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En la vida hay dos maneras de plasmar lo que sucede a tu alrededor. Una
es tu memoria. Otra es la fotografía. Yo he utilizado una cámara fotográfica
para conocer todo, para vivir todo, con intensidad, con realismo. Yo, detrás de
una cámara, he desafiado los cánones sociales. Yo me he vestido de cámara
fotográfica para vivir todo de cerca. No me he contentado con lo que me
cuentan. No. Yo lo he vivido. No creo en mitos porque la gente que está en
escena te cuenta su verdad a su modo y agresivamente te obliga a digerirlo a
su manera. Por eso, cogí la cámara desde que tuve edad de razonar y digerir. La
verdad te la pueden dar disfrazada, trucada, escondida, dependiendo de quien te
la dé y de los intereses que tenga. Pero a mí la vida no me pudo engañar, porque
no solo la quise conocer, sino que la fotografié. A mí la vida no me castró. Me
arriesgué para conocer la verdad, la plasmé desde todos los ángulos. Tengo
fotografiada la verdad de la vida.
Giovanna Pezzotti, Bérgamo 14 de abril de 1989
2
Fotografía restaurada por Liliana Correa.
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P r i m e r a e d i c i ó n : E d i t o r i a l E AF I T , 2 0 2 2
ISBN: 978-958-720-800-9
Ag o s to d e 2 0 2 2
Un i v e r s i d a d E AF I T
Cra 49 N.° 7 Sur - 50
www.eafit.edu.co
Re c to r a :
C l a ud i a Pat r i c i a Re s t re p o Mo ntoy a
Directora de Narrativas y Cultura:
Va l e r i a M ej í a E c h e v e r r í a
Coordinador de Extens ión Cultural:
J u a n A n t o n i o A g u d e l o Vá s q u e z
Edición, curaduría y textos:
Sol Astr id G i r aldo E s c oba r
Diagramación y diseño:
A n d r é s Vá s q u e z
M o n t aj e :
Manuel Cataño
Impresión:
Ta l l e r Ar t e s y L e t r a s S . A . S .
_
Diaporama:
L i l i a n a C o r r e a y C o l e c t i v o E a t R a i n ( E d w i n Vé l e z - J a d e r C a r t a g e n a )
P a i s aj e s o n o r o :
A l ej a n d r a L o p e r a , c o o r d i n a d o r a L a b o r a t o r i o S o n o r o Ac ú s t i c a y E n F e m e n i n o ( U n i v e r s i d a d E A F I T )
Ag r a d e c i m i e nto s :
G i a nc a r l o Pe z z ott i
Giampiero Piezzotti
B i b i a n a Pe z z ott i
Fa m i l i a P e z z o t t i
L u i s Al b e r to , Ju l i a n a Ar a n g o y L i b r e r í a Pa l i nu r o
Raúl He nao
Re i na l do S p i t a l e tt a
G ab r i e l a Re s t re p o
C o n e l a p o y o d e S a l a d e Pa t r i m o n i o D o c u m e nt a l y l a E d i t o r i a l d e l a Un i v e r s i d a d E AF I T
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L a m i rad a
r e b (v) e l a d a
La C árcel y
e l b a n di d o
G i o v a nn a e n
l a c i u da d
R e po rt e r a
d e l a vi d a
L a p a y a sa d a
p o l í t i ca
G i o v a nn a
nó m a d a
M i vi d a
C r on ol og í a
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Entre 1968 y 1987, una pequeña rubia desestabilizó la imagen oficial de Medellín. Con su
paso corto y sus tacones, se las arregló para estar siempre en las heridas y fiestas de la
historia. Sola, sin padrinos ni paraguas, persiguió los bordes, las zonas prohibidas, lo que le
oliera a vida real. Se “vistió de cámara”, y se atrevió a los abismos sociales. Allá, adonde no
iban las damas.
Husmeó en el Basurero Municipal, donde centenares de desplazados de la violencia se
inventaban una vida digna entre los detritos urbanos. Se acercó al santo de la basura y le
ofreció sus ojos. Después, se inmiscuyó en la cárcel de hombres, cruzó las rejas de la exclusión.
Confraternizó, esta vez, con los desechados de la sociedad. Mirándolos a los ojos, descubrió
que tenían alma y no eran monstruos. Estos los encontró, más bien, en las palestras de los
políticos a los que también persiguió con su lente curioso. Por esta vía, se topó al capo
de los capos que andaba en negociaciones con ellos. Le pareció bajito e insignificante.
Registró el magnetismo de su carnaval desquiciado al que se acercaban los desheredados
de los tugurios, las monjas, los curas, los senadores, los periodistas, las divas, antes de que
todo volara por los aires. Vestida de blanco, acompañó y enterró, uno a uno, a los idealistas
caídos de la UP. Rodeó con misericordia al apóstol que fue acribillado por defender
precisamente a los acribillados y desaparecidos.
La llamarada violenta de los tiempos la envolvió, la amenazó. Se exilió en Europa. Buscó
allí se refugio de las balas y las bombas, pero también indagó por su origen después de que
el hilo umbilical con su tierra natal se había roto. Persiguió en el sur de Italia el fuego fatuo
de una herencia paterna. En esta lucha se enfrentó con mafiosos, esta vez calabreses, solo
para perder una vez más su lugar en el mundo. Le dio un infarto. Se apaciguó. Mientras
desempeñaba trabajos menores, escribió y escribió en Scalea, en Bérgamo, en Roma.
Quería recuperar el hilo de su vida impetuosa y fragmentada. Le salió un texto impetuoso
y fragmentado. Volvió al país. La habían olvidado. Se retiró a sus cuarteles de invierno
con sus cientos de negativos empolvados y su autobiografía incompleta. Se dedicó a hacer
ejercicio, a nadar y a estudiar literatura. Ganó un pequeño concurso, mostró sus fotos en
Moravia. Dio unas cuantas entrevistas, consintió a sus sobrinos. Celebró la vida. Murió.
Se llamaba María Giovanna Pezzotti Villegas (1942 – 2019). Fue la pionera de las
reporteras gráficas de Antioquia y una de las primeras del país. Los libros de historia de
la fotografía de Colombia la han ignorado. Hoy recordamos aquí su nombre, sus
imágenes, sus palabras. Honramos y revelamos su mirada rebelada.
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Giovanna Pezzotti: La mirada reb(v)elada
Por Sol Astrid Giraldo Escobar, curadora
El detonante fue esta imagen. Estaba exhibida sobre una pared de Palinuro, una librería
donde los libros usados piden otra oportunidad. La foto, como aquellos, parecía buscar lo
mismo: nuevos ojos para su antigua y ajada belleza. Misteriosa, se colaba fuera de tiempo
y de lugar. Había sido la ganadora de un concurso en 2008, con el tema de la lectura, que
había convocado la librería.
En ella se ve un racimo de cuerpos masculinos desnudos. Los hombres han dejado sus
vestidos sobre un muro de ladrillos que los rodea en un ángulo abierto. Están bajo el agua
de una ducha que no alcanza mojarlos a todos. Aunque un rostro se eleva risueño al sol
y a las gotas que los refresca, los personajes no se ven del todo relajados. Una muralla de
espaldas tapa a los cuerpos del fondo, aunque algún pene no logra esconderse. Detrás,
emerge el rostro del único personaje que mira directamente a la cámara. Uno de los
bañistas se cruza de brazos en un gesto mínimo de protección, otro se coge las manos
sobre las nalgas expuestas. Y el de más allá se restriega la nuca, mientras esquiva el
lente fotográfico. Sin embargo, cierta risa y complicidad emergen del remolino de pieles.
A la derecha, hay todavía otro personaje que le da un carácter surrealista a la imagen:
un hombre, este sí vestido, concentrado y serio que les lee un libro a los participantes del
apretujado baño.
Ante las preguntas de los visitantes de la librería acerca de esta exótica fotografía, Luis
Alberto Arango, su administrador, contaba que la autora se llamaba Giovanna Pezzotti y
había tomado esa imagen en la Cárcel La Ladera de Medellín en la década de los años
70. La información ayudaba a aclarar algunos enigmas. La fecha, por ejemplo, explicaba
el corte pasado de moda del cabello y de la ropa del hombre vestido. Y también algunos
aspectos técnicos de la imagen como su composición clásica, el manejo del blanco y negro,
la óptica de una cámara analógica. Mientras, la ubicación del lugar de la toma da luces
sobre la incomodidad de los cuerpos: aunque estaban desnudos y bajo el sol, eran unos
cuerpos presos.
Por su parte, el género femenino de quien había congelado este momento privado habla de
la tensión luces sobre la tensión que templaba la desconcertante historia. Es que hay una
transgresión mayúscula en la escena: una mujer de la década de los 70 había fotografiado
sin pudores a unos reclusos desnudos quienes, a pesar de una última reticencia visible en
cierta incomodidad en sus gestos, lo habían consentido.
Después de esta información las dudas persistían. ¿Cómo había logrado esta mujer en una
época tan conservadora meterse en las entrañas de una cárcel masculina? ¿Por qué lo
había hecho? ¿Cómo se había establecido esa complicidad entre fotógrafa y fotografiados
que permitía aquella inusual mirada horizontal y sin censura?
¿Quién era Giovanna Pezzotti?
Este no era un nombre estudiado en las clases de periodismo, tampoco aparecía en las
historias de la fotografía o de la reportería gráfica en Colombia. No era firma reconocida.
Sobre ella solo circulaba una mínima información en algunos artículos recientes que se
habían escrito después del concurso, como dos magníficas crónicas del escritor Fernando
Mora1. Según estas, se trataba de una mujer antioqueña de 70 años, de ascendencia
italiana, quien había trabajado en El Colombiano y otros medios, luego había viajado a
1.“El Capo en la cámara”, Fernando Mora, Bogotá, El Malpensante, Edición 102 https://elmalpensante.com/articulo/1447/el-capo-en-la-camara).
“Retrato de dama con bandido”, Fernando Mora, Medellín, Universo Centro. https://centrodemedellin.co/ArticulosView.aspx?id=280&type=A&idArt=281
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Europa y recientemente había vuelto discretamente a la ciudad. En estas entrevistas ella
solía contar que tenía 7.000 negativos guardados en su casa y una biografía sin publicar.
A la participación en este concurso, le siguió una estremecedora exposición en el Centro
Cultural de Moravia en 2010, curada por Carlos Uribe y Yeison Henao, donde se exhibieron
algunas de las fotografías que había tomado en este barrio, cuando era el basurero de
la ciudad a finales de la década de los 60. Estas salidas tímidas a la escena, además del
intento de donar su archivo a una institución de la ciudad, dejaban ver que Giovanna
estaba intentando dar nuevamente la cara. Sin embargo, no tuvo tiempo. En enero de 2019,
Giovanna muere y su deceso apenas si es registrado por la prensa local.
El álbum secreto
En 2021 se inicia la presente investigación con estas escasas referencias. Como toda
vida, la de Giovanna tenía picos vistosos que la definían, para ella misma y los demás,
a expensas de periodos silenciosos y sub-registrados. La poca información que se tenía
insistía indefectiblemente en tres planetas mayores del sistema solar de sus imágenes.
Uno era aquel del que ya se habían recibido los primeros destellos: su meteórico
paso por la cárcel de hombres La Ladera en 1970. La perturbadora foto de “El baño”
era el interruptor que prendía la luz sobre un conjunto de imágenes sofocadas hacía
50 años. Acompañaba a esta historia el recuerdo del escandaloso romance que
entonces había tenido la fotógrafa con “Toñilas”, un famoso ladrón de la época, con
quien se había escapado.
Hay otro pico reconocido de su trabajo que tuvo lugar dos años antes de su paso por la
cárcel y que fue, igualmente, dramático. Se trata de su exploración de las montañas de
basuras y de pobreza del norte de la ciudad. Giovanna había llegado allí -más exactamente
a Fidel Castro, un sector de lo que después sería el barrio Moravia-, en 1968, cuando un
amigo poeta le presentó al padre Vicente Mejía. Este era un sacerdote fuera de lo común,
quien como integrante del mítico grupo Golconda, hacia parte de “La revolución de las
sotanas”.2
Se trataba de unos prelados que se estaban atreviendo a poner a dialogar,
inspirados en Camilo Torres, la ancestral Biblia de Jerusalén con la contemporánea y
política de las doctrinas marxistas, en unos tiempos de subversiones.
Giovanna quedó prendada de este cura de la basura, de su rebeldía y sed de justicia.
También, por supuesto, de la comunidad de los tugurianos, de su fuerza, dignidad y
resistencia. Y del inédito paisaje lunar de los desechos que la ciudad no podía digerir.
El último pico es igualmente extremo. Desde él atisbó una de las mayores crisis de la
sociedad colombiana: la guerra del narcotráfico y el ascenso de la narcopolítica. En la
década de los años 80, Giovanna, quien siempre trabajó como reportera freelance, había
sido contratada como la fotógrafa oficial del Directorio Liberal de Antioquia. En estas
correrías, terminaría (¿cómo no?) por encontrarse con la estela de la mafia que empezaba
a enrarecer el ambiente político. A su lente saltó entonces el cada vez más visible Pablo
Escobar, como el carismático auxiliador de los descastados de la ciudad. Es decir, de
los mismos olvidados en la montaña de desperdicios que años antes la fotógrafa había
conocido de la mano del padre Mejía.
Atenta, su cámara fue testigo de la transformación del exótico filántropo, primero en
honorable diputado y, luego, en monstruo descontrolado cuando le declaró la guerra a
la ciudad, al Estado y al mundo. Así, Giovanna asiste a su ascenso en el corazón de los
parias urbanos, a su creación mediática y después a la estela de inmolados y a las ruinas
2. Restrepo, Javier Darío (1995). La Revolución de las Sotanas. Golconda 25 años después. Bogotá, Planeta , 347 páginas.
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que dejaron los furiosos coletazos del dragón de la coca. Este incendio le estalló en las
manos. Sin embargo, lo que terminaría por quemarla fueron los asesinatos de amigos como
el defensor de derechos humanos, el doctor Héctor Abad Gómez o el representante de la
Unión Patriótica, el periodista Alberto León Muñoz. El cerco era cada vez más estrecho,
hasta que un día la amenaza fue directa cuando le dejaron un sufragio en la puerta de su
estudio. Entonces, vendrían los años del exilio en Italia. Y la ciudad no volvería a saber de
ella hasta el concurso de Palinuro y la exposición en Moravia.
El lado incorrecto de la historia
A grandes rasgos es la historia de Giovanna, una que empieza a dibujar la línea de su
horizonte y a definir el cariz de su mirada: nuestra reportera siempre parecía estar atenta
al lado incorrecto de la historia. Su viaje iba también estableciendo una temporalidad:
la marginalidad social de los años 60, la criminalidad urbana de los 70, la narcopolítica
desenfrenada de los 80. Su mapa bosquejaba además una geografía: Moravia, La Ladera,
la Medellín explotada por las balas y las bombas de la guerra urbana. Al tiempo, en su
vida privada se definían los personajes protagónicos: el padre Vicente Mejía, los sacerdotes
izquierdistas de Golconda, el bandido romántico y marihuanero “Toñilas”, los escritores
nadaístas, el gran capo de la mafia Pablo Escobar, los héroes inmolados Héctor Abad
Gómez y sus amigos de la Unión Patriótica. Santos, criminales, ilusos, mafiosos, mártires…
Siguiendo estos hilos personales, paradójicamente se podía bordear buena parte de la
historia reciente de la ciudad y del país.
Es que Giovanna no había distinguido entre su esfera laboral y privada. Se había lanzado
sin paracaídas a abismos insondables y desafiado leyes no escritas sin calcular las
consecuencias. Al final, había terminado refugiada en el último piso de una ferretería en
Belén donde tenía su apartamento, al calor de su familia, anónima, dedicada a leer. Apenas,
con el tesoro de una novela descuadernada bajo el brazo y un cajón lleno de los negativos
que ahora a nadie le interesaba mirar.
Archivo de sí
“La manera más profunda de conocer a un ser sigue siendo escuchar su voz,
comprender el canto y el tono del que está hecho. Hay que establecer esas relaciones
para seguir hablándonos a través de los siglos”.
Marguerite Yourcenar
La familia Pezzotti, heredera del archivo personal de Giovanna, generosamente le
permitió a la Universidad EAFIT acceder a sus negativos que son, sin duda alguna,
un eslabón perdido en la cadena de las imágenes de Colombia. También de la historia
de las mujeres. Respecto a este material había muchos interrogantes. ¿Cómo se había
vuelto fotógrafa aquella jovencita rubia? ¿Cómo había logrado abrirse un camino
en la reportería gráfica, esa profesión tan eminentemente masculina, incluso en
nuestros días? ¿De verdad era hija de un conde, heredera de tierras en el sur italiano?
