2021 María de J Isaacs
2021 María de J Isaacs
2021 María de J Isaacs
Romanica Olomucensia 33/2 (2021): 241-257, doi: 10.5507/ro.2021.0017 (CC BY-NC-ND 4.0)
Juan Carlos Herrera Ruiz
la memoria ancestral de sus raíces culturales africanas por medio de la tradición oral im-
plica la ruptura del ciclo histórico que legitima el poder de la clase dominante, a la vez que
evidencia la crisis del esclavismo como institución social y económica. Se concluye que la
novela constituye una tentativa particularmente «subversiva» por resignificar el imagi-
nario en torno a la esclavitud, así como la noción de lo «negro-africano», en el marco de
una tradición literaria americana que refracta las contradicciones de orden social, político
y económico inherentes al desarrollo histórico del capitalismo.
Palabras clave: María de Jorge Isaacs; esclavismo; dialéctica del amo y el esclavo, romanti-
cismo hispanoamericano, alteridad crítica
1. Introducción
En un artículo escrito en ocasión del centenario de María de Jorge Isaacs,1 el narra-
dor y africanista colombiano Manuel Zapata Olivella aborda la dimensión política
de una de las novelas más populares del siglo XIX hispanoamericano, y acaso tam-
bién la más leída en ese ámbito.2 Más allá de remarcar el acento americanista y de
argumentar, sobre un copioso corpus de obras literarias con África como tema, la
emancipación estética de Europa, en esta su tesis sobre María encontramos algunos
temas y problemas en torno a la esclavitud que apenas quedan insinuados, y que
entran en el interés de este artículo en tanto abren la perspectiva de una alteridad
crítica, si cabe la expresión, o de una forma de resistencia cultural ante un discurso
producido por las élites letradas: a contrapelo del canon de María que fijara el con-
notado americanista dominicano Pedro Henríquez Ureña en sus Corrientes literarias
en la América hispánica, como la expresión más acabada del romanticismo español
en América (1994: 152-153), Zapata Olivella sugiere que el mérito y la vigencia de
la novela residen por fuera de su relación con «los valores eternos del romance»,3
y agrega que «hay otro substrato de igual o mayor hondura que el amor y la poesía
en sus páginas: el patriotismo que enmarca a María sólidamente en el romanticismo
americano» (1966: 15).
Pero este «patriotismo» que postula Zapata Olivella de cara a la emergencia de
un «romanticismo americano» no se congracia con la línea de análisis histórico-bi-
bliográfico que, más tarde en el siglo XX, atribuyó a la novela decimonónica ameri-
cana una función servil al proyecto de fundación de Estados nacionales, calcado del
modelo europeo, ni con la correspondiente consolidación de una identidad nacio-
nal en las recién independizadas repúblicas hispanoamericanas;4 tampoco se alinea
1
«María, testimonio vigente del romanticismo americano» (1966).
2
Ello lo constata Rafael Gutiérrez Girardot en el Tomo I de sus Ensayos de literatura colombiana (2011:
152); adicionalmente, en un estudio sobre la novela colombiana, Pineda Botero documenta la muy
positiva recepción que tuvo la obra desde su publicación y las numerosas ediciones que aparecieron en
el resto del continente hacia finales del siglo XIX (1999: 199).
3
Y con esto alude a la frecuente postulación de María como una especie de meritorio, pero tardío, eco
americano de Paul et Virginia (1787), de J.H. Bernardin de Saint-Pierre, de Jocelyn (1836), de Alphonse
de Lamartine, pero sobre todo de Atala (1801), de Chateaubriand.
4
A guisa de ejemplos, citamos tres trabajos ya clásicos: Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen
y la difusión del nacionalismo (1993) de Benedict Anderson, Nación y narración: entre la ilusión de una iden-
tidad y las diferencias culturales (2010) de Homi K. Bhabha, y la investigación de Doris Sommer Ficciones
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fundacionales: las novelas nacionales de América Latina, con un apartado, este último libro, titulado «El mal
de María», en que evidencia una instrumentalización del sentimiento del amor como insumo para la
creación de escenarios históricos convergentes de lo político y lo erótico, en lo que llama una «intimi-
dad nacional» (Sommer 2004: 230).
5
María se publica en 1867, mientras que la abolición de la esclavitud en la Nueva Granada se decreta en
1852.
