ROGER CAILLOIS
EL HOMBRE
Y LO SAGRADO
Traducción de
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FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
M ÉX IC O
Primera edición en francés,
Primera edición en español,
Primera reimpresión,
1939
1942
1984
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Título original:
Vhomme et le sacré. Presses Universl taires de France
D. R . © 1942, F ondo de C u ltu ra E c o n ó m ic a
Av. de la Universidad, 975; 03100 México, D. F .
ISBN 968-16-1523-9
Impreso en México
PROLOGO
En el fondo, y de un modo general, lo único que puede
afirmarse valederamente a propósito de lo sagrado se halla
contenido en la misma definición del término: que se
opone a lo profano. En cuanto uno se consagra a preci
sar la naturaleza, la modalidad de esta oposición, se tropie
za con los más serios obstáculos. Ninguna fórmula, por
muy elemental que sea, es aplicable a la complejidad la
beríntica de los hechos. Considerada desde una cierta pers
pectiva, se ve burdamente desmentida por un conjunto de
realidades que se ordenan de acuerdo con otra. ¿Seria acaso
necesario empezar por un sinnúmero de monografías acerca
de las relaciones entre lo sagrado y lo profano en cada so
ciedad? Esto supone el trabajo de muchas vidas, si la in
vestigación abarca un número suficiente de casos particulares.
Y entraña el riesgo de llegar a generalizaciones muy peli
grosas, si se desarrolla de modo incompleto. En estas con
diciones, me he resignado a describir únicamente tipos de
relaciones. Era lo más sincero, aunque no lo más prudente.
Con estó, el aspecto esquemático y dialéctico de la obra se
acentúa indudablemente hasta el extremo; he sido ambi
cioso por necesidad: no pudiendo emprender el estudio de
la inagotable morfología de lo sagrado, me he visto en el
caso de intentar exponer su sintaxis.
Es preciso ahora conjurar, confesándolo sin ambages, lo
que hay de burdo y engañoso en semejante empresa. Las
descripciones se relacionan con hechos precisos, seleccio
nados entre los mejor establecidos y más característicos; pe-
8
PROLOGO
ro, fuera de su contexto, del conjunto de creencias y de
conductas de que forman parte y que les prestan su sentido,
apenas son más que abstracciones. Pierden la mayor parte
de su valor concreto. De igual modo, las conclusiones
no son valederas para el término medio de los hechos (no
existe un término medio de los hachos). Constituyen en
cierto modo los enunciados de reglas que nunca se aplica
rían integramente, de reglas, para decirlo de una vez, que
sólo comprenderían excepciones. Por ejemplo, no existe
ciertamente ninguna fiesta que se explique del todo por la
teoría que he esbozado acerca de la fiesta en sí. Cada una
cumple una función precisa en un medio determinado. No
creo, sin embargo, que la teoría resulte inutilizable. Indu
dablemente no suministra los valores de las variables; pero
al menos se esfuerza en destacar la constante. Jamás he
descrito las cerraduras ni las llaves que se ajustan rigurosa
mente a cada una de aquéllas. Sólo propongo llaves maes
tras. Este método no carece de inconvenientes y no nos
exime en modo alguno, como es obvio, de recurrir en caso
de necesidad a la llave legítima, es decir, de examinar el
problema en sí y por sí.
Rudolf Otto es autor de un trabajo muy difundido
sobre la parte “subjetiv<¿’ del asunto, es decir, acerca del
sentimiento de lo sagrado. En él se analiza lo sagrado desde
el punto de vista psicológico, de manera casi introspectiva,
y casi exclusivamente bajo las fornas que ha adoptado en
las grandes religiones universalistas. En estas circunstan
cias, me he creído con derecho de eludir el abordar de fren
te este aspecto del problema, sin vedarme, no obstante, la
referencia a él cada vez que me pareciera conveniente. Por
lo demás, he seguido muy de cerca los trabajos de la escuela
francesa de sociología. Espero no haberlos traicionado de-
PRÓLOGO
9
masiado al tratar de coordinar sus resultados. El lector verá,
a medida que avance, todo lo que esta obra debe a las in
vestigaciones y a las síntesis que han hecho ilustres los
nombres de Durkheim, de Hubert y de Hertz, como a
las que Mauss, Granet y Dumézil están realizando con
éxito. Nadie más indicado que Marcel Mauss para es
cribir un libro sobre lo sagrado. Todo el mundo está persua
dido de que, de haberlo hecho, tal obra hubiera sido durante
mucho tiempo el libro sobre lo sagrado. No se le puede
reemplazar sin riesgo y sin cierto embarazo en esta tarea.
Por lo menos, atenúa mi inquietud el hecho de que mi tra
bajo aprovecha no solamente trabajos publicados por
Mauss, sino también sus enseñanzas orales y, sobre todo,
las indicaciones breves, sorprendentes y decisivas median
te las que sabe, en el curso de una simple conversación, hacer
fecundos los esfuerzos de quienes le piden consejo. Espe
cialmente, si en esta obra ocupa tanto lugar la noción de
ordo rerum, esto se debe, por lo exclusivo, a Mauss. Me
es imposible valorar con exactitud todo lo que adeudo a
Dumézil; por muy amplia que sea mi valoración, siem
pre será más angosta de lo que merece el guía que, en la
historia de las religiones, me ha dirigido desde los prime
ros pasos y más aún el amigo cuyas sugestiones y consejos
han contribuido tanto a la realización de esta breve obra.
Debo, por último, expresar mi gratitud a Georges Bataille:
diría que en esta cuestión se ha establecido entre nosotros
una especie de ósmosis intelectual que no me permite, por
lo que a mí se refiere, distinguir con exactitud, después de
tantas discusiones, cuál es su parte y cuál la mía en la obra
que realizamos juntos.
No me he creído en el deber de eludir el llevar esta cues
tión al plano metafísico. Me ha parecido que el problema
IO
PRÓLOGO
de lo sagrado interesa algo que es profundo y esencial en
el hombre. Indudablemente, en tales trances he sobrepasa
do más de lo permitido los límites del conocimiento posi
tivo. Quizás algunos hubieran encontrado incompleta esta
obra de no mediar tal imprudencia. Confieso que comparto
su opinión. Que los demás no consideren con excesivo ri
gor lo que están dispuestos a juzgar como un extravio. Que
no me lo tomen en cuenta: no creo que las diez últimas
páginas de un libro basten para desacreditar las que les pre
ceden cuando éstas han sido escritas sin doble intención,
con la única preocupación de la objetividad, y con total
independencia de una conclusión que no hacen sino pre
parar por la fuerza de las cosas.
31 de marzo de 1939.
I
RELACIONES GENERALES ENTRE LO
SAGRADO Y LO PROFANO
del mundo implica la distin
ción entre lo sagrado y lo profano, y opone al mundo donde
el fiel se consagra libremente a sus ocupaciones, ejerciendo
una actividad sin consecuencia para su salvación, un domi
nio donde el temor y la esperanza le paralizan alternati
vamente y donde, como al borde de un abismo, el menor
extravío en el menor gesto puede perderle por lo irremedia
ble. Sin duda alguna semejante distinción no basta siem
pre para definir el fenómeno religioso, pero al menos nos
facilita la piedra de toque que permite reconocerlo con la
mayor seguridad. En efecto, cualquier definición que de
la religión se proponga, es sorprendente advertir que en
vuelve esta oposición entre lo sagrado y lo profano, cuando
no coincide pura y simplemente con ella. Más tarde o más
temprano, por mediaciones dialécticas o por comprobaciones
directas, debemos admitir que el hombre religioso es ante
todo aquel para el cual existen dos medios complementa
rios: uno donde puede actuar sin angustias ni zozobras,
pero donde su actuación sólo compromete a su persona
externa, y otro donde un sentimiento de dependencia ín
tima retiene, contiene y dirige todos sus impulsos y en
el que se ve comprometido sin reservas. Estos dos mundos, el
de lo sagrado y el de lo profano, sólo se definen rigurosa
mente el uno por el otro. Entrambos se excluyen y se suT o d a c o n c e p c ió n r el ig io sa
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PRÓLOGO
de lo sagrado interesa algo que es profundo y esencial en
el hombre. Indudablemente, en tales trances he sobrepasa
do más de lo permitido los límites del conocimiento posi
tivo. Quizás algunos hubieran encontrado incompleta esta
obra de no mediar tal imprudencia. Confieso que comparto
su opinión. Que los demás no consideren con excesivo ri
gor lo que están dispuestos a juzgar como un extravío. Que
no me lo tomen en cuenta: no creo que las diez últimas
páginas de un libro basten para desacreditar las que les pre
ceden cuando éstas han sido escritas sin doble intención,
con la única preocupación de la objetividad, y con total
independencia de una conclusión que no hacen sino pre
parar por la fuerza de las cosas.
3/ de marzo de 7939.
I
RELACIONES GENERALES ENTRE LO
SAGRADO Y LO PROFANO
del mundo implica la distin
ción entre lo sagrado y lo profano, y opone al mundo donde
el fiel se consagra libremente a sus ocupaciones, ejerciendo
una actividad sin consecuencia para su salvación, un domi
nio donde el temor y la esperanza le paralizan alternati
vamente y donde, como al borde de un abismo, el menor
extravío en el menor gesto puede perderle por lo irremedia
ble. Sin duda alguna semejante distinción no basta siem
pre para definir el fenómeno religioso, pero al menos nos
facilita la piedra de toque que permite reconocerlo con la
mayor seguridad. En efecto, cualquier definición que de
la religión se proponga, es sorprendente advertir que en
vuelve esta oposición entre lo sagrado y lo profano, cuando
no coincide pura y simplemente con ella. Más tarde o más
temprano, por mediaciones dialécticas o por comprobaciones
directas, debemos admitir que el hombre religioso es ante
todo aquel para el cual existen dos medios complementa
rios: uno donde puede actuar sin angustias ni zozobras,
pero donde su actuación sólo compromete a su persona
externa, y otro donde un sentimiento de dependencia ín
tima retiene, contiene y dirige todos sus impulsos y en
el que se ve comprometido sin reservas. Estos dos mundos, el
de lo sagrado y el de lo profano, sólo se definen rigurosa
mente el uno por el otro. Entrambos se excluyen y se suT o d a c o n c e p c ió n r e l ig io sa
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RELACIONES GENERALES
ponen recíprocamente. En vano se intentaría reducir su
oposición a cualquier otra: se ofrece como un verdadero
dato inmediato de la conciencia. Se la puede describir, des
componerla en sus elementos y teorizar sobre ella. Pero
no está al alcance del idioma abstracto el definir su cualidad
propia, como no lo está tampoco el formular la de una sen
sación. Así, lo sagrado aparece como una categoría de la
sensibilidad. Verdaderamente, es la categoría sobre la que
descansa la actitud religiosa, la que le da su carácter espe
cífico, la que impone al fiel un particular sentimiento de
respeto que inmuniza su fe contra el espíritu de libre exa
men, la sustrae a' la polémica y la coloca fuera y más allá
de la razón.
“Constituye la idea-madre de la religión — escribe H.
Hubert—. Los mitos y los dogmas analizan a su modo su
contenido, los ritos utilizan sus propiedades, de ella proce
de la moralidad religiosa, los sacerdocios la incorporan,
los santuarios, lugares sagrados y monumentos religiosos la
fijan en la tierra y la enraízan. La religión es la adminis
tración de lo sagrado”. No podría señalarse con más vigor
hasta qué punto la experiencia de lo sagrado vivifica el
conjunto de las distintas manifestaciones de la vida reli
giosa. Esta se presenta como la suma de las relaciones del
hombre con lo sagrado. Las creencias las exponen y las ga
rantizan. Los ritos son los medios que las aseguran prác
ticamente.
P r in c ip a le s C a r a c t e r e s d e l o S a g ra d o . L o sagrado per
tenece como una propiedad estable o efímera a ciertas cosas
(los instrumentos del culto), a ciertos seres (el rey, el sacer
dote), a ciertos lugares (el templo, la iglesia, el sagrario),_a
determinados tiempos (el domingo, el día de Pascua, el de
Navidad, etc.). No existe nada que no pueda convertirse
ENTRE LO SAGRADO Y LO PROFANO
13
en sede de lo sagrado revistiendo así a los ojos del individuo
o de la colectividad un prestigio inigualable. No hay tam
poco nada que no pueda ser despojado de ese privilegio.
Es una cualidad que las cosas no poseen por sí mismas, y
que una gracia mística les concede. “El pájaro que vuela,
le explicaba a Miss Fletcher un indio dakota, se detiene
para hacer su nido. El hombre que camina se para donde
quiere. Lo mismo sucede con la divinidad: el sol es un
lugar donde ésta se ha detenido; lo mismo los árboles y
los animales. Y se les reza porque así se alcanza el lugar
donde se estaciona lo sagrado obteniendo su ayuda y su
bendición”.
El ser u objeto consagrado puede no sufrir ninguna mo
dificación aparente. Sin embargo, su transformación es abso
luta. Desde ese momento la manera de comportarse con él
sufre una transformación paralela. Ya no es posible utili
zarlo libremente. Suscita sentimientos de temor y venera
ción, se presenta como algo prohibido. Su contacto se hacc
peligroso. Un castigo automático e inmediato caería sobre
el imprudente lo mismo que la llama quema la mano que
la toca; lo sagrado es siempre, más o menos, “aquello a lo
que no puede uno aproximarse sin morir”.
Por lo tanto, el profano, en interés propio,, debe cuidarse
de una familiaridad tanto más funesta cuanto que el con
tagio de lo sagrado no es menos fulminante por su rapidez
que por sus efectos. La fuerza oculta en el hombre o en
el objeto consagrados está siempre pronta a propagarse fue
ra, a derramarse como un líquido o a descargarse como
la electricidad. Por eso no es menos necesario proteger lo
sagrado de todo roce profano. Este, en efecto, altera su
ser, lo despoja de sus cualidades específicas, lo vacia de gol
pe de la virtud poderosa y fugaz que contenía. Por eso se
M
RELACIONES GENERALES
procura alejar de un lugar consagrado todo lo que pertenece
al mundo profano. Sólo el sacerdote penetra en el supre
mo tabernáculo. En Australia, no todos conocen el lugar
donde están depositados los churingas u objetos sagrados;
los profanos, o sea, los no iniciados en los misterios del
culto cuyos instrumentos esenciales son esos objetos, igno
ran el emplazamiento exacto del escondite. Sólo lo sitúan
aproximadamente y si algún quehacer los llama por allí,
prefieren dar una gran vuelta para evitar que el azar los
lleve a descubrirlo. Entre los maorís, si una mujer entra en
el astillero donde se construye una canoa consagrada, se
pierden las cualidades que se contaba dar a la embarcación:
no tendrá condiciones para navegar; la presencia de un ser
profano basta para alejar la bendición divina. Una mujer
que pasa por un lugar sagrado destruye su santidad. Sin du
da, en relación con lo sagrado, lo profano sólo presenta ca
racteres negativos: en comparación parece tan pobre y des
provisto de existencia como la nada frente al ser. Pero, según
la feliz expresión de R. Hertz, es una nada activa, que en
vilece, degrada y arruina la plenitud respecto a la cual se
define. Por lo tanto, conviene que un cerco absoluto aísle
de modo perfecto lo sagrado de-lo profano; todo contacto
es fetal para entrambos. “Los dos géneros, escribe Durkheim, no pueden acercarse y conservar al mismo tiempo su
naturaleza propia”. Por otra parte, los dos son necesarios
para el desarrollo de la vida: el uno como medio en que
ésta se desenvuelve, el otro como fuente inagotable que la
crea, la mantiene y la renueva.
L o S ag rad o , M a n a n t i a l d e T o d a E fic A c iá . En efecto, de
lo sagrado espera el creyente todo el socorro y todo el éxito.
El respeto que le muestra está hecho de terror y de confian
za. Las calamidades que lo amenazan, y de las cuales es
ENTRE LO SAGRADO Y LO PROFANO
15
víctima, la prosperidad que desea o que le cae en suerte,
se relacionan según él con un principio que trata de apla
car o de constreñir. Poco importa la forma que preste a
este supremo origen de la gracia o de las penalidades: dios
universal y omnipotente de las religiones monoteístas, divi
nidades protectoras de las ciudades, almas de los muertos,
fuerza difusa e indeterminada que da a cada objeto su
excelencia en su función, que acelera la canoa, aguza las
armas y hace nutritivo el alimento. Por muy perfecta o
primitiva que se la imagine, la religión implica siempre el
reconocimiento de esta fuerza con la que el hombre debe
Cootar. Todo lo que él juzga puede ser su receptáculo, le
parece sagrado, temible y precioso. Y todo lo que no lo es,
se le antoja, por el contrario, inofensivo, pero también im
potente y desprovisto de atracción. Sólo se puede desdeñar
lo profano, mientras que lo sagrado dispone para atraer de
una especie de fascinación. Constituye a la vez la tenta
ción suprema y el más grande de los peligros. Terrible,
impone la prudencia; deseable, invita al mismo tiempo a
la andada.
En su forma primitiva, lo sagrado representa ante todo
una energía peligrosa, incomprensible, difícilmente mane
jable, eminentemente eficaz. Todo el problema consiste en
captarla y utilizarla a favor de los propios intereses, pro
tegiéndose de los riesgos inherentes al empleo de una
fuerza tan difícil de domar. Cuanto más importante es el
fin que se persigue, más necesaria es su intervención y más
peligrosa su puesta en marcha. No se la domestica; no se
diluye ni se fracciona. Es indivisible y está siempre entera
allí donde se halla; en cada parcela de la hostia consagra
da se halla presente en toda su integridad la divinidad de
Cristo, y el más pequeño fragmento de una reliquia no
i6
RELACIONES GENERALES
posee menos poder que la reliquia intacta. Que el profano
se guarde de apropiarse esta fuerza sin precaución: el im
pío que acerca su mano al tabernáculo la ve desecarse y
convertirse en polvo; un organismo no preparado no pue
de soportar semejante transmisión de energía. El cuerpo
del sacrilego se hincha, sus articulaciones se endurecen, se
retuercen, se quiebran; su carne se descompone, y muere
pronto extenuado o entre convulsiones. Por eso se erita
tocar la persona del jefe cuando se la considera sagrada.
Y, como se verá, suelen destruirse sus vestiduras, la vajilla
donde ha comido, los restos de sus alimentos; todo esto se
quema o se entierra. Nadie, excepto sus hijos, que compar
ten su santidad, se atreve a recoger el penacho o el turbante
caídos de la cabeza de un jefe canaque. Se teme enfermar
o morir.
F u n c ió n de lo s R itos y d e l a s P r o h ib ic io n e s . Por una
parte, la contagiosidad de lo sagrado lo impulsa a derra
marse instantáneamente sobre lo profano corriendo así el
riesgo de destruirlo y de perderse sin provecho; por otra, lo
profano necesita siempre de lo sagrado y se ve empujado a
apoderarse de ello con avidez a trueque de degradarlo y de
aniquilarse a sí mismo. Por eso deben reglamentarse severa
mente sus mutuas relaciones. Esa es, justamente, la función
de los ritos. Unos, de carácter positivo, sirven para transmu
tar la naturaleza de lo profano o de lo sagrado según las ne
cesidades de la sociedad; otros, de carácter negativo, tienen
por objeto mantener al uno y al otro dentro de su ser respec
tivo, por miedo de que provoquen recíprocamente su ruina
entrando en contacto en sazón inoportuna- Los primeros
comprenden los ritos de consagración que introducen a un
ser o a una cosa en el mundo de lo sagrado, y los ritos de
cx-secración o de expiación que, a la inversa, devuelven
ENTRE LO SAGRADO Y XX) PROFANO
17
una persona o un objeto puro o impuro al mundo profano.
Instituyen y aseguran la comunicación indispensable entre
ambos dominios. Las prohibiciones, por el contrario, alzan
entre ellos la no menos indispensable barrera que, aislán
dolos, los preserva de la catástrofe. Estas prohibiciones se
designan generalmente con el nombre polinesio de tabú.
“Se llama así, escribe Durkheim, un conjunto de pro
hibiciones rituales que tienen por objeto prevenir las pe
ligrosas consecuencias de un contagio mágico, impidien
do todo contacto entre una cosa o una categoría de cosas
donde se supone que reside un principio sobrenatural, y
otras que no poseen esc mismo carácter o que no lo poseen
en igual grado”. El tabú se presenta como un imperativo
categórico negativo. Consiste siempre en una prohibición,
nunca en una prescripción. No está justificado por ninguna
consideración de carácter moral. No debe infringirse por la
única razón de que es la ley y que define de manera abso
luta lo que está permitido y lo que no lo está. Se halla
destinado a mantener la integridad del mundo organizado
y al mismo tiempo la buena salud física y moral del ser que
lo observa. Impide que aquél muera y que éste vuelva al
estado caótico y fluídico, sin forma y sin reposo, que fué el
suyo antes de que los dioses creadores o los héroes ances
trales le trajeran el orden y la medida, la estabilidad y la
regularidad. En el estado de licencia de los primeros tiem
pos no existían las prohibiciones. Los antepasados, al ins
tituirlas, fundaron el buen orden y el buen funcionamiento
del universo. Determinaron de una vez para siempre las re
laciones entre los seres y las cosas, entre los hombres y los
dioses. Demarcaron los campos de lo sagrado y lo profano,
definiendo los límites de lo permitido y de lo prohibido.
