Private Project Translation Into Spanish
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Jim dio un paso, tan inamovible como un cazador sintiendo la esencia de una codorniz.
Sus ojos estaban fijos sobre Della, y había una expresión en ellos, que ella no podía
descifrar, y estaba aterrada de eso. No era ira, no era sorpresa, ni desaprobación o terror,
nada de estos sentimientos a los que ella se había estado preparando. Él simplemente
estaba parado frente a ella, con esa expresión peculiar fija en su rostro.
Della se deslizó fuera de la mesa y fue por él.
‘Jim, cariño,’ ella sollozo, ‘no me mires de esa forma. Tuve que cortar mi cabello y venderlo
porque no podía pasar la Navidad sin darte un presente. Volverá a crecer - esto no te
molesta, ¿o si? Tenía que hacerlo. Mi cabello crece terriblemente rápido. Di “!Feliz
Navidad!” Jim, y seamos felices. No tienes ni idea de lo lindo - hermoso, agradable regalo
que tengo para ti.’
‘?¿Has cortado tu cabello?’ preguntó Jim, trabajosamente, como si él no hubiera recibido
el hecho todavía, incluso después de la difícil labor mental.
‘Cortado y vendido,’ dice Della. ‘No te gusto igual, ¿de todos modos? Todavía sigo siendo
yo sin mi cabello, ¿verdad?
Jim miraba la habitación con curiosidad.
‘¿Dices que tu cabello se ha ido?’ él dice con casi un aire de tonto.
‘No necesitas buscarlo,’ dice Della. ‘Está vendido, te lo dije - vendido y se ha ido, también.
Es nochebuena, hombre. Se bueno conmigo, porque fue por ti. Tal vez todo el cabello de
mi cabeza estaba contabilizado,’ ella fue con una dulzura seriedad repentina, ‘pero nadie
podría nunca contar mi amor por ti. ¿Pongo ya las chuletas a cocinar, Jim?’
Jim saliendo de su trance fue parecido a un rápido despertar. Envolvió a su Della con sus
brazos. Por diez segundos, consideremos con un discreto escrutinio algunos objetos
intrascendentes en otra dirección. Ocho dólares a la semana o un millón al año - ¿Cuál es
la diferencia? Un matemático o un genio te darán la respuesta incorrecta. Los Reyes
Magos trajeron valiosos regalos, pero ese no fue uno de ellos. Esta oscura afirmación será
aclarada más tarde.
Jim sacó un paquete del bolsillo de su abrigo, y lo arrojó a la mesa.
‘No pienses mal, Dell,’ él dice, ‘sobre mi, No creo que exista algo en el cabello, o en estar
afeitado, o en un shampoo que pueda hacer que no me guste mi chica. Pero si abres el
paquete tu podras ver por que me tuviste un rato actuando de esa forma’
Dedos pálidos y ágiles desgarraron la cuerda y el papel. Y entonces un grito extasiado de
felicidad; y entonces, ¡Ay Dios! un rápido cambio femenino de lágrimas histéricas y
sollozos, a necesitar de inmediato todos los poderes de consuelo del Señor en el piso.
Ahí estaban Las peinetas - el set de peinetas, las de los costados y las traseras,
Della las había adorado durante mucho tiempo en una ventana en Broadway. Hermosas
peinetas, de carey puro, con bordes enjoyados - el color perfecto para usarlos en hermoso
cabello. Eran peinetas muy costosas, ella lo sabía, y su corazón simplemente los anhelaba y
suspiraba por ellos sin la menor esperanza de obtenerlos. Y ahora eran de ella, pero las
trenzas que debieron ser adornadas y estar cubiertas de los adornos, se habían ido.
Pero ella las abrazó contra su pecho, y al fin pudo ser capaz de levantar la mirada con los
ojos empañados y una sonrisa dijo: ‘ ¡Mi cabello crece tan rápido, Jim!’
y entonces Della saltó como un pequeño gatito chamuscado y lloró, ‘!Oh, oh!’
Jim todavía no había visto su hermoso presente. Ella lo sostuvo ansiosamente sobre la
palma de su mano. El sombreado metal precioso parecía destellar con el reflejo de su
brillante y ardiente espíritu.
‘¿No es espectacular, Jim? Lo busqué por todo el pueblo para encontrarlo. Ahora tendrás
que mirar la hora cien mil veces al día. Dame tu reloj. Quiero ver como se ve puesto en el’
En lugar de obedecer la petición, Jim se dejó caer en el sofá y llevó sus manos a la parte
trasera de su cabeza, y sonrió.
‘Dell,’ dijo él, ‘guardemos nuestros presentes de navidad y dejémoslos por un momento.
Son demasiado para usarlos actualmente. Vendí el reloj para conseguir el dinero y poder
comprar tus peinetas. Y ahora se supone que pones las chuletas a cocinar.’
Los Reyes Magos, como ya sabes, eran hombres sabios - maravillosos hombres - quienes
trajeron regalos para el bebe en el pesebre. Ellos inventaron el arte de dar regalos en
navidad. Siendo sabios, sus regalos sin duda también lo fueron, siendo posible el
intercambio para duplicar lo obtenido. Y aquí te relaté vagamente la tranquila crónica de
dos niños tontos en un piso quienes en su desconocimiento sacrificaron el uno por el otro,
los más grandes tesoros de su casa. Pero en una última palabra a los sabios de estos días,
debe decirse, de todos los que dan regalos estos dos fueron los más sabios. De todos, los
que dan y reciben regalos, los que no esperan nada a cambio, son de hecho sabios. En
todas partes, ellos tienen sabiduría. Ellos son los Reyes Magos.
II
Un Cosmopolitan en cafe
A la medianoche en el café había una multitud. Por casualidad la pequeña mesa en la que
estaba sentado, escapaba de la vista de los recién llegados, y dos sillas vacías extendieron
sus brazos con una gran hospitalidad hacia el flujo de patrocinadores.
Y entonces un cosmopolita se sentó en una de ellas, y estaba agradecido. Yo sostengo la
teoría ya que desde Adam ningún verdadero ciudadano ha existido en el mundo. Nosotros
escuchamos de ellos, y vemos muchas etiquetas extranjeras en el equipaje, pero nosotros
encontramos viajeros en lugar de cosmopolitas.
Recurro a atraer tu consideracion a la escena -las mesas rematadas en marmol, la gama de
asientos tapizados en cuero en la pared, la compañia homosexual, las damas vestidas
usando elegantes vestidos largos, hablando en un visiblemente exquisito coro de gustos,
economia, opulencia o arte, de los camareros generosos y encantadores, la musica
sabiamente para todos, con ataques hacia los compositores; la mezcla de las conversaciones
y risas - y, si quieres La hamburguesa de Wurz en los altos vasos de vidrio que se curvan
hacia tus labios como una cereza madura, balanceandose en su rama hasta el pico de una
urraca. Un escultor que era Mauch Chunk me dijo que esa era una escena verdaderamente
Parisina.
El nombre de mi cosmopolita era E. Rushmore Coghlan, y él escuchará de mi próximo
verano en Coney Island. El creara una nueva ‘atracción’ ahí, él me informó de eso,
ofreciendo verdadera diversión. Y esta conversación resonó a lo largo de las paralelas
longitudes y altitudes. El lo tomo bien, rodeando el mundo con su mano, por así decirlo,
con familiaridad, desdeñosamente, y no parecía más grande que la semilla
de una cereza marrasquino en una uva de mesa. El habló irrespetuosamente sobre el
ecuador, saltó de continente a continente, se burló de las zonas, trapeó los grandes mares
con su pañuelo. Con un movimiento de su mano él hablaría de cierto bazar en Hyderabad.
Con una bocanada, él te pondría a hacer esquís en Lapland. Con un silbido, ahora estás
cabalgando la corriente con los Kanakas en Kealaikahiki. De repente el te arrastro a través
de un pantano en Arkansas, te dejo secarte por un momento en las llanuras alcalinas de su
rancho en Idaho, entonces te hizo dar una vuelta y entrar en la sociedad de archiduques
en Venecia. Y luego te diría de un resfriado que adquirió por la brisa del lago de Chicago y
como la vieja Escamilla se curó en Buenos Aires con una infusión caliente de la hierba de
chuchula. Tu podrías haber puesto como dirección en una carta ‘E. Rushmore Coghlan,
en el Universo, Sistema Solar, la Tierra,’ y enviarla, y te sentirás confiado de que
definitivamente llegará a él.
Estaba seguro de que había encontrado al último verdadero cosmopolita desde Adam,
escuche su discurso mundial, temeroso de descubrir que su opinión fuera como la de la
revista local. Pero su opinión nunca revoloteó ni decayó; él era un imparcial de las
ciudades, países y continentes igual que el viento o la gravedad.
Y E. Rushmore Coghlan parloteo sobre su pequeño planeta, y pensó con todo el júbilo de
un gran casi-cosmopolita quien escribió para el mundo entero y dedicándose a la ciudad
de Mumbai. En un poema, él decía sobre el orgullo y la rivalidad que hay entre la ciudades
de la Tierra, y que ‘los hombres que se reproducen a partir de sí mismos, van de un lugar a
otro pero se aferran a sus ciudades’ como un niño aferrado al vestido de su madre.’ Y a
donde sea que ellos caminan ‘por desconocidas y rugientes calles’ ellos recuerdan sus
ciudades nativas ‘muy fiel, tonto, y carinoso; haciendola simplemente respirar el nombre
de su vinculo sobre el vinculo.’ Y mi júbilo fue despertado porque atrape al Sr. Kipling
tomando una siesta. Aqui encontre un hombre que no está hecho desde el polvo; uno
quien no se encogería por el alarde del lugar de nacimiento o el país, uno quien, si el
presumia, lo haria alrededor de todo el globo terráqueo, en contra de los marcianos y de
los habitantes de la luna.