6
Esta es una evocación del principio que expuso Baruch Spinoza en el Libro III de su Ética con relación
a los afectos fundamentales, que hacen diferir la esencia y la naturaleza de un individuo con relación
a las de otro sobre la base del deseo de cada uno: la alegría y la tristeza son pasiones que, en tanto au-
mentan o disminuyen, favorecen o reprimen la potencia de cada individuo con relación a los demás,
o sea, el esfuerzo por preservar su propio ser (Spinoza 2001: 257).
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como relación dialéctica de amor y de odio: el momento en que está en juego la con-
dición original de los agentes de clase y los límites de poder sobre la voluntad y el
deseo del otro. Como complemento a este enfoque, se apunta también a generar una
interpretación alternativa de la novela como mediación artística entre la historia del
esclavismo, que está en la base de la fundación nacional neogranadina, y una recu-
peración de la memoria del mundo africano a través de la tradición oral.
Necesario es considerar desde un principio que la elección de motivos africanos
como insumo para la narración en María fuera producto, además del contacto fre-
cuente con afrodescendientes neogranadinos, del interés intelectual de Jorge Isaacs
(1837-1895) por la antropología académica, estrechamente ligada en sus orígenes al
colonialismo británico en África: esta intuición es compartida por Zapata Olivella,
que, pese a reconocer al antropólogo en el poeta, en lo que respecta a María, rechaza
la idea de que la ciencia del primero supeditara la lírica del segundo. Conviene a este
respecto recordar que Isaacs también escribió obras del tipo que hoy llamaríamos
«etnográficas», producto de su vida entre grupos indígenas y de su participación en
misiones de exploración científica en la Nueva Granada; con este propósito realizó,
por ejemplo, extensos recorridos por la Guajira y la Sierra Nevada de Santa Marta,
cuyos informes se compilaron en un volumen titulado Hulleras de Aracataca, o el tra-
bajo etnolingüístico publicado en 1884 Estudio sobre las tribus indígenas del Magdalena
(Rueda 2007: 350). De ahí que en María converjan la antropología filosófica, enten-
dida como punto de vista de la conciencia sobre la fenomenología, y una especie
de sensibilidad romántica del narrador por la exuberancia de la naturaleza africana
que, en función de una pretensión universalista, imagina e incorpora a su creación
lírica sobre la exuberancia de la naturaleza americana, esto por estimarlas ontológi-
camente análogas en un proceso de emergencia del espíritu en la naturaleza.
Adicionalmente se orienta nuestra atención hacia los trazos característicos de per-
sonajes africanos o afrodescendientes7 –y de su carácter– en María, especialmente
a partir de algunas enunciaciones o categorías, en las que la noción de lo africano
viene nombrada como adjetivo de origen, como corporeidad o incluso como una
forma de subjetividad; de otra parte, lo africano también se materializa en el trabajo
de los esclavos y en el modo en que se relacionan con los amos en el marco de ese
modelo económico esclavista: desde el trabajo de producir alimentos, como sembrar,
cosechar, cuidar y sacrificar los animales, cazar, pescar, hasta otras tareas más del or-
den doméstico como limpiar o cocinar, pasando por el cuidado y la educación de los
niños de su amos, a quienes han de entretener, acompañar, consolar y servir en todo.
Finalmente se postula que el trabajo y la subjetividad del esclavo en la visión del
amo, junto al bosquejo de relaciones de producción que se ensaya en María, son una
refracción de la autoconciencia que le es restituida al esclavo, en el marco dialéctico
de las relaciones entre señorío y servidumbre, como las entendió Hegel; ello en tanto
suponen el encuentro de dos individualidades en una nueva etapa en la formación
7
Apegados estrictamente a la narración, los únicos personajes nacidos en África son Feliciana, que antes
de llegar a América se llamaba Nay, y su marido Sinar. Los demás personajes negros han nacido en
América; en cuanto a estos referenciamos una cantidad que estimamos representativa para los fines del
artículo, mas no la totalidad de los presentes en la novela.
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10
Esclavo al que se le ha concedido la libertad.
11
Tipo de falda.
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con no volver!» (43). Aquí se pintan una vez más las tareas asignadas a los esclavos,
aunque pareciera que el narrador busca insinuar un contraste entre el modo en que
él y su padre tratan a los esclavos con el modo, más severo, en que los tratan otros
esclavistas.
