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219 pages, Paperback
First published March 1, 1980
“Todo lo que se presenta ante el ojo es una aparición, un telón que baja sobre los verdaderos sucesos del mundo”Quizás en la comparación se vio favorecida por ser la última novela leída, aunque sorprendentemente fuera para la autora la primera que escribiera, o que con ella agotaba sus obras de ficción, no lo sé, el caso es que la encontré más bella, deslumbrante, triste y profunda que sus otras novelas, siendo todas ellas dignas acreedoras de tales calificativos. Quizás esperaba una especie de precuela de aquellas y quedé sorprendido por su ironía, hasta el título es irónico (también en su no fácilmente traducible título original, «Housekeeping») su poesía, sobre todo en esa forma especial y un tanto onírica que tiene la narradora de experimentar la vida, las cosas y personas que la rodean y, sobre todo, las cosas y personas ausentes, y que la religiosidad, tan esencial en su tetralogía, aquí no fuera más que un velo a través del cual miramos sin que el propio velo tome protagonismo expreso.
“… si Fingerbone era notable por algo, aparte de la soledad y los asesinatos, era por su fervor religioso, un fervor en su versión más rara y pura”Fingerbone es un pequeño pueblo perdido del medio oeste americano con un clima inhóspito en el que las casas sufrían frecuentes inundaciones y sus techos se veían amenazados cada año por las copiosas nevadas. La gente solía alardear de sus penurias porque tampoco había mucho más de lo que hablar. Todo lo inhabitual, personas y sucesos, todo lo que se saliera de “la replicación precisa de un día en el siguiente” era mirado con recelo, y los generalizados gestos y actitudes cristianos de sus gentes no eran más que una segunda piel adquirida por lo aprendido tan profundamente en los primeros años de la vida.
“… entre el lago y los ferrocarriles, entre las tormentas de nieve y las inundaciones, los incendios en los graneros y en el bosque, el fácil acceso a escopetas y trampas para osos, a licor casero y a dinamita, entre la omnipresencia de la soledad y la religión y los estragos y éxtasis que provocan ambas, por no mencionar la intimidad de las familias…, la violencia era inevitable”Ruth, la narradora de esta historia, y su hermana pequeña Lucille fueron dejadas por su madre en el porche de la casa que su abuela tenía en Fingerbone donde debían esperar su vuelta. A continuación, cogió el coche y se despeñó en el mismo lago sobre el que muchos años atrás se había caído el tren en el que viajaba su padre, el abuelo de las niñas.
“No puedo beber un vaso de agua sin recordar que el ojo del lago es el de mi abuelo, y que las aguas densas, ciegas y abrumadoras del lago moldearon las extremidades de mi madre, volvieron pesadas sus ropas, detuvieron su respiración y su vista”Ese abandono de su madre que desencadenó la inútil espera de “una llegada, una explicación, una disculpa”, moldeó el carácter de Ruth, la volvió distinta, peculiar, le “instiló la costumbre de la espera y la expectación que convierte cualquier momento presente en importante sólo por lo que todavía no contiene”. La llegada de su tía Sylvie, con un gran parecido con su madre, parecía una respuesta a esa espera.
“Anhelar y tener son tan similares como la cosa y su sombra... anhelar una mano sobre el cabello es casi sentirla… Así que, sea lo que sea lo que perdamos, el anhelo nos lo devuelve.”Después de que en una mañana de invierno la abuela “evitó despertarse” y de un breve periodo con sus asustadizas y cómicas tías Lily y Nona, las niñas quedaron al cuidado de su tía Sylvie. Sylvie había abandonado, al igual que sus dos hermanas, la casa familiar siendo muy joven y, tras un breve matrimonio, se dedicó a vagabundear sin rumbo (“todas las historias que contaba tenían que ver con un tren o una estación de autobuses”). Una vida que le confirió hábitos excéntricos, de esos que asustan a las gentes de Fingerbone y que les hace dudar de su capacidad para cuidar de las niñas. También Lucille desconfió y algo esencial se rompió entre las hermanas que, quién sabe, quizás representen los dos polos enfrentados en el alma de la propia autora.
