará el origen. No es fácil aceptar la humildad ante la enfermedad. El instinto te lleva a luchar, a buscar salida, a comprar cualquier cosa que te vendan como solución. Es lo natural. No hablo de cualquier bache de salud, sino de la enfermedad con mayúscula; esa parte de la vida (porque es parte de la vida, ineludiblemente) que pone tu mirada al borde del abismo.
Mis padres tienen un semblante humilde, y por humilde, engrandecido por la serenidad, por la confianza, por la firmeza de sus convicciones. No hay nada más amable que la mirada que acepta la vida tal cual es, sin más adornos, sin sentirse diferente, ni mejor ni peor; saber que uno es una persona más ante una circunstancia vital. Aceptar sencillamente que la vida tiene altos y bajos no es algo que se aprenda en un día. Saber y aceptar que uno un día cae, y que lo puede hacer muy profundamente, es de sabios. Reconocer las circunstancias cuando ocurre, saber estar en ese escenario concreto que es el tuyo, es de almas grandes. Saber que la vida es así, que es un ser y un estar, supongo que lleva unos pasos de aprendizaje, y bien es cierto, que no le es dado a todo el mundo. Lamentablemente.
Por mi profesión, he visto vagar a las personas con problemas de salud serios buscando la solución en alguna parte. Ese peregrinaje me parece algo demoledor, y supongo que de un dolor inconsolable. Uno quisiera poder comprar la salud de un padre, el futuro de un hijo, la sonrisa de un hermano; pero la vida nunca es así, un objeto de transacción. La vida es un misterio. Y quizá, la manera fundamental de vivirla sea esa; la humildad, saber aceptar el aquí y ahora de nuestra circunstancia vital, y confiar en la vida. En las personas que ella ha puesto para que te puedas encontrar bien. Pienso que es la mejor medicina. El resto sólo son ayudas. Lo principal está en uno mismo. Y en Dios.
Me gusta la mirada de mis padres; ese soy aquí y ahora. Quiero heredarla profundamente. Desearía poder vivir así, como ellos han vivido. Con valentía. Sabiéndose un yo ante unas circunstancias, ante unos hechos con los que se pelea, que se analizan, que se intentan solucionar, pero desde la humildad, siempre desde la humildad, sin saberse mejores o con más privilegios que el vecino. Y agradecidos, a pesar de que no todo, desgraciadamente, es posible, y sin perder la capacidad de dar las gracias por lo recibido, por lo que se ha tenido ya.
La vida no se puede comprar, eso lo he visto en mi labor como enfermera. La vida es un reto insondable. Aún así, me sé afortunada, vivimos en una parte del mundo en la que ante una enfermedad seria, tendremos ayuda. Aquí se puede sondear la enfermedad, se la puede torear un poco. Doy gracias a Dios por el trozo de escenario que me ha tocado vivir, infinitas. Porque aquí no moriremos de tétanos (aún hoy hay millones de niños que mueren de tétanos en el mundo), lo nuestro será diferente, y además, tenemos un sistema nacional de salud impecable (aún), que nos proporciona medios y terapias que no cualquier bolsillo podría adquirir. Estoy orgullosa y agradecida por este aquí y ahora, por ese SNS. Lo conozco de cerca, y a pesar de sus numerosos fallos, somos afortunados, muy afortunados.
Vivir es eso; el yo más sus circunstancias. Y quisiera tener la suficiente serenidad para que el día que me toque mirar al abismo, lo haga aceptando lo vivido, ese aquí y el ahora con sus dos caras; la buena y la mala. He tenido el privilegio de acompañar a mis padres cuando han estado enfermos, cuando se han enfrentado a ese abismo que es estar ante el posible fin de su camino. En mi recuerdo estará siempre su mirada; ese saber sufrir como uno más, sin más privilegio que el que le viene dado por su aquí y su ahora. Ese saberse enfermo y descansar en la paz del trabajo bien hecho y en la confianza en Dios, y siempre dando gracias por el camino que hasta aquí recorrieron, y porque sus hijas, sus hijas están bien. Me emociono especialmente ante el recuerdo de más de una conversación al lado de mi padre.
Tengo la suerte de haber nacido en una familia donde la muerte y la enfermedad no son tabú. Donde se habla de lo hecho y de lo que quedaría pendiente por hacer si uno deja de estar. No es algo sencillo, hoy vivimos en la prepotencia de que todo, absolutamente todo, se puede comprar. Ilusoriamente pensamos que tocando el cable adecuado, nos será dado. Y mira que sabemos que no es cierto, pero ahí estamos, buscando el cable. Debe de ser un sufrimiento infinito la enfermedad en las almas soberbias, porque la vida es así, traicionera. Y no se la puede comprar.
La vida me ha enseñado que una mirada como la de mis padres no la podrías comprar jamás. No está en ningún escaparate. Y les estoy profundamente agradecida. Nos han enseñado a confiar en nosotros, en los otros, y fundamentalmente en Dios. Gracias infinitas a los dos. No os hacéis idea de todo lo que nos habéis dejado desde vuestro sencillo y silencioso saber ser, saber estar y saber mirar. Os quiero.
(...)
Primero pusisteis los hombros, para que llegásemos al columpio. Luego pusisteis el manillar de vuestra bici, para que pudiéramos seguir en el columpio. Y después, siempre habéis permanecido cerca del columpio, por si se pudiera romper.
Y cuando hemos caído, vuestros brazos estaban ahí.