Ya en el capítulo XXII, «el negrito Juan Ángel» es objeto de burlas por parte de
Braulio, por haber tenido miedo de regresar al sitio en que estaba prevista la caza
del tigre: «¿Con que no volviste por miedo? –le pregunto Braulio riendo [...] Este dio
rienda suelta a una estrepitosa risotada, diciéndole al fin al negrito aterrado: –¡Y es-
tuviste todo el día metido entre estos matorrales como un conejo!» (50). Las burlas
continuaron y Braulio hizo parecer a Juan Ángel como un cobarde (51), y justamente
mientras contempla la escena Efraín reflexiona:
Tenía yo un cariño especial al negrito: él contaba a la sazón doce años; era simpático y casi
pudiera decirse que bello. Aunque inteligente, su índole tenía algo de huraño. La vida que
hasta entonces había llevado no era la adecuada para dar rienda suelta a su carácter, pues
mediaban motivos para mimarlo. Feliciana, su madre, criada que había desempeñado en la
familia funciones de aya y disfrutado de todas las consideraciones de tal, procuró siempre
hacer de su hijo un buen paje para mí. Más fuera del servicio de mesa y de cámara y de
habilidad para preparar el café (51).
La composición presenta al esclavo en su minoría de edad e inmadurez intelectual,
aunque no solo por los años con que cuenta, sino también por su condición de ne-
gro a quien el amo toma cariño especial, casi compasión paternalista. No se debe
soslayar, sin embargo, el temporal foco en la personalidad del esclavo, buscando de
algún modo darle un matiz algo más elevado con relación a otros esclavos y aproxi-
mándolo, si cabe la expresión, a los rasgos de la personalidad que también tendría
un blanco,15 pero de paso anuncia la pérdida de autoconciencia por parte del amo:
empieza a dejar de ver al siervo como tal debido a la existencia de una autocon-
ciencia que ya le atribuyó. También en la cita anterior se introduce otro personaje,
«Feliciana», quien, como se verá más adelante, nació en África.
La imagen del muchachito temeroso, Juan Ángel, se refuerza poco después, cuan-
do le ordenan vaciar el contenido de una bolsa que le hicieron cargar, en la que
estaba junto a otros restos la cabeza del tigre que había sido recientemente cazado:
[...] mandó al negrito que los sacase; y trataba de hacerlo así cuando dio un grito de terror
y un salto de venado sorprendido. Cada uno de los circunstantes quiso averiguar lo que
había pasado. Juan Ángel, de espaldas contra la pared, los ojos tamaños y señalando con
los brazos extendidos exclamó: –¡El tigre! (52).
Una primera interpretación de la polisemia contenida en esta escena pondría de
manifiesto que, entre amo y esclavo, el papel del «salvaje» corresponde decidida-
mente al primero, por lo cruel de su conducta; pero vista bajo el lente de Hegel,
encontramos que el papel del siervo se verifica en aquel que por salvar la vida re-
nuncia a la libertad: «Es sólo en el exponer y en el arriesgar la vida mediante lo que
se acredita la libertad» (Hegel 2009: 293). El miedo resaltado de Juan Ángel y su
15
A propósito, G. Mejía comenta que Juan Ángel habría sido un personaje real que efectivamente estuvo al
servicio de la familia del autor hasta 1850, cuando «se fugó de la casa de los Isaacs» (en Isaacs 1978: 51).
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Tenía un afecto fanático por su señorita María» (72-73). No deja de llamar nuevamente
la atención el énfasis en la «belleza» de la esclava, como reafirmación de la predomi-
nancia de lo corpóreo en las relaciones de producción. Piénsese al punto en la figura
de la niña que perfuma el agua en la que Efraín toma el baño, transferencia del propio
deseo al acto de servidumbre: el señor se satisface con el goce y el disfrute de las cosas
objeto de deseo, y para ello interpone al siervo entre su deseo y las cosas (la materia)
del mundo; el señor es «el poder [Macht] sobre ese ser, pues él en la lucha demostró
que sólo él consideraba ese ser como lo negativo» (Hegel 2009: 295). En Efraín, ese
patrón de relación ha entrado en crisis y ha perdido el poder al no negar el deseo y la
conciencia de la joven sierva. Se corresponde con la figura del amo atrapado en el cono
de sombras de una emergente «conciencia desgraciada», como la llama Hegel, pues se
encuentra disociada de sí misma y constituye una contradicción de su esencia, de su ser
[Wesen], «sin más remedio que tener en una conciencia siempre también la otra» (313).