La expresión de estos temas fue propuesta por E. Rushmore Coghlan desde la tercera
esquina de nuestra mesa. Mientras Coghlan estaba describiendo para mi la topografía a lo
largo del Siberian Railway y de las mezclas realizadas por la orquesta dorada. La
terminación del aire era ‘Dixie,’ y con una exhalación de cuatro notas en caída, ellos
estaban casi terminando con el gran poder de aplausos de casi cada mesa de la habitación.
Un autógrafo que valía la pena decir que sería una inolvidable escena que podía tener de
testigo a numerosos cafés en la ciudad de Nueva York cada tarde. Se han consumido
III
Entre Rondas
'¿El niño extraviado?' dijo el señor McCaskey asomándose por la ventana. Bueno, eso ya es
bastante malo. Los chiquillos, son diferentes. Si fuera una mujer, estaría dispuesto, porque
dejan la paz cuando se van. Haciendo caso omiso del empuje, la señora McCaskey agarró el
brazo de su marido. 'Jawn', dijo sentimentalmente, 'el pequeño bebe de la señorita
Murphy está perdido.
Es una gran ciudad para perder niños pequeños. Tenía seis años. Jawn, es la misma edad
que habría tenido nuestro pequeño bebe si hubiéramos tenido uno hace seis años.'
'Nunca lo hicimos', dijo el Sr. McCaskey, insistiendo en el hecho.
'Pero si lo hubiéramos hecho, Jawn, piensa en el dolor que habría en nuestros corazones
esta noche, con nuestro pequeño Phelan escapado y robado en la ciudad en ninguna
parte.'
'Hablas tonterías', dijo el Sr. McCaskey. ' 'Se llamaría Pat, en honor a mi viejo padre en
Cantrim'.
'¡Mientes!' dijo la señora McCaskey, sin enfadarse. 'Mi hermano valía
una docena de McCaskeys trotadores de pantanos. Por él le daríamos el nombre’
.' Se inclinó sobre el alféizar de la ventana y miró el ajetreo y el bullicio de abajo.
'Jawn', dijo la señora McCaskey en voz baja, 'lamento haberme apresurado contigo'.
' 'Fue pudín apresurado, como dices', dijo su marido, 'y nabos rápidos y café para moverte.
"Era lo que se podría llamar un almuerzo rápido, de acuerdo, y no decir mentiras".
La Sra. McCaskey deslizó su brazo dentro del de su marido y tomó su áspera mano entre
las de ella.
'Escuché el llanto de la pobre señora Murphy', dijo. ' 'Es terrible perder un momento de
descanso en esta gran ciudad. Si fuera nuestro pequeño Phelan, Jawn, me estaría
rompiendo el corazón. Torpemente, el señor McCaskey retiró la mano. Pero lo puso sobre
los hombros de su esposa, que se acercaba.
'Es una tontería, por supuesto', dijo con rudeza, 'pero a mí también me harían pedazos
si nuestro pequeño... Pat fuera secuestrado o algo así. Pero nunca hubo chiquillos para
nosotros. A veces he sido feo y duro contigo, Judy. Olvídalo.'
Se inclinaron juntos y miraron el drama del corazón que se representaba debajo. Por
mucho tiempo permanecieron así. La gente avanzaba por la acera, apoyándose,
cuestionando, llenando el aire con rumores y conjeturas inconsecuentes. La señora
Murphy se movía de un lado a otro entre ellos, como una suave montaña de la que se
precipitaba una audible catarata de lágrimas. Los mensajeros iban y venían.
Frente a la pensión se levantaron fuertes voces y un nuevo alboroto.
• • • •
Ruego que dejen que el drama se detenga mientras el coro se acerca a las candilejas y deja
caer una lágrima episódica sobre la gordura del señor Hoover. Afinar las flautas con la
tragedia del sebo, la ruina del volumen, la calamidad de la corpulencia. Probado, Falstaff
podría haber aportado más romance a la alta sociedad que las desvencijadas costillas de
Romeo por onza. Un amante puede suspirar, pero no debe resoplar. Al tren de Momus
están los hombres gordos remitidos. En vano late el corazón más fiel por encima de un
cinturón de 52 pulgadas. ¡Avance, Hoover! Hoover, cuarenta y cinco años, ruborizado y
tonto, podría llevarse a Helen ella misma; Hoover, cuarenta y cinco años, ruborizado,
tonto y gordo, es carne de perdición. Nunca hubo una oportunidad para ti, Hoover.
Mientras los inquilinos de la señora Parker estaban sentados así una tarde de verano, la
señorita Leeson miró hacia el firmamento y lloró con su pequeña y alegre risita: '¡Ahí está
Billy Jackson! También puedo verlo desde aquí abajo. Todos miraron hacia arriba: algunos
a las ventanas de los rascacielos, otros buscando una aeronave, guiados por Jackson.
'Es esa estrella', explicó la señorita Leeson, señalando con un dedo pequeño. No el grande
que brilla, sino el azul fijo que hay cerca. Puedo verlo todas las noches a través de mi
tragaluz. Lo llamé Billy Jackson.'
'¡Bueno, de verdad!' -dijo la señorita Longnecker-. "No sabía que usted era astrónoma,
señorita Leeson".
'Oh, sí', dijo el pequeño observador de estrellas, 'sé tanto como cualquiera de ellos sobre el
estilo de mangas que usarán el próximo otoño en Marte.'
'¡Bueno, de verdad!' -dijo la señorita Longnecker-. 'La estrella a la que te refieres es
Gamma, de la constelación de Casiopea. Es casi de segunda magnitud y su meridiano es... '
'Oh', dijo él muy joven Sr. Evans, 'creo que Billy Jackson es un nombre mucho mejor para
ello.
'Lo mismo digo', dijo el señor Hoover, respirando en voz alta y desafiante a la señorita
Longnecker. "Creo que la señorita Leeson tiene tanto derecho a nombrar estrellas como
cualquiera de esos viejos astrólogos".
'¡Bueno, de verdad!' -dijo la señorita Longnecker-. 'Me pregunto si será una estrella fugaz',
comentó la señorita Dorn. "Golpeé nueve patos y un conejo de cada diez en la galería de
Coney el domingo".
'No se ve muy bien desde aquí abajo', dijo la señorita Leeson. —Deberías verlo desde mi
habitación. Sabes que puedes ver estrellas incluso durante el día desde el fondo de un
pozo. Por la noche mi habitación es como el pozo de una mina de carbón, y hace que Billy
Jackson parezca el gran alfiler de diamantes con el que Night se abrocha el kimono.'
Llegó un momento en el que la señorita Leeson no trajo a casa ningún papel formidable
para copiar. Y cuando iba por la mañana, en lugar de trabajar, iba de oficina en oficina y
dejaba que su corazón se derritiera en el goteo de fríos rechazos transmitidos por los
insolentes oficinistas. Esto continuó. Llegó una noche en la que, cansada, subió al porche
de la señora Parker a la hora en que siempre regresaba de su cena en el restaurante. Pero
ella no había cenado.
Cuando ella entró al pasillo, el Sr. Hoover la recibió y aprovechó su oportunidad. Le pidió
que se casara con él y su gordura se cierne sobre ella como una avalancha. Ella lo esquivó y
se agarró a la balaustrada. Él intentó tomarle la mano, pero ella la levantó y lo golpeó
débilmente en la cara. Paso a paso subió, arrastrándose por la barandilla.
Pasó por la puerta del Sr. Skidder mientras él estaba escribiendo con tinta roja una
dirección escénica para Myrtle Delorme (Miss Leeson) en su (no aceptada) comedia, para
hacer una pirueta a través del escenario desde L hasta el lado de la Contar.' Subió por fin
la escalera alfombrada y abrió la puerta del tragaluz.
Estaba demasiado débil para encender la lámpara o desvestirse. Cayó sobre el catre de
hierro, su frágil cuerpo apenas ahuecó los gastados resortes. Y en esa habitación Erebus,
lentamente levantó sus pesados párpados, y sonrió.
Porque Billy Jackson brillaba sobre ella, tranquilo, brillante y constante a través del
tragaluz. No había ningún mundo a su alrededor. Estaba hundida en un pozo de
oscuridad, con sólo ese pequeño cuadrado de luz pálida enmarcando la estrella que tan
caprichosamente y, oh, tan ineficazmente, había nombrado. La señorita Longnecker debe
tener razón; fue Gamma, de la constelación de Casiopea, y no Billy Jackson. Y aún así ella
no podía permitir que fuera Gamma.
Mientras yacía boca arriba, intentó dos veces levantar el brazo. La tercera vez se llevó dos
finos dedos a los labios y le lanzó un beso desde el pozo negro a Billy Jackson. Su brazo
cayó hacia atrás sin fuerzas.
'Adiós, Billy', murmuró débilmente. Estás a millones de kilómetros de distancia y ni
siquiera parpadearás una vez. Pero te quedaste donde podía verte la mayor parte del
tiempo, allá arriba, cuando no había nada más que oscuridad para mirar, ¿no? . . .
