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Críticas ordenadas por utilidad
27 de julio de 2019
345 de 446 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fue con su primer largometraje, “Hereditary”, cuando hace un año irrumpió en el panorama cinematográfico Ari Aster, consiguiendo el apoyo de la crítica y gran parte del público. Ahora lo hace con “Midsommar” y, aunque sea pronto poder afirmarlo ya que en España se estrenó ayer, parece que lo está haciendo repitiendo resultados.
Hay cosas, al menos para mí, que son innegables. Para empezar se trata de un cine alejado a lo que estamos acostumbrados a ver, lo cual de entrada lo agradezco aunque, por esa misma razón, provoque un desconcierto mayúsculo entre el “gran público”, que sale al término de la película resoplando o directamente cabreado, puede que por culpa de que sus trailers son tramposos y venden lo que no hay.
También debo aclarar que tanto “Hereditary” como esta “Midsommar” no me resultan films de terror. Yo no busco en el género del terror la típica producción hecha a base de sobresaltos o convencionalismos, pero ambos films los veo de género más bien dramáticos, no me provocan miedo alguno, si no que me atraen más por los temas que propone aunque no los termine por desarrollar, sobre todo en este caso, por lo que el comentario del guión lo reservo para el espacio del “spoiler”, porque además pienso que es lo más flojo de la película.
Ari Aster dirige eficazmente. Sus planos aéreos, sus carreteras invertidas dejando el asfalto como cielo... no son casuales y están realizados en el momento justo para ir dando pistas y creando clima. Saber mover a sus actores. Incluso sabe de lo que habla al retratar con acierto lo que son ciertos efectos alucinógenos, están muy bien plasmados y sin subrayarlos de forma gratuita. Cuenta con un equipo que le resuelve bien, no ya en la música, el montaje, el sonido o su vestuario, que por supuesto que sí, si no con el difícil trabajo de fotografía de Pawel Pogorzelski, que trabajó en “Hereditary”. El rodar la mayoría de las escenas de día y con sol, habrá supuesto un trabajo enorme el evitar que la cámara recogiera sombra en cualquier momento, porque sería casi imposible evitarla, sobre todo con los movimientos tan difíciles en algunas escenas y con tanto personaje merodeando de un lado a otro.
El reparto es correcto en toda su amplitud, especialmente en el caso de Jack Reynor y sobre todo de su protagonista, Florence Pugh como Dani, a la que en todo momento la película barre a su favor.
Sus dos horas casi y media pesan, sobre todo en su recta final. Puede que el “obligado” recorte que tuvo que hacer su director para evitar la calificación de mayores de 18 años y que hubiera restringido bastante su distribución en Estados Unidos le haya beneficiado, aunque sea él quien ha insistido que para su versión en DVD le vaya a incluir el metraje íntegro de tres horas. Es cierto que el hecho de “cortar” pocas veces ha beneficiado al autor o autora y al resultado final de la producción, pero me parece que ya con su duración en cines era excesiva para lo que tenía que contar.
Por último, antes pasar al “spoiler”, su director confiesa que para “Midsommar” ha tenido conscientemente la influencia de ciertos films como “Tess” y “Macbeth” de Polanski, “Narciso negro”, de Powell y Presburger o de “Qué difícil es ser un dios”, de German. Puede que sí, pero a nivel superfluo porque yo sigo pensando que la más clara inspiración, tanto en estructura, como en idea y en ciertas escenas ha sido “El hombre de mimbre”, de Robin Hardy, aunque sin llegar a su nivel de desparrame ni del sentido del humor, y eso sin contar con trabajos televisivos como por ejemplo "Galería nocturna", en donde ya nos contaban historias parecidas. Señalar también que el "aplicar" el más puro teatro griego en algunas de sus escenas, con la inclusión de "corifeos" es un acierto, aunque el "gran público" desconozca tal fórmula.
Hay cosas, al menos para mí, que son innegables. Para empezar se trata de un cine alejado a lo que estamos acostumbrados a ver, lo cual de entrada lo agradezco aunque, por esa misma razón, provoque un desconcierto mayúsculo entre el “gran público”, que sale al término de la película resoplando o directamente cabreado, puede que por culpa de que sus trailers son tramposos y venden lo que no hay.
También debo aclarar que tanto “Hereditary” como esta “Midsommar” no me resultan films de terror. Yo no busco en el género del terror la típica producción hecha a base de sobresaltos o convencionalismos, pero ambos films los veo de género más bien dramáticos, no me provocan miedo alguno, si no que me atraen más por los temas que propone aunque no los termine por desarrollar, sobre todo en este caso, por lo que el comentario del guión lo reservo para el espacio del “spoiler”, porque además pienso que es lo más flojo de la película.