16
Visibilizar por esta vía las estructuras de poder y las jerarquías vigentes, aun entre los negros, puede
interpretarse tentativamente como un matiz diferencial «subversivo» de la novela. Véase un eco con-
temporáneo de esta simbología en el cuento «Buen viaje, señor presidente» (1992) de Gabriel García
Márquez, en la que utiliza una figura similar al representar el pasado lejano de un personaje negro,
Lazara, esposa de Homero, como la descendiente de un rey Yoruba.
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de otra parte, se entiende que Feliciana había estado encargada del cuidado de los
niños de la casa y que la relación con estos había sido muy cercana.17
A renglón seguido, el narrador reproduce la historia de Feliciana que «con rústi-
co y patético lenguaje», entretuvo algunas veladas de su infancia (116). La historia
cuenta el enfrentamiento entre dos naciones africanas: los Achanti y los Achimis.
Antes de llegar a América como esclava, Feliciana se llamaba Nay, y era hija de
Magmahú, jefe guerrero al servicio del rey Achanti Say Tuto Kuamina, hasta el mo-
mento en que a manos del propio Magmahú muere Orsué, caudillo este último de
los Achimis y padre de Sinar (117).
Magmahú fue objeto de envidia e intrigas por parte de otros guerreros que veían
con desconfianza el favor que este obtuvo del rey Achanti, quien le había encargado
los ejércitos para pelear contra los ingleses, a los que casi logra derrotar de no ser
por la traición y la deserción de algunos. Por esta razón el rey Achanti hace la paz
con los ingleses y degrada a Magmahú (117). Por su parte, el joven Sinar fue hecho
esclavo por los Achanti y puesto al servicio de Nay, única en conocer el origen no-
ble de aquel. Entre ambos surge secretamente el amor y en una ocasión propicia
Sinar invita a Nay a huir con él hacia su país y le promete que la hará su reina y su
única mujer. Nay le pide que espere a recibir el consentimiento de su padre. Sinar
marcha a la guerra contra los ingleses al servicio de Magmahú y es herido (118-119).
Desilusionado Magmahú por no ganar la guerra decide abandonar aquel reino y ex-
patriarse en Gambia, pero antes quiere hacer un ritual en el río Tandó para conjurar
su mal destino y sacrificar allí algunos guerreros, entre estos a Sinar. Al enterarse
Nay pierde transitoriamente el conocimiento y menciona el nombre de Sinar, Mag-
mahú descubre el secreto amor entre los jóvenes y los perdona; por su origen noble
acepta a Sinar en la familia y lo convida a la travesía a él también para escapar de
Cumasia, tierra de los Achanti, hasta llegar al país de los Kombu-Manez, en Gambia,
donde los recibieron, y de paso pusieron a Magmahú y a Sinar a su servicio en la
guerra contra los Cambez, enemigos que solían entregar a sus prisioneros de guerra,
y a veces también a sus súbditos, como esclavos a los blancos, a cambio de «armas,
pólvora, sal, fierro y aguardiente» (119-120).
Estando en el país de los Kombu-Manez, a la sombra de un árbol baobab, Nay
y Sinar conocen a unos misioneros franceses que venían del país de los Achimis,
de donde era Sinar; los misioneros buscaban enterrar el cadáver de un sacerdote
muerto y Sinar ayuda a que los jefes Kombu-Manez consintieran. Estos misioneros
logran de paso convertir a Nay y a Sinar al cristianismo antes de la boda de estos
(121-123). En esta figura de la cristianización de nativos, como en todo el relato que
narra la odisea de los amantes africanos en su desventurado viaje hacia la muerte,
se configura un nuevo trasunto metamorfoseado, esta vez del cuadro natural y del
17
En una aproximación a la diáspora africana narrada desde varios puntos de vista en la tradición no-
velística colombiana, Henao-Restrepo (2020: 74) recoge memorias de «la educación de niños que des-
pertaron al mundo de la mano de nanas negras», citando entre otros ejemplos María y las novelas
y cuentos de Tomás Carrasquilla, pero alude también a Casa Grande & Senzala de Gilberto Freyre y a Go
Down, Moses, antología de relatos que Willian Faulkner dedicó como muestra de gratitud a su nana
negra Mammy Caroline Barr.