Millones de millas... . Adiós, Billy Jackson.
Clara, la doncella de color, encontró la puerta cerrada a las diez del día siguiente y la
forzaron. El vinagre, los golpes en las muñecas e incluso las plumas quemadas, pero no
sirvieron de nada, alguien corrió a llamar a una ambulancia.
A su debido tiempo, retrocedió hasta la puerta con mucho ruido de gong, y el joven y
capaz médico, con su bata de lino blanca, listo, activo, confiado, con su rostro terso mitad
elegante, mitad sombrío, bailó escaleras arriba.
'Llamada de ambulancia al 49', dijo brevemente. '¿Cuál es el problema?'
'Oh, sí, doctor', resopló la señora Parker, como si su problema de que hubiera problemas
en la casa fuera mayor. 'No puedo imaginar qué le puede pasar. Nada de lo que
pudiéramos hacer la ayudaría a recuperarse. Es una mujer joven, una señorita Elsie... sí,
una señorita Elsie
Leeson. Nunca antes en mi casa - '
'¿Qué habitación?' -gritó el médico con una voz terrible, para la cual la señora Parker era
desconocida.
'La sala del tragaluz'. Es... '
Evidentemente el médico de la ambulancia estaba familiarizado con la ubicación de las
salas de tragaluces. Subió las escaleras, de cuatro en cuatro. La señora Parker la siguió
lentamente, como lo exigía su dignidad.
En el primer rellano lo encontró y regresaba con el astrónomo en brazos. Se detuvo y soltó
el bisturí de su lengua, sin hacer ruido. Poco a poco la señora Parker se fue arrugando
como una prenda rígida que se desliza de un clavo. Desde entonces quedaron arrugas en
su mente y en su cuerpo. A veces sus curiosos huéspedes le preguntaban qué le había dicho
el médico.
'Que así sea', respondía ella. 'Si puedo obtener perdón por haberlo escuchado, estaré
satisfecho'.
El médico de la ambulancia avanzó con su carga entre la jauría de perros que seguían la
curiosa persecución, e incluso ellos cayeron de espaldas por la acera avergonzados, pues su
rostro era el de quien lleva sus propios muertos.
Se dieron cuenta que no se acostó en la cama preparada para ello en la ambulancia el
formulario que llevaba, y lo único que dijo fue: 'Conduce como - yo, Wilson', para el
conductor.
Eso es todo. ¿Es una historia? En el periódico de la mañana siguiente vi una pequeña
noticia, y su última frase puede ayudarle (como me ayudó a mí) a unir los incidentes.
Describía la recepción en el Hospital Bellevue de una joven que había sido trasladada del
número 49 de la calle Este porque padecía debilidad provocada por el hambre. Concluyó
con estas palabras:
'Dr. William Jackson, el médico de la ambulancia que atendió el caso, dice que el paciente
se recuperará.
V
Un servicio de amor
Cuando uno ama al arte ningún servicio parece demasiado difícil.
Esa es nuestra premisa. Esta historia sacará una conclusión de ella, y mostrará al mismo
tiempo que la premisa es incorrecta. Esto será algo nuevo en lógica y una hazaña en la
narración de historias algo más antigua que la Gran Muralla China.
Joe Larrabee salió de las llanuras post-robles del Medio Oeste pulsando con un genio para
el arte pictórico. A las seis hizo un dibujo de la bomba de la ciudad con un ciudadano
prominente que la pasaba apresuradamente. Este esfuerzo fue enmarcado y colgado en el
escaparate de la farmacia al lado de la mazorca de maíz con un número impar de filas. A
los veinte partió hacia Nueva York con una corbata suelta y un capitel algo más atado.
Delia Caruthers hizo cosas en seis octavas de manera tan prometedora en un pueblo de
pinos en el sur que sus parientes aportaron suficiente en su sombrero de chip para que ella
fuera al 'Norte' y 'terminará'. No podían verla joder, pero esa es nuestra historia
Joe y Delia se conocieron en un taller donde varios estudiantes de arte y música se habían
reunido para hablar sobre claroscuro, Wagner, música, Las obras de Rembrandt, cuadros,
Waldteufel, papel tapiz, Chopin y Oolong.
Joe y Delia se enamoraron uno del otro o cada uno de el otro, como quieras, y en poco
tiempo se casaron - porque (ver arriba), cuando uno ama su arte no parece servir
demasiado duro.
El Sr. y la señora Larrabee comenzaron a hacer tareas domésticas en un piso. Era un bemol
solitario, algo así como la pronunciada en el extremo izquierdo del teclado. Y estaban
felices; porque tenían su arte y se tenían el uno al otro. Y mi consejo al joven rico sería:
vende todo lo que tienes y dáselo al pobre conserje por el privilegio de vivir en un piso con
tu Arte y tu Delia.
Los habitantes de pisos respaldaron mi dicho de que la suya es la única felicidad
verdadera. Si una casa es feliz, no puede caber demasiado cerca: dejemos que la cómoda se
derrumbe y se convierta en una mesa de billar; que la repisa de la chimenea se convierta en
una máquina de remo, el escritorio en un dormitorio libre, el lavabo en un piano vertical;
deja que las cuatro paredes se unan, si quieren, para que tú y tu Delia estén en el medio.
Pero si tu hogar es de otro tipo, que sea ancho y largo: entra por el Golden Gate, cuelga tu
sombrero en Hatteras, tu capa en el Cabo de Hornos y sal por Labrador.
Joe estaba pintando en la clase del gran Magister; ya conoces su fama. Sus honorarios son
elevados; sus lecciones son ligeras; sus momentos más destacados le han dado renombre.
Delia estudiaba con Rosenstock; ya conoces su fama de perturbador de las teclas del
piano.
Estaban muy felices mientras les duró el dinero. Lo mismo ocurre con todos, pero no seré
cínico. Sus objetivos eran muy claros y definidos. Joe iba a ser capaz muy pronto de
producir fotografías que caballeros mayores con finas patillas y gruesas carteras se
empaquetaran unos a otros en su estudio para tener el privilegio de comprarlas. Delia se
familiariza y luego despreciaría la música, de modo que cuando viera las butacas y los
palcos sin vender podría tener dolor de garganta y langosta en un comedor privado y
negarse a ir al concierto. escenario.
Pero lo mejor, en mi opinión, era la vida hogareña en el pequeño apartamento:
las charlas ardientes y volubles después del día de estudio; las cenas acogedoras y los
desayunos ligeros y frescos; el intercambio de ambiciones - ambiciones entrelazadas unas
con las otras o incluso insignificantes - la ayuda y la inspiración mutuas; y, pase por alto
mi ingenuidad, sándwiches de aceitunas y queso rellenos a las 11 p.m.
Pero después de un tiempo, el arte flaquea. A veces lo hace, incluso si algún guardagujas
no lo señala. Todo sale y nada entra, como dicen los vulgares. Faltaba dinero para pagar el
precio al señor Magíster y al señor Rosenstock. Cuando uno ama su arte, ningún servicio
parece demasiado difícil. Entonces, Delia dijo que debía dar lecciones de música para
mantener burbujeante el plato irritante.
Durante dos o tres días salió a buscar alumnos. Una noche llegó a casa eufórico.
'Joe, querido', dijo alegremente, 'tengo un alumno. Y ¡oh, la gente más encantadora!
General, hija del general A. B. Pinkney, en la calle Setenta y uno. ¡Qué casa tan espléndida,
Joe! ¡Deberías ver la puerta principal! Bizantino, creo que lo llamarías. ¡Y dentro! Oh, Joe,
nunca antes había visto algo así.
'Mi alumna es su hija Clementina. Ya la amo muchísimo. Ella es una cosa delicada -
siempre se viste de blanco; ¡Y los modales más dulces y sencillos! Sólo dieciocho años. Voy
a dar tres lecciones por semana; ¡Y piensa, Joe! $5 por lección. No me importa en lo más
mínimo; porque cuando tenga dos o tres alumnos más podré reanudar mis lecciones con el
señor Rosenstock. Ahora, alisa esa arruga entre tus cejas, querida, y tengamos una buena
cena.'
'Eso está bien para ti, Dele', dijo Joe, atacando una lata de guisantes con un cuchillo de
trinchar y un hacha, 'pero ¿y yo? ¿Crees que voy a dejar que te esfuerces por conseguir
salarios mientras yo ando mujeriego en las regiones del gran arte? ¡No por los huesos de
Benvenuto Cellini! Supongo que puedo vender periódicos o poner adoquines y ganar uno
o dos dólares. Delia vino y se colgó de su cuello.
'Joe, querido, eres tonto. Debes continuar con tus estudios. No es como si hubiera dejado
mi música y me hubiera puesto a trabajar en otra cosa.
Mientras enseño aprendo. Siempre estoy con mi música. Y podemos vivir tan felices como
los millonarios con 15 dólares a la semana. No debes pensar en dejar al señor Magister.'
'Está bien', dijo Joe, alcanzando el plato de verduras gratinadas de color azul. Pero odio
que estés dando lecciones. No es arte. Pero eres un triunfo y un amor para hacerlo.'
'Cuando uno ama su arte, ningún servicio parece demasiado difícil', dijo Delia.
'Magister elogió el cielo en ese boceto que hice en el parque', dijo
Joe. 'Y Tinkle me dio permiso para colgar dos de ellos en su ventana. Puedo vender uno si
el tipo correcto de idiota adinerado los ve.