En polinesio lo contrario de tabú es noa, “libre”. Es noa
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RELACIONES GENERALES
todo lo que se puede realizar sin comprometer el orden del
mundo, sin desencadenar desgracias y calamidades; lo que
no trae consigo ninguna consecuencia desmedida e irreme
diable. Por el contrario, un acto es tabú cuando no puede
realizarse sin comprometer ese orden universal, que es a la
vez el de la naturaleza y el de la sociedad. Cada transgre
sión trastorna ese orden por completo: la tierra corre el
peligro de no producir más cosechas, el ganado de quedar
estéril, los astros de interrumpir su curso, la muerte y la
enfermedad de asolar el país. El culpable no sólo arries
ga su propia persona, sino que el trastorno introducido en
el mundo por él se extiende cual mancha de aceite, y poco
a poco destruiría el conjunto del universo, si el mal no
perdiera virulencia a medida que se difunde, y sobre todo
si no se hubieran previsto y puesto en vigor inmediatamen
te medidas encaminadas a limitarlo o repararlo.
En resumen, tras esta breve descripción preliminar, el
dominio de lo profano se presenta como el del uso común,
el de los gestos que no necesitan precaución alguna y que
se mantienen en el margen, a menudo estrecho, que se le
deja al hombre para ejercer sin restricción su actividad.
Por el contrario, el mundo de lo sagrado aparece como el
de lo peligroso o lo prohibido; el individuo no puede apro
ximársele sin poner en movimiento fuerzas de las cuales
no es dueño y ante las que su debilidad se siente desarmada.
Empero, sin el auxilio de éstas, todas las ambiciones van al
fracaso. En ellas reside la fuente de todo éxito, de todo po
der, de toda fortuna. Pero al solicitarlas se debe temer el
verse convertido en su primera víctima.
E l O r d e n d e l M u n d o . Esta situación ambigua de lo sa
grado define en lo esencial de qué modo lo considera el hom
bre: sobre ella debe apoyarse el estudio de lo sagrado desde
ENTRE XX) SAGRADO Y LO PROFANO
19
el punto de vista subjetivo. Pero además debe buscarse lo
que conduce, objetivamente, a imponer al individuo las
restricciones que éste se cree en la obligación de respetar.
Ya se ha visto que esas prohibiciones están llamadas a con
tribuir al mantenimiento del orden cósmico. En efecto, la
palabra que designa su violación suele obtenerse con la sim
ple añadidura de una partícula negativa a la que define la
ley universal. Pone así de manifiesto la estrecha relación
que existe entre ambas nociones. Al jas latino se opone el
nejas que comprende todo lo que infringe el orden del
mundo, la legalidad divina, y está prohibido por ella. La
themis griega que, por lo visto, garantiza la organización
del cosmos, evoca menos la noción moral de justicia que
la regularidad indispensable al buen funcionamiento del
universo, y de la cual la distribución equitativa es sólo un
aspecto o una consecuencia. Los tabús son introducidos
por la fórmula ou themis, que sólo señala la no-conformidad del acto prohibido con las prescripciones sagradas que
mantienen al mundo dentro de la norma y de la estabilidad.
Del mismo modo, frente al ría indo-iranio, el an-rta designa
todo lo que contraviene el orden universal. Cuando Yami
invita a su hermano gemelo al incesto, éste se niega invo
cando la ley tradicional: “¿Cómo hacer hoy lo que no he
mos hecho nunca? ¿Cómo hablando en rta, practicaríamos
el an-rta ?" Los dioses mismos no deben violar los decretos
de la legalidad cósmica. Cuando Indra se ha hecho culpa
ble de la muerte, sin embargo necesaria, de Vrtra, que tiene
calidad de brahmán, la transgresión cuyo peso soporta le pri
va de su poder: debe huir al otro extremo del mundo y escon
derse dentro de una caña mientras el universo se abandona
a toda clase de catástrofes. Porque “para el que sigue el rta
el camino es fácil y sin espinas”, pero, a la inversa, el
RELACIONES GENERALES
que se desvía de la ruta trazada, de la norma primordial,
es c1iniciador de males incalculables y remotos. Jerjes, que
erige un puente de embarcaciones sobre el Bosforo y manda
azotar las olas, provoca la derrota de su ejército conducién
dolo al desastre. En China, si el soberano o su esposa re
basan sus derechos se eclipsan el sol o la luna.
R iesgos d e l a M e z c l a . Y es que el orden natural con
tinúa el orden social y lo refleja. Ambos están unidos; lo
que trastorna al uno, perturba al otro. Un crimen de lesa
majestad es la equivalencia de un acto contra la naturaleza
y perjudica del mismo modo el buen funcionamiento del
universo. De igual suerte, toda mezcla es una operación pe
ligrosa que tiende a traer la confusión y el desorden, y que
corre, sobre todo, el riesgo de confundir cualidades que im
porta mantener separadas si se quiere que conserven sus
especiales virtudes. Por eso la mayoría de las prohibiciones
que están en vigor en las sociedades llamadas primitivas
son en primer lugar prohibiciones contra ciertas mezclas,
admitiéndose que el contacto directo o indirecto, la presen
cia simultánea en un mismo local cerrado, constituyen ya
una mezcla. Estas son temidas cuando tienden, por ejem
plo, a aproximar cosas que, por alguna causa, por contagio
o por naturaleza, parecen pertenecer al uno y al otro sexo.
Así los instrumentos del trabajo masculino no deben acer
carse a los femeninos, ni abrigarse bajo el mismo te
cho las cosechas que respectivamente recogen. De igual
modo se teme mezclar lo que procede de distintas estacio
nes; por ejemplo, entre los esquimales, las pieles de morsa,
animal de invierno, no deben tocar a las pieles de reno, ani
mal de verano, ni entrar en contacto las carnes de ambos,
aunque sea en el estómago de los consumidores. Las va
riantes son innumerables: toda oposición natural, como la
ENTRE LO SAGRADO Y LO PROFANO
21
de los sexos o las estaciones, puede dar origen a normas
susceptibles de conservar la integridad de los principios cu
yo antagonismo manifiestan. Las oposiciones de origen so
cial, como la de los distintos grupos que integran la tribu,
determinan igualmente prohibiciones que evitan toda conta
minación nefasta de propiedades. Así las tribus australianas
están divididas en dos fratrías: el tablado donde se expone
el cuerpo del difunto debe construirse exclusivamente con
maderas de especies que pertenezcan a su fratría. Al con
trario, para cazar un animal que corresponde a una fratría
determinada, habrá que usar armas cuya madera pertenezca
a la otra. Y es que la mezcla no está considerada en el
pensamiento religioso como una especie de operación quí
mica de consecuencias definidas y, en todo caso, puramente
materiales. Afecta a la esencia misma de los cuerpos. La
turba, la altera, introduce en ella una mancha, es decirj un
núcleo de infección contagiosa que es preciso destruir, aislar
o eliminar sin tardanza.
Las propiedades de las cosas son contagiosas: se inter
cambian, se trasfunden, se combinan y se corrompen, si
una proximidad demasiado grande les permite reaccionar
entre sí. El orden del mundo se encuentra atacado en esa
medida. Y para preservarlo es imprescindible teóricafnente
impedir toda mezcla capaz de comprometerlo o, en la nece
sidad de proceder a tan delicada maniobra, no efectuarla
sin rodearse de precauciones indispensables para atenuar
su efecto.
N a t u r a l e z a d e l S a c r if ic io . Por otra parte, el individuo
desea tener buen éxito en sus empresas o adquirir virtudes
que se lo aseguren, prevenir las desgracias que le ace
chan o eludir el castigo que mereció su culpa. La sociedad
en conjunto, ciudad o tribu, se encuentra en el mismo ca
r e la c io n e s g e n e r a le s
si se halla en guerra, desea la victoria y teme la derrota.
goza de prosperidad, quiere conservarla siempre, y a la
inversa, se preocupa de evitar la ruina cuyo presagio cree
percibir. Son otras tantas gracias que el individuo o el
Estado deben obtener de los dioses, de los poderes per
sonales o impersonales de quienes se supone que depende
el orden del mundo. Entonces, el solicitante, para obligar
los a que se las concedan, no imagina nada mejor que an
ticiparse y hacerles un don, un sacrificio, es decir, consa
grando, introduciendo a expensas propias en el dominio
de lo sagrado algo que le pertenece y que abandona o algo de
que disponía libremente renunciando a sus derechos sobre
ello. Así, lo sagrado, que no puede rechazar ese obsequio
usurario, se convierte en deudor del donante, queda com
prometido por lo que recibe y para no quedarse atrás debe
conceder lo que se le pide: ventaja material, virtud, o indul
to del castigo. Entonces el orden del mundo se restablece.
Mediante el sacrificio, el fiel se ha hecho acreedor, espera
que las potencias que venera le paguen, colmando sus vo
tos, la deuda que han contraído con él y que, de este modo,
con la contrapartida que exige todo gesto unilateral, resta
blezcan el equilibrio que su generosidad interesada ha
comprometido en provecho de ellos.
A s c e t is m o y O f r e n d a . Ese es a la vez el principio del
ascetismo y de la ofrenda, de todo acto mediante el cual
nos privamos espontáneamente de un placer o de un bien.
En efecto, se sabe que el ascetismo es la ruta misma del
poder. Un individuo permanece voluntariamente lejos del lí
mite de sus posibilidades legales o materiales, evita accio
nes que le permitirían las leyes o sus fuerzas, mantenien
do así cierto margen, cada vez mayor, entre lo que po
dría hacer, de derecho como de hecho, y aquello con lo
jo :
Si
ENTRE LO SAGRADO Y LO PROFANO
23
que se contenta; y he aquí que cada renunciamiento se
re-encuentra en el mundo mítico inscrito en su activo, y
le asegura un margen igual de posibilidades sobrenaturales.
Se ha adquirido en lo imposible y lo prohibido un más-allá
reservado a él sólo y que corresponde exactamente al másacá que había abandonado en lo posible y lo permiti
do. Pero este intercambio constituye en el fondo la
más ventajosa de las inversiones, porque lo que desdeñó
en lo profano, lo recobra en lo sagrado. Así, el asceta que
aumenta su poder en la medida en que disminuye sus go
ces, se aleja de los hombres, se aproxima a los dioses y
se convierte pronto en rival de éstos. Ahora el equilibrio se
rompe en beneficio suyo; temen tener que saldar a su justo
precio tantas maceraciones y deben inducirlo prontamente
con tentaciones de todas clases, para desposeerlo de una
potencia capaz de equilibrar a la suya. Este tema figura
profusamente en las mitologías.
Del mismo modo la víctima ofrecida, inmolada, repre
senta en el sacrificio una restricción que nos imponemos es
perando cierta munificencia. También nos infligimos una
tortura para pagar por adelantado la dicha que imploramos.
Los indios gros-ventres se martirizan en vísperas de sus ex
pediciones militares; los hupas se bañan en ríos helados pa
ra asegurar el éxito de sus empresas; en una tribu de la
Nueva Guinea se combate la esterilidad femenina hacién
dole a la mujer unas incisiones en la parte superior de los
muslos; entre los aruntas, los tvarramungas, hombres y mu
jeres se hieren los brazos con palos encendidos para adqui
rir la habilidad de prender fuego; en fin, generalmente la
circuncisión y la subincisión tienen por objeto hacer apto
al individuo para el matrimonio, aumentar su poder gené
sico, conferirle un poder procreador, o simplemente inmu-
u
RELACIONES GENERALES
ftbir IUJ órganos sexuales contra los riesgos místicos inheftntet a U unión conyugal. Así, cada vez, bajo la forma de
ya dolor oportuno, se adelanta él precio de la ventaja que
je busca. Paralelamente, se libra uno de un mal temido reHUodando de grado a algún bien. Polícrates arroja al mar
/¿azulillo para desviar los reveses que el exceso mismo de su
’dfcha le hace temer. La muerte de un pariente amenaza la
vida de todos los otros: la mancha de la muerte puede al
canzarlos a su vez y hacerles perecer. A menudo se salvan
de esto mutilando su cuerpo, en general cortándose un
dedo: ofrecen así una parte para conservar el todo.
E l J u eg o d e l a s P r im ic ia s . La consagración de las pri
micias parece apoyarse en la misma psicología. Esta vez se
abandona la parte, no para conservar, sino para adquirir el
todo. En efecto, todo comienzo plantea un problema deli
cado. Está claro que rompe un equilibrio, que introduce
un elemento nuevo que debe integrarse al orden del mundo
con el menor trastorno posible. Por eso se considera peli
groso el primer término de toda serie. Nadie se atreve a
apropiárselo para el uso común. Pertenece de derecho a lo
divino: está consagrado, por el solo hecho de ser el primero,
de inaugurar un nuevo orden de cosas, causar un cam
bio. Cuando la cosecha alcanza su madurez, es menes
ter liberarla de esta manera antes de entregarla al con
sumo. Por eso se reservan a los dioses las primeras y las
mejores espigas, los primeros y más hermosos frutos de la
huerta, las primeras y más escogidas verduras. Individuos
de una santidad especial están encargados de absorber la
temible fuerza que su novedad oculta. Así, entre los zulúes
el rey o el sacerdote prueban primero los nuevos productos,
luego los dan a probar á cada uno de los asistentes y éstos
ENTRE LO SAGRADO Y LO PROFANO
25
podrán entonces disponer de ellos a su antojo durante todo
el año.
Los hebreos no recogían para ellos mismos los frutos
de los árboles que habían plantado hasta el quinto año.
Consideraban como impuros los de los tres primeros y con
sagraban a Dios los del cuarto. Igualmente se sacrifica el
primogénito de los animales domésticos. Tampoco el hom
bre se salva de esta regla: a menudo debe inmolar, como
Abraham a Isaac, o por lo menos consagrar al culto de la
divinidad a su primer hijo. Este último representa la parte
de los dioses y expía con su consagración el trastorno que
su llegada al mundo ha producido en el orden de éste. Al
mismo tiempo, rescata a sus hermanos, les asegura una
existencia libre, profana, y les permite pertenecer sin reser
va a sus padres.
Todo cambio de estado implica de igual modo un ofre
cimiento de primicias destinado a absorber su peligro: an
tes del matrimonio, la doncella concede a un río o a un
dios la primicia simbólica de su virginidad. En los pueblos
donde la desfloración está consumada desde hace tiempo
cuando se celebra el matrimonio, después de sus nupcias
la nueva esposa debe, sin embargo, tener relación con otro
hombre antes de tenerla con su marido, para preservar a
éste del peligro que representa el primer contacto de una
mujer casada, es decir, de un ser que inaugura una nueva
condición social y un nuevo género de vida.
La toma de posesión de un edificio recién construido
trae riesgos análogos. Con frecuencia una danza de sacrificadores libera el suelo de la mansión. A veces el brujo ex
trae el alma del que va a entrar en la nueva casa y la coloca
en lugar seguro. La restituye a su propietario cuando éste
ha franqueado el límite temible, inviolado hasta entonces,
RELACIONES GENERALES
que traza e l umbral de la nueva mansión. Es muy cono
cido el cuento según el cual el diablo participa en la cons
trucción de una iglesia o de un puente mediante la posesión
del a lm a del primero que entre en ellos.
Los ejemplos varían hasta lo infinito: no hay ninguno
que no demuestre el peligro inherente a todo comienzo ab
soluto, la necesidad de una consagración parcial que sirva
para incluir en el orden de cosas el elemento que introduce.
Sin embargo, sólo se trata de un mal menor. Toda
herida después de curada deja una cicatriz. La restauración
del orden infringido no le devuelve su estabilidad primi
tiva, su virginidad primera. La vida sólo subsiste gracias a
los desgarrones que sufre la inmovilidad, a una continua
renovación que no deja de fatigar el organismo, obligado
para subsistir a una incesante asimilación de materia nue
va. Los ritos de expiación, la expulsión solemne de toda
mancha, las diversas prácticas de limpieza y de purgación
que reparan el orden del mundo continuamente atacado,
sólo pueden volver a traer una virtud que ya no es nunca
la inocencia, una salud reconquistada y prudente que no
será nunca esa salud triunfante y despreocupada que la en
fermedad no tocó todavía. Es imposible “que el grano del
molino vuelva al corazón de la espiga”, “que el jugoso brote
y la joven nervadura atraviesen la corteza y se abran de
nuevo”. Hay que sustraer a la naturaleza y a la sociedad
de la inevitable vejez que las conduciría a la ruina si no se
tomara la precaución de rejuvenecerlas, de re-crearlas pe
riódicamente. Esta nueva obligación abre un nuevo capí
tulo en el estudio de lo sagrado: no bastará exponer el fun
cionamiento del orden del mundo, señalar que las potencias
de lo sagrado se tienen por fastas o nefastas, según que
ayuden a su cohesión o precipiten su disolución; habrá
ENTRE LO SAGRADO Y LO PROFANO
27
además que indicar de qué manera trabaja el hombre para
mantenerlo y los esfuerzos que hace para renovarlo cuando
ve que se desmorona o que está pronto a derrumbarse. Pe
ro antes de investigar cómo realiza la sociedad esta doble
tarea, antes de emprender el diseño de una sociología de lo
sagrado, quizás haya que intentar despejar algunas constan
tes en la actitud que el hombre adopta frente a ello, en la
representación que se hace de las fuerzas prestigiosas ante
las cuales se inclina, de las que se guarda, y que intenta
apropiarse; quizás convenga partir de la experiencia vivida
antes de construir la interpretación que da cuenta de ella
y la sitúa en su lugar. Sin duda, en la medida en que todo
individuo forma parte de una sociedad, el hecho de lo sa
grado no toma su verdadera significación más que según
la escala de esta última; pero no por eso fascina menos al
alma individual ni vive menos en ella, y su ser presenta,
como el ser mismo de la sociedad, un punto en el cual es
sensible de modo directo el valor de lo sagrado y se ajusta
a él inmediatamente.
Por eso, sin querer analizar los sentimientos que suscita
ni emprender una especie de psicología de lo sagrado, está
indicado empezar por describir las apariencias bajo las cua
les se presenta a la conciencia ingenua, los aspectos que
reviste para el que lo siente, antes de interrogarse acerca
del substrato que funda su realidad para el que se esfuer
za por construir su teoría.
II
LA AMBIGÜEDAD DE LO SAGRADO1
Lo P u r o y l o I m p u r o : F u e r z a s E q u ív o c a s . Ante todo
conviene señalar que las categorías de lo puro y lo impuro,
que desempeñan un papel fundamental en casi todos los
sistemas religiosos, no definen un antagonismo ético, una
polaridad religiosa. Desempeñan en el mundo de lo sagra
do el mismo papel que las nociones del bien y del mal en el
dominio profano. Pues bien, el mundo de lo sagrado, entre
otras características, se opone al mundo de lo profano co
mo un mundo de energías a un mundo de sustancias. De
un lado, fuerzas; del otro, cosas. Resulta de ahí inmedia
tamente una consecuencia importante para las nociones de
puro y de impuro; van a aparecer eminentemente móviles,
intercambiables, equívocas. En efecto, si una cosa posee por
definición una naturaleza fija, en cambio una fuerza pue
de traer bienes o males según las circunstancias particula
res de sus manifestaciones sucesivas. Es buena o mala, no
por naturaleza, sino por la orientación que toma o que se le
da. Por eso no hay que esperar el ver cómo las calificacio1 Me he servido como punto de partida para la redacción de
este capítulo de un estudio: Lo Puro y lo Impuro, escrito para la
“Historia de las Religiones”, de las ediciones Guillet. He corregido
ampliamente su texto, introduciendo algunos nuevos desarrollos y
suprimiendo todo lo que era demasiado especial para una obra de
gran síntesis. Así, los lectores que deseen más amplia informa
ción sobre este punto, podrán acudir a ese artículo.
3°
AMBIGÜEDAD DE LO SAGRADO
nes de puro e impuro afectan de modo inmutable o exclu
sivo a tal ser, tal objeto, tal estado, al que se reconoce cierta
eficacia religiosa. Lo mismo una que otra, se les atribuirá
alternativamente, según que esta eficacia se desarrolle en
un sentido benéfico o maléfico, y mientras tanto, ambas le
convienen a la vez. Esta observación basta para desechar
al mismo tiempo la teoría de Robertson Smith que, estu
diando las religiones semíticas, afirma en ellas la identidad
primitiva de lo puro y lo impuro, y la del padre Lagrange,
que sostiene contra aquél su independencia absoluta. Toda
fuerza, en estado latente, provoca a la vez el deseo y el
temor, y suscita en el fiel el miedo de que venga a derro
tarlo y la esperanza de que acuda en su socorro. Pero siem
pre que se manifiesta lo hace en un solo sentido, como
manantial de bendiciones o como foco de maldición.
Virtual, es ambigua; cuando pasa al acto, se hace unívoca.
Entonces no admite ninguna duda. O bien nos hallamos
frente a la impureza —y sabemos que ésta ataca a lo más
hondo del ser, constituye una enfermedad y como un sín
toma de muerte (la palabra que significa purificar en los
idiomas “primitivos” quiere decir a menudo al mismo tiem
po curar y exorcizar)—, o bien reconocemos la pureza, que
se asimila a la salud y, cuando alcanza la santidad, a la
vitalidad exuberante, a la fuerza excesiva, irresistible, peli
grosa por su misma intensidad.
I. SANTIDAD Y MANCILLA
Resulta de ahí que la santidad y la impureza, debida
mente identificadas, aconsejan igualmente cierta prudencia
y representan, frente al mundo de la vida diaria, los dos
polos de un dominio temible. Por eso los designa a menu
do un vocablo único incluso en las civilizaciones más avan
SANTIDAD Y MANCILLA
3!
zadas. La palabra griega «Y0?, “mancha, significa también
“el sacrificio que borra la mancha”. El vocablo ayios “san
to” significó al mismo tiempo, en época remota, según afir
man los lexicógrafos, “manchado”. La distinción se hizo
más tarde con ayuda de dos palabras simétricas: EÜayris
“puro” y évayíjs “maldito”, cuya composición transparente
señala la ambigüedad del vocablo original. El griego
ácpoaioíiv) el latino expiare “expiar”, se interpretan etimoló
gicamente como “hacer salir (de sí) al elemento sagrado
(ooiog} pius) que la mancha contraída había introducido”.