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paisaje metafísico que enmarca el drama de Atala y Chactas en Atala, entre otras ana-
logías fenomenológicas con la novela de Chateaubriand en María, que se explican
en parte por la influencia que tuvo aquel entre las elites letradas latinoamericanas
del siglo XIX18 (Altamirano & Myers 2008), pero en especial sobre Isaacs, como ad-
virtió agudamente Brown en el siguiente comentario a la edición inglesa de María:
«The Frenchman idealizes the North American Indian, while his Colombian admirer
crosses the Atlantic in the opposite direction to idealize some noble West Africans»
(1947: 326).
Pero más allá de las afinidades electivas de Isaacs con el «genio del cristianis-
mo», así se lo nombra en el capítulo XII, cabe resaltar tanto en Atala como en María
la ligazón entre el sentimiento del paisaje metamorfoseado, en un ser mujer, y la
pasión: «como influencia y como correspondencia, de intercambio entre la mujer
y la naturaleza», como señala perspicazmente Vinciguerra (1968: 55), al sacar a la
luz esta simbología antropológica en María y al significarla en clave hegeliana, esto
es, como emergencia del espíritu, de mujer, en la naturaleza, pero también como
relación de producción y asunción de autoconciencia: «Puede decirse que constituye
uno de los elementos esenciales de la economía y del porvenir de la acción interior»
(56). Sin embargo, y al margen de que ciertos simbolismos en María evoquen cua-
dros de carga emotiva pintados en Atala, esto es, idilios entre seres inocentes, amores
que se enfrentan a la muerte, naturaleza exuberante, conviene recordar a este punto
que mientras Chateaubriand se limita a reafirmar, desde la ficción literaria, el mito
del buen salvaje que busca la felicidad lejos de los vicios de la civilización, Isaacs fija
la acción de los jóvenes amantes en África, donde históricamente se inicia el proceso
de la esclavitud y sus horrores (con la captura de Nay y Sinar) para ulteriormente
trasladarse a América. Allí se concretiza la importancia conferida al tema en la nove-
la de cara a un debate social, político y económico que interesa a la fundación de la
nación a lo largo del siglo XIX.
Terminada la fiesta por el matrimonio de Nay y Sinar, el pueblo es atacado por
los enemigos Cambez, quienes dan muerte a Magmahú y toman prisioneros a Nay
y a Sinar para llevarlos al mar y entregarlos a los europeos como esclavos; los aman-
tes son separados para siempre y Nay va a dar al Darién colombiano, allí es entrega-
da a un irlandés y a su mujer que le toma cariño y entiende que Nay se ha cristiani-
zado (Isaacs 1978: 125-126).
Nay descubre que está en embarazo de Sinar, su hijo será Juan Ángel, quien na-
cerá allí mismo. Se entera también de que en aquel país, desde 1821, los hijos de los
esclavos serían libres a partir de los 18 años. Esta situación coincide con el tránsito
por aquel lugar de un inglés y una pequeña niña, ellos son el padre de Efraín y su
sobrina, María, que entonces se llamaba aun Ester por su origen judío; regresaban
de Jamaica e iban camino al Cauca, tras la desaparición de los padres de aquella.
El padre de Efraín se compadece del destino que le espera a la joven mujer y decide
18
En 1850 se publica la traducción española del Ensayo sobre las revoluciones, obra en la que el Vizconde
de Chateaubriand formula una serie de interrogantes sobre la naturaleza de las revoluciones y sus
consecuencias en la vida de los pueblos a lo largo de la historia, incluyendo desde luego la francesa.
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Ochoa, así como en las que aborda Nascimento dos Santos en su estudio, se relee y se
reescribe la historia oficial siguiendo a África como un hilo que permite reconstruir
la experiencia del esclavismo, conjurar la alteración de sus significados y resignificar
su pasado traumático con lo que entrega la memoria: no solo a través del cuento
que en la enunciación del blanco cruza el océano para enfocarse temporalmente en
el personaje secundario de Nay, como en el procedimiento que emplea Isaacs, sino
para «volver a imaginar el mundo africano desde las prácticas discursivas ances-
trales, con el propósito de resistir simbólicamente a la hegemonía del discurso del
poder colonial, subvirtiéndolo mediante sus propias subjetividades» (Nascimento
dos Santos 2015: 53).
