Deportes
He visto una buena cantidad de partidos de béisbol, comido hotdogs completos en Kansas City y burritos de carne asada en San Francisco, en los puestos soleados, un día sin niebla. Me he sentado durante horas en un bar para ver baloncesto y béisbol y la Super Bowl, y hasta he chocado la mano y brindado con mi vaso casi vacío con un desconocido porque era agradable vivir algo juntos incluso aunque no hubiéramos vivido nada más que el drama de un partido, de sus jugadores. Si he de ser honesta, lo que amo, lo que me hace amar los sonidos de los deportes incluso cuando no estoy interesada y los oigo de fondo, es lo siguiente: Cuando mi padre y mi padrastro tenían que estar en la misma habitación, o tenían que dejarnos a mi hermano y a mí durante la mudanza semanal de una casa a otra, ellos, durante un breve instante, se quedaban de pie juntos en la puerta o en el camino de entrada y aquello era lo más parecido al terror verdadero, dos hombres tan diferentes que apenas se les pegaban sus sombras de la misma forma, y justo cuando pensaba que no podría aguantar más esa pausa alargarse entre ellos, empezaban a hablar sobre los playoffs o la final, o lo que fuera que un equipo cualquiera estuviera teniendo que hacer esa temporada y a veces incluso se encogían de hombros o hacían un movimiento que mostraba a dos personas que no eran tan opuestas al final. Una vez, sentada en el coche esperando a que uno de ellos me llevara, desde el asiento de atrás juro que parecía que eran del mismo equipo, unidos contra un enemigo común, que habían luchado, todo este tiempo, del mismo lado.
Ada Limón, tomado de The hurting kind (ed. Corsair Poetry, 2022) y traducido en casa.