¿Cómo se había involucrado sentimentalmente con un bandido? ¿Hasta qué punto
fue la fotógrafa de Pablo Escobar, como se rumoró en una época? ¿Por qué se había
exiliado? ¿Había logrado trabajar como reportera en Venezuela y Europa? ¿Se había
enfrentado a la mafia calabresa?
¿Cómo conciliar la imagen de esa abuelita simpática de los últimos días con aquella
mujer de leyenda? ¿Qué tanto de su vida era real y qué tanto inventado, por ella
misma y sus contemporáneos?
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Este era un hallazgo, pero también todo un reto. Faltaban palabras y contexto para estas
fotos. Aunque empezaban a salir tumultuosamente del vientre de un maletín y de la
oscuridad del olvido, el austero contraste blanco-negro mostraba un camino con la misma
intensidad con la que lo escondía. Las imágenes continuaban siendo una incógnita, apenas
unas sombras, unos fantasmas.
¿Quiénes eran las personas que allí aparecían?, ¿quiénes, esos hombres sonrientes y
despeinados con maletas en una playa desierta?, ¿quiénes esas mujeres que se besaban en
la boca?, o ¿ese personaje mueco y con lentes de espejo con quien Giovanna se tomaba una
cerveza debajo de un árbol tropical? ¿En qué fiordos brumosos se doblaba como un junco
al viento aquella bailarina insistentemente retratada?
En fin, las preguntas básicas para la catalogación de un archivo: ¿quién?, ¿dónde?,
¿cuándo?, no las respondía ese bulto de negativos indiferentes y apeñuscados, apenas unas
imágenes mudas, huérfanas, sin datación.
Solo presentaban un germen rudimentario de catalogación, que fue la primera ruta
que se exploró. Giovanna, durante sus últimos días había intentado donar sin éxito sus
fotografías a alguna institución de la ciudad. Y para ello, había empezado a agrupar
sus negativos en sobres que ella misma realizaba doblando hojas de cuadernos. Cada
paquete estaba marcado por su propia letra, muchas veces ilegible. Los sobres, algunos,
estaban acompañados de alguna fecha o descripción. Después de descifrar su escritura
se alcanzaba a leer con dificultad: “Antonio bonito”, “Cárcel”, “Vicente”, “Pablo”, “Lesvianas”
(sic), “niños”, “Directorio liberal”, “Scalea”, “Bérgamo”.
La mayoría de las fotos eran negativos de 6 x 6 en blanco y negro, aunque también
había algunos de 35 mm y filminas, estas últimas sobre todo registraban su viaje
a Europa. El archivo contaba también con copias en papel, que suplían algunos
importantes negativos perdidos.
Fueron estos sobres la brújula pimera para navegar a través del mar agitado de las
imágenes que sus ojos capturaron incansablemente durante al menos 50 años de su
vida. Sin embargo, había que contrastar estas fotos, tejerlas a su historia personal y a la
colectiva del país. En el legado de Giovanna se encontraron otros documentos que fueron
fundamentales: sus recortes de prensa. Algunos correspondían a reportajes de su autoría
que van desde una oda al blujean, hasta las correrías tras los políticos en sus campañas o
un artículo sobre ovnis, entre muchos publicados en medios de Colombia y Venezuela. Estos
recortes, además de la valiosa información que suministran, hablan de la manera como ella
se narraba a sí misma.
La construcción del personaje
Giovanna, quien adoraba ver su nombre escrito en letra de molde, había coleccionado a lo
largo de toda su vida cualquier mención que se hiciera sobre ella. Y allí estaban guardados
desde los reportajes en los que ocupó la primera plana hasta una que otra foto en la que
aparece en eventos sociales. Incluso, también guardaba reportajes que habían borrado su
nombre, como un especial sobre Pablo Escobar en un diario de amplia circulación, donde
sus comprometedoras fotos fueron publicadas sin darle a ella el crédito correspondiente.
Atesorar todos estos rastros de su imagen podría semejarse a sus largas sesiones de
maquillaje frente al espejo donde se inventaba a sí misma como un personaje: el de la
reportera. Es que la prensa también funcionó para ella como un espejo, no solo uno que
le permitía exaltar su ego, sino sobre todo un tinglado que le ayudaba a reafirmar su
identidad. Ella no solo era una mujer. Era una mujer fotógrafa. Los recortes, como pedazos
de este espejo roto, se lo repetían.
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La caja de Pandora
A pesar de la importancia de esta fuente documental, algunos problemas subsistían. Muchos
de estos recortes de periódico no incluían la fecha, a veces ni siquiera el nombre del medio
donde fueron publicados. Había muchas imágenes sin referente alguno. Cuando el archivo ya
parecía explorado y definidos sus alcances, apareció de repente un nuevo elemento que le dio
un giro a la investigación.
Si bien, la voz de Giovanna se había podido escuchar a través de las pocas entrevistas que dio
en vida, faltaba su testimonio en primera persona. ¡Qué importante hubiera sido haber podido
revisar las fotos en su compañía para escudriñar las historias y los secretos de su álbum
perdido! Y aquí fue cuando, intempestivamente se abrió una caja de Pandora.
Giovanna había repetido en sus últimas entrevistas que desde que había decidido exiliarse
en Europa, la fotografía había pasado a un segundo plano y se había dedicado a escribir “una
novela”. Este fue su último proyecto, también, el más frustrado pues nunca pudo publicarlo. Y,
ahora su texto aparecía como una sirena varada en un rincón de su cuarto.
Las páginas escritas desde 1988 en la Casa de las Misioneras en Scalea, en un castillo de
Bérgamo, en los alrededores del Capitolio Romano, donde revisaba su pasado y comentaba su
presente de paria internacional, ahora estaban acumuladas en una cajita de cartón. Se trataba
de un texto en girones, escrito con mala ortografía, en mayúscula, sin puntuación. No era
precisamente una novela, sino una desesperada confesión. ¿Verdad? ¿Fantasía? En cualquier
caso, guardaba el peso de su vida, más que sus cenizas ahora enterradas.
¿Qué había exactamente allí? Se encontraron varias versiones. Una escrita en computador y
anillada, que permitía inferir que había sido editada. Sin embargo, el documento más revelador
fue un borrador original, adonde no había llegado ni siquiera su autocensura. En este centenar
de páginas, el corazón de Giovanna nos palpita en las manos. Son hojas y hojas escritas
a máquina, tachadas con xxxxx, o con un lapicero azul, subrayadas y comentadas por un
marcador rosado. Páginas escritas, reescritas, sobrescritas, con numeraciones cambiantes, sin
continuidad. Giovanna, incipiente escritora, no acababa de encontrar una estructura. A veces
un relato iba al principio, en una siguiente ocasión lo ubicaba al final. Reformaba párrafos.
Revelaba nombres, que luego tachaba. Contaba distintas versiones de los mismos hechos.
Pero aquí y allá, de una prosa básica y simple, emergían súbitamnte perlas magníficas que
hablaban de su autoconciencia y de la visión crítica del mundo que conoció. Una narración
algunas veces estereotipada de pronto es interrumpida por una indomable voz propia, un
lenguaje osado, un apunte sensible, una observación extremadamente aguda, que permitían
asistir a sus profundos conflictos. También a sus ficciones y desvaríos.
En general se trata de una narración en primera persona que da cuenta de la joven que
exploró su ciudad y su cuerpo, antes de recorrer el mundo. El sujeto político que se interesó
visceralmente por sus tiempos. La mujer que buscó la vida donde no la buscaban las damas
de su época. La fotógrafa que vio lo que los otros ignoraban. La realista descarnada y la
surrealista delirante. La admiradora de Fidel Castro y la perseguidora de ángeles. La cazadora
obsesiva de cábalas esotéricas y de rostros de niños abandonados. La testigo que como Oriana
Fallaci, personaje que admiraba, le hizo una entrevista a la historia, en todo caso, un retrato en
primer plano. La trotamundos que siempre volvía a casa.
Son páginas que permiten conocer a una mujer desafiante, sensual, apasionada. A Giovanna,
la incorrecta, la de la mirada rebelada. Y que dan una clave invaluable para entender el
conjunto de su vida y de sus fotografías. Estos escritos permiten caminar a su lado, porque
desde ellos nos habla sin prejuicios al oído, en susurros urgentes y antes de que ella misma
eliminara sus demonios.
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El descubrimiento de esta autobiografía resolvía indudablemente un problema técnico.3 Al
hacer el ejercicio de cruzar los negativos mudos con estos relatos, ambos, imágenes y palabras,
se potenciaban. Los retratos anónimos se convertían ahora en personajes con nombre propio.
Las escenas incomprensibles se iluminaban por anécdotas concretas que permitían ubicarlas
en el espacio-tiempo. Los instantes congelados tomaban forma, color y carne. Los hechos
sueltos se insertaban en una línea cronológica. Y ya con esta primera trama, fue posible
continuar el tejido al contrastarlo con los acontecimientos históricos nacionales.
La fotonovela de la vida
Sin embargo, la autobiografía de Giovanna excede su papel de documento para investigar
un archivo fotográfico. No es solo una fuente primaria. En estas páginas está la vida
de Giovanna, o al menos lo que ella consideró digno de contarse. Ante la importancia
de este otro archivo, ahora textual, se tomó la decisión de darle un papel protagónico
en la exposición. Y así se llegó a la estrategia de reconstruir su vida como páginas de
una fotonovela, porque muchos de sus momentos decisivos están relatados tanto por las
imágenes como por sus palabras.
La fotonovela es una publicación destinada al gran público, una narración sentimental
con personajes definidos, presentada en una serie de viñetas fotográficas acompañadas
de diálogos sobrepuestos a cada fotografía. Tuvo su origen en Italia a mediados del siglo
XX y se hizo muy popular en Latinoamérica en la década de los 70. Desarrolla estrategias
narrativas tomadas del cine y el cómic, en las que fotos en blanco y negro se combinan con
diálogos breves insertos en bloques o globos. Suelen relatar historias de amor.4
A Giovanna no le faltó la suya, y así en esta exposición y catálogo se cuenta en formato
de fotonovela su relación con el bandido Toñilas, pero también su amistad con el Padre
Vicente Mejía, Héctor Abad Gómez, Alberto León Valencia, entre otros personajes
fundamentales de nuestra historia reciente, quienes sin embargo para ella fueron, más que
cualquier cosa, sus entrañables amigos.
Las fotonovelas de Giovanna permitieron resaltar la perspectiva de unos ojos reales y
la voz cálida de una primera persona que encarna la historia del país y la vive como
un presente urgente, apasionado, impredecible. Es decir, nos dejan asistir a momentos
seminales de múltiples acontecimientos decisivos en la vida nacional cuando todavía no se
habían congelado en la historia oficial, sino que eran un presente por hacerse. En ellas, sus
protagonistas no son dioses ni diablos, sino seres humanos arrojados a sus circunstancias:
el sacerdote revolucionario vestía camisas muy limpias, el líder político tenía una mirada
tierna y dientes perfectos, el mafioso sanguinario era bajito y tímido…
Este complejo periodo que narra Giovanna nos da un fuerte mensaje en estos tiempos de
exaltación de la memoria histórica que estamos viviendo los colombianos. Y es que, como
dice María Wills, nuestras violencias no son una maldición ni un destino, sino el resultado
de un cúmulo de decisiones individuales y colectivas. Lo que en los años narrados por
Giovanna estaba sucediendo, modificaría el futuro que es hoy nuestro presente. Al igual
que todo lo que hagamos ahora se convertirá en el buen o mal futuro de otros.
Por todo esto, el formato de fotonovela era el más adecuado para evocar el ritmo agitado,
impredecible que tienen esencialmente los acontecimientos y que caracteriza el testimonio
vivo de Giovanna. La fotonovela también sirve para enfatizar esa zona indeterminada
entre imagen y texto, que no es lo uno ni lo otro y que tiene unos alcances mayores que el
texto o la imagen por separado. Y, finalmente permite sobrevolar los múltiples fragmentos
de esta historia, llena de huecos y periodos no registrados. Por eso, era preferible contar
3. La fuente de todos los testimonios en primera persona de Giovanna que se citan en esta publicación fueron extraídos de su autobiografía inédita.
4. Simón, Emilio. “¿Qué es una fotonovela?”. https://emiliosimon.com/que-es-una-fotonovela/
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múltiples relatos, episódicos, breves, a tratar de construir falsamente una narración total.
La curaduría se decidió por estas esquirlas de acontecimientos que a su vez están hechos
de los vacíos que hay entre los fotogramas al interior de las fotonovelas. Los vacíos
siempre insuperables de la historia.
Otra estética a la que se acudió en la exposición fue a la del periódico impreso. En estas
piezas, las fotografías de Giovanna, hechas precisamente para circular en este medio,
acompañan los datos históricos fundamentales para entender sus imágenes.
La exposición intenta así un acto múltiple de memoria. En primer lugar, había que recordar
a Giovanna para poder acceder a todo lo que ella recordó y se perdía con su olvido. Pero,
al tiempo, se trató de recuperar este recuerdo a través de formatos de la época caídos
en desuso como las fotonovelas, los periódicos, los álbumes de fotografías, los collages.
Dice Lev Manovich que cada imagen está atada a su tiempo, a su tecnología, a sus
soportes . Estos la hacen posible, pero al mismo tiempo le imprimen un carácter esencial
e irrepetible a la imagen de cada época. Las décadas de los 70, 80 y 90 tienen un color
único que lo da la cultura material, la moda, etc., pero también la tecnología fotográfica, las
posibilidades de los lentes, las características de los químicos de las imágenes con las que
las registramos. No se trataba entonces solo de romantizar una estética, sino de reencarnar
en ella la memoria. Esta tiene que ver con lo que se recuerda tanto como con los medios
con los que se recuerda: la memoria es también su soporte.
Archivo de sí
Se hizo de esta manera un tejido con varias voces: la de sus fotografías, las del relato
que hace de sí misma en las entrevistas, la que surge de su novela (el documento editado,
corregido y anillado), pero también la del material en bruto, íntimo y primario de un
centenar de páginas sueltas, escritas con la desinhibición de un diario.
Estas distintas voces en ocasiones se complementan, pero otras, se contradicen. Por
ejemplo, cuando estaba viviendo en Bogotá, refugiada en una pensión de mala muerte y
con la cámara empeñada, da unas declaraciones a El Espectador donde aparece como
una suerte de glamurosa Jackie Kennedy de Medellín, recién desempacada en la capital.
O, publica un reportaje, poético y pomposo sobre Stromboli en El Colombiano, sugiriendo
que está viviendo en un mítico destino donde habla tête à tête con los dioses del Olimpo,
mientras en realidad en ese momento estaba trabajando en un hotel y reuniendo dinero
para volver a Scalea, donde la hostigaba la mafia calabresa.
La propuesta entonces es: tejer estos hilos narrativos, escucharlos, asistir a sus epifanías,
pero también a los laberintos y contradicciones. de las memorias del subsuelo de
Giovanna Pezzotti.
13
Giovanna, mujer
“¡Qué atrevidas resultaron las mujeres! Con qué ánimo de superación y combate se
presentan ahora. Nada les parece irrealizable. Están entrometidas en todos los campos.
Tratan con habilidad la política, la economía y los problemas sociales. De manera
inteligente tratan de darles soluciones. Lo anterior atormenta constantemente a los
hombres quienes temen perder muchas posiciones ante la superación del sexo débil.
Están celosos, se muestran egoístas, y quizás hayan meditado profundamente en el futuro
de las mujeres. El Colombiano siempre ha creído en las capacidades mentales de las
mujeres y por ello tiene en su nómina de empleados a más de una veintena: entre ellas no
podía faltar ´la fotógrafa´. Su nombre es Giovanna”. 1
Estas palabras, publicadas en la década de los 70, dan el marco preciso del universo
que le tocó capotear a Giovanna en sus inicios como reportera gráfica. De su inusual
aventura, hacían parte también otras pocas profesionales en el país, como estas que por
los mismos años registra El Espectador:
“En Bogotá, Inés de Rosse se dedica con éxito a la fotografía. La joven barranquillera
Vicky Villalba de Ospina ha ingresado a este mundo de los negativos. Libia de Quintero
se dedica a la reportería social en el club de la FAC. Se les suma ahora la fotógrafa
antioqueña Giovanna Pezzotti”. 2
Es decir, estas pioneras del “sexo débil” eran calificadas de “atrevidas”, “superadas”, con
alguna “capacidad mental” y “entrometidas” en una profesión masculina, donde se les
miraba con “egoísmo” y “celos”. No obstante, había quienes podían llegar a “creer” en ellas.
Así, El Colombiano acoge a la joven “combativa” que tocó a sus puertas. Giovanna narra así
su aparición en la escena periodística de Medellín en 1969, cuando recién había llegado de
su primer viaje a Europa:
“El periodista que me sirvió de guía me mostró las rotativas. Le conté que yo era fotógrafa.