La expiación es el acto que permite al criminal reanudar su
actividad normal y ocupar de nuevo su puesto dentro de la
comunidad profana, despojándose de su carácter sagrado,
como observaba ya L. de Maistre.
Es sabido que en Roma la palabra sacer designa, según la
definición de Ernout-Meillet: “El que, o lo que, no puede
ser tocado sin mancharse o sin manchar”. Si alguien co
mete un crimen contra la religión o el estado, el pueblo
reunido lo arroja de su seno declarándolo sacer. Desde ese
momento, si el matarlo comporta siempre un riesgo místico
(nefas est), por lo menos quien le da muerte es inocente
en lo que respecta al derecho humano (jus) y no se le
condena por homicidio (parricidii non damnatur).
Las civilizaciones más primitivas no distinguen en su
lenguaje la prohibición causada por el respeto de la santi
dad y la que inspira el temor de contaminarse. La misma
palabra evoca todas las potencias sobrenaturales de las que
es preferible por cualquier motivo mantenerse alejado. El
polinesio tapu, el malayo pamali, designan indistintamente
todo lo que, bendito o maldito, se halla sustraído al uso
común, lo que no es “libre”. En América del Norte, la
palabra dakota wa\an se emplea indiferentemente para de
32
AMBIGÜEDAD DE LO SAGRADO
signar toda clase de cosas maravillosas o incomprensibles.
Los indígenas se sirven de ella para referirse a los misione
ros y a la Biblia, pero también a ese colmo de impureza
que representa la mujer durante la menstruación. Los an
tiguos japoneses utilizaban de modo análogo la palabra
kami para las divinidades del cielo y de la tierra, que son
veneradas, y para “todos los seres maléficos y terribles, cuan
do son el objeto del terror general”. Todo lo que posee una
virtud eficaz (isao) es \ami.
D i a l é c t i c a d e l o S a g r a d o . E s en efecto esta virtud (ese
mana, si se conservan los términos exóticos) la que, en
estado de reposo, suscita los sentimientos ambivalentes que
acabamos de describir. Se la teme y se la quisiera utilizar.
Repele y fascina a la vez. Es prohibida y peligrosa: esto
basta para que se desee aproximarse a ella y poseerla, al
mismo tiempo que se la contempla a respetuosa distancia.
De ese modo se presenta, por ejemplo, el carácter sagra
do del lucrar santn (hima) en las religiones semíticas. En
él está prohibido consumar el acto sexual, perseguir la
caza, derribar árboles, segar la hierba. La acción de la jus
ticia expira en sus límites. El criminal que se refugia allí
se hace inviolable, consagrado por la santidad del lugar;
pero, por la misma razón, todo animal doméstico que se
aventura por esos parajes, está perdido para su dueño. Es
el sitio peligroso por excelencia, aquel donde no se penetra
impunemente. Sin embargo, su aspecto atractivo da la razón
a un proverbio árabe: “el que gira en torno del hima acaba
por caer en él”. Se piensa en la mariposa que no puede
evitar el mori^ en la llama. Del mismo modo, Lutero, ha
blando de la veneración inherente a los santos lugares, hace
constar que se mezcla al temor: “Y sin embargo, añade, en
vez de huir, nos acercamos más”. En el fondo, lo sagrado
SANTIDAD Y MANCILLA
33
suscita en el fiel exactamente los mismos sentimientos que
el fuego en el niño: el mismo temor de quemarse, el mismo
afán de encenderlo; idéntica emoción ante lo prohibido,
igual creencia de que su conquista trae fuerza y prestigio — o
herida y muerte en caso de derrota— . Y así como el fuego
produce a la vez el bien y el mal, lo sagrado desarrolla una
acción fasta o nefasta y recibe los calificativos opuestos de
puro e impuro, de santo y sacrilego, que definen con sus
límites propios las fronteras mismas de la extensión del
mundo religioso.
He ahí quizás el movimiento esencial de la dialéctica
de lo sagrado. Toda fuerza que lo encarna tiende a diso
ciarse: su ambigüedad primera se resuelve en elementos
antagónicos y complementarios con los cuales relaciona
mos respectivamente los sentimientos de respeto y de aver
sión, de deseo y de temor, que inspiraba su naturaleza radi
calmente equívoca. Pero apenas nacidos estos polos de la
distensión de su naturaleza, provocan cada uno por su lado,
porque poseen precisamente el carácter de lo sagrado, esas
mismas reacciones ambivalentes que les hicieron aislarse el
uno del otro.
La escisión de lo sagrado produce los buenos y los ma
los espíritus, el sacerdote y el brujo, Ormazd y Ahriman,
Dios y el Diablo; pero la actitud de los fieles frente a cada
una de estas especializaciones de lo sagrado revela la mis
ma ambivalencia que. su conducta respecto a sus manifes
taciones indivisas.
Ante lo divino, San Agustín siente a la vez un estreme\cimiento de miedo y un impulso de amor: "Et inhorresco,
escribe, et inardesco". Explica que su horror procede del co
nocimiento de la diferencia absoluta que separa su ser del
ser de lo sagrado; su fervor, al contrario, de la contempla
34
AMBIGÜEDAD DE LO SAGRADO
ción de su identidad profunda. La teología conservará este
doble aspecto de la divinidad, distinguiendo en ella un ele
mento terrible y un elemento cautivador, el tremendum y el
fascinans, adoptando la terminología de R. Otto.
El fascinans corresponde a las formas embriagadoras
de lo sagrado, al vértigo dionisíaco, al éxtasis y a la unión
transmutadora, pero también, más sencillamente, a la bon
dad, la misericordia y el amor de la divinidad por sus cria
turas, lo que las atrae irresistiblemente hacia ella, mientras
que el tremendum representa la “santa cólera”, la justicia in
exorable de un Dios “celoso”, ante quien tiembla el peca
dor humillado, implorando su perdón. En el BhagavadGíta, es Krishna, mostrándose al héroe Arjuna, quien se
espanta al ver cómo los humanos se precipitan en masa dentro
de la boca del dios, cual torrentes que corren al océano,
cual insecto que vuela hacia la llama mortal. Algunos, con
la cabeza rota, quedan suspendidos entre sus dientes, y su
lengua se regodea con generaciones enteras que engullen
sus fauces.
Paralelamente, en el otro polo de lo sagrado, lo demo
níaco, que ha recibido en suerte los aspectos terribles y pe
ligrosos, suscita a su vez sentimientos opuestos de interés
y de repulsión, igualmente irrazonables. El diablo, por
ejemplo, no es solamente el que castiga cruelmente a los
condenados en el infierno, es también el que con su voz
tentadora ofrece al anacoreta las dulzuras de los bienes te
rrenales. Sin duda, lo hace para perderlo, y el pacto con el
demonio sólo asegura una dicha, pasajera; pero está claro
que no puede ser de otro modo, y no es menos importante
señalar que el verdugo se presenta al mismo tiempo como
seductor, en ciertos, casos como consolador; el romanticis
mo, exaltando a Satán y a Lucifer y adornándolos con toda
SANTIDAD Y MANCILLA
35
clase de atractivos, se ha limitado a desarrollar, según la
lógica propia de lo sagrado, gérmenes que pertenecen por
derecho a esas figuras.
Sin embargo, si se orienta el análisis de la religión rela
cionándolo con esos límites extremos y antagónicos que
representan bajo sus diversas formas la santidad y la con
denación, lo esencial de sus funciones aparece en seguida
determinado por un doble movimiento: la adquisición de
la pureza, la eliminación de la mancha.
A d q u is ic ió n y A b a n d o n o d e l a P u r e z a . Se adquiere la
pureza sometiéndose a un conjunto de prácticas rituales.
Se trata, ante todo (Durkheim lo ha demostrado bien), de
separarse progresivamente del mundo profano, a fin de po
der penetrar sin peligro en el mundo sagrado. Se debe
abandonar lo humano antes de ascender a lo divino. Es
decir, que los ritos catárticos son, en primer lugar, prácti
cas negativas, abstenciones. Consisten en otros tantos re
nunciamientos temporales a las diversas actividades caracte
rísticas de la condición profana, por muy normales que
éstas sean y por muy necesarias que parezcan para la con
servación de la vida. En cierto sentido, conviene precisa
mente abstenerse de ellas en la medida en que parecen nor
males o necesarias; es preciso, literalmente, purificarse de
ellas para acercarse dignamente al mundo de los dioses.
Siempre se teme la mezcla. De ahí que para gustar la vida
divina se rechace todo lo que forma parte del desenvolvi
miento ordinario de la existencia humana: la palabra, el
sueño, la sociedad ajena, el trabajo, el alimento, las rela
ciones sexuales. El que desea sacrificar, penetrar en el tem
plo, comulgar con su dios, debe, primeramente, romper con
sus costumbres cotidianas. Se le recomienda el silencio, la
vigilia,' el retiro, la inacción, el ayuno y la continencia. Las
36
AMBIGÜEDAD DE LO SAGRADO
restricciones que preparan al hombre para enfrentarse con
lo divino y lo hacen puro, existen con el mismo valor para
el neófito australiano, que se dispone a sufrir las prue
bas de la iniciación, para el magistrado antiguo que sacrifica
en nombre de la ciudad y para el cristiano moderno que
se arrodilla para recibir la sagrada comunión. La concep
ción religiosa del mundo requiere, a través de los espacios
y del tiempo, una renunciación semejante en el hombre que
desea acercarse a lo sagrado. Cuanto más fuerte y más viva,
son más exigentes las normas purificadoras. Suele pedirse
al individuo una verdadera transformación. Para entrar en
contacto con lo divino tiene que bañarse, despojarse de
sus vestiduras habituales, ponerse otras nuevas, puras o con
sagradas. Se le afeitan el cabello, la barba y las cejas, se le
cortan las uñas (las partes muertas, por lo tanto impuras,
del cuerpo). En casos extremos, se le hace morir simbó
licamente a la vida humana y renacer en calidad de dios:
he aquí al sacrificador veda que cierra los puños, se cubre la
cabeza e imita los movimientos del feto dentro de la ma
triz, yendo y viniendo en torno a la hoguera.
Ya consagrado y desprendido de lo profano, el hombre
debe mantenerse lejos de ello mientras dure y para que
dure su estado de pureza o de consagración. Por otra par
te, no puede mantenerse en él mucho tiempo: si quiere ase
gurar su existencia física es necesario que recobre el uso
de todo lo que conserva a ésta y que sería incompatible con
su santidad. Al salir del templo, el sacerdote judío se qui
ta su vestidura sagrada, “para que la consagración no se propague” —dice el Levítico—. El sacrificador veda se sumerje
en un “baño de arrastre” : transmite al agua que lo arrastra
su carácter religioso y sale del líquido nuevamente profano,
es decir, libre de usar los bienes naturales y de partid-
SANTIDAD Y MANCILLA
37
par en la vida colectiva. Esta aclaración de los ritos de entrada
y de salida que permiten pasar de un mundo a otro respe
tando su aislamiento, constituye una de las más preciosas
aportaciones que nos brinda el estudio de Hubert y de
Mauss acerca del sacrificio.
P r e c a u c io n e s C o n t r a l a
C o n t a m in a c ió n
y
la
San
El uso de los bienes naturales, la participación en
la vida del grupo, constituyen y definen, en efecto, la
existencia profana: lo puro se excluye de ello para acercarse
a los dioses, lo impuro es expulsado para que no conta
mine con su mancha a lo que lo rodea. De hecho, la co
munidad cuida siempre de mantener a distancia esto últi
mo. Por otra parte, se le reconoce fácilmente y es sencillo
enumerar los focos de impureza. Algunos varían según las
sociedades que se observan; otros gozan de una enorme
difusión. Entre estos últimos puede citarse el cadáver y,
por contagio, los parientes del difunto durante el luto, es
decir, en el período durante el cual la virulencia de la
mancilla de muerte tiene en ellos su plena actividad; la mu
jer, en los momentos críticos de su vida, cuando se pre
senta como un ser ensangrentado y herido, en los días de la
menstruación (y sobre todo al iniciarse la pubertad), o al
dar a luz (y especialmente al nacer su primer hijo), hasta la
ceremonia de la purificación; el sacrilego, en fin, el que
por bravata o imprudencia, o por descuido, ha infringido
una prohibición, y particularmente la más grave de todas:
la ley de exogamia.
La impureza de esos diferentes seres hace correr a la
comunidad un riesgo que la amenaza en conjunto, pues
nada es más contagioso que la mancilla mística. Su pri
mer deber es, por lo tanto, el de protegerse, excluyendo
radicalmente de su seno a todos los portadores de gérmet id a d .
36
AMBIGÜEDAD DE LO SAGRADO
restricciones que preparan al hombre para enfrentarse con
lo divino y lo hacen puro, existen con el mismo valor para
el neófito australiano, que se dispone a sufrir las prue
bas de la iniciación, para el magistrado antiguo que sacrifica
en nombre de la ciudad y para el cristiano moderno que
se arrodilla para recibir la sagrada comunión. La concep
ción religiosa del mundo requiere, a través de los espacios
y del tiempo, una renunciación semejante en el hombre que
desea acercarse a lo sagrado. Cuanto más fuerte y más viva,
son más exigentes las normas purificadoras. Suele pedirse
al individuo una verdadera transformación. Para entrar en
contacto con lo divino tiene que bañarse, despojarse de
sus vestiduras habituales, ponerse otras nuevas, puras o con
sagradas. Se le afeitan el cabello, la barba y las cejas, se le
cortan las uñas (las partes muertas, por lo tanto impuras,
del cuerpo). En casos extremos, se le hace morir simbó
licamente a la vida humana y renacer en calidad de dios:
he aquí al sacrificador veda que cierra los puños, se cubre la
cabeza e imita los movimientos del feto dentro de la ma
triz, yendo y viniendo en torno a la hoguera.
Ya consagrado y desprendido de lo profano, el hombre
debe mantenerse lejos de ello mientras dure y para que
dure su estado de pureza o de consagración. Por otra par
te, no puede mantenerse en él mucho tiempo: si quiere ase
gurar su existencia física es necesario que recobre el uso
de todo lo que conserva a ésta y que sería incompatible con
su santidad. Al salir del templo, el sacerdote judío se qui
ta su vestidura sagrada, “para que la consagración no se pro
pague” —dice el Levítico—. El sacrificador veda se sumerje
en un “baño de arrastre” : transmite al agua que lo arrastra
su carácter religioso y sale del líquido nuevamente profano,
es decir, libre de usar los bienes naturales y de partid-
SANTIDAD Y MANCILLA
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par en la vida colectiva. Esta aclaración de los ritos de entrada
y de salida que permiten pasar de un mundo a otro respe
tando su aislamiento, constituye una de las más preciosas
aportaciones que nos brinda el estudio de Hubert y de
Mauss acerca del sacrificio.
P r e c a u c io n e s C o n t r a l a
C o n t a m in a c ió n
y
la
San
El uso de los bienes naturales, la participación en
la vida del grupo, constituyen y definen, en efecto, la
existencia profana: lo puro se excluye de ello para acercarse
a los dioses, lo impuro es expulsado para que no conta
mine con su mancha a lo que lo rodea. De hecho, la co
munidad cuida siempre de mantener a distancia esto últi
mo. Por otra parte, se le reconoce fácilmente y es sencillo
enumerar los focos de impureza. Algunos varían según las
sociedades que se observan; otros gozan de una enorme
difusión. Entre estos últimos puede citarse el cadáver y,
por contagio, los parientes del difunto durante el luto, es
decir, en el período durante el cual la virulencia de la
mancilla de muerte tiene en ellos su plena actividad; la mu
jer, en los momentos críticos de su vida, cuando se pre
senta como un ser ensangrentado y herido, en los días de la
menstruación (y sobre todo al iniciarse la pubertad), o al
dar a luz (y especialmente al nacer su primer hijo), hasta la
ceremonia de la purificación; el sacrilego, en fin, el que
por bravata o imprudencia, o por descuido, ha infringido
una prohibición, y particularmente la más grave de todas:
la ley de exogamia.
La impureza de esos diferentes seres hace correr a la
comunidad un riesgo que la amenaza en conjunto, pues
liada es más contagioso que la mancilla mística. Su pri
mer deber es, por lo tanto, el de protegerse, excluyendo
radicalmente de su seno a todos los portadores de gérmet id a d .
38
a m b ig ü e d a d d e l o sag rad o
nes nocivos. No les permite ninguna relación con los
miembros del grupo y procura preservar de los miasmas
aborrecidos que contienen y transmiten hasta a la natu
raleza y a los elementos. Las muchachas en su pubertad,
las mujeres durante los períodos de menstruación, se ven
relegadas en una choza especial, lejos del pueblo.
No deben salir de allí mientras dure su estado y antes
de que una purificación ritual haya eliminado todos sus
vestigios. Las mujeres más ancianas, inmunizadas por su
edad y que apenas comparten la vida social, les preparan
y llevan alimento. La vajilla en que han comido las reclusas se rompe y entierra cuidadosamente. Su habitación
queda tan herméticamente cerrada que algunas mueren
por falta de aire. Hay que evitar que la luz del sol
se contamine al alumbrarlas. A veces, con este fin, sólo se
les exige que se tiznen el rostro. Con frecuencia el edifi
cio donde residen está construido sobre una plataforma a
buena distancia del suelo, para que la tierra no se contagie
tampoco. Con preferencia se pone a la paciente en una
hamaca mientras dura su indisposición. Considérase que
ese procedimiento reúne las condiciones de una separación
casi absoluta.
Debe observarse que las mismas prohibiciones que pre
servan del contagio aíslan a la santidad y protegen de su
contactó. £1 soberano-dios del tipo Mikado, lo mismo que
la mujer indispuesta, no deben tocar el suelo ni exponerse
a los rayos del sol. Este es el caso, no sólo del emperador
del Japón, sino del soberano pontífice de los zapotecas
y del heredero del trono de Bogotá, que desde los dieciséis
años vive en una estancia oscura. También se rompe la
vajilla donde el Mikado ha comido, por temor a que un
imprudente, usándola después, vea su boca y su garganta
POLARIDAD DE LO SAGRADO
39
hincharse y arder, en una palabra, gangrenarse. Se debe, a
la vez, conservar al rey divino libre de toda mancha, de
todo derroche inútil de su santa energía, preservarlo de toda
ocasión de descargarla brutalmente; sólo debe asegurar el
buen funcionamiento de la naturaleza y del estado, irra
diando lenta y regularmente. Volviendo los ojos hacia un
punto dado con alguna insistencia, el Mikado corre el riesgo
de desencadenar las peores calamidades sobre la región de
masiado “favorecida” con los poderosos efluvios de su mi
rada.
Todo lo que se relaciona con una persona santa está
consagrado por ese hecho y sólo puede servirle a ella. Le
basta nombrar un objeto o tocarlo para sustraerlo al do
minio público en provecho propio. Ya nadie se atreve a
usarlo: su contacto es mortal. Así lo divino y lo maldito,
la consagración y la contaminación, producen exactamente
el mismo efecto sobre las cosas profanas: las hacen intoca
bles, las retiran de la circulación comunicándoles su temible
virtud. Por eso no hay que asombrarse de que las mismas
barreras protejan a los bienes necesarios a la subsistencia del
grupo y a los brazos indispensables al trabajo cotidiano
del exceso de honor y de la indignidad, que los sustraerían
igualmente al uso común.
II. LA POLARIDAD DE LO SAGRADO
Dos P o lo s de l o S a g r a d o . N o se crea,
sin embargo, que lo puro y lo impuro no están afectados
por signos contrarios. El uno atrae, el otro repele; uno es
noble, el otro innoble; uno provoca el respeto, el amor,
el agradecimiento; el otro, la repugnancia, el horror y el
miedo. Lo puro, en el lenguaje escolástico del padre Lagrange, está definido como el vitandum per accidens, lo
O p o s ic ió n d e l o s
4o
AMBIGÜEDAD DE LO SAGRADO
que el hombre debe evitar a causa de su propia indigni
dad, cuando no se halla en la disposición requerida para
acercarse a ello, lo impuro corresponde, por el contrario,
al vitandum per se, al objeto que su esencia misma con
dena al aislamiento y que la simple consideración del in
terés personal aconseja en cada ocasión que se evite. De
un lado se unen y se ligan todas las potencias positivas,
“las que conservan y aumentan la vida, las que dan la
salud, la preeminencia social, el valor en la guerra y
la excelencia en el trabajo”, volviendo a la definición de
R. Hertz. Se ejercen en armonía con la naturaleza o más
bien componen esta armonía y determinan el ritmo del
mundo. Aparecen así impregnadas de un “carácter regu
lar y augusto que inspira veneración y confianza”. En el
otro extremo se reúnen las fuerzas de muerte y de destruc
ción, las fuentes de enfermedad, desorden, epidemias y
crímenes, todo lo que debilita, amengua, corrompe y des
compone.
No hay en el universo nada que no sea susceptible de
formar una oposición bipartita y que no pueda entonces
simbolizar las diferentes manifestaciones acopladas y anta
gónicas de lo puro y lo impuro, de las energías vivificadoras
y de las fuerzas de muerte, de los polos atractivo y repul
sivo del mundo religioso. Al primero pertenecen la claridad
y la sequedad del día; al segundo, las tinieblas y la hu
medad de la noche. El oriente y el sur aparecen co
mo la sede de las virtudes fecundas que hacen subir el
sol y aumentar el calor; el poniente y el norte, como
el habitáculo de las potencias de perdición y de ruina, que
hacen descender y apagarse el astro de vida. Lo alto y lo
bajo se encuentran a la vez calificados, así como el cielo,
que pasa por ser la residencia de los dioses donde la
POLARIDAD DE LO SAGRADO
41
muerte no entra, y el mundo subterráneo, que se considera
como la oscura morada donde su imperio es absoluto.