Terminado el relato de la vida de Nay, Efraín describe la muerte de Feliciana:
«luego las esclavas la vistieron y la colocaron en un ataúd, cubierta desde la gargan-
ta hasta los pies de un lino blanco, fue puesta en una mesa enlutada [...] Juan Ángel
a la cabecera de la mesa derramaba lágrimas sobre la frente de su madre» (Isaacs
1978: 132). No podemos soslayar aquí, a propósito de la obra de Fernández Ochoa,
que en esta Juan Ángel es nombrado como «Sundiata», nombre africano, cuya resti-
tución de la libertad –y de la autoconciencia si lo decimos en clave hegeliana– pasa
necesariamente por el retorno a «su única patria posible» (Sañudo Caicedo 2019:
111), junto a su madre, en busca de Sinar, padre y esposo, pero también de la lengua,
de los rituales y de los saberes africanos, configurando así un «canto paralelo», que
toma distancia frente a la novela de Isaacs, pero también y sobre todo frente al dis-
curso hegemónico de la historia oficial. Este trazo opuesto al del tiempo vacío y he-
terogéneo que se impuso desde la ficción fundacional decimonónica, agrega Sañudo
Caicedo, supone la incorporación de una mirada heterogénea sobre el imaginario
construido en torno a «lo negro africano» y a todo el eje articulador de los discursos
narrativos en torno a la esclavitud y a las leyes abolicionistas en el siglo XIX. Final-
mente, y siempre en ocasión del funeral de Feliciana, Efraín agrega: «Mandé orden
al capitán de la cuadrilla de esclavos para que aquella noche la trajese a rezar a casa
[...] Terminado el rosario, una esclava entonó la primera estrofa de una esas salves
llenas de dolorosa melancolía y los desgarradores lamentos de algún corazón escla-
vo que oró» (Isaacs 1978: 132). Nótese, además, cómo el amo ordena que los esclavos
hagan ellos mismos el ritual funeral y oren, pero él mismo no manifiesta hacerlo,
aunque da a entender que cumple con el deber de inducir a la pena como parte de
una formación y de un aprendizaje cristianos por el que deben pasar los esclavos. En
el carácter y en la figura de Feliciana, tanto la temprana liberación por parte del pa-
dre de Efraín, como el homenaje funerario de este son refracción de la fragmentación
de una conciencia (de clase) que debería ser «indivisa», como puntualiza Hegel, pero
que ahora aparece duplicada (o doble): «ella misma es el mirar de una autoconcien-
cia en otra, y ella misma es ambas» (2009: 314).
Pero al margen de esto, la muerte solitaria de Nay pareciera una anticipación de la
muerte de María, y la muerte de María, como intuimos, no es otra que la muerte de
aquel régimen señorial. Luego de cumplido el ritual «Los ocho esclavos que condu-
cían el cadáver, y yo, nos pusimos en marcha [...] El ataúd estaba ya en el fondo de
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la fosa; uno de los esclavos le echó encima la primera palada de tierra» (Isaacs 1978:
133). Los esclavos finalizan el trabajo mortuorio y del enterramiento, y el número
de «ocho», entre otros tantos esclavos que se mencionan, da cuenta de la cantidad
de la servidumbre. Finalmente, en el capítulo LVII se enmarca el regreso de Efraín
a la patria tras la noticia de la enfermedad de María; en el viaje tiene que atravesar
por paisajes y parajes que hacen lenta e interrumpida la marcha. En la etapa final
del viaje por río hacia al Valle aparece la nostalgia por «los bogas21 que conducían
a las canoas mi equipaje [...] ¡Cortico! ¡Laureán!... cuidármelo mucho como cosa mía.
–Sí mi amo– contestaron a dúo los dos negros» (173). Las canciones de los bogas
fijadas como intertextos en María tampoco escapan a la atención de Nascimento dos
Santos, a los que lee como relatos emergentes de tradiciones culturales en función de
una autoafirmación, de «resistencias, enunciaciones y miradas que provienen de ex-
periencias en común, vinculadas a través de la trata negrera, de la descolonización,
del sometimiento y de los cuentos que cruzaron los océanos» (2015: 66-67).