'Estoy segura de que lo harás', dijo Delia dulcemente. "Y ahora damos las gracias al general
Pinkney y a este asado de ternera".
Durante toda la semana siguiente los Larrabees desayunaron temprano. Joe estaba
entusiasmado con algunos sketches de efecto matutino que estaba haciendo en Central
Park, y Delia lo despidió, lo despidió, lo mimó, lo elogió y lo besó a las siete en punto. El
arte es una amante atractiva. La mayoría de las veces eran las siete cuando regresaba por la
tarde.
Al final de la semana, Delia, dulcemente orgullosa pero lánguida, arrojó triunfalmente
tres billetes de cinco dólares sobre la mesa central de 8 por 10 (pulgadas) del salón plano
de 8 por 10 (pies).
'A veces', dijo, un poco cansada, 'Clementina me pone a prueba. Me temo que ella no
practica lo suficiente y tengo que decirle las mismas cosas muy a menudo. Y luego siempre
se viste enteramente de blanco, y eso resulta monótono. ¡Pero el general Pinkney es el
anciano más querido! Ojalá pudieras conocerlo, Joe. A veces entra y se queda allí,
quitándose la perilla blanca. "¿Y cómo van las semicorcheas y las semicorcheas?" él siempre
pregunta.
'¡Ojalá pudieras ver el revestimiento de madera de ese salón, Joe! Y esas alfombras de
astracán. Y Clementina tiene una tos tan rara. Espero que sea más fuerte de lo que parece.
Oh, realmente me estoy encariñando con ella, es tan gentil y educada. El hermano del
general Pinkney fue ministro en Bolivia.'
Y entonces Joe, con aire de Montecristo, sacó un billete de diez, un cinco, un dos y un uno
(todos billetes de curso legal) y los puso junto a las ganancias de Delia.
'Vendí esa acuarela del obelisco a un hombre de Peoria', anunció de manera abrumadora.
'No bromees conmigo', dijo Delia - '¡no de Peoria!'
'Hasta el final. Ojalá pudieras verlo, Dele. Hombre gordo con bufanda de lana y palillo de
dientes. Vio el dibujo en la ventana de Tinkle y al principio pensó que era un molino de
viento. Él estaba juego, sin embargo, y lo compró de todos modos. Ordenó que se llevará
otro, un boceto al óleo del depósito de carga de Lackawanna.
¡Lecciones de música! Oh, supongo que Art todavía está en esto.
'Me alegra mucho que hayas seguido adelante', dijo Delia de todo corazón. 'Estás
destinada a ganar, querida. ¡Treinta y tres dólares! Nunca antes habíamos tenido tanto
para gastar. Esta noche comeremos ostras.
'Y filet mignon con champiñones', dijo Joe. '¿Dónde está el tenedor de aceitunas?'
El sábado siguiente por la noche, Joe llegó primero a casa. Extendió sus 18 dólares sobre la
mesa del salón y se lavó las manos de lo que parecía ser una gran cantidad de pintura
oscura.
Media hora después llegó Delia, con la mano derecha atada en un bulto informe de vendas
y vendajes.
'¿Cómo es esto?' preguntó Joe después de los saludos habituales. Delia se rió, pero no muy
alegremente.
'Clementina', explicó, 'insistió en un conejo galés después de su lección. Ella es una chica
muy rara. Conejos galeses a las cinco de la tarde. El general estaba allí. Deberías haberlo
visto correr hacia el calentador, Joe, como si no hubiera un sirviente en la casa. Sé que
Clementina no goza de buena salud; ella está muy nerviosa.
Al servir el conejo, derramó una gran cantidad, hirviendo, sobre mi mano y mi muñeca.
Me dolió muchísimo, Joe. ¡Y la querida niña se arrepintió mucho! ¡Pero el general
Pinkney! - Joe, ese viejo casi se distrae. Bajó corriendo las escaleras y envió a alguien
(dijeron que el hombre de la caldera o alguien en el sótano) a una farmacia por algo de
aceite y cosas para unirlo. Ahora no duele tanto.'
'¿Qué es esto?' preguntó Joe, tomando la mano con ternura y tirando de algunos
mechones blancos debajo de las vendas.
'Es algo blando', dijo Delia, 'que tenía aceite. Oh, Joe, ¿vendiste algún otro boceto? Había
visto el dinero sobre la mesa.
'¿Lo hice?' dijo Joe. —Pregúntale al hombre de Peoria. Obtuvo su depósito hoy y no está
seguro, pero cree que quiere otro parque y una vista del Hudson. ¿A qué hora esta tarde te
quemaste la mano, Dele?'
'Creo que son las cinco en punto', dijo Dele lastimeramente. 'El hierro... quiero decir que
el conejo salió del fuego en ese momento. Deberías haber visto al general Pinkney, Joe,
cuando... '
'Siéntate aquí un momento, Dele', dijo Joe. La atrajo hacia el sofá, se sentó a su lado y le
pasó el brazo por los hombros.
'¿Qué has estado haciendo durante las últimas dos semanas, Dele?' preguntó.
Lo afrontó durante un momento o dos con los ojos llenos de amor y terquedad, y
murmuró una o dos frases vagamente del general Pinkney; pero al final su cabeza cayó y
de ella salió la verdad y lágrimas.
'No pude conseguir alumnos', confesó. 'Y no podría soportar que renunciaras a tus
lecciones; y conseguí un lugar planchando camisas en esa gran lavandería de la calle
Veinticuatro. Y creo que hice muy bien maquillando tanto al general Pinkney como a
Clementina, ¿no es así, Joe? Y cuando una chica de la lavandería puso una plancha caliente
en mi mano esta tarde, estuve todo el camino a casa inventando esa historia sobre el conejo
galés. No estás enojado, ¿verdad, Joe? Y si yo no hubiera conseguido el trabajo, es posible
que no hubieras vendido tus bocetos a ese hombre de Peoria.
'Él no era de Peoria', dijo Joe lentamente.
'Bueno, no importa de dónde era. Qué inteligente eres, Joe... y... bésame, Joe... ¿Y qué te
hizo sospechar que yo no estaba dando lecciones de música a Clementina?'
'No lo hice', dijo Joe, 'hasta esta noche. Y no lo habría hecho entonces, solo que esta envié
estos desperdicios de algodón y aceite de la sala de máquinas para una chica de arriba a la
que le quemaron la mano con una plancha. He estado encendiendo el motor de esa
lavandería durante las últimas dos semanas.
'Y luego no lo hiciste - '
'Mi comprador de Peoria', dijo Joe, 'y el general Pinkney son creaciones del mismo arte,
pero no lo llamarías ni pintura ni música.
Y entonces ambos se rieron, y Joe comenzó:
'Cuando uno ama su arte, no parece haber ningún servicio...' Pero Delia lo detuvo con la
mano en sus labios. 'No', ella dijo -'sólo "Cuando uno ama". '
VI
La presentación de Maggie
Todos los sábados por la noche en el Club Social Clover Leaf dio un salto en el salón de la
Asociación Atlética Give and Take en el Este. Para asistir a uno de estos bailes debes ser
miembro del Give and Take - o, si perteneces a la división que comienza con el pie derecho
en el vals, debes trabajar en la fábrica de cajas de papel de Rhinegold. Aún así, cualquier
Clover Leaf tenía el privilegio de escoltar o ser escoltado por un extraño a un solo baile.
Pero sobre todo cada toma y daca traía a la chica de la caja de papel a la que afectaba; y
pocos desconocidos podían jactarse de haber movido un pie en los saltos habituales.
Maggie Toole, debido a sus ojos apagados, boca ancha y estilo de juego de pies zurdo en
dos pasos, fue a los bailes con Anna McCarty y su 'compañero'. Anna y Maggie trabajaron
juntas en la fábrica y fueron las mejores amigas de todos los tiempos. Así que Anna
siempre hacía que Jimmy Burns la llevara a la casa de Maggie todos los sábados por la
noche para que su amiga pudiera ir al baile con ellos.
La Asociación Atlética de Dar y Recibir hizo honor a su nombre. La sala de la asociación
en Orchard Street estaba equipada con inventos para desarrollar músculos. Con las fibras
así construidas, los miembros solían enfrentarse a la policía y a las organizaciones sociales
y deportivas rivales en un alegre combate. Entre estas ocupaciones más serias, las salidas de
los sábados por la noche con las muchachas de las fábricas de cajas de papel surgieron
como una influencia refinadora y una pantalla eficaz. Porque a veces la propina daba
vueltas, y si estuvieras entre los elegidos que subieron de puntillas por la oscura escalera
trasera, podrías ver un pequeño asunto de peso welter tan ordenado y satisfactorio como
siempre. dentro de las cuerdas.
Los sábados, la fábrica de cajas de papel de Rhinegold cerraba a las 3 p.m.
En una de esas tardes, Anna y Maggie caminaron juntas hacia casa. En la puerta de
Maggie, Anna dijo, como de costumbre: 'Prepárate a las siete en punto, Mag; Y Jimmy y
yo iremos a buscarte.
¿Pero qué fue esto? En lugar del habitual agradecimiento humilde y agradecido del que no
estaba acompañado, se percibía una cabeza erguida, un hoyuelo orgulloso en las comisuras
de una boca ancha y casi un brillo en una boca. ojo marrón opaco.
'Gracias, Anna', dijo Maggie; Pero tú y Jimmy no tenéis por qué molestaros esta noche.