R. Hertz, que ha fijado estas oposiciones, nos ha dado un
profundo estudio acerca de una de ellas, la de la derecha y la
izquierda. Se la ve difundida en los más nimios detalles,
en el ritual, en las prácticas adivinatorias, en los usos y en
las creencias. El musulmán penetra con el pie derecho
en el lugar santo, con el izquierdo en un sitio frecuen
tado por los djinns; un zurdo es considerado fácilmente
como brujo o endemoniado; al contrario, se cuenta de los
santos cristianos que desde la cuna rechazaban el seno iz
quierdo de su madre. La mano derecha es la del cetro, la
de la autoridad, la del juramento y la buena fe; la izquier
da, la del fraude y la traición. Eva, que introdujo la muerte
en el mundo, está hecha con una costilla izquierda de
Adán. Y es la primera mujer, el prototipo de una ralea
pasiva e inquietante, la niña enferma y doce veces impura,
que las religiones excluyen fácilmente del culto y asimilan
a la brujería y al pecado. En las representaciones del Juicio
Final, Jesús, con su mano derecha indica el cielo a sus
elegidos, y con la izquierda señala a los condenados el es
pantoso abismo del infierno. En las de la Crucifixión, el
sol luce a la derecha de Dios, mientras que la luna está a
la izquierda, con el mal ladrón y la sinagoga.
El idioma mismo pone de manifiesto esta oposición: en
el dominio indo-europeo una raíz única expresa la idea
de derecho en las distintas lenguas. Al contrario, el lado
izquierdo se designa con palabras múltiples e inestables,
expresiones retorcidas donde la metáfora y la antífrasis des
empeñan un gran papel. El mismo fenómeno ha sido ob
servado por Meillet respecto a los nombres de ciertos acha
ques (sordera, cojera, ceguera), que comparten con la iz-
42
AMBIGÜEDAD DE LO SAGRADO
quicrda este aspecto inquietante y vagamente peligroso,
ese carácter de mal augurio que hace que se evite nom
brarlos incluso con los términos que los designan expre
samente, y para los que se buscan ,siempre nuevas palabras
destinadas a evocarlos solamente por alusión.
La mano derecha es también la mano diestra, la que con
duce el arma derecha a su fin, y atestigua así no sólo la des
treza, sino también el buen derecho del guerrero, su rectitud,
y prueba asimismo que los dioses lo protegen. En China el
tiro del arco es la gran prueba de nobleza. No es una
lucha de habilidad o de valor, observa M. Granet, sino
“una ceremonia musical reglamentada como una danza” ;
hay que lanzar la flecha sobre la nota justa, los movimien
tos de los arqueros deben tocar al corazón, las reglas ri
tuales y una correcta actitud del alma unida a la recta ac
titud del cuerpo les permitirá tocar en el corazón el blanco.
“Así se da a conocer la virtud”, concluye el Li-Ki. En
efecto, los señores juzgan la nobleza y .rectitud de sus va
sallos según su habilidad para lanzar las flechas. En grie
go, la palabra qiaQtávtOj qUe signjfica cometer un error,
una falta e incluso un pecado, quiere decir en su origen
“errar el blanco”. Se comprenden ahora los diferentes sen
tidos de la palabra “derecho”, designando la habilidad ma
nual, la rectitud de un razonamiento, la norma jurídica, la
franqueza de carácter, la pureza de las intenciones, el buen
fundamento de-una acción, en una palabra, todo lo que
física o místicamente hace que una fuerza vaya derecha
a su fin. Inversamente, la zurdería es signo de mala con
ciencia y presagio de derrota; es, a la vez, la torpeza, su
causa y su efecto, toda fuerza tortuosa, curva, oblicua, todo
falso cálculo o toda falsa maniobra, lo que no es seguro
y no alcanza el fin, y por ende aquello de lo que no se
POLARIDAD DE LO SAGRADO
43
está seguro, y que suscita sospecha o temor, pues todo lo
fallido revela y desarrolla una disposición al maleficio. El
derecho y la destreza manifiestan la pureza y la gracia;
lo izquierdo y lo zurdo, la mancha y el pecado.
P uro y d e l o Impuro. Identificados
desde cierto punto de vista por el mundo profano al que
se oponen igualmente, radicalmente hostiles el uno al otro
en su esfera propia, lo puro y lo impuro poseen en co
mún el ser fuerzas susceptibles de ser utilizadas. Pues bien,
cuanto más intensa es la fuerza, más prometedora es su efica
cia; de ahí la tentación de transformar las manchas en ben
diciones, de hacer de lo impuro un instrumento de purifica
ción. Con este fin, se recurre a la mediación del sacerdote,
al hombre cuya santidad lo hace capaz de acercarse a la
impureza o de absorberla sin temor, que sabe en todo
caso los ritos que le han de preservar, que posee el poder
y conoce los medios de desviar hacia el bien la energía
maléfica de la infección, de transformar una amenaza de
muerte en garantía de vida.
R e v e r s ib ilid a d d e l o
Á1 terminarse el duelo, las ceremonias purificadoras no
libran solamente a los parientes del difunto de su contagio,
sino que señalan también el instante en que, de potencia
maléfica y temible, transmisora de todos los caracteres de
la izquierda sagrada, la muerte se transforma en un espíri
tu tutelar al que se implora con respeto y veneración. Para
lelamente, los restos terrenales del cadáver se convierten en
reliquias: el horror se cambia en confianza.
La parturienta debe mantenerse alejada del grupo para
librarlo del contagio de su mancha; pero al mismo tiempo,
entre los hereros, por ejemplo, se le trae cada mañana la
leche de todas las vacas del pueblo, para que el contacto
de su boca le asegure ciertas preciosas cualidades; y entre
44
AMBIGÜEDAD DE LO SAGRADO
los warrundis, la muchacha durante su primera menstrua
ción es conducida a través de la casa por su abuela, que la
obliga a tocarlo todo, como si todo se santificara con su
roce. Esto, sin tener en cuenta las prácticas de magia en
las que se espera un efecto benéfico y deseado de la virtud
eminentemente perniciosa del flujo menstrual.
Hoy día reina aún, más o menos conscientemente, la
idea de que el remedio más repugnante puede ser el más
eficaz. Por eso se buscan sistemáticamente para la composi
ción de las panaceas los ingredientes más repulsivos en lo
físico y religiosamente más impuros. Los árabes utilizan
contra los djinns y el mal de ojo una mezcla fabricada con
basuras, sangre menstrual y huesos de difuntos.
Para completar la mixtura podrían añadirle algún trozo
de los restos de la víctima expiatoria. Esta, cargada entre
los semitas de los pecados de un pueblo, aparece como la
quintaesencia de lo contaminado. Sin embargo, se unge el
altar con su sangre y el agua lustral que sirve para purificar
la tienda y los muebles del muerto, así como a los que to
caron el cadáver, debe contener las cenizas de la becerra
sacrificada para expiar el pecado. El sacerdote que ha que
mado a la víctima lejos del campamento, el hombre puro
que recogió sus cenizas, deben lavarse el cuerpo y las vesti
duras, son impuros hasta la noche, así como todos los que
hayan tocado el agua purificadora o se hayan purificado
con ella. Todo el libro del Levítico podría comentarse desde este punto^de vista: se confirma pfi cada versículo la
misma intima^conexión entre lo puro y lo impuro.
En Grecia, observa perneta¿“loque es fuente de impurezayeausa de prohibición puede ser objeto obligatorio de
. consagración Y lo cierto, es que las doncellas de Atenas
POLARIDAD DE LO SAGRADO
45
ofrecían a Artemisa el primer lienzo manchado con su san
gre menstrual y que las vestiduras de las parturientas muer
tas eran consagradas a Artemisa-Ifigenia de Brauron.
No solamente las cosas, sino también los seres ocultan
la fuerza ambigua de lo sagrado. Los espíritus protectores
pintados sobre el gorro del shaman siberiano están a veces
coloreados, mitad en rojo, mitad en negro, para manifestar
los dos sentidos en los cuales se ejerce su poder. Entre los
lapones, los que han matado un oso están cubiertos de glo
ria. Sin embargo, primero se les considera impuros y se
les asigna una morada especial. Se quitan las vestiduras que
llevaron al matar la bestia. Llevan su carne a sus mujeres,
pero fingiendo que son extranjeros. Su reclusión no cesa
hasta después de la ronda purificadora alrededor de un fue
go. Igualmente, en Africa del Sur se considera como un
acto heroico el matar un animal temible, león, leopardo o
rinoceronte, pero antes de que una guardia de honor intro
duzca con gran pompa al feliz cazador en el pueblo, éste
debe expiar su valentía en una choza alejada, con el cuerpo,
pintado de blanco, y alimentado por muchachos incircun
cisos. Incluso el guerrero que ha matado a un enemigo en
una expedición, aunque se le honra, no puede reintegrarse
a la comunidad sin purificarse de la sangre que ha derra
mado, de la mancha que ha contraído al matar y al tocar un
cadáver.
A la inversa, la impureza procura una fuerza mística,
o lo que equivale a lo mismo, la manifiesta, la prueba en
el ser que se expone victoriosamente a los peligros del sacri
legio. Cuando Edipo, cargado de las máximas abominacio
nes del parricidio y del incesto, pisa el territorio de Atenas,
se presenta como sagrado y se anuncia como un manantial
de bendiciones para el país. Entre los ba-ila no hay nada
46
AMBIGÜEDAD DE LO SAGRADO
más monstruoso y temido que el incesto, pero el que quiere
triunfar en una empresa difícil, lo comete con su hermana:
“Eso da una gran fuerza a su talismán”. El thonga que
quiere cazar un hipopótamo, se une sexualmente con su
hija. En seguida se convierte en un “matador”, pero tiene
entonces el poder de realizar “grandes cosas sobre el río”.
En una tribu de los alrededores del lago Nyassa, el incesto
con la madre o con la hermana hace invulnerable contra
las balas a quien se atreve a cometerlo. Por la infracción
de la más santa de las leyes, el hombre ha adquirido el peli
groso concurso de fuerzas sobrenaturales, lo mismo que
para hacerse brujo hay que firmar un pacto con el dia
blo. Mediante el incesto, el audaz se ha transformado pre
cisamente en brujo, pero por un tiempo limitado, para
conseguir el éxito en cierta empresa. Debía desafiar ritual
mente los peligros del sacrilegio para ponerse fuera del al
cance de los riesgos profanos.
Basta literalmente una conversión obtenida por medio
de la penitencia adecuada, un cambio de sentido facili
tado por las prácticas o la actitud oportunas, para que el
poder siniestro del que ha dado pruebas el transgresor de
las normas sagradas se vuelva a encontrar intacto y opues
to cuando se trate de mantenerlas y de hacerlas respetar.
Así el gran pontífice P. Licinius, dice Tito Livio, detuvo
para convertirlo en flamen de Júpiter a C. Flaccus “a cau
sa de su juventud turbulenta y libertina” y éste, antes detesta
do de sus padres por sus vicios, se vió hasta tal punto transfor
mado por su consagración, que restauró la santidad de su
sacerdocio, comprometida por sus predecesores. De igual
modo, si en la hagiografía cristiana los más grandes peca
dores son luego los más grandes santos, esto no es solamente
para edificar a los fieles acerca de la omnipotencia de la
POLARIDAD DE LO SAGRADO
47
gracia divina; es también consecuencia de esa suma, siem
pre posible en el orden de las bendiciones, de los recursos
excepcionales manifestados por la enormidad de las culpas.
E l i m i n a c i ó n de l a C u l p a I n e x p ia b l e . Sin embargo, hay
casos en que el crimen desecha todo intento de reparación.
La sociedad está presa de estupor y de miedo ante un aten
tado excesivamente grave contra lo sagrado. Sus sacerdotes
desesperan de convertirlo o borrarlo. La mancha parece
inexpiable, es decir, restituyendo a la palabra su valor eti
mológico, que ningún rito de purificación podrá librar al
culpable del elemento energético del que se cargó al co
meter el acto prohibido. Ya no hay modo de “liberarlo”,
de hacerlo entrar nuevamente en el orden profano. No
queda más solución que la de cercenar radicalmente del gru
po ese principio y ese foco de contagio. Se le declara entonces
sagrado (sacer, leqós) . El grupo no suele aceptar la idea
de matarlo, pues como la ejecución supone un contacto, la
mancha que quiere alejar podría transmitírsele. Entonces
se expulsa al criminal, se le conduce sin armas y sin provi
siones a la frontera del territorio nacional, entregándolo así
a los extranjeros, a las bestias o a los elementos que se
encargan de destruirlo. Si el culpable es un animal, por
ejemplo una cabra que devoró sus propios excrementos,
un buey que ha golpeado la tierra con su cola, un perro
que se ha acoplado con un cerdo, y no se quiere perder el va
lor que representa, se vende a mercaderes transeúntes: que la
desgracia recaiga sobre ellos. Si es un hombre, se le abando
na frecuentemente a merced del océano en una canoa sin
aparejos. Algunas veces, para mayor seguridad, se le atan
las manos y se barrena el esquife. En el antiguo derecho
noruego, se abandona al proscrito en una embarcación que
hace agua por todas partes. Cuando el estado asume la ta
48
AMBIGÜEDAD DE LO SAGRADO
rea de hacer desaparecer al apestado, o bien delega sus fun
ciones en un hombre, el verdugo, que se convierte en segui
da en sujeto de oprobio, y que, como todos se apartan de él,
debe vivir lejos de la comunidad cual si hubiera cargado
con la totalidad de los males de que libra a sus semejantes,
o bien los magistrados responsables toman las mayores pre
cauciones para que, en el momento de la ejecución, el con
tagio temido no caiga sobre el grupo. La vestal impura es
enterrada viva: el derramamiento de sangre contaminaría a
toda la ciudad. Entonces se la hace desaparecer con su man
cilla en hs entrañas de la tierra. En efecto, el caso es particu
larmente grave. Se trata de un ser consagrado: la santidad
del culpable aumenta el peso de la falta tanto como la mag
nitud de los pecados da a veces la medida de la santidad fu
tura. La sacerdotisa es transportada al lugar del suplicio en
una litera herméticamente cerrada: es necesario que le sea
imposible toda comunicación con los ciudadanos. Incluso la
voz de la impura no debe llegar a sus oídos, pues cuando se
trata de semejante sacrilegio no hay nada que no pueda ser
vir de vehículo al mal. Luego, la culpable sale oculta entre
velos de su litera y desciende en seguida a la fosa abierta. Es
ta se sella inmediatamente. Se le deja a la condenada una
cantidad irrisoria de comida. Antígona, a quien Creón ha
ce conducir a su tumba por un sendero desierto, recibirá
igualmente bastante alimento para “evitar un sacrilegio y
sustrífer a toda la ciudad del pecado”. Es que su impureza
m ism a hace sagrado al criminal. Resulta peligroso atentar
directamente contra su vida: al concederle algunos alimen
tos, la ciudad salva su responsabilidad y deja obrar a los
dioses (es el principio de la ordalía, tan sagazmente visto por
G. Glotz). El culpable ha entrado en el mundo de lo di
vino: a los dioses les corresponde entonces perderlo o sal-
COHESIÓN Y DISOLUCIÓN
49
vario. Los hombres se lo entregan y para eso le obligan a
salir vivo de su comunidad. Importa tanto proteger a la na
turaleza como a la sociedad contra ese contagio. Nada más
significativo a este respecto que la pena del culeus reser
vada por los romanos al parricida y al sacrilego. Se procura
el aislamiento perfecto del culpable, se le cubre la cabeza
con una piel de lobo, se le calza con zuecos, y para arrojarle
al mar se le encierra en un saco de cuero con una serpiente,
un gallo y un perro en los cuales podrá transmigrar la culpa
sin peligro. Así se pone en vigor la antigua maldición
contra aquel cuya transgresión no parece reparable: “que
ni la tierra ni el mar recojan sus huesos”. Debe verse en
la piel de lobo, los zuecos, la odre cosida, etc., otras tantas
precauciones para impedir que su impureza contamine el
suelo, la atmósfera y hasta el agua del mar que, sin embar
go, como observa Cicerón al comentar este suplicio, pasa
por ser capaz de purificar todas las demás manchas.
III. COHESION Y DISOLUCION
Pode
mos esbozar ahora una especie de geografía social de lo
puro y de lo impuro. Hay una zona neutra que ambos se
disputan y de donde, por razones idénticas y con actitudes
mentales contrarias, nos esforzamos por expulsarlos. Allí, to
da energía parece alternativamente pura e impura, suscepti
ble de orientarse en un sentido o en otro, sin que sea posible
atribuirle en permanencia una calificación unívoca. Estimu
la igualmente las fuerzas del mal y las del bien, atrae la
desgracia y la fortuna. Así vemos que la unión sexual favo
rece el crecimiento de las cosechas y la virulencia de las
plagas, activa (entre los bantás) la virtud purificadora del
agua lustral y la virtud nociva de las enfermedades.
D is t r ib u c ió n S o c ia l de l o P u r o y de l o I m p u r o .
5°
AMBIGÜEDAD DE LO SAGRADO
Pero esta ambigüedad misma supone una distribución
más estable, una polaridad mejor asegurada de lo benéfico
y lo maléfico. Esos principios opuestos parecen efectiva
mente gozar cada uno de una morada fija. De un lado el
mundo majestuoso y ordenado del rey, del sacerdote y de la
ley, del cual se mantiene uno a distancia por respeto; de
otro, el dominio equívoco e infamante del paria, del brujo
y del culpable, que esquivamos con horror. A los que, por
naturaleza, purifican, curan y perdonan, a los intercesores
de la santidad, se oponen los que, por esencia, manchan,
envilecen y descarrían, los furrieles del pecado y de la muer
te. Las vestiduras del príncipe, espléndidas, rutilantes de
oro y de pedrería, inalterables, no son más que la contra
partida luminosa de la podredumbre abyecta y de las carnes
licuadas de la descomposición.
En efecto, el soberano y el cadáver, como el guerrero y
la mujer ensangrentada por su menstruación, encarnan en
grado supremo las fuerzas* hostiles de lo puro y de lo im
puro. Es la muerte la que mancha, es el príncipe el que
depura. No es lícito ningún contacto entre lo uno y lo
otro. Los seres investidos de santidad, como el jefe poline
sio, las cosas que parecen sus fecundos tabernáculos, como
los churingas australianos, se mantienen alejados por las
más severas prohibiciones de todo lo que puede ser foco
de infección: despojos mortuorios o sangre menstrual. Hay
que recordar a este respecto algunas de las reglas sagra
das que limitan la libertad del flamen mayor. Le está prohibi
do no sólo tocar un cadáver sino también aproximarse al lugar
de la incineración, oír el sonido de las flautas funerarias,
pronunciar el nombre de los vegetales o los animales que
participan en el culto de los muertos. Su calzado no debe
estar hecho con pieles de animales muertos de muerte na
COHESIÓN Y DISOLUCIÓN
51
tural. Por la misma razón, el sumo sacerdote de los cafres no
debe visitar los cementerios, ni cruzar las sendas que con
ducen al campo donde se pudren los cadáveres; la entra
da en la habitación donde alguien ha muerto le está termi
nantemente prohibida hasta que se erija en ella una efigie
del difunto, demostrando así que éste ha sido elevado a la
categoría de fuerza benéfica y venerable. En la tragedia
de Eurípides, Artemisa abandona a Hipólito moribundo:
ni a una diosa le está permitido ver un cadáver, ni al últi
mo soplo de un agonizante manchar una mirada pura. En
la fiesta de las Antesterias, en Atenas, cuando las almas de
los muertos ascienden desde el mundo subterráneo y reco
rren las calles de la ciudad, se rodea los templos de cuerdas
para que no puedan acercarse.
L o c a l iz a c ió n de l o P u r o y de l o I m p u r o . Una separa
ción tan meticulosa de los principios de lo puro y lo im
puro implica para ellos una localización distinta en el seno
de la sociedad. De hecho, el centro parece la residencia cla
ra y reconfortante de lo primero; la periferia, el imperio
oscuro e inquietante de lo último. Las fuerzas de bendición
habitan los mástiles totémicos de brillantes colores, orgullo
de la gran plaza del pueblo donde se erigen, conjuntamen
te, el altar y la casa de los hombres o la alta cabaña del
jefe. Nadie se atreve a acercarse a un lugar donde se hallan
tan evidentemente concentradas todas las potencias de lo
sagrado. En la Nueva Caledonia, la gran cabaña se llama
moaro, y moaro es también el nombre del clan, y el altar
se designa con la expresión \a moaro “lo que es el moaro”.
No puede señalarse mejor la profunda identidad de la co
lectividad entera con el altar y la gran cabaña, que son los
focos en torno a los cuales se ordena su existencia. Se trata
para el canuco, observa Leenhardt, de una misma rea
5*
AMBIGÜEDAD DE LO SAGRADO
lidad de la cual la gran cabaña es la proyección sobre el
suelo, el clan la proyección en la sociedad y el altar la pro
yección hacia lo invisible. Las fuerzas que vivifican el ser
de la aldea y que exaltando su gloria se apoyan en su
centro, pasan por la gran plaza para alcanzarla e irrigarla
con una savia benéfica. Su modo de actuar es centrífugo:
irradian desde ese vacío ideal tan lleno de santidad, donde
moran los dioses, donde sube el incienso de los sacrificios,
a donde llegan eventualmente las órdenes de un príncipe.