Me condujo a la dirección. El director me echó una mirada inteligente y dijo: ´nunca hemos
tenido una reportera gráfica mujer, ¿quieres colaborar con nosotros? ´. Esa misma tarde
me bauticé y fui a tomar las fotos de la candidata al Reinado Nacional de Belleza”.
1. “Giovanna, una fotógrafa con alma de filósofa”, periódico El Colombiano, década de 1970
2.”La mujer en la reportería gráfica: ¿compañera o cómplice del hombre?”, periódico El Espectador, 1973
14
Es decir, el hecho de ser mujer de alguna manera facilitó su entrada al medio, pero
también al tiempo la limitó. Si iban a probar una fotógrafa mujer, lo más lógico
parecía ser perfilarla en “temas femeninos”. Lo que no sabía el periódico era que
Giovanna llevaba ya un año haciendo un registro sistemático del Basurero Municipal,
un planeta rudo, adonde se había adentrado como no lo habían hecho los reporteros
hombres más curtidos.
Ella se alegra con este primer encargo y no siente que las reinas sean un tema menor.
Es que estaba ávida de vida y la buscaba en todas partes. Agradece sus primeras
publicaciones (las fotos del basurero circulaban de otra manera, al interior del círculo de
Golconda y sus aliados internacionales, pero no en los grandes medios de comunicación).
Entonces, se apropia plenamente de su personaje de fotógrafa. Para esto, echa mano
de todo tipo de recursos, incluso algunos teatrales: el cabello rubio teñido (“quería
diferenciarme y me volví rubia como Marilyn Monroe”), su cara maquillada (“he hecho
del acto de pintarme la cara un rito antes de salir a trabajar”), sus pantalones blancos
forrados, su carné de periodista donde se le autorizaba la “libre movilización” y su cámara.
Ahora tenía licencia para ir a todas partes. Y fue a todas partes. Después de las páginas
femeninas y sociales, saltaría a las deportivas, las del espectáculo y las políticas. La vemos
entonces recorriendo la ciudad, hombro a hombro con sus compañeros varones:
“Me enfilé en uno de los carros que nos llevarían a un evento importante. Allí
me encontré a los colegas. El Negro me invitó a un aguardiente en el bar del
frente. Ni corta ni perezosa me mandé uno doble con mango verde de pasante.
Y comencé a payasear con tanta espontaneidad que el político de turno me
llamó al palco escénico y me explicó las fotografías que le servían. Este acto
aumentó mi ego”.
En este contexto se pueden empezar a hacer algunas preguntas: ¿Qué tan determinante
fue el género en la carrera y el tipo de imágenes que realizará Giovanna? ¿Será un
limitante o le abrirá posibilidades? ¿Condicionará sus intereses, perspectivas, formas?
¿Se regirá ella por las normas de la mirada androcéntrica o logrará quitarse estos
lentes y encontrar otros paradigmas? Esta reportera, tan interesada siempre por las
15
personas a las que les han vulnerado sus derechos, ¿desarrollará alguna mirada política
sobre la situación de las mujeres? O, al contrario, ¿buscará, más bien, estrategias para
“entrometerse” y camuflarse en el mundo masculino? Giovanna, personaje de ruptura,
debió lidiar con estas contradicciones, que son las que les dan precisamente unas
características muy propias a sus fotografías.
“Dispuse de mi libertad…”
Sin duda, la primera rebeldía de Giovanna se da frente a los mandatos de género de
su época. En estos, no estaba previsto ni una vida ni una profesión como la suya. Este
desacomodo aparece ya en esa niña que vivió “libre y salvajemente” su infancia, según
nos cuenta. Y es, ante todo, esa libertad la que busca y defiende el resto de su vida: su
absoluta independencia social, sexual, económica. Jamás se casa. Ya como fotógrafa,
también prefiere ser freelance. Para esto, monta un estudio fotográfico, que hasta donde
se sabe, es el primero de una mujer en la ciudad. Este le permite hacerse cargo de todo
el proceso fotográfico (toma, revelado, copia), pero se convierte, además, en su espacio
íntimo, su refugio. Es decir, es el “cuarto propio” del que hablaba Virginia Wolff, necesario
para que las mujeres puedan crear.
En su búsqueda de la libertad, llega a hacerse fotógrafa, pero esta meta profesional
es secundaria frente a aquella decisión vital. Por esto, a veces cambia la máquina de
fotografía por una de coser o por un pasaje a Europa. Cuando la vida se lo requiere no
tiene problema en dedicarse a oficios varios: vende discos en el barrio Las Cabañitas, hace
vestidos para niños en Caracas, trabaja en un restaurante en Roma, atiende un hotel en
Stromboli, cuida a una condesa anciana en Bérgamo, es extra de películas en Cinecittá.
Lo importante es continuar su camino “libre y salvajemente”, apropiarse del espacio. Y
esto va en contra de la gran prohibición patriarcal que insiste en la inconveniencia de la
circulación de las mujeres afuera. Giovanna rompe este mandato y logra con su cámara
salir a comerse el mundo y ser ciudadana plena. Sin embargo, su rebelión, tiene un precio
alto. En su vida personal es víctima de agresiones sexuales que en últimas lo que hacían
era llamarla al orden por haberse atrevido a estar donde las mujeres no debían. Y en su
vida laboral, es castigada por fuerzas oscuras que la obligan a exiliarse. En todas estas
acciones, Giovanna está marcando claramente su desobediencia a las normas escritas y
no escritas del género.
Sin embargo, a pesar de que siempre defendió los derechos de los más vulnerables de
la sociedad no se interesó particularmente por los conflictos, caídas o victorias de las
mujeres de su época. Su archivo está decididamente enfocado al mundo de los hombres.
Algo comprensible ya que la política y la esfera pública, que fueron sus grandes pasiones,
eran territorios entonces decididamente masculinos. Una excepción sería el personaje de
María Helena de Crovo, ministra y embajadora, que Giovanna observó y retrató, pero en
su mitología solo suelen aparecer héroes y villanos hombres.
Al margen de este panorama, su archivo sin embargo está lleno de transgresiones
que vale la pena revisar. Por ejemplo, en la serie del basurero, donde tanto recalcó el
liderazgo masculino, hay una fotografía (ver página 18) excepcional que mira hacia
otro lado. En ella, una joven con su hijo en brazos, camina por un sendero semi rural del
barrio Caribe, con una fuerza y actitud que contradice la maternidad débil y burguesa,
inspirada en las madonas católicas, celebrada entonces por fotógrafos como los
Rodríguez. Quizás el antecedente de la imagen de esta mujer que sostiene su destino y el
de los suyos en sus propias piernas solo pueda encontrarse en las barequeras del pintor
Pedro Nel Gómez.
En los registros de la vida íntima del tugurio, también se rebela frente a la tradición, de la
fotografía antioqueña que solo se había interesado por las familias de las élites. Giovanna,
en cambio, mira otras cotidianidades, otras maneras de habitar, de agruparse y cuidarse.
Así, en estas fotos ya no consagra aquella célula ejemplar de la sociedad que debía ser
la familia, sino que denuncia precisamente los bordes de este ideal. Lo hace con “rabia y
ternura”, viendo las injusticias y cantando las resistencias, que es el pathos emocional que
destilan sus dramáticas imágenes. Y que también marcará su tratamiento de los niños
16
abandonados, uno de los motivos más recurrentes, casi obsesivo, de las fotografías de una
mujer que, paradójicamente, decidió conscientemente no tener hijos.
Deseo en la cárcel
Su registro de La Ladera obviamente también pareciera ser una historia exclusivamente
de hombres. Sin embargo, al revisar sus memorias nos enteramos de que realmente, de
principio a fin, esta es una aventura concebida y ejecutada por mujeres, aunque ellas no
aparezcan en las fotos. Es “la doctoresa”, su jefe en El Colombiano, quien programa el curso
de fotografía y decide que sea Giovanna, la única reportera del periódico, quien lo dicte.
La aventura de la joven profesora en un penal masculino obviamente tendrá
implicaciones más allá de las filantrópicas intenciones iniciales y se verá atravesada todo
el tiempo por una fuerte y omnipresente tensión de género. La situación era toda una
provocación. Así se lo recalcaba “Toñilas” cuando a su paso le decía al oído:
“...ramerita intelectual...”, O, se lo hacían sentir sus alumnos en la oscuridad del laboratorio
de fotografía: “Había uno que era el más sobón. Me quería meter mano por todas partes”,
recuerda en una entrevista que le haría décadas más tarde el periodista Fernando Mora. 3
Sin embargo, no se trata solo de cómo podía ser percibida por los presos, sino de cómo Giovanna
los percibía a ellos. En la fotografía de “El baño” (ver página 53), por ejemplo, se establece una
inédita relación visual donde la mujer es un sujeto activo de la mirada y no ya solo un objeto
pasivo y “mirable”, para usar los términos de Laura Mulvey. El interés que le causaba esta imagen
puede medirse por el número de tomas que hizo de la escena y por las experimentaciones a las
que somete posteriormente a estos negativos. En estos, juega con unas formas que le parecen
atractivas y mira con placer desinhibido unos cuerpos masculinos. (ver página 52)
Herejía para una sociedad católica que ha privado a las mujeres de su instinto sexual
y también una transgresión visual. Dice Tamar Garb 4 que en la historia occidental de
las imágenes hay una mirada culturalmente prohibida porque invierte las relaciones
tradicionales de poder en el campo visual: la de una mujer contemplando a un hermoso
cuerpo masculino desnudo que proporciona un espectáculo no amenazador. 5 En esta
fotografía de Giovanna se ha trastocado la clásica mirada del hombre sobre un cuerpo
femenino inerme. Ahora es una fotógrafa quien se arroga el derecho de mirar con deseo a
unos cuerpos masculinos desnudos. Es una de las primeras en hacerlo en la historia de la
fotografía en Colombia.
La mayor rebeldía de Giovanna será su fuga con el bandido “Toñilas”. Una anécdota, que
más allá de su contenido picante, como habitualmente se percibe, es una declaración de
principios. Para ella este personaje no es un monstruo. Al contrario, es un hombre caído a
quien quiere redimir. Hay aquí nuevamente misericordia y horizontalidad. Las fotografías
de “Toño” lo muestran así: un hombre humano, demasiado humano. Un personaje de los
márgenes que, por lo tanto, no tenía tampoco derecho a la imagen, pero a quien ella decide
dársela como emperatriz y señora de su universo visual. Giovanna, fotógrafa y mujer.
3. Mora, F. “Retrato de dama con bandido”, Medellín, Universo Centro https://centrodemedellin.co/ArticulosView.aspx?id=280&type=A&idArt=281
4 . Tamar, G. 2007). “La contemplación prohibida: las artistas y el desnudo masculino a fines del siglo XIX en Francia”, en CORDERO, Karen y SAÉNZ Inda (compiladoras). Crítica Feminista
en la Teoría e Historia del Arte, México, Universidad Iberoamericana, página 223.
5. Mulvey, L. (2007). “El placer visual y el cine narrativo”, en CORDERO, Karen y SAÉNZ Inda (compiladoras). Crítica Feminista en la Teoría e Historia del Arte, México, Universidad
Iberoamericana, página 86.
17
Giovanna Pezzotti, Comunidad del Basurero Municipal, 1968, Archivo familia Pezzotti
18
Entre las etapas que recuerdo con más gusto es esa de 1968 por sus grandes cambios.
Transcurría en medio de protestas idealistas y mi compromiso con la política de los
marginados. Fue mi realización como fotógrafa.
Anónimo, Comunidad del basurero municipal, 1968, Archivos
digitales, Centro de Desarrollo Cultural de Moravia
19
La fascinación de la modernidad
¿Contra qué se rebeló la mirada de Giovanna? Básicamente contra la imagen oficial
de la ciudad que ya se había institucionalizado para la década de los 60. Así lo anota
muy precisamente el historiador Juan David Sandoval Carvajal: “...las fotografías
de Pezzotti se apartarán del canon de fotógrafos reconocidos como Jorge Obando
y Gabriel Carvajal, quienes otorgaban un punto de vista más institucionalizado y
estético de una Medellín rebosante de cambios urbanos, de consolidación de centros
empresariales y turísticos ”.1
Sin embargo, Giovanna tampoco fue indiferente a estos hitos urbanos, como se puede
ver en algunas de sus primeras fotografías. En ella reitera los iconos arquitectónicos
del Medellín moderno como el Hotel Nutibara, infaltable motivo de los fotógrafos
de su generación. Incluso, la Feria de las Flores, ese gran símbolo de antioqueñidad
alimentado por la narrativa turística emergente, es tema de fotografías en las que
también enaltece el mito local del “silletero” manso y rústico, caminando descalzo por
la ciudad moderna.
Este interés es comprensible teniendo en cuenta los años de formación de Giovanna.
Aquí hay que recordar que ella tuvo su primer contacto con la fotografía cuando
trabajó como vendedora en el almacén Fotoelectro de Mario Posada. Este empresario
tuvo un papel fundamental en la creación de la imagen turística de la ciudad desde
su editorial Movifoto. Allí Posada se propuso crearle una imagen reconocible y
vendible a cada región de Colombia. Contrató para ello a varios fotógrafos que
recorrieron el país y realizaron imágenes que se vendían como postales en todo el
país. Estas empezaron a consolidar los clichés visuales que las definirían: el mar
de “los siete colores” representaba a San Andrés, el cerro Monserrate a Bogotá, el
monumento de Sebastián Belalcázar a Cali, el Palacio de la Gobernación a Medellín.
Giovanna inicialmente replica esta mirada estereotipada y comparte la fascinación
complaciente con el progreso y la vida moderna de la estética fotográfica de la época.
1.Sandoval Carvajal, Juan David. A todo color. Turismo, urbanización y usos urbanos de la fotografía en Medellín 1940-1980, p. 155.
20
Giovanna Pezzotti, Junín, década de 1970, 35 mm, archivo Familia Pezzotti
21
Palacio de la Gobernación
Desfile de Silleteros
Giovanna Pezzotti, década de 1970, negativos blanco y negro, 6 x 6 cm, Archivo Familia Pezzotti
22
Escultura La Bachué
Seminario Mayor de Medellín
23
La fotógrafa contra el canon
La perspectiva triunfalista que Giovanna aprendió en Fotoelectro y en la práctica
de sus contemporáneos se horadaría profundamente, y para siempre, cuando se
acerca al Basurero Municipal. Ella no fue la primera en llegar a esta zona residual
y estigmatizada de la ciudad. Ya lo había hecho, por ejemplo, Carlos Rodríguez,
quien según Sandoval, se interesó por los tugurios, su demolición, reubicación
y rehabilitación “con la intención de identificar problemas urbanos, dotarse de
información sobre ellos, para finalmente dar cuenta de su proceso de intervención y
supuestamente mejoramiento”1. Es decir, la fotografía de la época miraba los tugurios
como un tumor que debía extirparse, no tanto por justicia con los desheredados del
Estado, sino para no empañar la piel lustrosa de Medellín.
La sensibilidad de Giovanna, en cambio, es atrapada precisamente por lo que la
imagen oficial pasaba por alto: los tugurianos, sus vidas, sus dolores, sus procesos. En
el basurero no solo encuentra un tema poco explotado, sino un compromiso político y
una mirada social que ya nunca abandonaría. Desarrolla entonces como un proyecto
personal al margen de las fotografías que vendía a la prensa (como las del Reinado
de belleza Nacional), una innovadora exploración decididamente documental.
Se podría decir que es el padre Mejía quien le enseña a mirar de otra manera.
Mejía se ha comprometido con el proceso social de los tugurianos y, como recuerda
insistentemente Giovanna, “no hacía paternalismo, sino que concientizaba a la
gente para que reclamara sus derechos”. Su intención, fuera de mesianismos o
asistencialismos, era apoyar el empoderamiento y resistencia que había encontrado
en esta comunidad. Giovanna decide secundarlo con una cámara que se adentra en la
sociedad de la basura. En ella ve las injusticias más atroces como el desamparo de los
niños que sus madres deben amarrar a las mesas para que no los arrolle el tren o el
de los ancianos olvidados, pero por otro lado también la fuerza ante las agresiones de
la fuerza pública. y el empeño en defenderse.
Y es que, como explica el sociólogo Eberhar Cano, era muy distinto lo que se vivía allí
a lo que se percibía desde afuera:
“La visión externa iba en contravía de lo que se vivía en estos terruños. Los
tugurios eran algo despreciado por los habitantes de la ciudad, mientras que
para los que vivían allí era algo que afirmaba su lugar en el mundo. Era una
condición de orgullo, de verraquera”.2
1. Sandoval Carvajal, Juan David. A todo color. Turismo, urbanización y usos urbanos de la fotografía en Medellín 1940-1980, tesis, Maestría en Historia, Universidad de
Antioquia, 2017, p. 154.