Tengo un amigo caballero que viene a acompañarme al salto.
La bella Anna se abalanzó sobre su amiga, la sacudió, la reprendió y le suplicó. ¡Maggie
Toole atrapa a un compañero! Maggie, sencilla, querida, leal y poco atractiva, tan dulce
como una amiga, tan poco solicitada para un dos pasos o un banco iluminado por la luna
en el pequeño parque. ¿Cómo fue? ¿Cuándo sucedió? ¿Quién fue?
'Ya lo verás esta noche', dijo Maggie, sonrojada por el vino de las primeras uvas que había
recogido en el viñedo de Cupido. Está muy bien. Es cinco centímetros más alto que Jimmy
y tiene una cómoda moderna. Se lo presentaré, Anna, en cuanto lleguemos al vestíbulo.
Anna y Jimmy estuvieron entre los primeros Clover Leafs en llegar esa noche. Los ojos de
Anna estaban brillantemente fijos en la puerta del pasillo para vislumbrar por primera vez
la "captura" de su amiga.
A las 8.30, la señorita Toole entró en el vestíbulo con su escolta. Rápidamente su ojo
triunfante descubrió a su amigo bajo el ala de su fiel Jimmy.
'¡Oh, vaya!' -gritó Anna-. Mag no ha tenido éxito. ¡Oh, no! ¿Buen compañero? Bueno,
supongo! ¿Estilo? Mira 'um'.
'Ve tan lejos como quieras', dijo Jimmy, con voz de papel de lija.
'Sácalo si lo quieres. Estos nuevos chicos siempre ganan con el empujón. No me hagas caso.
Supongo que no exprime todas las limas. ¡Eh!'
'Cállate, Jimmy. Usted sabe lo que quiero decir. Me alegro por Mag. El primer compañero
que tuvo. Oh, ahí vienen.
Maggie navegaba por la pista como un coqueto yate conducido por un majestuoso
crucero. Y verdaderamente, su compañera justificó los elogios del fiel amigo. Medía dos
pulgadas más alto que el atleta promedio de toma y daca; su cabello oscuro rizado; sus ojos
y sus dientes brillaban cada vez que brindaba sus frecuentes sonrisas.
Los jóvenes del Clover Leaf Club no depositaban su fe en las gracias de la persona tanto
como en sus proezas, sus logros en conflictos cuerpo a cuerpo y su preservación de la
coacción legal que lo amenazaba constantemente. El miembro de la asociación que uniría a
una doncella de caja de papel a su carro conquistador desdeñaba emplear aires de Beau
Brummel. No se consideraban métodos de guerra honorables. Los bíceps hinchados, el
abrigo tirando de los botones sobre el pecho, el aire de convicción consciente de la
preeminencia del varón en la cosmogonía de la creación, incluso una exhibición tranquila
de piernas arqueadas como subyugantes y encantadoras. Agentes participantes en los
suaves torneos de Cupido: estas eran las armas y municiones aprobadas de los galantes de
Clover Leaf. Vieron, entonces, las genuflexiones y las poses seductoras de este visitante
con la barbilla en un nuevo ángulo.
'Un amigo mío, el Sr. Terry O'Sullivan', fue la fórmula de presentación de Maggie. Ella lo
guió por la habitación, presentándose a cada Clover Leaf recién llegado. Casi era bonita
ahora, con
la luminosidad única en sus ojos que le llega a una niña con su primer pretendiente y a un
gatito con su primer ratón.
'Maggie Toole por fin tiene un compañero', fue la palabra que corrió entre las chicas de las
cajas de papel. 'El caminante de Pipe Mag' - así los toma y daca expresaron su indiferente
desprecio.
Por lo general, en los saltos semanales, Maggie mantenía un lugar cálido en la pared con su
espalda. Ella sentía y mostraba tanta gratitud cada vez que un compañero abnegado la
invitaba a bailar que su placer se abarataba y disminuía. Incluso se había acostumbrado a
notar que Anna sacudía al reacio Jimmy con el codo como señal para que invitara a su
amigo a caminar sobre sus pies en un escalón de dos pasos.
Pero esa noche la calabaza se había convertido en un carruaje y seis personas. Terry
O'Sullivan fue un príncipe azul victorioso y Maggie Toole realizó su primer vuelo de
mariposa. Y aunque nuestros tropos del país de las hadas se mezclan con los de la
entomología, no derramarán ni una gota de ambrosía de la melodía coronada de rosas de
la única noche perfecta de Maggie.
Las chicas la asediaron para que le presentara a su 'compañero'. Los jóvenes de Clover
Leaf, después de dos años de ceguera, de repente percibieron encantos en la señorita
Toole. Flexionaron sus convincentes músculos ante ella y la prepararon para el baile.
Así anotó; pero para Terry O'Sullivan los honores de la velada cayeron de forma espesa y
rápida. Sacudió sus rizos; Él sonrió y realizó fácilmente los siete movimientos para
adquirir gracia en su propia habitación, frente a una ventana abierta, diez minutos cada
día. Bailó como un fauno; introdujo modales, estilo y atmósfera; sus palabras le salieron a
la lengua y bailó dos veces seguidas el vals con la chica de la caja de papel que trajo
Dempsey Donovan.
Dempsey era el líder de la asociación. Llevaba un traje de etiqueta y podía tocar la barra
dos veces con una mano. Era uno de los lugartenientes del 'Big Mike' O'Sullivan y nunca
le preocupaban los problemas.
Ningún policía se atrevió a arrestarlo. Cada vez que le rompía el a un hombre del carrito
en la cabeza o le disparaba a un miembro de la Asociación Literaria y Excursión Heinrick
B. Sweeney en la rótula, un oficial se acercaba y decía:
'Al Capitán le gustaría verte unos minutos hasta la oficina cuando tengas tiempo,
Dempsey, muchacho.
Pero habría varios caballeros allí con grandes cadenas de oro y cigarros negros; y alguien
contaba una historia divertida, y luego Dempsey regresaba y trabajaba media hora con las
mancuernas de seis libras. Entonces, hacer un acto de cuerda floja sobre un alambre
tendido a lo largo del Niágara era una actuación terpsícoreana segura en comparación con
bailar dos veces el vals con la chica de la caja de papel de Dempsey Donovan. A las diez en
punto, el rostro redondo y alegre de 'Big Mike' O'Sullivan brilló en la puerta durante
cinco minutos en la escena. Siempre miraba durante cinco minutos, sonreía a las chicas y
repartía verdaderos perfectos a los encantados chicos. Dempsey Donovan estuvo a su lado
al instante, hablando rápidamente.
'Big Mike' miró atentamente a los bailarines, sonrió, sacudió la cabeza y se fue. La música
se detuvo. Los bailarines se dispersaron hacia las sillas a lo largo de las paredes. Terry
O'Sullivan, con su fascinante reverencia, entregó a una linda chica vestida de azul a su
compañero y regresó en busca de Maggie. Dempsey lo interceptó en medio de la cancha.
Algún fino instinto que Roma debió habernos legado
hizo que casi todos se volvieran y los miraran; había una sensación sutil de que dos
gladiadores se habían encontrado en la arena. Dos o tres toma y daca con mangas
ajustadas se acercaban.
'Un momento, señor O'Sullivan', dijo Dempsey. 'Espero que te estés divirtiendo. ¿Dónde
dijiste que vivías?
Los dos gladiadores estaban bien emparejados. Dempsey tenía, tal vez, diez libras de peso
para regalar. El O'Sullivan tuvo amplitud
con rapidez. Dempsey tenía un ojo glacial, una boca hendidura dominante, una
mandíbula indestructible, una tez como la de una bella y la frialdad de un campeón. El
visitante mostró más fuego en su desprecio y menos control sobre su notoria mueca de
desprecio. Eran enemigos por la ley escrita cuando las rocas estaban fundidas. Cada uno
de ellos era demasiado espléndido, demasiado poderoso, demasiado incomparable para
dividir la preeminencia. Sólo hay que sobrevivir.
'Vivo en Grand', dijo O'Sullivan con insolencia; 'y no habrá problema para encontrarme
en casa. ¿Dónde vive?' Dempsey ignoró la pregunta.
'Dices que tu nombre es 'O’Sullivan', continuó. 'Bueno, "Big Mike" dice que nunca te
había visto antes.'
'Muchas cosas que nunca vio', dijo el favorito del salto. 'Por regla general', continuó
Dempsey, con voz ronca y dulce, 'los O'Sullivan de este distrito se conocen entre sí.
Acompañaste a una de nuestras socias hasta aquí y queremos tener la oportunidad de
hacerlo bien. Si tienes un árbol genealógico, veamos cómo surgen algunos brotes
históricos de O'Sullivan. ¿O quieres que te lo saquemos de raíz?'
'Supongamos que se ocupa de sus propios asuntos', sugirió O'Sullivan suavemente.
Los ojos de Dempsey se iluminaron. Levantó un dedo índice inspirado como si se le
hubiera ocurrido una idea brillante.
'Ya lo tengo', dijo cordialmente. 'Fue sólo un pequeño error.
Tú no eres ningún O'Sullivan. Eres un mono de cola anillada. Disculpe por no
reconocerlo al principio.'
El ojo de O'Sullivan brilló. Hizo un movimiento rápido, pero Andy Geoghan estaba listo
y lo agarró del brazo.
Dempsey asintió con la cabeza hacia Andy y William McMahan, el secretario del club, y
caminó rápidamente hacia una puerta al fondo del pasillo.