Poco a poco, su influencia es reemplazada por la de las pre
sencias maléficas y misteriosas de la selva cuya presión
convergente es invasora. Penetra uno insensiblemente en
su dominio a medida que se aleja de la gran plaza y antes
de encontrarse completamente expuesto a su poder tenebro
so ha habido que dejar atrás la temible cabaña donde se
recluye a las mujeres menstrüantes, a las parturientas y a
los guerreros de regreso de sus expediciones antes de que
estén purificados de la sangre que han vertido, en una pa
labra, a todos los seres mancillados que importa mantener
a distancia del centro irradiante y vivificador de la vida
colectiva.
Esos términos espaciales, lejos de ser adventicios, se en
cuentran en todos los grados de la civilización. R. Hertz ha
observado con razón que la oposición entre la izquierda y
la derecha se articula con la que existe entre lo de dentro
y lo de fuera. La comunidad se ve como encerrada dentro
de un recinto imaginario. En el interior del círculo todo
es luz, legalidad y armonía, espacio despejado, reglamen
tado, distribuido: en medio, el arca de la alianza o el altar
representan el foco material y activo de la santidad que
irradia hasta la circunferencia. Más allá, se extienden las ti
nieblas exteriores, el mundo de las emboscadas y de las
COHESIÓN Y DISOLUCIÓN
53
trampas, que no reconoce ley ni autoridad, y de donde so
pla una continua amenaza de contaminación, de enferme
dad y de perdición. En sus vueltas en torno del fuego
sagrado, los fieles se desplazan girando con el hombro de
recho tendido hacia ese centro del que emanan las dichas
y presentando al exterior sombrío, hostil y anárquico, el
lado izquierdo de sus cuerpos, la parte defensiva e inferior
de su ser, el brazo que lleva el escudo. Esta deambulación
circular encierra a la vez las energías bienhechoras del
interior y erige una barrera contra los temibles asaltos
del exterior.
La configuración de las ciudades modernas hace aún
perceptible, en cierto plano, el valor en parte mítico, en
parte objetivo, de esta disposición: en el centro, la iglesia
o la catedral (sede de lo divino), el ayuntamiento, los edi
ficios oficiales, el palacio de justicia (símbolos y templos
d'el poder y de las autoridades), los teatros, los museos, el
monumento a los muertos, las estatuas de los grandes hom
bres (aspectos diversos del patrimonio sagrado de la ciu
dad), gozan de anchas plazas, de vastas arterias y floridos
jardines; de noche, una iluminación resplandeciente presta
a esos barrios privilegiados lustre y seguridad. En torno a
ese núcleo tranquilizador, cálido, oficial, las grandes aglo
meraciones engendran una cintura de sombra y miseria
donde las calles son estrechas, mal alumbradas, inseguras,
en donde se sitúan los hoteluchos, zahúrdas y otras clases
de establecimientos clandestinos donde se dan cita, idónea
mente, los vagabundos, las prostitutas y los fuera de ley
de todo género. Cuando los cementerios no han sido absor
bidos en el crecimiento de la ciudad, allí se les instala, y al
caer la noche son pocos aquellos a quienes su presencia no
produce un leve escalofrío. Así, la oposición de lo puro y de
54
AMBIGÜEDAD DE LO SAGRADO
lo impuro, pasando del terreno religioso al terreno laico y
convertida en la de la ley y el crimen, de la vida honrada
y la existencia crapulosa, ha conservado la antigua topogra
fía de los principios místicos: el bien en el centro, el mal
en la periferia.
C o h e s ió n y D is o l u c ió n . De una manera general, los
poderes de la santidad gozan de una clara localización;
el terreno de las contaminaciones aparece, al contrario, difu
so e indeterminado. Se ha podido ver en esto, especialmente
en Australia, una de las oposiciones fundamentales de la
religión y de la magia. De hecho, los espíritus maléficos
de quienes los brujos australianos reciben su poder, no están
ligados a ningún centro totémico especial. Como los hechi
ceros mismos, existen fuera de los marcos sociales. La fuerza
impura que ponen en marcha, según la definición de Strehlow, la que “suspende bruscamente la vida o trae la muerte
de aquel en quien se ha introducido”, no pertenece a un
clan determinado, no es un lazo de comunión para nadie,
no preside la formación de ningún cuerpo moral dupli
cando, al modo de la iglesia o de la religión oficial, el cuer
po social del estado. Al contrario, no tiene en cuenta los
particularismos locales, favorece también a los que, muje
res o esclavos, están excluidos de los cultos normales. Es
la emanación misma de la selva, enemiga inmensa, con
tinua, que engloba en su homogeneidad, como el mar los
islotes, los diferentes grupos humanos que lograron con
quistar en ella sus moradas. También es entre la maleza,
lejos de la aldea, donde el brujo recibe su iniciación; vuelve
de allí con un espíritu protector personal que le opone al
clan que venera a su tótem colectivo. El clan deja que los
miembros de otros grupos consuman la especie animal con
la cual se siente ligado. La organización económica de la
COHESIÓN Y DISOLUCIÓN
55
tribu incluso aparece fundada sobre la reciprocidad de las
prestaciones alimenticias. Pero el brujo a quien un animal se
revela como aliado en el transcurso de un sueño, de una alu
cinación, de un éxtasis o que ha recibido de un pariente bru
jo ese animal a título de espíritu protector, lo defiende y lo
hace respetar por los otros miembros de la comunidad. Se
presenta en el seno del clan como un elemento extranjero,
que por otra parte dispone de un poder temible y misterioso.
Ya no es considerado como un “hermano” por los otros.
Realmente, se ha convertido en otro ser. Los espíritus que
lo iniciaron han cambiado sus órganos vitales introducién
dole en el cuerpo trozos de cristal de roca donde residen
los poderes que lo hacen temer. Se le huye, lleva una vida
solitaria y perseguida. Se encuentra como excluido de la
comunidad, al menos virtualmente, y frente a la cohesión
de esta última, encarna, con los principios de la muerte, las
fuerzas mismas de la disolución.
Las palabras cohesión y disolución permiten definir bas
tante bien la unidad respectiva de los conjuntos complejos
a que pertenecen lo puro y lo impuro. Las potencias que
definen al primero son las que refuerzan, nos hacen sólidos
y fuertes, vigorosos y sanos, estables y normales. En el
mundo, presiden la armonía cósmica; en la sociedad velan
por la prosperidad material y el buen funcionamiento ad
ministrativo; en el hombre, defienden la integridad de su
ser físico. Son todo lo que funda, mantiene o perfecciona
una norma, un orden, una salud. Se comprende que el
soberano las encarne. Las otras, a la inversa, son los agentes
de la inquietud, el desorden y la fiebre. Se les imputa
toda irregularidad en la sucesión normal de los fenómenos:
causan eclipses, prodigios, monstruos, el nacimiento de los
gemelos y en general las manifestaciones de mal augu-
jg
a m b ig ü e d a d de l o sagrado
rio que se producen en contra de las leyes naturales, y exi
gen una expiación: árboles que florecen en invierno, tinie
blas que surgen al mediodía, embarazos prolongados,
epidemias.
Se les atribuye paralelamente las transgresiones del or
den político o religioso; se ha visto, en efecto, considerar
al traidor, al sacrilego, al regicida, como impuros inexpia
bles. Y es que atacan a la cohesión social, la ponen en
entredicho, tienden a destruirla. A veces basta no compar
tir la opinión ajena para verse excluido de la sociedad. En
China, el consejero que no aprueba el parecer de sus colegas
compromete el destino común, porque las decisiones deben
tomarse por unanimidad. Entonces se espera que dimita su
cargo y que se expatríe: pues, de someterse el que ha to
mado la responsabilidad de disentir, sólo “se quedaría para
odiar”. Al retirarse debe restaurar la cohesión que su pre
sencia amenazaría. Su marcha rompe todas las ligaduras
que le atan a su país y a sus antepasados. No puede llevarse
la vajilla del culto patrimonial. Hay que leer, con los co
mentarios de Granet, el texto del Li-Ki, que dicta su
conducta al disidente que emigra: “En cuanto ha pasado
la frontera, despeja un terreno y erige un montículo. Vuel
ve el rostro hacia su país y prorrumpe en lamentaciones.
Se pone una túnica, una vestidura inferior, un gorro sin
adornos, blanco y desprovisto de vivos de color [traje de
luto]. Calza unos zapatos de cuero sin curtir, el eje de su
coche va cubierto con una piel blanca de perro, los caballos
que lo arrastran llevan el pelo sin cortar. El mismo deja de
cortarse las uñas, la barba y el cabello. Cuando come, se
abstiene de toda libación [se halla excluido de la comunión
ie los dioses]. Se abstiene de decir que no es culpable [se
abstiene asimismo de afirmar que es culpable; sólo un jefe
OOHESIÓN Y DISOLUCIÓN
57
tiene bastante alma y autoridad para poder declararse for
malmente culpable]. Las mujeres (o por lo menos su
esposa principal) no son ya admitidas junto a él [su vida
sexual y sus relaciones domésticas quedan interrumpidas].
Sólo pasados tres meses vuelve a vestir su traje de siempre.”
Cuando sale del período de duelo, el vasallo disidente ya
no tiene patria: es un hombre que no pertenece a ninguna
parte, que no se sitúa dentro de ningún grupo señorial.
Tal es el terrible destino reservado al individuo que se
conduce como individuo dentro de la comunidad a que
pertenece, a aquel cuya actitud, con su ejemplo contagioso,
es para aquélla un germen de disolución.
En el seno de la familia, el problema se plantea de igual
modo. Se consideran también sacrilegas las infracciones
que amenazan echar abajo la organización familiar: de ahí
la extrema severidad de las medidas que protegen contra
el incestuoso y el parricida, a quienes los romanos declaran
sacer. En fin, para terminar esta clasificación de las faltas
o pecados disolventes, hay que añadirle la enfermedad que
ataca al hombre en sus fuerzas físicas. Entonces se temen
las pérdidas de sangre de la mujer en sus reglas y par
tos, y sobre todo, la descomposición del cadáver, que es
la imagen más viva de la disolución suprema e inevitable,
del triunfo de las energías destructoras que minan tan peli
grosamente la existencia biológica como la salud del mun
do y de la sociedad. El muerto mismo es un errante, un
alma en pena, mientras la sepultura y los funerales no ha
yan hecho entrar en la sociedad de los difuntos al que la
muerte ha excluido de la de los seres vivientes. Sólo se
convierte en potencia benéfica cuando se le agrega a una
nueva cohesión.
58
AMBIGÜEDAD DE LO SAGRADO
P u r e z a e I m p u r e z a : “ E stados T o t a l e s ” . Parece, pues,
que las nociones de lo puro y de lo impuro no se hayan
separado debidamente en un principio de los sentimientos
múltiples que suscitan, en sus diferentes manifestaciones,
las fuerzas complementarias y antitéticas cuya concordia
discors organiza el universo. Su oposición se ha reducido
tardíamente a consideraciones de higiene y de moral. Pue
de captarse un estado en que se halla compuesta indisolu
blemente por otros antagonismos que se comunican y se inter-penetran más de lo que se dejan ordenar o distinguir. La
pureza es, entonces, a la vez la salud, el vigor, el valor, la suer
te, la longevidad, la destreza, la riqueza, la dicha y la santi
dad; la impureza reúne en sí la enfermedad, la debilidad, la
cobardía, la torpeza, los achaques, la mala suerte, la mise
ria, el infortunio, la condenación. Nó es posible percibir
aún una aspiración moral. Una tara física, un fracaso son
censurados como si procedieran de una voluntad perversa
y se consideran como su consecuencia o su signo. Recípro
camente, la destreza o el éxito manifiestan el favor de los
dioses y parecen una garantía de virtud.
Las civilizaciones antiguas permiten seguir paso a paso
la moralización progresiva de esas nociones. Las han reci
bido en su aspecto místico, las han legado con un sentido
ético y, por decirlo así, laicizado.
El pensamiento clasificador, la reflexión filosófica, des
cubren, en la unidad indivisa de los complejos primitivos,
cualidades claras y distintas; éstas, sin duda, se correspon
den siempre; sus afinidades profundas se siguen sintiendo,
pero ellas mismas están al fin aisladas, situada cada una
en la rúbrica que define su naturaleza; la oposición entre
lo curvo y lo derecho, pertenece ahora a la geometría, la
de lo puro y lo impuro a la aritmética, la de lo limpio y lo
PROFANO Y SAGRADO
59
sucio a la higiene, la de la salud y la enfermedad a
la medicina; la del bien y el mal se reserva a la ética y la
religión conserva la de la gracia y el pecado. Todo se ha
afinado, parcelado, independizado. En adelante, es posible
perder aquí y ganar allá. Nada compromete al hombre
por entero. El siglo ofrece sus compensaciones a quien des
cuida su salvación. Cada oposición ha visto disminuir su
importancia y crecer su autonomía. El terreno de lo pro
fano se ha extendido y abarca ahora la casi totalidad de
los asuntos humanos.
P r o f a n o y S a g r ad o . Sin embargo, a través de toda
la historia religiosa, la noción de lo sagrado conserva
una individualidad bien señalada que le confiere una uni
dad incontestable, por muy diversas que aparezcan, desde
la más primitiva a la más elaborada, las civilizaciones en las
que se la constata, y por muy reducida que se presente su
esfera de influencia en la existencia moderna. Continúa
oponiendo el camino, la verdad y la vida, a las potencias que
corrompen el ser en todos los sentidos del vocablo, que lo
inducen a la desesperanza y lo destinan a la perdición; pero,
al mismo tiempo, manifiesta la connivencia esencial frente
a lo que conserva, lo que exalta y lo que arruina. Lo pro
fano es el mundo de la comodidad y la seguridad. Dos
abismos lo limitan, dos vértigos atraen al hombre, cuando
la comodidad y la seguridad ya no le satisfacen, cuando le
pesa la segura y prudente sumisión a la regla. Comprende
entonces que ésta sólo existe allí como una barrera, que no
es ella lo sagrado, sino lo que pone fuera de su alcance, lo
que conocerá y poseerá el que la haya rebasado y roto. Una
vez franqueado el límite, no hay retorno posible. Es preci
so andar sin descanso por la vía de la santidad o de la con
denación, a las que unen bruscamente imprevisibles en
6o
AMBIGÜEDAD DE LO SAGRADO
crucijadas. El que se atreve a poner en movimiento las
fuerzas subterráneas, el que se abandona a las potencias
aquerónticas es el que no se ha contentado con su suerte,
quizás el que no supo aplacar al cielo. Está capacitado para
forzar su entrada. El pacto con el infierno entraña una
consagración, como la gracia divina. Quienes lo concluyen,
quienes han sido colmados por él, están igualmente sepa
rados para siempre del destino común, y turban con el pres
tigio de su suerte el sueño de los tímidos y de los satisfe
chos a quienes no tentó ningún abismo.
III
LO SAGRADO COMO FUENTE DE RESPETO:
TEORIA DE LAS PROHIBICIONES
Los dos p o l o s de lo sagrado se oponen indistintamente al
dominio de lo profano. Frente a él, su antagonismo se ate
núa, tiende a desaparecer. Por otra parte, del mismo modo,
la santidad teme a la vez el pecado y lo profano que repre
sentan para ella diferentes grados de impureza. Inversa
mente, la mancha no es menos capaz de contaminar a la
santidad que a lo profano, los cuales pueden sufrir igual
mente sus ataques. Los tres elementos del universo religio
so, lo puro, lo profano y lo impuro, manifiestan una notable
aptitud para ligarse de dos en dos contra el tercero. Se ha
visto cómo esta dialéctica actuaba en el interior de lo sagra
do, cómo cada uno de estos dos términos, oponiéndose al
otro, situaba automáticamente junto a este último esa espe
cie de nada activa que constituye lo profano. Hay que ver
ahora, una vez admitida la ambigüedad fundamental de
lo sagrado, cómo se opone en su conjunto al mundo de lo
profano, es decir, que conviene buscar en la sociedad a que
corresponde la distinción de esos dos terrenos complementa
rios y antitéticos que constituyen lo sagrado y lo pro
fano. Se observará que oculta o enlaza otras divisiones,
otras dicotomías: las de grupos o principios igualmente
complementarios y antitéticos cuya oposición y colabora
ción permite el funcionamiento mismo de la sociedad.
Así, por ejemplo, la pareja formada por las fratrías en
6a
LO SAGRADO FUENTE DE RESPETO
las sociedades de poder difuso, por el príncipe y la ma
sa en las sociedades de poder concentrado. En esos dos
tipos extremos, casi abstractos (la realidad no los pre
senta nünca en su estado puro), la composición de los dos
“partidos” equilibrados en número y prestigio o que se equi
libran por desigualdad doble e inversa de número y presti
gio (lo uno compensado a lo otro), determina la concep
ción del orden del mundo y preside la distribución de lo
profano y lo sagrado. Lo que es lícito para los miembros
de una fratría está prohibido para los de otra; lo que le está
permitido al príncipe, le está prohibido a la masa, y recí
procamente. Las prohibiciones tienen por objeto preservar
de todo atentado sacrilego al orden así instituido. No se
puede dar cuenta de ellas separadamente. Forman un sis
tema del que no se puede distraer ningún elemento y que
tiene solamente su explicación en el análisis del funciona
miento de la sociedad en que se hallan en vigor.
I. LA ORGANIZACION DEL MUNDO
B ip a r t ic ió n de l a S o cie d a d . Entre los hechos importan
tes aclarados por el estudio de las sociedades totémicas, pue
de incluirse la preponderancia de la división en fratrías
dentro de la organización tribal. En efecto, las fratrías re
presentan mucho más que un eslabón entre las tribus y
los clanes. Significan nada menos que la osamenta esen
cial y constante de la unidad social. El número de los
clanes es variable: se le ve crecer y decrecer. El número
de las fratrías puede considerarse, al contrario, como fijo.
Una tribu comprende dos de éstas y sólo dos. Los ra
ros casos en que se ha comprobado una división tripartita
se pueden reducir fácilmente a la regla general. Por
ejemplo, entre los massais del este africano, un observador
ORGANIZACIÓN DEL MUNDO
descubre tres grupos principales, pero otro considera como
primario un clan que es según el primero una subdivisión,
y describe a la población como repartida en cuatro grupos
elementales asociados de dos en dos en las expediciones.
Los miembros de unos llevan en común el nombre de bes
tias rojo sangre; los de los otros dos el de bestias negras.
Por otra parte, los límites de los clanes son a veces vagos
e indeterminados. Entre ellos se han debilitado con frecuen
cia las normas exogámicas, mientras siguen en vigor entre
las fratrías. En fin, los clanes aparecen a menudo como la
segmentación de una división bipartita anterior. De mane
ra que, globalmente, puede considerarse la presencia de fra
trías como un fenómeno constitucional de las sociedades totémicas dentro de la generalización muy grande de su
extensión geográfica.
Importa poner de relieve respecto a casos concretos la
naturaleza y los caracteres principales de esta división bi
partita de la que depende la red de prohibiciones que trazan
en el mundo para cada una de las dos mitades de la socie
dad un terreno de lo sagrado y un terreno de lo profano.
En Australia, los miembros de las fratrías están casi siem
pre dispersos en los diferentes establecimientos locales, pero
en el interior de cada uno de éstos, su oposición subsiste,
y en caso de reunión de la tribu, la distribución en fratrías
recobra toda su importancia. Por eso, desde el principio, se
comprueba que el sistema de las fratrías prevalece sobre
todo otro sistema en la organización de la tribu. Durkheimt
y Mauss han demostrado que toda la naturaleza se hallaba
distribuida entre las divisiones sociales de aquélla.1 Su tra
1
D u r k h e im y M au ss, “ D e quelques classifications p rim iti-
ves” , Année sociologique, t. vi, (1901-1902).
64
LO SAGRADO FUENTE DE RESPETO
bajo, realizado en función de la distribución en clanes, los
cuales constituyen, actualmente al menos, los grupos más
claramente diferenciados de las sociedades australianas,
equivale, con más razón, a la distribución en fratrías, si
es cierto, como todos parecen creer, que los clanes derivan
de éstas, por cisiparidad. De hecho, si es difícil dar cuen
ta de la elección de los tótem de los clanes y de sus relaciones
respectivas, los de las apelaciones de los tótem de las fratrías
parecen bastante más claros. Los seres que les sirven de em
blema son, en efecto, de colores diferentes y a menudo
opuestos.2 Así, los gournditch mara del estado de Victo
ria están divididos en \rokitch o cacatúas blancas y en \aputch o cacatúas negras. Se encuentran esas mismas deno
minaciones en muchas otras tribus. A veces, como en la de
Mont-Gambier, simples clanes tiene por tótem a la cacatúa
blanca o negra. Pero éstos se encuentran cada uno en una
fratría y éstas llevan nombres claramente emparentados con
los términos krohjtch y kapuích de los gournditch-mara,
de suerte que surge la tentación de ver en esos clanes de las
cacatúas, las divisiones-tronco de la tribu, es decir, las fra
trías mismas.
Por lo tanto, en esas tribus los tótem de las fratrías no
responden al azar. Aparecen simétricos y opuestos. Son
animales de la misma especie y de color contrario. Y se
presentan de esta manera como idénticos y antagónicos a
la vez. La cacatúa blanca se opone a la cacatúa negra, co
mo entre los tnassai las bestias rojo sangre a las bestias
negras.