2. Cano Naranjo, Eberhar. Memorias desde un tugurio, Tesis Maestría en Ciencias de la información con énfasis en Memoria y Sociedad, Medellín, 2019, p.16.
24
Es este “orgullo y verraquera” lo que registran los primeros planos de Giovanna que
no se quedan en la visión panorámica y desapasionada de sus colegas, sino que
llegan hasta las entrañas vitales del tugurio. En sus fotografías este ya no será una
llaga marginal que afea la ciudad, sino una demostración de fuerza, de solidaridad y
un estandarte simbólico de resistencia.
Si bien, hay una serie de imágenes dantescas, que por su monumentalidad y crudeza
se acercan a los registros apocalípticos del brasileño Sebastião Salgado, como la de
los niños peleándoles la basura a los gallinazos, el lente de Giovanna celebra en sus
imágenes, sobre todo, la vida. Y en esto, sigue la lección aprendida de los sacerdotes
de Golconda y del “amor eficaz” del padre Camilo Torres.
Como otra ruptura con el canon, para Giovanna la ciudad es también la gente y no
solo los edificios, como apunta el investigador Esteban Duperley. En este punto, se
podría hacer un parangón con el descubrimiento del sujeto urbano y sus dramas
por parte de Débora Arango en las décadas de los años 40 y 50. Esta mirada que
entonces ella inaugura en la pintura iba en contravía de los hitos arquitectónicos que
interesaban por entonces a Luis Bernardo Vieco, Eladio Vélez o Pedro Nel Gómez. Y
será la que retomará nuestra fotógrafa 30 años después.
Sin embargo, Giovanna a diferencia de Débora, quien se concentró en las caídas
y sin salidas de los excluidos, insiste en su fuerza. Los tugurianos no aparecen
en sus imágenes como víctimas inermes, sino como sujetos con poder sobre las
circunstancias adversas e injustas a las que están sometidos. Buscan una segunda
oportunidad en la basura, hacen cadenas humanas, impiden que les tumben los
ranchos. Estas fotos son, además de una denuncia radical, una exhibición de fortaleza
y un reconocimiento a su organización comunitaria. Como dice Sandoval:
“Si las fotografías institucionales se enmarcaban en una representación del
tugurio como problema urbano, en Pezzotti este es más bien una redención, un
lugar donde se originaba la esperanza”.3
Hay pues afirmación en estas fotografías que Giovanna hizo con “rabia y ternura”,
según cuenta en sus memorias. La belleza urbana no la buscó en las líneas de
las montañas, las silletas en las espaldas dobladas, los rostros dóciles de las
mujeres, los brazos fuertes de los arrieros, las estructuras monumentales de los
palacios institucionales, los orgullosos edificios industriales o las ambiciosas obras
urbanísticas de la época, sino en la creatividad, el cuidado solidario y la resistencia
de “un barrio que se hizo entre todos”.4 Sin el testimonio gráfico de Giovanna, no
conoceríamos hoy esta inédita épica visual de la supervivencia.
3. Sandoval Carvajal, Juan David. A todo color. Turismo, urbanización y usos urbanos de la fotografía en Medellín 1940-1980, tesis, Maestría en Historia, Universidad de
Antioquia, 2017, p. 156.
4. Cano Naranjo, Eberhar. Memorias desde un tugurio, Tesis Maestría en Ciencias de la información con énfasis en Memoria y Sociedad, Medellín, 2019, p.13.
25
1 96 8
La fotógrafa
de los tugurios
Giovanna Pezzotti eternizó las memorias
en torno a las luchas tugurianas
Hijos del
tren
Renacer de la
basura
C a mp e s i no s qu e l l e g a r o n a l a c i u d a d
f u e r o n p ob l a nd o l a s l a d e r a s
Apuesta de la Iglesia por la transformación
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CRÓNICA URBANA
Anónimo, Giovanna en el basurero municipal, 1968, copia sobre papel. Archivo
Familia Pezzotti
“ E l c o mp r o m i s o y t r ab aj o
d e s c o mu n a l d e G i o v a n n a
Pe z z o tt i e te r n i z ó l a s
me mo r i a s e n to r no a
las luchas libradas
p e l í c u l a e r a p a r te d e l a
acción política de los
c u r a s p a r a b u s c a r a p o yo
d e l e x te r i o r . L o s p o c o s
r e g i s t r o s fo to g r á f i c o s
p o r l o s t u g u r i a no s c o n
e l f r ate r n a l
a c o mp a ñ a m i e nto d e
Vi c e nte Mej í a y e l
mo v i m i e nto G o l c o nd a .
Cada revelado de una
qu e e x i s te n d e e s te
proceso se deben a su
l e nte c o mp r o me t i d a” .
Renacer
de la
basura
“ F r e nte a l o
qu e ho y e s l a
Te r m i n a l d e
t r a n s p o r te
d e l no r te ,
e s t ab a
ub i c a d o e l
basurero de
la ciudad,
26
E b e r h a r C a no Na r a nj o , Me mo r i a s d e s d e e l t u g u r i o ,
Me d e l l í n , 2 0 1 9
El
Basurero,
una
mo nt a ñ a
de luchas
o e l Mo r r o ,
como le decían
coloquialmente.
Entre 100 y
150 familias
comenzaron
a rehacer sus
vidas entre
montañas de
basura”.
E b e r h a r C a no Na r a nj o ,
Me mo r i a s
d e s d e e l t u g u r i o , Me d e l l í n , 2 0 1 9
Giovanna Pezzotti, Basurero municipal, 1968, Archivos digitales, Centro de
Desarrollo Cultural de Moravia.
El refugio del río
hormigueaban
alrededor
del río seres
anónimos
“Durante las décadas de 1960 y 1970,
hormigueaban alrededor del río seres
anónimos que, por la atroz violencia en sus
veredas, o las promesas de un buen trabajo
en una fábrica, arribaban a la ciudad”.
Construir
los ranchos
“ Co n l o s
m ate r i a l e s
r e s c at a d o s y c o n
e l e s tó m a g o l l e no
d e a l i me nto s
p ut r e f a c to s
e nc o nt r a d o s b aj o
l o s e s c o mb r o s
c o me n z ó l a
construcción
d e l o s r a nc ho s .
Se armaron
de esperanza
y c o me n z a r o n
a revivir sus
s u e ño s . E s te f u e
e l e p i c e nt r o d e l o
qu e s e c o me n z ó
a l l a m a r c o mo
los tugurios de
Me d e l l í n” .
E b e r h a r C a no Na r a nj o ,
Me mo r i a s d e s d e e l t u g u r i o ,
Me d e l l í n , 2 0 1 9
Eberhar Cano Naranjo, Memorias desde el tugurio, Medellín, 2019
Giovanna Pezzotti, Vicente Mejía en el Basurero Municipal de Medellín, 1968,
Archivos digitales, Centro de Desarrollo Cultural de Moravia
E s te f u e e l e p i c e nt r o
d e l o qu e s e c o me n z ó a
l l a m a r c o mo l o s t u g u r i o s
d e Me d e l l í n” .
Se armaron de
esperanza y
c o me n z a r o n a
r e v i v i r s u s s u e ño s
e l e s tó m a g o l l e no d e a l i me nto s
p ut r e f a c to s
“ Mo r a v i a n a c i ó
g r a c i a s a qu e e l
p u e nte E l M i c o
qu e d ab a c e r c a a
l a E s t a c i ó n Vi l l a
d e l Fe r r o c a r r i l d e
Ant i o qu i a . Mu c ho s
c a mp e s i no s qu e
llegaron a la
ciudad fueron
p ob l a nd o l a s
l a d e r a s p o r d o nd e
p a s ab a e l t r e n” .
Hijos del tren
Anó n i mo , “ Mo r a v i a , u n a
mo nt a ñ a d e l u c h a s ” , E l Pe qu e ño
Pe r i ó d i c o , j u l i o 2 0 1 9
Giovanna Pezzotti, Basurero Municipal de Medellín, 1968, Archivos digitales, Centro
de Desarrollo Cultural de Moravia.
Giovanna Pezzotti, Basurero Municipal de Medellín, 1968, Archivos digitales,
Centro de Desarrollo Cultural de Moravia.
27
1 96 8- 1 970
Los curas
rebeldes
Sacerdote
a la cárcel
La opción por
los pobres
P r e s e nc i a d e G o l c o nd a e n Me d e l l í n
E s c á nd a l o n a c i o n a l
Apuesta de la Iglesia por la transformación
E S PE C TÁC ULO S • C ULT URA • C I UDAD • E C LE S IÁS T ICAS • VIAJE S • DE P ORT E S • N E G O C IO S • P OLÍ T ICA
CRÓNICA ECLESIÁSTICA
Los curas rebeldes
de la opinión pública,
las clases dirigentes
y la jerarquía de la
iglesia católica frente
al espectáculo de los
llamados “curas rebeldes”.
Javier Darío Restrepo,
Camilo, el
inspirador
Anónimo, Giovanna, Vicente Mejía e Isabel Restrepo, madre de Camilo Torres,
década 1970, negativo 6 x 6 cm. Archivo Familia Pezzotti
“Inspirado en la
experiencia de Camilo
Torres Restrepo, de la
mano de su madre Isabel
Restrepo y de académicos
como Germán Zabala
y Germán Guzmán
Campos, Golconda surge
como una expresión de
la experiencia cristiana
latinoamericana
comprometida con
un pueblo oprimido y
empobrecido”.
Eberhar Cano Naranjo, Memorias desde
el tugurio, Medellín, 2019
E l p a d r e Vi c e n t e
pertenecía a Golconda.
En ese grupo de
sacerdotes, debajo de
cada sotana había un
hombre dispuesto a
luchar por los derechos
humanos.
Bogotá, 1995
“A finales de los 60, Colombia se vio sorprendida por
la irrupción de grupos contestatarios de sacerdotes
católicos en el campo social y político. Hasta entonces
el clero había estado asociado a la lucha entre los
partidos conservador y liberal. De ahí el desconcierto
Giovanna Pezzotti, Sacerdotes de
Golconda: Luis Currea, Juan de la
Cruz Sánchez, Alfonso Vanegas,
Noel Olaya, René García, Manuel
Alzate, Roberto Becerra y Luis
Zabala. 1969, negativo 6 x 6 cm.
Archivo Familia Pezzotti
Ser tuguriano
“El grupo de sacerdotes
de Golconda emprende un
camino de compromiso
radical con las comunidades
marginadas del país y por
ende con las comunidades
tugurianas de Medellín.
Deseaban desligar a la iglesia
de la riqueza y el poder
político económico y social. El
cristianismo para Golconda
era estar en medio de la
pobreza. Vivir y ser tuguriano
para asumir el compromiso
con la transformación de
esa realidad”.
Eberhar Cano Naranjo, Memorias
desde el tugurio, Medellín, 2019
Giovanna
Giovanna Pezzotti, Sacerdotes del grupo Golconda, Manuel Alzate, Vicente Mejía,
Luis Currea y René García, ca 1969, 6 x 6 cm. Archivo Familia Pezzotti
28
La Revolución de las sotanas. Planeta,
Giovanna Pezzotti, Vicente Mejía con la comunidad el Basurero Municipal, 1968, Archivos digitales, Centro de
Desarrollo Cultural de Moravia.
Sacerd o te s a la c á r c e l
“En 1969, cuando
René García,
Manuel Alzate
y Luis Currea
se desplazaron
a Medellín a
participar junto
a Vicente en
un evento en
la Universidad
de Antioquia,
fueron detenidos
y golpeados
por agentes de
seguridad del
Estado. Esto
generó polémica
en la prensa
nacional y un
debate en el
Senado. Después
fueron liberados”.
Óscar Calvo, “Vicente Mejía, el
sacerdote que levantó a Medellín”,
Periódico Universo Centro, Medellín,
Número 57, julio 2014
Giovanna Pezzotti, René García y Manuel Alzate sacerdotes de Golconda, ca 1969, negativo 6 x 6 cm.
Archivo Familia Pezzotti
La opción por
los pobres
“La experiencia
del Grupo
Golconda
surgió en
1968 en el
contexto de
la Teología de
la Liberación,
el Concilio
Vaticano II y
la Conferencia
Episcopal de
Medellín. Fue
la apuesta de
sectores de la
iglesia por la
transformación
social y su
opción por los
pobres”.
Cristhian Aguirre, “El grupo
Golconda: inspirador de una nueva
forma de hacer Iglesia”, Universidad
Pedagógica Nacional, 2015.
Giovanna Pezzotti, Vicente Mejía con René García (extrema derecha) y otros sacerdotes del grupo Golconda, ca
1969, negativo 6 x 6 cm. Archivo Familia Pezzotti
El obispo renovador
Giovanna Pezzotti, Gerardo Valencia Cano, Obispo de Buenaventura, ca 1969,
negativo 6 x 6 cm. Archivo Familia Pezzotti
“El escándalo mayor
lo provocaba la
presencia del obispo
de Buenaventura
a la cabeza del
grupo Golconda.
Monseñor Gerardo
Valencia Cano
El cristianismo
para Golconda
era estar en
medio de la
pobreza.
no tenía amplios
conocimientos,
pero sí una aguda
intuición alimentada
por una caridad sin
límites. Respaldaba
al grupo por
entender que allí se
gestaba una acción
renovadora de la
iglesia inspirada en
la preferencia por los
más pobres”.
Javier Darío Restrepo, La Revolución de
las sotanas. Planeta, Bogotá, 1995
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DE ESE CURA
Me encantaba su aire de libertad
En esos deliciosos años 68, un amigo poeta me llevó a conocer a
Vicente Mejía, el apóstol que hablaba el idioma del amor, llevaba
el evangelio a los tugurios, se batía por la libertad de los otros y
desafiaba sin miedo a los poderosos. A su regreso de Bélgica, le
habían dado una parroquia en el basurero municipal de Medellín.
Tomé allí algunas fotos.
Al otro día el padre revolucionario llegó a mi
estudio. Ojeó las fotos. Le dije: “Son suyas, se
las regalo”. Me dijo avergonzado que me las
pagaba, pero le contesté: “No, padre. Quiero
colaborar con usted. Cuente conmigo”. Y me
quedé con el apóstol.
De él me encantaban sus ojos azules, su
cabello rebelde y su aire de libertad. Vestía
una camisa muy blanca, con clériman. No
escondía nada. Imitaba a Cristo. Me pidió
que lo acompañara a los tugurios y me
invitó a luchar por los niños sin futuro, los
ancianos con rostros de piedra, las viudas
cansadas de vivir.
El padre estaba feliz de llevar una voz de aliento a esta gente
a la que le faltaba todo. A la vez, la gente se sentía feliz de
ver a alguien que los defendía sin miedo. Les decía que Cristo
había venido a la tierra a salvar a los pobres. Él no hacía
paternalismo, concientizaba a la gente para que reclamara
sus derechos. Pertenecía al grupo de Golconda.
30
Al otro día el padre revolucionario llegó a mí. Finalmente,
al párroco Vicente las altas esferas de la Iglesia lo
degradaron tanto, que tomó la decisión de irse a vivir con
los tugurianos. Le ayudamos a construir un rancho en el
basurero municipal, donde vivió. Allí fundó la Cooperativa
de Recicladores.
Un médico amigo nos dijo que nosotros
no podíamos trabajar en el basurero ni
vivir en los tugurios porque no teníamos
defensas. El padre se quedó hasta que se
enfermó. Después, le prohibieron regresar.
A él lo humillaron, lo criticaron, lo atacaron.
El sistema se había encargado de dividirnos y
calumniarnos. Como un boomerang, la justicia
por la cual habíamos luchado se volvió en nuestra
contra. Marginados, satanizados y destruidos, cada
cual cogió su camino.
Y esta fábula se quedó sin concluir...
Giovanna Pezzotti, Serie El Basurero Municipal y el padre Vicente Mejía, 1968, negativos blanco y negro, 6 x 6 cm. Archivo Familia Pezzotti y Centro de Desarrollo Cultural de Moravia.
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Giovanna Pezzotti, Serie El Basurero Municipal y el padre Vicente Mejía, 1968, negativos blanco y negro, 6 x 6 cm.
Archivo Familia Pezzotti y Centro de Desarrollo Cultural de Moravia.
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Giovanna Pezzotti, Serie El Basurero Municipal y el padre Vicente Mejía, 1968, negativos blanco y negro, 6 x 6 cm.
Archivo Familia Pezzotti y Centro de Desarrollo Cultural de Moravia.
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Íbamos al restaurante del
basurero. Un día el plato era
sancocho de gallina. Cuando
terminamos, el padre le dijo a
Carmen:
-Muy bueno. ¿Cómo lo hiciste?
Ella contestó:
-Padre, sencillo. Esas gallinas las
botan casi buenas.
Yo pregunté.
-¿Y las salchichas?