Otros dos miembros de la Asociación Dar y Recibir se unieron rápidamente al pequeño
grupo. Terry O'Sullivan estaba ahora en manos de la Junta de Reglas y Árbitros Sociales.
Le hablaron breve y suavemente, y lo sacaron por la misma puerta en la parte trasera.
Este movimiento por parte de los miembros de Clover Leaf requiere unas palabras de
aclaración. Detrás del salón de la asociación había una sala más pequeña alquilada por el
club. En esta sala se resolvían, hombre a hombre, las dificultades personales que surgían en
la pista de baile, con las armas de la naturaleza, bajo la supervisión de la Junta. Ninguna
dama podría decir que había presenciado una pelea en un Cloverleaf hop en varios años.
Sus señores miembros lo garantizaron.
Dempsey y la Junta habían hecho su trabajo preliminar con tanta facilidad y fluidez que
muchos en la sala no habían notado el freno al fascinante triunfo social de O'Sullivan.
Entre estos estaba Maggie. Miró a su alrededor en busca de su escolta.
'¡Fuma!' dijo Rose Cassidy. '¿No estabas ahí? Demps Donovan tuvo una pelea con tu chico
Lizzie, y se fueron al matadero con él. ¿Cómo se ve mi cabello así, Mag?'
Maggie puso una mano en el pecho de su cintura de estopilla.
'¡Fui a pelear con Dempsey!' dijo sin aliento. 'Hay que detenerlos. Dempsey Donovan no
puede luchar contra él. Vaya, él... ¡lo matará!
'Ah, ¿qué te importa?' dijo Rosa. '¿No luchan algunos de ellos en cada salto?'
Pero Maggie se fue, lanzándose en zigzag a través del laberinto de bailarines. Irrumpió por
la puerta trasera hacia el pasillo oscuro y luego arrojó su sólido hombro contra la puerta
de la sala de combate singular. Éste cedió, y en el instante en que ella entró, sus ojos
captaron la escena: la Junta de pie con los relojes abiertos; Dempsey Donovan, en mangas
de camisa, bailando, con los pies ligeros, con la gracia cautelosa del pugilista moderno, al
alcance de su adversario; Terry O'Sullivan de pie con el brazo cruzado y una mirada
asesina en sus ojos oscuros. Y sin disminuir la velocidad de su entrada, saltó hacia adelante
con un grito; saltó a tiempo para atrapar y colgarse del brazo de O'Sullivan que de repente
se levantó, y arrancó de él el largo y largo cuerpo brillante estilete que había sacado de su
pecho. El cuchillo cayó y resonó en el suelo. ¡Acero frío dibujado en las salas de la
Asociación Dar y Recibir! Algo así nunca había sucedido antes. Todos permanecieron
inmóviles durante un minuto. Andy Geoghan pateó el estilete con la punta de su zapato
con curiosidad, como un anticuario que ha encontrado algún arma antigua desconocida
para su conocimiento.
Y entonces O'Sullivan siseó algo ininteligible entre
sus dientes. Dempsey y la Junta intercambiaron miradas. Y entonces Dempsey miró a
O'Sullivan sin enfado como se mira a un perro callejero, y asintió con la cabeza en
dirección a la puerta.
'La escalera trasera, Giuseppi', dijo brevemente. "Alguien te quitará el sombrero después
de ti".
Maggie se acercó a Dempsey Donovan. Había una brillante mancha roja en sus mejillas,
por las que corrían lentas lágrimas.
Pero ella lo miró valientemente a los ojos.
'Lo sabía, Dempsey', dijo, mientras sus ojos se apagaban incluso entre las lágrimas. 'Sabía
que era un guineano. Su nombre es Tony Spinelli. Me apresuré cuando me dijeron que tú
y él estaban peleando. Esas
Las guineas siempre llevan cuchillos. Pero no lo entiendes, Dempsey. Nunca tuve un
compañero en mi vida. Me cansé de venir con Anna y Jimmy todas las noches, así que le
pedí que se llamara O'Sullivan y lo traje. Sabía que no habría nada que hacer por él si
venía como Dago. Supongo que ahora dimitiré del club. Dempsey se volvió hacia Andy
Geoghan.
'Tira esa rebanadora de queso por la ventana', dijo, 'y diles dentro que el Sr. O'Sullivan ha
recibido un mensaje telefónico para que vaya a Tammany Hall.'
Y luego se volvió hacia Maggie.
'Di, Mag', dijo, 'te veré en casa. ¿Y qué tal el próximo sábado por la noche? ¿Vendrás
conmigo al salto si te llamo?
Era notable lo rápido que los ojos de Maggie podían cambiar de un apagado a un marrón
brillante.
'¿Contigo, Dempsey?' ella tartamudeó. 'Dime: ¿nadará un pato?'
VII
El policía y el himno
En su banco de Madison Square Soapy se movía inquieto. Cuando el ganso salvaje grazna
en las noches, y cuando las mujeres sin abrigos de piel de foca se vuelven amables con sus
maridos, y cuando Soapy se mueve inquieto en su banco en el parque, es posible que sepas
que el invierno está bajo la mano.
Una hoja muerta cayó en el regazo de Soapy. Esa era la tarjeta de Jack Frost. Jack es amable
con los habitantes habituales de Madison Square y les advierte con justicia sobre su
llamada anual. En las esquinas de cuatro calles entrega su cartón al Viento del Norte,
lacayo de la mansión de All al Aire Libre, para que sus habitantes se preparen.
La mente de Soapy se dio cuenta del hecho de que había llegado el momento para que él se
resolviera en un Comité singular de Arbitrios y Medios para prever el rigor venidero. Y
por eso se movía inquieto en su banco.
Las ambiciones hibernatorias de Soapy no eran las más altas.
En ellos no había consideraciones sobre cruceros por el Mediterráneo, cielos soporíferos
del sur o la deriva en la Bahía del Vesubio. Tres meses en la Isla era lo que anhelaba su
alma. Tres meses de comida y cama seguras y compañía agradable, a salvo de Bóreas y
casacas azules, le parecían a Soapy la esencia de las cosas deseables.
Durante años, el hospitalario Blackwell 's había sido su alojamiento de invierno. Así como
sus compañeros neoyorquinos más afortunados habían comprado sus boletos para Palm
Beach y la Riviera cada invierno, Soapy había hecho sus humildes arreglos para su hégira
anual a la isla. Y ahora había llegado el momento. La noche anterior, tres periódicos
sabáticos, distribuidos debajo de su abrigo, alrededor de sus tobillos y sobre su regazo, no
habían logrado repeler el frío mientras dormía en su banco cerca de la fuente de la antigua
plaza. Así que la isla apareció grande y oportuna en la mente de Soapy. Despreció las
provisiones hechas en nombre de la caridad para los dependientes de la ciudad.
En opinión de Soapy, la Ley era más benigna que la Filantropía.
Había una serie interminable de instituciones, municipales y limosnas, a las que podía
partir y recibir alojamiento y comida acorde con la vida sencilla. Pero para alguien con el
espíritu orgulloso de Soapy los regalos de caridad están gravados. Si no es en moneda,
debes pagar con humillación de espíritu por cada beneficio recibido de manos de la
filantropía. Como César tuvo a su Bruto, cada lecho de caridad debe tener su peaje de
baño, cada barra de pan su compensación de una inquisición privada y personal. Por lo
tanto, es mejor ser huésped de la ley, que, aunque regida por reglas, no se entromete
indebidamente en los asuntos privados de un caballero.
Soapy, habiendo decidido ir a la isla, inmediatamente se dispuso a cumplir su deseo. Había
muchas formas sencillas de hacer esto. Lo más placentero era cenar lujosamente en algún
restaurante caro; y luego, tras declararse en concurso de acreedores, ser entregado
tranquilamente y sin alboroto a un policía. Un magistrado complaciente haría el resto.
Soapy dejó su banco y salió de la plaza y cruzó el mar nivelado de asfalto, donde Broadway
y la Quinta Avenida confluyen. Giró hacia arriba por Broadway y se detuvo en un café
reluciente, donde se recogen cada noche los productos más selectos de la uva, el gusano de
seda y el protoplasma.
Soapy tenía confianza en sí mismo desde el botón más bajo de su chaleco hacia arriba.
Estaba afeitado, llevaba un abrigo decente y una misionera le había regalado su pulcro
cuatro en mano negro, ya atado, el día de Acción de Gracias. Si lograba alcanzar una mesa
en el restaurante, el éxito insospechado sería suyo. La parte de él que aparecería encima de
la mesa no despertaría dudas en la mente del camarero. Lo ideal sería un pato real asado,
pensó Soapy, con una botella de Chablis y luego Camembert, una media taza y un cigarro.
Un dólar por el cigarro sería suficiente. El total no sería tan alto como para provocar
cualquier manifestación suprema de venganza por parte de la dirección del café; y aún así
la carne lo dejaría satisfecho y feliz para el viaje a su refugio invernal.
Pero cuando Soapy puso un pie dentro de la puerta del restaurante, la mirada del jefe de
camareros se posó en sus pantalones deshilachados y sus zapatos decadentes.
Manos fuertes y listas lo hicieron girar y lo transportaron en silencio y prisa a la acera y
evitaron el destino innoble del pato real amenazado.
Soapy salió de Broadway. Parecía que su ruta hacia la codiciada isla no iba a ser epicúrea.