B ip a r t ic ió n d e l U n iv e r s o . Esta simetría y esta oposición
se conservan en la distribución de los elementos del mundo
3 E. D u rk h e im , Les formes ¿limeñtmres de la vie religieuse.
París, 1912, p. 207.
ORGANIZACION DEL MUNDO
65
entre los marcos sociales. Se deduce de la obra de Durkheim y Mauss que los seres o las cosas están clasificados
en una misma división a causa de las afinidades que
manifiestan entre sí. Por ejemplo, se sitúan en un clan
las hierbas con las que se alimenta el animal totémico
y los animales que se encuentran generalmente en los lugares
en que éste habita. Las ranas, entre los aruntas, se conside
ran asociadas al árbol del caucho, porque a veces se encuen
tran éstas en sus cavidades. Se relaciona al loro con el
canguro, porque, según dicen, se suele ver volando a aquél
en torno de este último. A la inversa, parece corriente que
los objetos que se oponen, y que al oponerse forman pareja,
se encuentreh repartidos en los grupos que dentro de la
sociedad se oponen y acoplan. Este es, por ejemplo, en
general, el caso de la luna y del sol; en la tribu de PortMackay, el sol es yungaroo, la luna wootaroo; en la de
Mont-Gambier, no sólo los dos astros están colocados cada
uno en una fratría, sino, en el interior de estas fratrías, en
clanes correspondientes, y precisamente en los de las caca
túas blancas y negras.
Es cierto que, a veces, la oposición no es tan clara. Los
tótem de las fratrías en muchas tribus de Australia, en
Nueva Gales del Sur especialmente, son, en efecto, el águilahalcón y el cuervo. Pero por lo menos se trata siempre de
animales parecidos, de dos pájaros, y a quienes los mitos
presentan en perpetua guerra uno con otro. Paralelamente,
en los juegos tribales, cada fratría se halla, en conjunto,
opuesta a la otra. Si se pasa de los casos menos distintos a
los más claros, se empieza a percibir mejor el carácter siste
mático del antagonismo de las fratrías. Estas dividen a los
aruntas en gentes de la Tierra y gentes del Agua. Se em
plean las mismas denominaciones en una isla del estrecho
66
LO SAGRADO FUENTE DE RESPETO
de Torres, en Babuiag, donde, además, los tótem de una de
las fratrías son animales acuáticos, los de ta otra, anima
les terrestres o anfibios. En esos últimos casos, las fratrías
se oponen como dos elementos contrarios y esta oposición se
extiende a todo el conjunto de las manifestaciones de la
vida colectiva: una reside al este, la otra en el oeste, una
acampa contra el viento, la otra a favor del viento, etc.
Este aspecto se halla mucho más señalado en la otra gran
área del totemismo: en América del Norte. Los zuñí pre
sentan actualmente una organización espacio-social relati
vamente compleja. A pesar de eso los clanes observados
siguen pareciendo derivar de dos fratrías primitivas. En
todo caso, los mitos lo sugieren: en los comienzos del mun
do, un mago regaló a los hombres dos pares de huevos de
colores opuestos, uno azul oscuro como el cielo, otro rojo
oscuro como la tierra. En uno, precisó, estaba el invierno,
en otro, el verano. Invitó a los hombres a que eligieran.
Los primeros cogieron los huevos azules. Los pájaros que
de ellos salieron tenían las plumas negras: eran los cuervos
que partieron hacia el Norte (el norte es la estación del in
vierno). Los otros cogieron los huevos rojos; de ellos salie
ron los loros. Les tocó en suerte la siembra, el calor, y la
paz (son los atributos del Sur y del verano, como la des
trucción y la guerra son los del invierno). De ese modo,
concluyó el informador, los zuñi fueron divididos en gentes
del invierno y gentes del verano, los unos procedían de los
cuervos, los otros de los loros.
Este sistema, del que quedan vestigios entre la mayoría
de los indios pueblo, opone, pues, simultáneamente, pája
ros distintos dentro de los límites de una cierta identidad,
colores, estaciones y los principios de la guerra y de la paz,
es decir, estados determinados de la sociedad. Esta última
ORGANIZACIÓN DEL MUNDO
67
situación funda el antagonismo de las fratrías en diversas
tribus sioux (ossage de Misuri, kri\ de Alabama, etc.):
una está predestinada a las empresas de la guerra, la otra a
los trabajos de la paz. En los campamentos, una se instala
a la derecha, la otra a la izquierda de la entrada. No es
extraño encontrar distribuciones análogas: las fratrías se si
túan a uno y a otro lado de la línea que divide el campo
por la mitad, y a veces, como entre los paulas, los clanes
que comprenden corresponden a principios o a elementos
opuestos que se enfrentan: por ejemplo, el clan del agua
se sitúa frente al del fuego, el del viento frente al de la
tierra; a veces, como entre los omaha, esos principios o ele
mentos están representados por un clan en cada fratría: los
clanes que tienen igual emblema se instalan entonces uno
frente al otro, de cada lado de la gran avenida del campa
mento, cada uno dentro del marco de su fratría respectiva,
por ejemplo los dos clanes del trueno haciéndose frente a la
entrada del campamento.
La función constante de esas fratrías norte-americanas,
consiste en suministrar el marco de las justas rituales, los
juegos periódicos de carácter atlético. Tal es, sobre todo, el
caso de los iroqueses, donde las fratrías se enfrentan en
el juego de la cachava, y de los winnebagos de Wisconsin,
que prefieren los juegos de pelota. Las ceremonias, reunien
do a toda la tribu, son ocasiones excepcionales para que se
manifieste la oposición de las fratrías, cada una dirigida por
un porta-voz y realizando las danzas propias de su esencia,
mientras la otra asiste al espectáculo. En efecto, su desig
nación misma indica que se distribuyen el universo y esa
distribución se extiende tanto a las instituciones como a la
naturaleza. Asi, entre los hupas del norte de California,
una de las fratrías posee de modo exclusivo las propiedades
68
LO SAGRADO FUENTE DE RESPETO
medicinales de la anguila, la otra las del salmón; las fra
trías exogámicas de los winncbagos, divididas, la una en
cuatro, la otra en ocho clanes, exogámicos por derivación,
se relacionan simbólicamente con el cielo y con la tierra.
Sus miembros son los de arriba y los de abajo, que se en
frentan en la mayoría de las manifestaciones de la vida
social. Cada clan realiza los ritos que le pertenecen y asume
funciones políticas particulares: las gentes del Oso, se ocu
pan de la policía, el jefe de la tribu se elige entre los Pájaros-Trueno, el pregonero entre los Bisontes. Los miwo\ se
reparten igualmente en dos fratrías exogámicas de línea pa
terna, la del Agua o del Sapo-Buey, la de la Tierra o del
Arrendajo Azul y todos los fenómenos naturales se rela
cionan con el agua y la tierra y, por lo tanto, con una de las
fratrías según afinidades descubiertas un poco arbitraria
mente y donde las correspondencias simbólicas desempeñan
el mayor papel.
V ir tu d es C o m p l e m e n t a r ia s . De esta rápida ojeada
surge una conclusión importante: las fratrías forman un
sistema, poseen en propiedad y representan virtudes com
plementarias que colaboran y se oponen. Cada una asume
funciones bien definidas, participa de un principio preciso,
se encuentra asociada de modo permanente en el espacio
con una dirección, en el año con una estación, en la natu
raleza con uno de los elementos que parecen constituirla,
mientras esas direcciones, estaciones o elementos son siem
pre antagónicos. La personalidad de cada fratría está sim
bolizada por su tótem. Este se refiere a uno de esos datos
cósmicos fundamentales, bien sea directamente, como sue
le ocurrir en- América del Norte, bien por intermedio
de un animal que suministra de ello un emblema cómodo,
como sucede con mayor frecuencia en Australia. La tri
ORGANIZACIÓN DEL' MUNDO
69
bu, como el conjunto del universo, nace de la composición de
las dos fratrías. Se comprende que aquélla no posea jamás
un tótem: no aparece como unidad sustancial, sino como el
resultado de la rivalidad fecunda de dos polos energéticos.
Los mitos que relatan el origen de la tribu no insisten
acerca de su unidad, sino de su dualidad. Recuérdese el
relato de los zuñi, que lo hace proceder todo de dos pares
de huevos de distintos colores. Las leyendas australianas
corresponden exactamente a esto. Achacan la creación del
mundo a seres míticos llamados Nurcdi, que tenían unos
forma de cuervos, y otros de águila-halcón; son éstos, como
se recordará, tótem de fratrías. Se les representa en guerra
continua unos con otros. Del mismo modo, los grandes
dioses tribales, Bungil, Daramulun, Baiamé, se presentan
como antiguos tótem de fratrías, ascendidos a la dignidad
de divinidades superiores. Es fácil encontrar en ellos el
águila-halcón o bien el cuervo, y se considera que se hallan
entre sí o con estos últimos, en un estado de rivalidad cons
titucional.
En lo visible, como en lo invisible, en lo mítico como
en lo real, la tribu no aparece, pues, como una unidad ho
mogénea, sino como una totalidad que sólo existe y funcio
na por la constante y fértil confrontación de dos conjuntos
simétricos de cosas y de seres, cuya suma abarca la natu
raleza y la sociedad sin excluir nada de ellas, y que determi
nan así, a la vez, la estructura del ordo rerum y del ordo
hominum.
No puede pretenderse que esta organización tenga una
validez universal. Se la puede reconstituir todo lo más a
partir de las sociedades totémicas. Su extensión se encuen
tra ya severamente restringida: casi toda el Africa, y la ma
yor parte de Asia se le escapan. Además, las sociedades
7 ©
LO SAGRADO FUENTE DE RESPETO
totftnira<j tal como se presentan actualmente, muestran con
gran frecuencia una arquitectura más compleja. Parecen
constituidas no por dos principios, sino por varios. Es cier
to que, en la mayoría de los casos, se puede encontrar en
su origen una dicotomía primitiva, pero no hay ninguna
obligación de suponer de modo sistemático la existencia de
ésta; basta que se haya comprobado debidamente para que
el principio merezca un estudio. Si se aplica inmediata
mente a un número considerable de sociedades, mejor. En
cuanto a las otras, si sólo difieren de las primeras por la
cantidad de divisiones funcionales primarias, será necesario
un simple ajuste, una generalización de la teoría, perma
neciendo idéntico el mecanismo del funcionamiento. En
fin, si éste se revelara radicalmente incompatible con ella
para una categoría determinada de sociedades, sería preciso
recurrir, en relación con ellas, a una construcción no me
nos original que su estructura.
Puede al menos alegarse que la frecuencia en la termi
nología del parentesco clasificatorio de la nomenclatura del
tipo da\ota asegura a la bipartición exogámica primitiva
un área de extensión incomparable. En efecto, Lowie ha
aclarado especialmente que aquélla sólo podía explicarse
como huella de ésta. Podemos de igual modo preguntar
nos si la álternación en el poder de soberanos que encar
nan virtudes opuestas, no debe relacionarse con un princi
pio idéntico. Lo cierto es que en el Cambodge, por ejemplo,
la realeza corresponde sucesivamente a un rey del Fuego y
a un rey del Agua. En China, según Granet, puede
suponerse un tiempo en qué los jefes de grupos antagóni
cos se alternaban en el poder según las estaciones. En todo
caso, la tradición nos muestra un gobierno ejercido por una
pareja de príncipes: el Soberano representa la virtud del
ORGANIZACIÓN DEL MUNDO
71
Cielo y el Ministro la virtud de la Tierra. El segundo está
subordinado al primero, pero a partir de cierta edad, y des
pués de haber adquirido la virtud del délo saliendo victo
rioso de las pruebas rituales, puede obligarlo a cederle su
sitio.
Substrato Sexual, E stacional y Social de las V ir
tudes. Desde hace tiempo, Durkheim y Mauss habían
observado que las nociones de cielo y tierra representan unas
especies de nomenclaturas clasificadoras análogas a las que
estudiaban en las sociedades totémicas. El cielo y la tierra
corresponden, en efecto, a las naturalezas macho y hembra,
á la luz y a la oscuridad, al sur y al norte, a lo rojo y a lo
negro, al príncipe y a la multitud, etc. Encontraban nue
vamente, en especial, el lazo esperado entre los espacios, los
tiempos y los animales míticos. Es que las virtudes del
délo y de la tierra simbolizan aspectos de los principios
Yin y Yang que presiden en China al conjunto de la vida
social como al de la representación del mundo. No hay
ninguna oposición que no pueda ser superada por la suya.
Sin duda, no puede considerarse como muy antigua esa
obra maestra del pensamiento escolástico representada por
la distribución de todos los datos filosóficos o vitales de una
civilización. Más bien debe verse en ello el resultado de
una larga elaboración. Sin embargo, las realidades sociales
situadas por Granet en el origen del concepto, permiten
acercar los principios Yin y Yang a los que se ven encar
nados en las fratrías y cuya rivalidad y colaboración asegu
ran la vida de la tribu. Según él, la bipartición dominaba
la existencia campesina de la China antigua. Ha reconsti
tuido una época en que ésta, toda entera, aparecía inextrica
blemente como un calco y modelo de la oposición entre el
Yin y el Yang. Esta última coindde con la variación de las
LO SAGRADO FUENTE DE RESPETO
7 *
estaciones. El Yin manifiesta la virtud del invierno, el Yang
la del verano. Las dos “rúbricas maestras” habrían nacido
en ese caso de las fiestas equinocciales en cuyo transcurso
se enfrentaban en cada margen de un río, los hombres la
bradores que trabajaban al sol durante la estación cálida
y las mujeres tejedoras que trabajan en el interior de las vi
viendas durante la estación fría. Los dos sexos inauguraban
entonces ritualmente, y por turno, su período de actividad
y preeminencia místicas, o de sueño y subordinación. ¡Sin
duda el Yang es macho y el Ying hembra! Pero numerosas
indicaciones del mismo Granet demuestran que este in
contestable antagonismo sexual no es la única oposición
que enfrenta a ambos principios. Quizás en su origen no
es siquiera la principal. Durante las fiestas de invierno, en
efecto, los labradores reunidos en la casa de los hombres,
ayudan por medio de danzas a que regrese la estación cá
lida. Esas ceremonias comprenden “la oposición frente a
frente de los celebrantes” y la “alternancia de gestos”. Esos
actores se enfrentan en dos bandas rivales, de las que una
encarna el sol, el calor, el verano, el Yang; la otra la luna,
el frío, el invierno, el Ying. Pues bien, las mujeres estaban
excluidas de esas fiestas. De ese modo, los dos principios
y las dos estaciones que representan, están igualmente per
sonificados por hombres. En este caso, al menos, el anta
gonismo sexual pasa al segundo plano. Hay que intentar
definir cuál ocupa su puesto. Granet sugiere que los dos
grupos de oficiantes estaban formados respectivamente
por un grupo de anfitriones y otro de invitados. Entonces
no puede evitarse el recuerdo de las justas rituales, y los
juegos adéticos de las sociedades compuestas de fratrías.
Las danzas antitéticas de las fiestas de las estaciones chinas
parecen su réplica exacta. Cumplen la misma función y se
ORGANIZACIÓN DEL MUNDO
73
basan en las mismas instituciones. Unas oponen quizás a
los hombres y a las mujeres, pero las otras ponen en pre
sencia esos clanes rivales y solidarios, ligados por una tradi
ción ininterrumpida de matrimonios colectivos cuyo meca
nismo describe en otro lugar Granet, y que funcionan
exactamente como las fratrías de las sociedades bipartitas.
Se sabe respecto a una fiesta determinada, que uno de los
bandos de danzarines se componía de muchachos y el otro
de hombres maduros. Así, esta vez, la oposición del Yin y
del Yang no coincide con la de los sexos, sino que se iden
tifica con un antagonismo de edades. No hay que perder
nunca de vista que sólo se trata de rúbricas que abarcan por
turno los múltiples contrastes que se encuentran en la na
turaleza y la sociedad, especialmente el de los sexos y el de
los grupos sociales. Cuando el juego de las dos fratrías
deja de hacer perceptible este último, sólo el otro queda
patente. La obra de Granet muestra de modo admira
ble cómo se ha efectuado esta evolución. El aspecto sexual
del Yin y del Yang ocupa así un sitio preponderante y casi
exclusivo, tanto que, en fin de cuentas, sólo él surge de los
textos tardíos que permiten reconstituir la antigua civili
zación china.
Por otra parte, las sociedades totémicas conocen a veces
una oposición mística y social de los sexos. Tal es sobre
todo el caso de los \urnai, donde independientemente de
los clanes, los hombres se consideran emparentados con el
reyezuelo y las mujeres con la curruca. Estos animales tie
nen todos los caracteres de los seres totémicos; en especial
está prohibido matarlos y comerlos. Cada sexo obliga al
otro a respetar al pájaro que le sirve de emblema y toda
violación de estas prohibiciones trae consigo batallas entre
los dos sexos. Estas luchas, a veces sangrientas, reducidas
74
LO
SAGRADO FUENTE DE RESPETO
otras a simples juegos, son el preludio ritual de los matri
monios. Todo sucede entonces exactamente como en las
fiestas equinocciales descritas por Granet, en el trans
curso de las cuales se realizan también los esponsales. El
reyezuelo y la curruca son las réplicas funcionales del Yin
y el Yang. Por lo demás, parece imposible, si se reflexiona
acerca de ello, que la dicotomía social de las fratrías coin
cida con la dicotomía fisiológica de los sexos, de modo que
oponga una fratría exclusivamente masculina a otra exclu
sivamente femenina. Tal distribución, negando de una ma
nera demasiado absoluta la fraternidad de sangre, rompería
todo lazo entre el hermano y la hermana, impidiendo la
constitución de cualquier tipo de descendencia y de fami
lia. Por eso los dos principios constituyentes del universo
y de la sociedad encarnan por una parte en los sexos (como
contribuyendo a asegurar la fecundidad biológica), por otra
en las fatrias (como factores de la armonía social). El que
de esto resulten cruzamientos paradójicos para la simple
evidencia de los hechos, no puede estorbar a quien sólo per
cibe en el mundo fuerzas místicas. Ciertos hombres po
drán, por lo tanto, en las fiestas de las fratrías, representar
el principio que en las justas sexuales simbolizan las muje
res. No sería asombroso que esta situación condujese a
prácticas de homosexualidad ritual, por poco que la cola
boración efectiva de las virtudes complementarias parezca
necesaria y que se la conciba conforme al modelo de la
unión sexual.
En un clima extremoso que produce variáción en las
estaciones, la preocupación esencial de los hombres, el anta
gonismo social fundamental no está determinado por el
sexo, sino por las estaciones mismas, sobre todo si, como en
la vecindad del círculo ártico, la vida colectiva en su con-
ORGANIZACIÓN DEL MUNDO
75
junto se modifica con las condiciones climatológicas.
Mauss ha arrojado suficiente luz sobre la amplitud de esta
transformación, para que pueda citarse sin insistir más en
ello. Recordaremos sólo el caso de los esquimales de la Tie
rra de Baffin y de la bahía de Frobisher. Allí, como entre
todos esos pueblos, los ritos del nacimiento difieren para los
niños que nacen en verano y los que nacen en invierno.
Pero, además, toda su existencia queda influida por la esta
ción que los vió nacer. La personalidad íntima se ve
tan profundamente afectada por esto, como por la pertenen
cia a un sexo, o, en las sociedades totémicas, a una fratria.
Los que han nacido en invierno son tarmicones, los que
han visto la luz en estío, eiders. Se enfrentan en las justas
rituales, los unos tirando de una cuerda hacia las tierras
interiores, los otros hacia la orilla del mar. Y según qué
bando gana se establece la supremacía durante el año de
tino u otro principio. Esta oposición del verano y del in
vierno forma parte de un sistema de correspondencias, no
menos complejo que aquel en que preside la distinción de
los principios de las fratrías o la del Ying y del Yang. Así
el niño nacido en verano toma como primera comida el cal
do de un animal terrestre cocido en agua dulce; el niño
nacido en invierno, el de un animal acuático cocido en agua
de mar. La clasificación abarca, como en Australia, al con
junto de la naturaleza. Está prohibido todo contacto entre
objetos que pertenecen a estaciones opuestas. Durante el
invierno se entierran los vestidos de verano, y viceversa.
La alternancia de las estaciones determina la alternancia de
los alimentos. La carne del salmón. (pescado en verano)
no debe jamás entrar en contacto con la de un animal ma
rino (pescado en invierno). Se recae de este modo en un
sistema de prohibiciones de las mezclas para cuyo detalle
LO SAGRADO FUENTE DE RESPETO
hay que acudir a la obra de Mauss, y que recuerda
muy de cerca los tabús de alimentos, de caza, etc., de las
sociedades totémicas, con la única diferencia, según parece,
de que las prohibiciones están aquí en vigor durante todo
el año para cada mitad de la sociedad, allí durante la mitad
del año para la sociedad entera. En un caso, la distribución
de lo libre y lo reservado, de lo profano y lo sagrado sigue
la división social de las fratrías y se funda en un principio
de reciprocidad; en el otro, sigue la sucesión de las estacio
nes y se funda en un principio de rotación.
De todos modos, se observa una concepción bipartita
de la vida colectiva y de la representación del mundo.
Estas están subordinadas a la solidaridad de dos prin
cipios rivales que se reparten y enfrentan a los miembros
de la tribu. A veces pasa al primer plano la oposición de
las estaciones, otras la de los sexos, otras la de las fra
trías. Se presentan tipos intermedios: clases sexuales de los
kurnai, clases estacionales de los esquimales de las Tierras
de Baffin. Esas diversas oposiciones no son independientes:
tienden a superponerse y sólo pueden contrariarse, ya que
los hombres no nacen exclusivamente en verano, o las mu
jeres en invierno, y que los hijos de una misma madre no
son todos varones o todos hembras. Por lo tanto, es preciso
que uno de estos principios de clasificación ceda el sitio
al otro. Es la primacía obtenida por tal principio bajo in
fluencias más o menos difíciles de determinar lo que da a
la civilización su fisonomía original, y lo que, por ejemplo,
explica las diferencias de funcionamiento en sociedades de
tipo chino, australiano ó esquimal.’