-También, señorita. Las recojo,
las lavo y las cocino. Usted sabe…
hirviendo las cosas se mueren
los microbios
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Antes de terminar la eucaristía,
nos avisaron que la fuerza
pública estaba tumbando los
ranchos. El Padre dijo: “¡Vamos,
y hacemos una cadena humana
para que no los puedan tumbar!”.
Llegó con su sotana, con los
niños, las viudas, los ancianos.
Nos pusimos al frente.
Cuando llegaron los policías y
no pudieron pasar, retrocedieron,
pero nos pidieron acompañarlos
a la inspección. Después nos
soltaron. Llegué a mi casa a
ponerme paños de agua caliente
sobre los morados de los
bolillazos que recibí.
Giovanna Pezzotti, Serie El Basurero Municipal y el padre Vicente Mejía, 1968, negativos blanco y negro, 6 x 6 cm.
Archivo Familia Pezzotti y Centro de Desarrollo Cultural de Moravia.37
Giovanna Pezzotti, Patios y celdas de La Ladera, 1970, negativo 6 x 6 cm. Archivo Familia Pezzotti
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El día de la inauguración del curso en La Ladera yo hice una exposición de fotografías
sociales y hubo una rueda de prensa. En ella participaron algunos de los reclusos y todo
el patronato carcelario. Hubo música, bebidas, pasabocas. Al día siguiente, el periódico
destacaba mi nombre y mi labor altruista en letras de molde con una gigantesca foto, donde
se veían apartes de la inauguración y una leyenda alusiva. Total, ya me había comprometido
o me habían comprometido. No tenía alternativa.
Anónimo, Cárcel La Ladera, 1970, negativo 6 x 6 cm. Archivo
Familia Pezzotti
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Memorias de la prisión
Y es esta mirada rebelada, moldeada en el extremo paisaje visual y social del basurero, la
que Giovanna lleva a la cárcel dos años después, en 1970. Cuando, como colaboradora del
periódico El Colombiano, le ofrecen dar allí un curso de fotografía, no duda en aceptarlo.
Siente que va a hacer algo extremo y, no es casual, que se lo cuente al padre Mejía, quien
le dice: “Giovanna, pierdes tu tiempo. ¡Allí no hay nada que hacer!”. Pero, nadie tuvo nunca
la potestad de dirigir a Giovanna. Y ella, al contrario, sentía que había mucho por hacer.
Entre clase y clase realizada al interior del penal, la joven fotógrafa tiene una total
licencia para moverse entre los patios y las rejas, pudiendo explorar el mundo oculto de
la cárcel, al que ni siquiera otros periodistas varones habían llegado. Así logro registrar
algunas de sus grietas oscuras, pero también algunas luminosas, vitales. El resultado fue
un conjunto de sorprendentes imágenes que nos llegan a través de las rejas y las décadas
como una suerte de cartas desde la prisión. Documentos descarnados y sin censura
realizados por el atrevido ojo de la profesora de fotografía. Entre sus tomas y las de sus
alumnos, lograron una inédita y perturbadora bitácora de la cárcel, orquestada por la
mirada misericordiosa de Giovanna, quien se sintió acogida entre los excluidos. Y, por su
parte, tampoco los estigmatizó.
Pocas personas la habían precedido en esta inmersión en las cloacas de la ciudad: un
lugar donde los derechos humanos no existían, con un hacinamiento del 400 %, dejado
a su suerte detrás de los candados de las rejas. Un caso muy sonado había sido el
del escritor nadaísta Gonzalo Arango, quien fue recluido allí una década antes, como
represalia por su ataque al Encuentro de Intelectuales Católicos en Medellín en 1960.
Después de pasar cuatro días en la cárcel, escribió un famoso libro de 16 capítulos
llamado Memorias de un presidiario nadaísta. Sin embargo, su aventura heroica se
desdibujaría años después, cuando el también escritor Alberto Aguirre, entonces su
abogado, hizo público algunos detalles desconocidos por sus lectores:
“Estuvo en la Ladera de sábado en la mañana a martes en la mañana. Él, después, en
la revista de Jaime Soto que se llamaba Contrapunto, escribió dizque sus memorias
de presidiario, pero como le pagaban 500 pesos por entrega fue alargando y acabó
estando como quince días en la cárcel. Y cuenta unas historias raras, pero yo había
logrado que lo pasaran al patio segundo, que era el bueno, y no le pasó nada”.1
Las memorias que infló Arango, por motivos prácticos y pecuniarios se caracterizan,
sobre todo, por el físico terror que el poeta estaba sintiendo y que le hace sentir al lector
(“Fui por él a la Ladera. Allá lo encontré, estaba como un pajarito”, recuerda Aguirre).
Este temor paraliza su olfato de escritor y permea la visión de un entorno que percibe
amenazante (“un infierno”), lo mismo que a sus habitantes a quienes describe como
“procesión de haraposos”, “chusma hambreada”, “mutilados de guerra”, “más miserables
que mendigos”.2
Es otra la actitud y el ojo de Giovanna quien, aunque reconoce que está “con los más
temidos asesinos de la ciudad, los más atroces atracadores y tumbadores”, no tiene
1. Gonzalo Arango.com (https://www.gonzaloarango.com/vida/aguirre-alberto-1.html)
2. Arango, Gonzalo. Memorias de un presidiario nadaísta (1991). Medellín, Ediciones Autores Antioqueños, Secretaría de Educación y Cultura, 218 páginas.
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problema en sentarse con ellos a chupar helado, comer carne con cebolla o, simplemente,
a hablar. En cambio, a Gonzalo Arango, la comida de la cárcel solo le inspira asco: “Los
presos estiraban los tarros que se llenaban de una sustancia pegajosa, de sabor indefinible,
de olor repulsivo, que me puso al borde del vértigo”.3
Por supuesto, que la posición de Giovanna era otra. Había llegado allí como profesora y se
la percibía inofensiva. Característica de la que siempre se aprovechó en su trabajo, como
cuando décadas después logró infiltrarse en el círculo interno del gran capo de la mafia,
según ella, por las mismas razones. Sin embargo, sabe manejar su situación, de alguna
manera privilegiada, y se deja llevar por la más genuina curiosidad que le provocaron
siempre las fronteras de la legalidad. Las recorrió y las fotografió siempre que pudo, sin
rechazar a las personas que allí conoció y que consideró precisamente eso: personas. Y
es esto lo que exhala cada una de sus fotografías de la cárcel: humanidad. Los monstruos,
diría, los encontró después en la política.
Lo que había aquí era buenas historias. Giovanna no veía la horda de “haraposos,
hambreados, miserables, mutilados y mendigos” que describía despectivamente Arango.
Al contrario, observaba con empatía a personas, dramas, resistencias, caídas. Y eso es
visible en sus retratos, donde los enterrados en vida se asomaron a la ciudad que los
daba por muertos. Estaba allí el criminal, claro, pero también el preso filósofo, los niños
encarcelados al lado de los adultos que sin embargo aún jugaban, los “maricas” que le
posaron con sus mejores galas, los guardas que le sonreían.
Gracias a su inmersión, sus fotos de La Ladera se diferencian diametralmente de las
aéreas realizadas por Gabriel Carvajal desde un avión, donde solo queda constancia del
emplazamiento del edificio en un extra muro de la ciudad, cuya lejanía exorciza a la
sociedad de la perturbación de un problema social que no puede resolver.
Sus imágenes también van en otro sentido de las que hizo allí el reportero Carlos
Rodríguez. Aunque este sí entra en la cárcel, no se sumerge ni entabla las relaciones de
confianza que logra Giovanna. Esto es visible en las fotos del baño de los reclusos que
ambos toman. El muro de ladrillo y el cielo abierto nos dan pistas de que se trata del
mismo lugar y la misma actividad dentro de la cárcel. Sin embargo, el pathos de las
imágenes es completamente diferente. Los personajes en la foto de Rodríguez, con su
toalla a la cintura, están posando. Es decir, representan su rol de presidiarios frente a un
reportero mirón.
En la imagen de Giovanna (ver página 53), en cambio, la cámara desaparece. Sus
personajes la han olvidado. O, al menos, han hecho las paces con la agresión que esta
Carlos Rodríguez, La Ladera, 1958.
Archivo Histórico de Antioquia
siempre supone. Los bañistas simplemente siguen adelante con su ritual diario. Mientras
la fotografía de Rodríguez es políticamente correcta y devuelve la imagen controlada
y esperada de lo que debe ser el baño en una prisión, la de Giovanna es provocadora,
inusual, fresca. Un dedo hundido suavemente y sin temor en la profunda intimidad del
cuerpo recluido.
3. Arango, Gonzalo. Memorias de un preso nadaísta (1991). Medellín, Colección de Autores Antioqueños, p. 78.
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AG O STO 1 970
Giovanna en
La Ladera
Pa r t i c i p a r o n a l g u no s d e
l o s r e c l u s o s y to d o e l
p at r o n ato c a r c e l a r i o .
D i c t a c u r s o d e fo to g r a f í a
Música, bebidas y pasabocas en la inauguración del curso
Apareció el
infierno
Por Cristo que todo lo
que quise fue caer muerto
E S PE C TÁC ULO S • C ULT URA • C I UDAD • E C LE S IÁS T ICAS • VIAJE S • DE P ORT E S • N E G O C IO S • P OLÍ T ICA
CRÓNICA JUDICIAL
Curso de
fotografía
dicta
Giovanna
en La
Ladera
La Ladera, la cárcel que se construyó en
el barrio Enciso en 1921 para solucionar
los problemas
penitenciarios de
Medellín, terminó
cerrando en 1976 en
medio de un enorme
problema.
El crecimiento de la
población reclusa
y el abandono estatal para su terminación
acentuaron la inseguridad, con fugas
sensacionales.
El hacinamiento llegó a superar el 400
por ciento. Para la época de su clausura
albergaba 3.400
presos, aunque
su capacidad era
para 800 hombres.
Otro factor fue la
indisciplina interna,
con constantes riñas,
heridas y muertes
dentro del plantel. En general, se dieron todo
tipo de violaciones a los derechos humanos
de los detenidos.
Te x t o a d a p t a d o d e Po s a d a , J . D . y Ac e v e d o , L . M . , P r i v a c i ó n d e l i b e r t a d e n l o s e s t ab l e c i m i e nt o s d e M e d e l l í n , Ág o r a U . S . B . v o l . 1 2 n o . 1
M e d e l l i n Fe b r e r o / Ab r i l , 2 0 1 2 .
“Curso de fotografía dicta Giovanna en
La Ladera”, periódico El Colombiano,
Medellín, sábado 1 de agosto de 1970.
Apareció el
infierno
“Sacudida de cadenas, la puerta rechinó y
lentamente apareció el infierno.
En comparación con el espectáculo que se
ofrecía a mis ojos, lo de Dante era el sueño
de una noche de bodas. Por Cristo que todo
lo que quise fue caer muerto. El guardia al
verme vacilar desintegrado por el terror,
me empujó por la espalda suavemente para
hacerme entrar”.
Gonzalo Arango
Giovanna Pezzotti, Requisa en La Ladera, 1970, negativo, 35 mm.
Archivo Familia Pezzotti
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El
presidiario
y el
novelista
mentirosos
Me comprometí
G i o v a n n a Pe z z o t t i , C á r c e l L a L a d e r a , 1 9 7 0 , n e g a t i v o , 3 5 m m . Ar c h i v o Fa m i l i a Pe z z o t t i .
El día de la inauguración del
curso yo hice una exposición
de fotografías sociales y hubo
una rueda de prensa. En ella
participaron algunos de los
reclusos y todo el patronato
carcelario. Hubo música,
bebidas, pasabocas. Al día
siguiente, el periódico destacaba
mi nombre y mi labor altruista
en letras de molde con una
gigantesca foto, donde se veían
apartes de la inauguración y
una leyenda alusiva. Total, ya
me había comprometido con el
curso de fotografía a los presos,
o me habían comprometido. No
tenía alternativa.
Ladrón que roba ladrón
En la década de
los 60, el escritor
Gonzalo Arango
escribió la novela
Memorias de un
presidario nadaísta,
donde contaba su
experiencia en La
Ladera. Unos años
más tarde, Alberto
Aguirre reveló que
este testimonio era
falso. Arango había
plagiado a otro
novelista, Mauro
Álvarez, quien sí
había estado detenido
en uno de los patios
más peligrosos. Al
final de sus días,
Álvarez se quejó de
este robo intelectual.
Sin embargo, lo
que no contaba
era que las fotos
que acompañaban
su novela no las
había tomado él.
Es que Álvarez,
a su vez, había
usado imágenes de
Giovanna Pezzotti, a
quien nunca le dio los
créditos.
G i o v a n n a Pe z z o t t i , Re c l u s o s l e y e n d o e n L a L a d e r a , 1 9 7 0 ,
n e g a t i v o , 3 5 m m . Ar c h i v o Fa m i l i a Pe z z o t t i
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MI VIDA
EN LA CÁRCEL
Un día me llamó Mary, mi jefe en el periódico,
y me dijo: “Estoy preparando un reportaje de la
cárcel y necesito que tomés unas fotos. Abajo nos
está esperando el carro.
Y agregó: “querida Giovanna, te cuento que desde
hoy hago parte del Patronato Carcelario. Y quería
consultarte si querés dictar un curso de fotografía
a los reclusos”.
Esa misma tarde buscamos un lugar en
la cárcel donde pudiéramos poner un
laboratorio. En un cuarto organizamos todo lo
necesario para hacer un curso de fotografía.
Dispuse de todo mi tiempo y
libertad… y me fui a vivir a la cárcel
de los hombres, de los bandidos.
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Me quedaba con los presos,
almorzaba con ellos en los
caspetes. Toñilas me invitaba a
comer carne asada con cebolla
picada. Tomábamos aguapanela
caliente de sobremesa.
En la tarde, con otros presos, nos
reuníamos en el patio a chupar helados.
Compartía de cerca con los más
temidos asesinos de la ciudad
los más atroces atracadores,
tumbadores, chanchulleros, y
toda clase de delincuentes.
Estaba sentada en una banca del patio
hablando con Bruno, un recluso filósofo. Yo me
preguntaba: ¿cómo un hombre tan serio, tan
honesto, tan moral está en la cárcel? Pagaba el
abuso de la inteligencia, la burla al sistema.
Me quedaba hasta que
llegaba un soldado y me
decía poniéndose la mano en
la frente:
“Señorita, que el comandante le
manda a decir que es muy tarde para
que una mujer esté aquí”. Entonces
me acompañaba hasta la puerta.
Fijé mis ojos en un preso que
estaba fumando marihuana.
Bruno me dice: “sí Giovanna,
aquí es donde más se consume,
pero los vicios no son tan
malos. Mi abuela decía que uno
debe cabalgar sobre los vicios,
no los vicios sobre uno. Murió
de 96 años”.
Giovanna Pezzotti, Serie Cárcel La Ladera, 1970, negativos 6 x 6 cm y 35 mm. Archivo Familia Pezzotti.
45
EL
BANDIDO
Por las mañanas mi amiga gozaba las
mieles del amor en brazos de Antonio
José Medina, mientras a mí me tocaba
enseñarles a más de diez bandidos en
un cuarto oscuro a revelar las fotos
que tomábamos dando vueltas dentro
de la cárcel.
La idea del curso de fotografía en la cárcel era una
treta de mi jefe que se había enamorado de un recluso,
llamado Toñilas. Quería estar cerca de él sin despertar
sospechas. Ella, una doctora y escritora, ahora caía en
las garras de un vulgar bandido que estaba pagando
una condena por robo a mano armada, atraco de
bancos y dos asesinatos.
Toñilas era un hombre alto, flaco, de una belleza
particular. Parecía un príncipe oriental. Tan bello que te
hacía soñar, con una sonrisa que te invitaba a pecar. Yo
era cómplice de mi amiga que tenía 20 años más que
yo… y 20 años más que él.
Mientras mi amiga se preparaba a
escaparse con él, el día que le dieran
su boleta de libertad, en mí crecía la
ansiedad del amor. Sería yo la que
escaparía con él. Entonces vivía en una
casa de la Calle El Palo y una noche
sentí que tocaron a la puerta. Era él.
Entre él y yo había una afinidad. Ese
hombre me desafiaba con la sonrisa.
Éramos jóvenes. Yo no le tenía miedo al
bandido y surgió una atracción
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Sabíamos que nos destruiríamos, pero nos
necesitábamos. Había una razón. Él tenía que cobrarle
a la vida sus errores. En cambio, yo tenía que cobrarle
a la vida las injusticias.
¡Cómo lo amaba! Viajamos por montañas, ríos,
llanuras, mares.
Al día siguiente compramos dos
pasajes para un pueblo medio
salvaje que está en el mar Caribe.
Mi felicidad era plena. Me estaba
escapando con él. Ay, tenía mi
bandido junto a mí. ¿Quién ha dicho
que amar es pecado?