Se debe pensar en alguna otra forma de entrar en el limbo.
En una esquina de la Sexta Avenida, las luces eléctricas y los productos astutamente
exhibidos detrás de cristales hacían visible un escaparate. Soapy tomó un adoquín y lo
atravesó a través del cristal. La gente llegó corriendo por la esquina, un policía a la cabeza.
Soapy se quedó quieto, con las manos en los bolsillos, y sonrió al ver los botones de latón.
'¿Dónde está el hombre que hizo eso?' preguntó el oficial emocionado.
'¿No te das cuenta de que yo podría haber tenido algo que ver con eso?' -dijo Soapy, no sin
sarcasmo, pero sí amigablemente, como se saluda la buena fortuna.
La mente del policía se negó a aceptar a Soapy ni siquiera como pista.
Los hombres que rompen ventanas no se quedan a parlamentar con los súbditos de la ley.
Se echan a correr. El policía vio a un hombre a mitad de la cuadra corriendo para alcanzar
un auto. Con el garrote sacado se unió a la persecución. Soapy, con disgusto en el corazón,
holgazaneó, sin éxito en dos ocasiones.
En el lado opuesto de la calle había un restaurante sin grandes pretensiones. Atendía
grandes apetitos y bolsillos modestos. Su vajilla y atmósfera eran espesas; su sopa y su
mantelería diluidos.
A este lugar Soapy llevó sus zapatos acusadores y sus pantalones reveladores sin desafío. Se
sentó en una mesa y comió filete de ternera, flapjacks, rosquillas y pastel. Y luego le reveló
al camarero que él y la moneda más pequeña eran desconocidos.
'Ahora, ponte manos a la obra y llama a un policía', dijo Soapy. "Y no hagas esperar a un
caballero".
'No hay policía para ustedes', dijo el camarero, con una voz como pasteles de mantequilla
y un ojo como la cereza en un cóctel de Manhattan. '¡Oye, Con!' Justamente sobre su oreja
izquierda, en el insensible pavimento, dos camareros le lanzaron Soapy. Se levantó, junta
tras junta, como se abre una regla de carpintero, y se sacudió el polvo de la ropa. El arresto
no parecía más que un sueño color de rosa. La isla parecía muy lejana. Un policía que
estaba frente a una farmacia a dos puertas de distancia se rió y caminó por la calle.
Cinco cuadras que Soapy viajó antes de que su coraje le permitiera tratar la captura
nuevamente. Esta vez la oportunidad presentó lo que él fatuamente llamó "muy fácil".
Una mujer joven de aspecto modesto y agradable estaba de pie ante un escaparate,
contemplando con vivaz interés el despliegue de tazas de afeitar y tinteros, y a dos metros
de la ventana, un policía corpulento de severo comportamiento apoyado contra un tapón
de agua.
El diseño de Soapy era asumir el papel del despreciable y execrado 'machacador'. La
apariencia refinada y elegante de su víctima y la contigüidad del policía concienzudo lo
animaron a creer que pronto sentiría en su brazo el agradable apretón oficial que le
aseguraría su alojamiento de invierno en el pequeño derecho. isla pequeña y estrecha.
Soapy enderezó la corbata ya confeccionada de la misionera, sacó sus puños cada vez más
pequeños, se puso el sombrero en un tono asesino y se dirigió sigilosamente hacia la joven.
Él la miró, fue tomado por toses y 'dobladillos' repentinos, sonrió, sonrió y repitió
descaradamente la letanía descarada y despreciable del el 'machacador'. Con medio ojo,
Soapy vio que la policía lo observaba fijamente. La joven se alejó unos pasos y de nuevo
prestó su atención absorta a las tazas de afeitar. Soapy la siguió, acercándose audazmente a
su lado, se levantó el sombrero y dijo: '¡Ah, Bedelia! ¿No quieres venir a jugar a mi jardín?'
El policía seguía mirando. La joven perseguida sólo tenía que hacer un gesto con el dedo y
Soapy estaría prácticamente en camino hacia su refugio insular. Ya imaginaba que podía
sentir el acogedor calor de la comisaría. La joven se enfrentó a él y extendió una mano y
cogió a Soapy por la manga.
'Claro, Mike', dijo alegremente, 'si me haces volar hasta convertirme en un cubo de
espuma. Habría hablado contigo antes, pero el policía estaba mirando.
Con la joven tocando la hiedra pegada a su roble Soapy pasó junto al policía, abrumado
por la tristeza.
Parecía condenado a la libertad. En la siguiente esquina se quitó de encima a su
compañero y echó a correr.
Se detuvo en el barrio donde de noche se encuentran las calles más luminosas, corazones,
votos y libretos. Mujeres vestidas con pieles y hombres con abrigos se movían alegremente
en el aire invernal. Un repentino temor se apoderó de Soapy de que algún espantoso
encantamiento lo hubiera vuelto inmune al arresto. El pensamiento le provocó un poco de
pánico, y cuando se encontró con otro policía holgazaneando grandiosamente frente a un
resplandeciente teatro, se dio cuenta inmediatamente de la "conducta desordenada".
En la acera, Soapy comenzó a gritar galimatías de borracho al máximo de su voz áspera.
Bailó, aulló, deliró y molestó de otras formas a los welkin.
El policía hizo girar su garrote, le dio la espalda a Soapy y le comentó a un ciudadano: 'Es
uno de esos muchachos de Yale que celebran el huevo de gallina que le dan al Hartford
College. Ruidoso; pero no hay daño. Tenemos instrucciones para lavarlos.’
Desconsolado, Soapy cesó su inútil alboroto. ¿Nunca un policía le pondría las manos
encima? En su imaginación, la isla parecía una Arcadia inalcanzable. Se abotonó su fino
abrigo para protegerse del viento helado.
En una tabaquería vio a un hombre bien vestido encendiendo un cigarro ante una
luz oscilante. Su paraguas de seda lo había dejado junto a la puerta al entrar. Soapy entró,
aseguró el paraguas y se alejó lentamente con él. El hombre que estaba junto a la luz del
cigarro lo siguió apresuradamente.
'Mi paraguas', dijo con severidad.
'Oh, ¿verdad?' -se burló Soapy, añadiendo insulto al pequeño hurto. 'Bueno, ¿por qué no
llamas a un policía? Lo tomé. ¡Tu paraguas! ¿Por qué no llamas a un policía? Hay uno en
la esquina.
El dueño del paraguas desaceleró sus pasos. Soapy hizo lo propio, con el presentimiento de
que la suerte volvería a correr en su contra. El policía miró a los dos con curiosidad.
'Por supuesto', dijo el hombre del paraguas - 'es decir - bueno, ya sabes cómo ocurren estos
errores - yo - si es tu paraguas espero que me disculpes - lo recogí esta mañana en un
restaurante - Si lo reconoces como tuyo, pues - Espero que lo hagas -’
'Por supuesto que es mío', dijo Soapy con saña.
El ex hombre del paraguas se retiró. El policía se apresuró a ayudar a una rubia alta con
una capa de ópera a cruzar la calle frente a un tranvía que se acercaba a dos cuadras de
distancia. Soapy caminó hacia el este por una calle dañada por mejoras. Arrojó el paraguas
con ira a una excavación. Murmuró contra los hombres que usan cascos y portan garrotes.
Como quería caer en sus garras, parecían considerarle un rey que no podía hacer nada
malo. Por fin, Soapy llegó a una de las avenidas hacia el este, donde el brillo y la agitación
eran débiles. Puso su cara hacia Madison Square, porque el instinto de retorno sobrevive
incluso cuando la casa es un banco de parque.
Pero en una esquina inusualmente tranquila, Soapy se detuvo.
Aquí había una iglesia antigua, pintoresca, laberíntica y con frontones.
A través de una ventana teñida de violeta brillaba una luz suave, donde, sin duda, el
organista merodeaba sobre las teclas, asegurándose de su dominio del próximo himno del
sábado. Porque llegó a los oídos de Soapy una dulce música que lo atrapó y lo mantuvo
paralizado contra las curvas de la cerca de hierro.
La luna estaba arriba, lustrosa y serena; los vehículos y los peatones eran pocos; los
gorriones gorjeaban adormilados en los aleros; durante un rato la escena podría haber sido
la de un cementerio rural. Y el himno que tocó el organista cimentó a Soapy en la verja de
hierro, porque lo conocía bien en los días en que su vida contenía cosas como madres,
rosas, ambiciones, amigos y pensamientos inmaculados y collares.
La conjunción del estado mental receptivo de Soapy y las influencias sobre la antigua
iglesia provocaron un cambio repentino y maravilloso en su alma. Contempló con veloz
horror el abismo en el que había caído, los días degradados, los deseos indignos, las
esperanzas muertas, las facultades destrozadas y los motivos viles que componían su
existencia.
Y también en un momento su corazón respondió con emoción a este nuevo estado de
ánimo. Un instantáneo y fuerte impulso lo impulsó a luchar contra su desesperado
destino. Saldría del fango; volvería a ser un hombre; conquistaría el mal que se había
apoderado de él. Hubo tiempo; era comparativamente joven todavía; resucitaría sus viejas
y entusiastas ambiciones y las perseguiría sin vacilar. Aquellas solemnes pero dulces notas
de órgano habían provocado una revolución en él. Al día siguiente iría al bullicioso
distrito del centro de la ciudad y buscaría trabajo. Un importador de pieles le había
ofrecido una vez un puesto como conductor. Lo encontraría mañana y le pediría el puesto.