Ari Aster dirige eficazmente. Sus planos aéreos, sus carreteras invertidas dejando el asfalto como cielo... no son casuales y están realizados en el momento justo para ir dando pistas y creando clima. Saber mover a sus actores. Incluso sabe de lo que habla al retratar con acierto lo que son ciertos efectos alucinógenos, están muy bien plasmados y sin subrayarlos de forma gratuita. Cuenta con un equipo que le resuelve bien, no ya en la música, el montaje, el sonido o su vestuario, que por supuesto que sí, si no con el difícil trabajo de fotografía de Pawel Pogorzelski, que trabajó en “Hereditary”. El rodar la mayoría de las escenas de día y con sol, habrá supuesto un trabajo enorme el evitar que la cámara recogiera sombra en cualquier momento, porque sería casi imposible evitarla, sobre todo con los movimientos tan difíciles en algunas escenas y con tanto personaje merodeando de un lado a otro.
El reparto es correcto en toda su amplitud, especialmente en el caso de Jack Reynor y sobre todo de su protagonista, Florence Pugh como Dani, a la que en todo momento la película barre a su favor.
Sus dos horas casi y media pesan, sobre todo en su recta final. Puede que el “obligado” recorte que tuvo que hacer su director para evitar la calificación de mayores de 18 años y que hubiera restringido bastante su distribución en Estados Unidos le haya beneficiado, aunque sea él quien ha insistido que para su versión en DVD le vaya a incluir el metraje íntegro de tres horas. Es cierto que el hecho de “cortar” pocas veces ha beneficiado al autor o autora y al resultado final de la producción, pero me parece que ya con su duración en cines era excesiva para lo que tenía que contar.
Por último, antes pasar al “spoiler”, su director confiesa que para “Midsommar” ha tenido conscientemente la influencia de ciertos films como “Tess” y “Macbeth” de Polanski, “Narciso negro”, de Powell y Presburger o de “Qué difícil es ser un dios”, de German. Puede que sí, pero a nivel superfluo porque yo sigo pensando que la más clara inspiración, tanto en estructura, como en idea y en ciertas escenas ha sido “El hombre de mimbre”, de Robin Hardy, aunque sin llegar a su nivel de desparrame ni del sentido del humor, y eso sin contar con trabajos televisivos como por ejemplo "Galería nocturna", en donde ya nos contaban historias parecidas. Señalar también que el "aplicar" el más puro teatro griego en algunas de sus escenas, con la inclusión de "corifeos" es un acierto, aunque el "gran público" desconozca tal fórmula.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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6 de octubre de 2018
210 de 262 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pawel Pawlikowski se ha tomado su tiempo. No creo que haya sido porque en Polonia sea más difícil rodar que en otros países, que sin duda lo será, pero Pawlikowski, como se puede comprobar con esta “Cold War” y a raíz del éxito de su anterior película, “Ida”, en la que en su brillante palmarés, por ejemplo, figura el codiciado “Oscar” al mejor film extranjero, sabía que no iba a tener graves problemas de financiación.
Lo llamativo de todo este asunto es que no ha perdido su línea. Sigue siendo cine de autor, puro y duro, lo cual no era impedimento para comprobar que hay un público que esto le interesa y que la sala que la proyectaba, aunque no era enorme, estaba casi abarrotada. Es un lujo, aunque habitualmente parezca que no es así, que existe un público que sabe comportarse en una sala y que le interesa una historia contada sin los “tics” o clichés habituales del cine comercial más previsible. Y ojo, que no es cine “gafapasta” como lo calificarían los descerebrados analfabetos de turno, es, como hemos dicho, cine de autor: manejo del lenguaje cinematográfico y capacidad sensitiva.
En esta ocasión Lukasz Zal se encarga de la fotografía en esta ocasión sin Ryszard Lenczewski que vuelve a ser en blanco y negro. También el guión lo realiza, no con Rebecca Lenkiewicz, si no con Janusz Glowacki y la colaboración de Piotr Borkowski, además de contar con miembros de otras producciones suyas, sean técnicos o actores. También se repiten ciertos escenarios y ciertas constantes, hasta casi la misma escueta duración, pero lo que se nos cuenta nada tiene que ver con su anterior y celebrado trabajo.
Aquí la acción se reparte a lo largo de varios años en diferentes países. En apariencia no es tan claustrofóbica. Hay espacios abiertos, corre aire a través de sus personajes perfectamente definidos y estos se mueven por lógica, siguiendo además sus instintos.
