Creo que el título de mi entrada es elocuente. Nunca me había parado a pensar cómo sería mi despedida pero algo tenía claro: tendría que convencer a mis lectores de que habría sido una decisión difícil de tomar. Si soy franco, mentiría.
Es cierto, parece un adiós precipitado y, quizás, poco meditado, si tenemos en cuenta que no ha pasado más de media hora desde que recibí la llamada de José Manuel Lara Bosch. No lo conocía de nada y se mostró muy cercano. Fue directo al grano, claro y conciso. Se confesó seguidor de mi blog y me propuso, de sopetón, una oferta difícil de rechazar:
- Carlos nos ha fallado - me dijo. Sus ventas no funcionan como esperábamos. Por su sombra ya no fluye el viento y necesito otro bombazo editorial. Tu estilo nos gusta: eres culto, comedido e ingenioso, y, cuando quieres, enganchas a tus lectores con tu peculiar sentido del humor. Acabo de reunir al consejo de administración de Planeta y deseamos que empieces a trabajar cuanto antes.
... Escuchaba su propuesta con el pensamiento distraído en el comienzo de "El Juego del Ángel". A mi modesto entender, la página más digna de las 667 que escribió mi antecesor en su último libro. Puede que lo recuerden, comenzaba así:
"Un escritor nunca olvida la primera vez que acepta unas monedas o un elogio a cambio de una historia. Nunca olvida la primera vez que siente el dulce veneno de la vanidad en la sangre y cree que, si consigue que nadie descubra su falta de talento, el sueño de la literatura será capaz de poner techo sobre su cabeza, un plato caliente al final del día y lo que más anhela: su nombre impreso en un miserable pedazo de papel que seguramente vivirá más que él. Un escritor está condenado a recordar ese momento, porque para entonces ya está perdido y su alma tiene precio".
Me encontraba tan absorto divagando sobre el precio que tendría mi alma que no me di cuenta de que el editor me aguardaba, en silencio, al otro lado de la línea. Sin saber muy bien cómo, decidí apostar fuerte...
- Tengo otras ofertas que estoy considerando – le solté. No sé si sabes que mi nombre se baraja en las quinielas del decano de los premios de novela del país y en otro importante de poesía que se falla hoy.
- Tú verás. Pretendo firmar un contrato que te comprometa a escribir cuatro libros para nosotros. El primero saldría a la venta en las próximas navidades. Como puedes comprobar, te estoy extendiendo un cheque en blanco.
- Si hace tiempo que me lees, debes saber que soy profesor y estoy acostumbrado a poner muchos ceros seguidos.
- Eso no representa ningún problema. Si aceptas, te adelantaré el veinte por ciento.
- Necesito que me dejes diez minutos para despedirme de mis lectores.
- Tómate veinte. También tienes que pensar cómo firmarás tus novelas. La eñe y la zeta de tu apellido andan reñidas con las listas de ventas anglosajonas. Deberías buscarte un seudónimo.
- A mí los anglosajones me...
- ¡No seas basto! Vas a tener una imagen pública que cuidar.
Como pueden imaginar, no he podido rechazar su oferta. Ya lo ven; tienen ante ustedes al sustituto de Ruiz Zafón y me veo obligado a despedirme precipitadamente de mis seguidores. Desde ahora me debo a mis recién adquiridos compromisos editoriales. Será sólo un hasta luego: les espero dentro de un año. Para entonces, podrán pedirles a los Reyes Magos el primer ejemplar de la tetralogía Decenium.
¡Hasta siempre!, queridos amigos, cuando vuelva a saludarles, lo haré desde la identidad de Esteban Larason.