De este análisis conviene retener que eb orden de las
cosas y de los hombres se caracteriza frecuentemente por
el antagonismo'de dos principios de naturaleza social, se-
ORGANIZACIÓN DEL MUNDO
77
xual y cósmica a la vez y en proporción variable. Con
viene, pues, representarse los emblemas totémicos de las
fratrías, y por derivación, de los clanes, como fórmulas que
manifiestan virtudes místicas cuya rivalidad y colaboración
conservan el mundo y mantienen a la sociedad: entonces,
el funcionamiento de las fratrías adquiere todo su sentido,
lo mismo que las diversas prohibiciones totémicas y en par
ticular la que lleva el nombre tan inadecuado de prohibi
ción del incesto.
El P r in c ip io d e R e s p e to . Este mecanismo está goberna
do por el principio de respeto que define Swanton. Cada
mitad de la sociedad corresponde a una de las dos series
complementarias cuya unión permite y mantiene la exis
tencia del universo organizado. Debe, pues, velar por la
conservación y la integridad de la serie que representa, te
niéndola siempre a la disposición de la fracción social en
que la otra está encarnada, y que por esta razón necesita
del concurso de la primera para subsistir. Los seres o las
cosas que pertenecen a una misma clase mística deben po
seer, o se supone que poseen en común, una especie de
identidad sustancial. Los miembros del clan tienen entre
ellos, con su tótem, con todo lo que éste comprende, una
fraternidad, que pesa sobre los demás lazos eji la medida
en que no coincide con ellos. La unidad del grupo no es
territorial: resulta de la participación de cada uno en una
categoría ideal que forma parte de su ser íntimo, tanto
y más profundamente que su sexo, que el color de su cabe
llo o el de sus ojos. Todo objeto, todo hombre está im
pregnado de esa cualidad inalienable. No se concibe que
se halle desprovisto de ella. Los indígenas de las islas Trobriand, según relata Malinowski, preguntan con toda
naturalidad al europeo que desembarca en sus costas a qué
LO SAGRADO FUENTE DE RESPETO
7 8
pertenece, de las cuatro en que ellos distribuyen al
mundo y a sí mismos. Esta cualidad, que afecta en su esen
cia a la personalidad de cada uno, está inscrita en su carne
mediante el tatuaje y se manifiesta a los otros por el nombre
clásico. Durkheim ha observado certeramente que, en las
sociedades australianas, el tatuaje constituía, a falta de te
rritorio titulado, de autoridad permanente, de transmisión
patrilineal del parentesco (que es lo más frecuente), la
única marca visible de la unidad del clan, el único signo
efectivo de la identidad profunda de sus miembros. A falta
de ello, el nombre significa tanto como aquél. Forma parte
integrante de la personalidad. El llevar un mismo nombre
arrastra a una solidaridad profunda, a una especie de con
tinuidad del ser. En la antigua China, donde va ligado
al nombre del territorio de origen del clan (debe entre
ellos existir una consonancia), el nombre de la familia de
termina el destino del individuo, lo inscribe en los marcos
sociales, le señala sus obligaciones y le confiere sus privile
gios: “Nombre personal —escribe Granet—, alma exterior
o prenda de vida, testimonio de paternidad, prestación nup
cial, principio de maternidad, título de poder, patrón ances
tral y emblema son equivalentes indistintos.” Se creería leer
la descripción misma de los caracteres fundamentales de la
organización totémica.
Esta aparece, en efecto, como un sistema de derechos y
deberes donde cada prohibición corresponde a una obligación
complementaría y se explica por ella. La muerte y el consu
mo del animal tótem están prohibidos a los miembros del
clan, pero los miembros de otros clanes lo matan y lo comen,
mientras que los primeros matan y comen los de éstos. Si
está severamente prohibido casarse con las mujeres del pro
pio rían, es porque están reservadas a los hombres de aquel
ORGANIZACIÓN DEL MUNDO
79
donde deben elegirse las mujeres. Ocurre lo mismo con to
do. Ese es el principio de respeto formulado por Swanton
a propósito de los tlin\it y de los haida. Cada fratria ac
túa por cuenta de la otra, sea en terreno ritual, alimenticio,
jurídico, matrimonial o funerario. Todo lo que pertenece a
una fratria es sagrado y reservado para sus miembros, pro
fano y libre para los miembros de la otra, observaba ya
Hertz. Lo sagrado se encuentra, por lo tanto, ligado del
modo más estrecho al orden del mundo: es su expresión in
mediata y su consecuencia directa. La distinción entre lo
sagrado y lo profano reproduce y calca la de los grupos
sociales. A título de reciprocidad cada uno suministra al
otro los víveres necesarios a su subsistencia, las mujeres ne
cesarias a su reproducción, las víctimas humanas para sus
sacrificios, los servicios ceremoniales o funerarios necesarios
a su buen funcionamiento y que no podría asumir ella mis
ma sin contaminación o sin peligro. Así, en los funerales
entre los iroqueses o los cahuillas de la California meridio
nal, los papeles activos se distribuyen en la fratria a la que
no pertenecía el difunto. En la antigua China, las personas
que proceden de un mismo animal, es decir, nacidas en el
mismo año o en el transcurso de años homólogos de dodécadas que agotan la serie de animales epónimos, no pueden
asistir recíprocamente a sus entierros; es necesario requerir
los servicios de los que se hallan bajo la influencia de otros
animales. Esta interdependencia de las fratrías en las cere
monias tribales donde cada una, alternativamente, y en
provecho de la otra, desempeña el papel activo y asume
la responsabilidad, se ha puesto frecuentemente en eviden
cia. Entra en la organización llamada por Mauss sistema de
prestaciones totales, cuyo funcionamiento ha ilustrado con el
ejemplo del poúatch y que considera como normal en todas
8o
LO SAGRADO FUENTE DE RESPETO
las sociedades de clanes: “Porque —dice— la exogamia es un
intercambio de todas las mujeres de clanes ligados por cog
nación; los derechos y las cosas, y los ritos religiosos y todo
en general se intercambian entre los clanes y las diversas
generaciones de clanes, como se comprueba, por ejemplo,
entre los warramungas de la Australia central, donde todo
se efectúa entre la fratría actriz y la fratría espectadora”.
En efecto, cuando las gentes de la fratría uluuru celebran
su fiesta, las de la fratría kjngilli los adornan, preparan el
emplazamiento y los instrumentos, construyen el túmulo
sagrado en torno al cual se celebra la ceremonia y desem
peñan el papel de espectadores. Los uluuru les prestan
esos mismos servicios cuando, a su vez, celebran sus ritos.
P r e s t a c io n e s A l i m e n t ic ia s . La distribución del alimen
to disperso en estado virtual en la naturaleza aparece como
uno de los aspectos más importantes del sistema de presta
ciones totales. Todo se realiza como si el conjunto de sus
tancias a disposición de la tribu estuviese repartido entre
las fratrías y las clases matrimoniales. Spencer y Gillen,
entre otros, han observado hace tiempo que el sistema totémico de los aruntas se presentaba como una vasta orga
nización económica. Cada clan celebra, para asegurar a los
otros una reserva de alimentos, la ceremonia llamada /»tichiumt}, cuyas equivalencias suelen encontrarse en casi to
do el territorio australiano. Por muy conocida que sea esta
fiesta, es preciso describirla aquí de modo esquemático. Se
trata, para el clan, de regenerar la especie animal o vegetal
a la que está ligada místicamente su existencia y la cual es
sagrada para cada uno de sus miembros. Una vez obtenida
esta regeneración mediante los ritos oportunos, viene un
período durante el cual el consumo de la especie totémica
queda absolutamente prohibido para los miembros del clan
PRESTACIONES ALIMENTICIAS
8l
interesado y restringido para los otros. Entonces se inicia la
caza del animal o la recolección de la planta, runiendo todo
el producto. Luego, el jefe del grupo totémico prueba, y
tras él todos los asistentes de su clan, el alimento ante
riormente prohibido. El resto se remite después, a modo
de compensación, a los miembros de los otros clanes, que
desde ese momento pueden disponer de él a su antojo
En las tribus del norte los hechos son aún más signifi
cativos: los miembros de diferentes clanes acuden a traer
y ofrecer a su representante calificado la especie totémica
cuyo Intichiuma acaba de celebrarse. Este se niega a pro
barlo con estas palabras: “he hecho esto para vosotros,
podéis comerlo libremente”. Estamos, sin duda alguna, en
presencia de mutuas prestaciones alimenticias. A menudo,
los miembros del clan no sólo se abstienen de consumir el
animal tótem, sino también todos los alimentos comprendi
dos con ellos mismos en la rúbrica de la que éste es emble
ma. Es sobre todo el caso de la tribu de Mont-Gambier,
donde, por ejemplo, las gentes de la serpiente-sin-veneno,
se abstienen de comer el animal de su nombre, pero también
la foca, la anguila y todos los animales y plantas a los que
consideran de igual naturaleza que aquél.
Cada fratria está, por lo tanto, interesada en ver a la
otra ejecutar correctamente las ceremonias y observar esltridamente las prohibiciones que contribuyen a asegurar
la reproducción y la multiplicación del alimento ordinario.
Entre los kjñtish de la Australia central el cuidado de cas
tigar a los transgresores de los tabús alimenticios corres
ponde a los miembros de la otra fratria: son ellos, en efecto,
os que sufren las consecuencias de la violación. El sistema
le fratrías con la prohibición de consumir la especie toté-
82
LO SACRADO FUENTE DE RESPETO
mica y la obligación subsiguiente de utilizar la del grupo
complementario, funda, pues, el orden económico.
En China se encuentra el mismo principio funcionando
de manera análoga entre las comunidades aliadas y rivales
cuya composición determina y mantiene el equilibrio so
cial. Los granos y las telas, según Granet, no eran al
principio objeto de comercio o de tributo, sino que “ser
vían para prestaciones antitéticas”, “se prestaban a título de
compensación”. “El grupo fa m iliar o sexual, escribe, hacien
do crecer las semillas o tejiendo las telas, les incorporaba
con su trabajo algo de su alma, las consumía o se las ponía
después de haberlas hecho ex-secrar por un grupo aliado”.
Lo mismo hacen los miembros del clan o de la fratría que
vienen a rogar al jefe de la fracción adversa que purifique
su alimento probándolo él primero.
P r e s t a c io n e s S e x u a l e s . El mismo principio de recipro
cidad preside los matrimonios. La necesidad de la exoga
mia no es un mero aspecto positivo de la prohibición
del incesto. No se trata sólo de casarse fuera del grupo,
sino, también, de casarse dentro de otro, ya determinado.
Está menos prohibida tal unión que prescrita tal otra. Es
también Granet quien define más exactamente el fenómeno
al comprobar que los contrayentes son todo lo próximos
que pueden serlo sin llegar a la identidad sustancial, la cual
está determinada, unas veces por el nombre, otras por la per
tenencia a la fratría, al principio cósmico que encarna y
cuya perpetuidad asegura continuándose. El matrimonio es
un asunto colectivo: en cada generación dos grupos inter
cambian sus> muchachos, si es matrilocal; sus hijas en el
caso contrario. Según la feliz expresión de Granet, los
contrayentes anexionados representan un lote de rehenes
que atestiguan una solidaridad secular, la delegación del
ORGANIZACIÓN DEL MUNDO
83
grupo rival, las prendas siempre renovadas de una antigua
alianza. Estaba prohibida la unión entre primos de vínculo
sencillo, los que en otras sociedades se llaman, significativa
mente, hermanos sagrados, y en cambio es obligatoria entre
primos de vínculo doble. De esto resulta que la misma pa
labra designa, por una parte, a la tía paterna y a la madre
política; por otra, al tío materno y al padre político. En efec
to, desde muy antiguo la norma consiste, cuando la unidad
sustancial se transmite por las mujeres, en que el muchacho
case con la hija del hermano de su madre y de la hermana
de su padre que están ya unidos en virtud de la misma norma
y porque un hombre no puede casarse con una mujer si
no le suministra otra a modo de compensación a la fami
lia de su esposa, y especialmente, como es natural, al her
mano de ésta. La unión conyugal no será fecunda si no
se realiza “entre los miembros de familias que mantienen
desde el más remoto pasado continuas relaciones de intermatrimonios”.
Al mismo tiempo queda definida la práctica de la exo
gamia de fratría a fratría: también entre ellas los matrimo*
nios son globales y tradicionales. Cada esposa recibida, im
plica la obligación de suministrar otra; el niño que trae al
mundo suscita el júbilo en su grupo original, porque asegu
ra la continuidad de su flujo vital; la mujer está sólo pres
tada al otro grupo. El joven sobrino forma pareja con su tío
materno que vive lejos, de donde le viene la vida, y cuya
sangre rejuvenece y revigoriza. Hay que leer la descripción
hecha por Leenhardt acerca de esas relaciones entre los canu
cos de Nueva Caledonia, para percibir su complejidad, su
verdadera significación sentimental. Basta subrayar su ca
rácter de prestaciones obligatorias mantenidas al día por el
intercambio de esa especie de moneda mística que son los
84
LO SACRADO FUENTE DE RESPETO
“cestos sagrados”, los cuales representan para el clan ma
terno la prenda de cada mujer, de cada fuente de vida
que han enviado a los que están con ellos en relación de
alianzas matrimoniales. “Es el sello de la espera entre los
futuros hijos —escribe Leenhardt— ; las hijas volverán a ca
sarse al país de su madre y a ocupar el lugar que ocupa
actualmente como doncella”. El ir y venir de las esposas
entre las fratias, la circulación inversa de los cestos sagrados
que las reemplazan, hacen resaltar el hecho esencial de la
exogamia; la solidaridad de dos grupos sociales cuya opo
sición se compagina con la de los sexos y la de las genera
ciones.
En efecto, el padre y el hijo viven juntos, pero perte
necen a grupos opuestos: la vida de un hombre no se con
tinúa en su hijo, sino en los hijos de la hermana que ha en
viado al grupo complementario. De éstos, las hijas al volver
al grupo de aquél para casarse con sus hijos le darán nietos,
y encontrará de nuevo su sangre y su sustancia. En cuanto a
los chicos, que son sus sobrinos y la revigorización de su ser,
permanecen en el grupo antagónico y ocupan en relación
con sus nietos la situación de usufructuarios de las bendi
ciones de la vida, que él ocupaba frente a ellos. Así el
flujo vital, en el seno de cada grupo, salta del abuelo al
nieto, después de habq- pasado por el sobrino uterino del
primero, que es tío materno del segundo. La exogamia no
es otra cosa más que este intercambio perpetuo y obliga
torio de mujeres que reafirma a la vez la solidaridad y la
oposición de des grupos sociales, de dos sexos, de dos gene
raciones sucesivas.
Como para las prestaciones recíprocas de alimentos, es
la fratría adversa la más interesada en el buen funcio
namiento de la institución. Es ella la perjudicada cuan-
ORGANIZACIÓN DEL MUNDO
85
do se viola la exogamia y a ella se le debe una compensa
ción cuando se le ha negado el principio de vida comple
mentario del suyo (hombre o mujer según que la transmi
sión del tótem sea uterina o agnaticia) que le corresponde
como contrapartida del que ha suministrado. Sin esta apor
tación no puede, en efecto, asegurar su perpetuidad. “Las
hijas deben casarse fuera de la familia, porque las familias
rivales tienen derechos sobre ellas”, señala Granet a propó
sito del príncipe Houan de Tsi, censurado por los historia
dores por haberse negado a casar a sus hermanas y sus
tías; quería así privar a las familias rivales de la posesión
de ese rehén que constituye la esposa ex-patriada. Quizás
hacía más: infringía el pacto que aseguraba la unión secu
larmente fecunda de dos principios opuestos necesarios a la
prosperidad de una raza. El incesto es cosa de príncipes,
pues mediante el incesto, conservando a las mujeres de la
familia, es como se rompe el equilibrio en provecho pro
pío, consiguiendo la preeminencia.
Así vemos cómo ciertas sociedades toman las mayores
precauciones para impedir esta ruptura de contrato; poco
después de su nacimiento, se envían los niños a su familia
materna donde se les educa, y vuelven de allí ya adultos,
con las primas con quienes se casan, pero su grupo sólo los
recupera mediante el envío de sus hermanas. Esta costum
bre se conoce con el nombre de fosterage. Si únicamente
se consideran las sociedades tenidas en cuenta hasta ahora,
hay razones para suponer que se practicaba en la antigua
China; en cuanto a la Nueva Caledonia, subsiste allí una
huella indudable, en la temporada que pasa el futuro con
trayente en casa del tío materno cuya hija le está destinada
por el sistema exogámico, antes de poder llevársela a su
aldea.
86
LO SACHADO FUENTE DE RESPETO
Las prestaciones sexuales, alimenticias y rituales funcio
nan de acuerdo, trenzando en el tejido ininterrumpido de
ese vaivén viviente la solidaridad de dos grupos que forman
dentro de lo humano la tribu y cuyas virtudes opuestas com
ponen en lo invisible la totalidad orgánica del universo, y
a la vez el orden de las cosas y el orden de los hombres.
II. LEYES SANTAS Y ACTOS SACRILEGOS
La S o lid a r id a d d e l a s F r a t r ía s . No debe atacarse de
ningún modo esta doble regularidad: tal cosa repercutiría
en el conjunto del mundo trastornando su orden en un
punto determinado. Este, pues, se halla protegido por múl
tiples prohibiciones. Los miembros de cada grupo no pue
den consumir los alimentos ni desposarse con las mujeres
que forman, con ellos, una unidad sustancial y que deben
reservar al grupo antagónico. En principio, cada fratria, cada
clan, podría adoptar una economía cerrada, autárquica, en
vez del régimen de donaciones mutuas y totales que fun
ciona en la gran mayoría de los casos. De hecho, se encuen
tran a veces, a título excepcional, sociedades donde se per
mite casar con las mujeres del grupo y consumir el alimento
totémico. Por ejemplo, las fratrías de los todas son endogámicas y entre los wa]¡ebura, todo lo que comen los miem
bros de la fratria mollera es mollera, todo lo que comen
los wutarus es wutaru. Pero esto no supone una distribu
ción menor que el sistema inverso. El no consumir más
que los alimentos que pertenecen místicamente al propio
grupo o consumir sólo los que corresponden al otro grupo
implica idéntica organización. Por otra parte, ésta se pro
longa igual en otros terrenos; por ejemplo, las piras fuñerarias son erigidas por los compañeros de fratria del difun
to. A la autonomía alimenticia corresponde la autonomía
LEYES SANTAS Y ACTOS SACRILEGOS
87
ceremonial. La autonomía y la dependencia mutuas fun
dan igualmente una distribución de lo reservado y lo libre,
de lo profano y lo sagrado. Nos resta comprender por qué
se ha comprobado tan a menudo que el segundo sistema
prevalece sobre el primero.
Sin duda una yuxtaposición de grupos independientes
constituye un lazo infinitamente menos capaz que el en
samble de grupos solidarios, de hacer sensible en todo
momento la unidad funcional de la tribu. Más aún: no hay
que olvidar que los tótem de las fratrías representan en
general las virtudes adversas cuya unión es fuente de fe
cundidad y de regeneración, ni que esas virtudes impregnan
la esencia de todos los seres situados en el marco social
donde aquéllas se encuentran encarnadas, así como la de
todas las cosas que se les agregan. Esas virtudes guardan
entre sí la misma relación que un principio macho y un
principio hembra. Por lo tanto, parece de acuerdo con la
legalidad cósmica e indispensable a la multiplicación de las
especies que la oposición de las naturalezas se añada a la
oposición de los sexos. Un matrimonio entre individuos
de igual “naturaleza”, es decir, en fin de cuentas, del mismo
grupo social, parece tan atentatorio al orden universal, tan
condenado a una esterilidad miserable, como una unión
entre individuos del mismo sexo. Aquí adquiere todo su
sentido un adagio chino citado por Granet, y según el cual
la separación de los sexos constituye el fundamento de la
exogamia. El aforismo parece absurdo si se le toma literal
mente, ya que la exogamia define menos la norma de sepa
ración de los sexos, que la de su aproximación. Pero lo
que precede permite captar plenamente la verdad que ex
presa: el poder complementario de grtfpos sociales opuestos
por la exogamia es de la misma clase que el poder comple
88
LO SACRADO FUENTE DE RESPETO
mentario de los sexos, posee la misma importancia y arrastra
iguales consecuencias. No manifiesta sólo la solidaridad de
dos mitades asociadas de la unidad política, sino que defi
ne, además, la condición necesaria y suficiente de la fecun
didad de las uniones. De la unión de individuos de la mis
ma naturaleza sólo pueden nacer abortos o monstruos. En
China se considera necesariamente como degenerados a los
hijos de esposos no emparentados consanguíneamente, pero
que llevan igual nombre, y es que la similitud de nombre
es allí el signo de la identidad de naturalezas. Los transgresores de la ley de exogamia son castigados de tal mane
ra que su sangre vertida no entre en contacto con el suelo:
lo haría estéñl. La creencia actual de que un matrimonio
entre parientes próximos sólo puede engendrar hijos raquí
ticos y mal constituidos, representa, sin duda, la remota he
rencia de esas concepciones.