Brillante es su factura técnica, coronada por una fotografía que logra impregnar el film de una nostalgia aplastante, como si hubiera sido rescatada por una filmoteca después de más de cuatro décadas de haber sido rodada, con una vigencia absoluta. Y sus temas musicales, variando según la acción, dentro de un guión medido hasta con compás y regla, conciso y férreo, dirigido con una llamativa precisión: Pawlikowski, experimentado en cine documental, ha tenido una agitada vida, viviendo en varios países y británico en su formación profesional. Conoce bien el ambiente desgarrado de relaciones sentimentales familiares que se pierden y también posee buen gusto. Entre sus films favoritos los hay dispares, como varios títulos del cine de Wajda, junto a “Días del cielo”, “El espejo”, “Taxi Driver”, "La dolce vita" o “Con faldas y a lo loco”. Y algo de todo esto se refleja aquí.
Antes de irnos al spoiler hacer mención al excelente reparto, en espacial al dúo protagonista: Joanna Kulig, la cual tiene estudios de canto, y Tomasz Kot. Ellos encarnan a Zula y Wiktor con perfecta convicción y química. Ambos están muy bien, aunque creemos que la que saldrá más beneficiada será Joanna Kulig que podría significar su salto internacional, así como el caso de su director.
La carrera de “Cold War” no ha hecho nada más que empezar, pero el hecho de que pueda llegar a estrenarse en muchos países es su verdadero triunfo, al pertenecer a una clase de cine cada vez más difícil de ver en circuitos comerciales. Y sin querer destripar nada nos vamos al spoiler.
Lo llamativo de todo este asunto es que no ha perdido su línea. Sigue siendo cine de autor, puro y duro, lo cual no era impedimento para comprobar que hay un público que esto le interesa y que la sala que la proyectaba, aunque no era enorme, estaba casi abarrotada. Es un lujo, aunque habitualmente parezca que no es así, que existe un público que sabe comportarse en una sala y que le interesa una historia contada sin los “tics” o clichés habituales del cine comercial más previsible. Y ojo, que no es cine “gafapasta” como lo calificarían los descerebrados analfabetos de turno, es, como hemos dicho, cine de autor: manejo del lenguaje cinematográfico y capacidad sensitiva.
En esta ocasión Lukasz Zal se encarga de la fotografía en esta ocasión sin Ryszard Lenczewski que vuelve a ser en blanco y negro. También el guión lo realiza, no con Rebecca Lenkiewicz, si no con Janusz Glowacki y la colaboración de Piotr Borkowski, además de contar con miembros de otras producciones suyas, sean técnicos o actores. También se repiten ciertos escenarios y ciertas constantes, hasta casi la misma escueta duración, pero lo que se nos cuenta nada tiene que ver con su anterior y celebrado trabajo.
Aquí la acción se reparte a lo largo de varios años en diferentes países. En apariencia no es tan claustrofóbica. Hay espacios abiertos, corre aire a través de sus personajes perfectamente definidos y estos se mueven por lógica, siguiendo además sus instintos.
Brillante es su factura técnica, coronada por una fotografía que logra impregnar el film de una nostalgia aplastante, como si hubiera sido rescatada por una filmoteca después de más de cuatro décadas de haber sido rodada, con una vigencia absoluta. Y sus temas musicales, variando según la acción, dentro de un guión medido hasta con compás y regla, conciso y férreo, dirigido con una llamativa precisión: Pawlikowski, experimentado en cine documental, ha tenido una agitada vida, viviendo en varios países y británico en su formación profesional. Conoce bien el ambiente desgarrado de relaciones sentimentales familiares que se pierden y también posee buen gusto. Entre sus films favoritos los hay dispares, como varios títulos del cine de Wajda, junto a “Días del cielo”, “El espejo”, “Taxi Driver”, "La dolce vita" o “Con faldas y a lo loco”. Y algo de todo esto se refleja aquí.
Antes de irnos al spoiler hacer mención al excelente reparto, en espacial al dúo protagonista: Joanna Kulig, la cual tiene estudios de canto, y Tomasz Kot. Ellos encarnan a Zula y Wiktor con perfecta convicción y química. Ambos están muy bien, aunque creemos que la que saldrá más beneficiada será Joanna Kulig que podría significar su salto internacional, así como el caso de su director.
La carrera de “Cold War” no ha hecho nada más que empezar, pero el hecho de que pueda llegar a estrenarse en muchos países es su verdadero triunfo, al pertenecer a una clase de cine cada vez más difícil de ver en circuitos comerciales. Y sin querer destripar nada nos vamos al spoiler.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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14 de enero de 2017
341 de 541 usuarios han encontrado esta crítica útil
La verdad es que no sé por dónde empezar. No quiero extenderme demasiado hablando de los supuestos motivos externos de la película que la han convertido en un éxito, que convenía que así fuera, ni de su tremenda campaña de promoción, pero sería curioso al menos señalar que estamos ante todo un ejemplo de estrategia de cuándo estrenar un film y sacar el máximo rendimiento en taquilla. De entrada, el subtítulo español añadido a su título no lo recordarán los espectadores, sino que se remitirán a su título original, tal y como ya ocurrió en los informativos televisivos cuando daban la noticia de que había arrasado con siete Globos de Oro, creando un nuevo récord. Ya le pasó por ejemplo a “Amor sin barreras”, subtítulo añadido a “West Side Story” y que a estas alturas nadie recuerda.