Sería alguien en el mundo. Lo haría...
Soapy sintió una mano sobre su brazo. Miró rápidamente a su alrededor y vio el ancho
rostro de un policía.
'¿Qué estás haciendo aquí?' preguntó el oficial.
'Nada', dijo Soapy.
'Entonces venga', dijo el policía.
'Tres meses en la Isla', dijo el magistrado del tribunal de policía a la mañana siguiente.
VII
Memorias de un perro amarillo
No creo que a ninguno de ustedes los derribe por leer una contribución de un animal. El
Sr. Kipling y muchos otros han demostrado el hecho de que los animales pueden
expresarse en un inglés remunerativo, y hoy en día ninguna revista sale a la imprenta sin
una historia sobre animales, excepto las mensuales de estilo antiguo que todavía se
publican fotografías de Bryan y el horror de Mont Pelée.
Pero no es necesario buscar literatura engreída en mi artículo, cómo Bearoo, el oso, y
Snakoo, la serpiente, y Tammanoo, el tigre, hablan en los libros de la selva. Un perro
amarillo que ha pasado la mayor parte de su vida en un apartamento barato de Nueva
York, durmiendo en un rincón sobre una vieja enagua de satén (sobre la que derramó vino
de Oporto en el banquete de Lady Estibadores), no debe No se espera que realice ningún
truco con el arte del habla.
Nací como un cachorro amarillo; fecha, localidad, pedigrí y peso desconocido. Lo primero
que recuerdo es que una anciana me tenía en una canasta en Broadway y Veintitrés
tratando de venderme a una señora gorda. La vieja Madre Hubbard me estaba animando a
vencer a la banda como un auténtico fox terrier de
Pomerania-Hambletonian-Rojo-Irlandés-Cochin-China Stoke-Poges. La señora gorda
persiguió una V entre las muestras de franela de grosgrain que llevaba en su bolsa de la
compra hasta que la arrinconó y se dio por vencida. Desde ese momento fui una mascota,
los calamares wootsey de mi madre. Dime, amable lector, ¿alguna vez una mujer de 200
libras respiraba el sabor del queso Camembert y Peau d'Espagne te levantaba y te golpeaba
la nariz, comentando todo el tiempo en un tono de voz de Emma Eames:
'Oh, oo's um oodlum, doodlum, woodlum, toodlum, bitsy-witsy
skoodlums?'
De un cachorro amarillo con pedigrí, crecí hasta convertirme en un perro amarillo
anónimo que parecía un cruce entre un gato de Angora y una caja de limones. Pero mi
ama nunca cayó. Ella pensó que los dos cachorros primitivos que Noé persiguió hasta el
arca no eran más que una rama colateral de mis antepasados. Fueron necesarios dos
policías para impedir que me ingresara en el Madison Square Garden para ganar el premio
del sabueso siberiano.
Te hablaré de ese piso. La casa era normal en Nueva York, pavimentada con mármol de
Paro en el vestíbulo de entrada y adoquines en el primer piso. Nuestro apartamento tenía
tres pisos... bueno, no pisos, sube. Mi amante lo alquiló sin muebles y colocó las cosas
habituales: un juego de salón tapizado antiguo de 1903, cromo al óleo de geishas en una
casa de té de Harlem, una planta de caucho y marido.
¡Por Sirio! Había un bípedo por el que sentí pena. Era un hombrecito con cabello color
arena y patillas muy parecidas a las mías. ¿Picoteado?
- bueno, los tucanes, los flamencos y los pelícanos tenían sus picos en él. Secó los platos y
escuchó a mi ama hablar de las cosas baratas y andrajosas que la señora del abrigo de piel
de ardilla en el segundo piso tendía a secar en su tendedero. Y todas las noches mientras
ella estaba cenando, le hacía sacarme a pasear atado al extremo de una cuerda. Si los
hombres supieran cómo pasan el tiempo las mujeres cuando están solas
nunca se casarían. Laura Lean Jibbey, crujiente de maní, un poco de crema de almendras
en los músculos del cuello, platos sin lavar, media hora de charla con el heladero, lectura
de un paquete de cartas viejas, un par de pepinillos encurtidos y dos botellas. de extracto
de malta, una hora mirando a través de un agujero en la persiana de la ventana hacia el
apartamento al otro lado del conducto de ventilación: eso es todo lo que hay que hacer.
Veinte minutos antes de la hora de que él regrese del trabajo, ella ordena la casa, arregla su
rata para que no se vea y saca un montón de costura para un farol de diez minutos.
Llevaba una vida de perro en ese piso. 'La mayor parte del día me quedé tumbada en mi
rincón viendo a la mujer gorda matar el tiempo. A veces dormía y tenía quimeras acerca
de estar persiguiendo gatos hasta los sótanos y gruñendo a ancianas con guantes negros,
como se supone que debe hacer un perro. Luego se abalanzaba sobre mí con muchas de
esas tonterías caniche y me besaba en la nariz, pero ¿qué podía hacer? Un perro no puede
masticar clavos.
Comencé a sentir lástima por mi esposo, si no lo hacía, perseguiría a mis gatos. Nos
parecíamos tanto que la gente lo notaba cuando salíamos; Así que sacudimos las calles por
las que pasa el taxi de Morgan y nos dedicamos a trepar los montones de nieve del pasado
diciembre en las calles donde vive la gente barata.
Una tarde, mientras paseábamos, yo intentaba parecer un San Bernardo premiado, y el
anciano intentaba parecer como si no lo hubiera asesinado. Al primer organillero que
escuchó tocar la marcha nupcial de Mendelssohn, lo miré y le dije, a mi manera: '¿Por qué
te ves tan amargado, langosta cortada en estopa de roble? Ella no te besa. No tienes que
sentarte en su regazo y escuchar una conversación que haría que el libro de una comedia
musical sonará como las máximas de Epicteto. Deberías estar agradecido de no ser un
perro. Prepárate, Benedick, y dile que se vaya el blues.
El percance matrimonial me miró con una inteligencia casi canina en su rostro.
'Bueno, perrito', dice, 'buen perrito. Casi parece que podrías hablar. ‘¿Qué pasa, perrito?
¿Gatos? ¡Gatos! ¡Podría hablar!
Pero, por supuesto, no podía entender. A los humanos se les negó el habla de los animales.
El único terreno común de comunicación en el que perros y hombres pueden reunirse es
la ficción.
En el apartamento frente al nuestro vivía una señora con un terrier negro y fuego. Su
marido la recordaba y la sacaba todas las noches, pero siempre regresaba a casa alegre y
silbando. Un día toqué las narices con el negro y fuego en el pasillo, y lo golpeé para que
me aclarara.
'Mira, Wiggle-y-Skip', le digo, 'sabes que no es la naturaleza de un hombre de verdad
hacer de nodriza de un perro en público. Nunca vi a uno atado a un guao-guao que no
pareciera que le gustaría lamer a todos los demás hombres que lo miraban. Pero tu jefe
llega todos los días muy alegre y disfrazado de prestidigitador aficionado haciendo el
truco del huevo. ¿Cómo lo hace? No me digas que te gusta.
'¿Él?' dice el negro y fuego. 'Vaya, él usa el remedio propio de la naturaleza. Se siente
desconcertado. Al principio, cuando salimos, es tan tímido como el hombre del vapor que
preferiría jugar a pedro cuando les ganan todos los premios gordos. Cuando ya llevamos
ocho salones, a él no le importa si lo que está al final de su línea es un perro o un bagre. He
perdido cinco centímetros de mi cola intentando esquivar esas puertas batientes.'
El puntero que obtuve de ese terrier - vodevil, por favor cópielo - me hizo pensar. Una
tarde, alrededor de las seis, mi amante le ordenó que se ocupara e hiciera el acto del ozono
para Lovey. Lo he ocultado hasta ahora, pero así es como ella me llamó. El color negro y
fuego se llamaba ‘Tweetness'. Considero que tengo el bulto sobre él tan lejos como podrías
perseguir un conejo. Aún así, 'Lovey' es una especie de lata de nomenclatura en la cola del
respeto por uno mismo.
En un lugar tranquilo en una calle segura, estreché la fila de mi conserje frente a un salón
atractivo y refinado. Me lancé a toda velocidad hacia las puertas, quejándome como un
perro en los despachos de prensa que avisan a la familia que la pequeña Alice está atascada
mientras recogía lirios en el arroyo.
'¡Malditos sean mis ojos!', dice el anciano, con una sonrisa; Malditos sean mis ojos si el hijo
de color azafrán de una limonada seltzer no me invita a tomar un trago. Déjame ver:
¿cuánto tiempo ha pasado desde que salvé el cuero de zapatos manteniendo un pie en el
reposapiés? Creo que... '
Sabía que lo tenía. Tomó un whisky escocés caliente mientras se sentaba a una mesa.
Durante una hora hizo que los Campbell siguieran llegando. Me senté a su lado golpeando
al camarero con mi cola y comiendo un almuerzo gratis como el que mamá en su
departamento nunca igualó con su camioneta casera comprada en una tienda de
delicateses, ocho minutos antes de que papá llegara a casa.
Cuando todos los productos de Escocia se agotaron excepto el pan de centeno, el viejo me
desenrolló de la pata de la mesa y jugó conmigo afuera como un pescador juega con un
salmón. Ahí afuera él me quitó el collar y lo tiró a la calle.