6. Conclusión
Hasta aquí se ha focalizado la atención en una parte representativa de los persona-
jes afrodescendientes a los que la voz narrativa atribuye un nombre en relación con
el trabajo y el deseo del amo, pero a los cuales también se atribuye un deseo y una
autoconciencia. Cabe aclarar que a lo largo del relato se enuncian muchas veces
de manera genérica a «los o las esclavos(as)», «los o las negros(as)» sin especificar
nombres propios; en otras ocasiones la referencia al esclavo o esclava, al negro o la
negra, aluden a personajes ya conocidos y nombrados, como por ejemplo «Juan
Ángel», al que en repetidas oportunidades se le nombra simplemente como «el
negrito».
En las relaciones de producción que se configuran entre amos y esclavos en la
novela María estos últimos realizan prácticamente la totalidad de las funciones y del
trabajo que determinan la riqueza y la apetencia de los amos. Los esclavos, al haber
sacrificado ellos mismos su deseo y libertad al miedo a la muerte, y aun privados de
una autoconciencia, asumen todavía la posición de quien transforma la materia en
sus diversas manifestaciones, poniendo en marcha con ello los ciclos de producción
y reproducción de los que se alimenta la cultura, y en última instancia, también la
historia, entendida como devenir material. Recuérdese, al punto, que para Hegel el
siervo es aquel que por salvar la vida renuncia a la libertad: «Es sólo en el exponer
y en el arriesgar la vida mediante lo que se acredita la libertad» (Hegel 2009: 293).
El desarrollo dialéctico que se da paralelo a la transformación de la materia pro-
voca una ruptura del tiempo histórico que incide en la subjetividad, entiéndase en
clave hegeliana, en la autoconciencia, que media las relaciones entre amos y esclavos
en la novela María. Dicha ruptura es percibida y racionalizada desde la conciencia
21
«Boga», el que rema, figura muy común en la literatura colombiana del siglo XIX. El canto que entonan
los bogas «Cortico y Laureán» en este capítulo se corresponde intertextualmente con uno de los versos
del poema «Canción del boga ausente», del poeta afrocolombiano Candelario Obeso; este y otros poe-
mas aparecerán publicados en 1877 como parte de una antología titulada Cantos populares de mi tierra.
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de la voz narrativa, la del amo, lo que no significa, empero, que el resultado de esta
introspección no sea un anticipo, o si se quiere un preludio artísticamente elabora-
do, de la cercana e inevitable inversión de roles en la dialéctica del amo y el esclavo.
En el mismo plano dialéctico de la relación entre amo y siervo, aunque solo intuida
por el amo, la certeza de «lo verdadero» reside en el trabajo que realiza el siervo,
pues solo el trabajo pone en contacto con el mundo real y es «por ese medio como
la conciencia viene a sí misma» y descubre la relación asimétrica que separa al amo
del siervo (298).
En la novela subyace la posibilidad de una revisión del discurso histórico hege-
mónico en torno al esclavismo en el marco de la fundación de la nación, por medio
de una reivindicación de la recuperación de la tradición oral implícita en la ficción
literaria, en la que se reconstruye la memoria colectiva, como forma de resisten-
cia cultural, desde el punto de vista y a partir de la subjetividad de sus personajes
«negroafricanos».
Agradecimientos
Este artículo deriva del proyecto de investigación «Relaciones de producción escla-
vista en la literatura colombiana del siglo XIX», desarrollado en el marco de una es-
tancia posdoctoral de su autor en la Professur für Romanische Literaturwissenschaft
/ Hispanistik (Institut für Romanistik) de la Facultad de Filosofía y Ciencias de la
Cultura (Geistes- und Kulturwissenschaften, GuK) de la Universidad de Bamberg,
Alemania, en 2021, bajo la dirección del Prof. Dr. Enrique Rodrigues-Moura y el
auspicio del Servicio Alemán de Intercambio Académico (Deutsche Akademische
Austauschdienst, DAAD).
Referencias bibliográficas
Altamirano, Carlos – Myers, Jorge (2008), Historia de los intelectuales en América Latina I.
La ciudad letrada, de la conquista al modernismo, Buenos Aires: Katz.
Brown, Donald F. (1947), «Chateaubriand and the Story of Feliciana in Jorge Isaacs’
María», Modern Languages Notes 62/5, 326-329.
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