Al menos para mí, lo mejor de “La La Land (La ciudad de las estrellas)” es su principio, con ese logo “prestado” de Cinemascope en precioso technicolor que, automáticamente, nos remite a la época del musical americano rodado en este sistema, aunque haya sido rodado realmente en Panavision. Su primer número musical, totalmente colorista, tiene un cruce entre número contemporáneo de musical de Broadway para turistas y de Jacques Demy, pero a mucha distancia de lo que es un musical americano en toda regla y del citado Demy, ya digo, y eso que es uno de los más espectaculares y logrados, dentro de la propuesta que presenta Damien Chazelle, una propuesta que se va desinflando según avanza su metraje, ya que para la anécdota que cuenta nos resulta de excesiva duración y sin sorpresa.
Por desgracia “La La Land” a mí no me hechizado, y eso que cuando veo un buen musical me derrito. Su coreografía me parece simplona, con pasos muy elementales para que cualquiera posteriormente, en su versión teatral, porque la habrá y de eso se trataba su éxito, lo pueda hacer sin complicaciones, así como cantar sus canciones, que no implican grandes registros vocales ni grandes complicaciones. Y más vale no entrar en comparaciones, porque si suelen odiosas aquí serían humillantes, ya que no hay ni rastro de los bailes de Gene Kelly, Fred Astaire, Ginger Rogers, Rita Hayworth, Judy Garland, Ann Miller o de las piernas mágicas de Cyd Charisse. Ni sombra de Minnelli, Donen o Cukor entre otros, por no hablar de los últimos renovadores del género, como el gran Bob Fosse. Todo, más que homenaje, es un copia, corta y pega de miles de títulos, incluyendo hasta momentos de Woody Allen de su “Todos dicen I love You”, quizás todo generado por el encanto y el éxito que fue “The Artist”. Era lógico que la propia industria hiciera su respuesta ya que es el musical, junto con el “western”, son los géneros más genuinamente americanos. Y el musical, para mayor INRI, hay que tener en cuenta que es el género que mayor cantidad de premios ha ido recogiendo a lo largo de la historia.
Puede que aquí sea donde reside la esperanza renovadora de la industria americana, que intentará imponer este nuevo estilo de musical para hacer frente a la moda del cine de súper héroes o entregas galácticas, cada vez más repetitiva y cansina, con el aliciente de pasar posteriormente a teatro el musical que en cine haya sido rentable, primero en escenarios americanos y luego venderlos al resto del mundo, incluyendo España, que parece que al fin ha entrado por el aro y forma parte del circuito, que trabajo ha costado.
Creo que la clave de todo está dentro de la misma película, en el diálogo que se mantiene en el primer encuentro entre Keith (John Legend) cuando habla con su amigo Sebastian (Ryan Gosling), este un purista del jazz. Keith le oferta un trabajo en un grupo y le habla que hay que renovarse, tocando un estilo adulterado, más “moderno”, ya que el jazz sólo lo escuchan los viejos de noventa años y que si decide seguir siendo un purista, morirá de asco. Pues eso ha hecho Chazelle, su director, sin el talento suficiente, como el resto del equipo, optando por una “renovación/ adulteración” del género, ya que hubieran sido incapaces de hacer un musical como los antológicos o en su defecto renovador en toda regla.
Su atmósfera también me ha evocado inevitablemente a Coppola, con su “Cotton Club” o sobre todo con su preciosa “Corazonada” que injustamente fue todo un fracaso. Y no solo hay un cierto aire de Coppola en esto, también de Hitchcock, con esas ventanas que despiden esa luz verde fantasmagórica que nos recuerda a “Vértigo”, o esos giros de cámara a lo Brian De Palma, o ese ambiente de clubes que tan bien recreaba Blake Edwards pero sin llegar a la altura de los mencionados, y la lista podría continuar, sería interminable.
Justin Hurwitz con su banda sonora en la que se incluyen temas versionados, no originales, Linus Sandgren con su preciosista fotografía, Tom Cross en montaje o Mary Zophres con su vestuario, son opciones favoritas para adueñarse de los Oscars en la próxima edición y sumar más premios de los que en principio le podían caer.
