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414 pages, Paperback
First published September 1, 1976
“En el supermercado, Laura compra las plantas que se están muriendo, las que solo tienen cuatro o cinco hojas, las que están rebajadas a diecinueve centavos.”Charles siempre está imaginando desastres y le da pánico no tener dinero en el momento justo de ir a pagar a la cajera del supermercado, y los melanomas. Charles quiere a su madre, aunque esté medio loca, aunque haya que sacarla una y otra vez de la bañera de la que se niega a salir, aunque la pobre siempre le elegía el peor juguete de la tienda. Charles se acuerda mucho de su padre, muerto en un autobús cuando volvía a casa, y no le cae bien su padrastro Pete, siempre quejoso por no tener descendencia propia que le quiera de verdad. A su gran amigo, Sam, realmente su único amigo, lo han echado de la tienda en la que vendía chaquetas de la talla 38 a hombres que usaban la 42. Sam echa mucho de menos a su perra muerta; fue a la perrera y se llevó al perro más feo porque sabía que nadie más iba a quedárselo. Su hermana Susan le gusta, ella “no se pasa el rato diciéndole lo que tiene que hacer, a veces se lo dice, y eso facilita las cosas”. Desde que no tiene a Laura, Charles no soporta a ninguna otra mujer que no sea su hermana Susan. Susan se va a casar con un gilipollas. Charles está enamorado de Laura. Laura nunca dejará a su marido. Charles está enamorado de Laura. Laura nunca dejará a su marido. Charles está enamorado de Laura. Laura nunca dejará a su marido. Cuando el día termina, él piensa que no tiene nada.
“Ojalá se le ocurrieran comentarios sobre política sofisticados cuando está con ella. Entonces ella lo querría, quizá. Pero a ella nunca le ha interesado demasiado la política, y a él nunca se le ocurre nada: sólo habla de los mucho que la quiere. Si se hubieran conocido años atrás, si su vida de adultos hubiera transcurrido en los años cuarenta, ¿no podrían haber sido una familia de anuncio? ¿De cuadro de Norman Rockwell? Un perrito negro, un hijo mayor, una hija pequeña, un bebé rollizo en la falda del abuelo (su padre; Pete, no); todos sentados celebrando el cumpleaños de su adorado hijo, la abuela llevando el pastel de fresa, el perrito corriendo a recibirla, todos ligeramente rosados y afectados de sobrepeso. Un mantel blanco, las cortinas colgando hasta el suelo, un regalo sin abrir, una fuente de verduras sobre la mesa. Bolitas de coco. El chalecito suizo. El hijo de Bob White arrojando un ladrillo por la ventana.”En realidad, todos los personajes se han rendido de una forma u otra, están noqueados, sobre la lona, sin mostrar signos de querer volver a la lucha. Muy lejos queda la primavera, cuando se podían “ligar a la chica más guapa del parque con sólo pasar por su lado”; solo Charles se acuerda ya de cuando compraba con Laura los ingredientes necesarios para hacer el pastel de naranja y chocolate que tanto echa de menos; ni siquiera es tiempo de soñar con comer con ella un Big Mac en un McDonald’s de París. El ambiente es de incesante resaca, de un dejarse llevar, aunque ni eso sirva. Charles se levantará de la lona y luchará por Laura.
“Soñé que estábamos cazando lobos, y había tantos que no sabíamos por dónde empezar, pero si no empezábamos...”Pese a lo que pudiera parecer por estos torpes comentarios, la novela es todo menos deprimente. Es triste, pero no deprimente. De hecho, hubiera preferido un final algo menos feliz. La novela es incluso divertida, de lectura pasmosamente fluida, realmente uno asiste a lo que pasa como si de un capítulo de Seinfeld se tratara, con esa atractiva mezcla de comedia y tragedia, de situaciones insustanciales y reveladoras, repleta de diálogos rápidos, circulares, absurdos, brillantes, no pasa nada pero todo lo que pasa nos afecta. De hecho, la novela no es solo el reflejo de la generación americana de los setenta que tuvo que vivir el final de la fiesta que fue la década anterior, nos refleja a todos: ¿quién no ha vivido una fiesta en la que al final uno siente que no tiene nada?
“- ¿por qué has regresado a la costa este?
- Empezaba a tener la sensación de que estaba creciendo demasiado deprisa; de que me estaba expandiendo, de que terminaría estirada como un chicle. He vuelto para encogerme.”
“Le enseñó a esquiar a Wanda en su luna de miel; tenía unos esquís colgados de la pared del salón. Tenía un par viejo colgado en la pared del retrete y todo. Al final, ella lo dejó por un monitor de esquí.”
“-Se dará cuenta de que estoy preocupada, Charles. ¿O es que no se da cuenta? Estoy preocupada. ¿Parezco borracha o preocupada?
-Está preocupada, naturalmente.
-¡Eso no es lo que le he preguntado! Le he preguntado si parecía borracha.
-No, en absoluto. Sólo parece preocupada.
-Es que estoy preocupada. Eso de que los alcohólicos no nos preocupamos por nada es un error muy extendido. Si no nos preocupáramos por nada, no habría ni un solo alcohólico, Charles.”
«Cuando llegamos estaba sentada al lado de la ventana contemplando la nieve, y nos dijo, sin levantar la vista siquiera, sin saber quiénes éramos, que los médicos le habían dicho que sentarse a mirar la nieve era una pérdida de tiempo, que tendría que apuntarse a algo. Se rio un buen rato y nos dijo que no era una pérdida de tiempo.
Quedarse mirando los copos de nieve sí que sería una pérdida de tiempo, pero ella los contaba. Y aunque contar copos de nieve fuera una pérdida de tiempo, ella no lo perdía, porque solo contaba los que eran idénticos».