La naturaleza vistió a la novia
de blanco con un velo más puro
que el agua. Y como regalo nos
dio un océano azul.
Nunca quise representar en
primera persona esa payasada tan
ridícula del matrimonio.
A nosotros nos unió la naturaleza.
No necesitamos de curas ni de
jueces pagados, ni de ritos, ni de
vestidos, ni de yugo de flores.
Antonio después se metió a la
mafia y viajó a Estados Unidos.
Él tuvo una alternativa, pero
prefirió el dios dinero. Siguió
su camino, yo, el mío. Un tiempo
después regresó. Algún día me
contaron que lo habían matado.
Sin embargo, nuestro idilio duró
apenas unos meses. Volvimos a
Medellín. Me di cuenta de que era
un drogadicto, que estaba acabado.
Me fui por mi cuenta y empecé a
recuperar lo mío. Mi vida. Mi alma.
Giovanna Pezzotti, Serie Antonio, 1970, negativo, 6 x 6 cm. Archivo Familia Pezzotti.
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Giovanna Pezzotti, Garita de La Ladera, 1970, negativo, 6 x 6 cm. Archivo Familia Pezzotti
Giovanna Pezzotti, Cárcel Hacinamiento en La Ladera, 1970, negativo, 6 x 6 cm. Archivo Familia Pezzotti
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Giovanna Pezzotti, Maricas en La Ladera, Medellín, 1970, negativo, 6 x 6 cm. Archivo Familia Pezzotti
Giovanna Pezzotti, Cárcel La Ladera, 1970, negativo, 6 x 6 cm. Archivo Familia Pezzotti
49
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Giovanna Pezzotti, Serie Cárcel La Ladera, 1970, negativos 6 x 6 cm y 35 mm. Archivo Familia Pezzotti.
51
Giovanna Pezzotti, El baño, 1970, negativos, 6 x 6 cm. Archivo Familia Pezzotti
52
Giovanna Pezzotti, El baño, 1970, copia en papel,. Archivo Familia Pezzotti
53
Giovanna Pezzotti, Presidente Alfonso López Michelsen en la inauguración de los Juegos Centroamericanos y del Caribe en Medellín, 1978, negativo 35 mm, blanco y negro.
Archivo Familia Pezzotti
54
Yo había conocido idealistas, poetas, escritores, artistas, luchadores en los tiempos en que
acompañaba al padre Vicente Mejía en su trabajo con los tugurianos del basurero, pero no
me había acercado a los políticos, esos monstruos de la corrupción. Tenía curiosidad y un día
decidí vestirme de cámara y participar de su payasada.
Comencé a ver cómo inflan personajes sin mérito, títeres que se dejan manejar. Hombres
que poseen el don de la palabra, el dominio de las masas, pero que son pobres marionetas
movidas por otras manos. Idiotas útiles de algunos intereses. Vi como allí el fin justifica los
medios. Miraba a los candidatos de arriba abajo y pensaba: “Si estos son los que nos van a
conducir, estamos perdidos”.
55
Los políticos, esos monstruos
Con los políticos tradicionales, Giovanna es decididamente iconoclasta. Es en ellos
donde encuentra a los monstruos. Los desacraliza. No parecen interesarle mucho ni
ideológica ni visualmente. Sus fotos de políticos encargadas suelen ser estereotipadas,
planas, de composición descuidada. Pocas veces se trata de retratos propiamente
dichos, realizados con el ánimo de hurgar almas o historias de vida. Son fotos hechas
en el fragor de la plaza pública. Allí desfilan candidatos, alcaldes, presidentes y
expresidentes, indolentes, fríos y desconectados. Aunque dice que se esfuerza por
encontrar el mejor ángulo, que se sube a tarimas y árboles para lograr la mejor
toma, estas no son las mejores imágenes de su archivo. Al contrario, vemos a estos
personajes detrás de micrófonos, con actitudes retóricas, en serie.
Las fotos encargadas por el Directorio Liberal, en particular, muestran un momento
específico de la política local en la década de los 80. Aparecen allí caudillos como
Bernardo Guerra Serna o el gobernador Iván Duque, en sus visitas a pueblos, en
sus arengas multitudinarias. Con el mismo descuido, registra a personajes del otro
lado del espectro como los conservadores J. Emilio Valderrama o Misael Pastrana
Borrero en sus convites de aldea. Sin embargo, hay mayor empatía con el candidato
presidencial de la ANAPO, Gustavo Rojas Pinilla, mucho más cercano a sus intereses
políticos, con quien posa sonriente, al lado de su nieto, el joven Samuel Moreno.
Es un modelo repetido, como si todos estuvieran representando el mismo papel, sin
variación, uno que ella conoce muy bien y no le genera sorpresas ni atención. Por
eso, sus encuadres suelen ser igualmente estereotipados y aburridos. Una excepción
es la magnífica foto de Alfonso López Michelsen en los Juegos Centroamericanos de
Medellín en 1978. (Ver página 54). En ella lo retratado, más que el entonces presidente
de Colombia, es la puesta en escena del “político” como personaje, su tinglado, su
parafernalia. Ficción creada precisamente por los medios de comunicación y los
reporteros que son aquí realmente el foco de atención de su mirada.
La tarima era una fiesta
En este contexto es en el que empieza a emerger el exótico Pablo Escobar, quien
sí parece encender su interés visual. El olfato periodístico de la sabuesa que fue
Giovanna detecta allí algo noticioso, aunque al principio no sepa exactamente qué
es. Le atraen las masas que aquel moviliza. Observa el séquito servil de monjas,
sacerdotes, políticos, futbolistas, tugurianos, detrás del rastro del dinero y los
favores de Escobar. Capta las pancartas donde la gente le expresa su adoración.
Va a sus movilizaciones. Lo analiza. Baila con él. Lo ve tímido, insignificante, pero
también reconoce su sagacidad y misterio. Llega a su intimidad en la Hacienda
Nápoles. Lo retrata sin camisa rodeado de políticos áulicos y acalorados en
las noches tropicales y aguardientosas del Magdalena Medio. No termina de
comprenderlo. La intriga.
Lo más interesante de las pocas fotos de Escobar que se salvaron de su archivo
perdido son las tarimas. Giovanna cuenta que el mafioso, entre todos los reporteros,
solo la dejaba subir a ella. Seguramente por verla inofensiva, vivaracha, atenta. La
tarima es una puesta en escena milimétricamente controlada. Se hace para emitir
signos de poder. Siempre está llena de letreros, micrófonos, cables, invitados. Todo lo
que sucede allí está coreografiado.
El caudillo de turno se ubica al centro y sus comparsas alrededor. La altura de
la tarima les ofrece poder a quienes se encaraman en su potencia simbólica. Los
que están arriba tienen la palabra y la visibilidad. El político se muestra, habla y
encanta. Arrastra. El pueblo está abajo, escucha, repite, corea lo que se le pide. Es
la parte visible del guión de un espectáculo que se hace para los ojos, los oídos,
56
las emociones. Detrás están las fuerzas oscuras que desde abajo no se ven. Sin
embargo, la mirada entrenada de Giovanna capta también esta tras escena con
toda la suspicacia posible.
Las tarimas más icónicas que registra son aquellas en las que aparece el
senador Alberto Santofimio Botero, el candidato de Renovación Liberal, en sus
visitas a Antioquia. El político local Jairo Ortega lo había puesto en contacto
con el “filántropo” Pablo Escobar. Aunque ambos han sido expulsados del Nuevo
Liberalismo por sus vínculos con la mafia, aquí eso no parece importar.
La tarima es una fiesta. Adelante está Santofimio en su campaña presidencial
representando su papel de inflamado mesías. Atrás, sus compinches en camisetas
y mangas de camisa. La diva Virginia Vallejo presenta el circo, luego escucha, mira
con desconfianza. La tensión es extrema. Escobar, al lado de su esposa, ocupa un
lugar marginal. Aparece y desaparece. No se muestra demasiado. Lo suficiente para
que quede claro su apoyo, pero discreto para no llamar demasiado la atención. Son
los títeres los que deben verse en la función teatral que dirige.
Hay una foto fundamental en esta serie (ver página 66). En ella, los políticos se
han bajado de la tarima. Aunque se repiten los personajes, algo sutil y definitivo
ha cambiado en la escena. El senador está en el centro, como siempre. Viste una
camisa roja y parece susurrarle algo a Jairo Ortega, también de rojo. Con este
color alardean de su adscripción al partido liberal que ya sospecha de ellos. Muy
juntos, todos tratan de escuchar una palabra en tono bajo, que es la que los conecta.
Guardan silencio para atrapar el susurro. Solo hablan sus miradas, pero estas nunca
se cruzan. A la extrema derecha, una mujer se integra. Está de perfil, atenta. Es
quien viste más elegantemente. Sin embargo, la dura expresión de su rostro, el gesto
decididamente agresivo de su boca, contradice la liviandad del vestido, el delicado
collar y la flor. La seda pareciera querer contener infructuosamente algo oscuro que
allí se está cocinando y desbordando. Acentúa la farsa que expele la imagen.
Atrás, a la izquierda, Escobar, con la mirada de lince que tanto le impresionaba
a Giovanna, no se esfuerza por escuchar. Mientras todos tienen un rostro adusto
y ceñudo, el capo esboza una ligerísima sonrisa, mientras sube la ceja. Con la
perspectiva histórica actual, sabemos que no tenía que esforzarse. El sartén lo
tenía por el mango: era el verdadero director de la coreografía, el verdadero
emisor de la palabra.
Giovanna, a quien no vemos, pero hemos de imaginar allí, está presenciándolo todo.
Los protagonistas de la foto no parecen intimidados por su cámara. No reparan
en ella. De ahí la fuerza de la imagen, porque los participantes del conciliábulo
no están posando. Se han quitado la máscara que se ponen en la tarima. En
este momento, solo están siendo descaradamente ellos. Giovanna, invisible, se ha
metido adentro de la escena privada. Dispara sin pudor. Congela la componenda, el
tejemaneje, los pactos bajo cuerda. Alguien está vendiendo su alma al mejor postor.
Alguien está comprando a un mesías. Una fotógrafa ha registrado la transacción.
Ha retratado la maldad.
Por las subterráneas conexiones entre las imágenes, hay una de la historia del arte
que es arrastrada por esta escena oscura. La inquietante fotografía de Giovanna
de la década de los 80 es un eco casi literal de la escena de Judas en la Última
Cena de Leonardo Da Vinci. Los gestos, los rostros de perfil, las miradas de reojo,
el secreto, el susurro, la desconfianza son casi los mismos. También la perspectiva
del testigo que inmortaliza el suceso. Giovanna, dos milenios después, retrata como
el pintor renacentista, más que a personajes, la traición misma. Esa que le torcería
como pocas el rumbo al destino de nuestro país. La narcopolítica había nacido. Y la
fotógrafa había asistido al momento en que fue engendrada. Nos dejó su testimonio.
57
Década de 1 980
De políticos,
mafiosos y
mártires
G i o v a n n a s e p e r f i l a c o mo
r e p o r te r a p o l í t i c a
El alcalde
que no fue
Representantes
bajo sospecha
Ap o y a l a c a mp a ñ a a l a a l c a l d í a d e l
d o c to r Hé c to r Ab a d G ó me z
Por Cristo que todo lo
que quise fue caer muerto
E S PE C TÁC ULO S • C ULT URA • C I UDAD • E C LE S IÁS T ICAS • VIAJE S • DE P ORT E S • N E G O C IO S • P OLÍ T ICA
CRÓNICA POLÍTICA
De políticos,
mafiosos y
mártires
Durante la
década de los
años 70 y 80,
Giovanna se
perfila como
reportera
política y
cubre las
actividades
de algunos
de los
protagonistas
de la época.
Publica sus
fotografías
en diversos
medios de la
ciudad.
Giovanna Pezzotti, Cecilia Caballero, Alfonso López Michelsen y Julio César Turbay Ayala, 1978, negativo 35 mm., blanco y
negro. Archivo Familia Pezzotti.
Representante
bajo sospecha
Giovanna Pezzotti, Gobernador de Antioquia Iván Duque Escobar, 1982, negativo
35 mm., blanco y negro. Archivo Familia Pezzotti
Giovanna es
nombrada
fotógrafa del
Directorio
Liberal de
Antioquia.
Por su lente
desfilan
algunos de sus
58
más poderosos
miembros
como Bernardo
Guerra Serna
y el entonces
Pablo
Escobar es
elegido como
representante
por Antioquia
a la Cámara
y apoya
al senador
Alberto
Santofimio.
Como fotógrafa de la campaña del Directorio
Liberal, Giovanna se encuentra con el Movimiento de
Renovación Liberal, en el que militaba Jairo Ortega,
después de que él y Pablo Escobar fueron expulsados
del Nuevo Liberalismo debido a la sospecha de sus
conexiones con el narcotráfico. Ambos son elegidos
como representantes por Antioquia a la Cámara y
apoyan al senador Alberto Santofimio.
gobernador,
Iván Duque
Escobar.
Giovanna Pezzotti, Pablo Escobar, senador Alberto Santofimio y el representante
Jairo Ortega en una manifestación del Movimiento de Renovación Liberal, 1982,
negativo 35 mm., blanco y negro. Archivo Familia Pezzotti
Los que van
a morir,
te saludan
Giovanna Pezzotti, Gonzalo Álvarez, Mario Arango, Alberto León Muñoz y militantes de la Unión Patriótica, 1987, negativo
color 35 mm. Archivo Familia Pezzotti
Al t i e m p o ,
Giovanna
se ocupa de
otra ala del
espectro
político,
y cubre
algunas
de las
actividades
de los
m ie mb ro s
del partido
izquierdista
d e l a Un i ó n
Pa t r i ó t i c a
(UP).
El archivo perdido
A la muerte de Pablo Escobar, Giovanna vende el
archivo de las fotografías que le ha realizado al
capo a un periódico local, perdiéndoles el rastro.
Algunas de estas saldrían a la luz unos años
después, en una nota publicada por ese medio
con gran despliegue en 2006, cuando Virginia
Vallejo da su testimonio ante la DEA acerca de
las relaciones entre la mafia y la clase política
colombiana. Sin embargo, el periódico que
publica este histórico documento gráfico, no le
da el crédito a Giovanna, su autora.
Juan Guillermo Palacio, “La bella, el capo y el reo”,
periódico El Colombiano, Medellín, domingo 30 de julio
de 2006, página 1C. (Fotografías de Giovanna Pezzotti)
El alcalde que no fue
Ta mb i é n a p oy a l a c a mp a ñ a a l a
a l c a l d í a d e l d o c to r Hé c to r Ab ad G ó me z
( 1 9 8 7 ) p o r e l p a r t i d o l i b e r a l , e nt r e
o t r o s s u c e s o s e n l a p r i me r a p l a n a d e
e s t a c o mp l ej a y a g i t ad a é p o c a .
G i o v a n n a Pe z z o t t i , H é c t o r Ab a d G ó m e z , c a n d i d a t o a l a
Alc ald í a de Me del l í n , 1 9 8 7, ne gativo bl a nc o y ne g ro 3 5 mm .
A r c h i v o Fa m i l i a P e z z o t t i
59
UN CAPO
EN EL OJO
Vi un afiche que anunciaba la visita del senador
candidato a la presidencia de la República.
Invitaba el Directorio Liberal. Cuando llegué,
senadores, diputados, periodistas y cámaras de
televisión ya estaban en la tarima.
El “Negro”- mi colega-, me dijo:
- Monita, mirá. ¿Ves a ese que está a la derecha del
senador? Se llama Pablo Escobar. Es un mafioso
muy rico.
-¡No jodás!, voy a tomarle fotos.
Desde ese día empecé a seguir las actividades
públicas del hombre al que llamaban el Robin Hood
de la época. Le vendía las fotos, y él me pedía rebaja.
Pablo era blanco, de cabello oscuro, se peinaba de
lado con crespo en la frente. Tenía los ojos grandes y
astutos. Misterioso. Siempre alerta como un felino, de
pocas palabras y escasas sonrisas. Pasé mis ojos por
su estatura. No parecía tan rico. No parecía grande. No
tenía reloj de oro. Vestía de tenis y blue jean sin marca.
60
Esos políticos oportunistas utilizaron al
mafioso para que les patrocinara la campaña.
A cambio lo nombraron Diputado de la
Cámara de Representantes.
Había regalado un barrio a la gente del
basurero y tenía un programa llamado
“Medellín sin tugurios”. Ese domingo llevé la
cámara y, con curiosidad, me fui a ver. Los
artistas hacían una auténtica fiesta, pero
tampoco faltaban monjas, curas y políticos que
llegaban a pedirle plata al mafioso.
Una tarde de lluvia, iba en el carro de
Jorge, mi colega, cuando escuchamos
en la radio la noticia: a Pablo le habían
quitado la inmunidad parlamentaria.