El que Emma Stone esté frente a uno de los más encantadores personajes de su carrera no tendría que ser motivo de premio. Es como esos Oscars que con el tiempo se ven algo disparatados como el que le dieron a Cher por “Hechizo de luna” o a Gwyneth Paltrow por “Shakespeare in Love”. Ryan Gosling se ve que se lo ha currado, pero más se lo curró por ejemplo Richard Gere en “Cotton Club” donde nadie le doblaba en los solos de trompeta y nadie se lo reconoció. En cuanto a los secundarios están como sumergidos en la niebla, poco importan, incluyendo las amigas de la protagonista, que podían haber tenido mayor relevancia y que finalmente no aportan nada. En fin, un nuevo mito inflado a más no poder, quizás para no pensar en Donald Trump.
Al menos para mí, lo mejor de “La La Land (La ciudad de las estrellas)” es su principio, con ese logo “prestado” de Cinemascope en precioso technicolor que, automáticamente, nos remite a la época del musical americano rodado en este sistema, aunque haya sido rodado realmente en Panavision. Su primer número musical, totalmente colorista, tiene un cruce entre número contemporáneo de musical de Broadway para turistas y de Jacques Demy, pero a mucha distancia de lo que es un musical americano en toda regla y del citado Demy, ya digo, y eso que es uno de los más espectaculares y logrados, dentro de la propuesta que presenta Damien Chazelle, una propuesta que se va desinflando según avanza su metraje, ya que para la anécdota que cuenta nos resulta de excesiva duración y sin sorpresa.
Por desgracia “La La Land” a mí no me hechizado, y eso que cuando veo un buen musical me derrito. Su coreografía me parece simplona, con pasos muy elementales para que cualquiera posteriormente, en su versión teatral, porque la habrá y de eso se trataba su éxito, lo pueda hacer sin complicaciones, así como cantar sus canciones, que no implican grandes registros vocales ni grandes complicaciones. Y más vale no entrar en comparaciones, porque si suelen odiosas aquí serían humillantes, ya que no hay ni rastro de los bailes de Gene Kelly, Fred Astaire, Ginger Rogers, Rita Hayworth, Judy Garland, Ann Miller o de las piernas mágicas de Cyd Charisse. Ni sombra de Minnelli, Donen o Cukor entre otros, por no hablar de los últimos renovadores del género, como el gran Bob Fosse. Todo, más que homenaje, es un copia, corta y pega de miles de títulos, incluyendo hasta momentos de Woody Allen de su “Todos dicen I love You”, quizás todo generado por el encanto y el éxito que fue “The Artist”. Era lógico que la propia industria hiciera su respuesta ya que es el musical, junto con el “western”, son los géneros más genuinamente americanos. Y el musical, para mayor INRI, hay que tener en cuenta que es el género que mayor cantidad de premios ha ido recogiendo a lo largo de la historia.
Puede que aquí sea donde reside la esperanza renovadora de la industria americana, que intentará imponer este nuevo estilo de musical para hacer frente a la moda del cine de súper héroes o entregas galácticas, cada vez más repetitiva y cansina, con el aliciente de pasar posteriormente a teatro el musical que en cine haya sido rentable, primero en escenarios americanos y luego venderlos al resto del mundo, incluyendo España, que parece que al fin ha entrado por el aro y forma parte del circuito, que trabajo ha costado.
Creo que la clave de todo está dentro de la misma película, en el diálogo que se mantiene en el primer encuentro entre Keith (John Legend) cuando habla con su amigo Sebastian (Ryan Gosling), este un purista del jazz. Keith le oferta un trabajo en un grupo y le habla que hay que renovarse, tocando un estilo adulterado, más “moderno”, ya que el jazz sólo lo escuchan los viejos de noventa años y que si decide seguir siendo un purista, morirá de asco. Pues eso ha hecho Chazelle, su director, sin el talento suficiente, como el resto del equipo, optando por una “renovación/ adulteración” del género, ya que hubieran sido incapaces de hacer un musical como los antológicos o en su defecto renovador en toda regla.
Su atmósfera también me ha evocado inevitablemente a Coppola, con su “Cotton Club” o sobre todo con su preciosa “Corazonada” que injustamente fue todo un fracaso. Y no solo hay un cierto aire de Coppola en esto, también de Hitchcock, con esas ventanas que despiden esa luz verde fantasmagórica que nos recuerda a “Vértigo”, o esos giros de cámara a lo Brian De Palma, o ese ambiente de clubes que tan bien recreaba Blake Edwards pero sin llegar a la altura de los mencionados, y la lista podría continuar, sería interminable.
Justin Hurwitz con su banda sonora en la que se incluyen temas versionados, no originales, Linus Sandgren con su preciosista fotografía, Tom Cross en montaje o Mary Zophres con su vestuario, son opciones favoritas para adueñarse de los Oscars en la próxima edición y sumar más premios de los que en principio le podían caer.