“Lucille se empeñaría siempre… en darme un aspecto más decoroso y hacerme cruzar las amplias fronteras que nos separaban de es otro mundo, al que yo creía por entonces que nunca querría ir. Porque me parecía que nada de lo que ya había perdido, o pudiera perder todavía, podría encontrarse allí… me parecía que algo de lo que había perdido podía encontrarse en la casa de Sylvie… Sylvie, yo lo sabía, percibía la vida de lo que había perecido.”Maravillosa.
نیرویی که زمان را به حرکت در میآورد ماتمی است که از میان نمیرود. از این رو است که اولین اتفاق را هبوط میخوانند و امیدوارند که آخری، صلح باشد و رجعت. حافظه اینگونه ما را به جلو میبرد و پیشگویی پیامبران فقط حافظهای درخشان است؛ باغی خواهد بود که همهی ما به شکل یک کودک، در وجود مادرمان حوّا خواهیم خوابید و در حلقهی دندهها و زیر فشار مهرههایش خرد خواهیم شد
عازم سفری شدم هزار فرسخی، بی هیچ ره توشه. می گفتند انکه بر این کمند عصا تکیه زده، در یکی مهتاب نیمه شبان به عدم پیوسته است. چون کلبه ی ویرانم را برکناره رودخانه ترک کردم، آوای باد سوز غریبی داشت. باشو سال 1684
One evening one summer she went out to the garden. The earth in the rows was light and soft as cinders, pale clay yellow, and the trees and plants were ripe, ordinary green and full of comfortable rustlings. And above the pale earth and bright trees the sky was the dark blue of ashes. As she knelt in the rows she heard the hollyhocks thump against the shed wall. She felt the hair lifted from her neck by a swift, watery wind, and she saw the trees fill with wind and heard their trunks creak like masts. She burrowed her hand under a potato plant and felt gingerly for the new potatoes in their dry net of roots, smooth as eggs. She put them in her apron and walked back to the house thinking What have I seen, what have I seen. The earth and the sky and the garden, not as they always are. And she saw her daughters' faces not as they always were, or as other people's were, and she was quiet and aloof and watchful, not to startle the strangeness away. She had never taught them to be kind to her.
It was so dark that creatures came down to the water within a few feet of us. We could not see what they were. Lucille began to throw stones at them. "They're supposed to be able to smell us," she grumbled. For a while she sang "Mockingbird Hill," and then she sat down beside me in our ruined stronghold, never still, never accepting that all our human boundaries were overrun.Sylvie, too, loves the dark, loves sitting in the dark. There is a recurring image of the kind of isolation entailed in sitting in a lighted room or railway carriage at night. Windows offer not a view of the outside world, but a reflection of oneself, staring back. Those who are outside, at one with the dark, can see in, but those inside are blind to everything but that reflection of themselves.
Lucille would tell this story differently. She would say I fell asleep, but I did not. I simply let the darkness in the sky become coextensive with the darkness in my skull and bowels and bones.
"One thing we could do," Sylvie said. Her voice was low and exulting.
"What?"
"Cross the bridge."
"Walk."
"Dogs wouldn't dare follow, and nobody'd believe them anyway. Nobody's ever done that. Crossed the bridge. Not that anybody knows of."
Well.
The deep woods are as dark and stiff and as full of their own odors as the parlor of an old house. We would walk among those great legs, hearing the enthralled and incessant murmurings far above our heads, like children at a funeral.I wonder how many struggling would-be novelists have read those sentences and just given up. Hopefully enough. “Here’s a first novel that sounds as if the author has been treasuring it up all her life, waiting for it to form itself,” said the Times instantly. It was nominated for the Pulitzer. It was 25 years before Robinson felt like writing another book.
In the newness of the world God was a young man, and grew indignant over the slightest things. In the newness of the world God had perhaps not Himself realized the ramifications of certain of His laws, for example, that shock will spend itself in waves; that our images will mimic every gesture, and that shattered they will multiply and mimic every gesture ten, a hundred, or a thousand times.This isn't dogma; it's actual God, from a person who believes that the Bible is an actual thing. "It must mean something," Robinson says, "and I'm going to find out what." I'm an atheist, so I think the first statement is false, but I find her efforts awe-inspiring.