Jorge frenó en seco, se orilló y se puso
pálido. Fue el comienzo del fin.
Giovanna Pezzotti, Serie Pablo Escobar, negativos 35 mm. Archivo Familia Pezzotti. 1 y 2, Alberto Santofimio Botero y Virginia Vallejo en manifestación del movimiento Renovación Liberal, 1982.
61
EL
APÓSTOL
En un sistema así, hay que ser político por obligación.
Uno no puede ser sordo ni ciego ante tanta injusticia.
Y me metí otra vez hasta el culo. Con agresividad, sin
miedo, lo acompañaba por los tugurios, los barrios.
No se sabía quién estaba matando a quién. La vida
no valía nada. No nos permitían llorar a nuestros
muertos. Si nos solidarizábamos, nos ponían en la lista.
Comenzó la campaña para elegir alcalde popular. No
tenía intención de participar, pero oí en las noticias
que un apóstol del pueblo, Héctor Abad Gómez, médico,
presidente de los Derechos Humanos, se había lanzado
como candidato para la alcaldía.
El día que mataron al presidente de los maestros
de ADIDA, Luis Felipe Vélez, estaba en mi estudio.
Por el frente pasó el desfile que lo acompañaba al
cementerio. Vi el féretro con rabia. Salí a la tienda
de la esquina. Allí me encontré con un amigo que me
dijo: “Giovanna, ¡mataron a Héctor Abad y a Leonardo
Betancourt! A una cuadra de aquí, cuando estaban en
el velorio de Luis Felipe”.
62
¡No lo podía creer! No, a Héctor no. Lo
conozco desde hace 20 años. Es muy
bueno. A él no. ¡Asesinos! .
Me dio un ataque de histeria. Mi
amigo trataba de calmarme, pero
era más fuerte que yo.
No sé cuántas horas lloré.
Al otro día fui al Directorio a
llevar una linda foto que le había
hecho el sábado pasado con el
fondo de la bandera nacional.
Giovanna Pezzotti, Serie Héctor Abad Gómez, 1987, negativos 35 mm. Archivo Familia Pezzotti.
63
¡ESA COSA
QUE SE LLAMA MIEDO DEL MIEDO!
En esos días mataron a Jaime Pardo Leal,
candidato de la Unión Patriótica a la presidencia.
Lo llamaron “Crónica de una muerte anunciada”.
Me preguntaba: ¿quién los está matando?, ¿por
qué? Con mucho miedo me puse un vestido
blanco y fui a apoyar a la Unión Patriótica, a
solidarizarme con ellos y a llorar sus muertos.
Comencé a sentir el régimen de terror. Pensé: “Ya
no quiero hacer más política”. Pero teníamos rabia
y seguimos la campaña con Mario Arango, un
intelectual, abogado, escritor, poeta y loco.
Un día, invitaron a nuestro candidato Mario
Arango a un debate con Gonzalo Álvarez, el
candidato de la Unión Patriótica a la alcaldía.
Pobrecitos, los estaban exterminando.
Allí conocí a Alberto León Muñoz, el coordinador
de la UP, y me hice su amiga. Él estaba llevando
un proceso a los pobres tugurianos de Villa Tina
que habían perdido lo poco que tenían en un
deslizamiento que se había podido evitar. Yo tenía
unas fotos que había tomado para las Empresas
Públicas de Medellín en ese sector y se las regalé.
Giovanna Pezzotti, 1987, negativos color 35 mm. Archivo Familia Pezzotti. 1. Mario Arango. 2. Entierro simbólico de Jaime Pardo Leal en Medellín. 3. Gonzalo Álvarez, Mario Arango y militantes de la Unión Patriótica.
64
Alberto León era un hombre muy tierno. Los ojos,
negros, grandes. Su mirada, alegre, maliciosa,
inteligente. Los dientes perfectos, la risa
descomplicada.
Tenía miedo de que lo asesinaran. Pasé por su
oficina y me invitó a almorzar. Me dijo mientras
caminábamos por Junín: “Giovanna, tranquila, a las 12
del día no matan”.
Me volví su ángel de la guarda. No lo
desamparaba. Una noche lo invité a mi
estudio y en compañía de amigos nos
emborrachamos. Al otro día, amanecí
enguayabada. Me estaba bañando,
cuando escuché una noticia en la radio:
“Atención, otro crimen político: Acaban
de asesinar al doctor Alberto León
Valencia”. ¿Qué se siente? No sé. ¡Esa
cosa que se llama miedo del miedo!
Fue lo más cruel, lo que me destrozó
el alma. Se me helaron los huesos. No
podía coordinar lo que estaba haciendo.
Las fotos se me quemaban.
Me fui adonde lo estaban velando.
Comencé a gritar: ¡asesinos!
Sentía dolor, por él y por los que
quedábamos. No podía creer que
también a él me lo habían matado.
4. Barrio Villa Tina. 5, 6, 7, 8. Alberto León Muñoz, periodista y Secretario Ejecutivo de la Unión Patriótica en Medellín.
65
Giovanna Pezzotti, Pablo Escobar, el senador y candidato a la presidencia Alberto Santofimio y el
representante Jairo Ortega, 1982, negativo color, 35 mm. Archivo Familia Pezzotti
66
Giovanna Pezzotti, María Elena Jiménez de Crovo,
representante, senadora y ministra de Trabajo, s.f.,
negativo 6 x 6 cm. Archivo Familia Pezzotti
Anónimo, Samuel Moreno, Giovanna y el candidato presidencial Gustavo Rojas Pinilla, 1970, negativo
35 mm, blanco y negro. Archivo Familia Pezzotti
Giovanna Pezzotti, Cecilia Caballero de López,
primera dama, 1974, negativo blanco y negro 35
mm. Archivo Familia Pezzotti
Giovanna Pezzotti, Presidente Belisario Betancourt y gobernador de Antioquia Nicanor Restrepo
en la inauguración del Aeropuerto José María Córdoba de Rionegro, 1985, negativo 35 mm, color.
Archivo Familia Pezzotti
Giovanna Pezzotti, Ernesto Samper, 1982, negativo
35 mm, blanco y negro. Archivo Familia Pezzotti
67
Giovanna Pezzotti, Festival de Ancón, 1971, negativo 6 x 6 cm., blanco y negro. Archivo Familia Pezzotti
68
Tenía el mundo en mis manos. Acababa de entrar por la puerta grande del periodismo,
por mis propios medios. Estaba viendo premiado mi esfuerzo, veía estimulado mi talento.
Desde ese día fui una persona importante. Era joven y bella. Me mandaban a cubrir los
principales eventos. Conocí el poder de la prensa. Me hacían entrevistas. Salía retratada en
periódicos y revistas. Hacía exposiciones de fotografía.
Comencé a destruir mitos, a perderle el miedo a los personajes de turno, a conocer sus
pensamientos, debilidades. Los fotografiaba con mi cámara y con mis ojos. Los archivaba
en negativos y positivos.
Anónimo, Giovanna y el humorista Montecristo, s.f. Archivo Familia Pezzotti
69
Giovanna Pezzotti, Serie Niños, década de 1970, negativo, 6 x 6 cm. Archivo Familia Pezzotti
70
71
Giovanna Pezzotti, Serie Niños, década de 1970, negativo, 6 x 6 cm. Archivo Familia Pezzotti
72
73
Giovanna Pezzotti, Totó la Momposina, negativo 6 x 6 cm., blanco y negro. Archivo Familia Pezzotti
Giovanna Pezzotti, José Barros, músico, s.f., negativo 6 x 6 cm. Archivo Familia Pezzotti
74
Giovanna Pezzotti, Jaime Botero, director de teatro, s.f., negativo 35 mm,
blanco y negro. Archivo Familia Pezzotti
Giovanna Pezzotti, Julio Cortázar y Mario Benedetti, encuentro de escritores en Mérida
Venezuela, decáda de 1970, copia sobre papel, blanco y negro. Archivo Familia Pezzotti
Giovanna Pezzotti, Michel Arnau, publicista, negativo 6 x 6,
blanco y negro. Archivo Familia Pezzotti.
75
Giovanna Pezzotti, Festival de Ancón, 1971, negativo 6 x 6 cm., blanco y negro. Archivo Familia Pezzotti
76
77
Giovanna Pezzotti, Reinado Nacional de Belleza en Cartagena, 1969, negativo 6 x 6 cm., blanco y negro. Archivo Familia Pezzotti
78
Giovanna Pezzotti, “Marica” en La Ladera, 1970,
negativo blanco y negro, 35 mm. Archivo Familia Pezzotti
Giovanna Pezzotti, Lesbianas en Bogotá, ca. 1973,
negativo, 35 mm. Archivo Familia Pezzotti
79
Giovanna Pezzotti, Giovanna en Europa, ca 1966, copia en papel. Archivo familia Pezzotti
80
Giovanna creció escuchando historias de viajes y de mares de la boca de su padre, un conde
italiano que se había radicado en Colombia. Por eso, desde muy pequeña quiso conocer el
mundo. Después de la muerte de este, viajó en barco a mediados de los años 60 a Scalea, en
el sur de Italia, a reclamar infructuosamente la herencia paterna, junto a su madre y sus dos
hermanos menores. Aprovechó esta oportunidad para estudiar fotografía en Milán y Bayer.
Regresaría después de cuatro años. A mediados de la década de 1970, va a Venezuela, donde
se establece en Caracas y Mérida. En la década de los años 80 se radica en Medellín hasta
1987, cuando es amenazada y decide volver a Italia. En este viaje también vuelve a reclamar
la herencia familiar que nunca recuperaría, debido a que sus parientes de la mafia calabresa
se la habían apropiado. En 2003 regresa a Colombia a cuidar a su madre enferma. Se
establece en la ciudad, ya retirada del periodismo, dedicada a escribir y a estudiar literatura
con Reinaldo Spitaletta, hasta el final de sus días en 2019.
Anónimo, Giovanna en su viaje de regreso a Colombia desde Italia, finales década de los 60. Archivo Familia Pezzotti
81
Mi papá era un conde italiano que había llegado
a Colombia en un barco, en el que comerciaba
piedras preciosas. Se enamoró de la hija del dueño
de la pensión donde se hospedaba en el barrio
Buenos Aires. Ella era una elegante maestra de
Aguadas, de dulce mirada y tiernos silencios.
El conde era valiente, decía lo que pensaba, no
dejaba que nadie se metiera con la educación de
sus hijos. Un día llegó diciendo que tenía mucho
dolor en el pecho, que llamáramos a un médico. Y
se murió de un infarto.
Teresa Villegas y Francisco Antonio Pezzotti
Yo tenía 9 años. Éramos una familia compuesta
por cinco hombres y yo, la única mujer. Quedamos
en la miseria. Mi lógica infantil me decía que desde
ese momento me quedaría sola y que había llegado
la hora de entrar al teatro de la vida.
Esta situación también me liberó. Todos vivían
muy ocupados. No tenía quien me regañara. Me iba
a jugar lejos, caminaba por el centro de la ciudad.
Salvajemente, pasaba mi infancia en el barrio San
Diego. No respetaba peligros, ni tenía miedo de
nada ni de nadie.
Mis amigos eran la oscuridad, los caminos, la
soledad. Me tocó desarrollar la inteligencia, el
talento, la astucia. Me matriculé en un colegio
nocturno y al tiempo comencé a trabajar.
Una amiga me llevó a Fotoelectro, el almacén más
elegante y bien ubicado de la ciudad. Allí vendía
artículos fotográficos. Me llamaba la atención mi
jefe, bello, elegante, auténtico. Hizo una huelga y
lo echaron. Me quedé sola y tuve que aprender el
arte fotográfico. Era un reto que me ponía la vida
y lo acepté.
82
Un día nos llegó una carta de Italia. Decía que
podíamos reclamar una herencia en Scalea.
Después de 10 años de la muerte de papá,
habíamos olvidado que él tenía allá unas
propiedades familiares. Esta noticia era un
respiro, una esperanza.
Pensé: ¡También es la oportunidad de ir a Europa
a hacer un curso de fotografía! Nos lanzamos a la
aventura de recuperar la herencia, mi mamá, mis
dos hermanos menores y yo.
Viajamos, pero no pudimos reclamar la herencia
porque un pariente se había quedado con todo.
Mi mamá se devolvió para Colombia con el
hijo menor. Yo me quedé en Italia con mi otro
hermano. Trabajé para conseguir el dinero para
podernos devolver: limpiaba vidrios, cuidaba niños,
sacaba perros a pasear. Y me acordé de que tenía
una meta. Escribí a casas fotográficas y con
becas pude asistir a un curso de fotografía a color
en Milán y otro en Bayer.
Cuando regresé a Colombia a finales de los años
60, transcurría en medio de protestas idealistas,
conferencias, museos, cine-foros, exposiciones.
Un día tocó a mi puerta un poeta. Me ofreció su
mano. Me invitó a conocer un mundo surrealista.
Me enseñó cómo se violaban los astros. Me mostró
el misterio. Me llevó por caminos de libertad. Me
regaló su mundo. Me dio sus alas transparentes
para que las usara cuando estuviera cansada de
caminar. El poeta se llamaba Raúl Henao, el más
grande y puro de los poetas colombianos.
Restrepo
Margarita
, Giovanna,
ijo), en
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H
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Roca, Raú
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Raúl Henao
(esposa de
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ap
tr
O
Raúl Henao y Fernando González (hijo)
83
Puse un pequeño estudio fotográfico. También fui
a un periódico. El director me dijo: “...Nunca hemos
tenido una reportera gráfica mujer, ¿quieres
colaborar con nosotros?”. Ese día me bauticé y
fui a tomar las fotos de la candidata al Reinado
Nacional de Belleza. Yo misma revelé y copié la
película en mi laboratorio. ¡No podía creer! ¡Esas
fotos en blanco y negro de un rostro perfecto de
mujer las había tomado yo! Serían publicadas en
uno de los periódicos más vendidos de Colombia y
vería mi nombre en letras de molde. ¡Era reportera!
María Luis Riascos, Reina de Belleza, 1969
Tomaba las fotos y con ansiedad,
con curiosidad, con vanidad,
entraba al laboratorio a cualquier
hora, después de quién sabe
cuánto tiempo de trabajo, en
condiciones difíciles o en peligro
de muerte. No podía soportar
la ansiedad de ver el resultado.
Plasmaba lo que buscaba. Era un
momento importante. Nada me
podía desconcentrar.
1985 fue el año de mi purificación. No sabía qué
hacer. No tenía trabajo. Me habían intentado
matar tres veces, pero no estaba derrotada. En
Navidad hice un propósito: dedicarme solo a mi
laboratorio. Un amigo me alquiló un local y el 2
de enero estaba haciendo un paradisíaco espacio
para soñar. En dos años no quise saber nada de
política ni de la prensa, solo hice fotos artísticas.
84
En 1987 volví al ruedo. Cubrí la campaña del
Directorio Liberal y de algunos compañeros de
la UP. Mientras revelaba en mi estudio las fotos,
tenía la radio prendida para saber a quién le había
tocado el turno, a cuál de mis amigos debía llorar.
La paranoia no me dejaba vivir. Me daba miedo
ir al estudio, mi antiguo refugio, testigo de tantas
noches bohemias…
Le conté a un amigo mi decisión de irme para
Italia. Para poder comprar el pasaje, le vendí mi
equipo fotográfico. Cuando fuimos a recogerlo, vi
un sobre en el suelo. Decía “Funeraria Betancourt”.
Estaba dirigido a mí. Temblando se lo mostré. Él
me dijo: “Saquemos el equipo rápido que me estoy
orinando del miedo”. No volví nunca. Viajé ese
24 de diciembre. Me refugié en Italia y otra vez
intenté recuperar la herencia en Scalea.
En Italia me enfrenté con capos de la mafia
calabresa que se habían apoderado de
nuestra herencia. Me amenazaron, intentaron
envenenarme y sufrí un infarto que me tuvo al
borde de la muerte.
Viví en Scalea, Stromboli, Bérgamo, Milán, Roma.
Viajé mucho. Volví a Colombia. Colgué la cámara
por miedo. Era otra. Entendí que había llevado una
vida inconsciente y que por ello fui tan atrevida e
irreverente. Decidí dedicar mi vida a escribir una
novela, a hacer gimnasia y a estudiar literatura.
85
Cronología
MARIA GIOVANNA PEZZOTTI
VILLEGAS
1942
•Valida en el horario nocturno del
colegio María Auxiliadora tercero
y cuarto de bachillerato y hace un
curso de mecano - taquigrafía en la
Escuela Remington.
fotográfica a color en la sede de Kodak
de Milán.
•Termina bachillerato en el Colegio
La Milagrosa.
1964
•Nace en Medellín María Giovanna,
la única mujer de los seis hijos de la
familia Pezzotti Villegas. Su padre es
el conde italiano Francesco Antonio
Guanzitto Pezzotti, oriundo de Scalea
(Calabria), comerciante establecido en
Colombia como importador de encajes,
fantasías, piedras preciosas, las cuales
vende en los pueblos antioqueños.