El que Emma Stone esté frente a uno de los más encantadores personajes de su carrera no tendría que ser motivo de premio. Es como esos Oscars que con el tiempo se ven algo disparatados como el que le dieron a Cher por “Hechizo de luna” o a Gwyneth Paltrow por “Shakespeare in Love”. Ryan Gosling se ve que se lo ha currado, pero más se lo curró por ejemplo Richard Gere en “Cotton Club” donde nadie le doblaba en los solos de trompeta y nadie se lo reconoció. En cuanto a los secundarios están como sumergidos en la niebla, poco importan, incluyendo las amigas de la protagonista, que podían haber tenido mayor relevancia y que finalmente no aportan nada. En fin, un nuevo mito inflado a más no poder, quizás para no pensar en Donald Trump.
10 de enero de 2020
147 de 180 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin duda una de las películas de este año será “1917”, alabada por el público, defendida por la crítica y que sin duda recibirá premios. Su estreno en España se produce cuando acaba de recibir los Globos de oro más destacados, película y director, las nominaciones para los Bafta y la semana que viene se conocerán las candidaturas a los Oscars. Ha sido estrenada en el momento apropiado, con muchas copias, por lo que suponemos que amortizará los cien millones de dólares que ha costado, es más, se convertirá en un éxito rentable.
Y es que “1917” es quizás la película más ambiciosa de Sam Mendes, el cual también se ha involucrado en la producción y en su guión, por primera vez. A nivel técnico la película es perfecta. Rodada espectacularmente con todos los medios posibles, los ha aprovechado al máximo, brindando a Roger Deakins una oportunidad maravillosa para que, tras más de una docena de veces nominado, alcance por segunda vez el Oscar. Es un trabajo asombroso, jugando con una cantidad cromática, tanto en interiores como exteriores, de una calidad extrema. Su montaje, que corre a cargo de Lee Smith, su sonido, sus efectos especiales... todo está medido y con el fin de deslumbrar al espectador. Y sin duda lo consigue con creces.
Esta virguería audiovisual, a la que hay que sumar uno de los mejores trabajos de Thomas Newman en la banda sonora, no es nueva. Hace poco tuvo uno de sus máximos exponentes con González Iñárritu en “Birdman” y “El renacido” y Mendes ha seguido sus pasos. Lo que hay que decir a su favor es que si “1917” no hubiera sido rodada como lo ha hecho Mendes, y eso que no notamos los cortes, muy probablemente sería una película del montón, porque lo importante ya no es lo que cuenta, y por eso su guión se resiente, sino cómo lo ha decidido contar.
Por ello no hablamos de cine de autor, sino de un cine muy bien realizado, porque Mendes, también director de teatro, conjuga muy bien lo que es técnica y dirección de actores.
No quiero hacer comparaciones, pero estas trincheras me evocaban a “Senderos de gloria” y mientras el film de Kubrick sigue siendo una auténtica barbaridad, un clásico rotundo, “1917” permanece detrás suya. También ha habido evocaciones subjetivas a “Largo domingo de noviazgo” y otras más objetivas al Tarkovski de “La infancia de Iván”, por ejemplo, con esas arboledas que llegan a tener presencia destacada, pareciendo más una película del este que británica.
El rodarlo de una tacada es algo que Hitchcock, con cierta trampa por limitaciones de la época, hizo con “La soga”, y luego siguieron varios, aunque sospecho que esta obsesión artística proviene de “El arca rusa”, una auténtica pasada sin trampa de Aleksandr Sokurov, un señor que sí hace cine de autor y que poco a poco, este título concretamente, con el paso del tiempo adquiere más adeptos al que muchos intentan emular.
No podemos concluir sin hacer mención en varios apartados: su reparto, sobre todo por Dean- Charles Chapman y, por supuesto a George MacCay, protagonistas absolutos que cargan el peso del film con gran profesionalidad. Su dirección artística, todo un esfuerzo y acierto a la hora de ambientarla, y el maquillaje, muy cuidado y que el espectador parece que ni se da ni cuenta al estar absorto.
“1917” es una película para ver y “disfrutar” en una buena sala de cine para poder apreciarla en toda su magnitud. Porque hayamos detallado ciertos peros, y volvemos a lo que hemos dicho al principio, se trata de todo un espectáculo audiovisual poco frecuente de ver y en el que, otro acierto, las ideologías y patriotismos de cuarta han quedado en un segundo plano, narrando lo que es una historia de supervivencia, con secuencias que aún permanecen en nuestro recuerdo y que se ven con el corazón en un puño, lo cual no es poco. Por ello Mendes se convierte con “1917” en uno de los favoritos para dar el “campanazo” en los Oscars y en la taquilla mundial. Y falta hace, sobre todo porque animaría a los productores a hacer un tipo de cine que cada vez parece más olvidado, un cine adulto que se aleja de los productos “chiclosos” con los que nos bombardean para que perdamos el poco gusto que nos quede.
Y es que “1917” es quizás la película más ambiciosa de Sam Mendes, el cual también se ha involucrado en la producción y en su guión, por primera vez. A nivel técnico la película es perfecta. Rodada espectacularmente con todos los medios posibles, los ha aprovechado al máximo, brindando a Roger Deakins una oportunidad maravillosa para que, tras más de una docena de veces nominado, alcance por segunda vez el Oscar. Es un trabajo asombroso, jugando con una cantidad cromática, tanto en interiores como exteriores, de una calidad extrema. Su montaje, que corre a cargo de Lee Smith, su sonido, sus efectos especiales... todo está medido y con el fin de deslumbrar al espectador. Y sin duda lo consigue con creces.
Esta virguería audiovisual, a la que hay que sumar uno de los mejores trabajos de Thomas Newman en la banda sonora, no es nueva. Hace poco tuvo uno de sus máximos exponentes con González Iñárritu en “Birdman” y “El renacido” y Mendes ha seguido sus pasos. Lo que hay que decir a su favor es que si “1917” no hubiera sido rodada como lo ha hecho Mendes, y eso que no notamos los cortes, muy probablemente sería una película del montón, porque lo importante ya no es lo que cuenta, y por eso su guión se resiente, sino cómo lo ha decidido contar.
Por ello no hablamos de cine de autor, sino de un cine muy bien realizado, porque Mendes, también director de teatro, conjuga muy bien lo que es técnica y dirección de actores.
No quiero hacer comparaciones, pero estas trincheras me evocaban a “Senderos de gloria” y mientras el film de Kubrick sigue siendo una auténtica barbaridad, un clásico rotundo, “1917” permanece detrás suya. También ha habido evocaciones subjetivas a “Largo domingo de noviazgo” y otras más objetivas al Tarkovski de “La infancia de Iván”, por ejemplo, con esas arboledas que llegan a tener presencia destacada, pareciendo más una película del este que británica.
El rodarlo de una tacada es algo que Hitchcock, con cierta trampa por limitaciones de la época, hizo con “La soga”, y luego siguieron varios, aunque sospecho que esta obsesión artística proviene de “El arca rusa”, una auténtica pasada sin trampa de Aleksandr Sokurov, un señor que sí hace cine de autor y que poco a poco, este título concretamente, con el paso del tiempo adquiere más adeptos al que muchos intentan emular.
No podemos concluir sin hacer mención en varios apartados: su reparto, sobre todo por Dean- Charles Chapman y, por supuesto a George MacCay, protagonistas absolutos que cargan el peso del film con gran profesionalidad. Su dirección artística, todo un esfuerzo y acierto a la hora de ambientarla, y el maquillaje, muy cuidado y que el espectador parece que ni se da ni cuenta al estar absorto.
“1917” es una película para ver y “disfrutar” en una buena sala de cine para poder apreciarla en toda su magnitud. Porque hayamos detallado ciertos peros, y volvemos a lo que hemos dicho al principio, se trata de todo un espectáculo audiovisual poco frecuente de ver y en el que, otro acierto, las ideologías y patriotismos de cuarta han quedado en un segundo plano, narrando lo que es una historia de supervivencia, con secuencias que aún permanecen en nuestro recuerdo y que se ven con el corazón en un puño, lo cual no es poco. Por ello Mendes se convierte con “1917” en uno de los favoritos para dar el “campanazo” en los Oscars y en la taquilla mundial. Y falta hace, sobre todo porque animaría a los productores a hacer un tipo de cine que cada vez parece más olvidado, un cine adulto que se aleja de los productos “chiclosos” con los que nos bombardean para que perdamos el poco gusto que nos quede.
3 de diciembre de 2016
131 de 154 usuarios han encontrado esta crítica útil
Premiada en Venecia, con el Gran Premio del Jurado, “Animales nocturnos” quizás ha encontrado mayor eco a la hora de ser vendida y estrenada. Bien le ha venido. Y no porque haya sido una maniobra promocional o un favor, simplemente, porque aparte de su indudable calidad, ha sido un apoyo a una película dura, áspera, ponzoñosa, de una crueldad tremenda y turbadora que jamás encontrará apoyo en el gran público. En principio sacará algunos beneficios en taquilla, pero con el paso del tiempo se forjará su fama de film maldito, y será atacada por el público comercial más lerdo y violento, esa clase de público intransigente que no perdona ninguna propuesta diferente o que no se sigan los parámetros habituales, mucho más por el absurdo motivo de ser de nacionalidad norteamericana, por tener a dos actores famosos como protagonistas y por no salir, como correspondería, claramente del ámbito independiente. Desde sus sorpresivos títulos de crédito, que restringirán su emisión en abierto en Estados Unidos, queda patente que es un film alejado de lo común.