Su madre es Teresa Villegas, quien
se dedica a coser. Viven en el barrio
Colón, cerca de la Estación Cisneros del
tren, donde Giovanna pasa sus primeros
años.
1951
•Muere su padre de un ataque al
corazón. Giovanna tiene 9 años. Su
familia se traslada al barrio San Diego,
donde termina de crecer en medio de
las dificultades económicas causadas
por la ausencia de su padre.
1953
•Estudia en el Colegio de las Carmelitas
Descalzas en Sabaneta.
1962-1963
•Su familia recibe una carta del estado
italiano, en la que les informan que
pueden hacer posesión de tierras de su
padre en Scalea (Calabria). Giovanna
viaja con su mamá y sus dos hermanos
menores. Para su supervivencia, llevan
una máquina de coser. Vuelan en avión
a Cartagena, de cuyo puerto salen en
el barco Donizzetti. Este hace la ruta
La Gaira (Venezuela), Curazao, Islas
Canarias, Barcelona, Nápoles. De allí
viajan en tren a Scalea.
•Al llegar, son amenazados por la
mafia local, que se ha apoderado de
sus propiedades y les hace renunciar
a la herencia, pero no tienen dinero
para devolverse. En un principio solo
se regresan a Colombia su madre y
hermano menor. Giovanna permanece
en Milán con su otro hermano. Se
dedican a realizar trabajos varios para
sobrevivir y poder reunir el dinero para
volver. Giovanna entonces retoma el
sueño de estudiar fotografía que ha
incubado en sus tiempos de vendedora
de Fotoelectro y aplica a varias becas.
1965
•La industria Ferrania de Fabricación
de Productos Sensibles de Milán le da
una certificación como especialista en
manejo del color.
1966
•Obtiene una certificación de formación
teórica y práctica en el manejo de
materiales fotográficos de Agfa –
Color en una escuela autorizada de
esta marca en Leverkussen – Bayer
(Alemania).
•Toma un curso de impresión
86
•La compañía Ferrania le financia un
viaje de turismo a Francia.
1967
•Desde Colombia, un conocido le ofrece
pagar su tiquete de regreso a cambio
de traer algunos equipos de laboratorio.
Giovanna acepta y toma un barco en
Hamburgo para volver a su país.
1968
•A su regreso está decidida a
convertirse en fotógrafa. Conoce al
poeta Raúl Henao, quien la pone en
contacto con el grupo de nadaístas y
escritores como Jaime Espinel y Juan
Manuel Roca. Asiste a conferencias,
museos, cine-foros, exposiciones. Por
su cuenta –dice- “estudiaba sicología,
sociología, antropología, idiomas,
historia, geografía, economía, política,
literatura”.
•Instala un pequeño estudio fotográfico.
•Un amigo la invita a los tugurios
del asentamiento Fidel Castro en el
basurero municipal que después se
llamará Moravia. Conoce allí al padre
Vicente Mejía, quien pertenecía al grupo
de sacerdotes izquierdistas Golconda
y era el líder espiritual y social de
este barrio. Giovanna comienza un
sistemático registro fotográfico del
lugar, su vida cotidiana, sus personajes,
sus luchas y resistencias. También, de
la labor incansable del padre Mejía.
Giovanna, además, lo acompaña, junto
a otros simpatizantes de la causa, a
las visitas que este hace a sindicatos y
pueblos que registra con su cámara.
•Retrata a los integrantes del grupo
Golconda: el obispo Gerardo Mosquera,
René García, Luis Currea, Alfonso
Vanegas, Manuel Alzate y Noel Olaya.
1969
•Se forma como guía de turismo local
en el SENA (materias: organización del
tour, geografía e historia, relaciones
humanas, castellano, folklore, cívica,
inglés, ética).
•En octubre presenta la exposición
Los tugurios en la Biblioteca de la
Universidad de Medellín.
•Ofrece sus servicios al periódico El
Colombiano. En noviembre, junto a
la periodista Gloria Cecilia Arango,
Giovanna (quien es presentada en
una nota de El Colombiano como
“una consagrada reportera gráfica,
suficientemente experimentada”)
viaja a Cartagena para cubrir “las
informaciones en el desarrollo del
Concurso Nacional de Belleza” como
enviada especial de este diario.
“Embajada informativa de El Colombiano
viaja a Cartagena”, 7 de noviembre de 1969,
periódico El Colombiano.
Década 70
https://ia801908.us.archive.
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desde%20el%20tugurio%20completo%20
%281%29.pdf
•Como reportera independiente hace
colaboraciones para el periódico El
Colombiano y otros medios de la ciudad.
•Trabaja en su “Foto-studio Giovanna”,
ubicado en el barrio Las Cabañitas
(Bello). También participa en eventos
como el Festival de Ferias realizado en
el Coliseo Aurelio Mejía.
hombre?”, 1973
•Retrata a políticos de la vida nacional,
presidentes y expresidentes de
Colombia.
•Escribe artículos para algunas revistas
de esa ciudad.
•Se matricula en la Universidad
Hispanoamericana de Bogotá en la
Facultad de Derecho, No continúa con
estos estudios.
1975
1970
•En agosto, dicta un curso de fotografía
en la Cárcel Distrital de Medellín La
Ladera. La inauguración del curso se
hace con una recepción en la que exhibe
sus fotografías del Basurero Municipal.
Giovanna aprovecha su estancia en la
cárcel para realizar fotos de su interior
como nadie antes que ella lo había
logrado.
•El Centro Educativo Francisco de Paula
Santander le otorga un reconocimiento
de “Honor al Mérito” por “su labor
desarrollada en la campaña en pro de la
rehabilitación del recluso durante el año
de 1970”.
1971
•Cubre el Festival de Ancón (junio 18
– 21), evento de rock realizado en La
Estrella (Antioquia).
•El periódico Órbita 75 de Medellín
le expide un carnet de periodista
autorizándola como su “representante”.
1978
“En los XIII Juegos Centroamericanos
y del Caribe, Giovanna Pezzotti
se consagra como una magnífica
reportera gráfica”.
Anselmo Quiroz, Revista Órbita, Medellín,
julio 1978
1976 – 1979
1972
•Sus fotografías del Basurero Municipal
circulan en Europa, gracias a los viajes
del padre Vicente Mejía en los que
buscaba apoyo para estas comunidades:
“Uno de los grandes logros del
trabajo de Giovanna Pezzotti estuvo
representado en el destino de sus
fotografías. Cada revelado de una
película fotográfica era parte de la
acción política de los curas que hacían
parte de Golconda para buscar ayuda
y apoyo del exterior. En el caso de
Medellín, las fotos eran un material
crucial en las dinámicas organizativas
y de acción política para el movimiento
de la ciudad”.
Eberhar Cano Naranjo, 2019. Memorias
desde el tugurio, Medellín, Tesis Ciencias
de la Información, Universidad de
Antioquia, página 9.
•Homenaje del Circulo de Periodistas
de Antioquia (CIPA) y de la Sociedad
Antioqueña de Ingenieros (SAI) a los
reporteros gráficos Hernando Vásquez,
Henry Molano, Ely Martínez, Juan
Lastra, José Betancur y a la reportera
gráfica Giovanna, participantes de
la primera exposición de fotografía
informativa convocada por el CIPA.
1973
•Viaja a Bogotá
“Giovanna Pazzotti (sic), con su cámara
al hombro y un cúmulo de ambiciosos
anhelos, ha llegado a Bogotá a hacer
suerte”, reseña la prensa capitalina. “Los
horizontes de Medellín se le hicieron
demasiado estrechos y circunscritos”.
Bogotá, domingo 18 de marzo, El
Espectador, “La mujer en la reportería
gráfica. ¿Compañera o competidora del
•Realiza varios viajes a Venezuela,
estableciéndose intermitentemente
en Caracas y Mérida.
•Trabaja en el almacén de productos
y equipos fotográficos Fotoflash, en
el periódico Venezuela Empresarial
y la Revista Zeta de Caracas, entre
otros medios de ese país.
En Mérida, cubre el Encuentro de
Escritores Latinoamericanos, donde
retrata a Julio Cortázar y Mario
Benedetti.
87
1980
1988
•Al principio de la década de los 80,
Giovanna continúa con su estudio
fotográfico en el barrio Las Cabañitas,
que después trasladará a Boston,
en el centro de la ciudad. Colabora
con varios medios como el periódico
El Colombiano, la revista Juicios de
Fedempresas, el radioperiódico Mundo
al día, para el que realiza crónicas
sobre diversos temas.
•Es nombrada fotógrafa oficial del
Directorio Liberal en Antioquia. En 1982
cubre, además, los eventos proselitistas
del Movimiento de Renovación Liberal
al que pertenecen los diputados Jairo
Ortega y su suplente Pablo Escobar.
También registra los eventos públicos
del programa “Medellín sin tugurios” y
del movimiento Civismo en Marcha del
exótico personaje conocido entonces
como el “Robin Hood” paisa.
•Es candidata a la Cámara de
Representantes por el Partido Blanco
Colombiano, pero no es elegida.
1985
•Se retira por un tiempo del periodismo
político y se dedica a experimentar con
la fotografía a color en su estudio.
•Toma cursos de empresarismo
ofrecidos por la Universidad Pontificia
Bolivariana a afiliados a la Corporación
Microempresas de Antioquia.
•Cubre la inauguración del Aeropuerto
José María Córdoba de Rionegro.
1987
•Vuelve a la reportería política para
registrar la campaña a la alcaldía del
defensor de los derechos humanos
Héctor Abad Gómez. Cuando éste es
asesinado, acompaña a Mario Arango,
al igual que algunas actividades de los
miembros de la Unión Patriótica.Otros
amigos suyos también son asesinados.
Diciembre 24
•Ante amenazas y hostigamientos,
viaja nuevamente a Italia huyendo
de la violencia en Medellín. Tiene,
además, la intención de volver a
reclamar la herencia de su familia en
Scalea (Calabria).
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varias veces al archivo con el ánimo
de recuperarlas. No se resigna a creer
que ya no figuren en el inventario.
Jamás las ha visto publicadas”.
Fernando Mora. “El capo en la cámara:
Pablo Escobar en política”. Revista El
Malpensante, edición 102, octubre 2009.
https://pabloescobargaviria.info/el-capo-enla-camara/
2000
•De 1987 a 2003 vive en Italia en las
ciudades de Roma, Scalea, Bérgamo,
Stromboli y pasa algunas temporadas
en Venecia, Milán y Florencia.
•Cuando llega a Roma, le lleva una
carta de recomendación del Directorio
Liberal de Antioquia a Julio César
Turbay Ayala, embajador de Colombia
en la Santa Sede del Vaticano.
•Trabaja en el laboratorio de un
reportero gráfico iraní.
•Comienza a escribir su autobiografía,
proyecto en el que trabaja hasta el final
de sus días.
1990
•Participa en el “Hermanamiento
artístico Calabria–Campania”, con la
conferencia “Linea, Luce, Colori e piano”
en el Hotel Santa Caterina de Scalea.
1994
•“Stromboli, La Perla Negra”, textos y
fotos de Giovanna Pezzotti, especial
de turismo desde Italia, El Colombiano,
domingo 4 de septiembre de 1994,
página 12 D.
•A la muerte de Pablo Escobar, vende
el archivo de sus fotografías a un
periódico de Medellín.
•“Ante el revuelo de la noticia de la
muerte de Pablo Escobar, Giovanna
tuvo miedo de seguir guardando por
más tiempo la colección de fotos más
numerosa y codiciada en ese momento
por cualquier prensa del mundo.
Confundida, llevó los mil quinientos
negativos al jefe de redacción de un
diario antioqueño. Este de inmediato
le entregó una suma irrisoria que
ella no pudo rechazar. Como si se
tratara de la pérdida de un tesoro
familiar, Giovanna regresó una y
•Exposición “La otra realidad” en el
Centro Mujer de Scalea, ubicado en su
sector histórico durante la temporada
de Navidad.
“La muestra está dividida en paneles
temáticos: los niños, los niños
explotados, los ancianos, los detenidos,
las personas que viven en los tugurios
en las enormes villas periféricas de las
ciudades latinoamericanas. El consejo
es dejarse llevar mientras se miran
estas tomas…”.
Laura Luongo, “Muestra fotográfica de una
reportera incómoda”, Diario La Provincia,
Scalea (Italia), martes 5 de diciembre de 2000.
2003
•Vuelve a Colombia a acompañar a su
madre enferma y se queda a vivir en
Medellín.
2006
•Se publican en El Colombiano varios
reportajes sobre Pablo Escobar con
fotos de Giovanna, pero sin su crédito.
•José Guillermo Palacios, “La bella, el
capo y el reo” (página 1C), “Matar a
Galán: lo oí doce o diecisiete veces”
(página 2 C) y “Veintipico de años de
dineros calientes” (3 C), periódico El
Colombiano, Medellín, domingo 30 de
julio de 2006.
•Asiste al Seminario Literatura y Artes
Visuales, colegio Comfama (Medellín)
2008
•La foto Baño o Libertad en la cárcel,
presentada por Giovanna con el
seudónimo Scalea, es la ganadora
del Concurso de Fotografía Librería
Palinuro. El fallo fue entregado en el
marco de la Fiesta del Libro por los
jurados Jorge Mario Múnera, Juan
Fernando Ospina y Fernando Mora. Este
premio fue uno de los primeros eventos
que ayudaron a poner nuevamente en
circulación las imágenes de Giovanna en
la ciudad, después de sus años de exilio.
“El proceso vital del barrio Moravia le
permitió a Giovanna formarse como
artista al registrar al ser humano
vulnerable, en medio de su trabajo y
su lucha”.
Yeison Henao, promotor cultural, Centro
de Desarrollo Cultural de Moravia.
“Yo soy como el Deportivo
Independiente de Medellín que se
demoró casi 50 años para conseguir
una estrellita. Siempre había soñado
una exposición, pero no creí vivir para
ver mis fotografías colgadas en estos
muros construidos por el arquitecto
Rogelio Salmona, en esta comunidad
que tanto quiero que es la de Moravia”.
Giovanna
2013
“Giovanna Pezzotti: A blanco y negro”.
El pequeño periódico, Medellín,
septiembre–octubre 2006
•Es por segunda vez candidata a
la Cámara de Representantes de
Antioquia, en esta ocasión por
el Polo Democrático. Tampoco es
elegida. En la publicidad política se
le presenta así:
•Toma cursos de literatura con el
escritor Reinaldo Spitaletta, hasta el
año de su muerte.
Cundinamarca del Museo de
Antioquia, realiza en noviembre
de este año el mural: “Giovanna,
fotógrafa de revoluciones” sobre la
pared de la Casa del Encuentro en la
calle Calibío.
“A finales de 1960 surgió un
movimiento católico militante en
América Latina, basado en el legado
de Camilo Torres, que adquirió
una fuerza inusitada en Medellín.
Conocemos imágenes de estos
procesos gracias a Giovanna Pezzotti,
una mujer que andaba siempre con
sus cámaras colgadas al cuello y que
tomó la decisión de acompañar al
padre Vicente Mejía y otros militantes
de la época, a registrar todo lo que
estaba sucediendo donde se luchaba
por derechos fundamentales en la
ciudad”.
https://www.facebook.com/
museodantioquia/photos/
a.156669324372780/2865915763448
109/
2022
•Exposición “Giovanna: La mirada
reb(v)elada”. Centro de Artes
Universidad EAFIT.
2010
•“Fotógrafa profesional, militante
del movimiento Golconda en los
años 70, participante del proceso
de la UP y reconocida intelectual y
artista de Medellín”.
2019
Enero
•Giovanna muere en Medellín.
•Entre noviembre 12 – 28, se realiza la
exposición “Memoria del barrio Moravia
a través de la lente de Giovanna
Pezzotti (1968 – 1987)”, en el Centro
de Desarrollo Cultural de Moravia,
recientemente construido por Rogelio
Salmona y operado por Comfenalco.
Esta muestra redescubrió a la ciudad
un proceso histórico y social, un
personaje olvidado como el padre
Vicente Mejía y una fotógrafa borrada
como Giovanna.
“Esta exposición nos reivindica como
seres históricos, pero dignos en la
construcción del futuro”.
Carlos Uribe, director del Centro de
Desarrollo Cultural de Moravia.
•La artista Gabriela Pinilla, como
invitada del programa Residencias
89
Exposición “Giovanna Pezzotti: La mirada reb(v)elada”. Centro de Artes Universidad EAFIT.
90Fotografías: Robinson Henao
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Diaporama:
L i l i a n a C o r r e a y C o l e c t i v o E a t R a i n ( E d w i n Vé l e z - J a d e r C a r t a g e n a )
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