“Animales nocturnos” es una adaptación de una novela de Austin Wright (1922- 2003), escritor y crítico literario que contó con el reconocimiento de amplio sector literario. Tom Ford ha sido el responsable de su complicada adaptación, de gran parte de su producción y su dirección. Para mí es la confirmación no solo de un director con gran sentido de la exquisitez, si no que se revela, salvando ciertas distancias, como una especie de Visconti americano contemporáneo, capaz de componer con gusto, y si le place, de adentrarse en submundos sórdidos con mano maestra, demostrando en todas sus facetas una solidez inusual. Ha sabido imprimir a su film desde frialdad a temperamento, hacer llegar al espectador desde el más desasosegante sentimiento de insatisfacción a, cuando se requiere, la tensión más angustiosa sin recurrir al efectismo. Su empeño era muy difícil y ha salido absolutamente airoso.
Y es que de ella me gusta todo, no hay nada que haya fallado. Su casting es ejemplar: todos cumplen perfectamente con sus personajes, desde los más secundarios, entre los que encontramos a una breve aportación de Laura Linney, que lo clava, a los de reparto (sobre todo me ha impresionado un impagable Mark Shannon como Bobby Andes) y por supuesto sus protagonistas: Jack Gyllenhaall en sus roles de Tony y Edward, en una de sus más difíciles y mejores composiciones, junto a la que parece ser la revelación del año, Amy Adams, en el papel de Susan Morrow, un rol muy difícil, que arranca con ese look impecable casi a lo Veronica Lake y que lentamente se va desmembrando. Suponemos que, al ser tan políticamente incorrecta, la nominación al Oscar como actriz este año le caerá por su gran labor en “La llegada”.
La factura del film es de primera, es como si se tratase de un film de David Lynch pero sin devaneos, afilado como un dardo, con una fotografía espléndida, un vestuario que en apariencia no llama la atención pero que es un muestrario de distinción, escenarios muy bien elegidos y una banda sonora muy bien pensada que constantemente envuelve las diferentes historias que se entrelazan.
Película inteligente que Ford ha resuelto con astucia todos los obstáculos que se le planteaban y que deja poso. El veneno, al que aludíamos al comienzo del comentario, es lento y deja rastro, por lo que se la recuerda con cierto temor, pero reconociendo que se trata de una de las mejores estrenadas este año.
“Animales nocturnos” es una adaptación de una novela de Austin Wright (1922- 2003), escritor y crítico literario que contó con el reconocimiento de amplio sector literario. Tom Ford ha sido el responsable de su complicada adaptación, de gran parte de su producción y su dirección. Para mí es la confirmación no solo de un director con gran sentido de la exquisitez, si no que se revela, salvando ciertas distancias, como una especie de Visconti americano contemporáneo, capaz de componer con gusto, y si le place, de adentrarse en submundos sórdidos con mano maestra, demostrando en todas sus facetas una solidez inusual. Ha sabido imprimir a su film desde frialdad a temperamento, hacer llegar al espectador desde el más desasosegante sentimiento de insatisfacción a, cuando se requiere, la tensión más angustiosa sin recurrir al efectismo. Su empeño era muy difícil y ha salido absolutamente airoso.
Y es que de ella me gusta todo, no hay nada que haya fallado. Su casting es ejemplar: todos cumplen perfectamente con sus personajes, desde los más secundarios, entre los que encontramos a una breve aportación de Laura Linney, que lo clava, a los de reparto (sobre todo me ha impresionado un impagable Mark Shannon como Bobby Andes) y por supuesto sus protagonistas: Jack Gyllenhaall en sus roles de Tony y Edward, en una de sus más difíciles y mejores composiciones, junto a la que parece ser la revelación del año, Amy Adams, en el papel de Susan Morrow, un rol muy difícil, que arranca con ese look impecable casi a lo Veronica Lake y que lentamente se va desmembrando. Suponemos que, al ser tan políticamente incorrecta, la nominación al Oscar como actriz este año le caerá por su gran labor en “La llegada”.
La factura del film es de primera, es como si se tratase de un film de David Lynch pero sin devaneos, afilado como un dardo, con una fotografía espléndida, un vestuario que en apariencia no llama la atención pero que es un muestrario de distinción, escenarios muy bien elegidos y una banda sonora muy bien pensada que constantemente envuelve las diferentes historias que se entrelazan.
Película inteligente que Ford ha resuelto con astucia todos los obstáculos que se le planteaban y que deja poso. El veneno, al que aludíamos al comienzo del comentario, es lento y deja rastro, por lo que se la recuerda con cierto temor, pero reconociendo que se trata de una de las mejores estrenadas este año.
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