E l “ I n c e s t o ” , A c t o d e H o m o s e x u a lid a d M í s t ic a . La
violación de la ley de exogamia no representa, pues, sola
mente, como la define Thurnwald, “una infracción de la
organización sobre la cual descansa la vida en común” ; es
al mismo tiempo la equivalencia exacta, en el plano mís
tico, de la homosexualidad. Ofende a la vez el jus perjudi
cando a la fratría antagónica y el fas, constituyendo un
acto contra natura. De hecho así es como se la juzga. Na
da más significativo a este, respecto que la glosa del diccio
nario Dayak de Hardeland, que lo sitúa entre los actos
djeadjea que son contrarios a la naturaleza y que atraen la
muerte por el rayo. Los actos djcadjea citados son típicos:
por ejemplo, el hedió, de “dar a un hombre o a un animal
un nombre que no es el suyo y que no le conviene, o decir
de él algo que va contra su naturaleza; por ejemplo, afir
mar del piojo que baila; del ratón que canta; de la mosca
LEYES SAXTAS Y ACTOS SACRÍLEGOS
89
que va a la guerra . . de un hombre que tiene por madre
o por esposa a una gata o a otro animal; enterrar a los ani
males vivos diciendo', “entierro a un hombre” (el pecado
no reside en el hecho de enterrar, sino en esas palabras);
desollar una rana viva diciendo: “Ahora, se ha quitado el
manto”. La transgresión de la ley de exogamia está asimi
lada a las palabras de mal augurio, sacrilegas por esencia,
que insultan el orden del mundo y lo atacan por el sólo
hecho de ser pronunciadas. Del mismo modo, los acopla
mientos de animales de distintas especies son otras tantas
variantes de ello, igual que (más significativamente aún)
los ensayos de acoplamiento entre animales del mismo sexo,
por ejemplo cuando una cerda salta sobre otra hembra.
Tales extravíos sólo consiguen perturbar la regularidad uni
versal y, en efecto, si no se remediasen a tiempo, sus conse
cuencias serían temblores de tierra, lluvias o sequías excesi
vas, y sobre todo la esterilidad del suelo. A este respecto se
supone tal correspondencia entre el efecto y la causa que, en
las sociedades de parentesco clasificatorio donde la violación
de la exogamia es a veces difícil de descubrir, se deduce la
existencia de un “incesto” por la aparición de alguna ano
malía en el orden natural; por ejemplo, el brote de dos
calabazas o de dos pepinos en un mismo tallo.
E l C o n s u m o d e l T ó t e m , A c t o d e C a n i b a l i s m o . El “in
cesto" no es más que una transgresión particular del ordo
rerum. Consiste en la unión impía y forzosamente estéril
de dos principios del mismo signo. Desde ese punto de vis
ta, la violación de la prohibición alimenticia es su para
lelo exacto. En efecto, lo mismo que en el matrimonio,
se requiere una cierta relación polar entre los alimentos y
quien los consume, para que éstos le sean provechosos. El
organismo no necesita la sustancia de que está hecho, sino
9°
LO SACRADO FUENTE DE RESPETO
la que le falta. Por eso el individuo respeta a su tótem y
consume el del grupo opuesto. El consumir su propio tótem
no le alimentaría, haciéndole al contrario desmejorar y
morir por consunción, además que, tanto como la violación
de la exogamia, esa ingestión sacrilega es monstruosa, pues
el hombre al devorar la carne de su tótem sólo se devora
a sí mismo. En las islas Bank, ese acto se considera explí
citamente como de canibalismo. Por eso, salvo en los casos de
comunión ritual, cuando se trata para el hombre del clan
de revigorizar el principio místico que vive en él, sólo con
siente en tal acto impulsado por la necesidad. Y aun en
tonces cree necesario recurrir en seguida a ritos expiatorios.
Consumir el tótem, infringir la ley de exogamia, son viola
ciones paralelas de una misma ley: la que distribuye para
cada grupo lo sagrado y lo profano. En la conciencia de
los indígenas despiertan iguales resonancias, suscitan el mis
mo horror. Con frecuencia las identifican. Una misma
palabra las designa. En la Nueva Bretaña, un anciano gunantuna explica a un misionero que la prohibición de consu
mir el tótem significa “pura y simplemente” la de las re
laciones sexuales entre los miembros de ese tótem, porque
el comercio carnal está simbolizado por la ingestión de ali
mentos. Independientemente de ese testimonio, hay múl
tiples razones para pensar que, en efecto, el acto sexual se
halla constantemente asimilado a una manifestación de vo
racidad. Pero lo que hay que recordar aquí es menos una
identificación latente, inconsciente, de valor general, que
una concordancia fuertemente sentida, ligada a una repre
sentación particular del universo. Se manifiesta este caso,
sobre el que Lévy-Bruhl ha insistido con gran acierto:
utilizar alimentos totémicos como sustancias nutritivas
y utilizar a la mujer totétima como esposa, son pecados
LEYES SANTAS Y ACTOS SACRILEGOS
91
homólogos. En esos casos, se comete un acto socialmente
delictuoso privando al otro grupo de lo que le pertenece,
fisiológicamente perjudicial y estéril (es lo contrario de una
unión verdadera), y doblemente impío por el hecho de que
viola el orden de cosas y porque quien se hace culpable de
ello ataca en primer lugar al principio místico del cual
participa y al que debe respetar en todas sus manifesta
ciones.
La semejanza está apenas forzada: sin duda, el transgresor de la prohibición alimenticia se conduce más bien
como homófago, el de la prohibición exogámica como ho
mosexual, pero ambas representaciones se corresponden es
trechamente, se evocan mutuamente. En uno y otro caso,
se usa a contrapelo la virtud mística que debe venerarse y
existe violencia ejercida sobre lo que encarna lo sagrado; el
acto presenta a la vez los dos carecieres; es un Missbraucht,
un abuso irregular, una violación brutal. Constituye el sa
crilegio-tipo e implica una falta mayor. Quizás nada pone
mejor de manifiesto ese complejo que un verso de Las su
plicantes cuya forma hace pensar en algún viejo proverbio,
resto de un pasado hace tiempo caduco, pero cuyo empleo
por Esquilo en ese lugar parece extraordinariamente opor
tuno. “¿Cómo, pregunta Dañaos, podría ser puro un pája
ro que ha comido pájaro?” Es significativo que esta máxi
ma sirva para condenar un. matrimonio sacrilego, que la
muerte misma no expiaría, una unión considerada como
ofensiva para el orden cósmico, la Themis, y descrita como
“el deseo de enemigos emparentados por la sangre que in
troducen la mancha en su clan”.
El
A s e s i n a t o d e u n M ie m b r o d e l C l a n , S u ic id io P a r
Un tercer crimen se encuentra asimilado a la trans
gresión alimenticia o sexual; el asesinato de un miembro
c ia l.
92
LO SACRADO FUENTE DE RESPETO
del grupo. Atentar contra el tótem consumiéndolo, contra
la mujer poseyéndola, contra el hombre matándolo, son los
tres aspectos de una misma falta, de un mismo atentado
contra la integridad mística del clan. Alimentos, mujeres
y víctimas deben buscarse fuera; en el interior de la comu
nidad todo es sagrado y exige respeto. No se puede tocarni servirse de ello para satisfacer una avidez glotona, eró
tica o mortífera. En la Nueva-Bretaña, donde cada tribu
está dividida en fratrías exogámicas, la misma palabra de
signa al que mata o se come un hombre de su fratria y al
que viola la ley de exogamia. No es responsable de un
simple asesinato humano; debilita, mutila, perjudica al ser
compuesto, la virtud dispersa en el sector social y cósmico
del que forma parte. Además, éste no se vería menos debi
litado, mutilado y perjudicado si se condenara a muerte
al culpable. Al hacerlo los miembros de su fratria tendrían,
como los indígenas de Samoa, la impresión de “matarse
a sí mismos”, de consentir en una especie de suicidio parcial,
según la enérgica expresión de Lévy-Bruhl. Por eso, en
la mayor parte de los casos se renuncia a ejecutar al ase
sino. Suele ocurrir que ni siquiera se le moleste: entre
los esquimales se considera como accidental todo homi
cidio. En el peor de los casos, se limitan a expulsar de
la colectividad al criminal para que el contagio de su
crimen no se propague en ella. Se le declara sagrado, se le
expulsa, como al violador de la exogamia, en una barca
sin velas, ni aparejos ni remos. Sin embargo, se cuida de
no atentar contra su vida directamente. Ahora se com
prende la definición árabe del clan según Robertson Smith:
“El grupo donde no existe la venganza de sangre” no es
otra cosa que el paralelo de la definición de clan como
grupo donde está prohibido el matrimonio. El matrimonio
LEYES SANTAS Y ACTOS SACRILEGOS
93
y la venganza sólo están justificados entre clanes, entre fra
trías, estrechan lazos igualmente sólidos, constituyen con el
mismo motivo alianzas de sangre, respondiendo una al
estado de paz, la otra al estado de guerra, pero de todo
punto simétricas entre sí. Se tienen tan rigurosamente en
cuenta los asesinatos como las uniones, las esposas que hay
que suministrar y los cadáveres que se deben vengar. Ho
micidios y esponsales se presentan como prestaciones que
habrá que compensar, provocan del mismo modo un des
equilibrio que sólo tendrá fin mediante la contra-partida
adecuada: muerte por muerte, esposa por esposa.
Granet ha señalado esta concordancia haciendo notar
que en China ni la venganza ni el matrimonio entre pa
rientes son posibles: “Las justas de venganza — observa—
como las justas sexuales, son los medios por los cuales se en
frentan y se alian, se acercan y se oponen aquellos a quie
nes no une la identidad de nombre y de naturaleza”. Entre
fratrías rivales y asociadas, la sangre llama a la sangre; si
ésta se ha derramado en una por culpa de la otra los miem
bros de aquélla, atacados en su ser, no descansan hasta que
han obtenido en prestación equivalente la sangre que apla
cará a su muerto y sobre todo que satisfará la ley de equi
librio que preside las relaciones de los grupos complemen
tarios.
La armonía que las articula está hecha de una se
rie de disimetrías alternativamente abiertas y cerradas por
este intercambio continuo de ceremonias, de mujeres, de
alimentos, que ya hemos visto funcionar. Es forzoso admi
tir que los homicidios ocupan su lugar entre los desequili
brios cuya creación y absorción regulares manifiestan la so
lidaridad de las fratrías y permiten a la vida conjugar su
movilidad, su ritmo de crecimiento y de declinación, sus
94
LO SACRADO FUENTE DE RESPETO
brusquedades, sus saltos, con la realidad esencialmente es
tática, detenida, del orden de cosas, que adapta de este mo
do al mismo devenir. Tras el asesinato de Agamenón por
Clitemnestra, el promotor de la venganza a quien invoca
Electra es la Némesis del muerto, es decir, la fuerza cósmi
ca que tiende a reparar toda infracción contra la ley univer
sal y cuya emanación concreta, particularizada y exigente,
socorre al alma del difunto y reclama con ella satisfacción
hasta que la sangre enemiga derramada restaure en su justa
economía el sistema de relaciones de los hombres y las
cosas.
L a T r i b u , T o t a l i d a d V i v a . Una red continua en el
don recíproco del alimento, en los intercambios de esposas,
en el pago de las deudas de sangre, atestigua el buen fun
cionamiento da la vida tribal. Tal aparece la estructura-tipo
de donde por lo visto derivan, en las sociedades de fratrias,
las prohibiciones que circunscriben en la vida del hombre
la parte de lo sagrado, y limitan la extensión de su activi
dad libre, profana. Las fratrias representan el equilibrio y la
solidaridad de dos principios cuya separación crea el orden,
cuya unión crea la fecundidad; los nombres que llevan son
emblemas que señalan la oposición de sus virtudes respec
tivas, Cielo y Tierra, Tierra y Agua, Agua y Fuego, Pá
jaro negro y Pájaro blanco. Nada hay que rebata en la
mente del indígena la categoría dual, cuya huella se re
vela por todas partes. No concibe la unidad; todo lo que
es, sólo existe ante sus ojos para formar parte de una pare
ja. Leenhardt lo hademostrado en los canucos de NuevaCaledonia. El tío y el sobrino, la madre y el hijo, el marido
y la mujer, forman uña. pareja que: constituye la unidad
verdadera en su representación, el primer término de su
numeración,1 aquel a partir del cual empiezan las frac-
JERARQUÍA V LESA-MAJESTAD
95
dones. El individuo aislado, surgido de la dualidad ele
mental, es un ser perdido, un errante. No constituye una
unidad, sino el despojo aislado de una totalidad viviente.
El canaco no conoce el artículo indefinido; no dice una
casa, sino la otra casa, porque ningún ser, ningún objeto
posee una existencia independiente. Todo uno está senti
do como el complemento de otro en el seno de una duali
dad, como cada fratria es el complemento de la otra en el
seno de la sociedad.
La unión de los sexos en el matrimonio presenta una
imagen inmediata y acabada, expresiva y completa de la
noción de pareja. Sobre ese modelo se concibe el conjunto
de la vida social. Cada fratria aporta a la otra lo que le
falta en toda circunstancia. Sin embargo, el principio que
cada una encarna y que encarnan con ella sus miembros,
no sólo debe unirse al principio opuesto, sino también re
afirmarse, consolidarse en su esencia. Es preciso, por una
parte, buscar a la entidad complementaria de la propia
para llevar a bien toda creación; por otra, desviarse de ella
a fin de no corromper el propio principio; de un lado res
petar al que posee la misma virtud que uno; de otro, im
pregnarse y alimentarse de ella, a fin de reforzar en sí esa
virtud. El arunta del tótem del Agua sólo ha de usar ese lí
quido moderadamente, de manera respetuosa, pero cuan
do llueve debe salir de su cabaña, en vez de refugiarse en
ella, y exponerse largamente a la acción bienhechora del
principio vivificador cuyo contacto le fortalece.
III. JERARQUIA Y LESA-MAJESTAD
Si a causa de la complejidad creciente de la sociedad, el
sistema de las fratrías pierde su importancia en provecho
de una organización de grupos especializados, la preeminen
LO SACRADO FUENTE DE RESPETO
cia de la noción de pareja desaparece, y con ella el senti
miento de una colaboración en la que se equilibran los
servicios prestados y recibidos, de una solidaridad donde
cada uno, indispensable al otro, le da tanto como toma.
Sólo subsiste la tendencia que impulsaba a cada grupo a
conservar su integridad: ya no se trata para él de mantener
intacta su virtud vital para ponerla a la exclusiva disposi
ción de la otra mitad del cuerpo social, sino de exaltarla y de
asegurar la supremacía sobre los otros principios cuya ac
ción conjugada perpetúa la existencia y la salud de la tribu.
Ya no se piensa en conservar con el grupo adverso un equi
librio perfecto que cada uno es el primer interesado en
mantener; la ambición se concentra en aumentar el propio
prestigio, en establecer una dominación.
L a G é n e sis d e l P oder . En lugar del principio de res
peto se afirma un principio de individualización. A la si
tuación simétrica de las fratrías sucede un estado de rivali
dad inestable entre los antiguos clanes que poco a poco se
transforman en cofradías especializadas en la función social
determinada que cada uno tiene el privilegio y la obliga
ción de asumir. El funcionamiento de la sociedad descansa
en adelante sobre el concurso, en su doble sentido de ayuda
y de competencia, de grupos cuyos principios, trabajando
de acuerdo con la armonía del mundo, buscan menos equi
librarse el uno al otro que obtener la preponderancia, con
servarla una vez obtenida, y hacerla reconocer por derecho
cuando ya no se la disputa de hecho. Entre los zuñís nor
teamericanos, la organización bipartita, como se ha visto,
sólo aparece ya en los mitos, en calidad de recuerdo. La
sociedad actual no conoce más que cofradías reclutadas
principalmente entre los clanes que pertenecen a las mismas
regiones del espacio que las funciones que realizan. Así,
JERARQUÍA V LESA-MAJESTAD
97
los clanes del norte suministran afiliados a las asociaciones
guerreras, los del oeste a las asociaciones sacerdotales, los
del este a las sociedades de danzarines, los del sur a las so
ciedades de agricultores y médicos. En China, Granet
advierte asimismo la sustitución de la antigua dicotomía
por grupos orientados cuyas virtudes se realizan bajo el as
pecto de vientos y que contribuyen “bailando^ luchando,
rivalizando en perstigio, a la conservación de un orden cós
mico”.
A partir de ahí es inútil reconstituir las diferentes y po
sibles evoluciones de la organización social, inútil también
pasar revista a los distintos tipos que presentan por el mun
do las estructuras de las sociedades. El complemento del
estudio de lo sagrado que se deduciría de cada análisis sería
siempre el mismo: la presencia de una jerarquía, el ejerci
cio de una soberanía revestidas una y otra de un carácter
augusto inatacable, paralizador, que hace sacrilego todo ata
que contra ella. Poco importa que las cofradías especializa
das hayan tomado la forma de castas hereditarias, cerradas,
situadas según un orden previamente establecido; poco im
porta que la voluntad de colaboración haya sido completa
mente eliminada por la voluntad de poderío; que, como
ha demostrado Davy, testimoniar respeto sea el modo de
inspirarlo, que la competencia de generosidad en las dis
tribuciones ostentosas de riquezas y de alimentos acaben
por “dar al servicio prestado la forma de un desafío al
poder de reconocerlo”, llegando a establecer la superioridad
de un clan dentro de la tribu, de un individuo dentro del
clan (pues hace falta un jefe para reunir los tesoros y para
dirigir la ceremonia en el curso de la cual se hace de ellos
un don desdeñoso e interesado a aquellos sobre los cuales
se desea, por este medio, tomar ventaja y establecer un se
g$
LO SACRADO FUENTE DE RESPETO
ñorío). En estos casos toda construcción genética es objeto
de controversia, y parece abocada tarde o temprano a una
refutación. En esas condiciones más vale aceptar tal cual es el
nuevo dato que representa el poder personal sin empeñarse
en hacerlo proceder de un estado anterior. Debe recordarse,
naturalmente, que las mismas ceremonias (construcción de
la gran cabaña, erección de piras funerarias, iniciación
de muchachos, etc.), donde, entre los tlikit (por ejem
plo), se manifiestan la solidaridad y el equilibrio de las fra
trias son, entre los \wa\iutl (por ejemplo), aquellas en que
la superioridad encuentra ocasión de imponerse mediante
un gasto ostentoso imposible de pagar o devolver, aquellas
en que los tótem de los clanes aparecen como los blasones de
los directores de juegos, los emblemas personales de jefes
que los heredan o trafican con ellos, los dan o los reciben,
los pierden o los ganan, acumulando así sobre su cabe
za las virtudes místicas, los prestigios que confiere su po
sesión.
E l H e c h o d e l P o d e r , D a t o I n m e d ia to . Sin embargo,
importa fijarse en el solo hecho del poder. Sean cuales fue
ren los caminos por los que la influencia personal se ha
establecido como autoridad reconocida, conviene señalar el
carácter irreductible de la naturaleza íntima del poder. Tro
pezamos aquí con un dato no menos inmediato, primario,
infranqueable, que la oposición de los sexos de acuerdo con
cuya imagen parece instituida la división reversible de lo
sagrado y de lo profano en las sociedades de fratrias. Ma
nifiesta una dnanké sténai igualmente imperativa. No se
trata, esto se ,sobreentiende, de que la polaridad sexual o la
relación entre el mando y la ejecución que constituye el
poder, no puedan en ningún, caso recibir explicación algu
na Pero la que daría cuenta de ello debería proceder de
JERARQUIA Y LESA-MAJESTAD
99
un concepto general del mundo y rebasar en mucho el mar
co de un problema especial. Por lo tanto, hay que conten
tarse con señalar la singularidad absoluta de la realidad del
poder y subrayar la estrecha conexión que casi identifica
su naturaleza con la de lo sagrado.
Independientemente de su punto de apoyo y de su pun
to de aplicación, en todas sus variedades imaginables, ya se
ejerza sobre las cosas o sobre los hombres, el poder apa
rece como la realización de una voluntad. Manifiesta la
omnipotencia de la palabra, sea en forma de orden o de
conjuro. Hace que se ejecute una orden. Se presenta así
como una virtud invisible, superpuesta, irresistible, que
se manifiesta en el jefe como la fuente y el principio de
su autoridad. Esta virtud que obliga a obedecer sus ór
denes, es la misma que da al viento la capacidad de so
plar, al fuego la de quemar, al arma la de matar. Es ella
a quien designan, bajo diversas formas, la palabra melanesia mana y sus numerosos equivalentes americanos. El
hombre que posee mana es el que sabe que puede hacer
obedecer a los demás. El poder, como lo sagrado, parece
una gracia exterior de la cual el individuo es la sede pasa
jera. Se le recibe por investidura, iniciación o consagración.
Se le pierde por degradación, indignidad o abuso. Goza
del apoyo de toda la sociedad, que se une en su depositario.
El rey lleva la corona, el cetro, la púrpura reservada a los
dioses. Hay guardias que lo protegen. Dispone de toda clase
de medios de coacción capaces de obligar a someterse a los
refractarios. Pero hay que fijarse en que esos medios de
coacción no tanto explican como demuestran la eficacia del
poder. Porque cuanto más poderosos se les considera, por
más capaces se les tiene de someter y más se descubren las
razones que los hacen temidos, menos se distinguen los
100
LO SACRADO FUENTE DE RESPETO
motivos de su complacencia y docilidad. Sea cual fuere la
especie a que pertenezca el poder, laico, militar o religioso,
es sólo la consecuencia de un consentimiento. La disciplina
de un ejército no se compone del poder de los generales,
sino de la obediencia de los soldados. En cada grado de la
jerarquía se plantea el problema en iguales términos: desde
el mariscal al cabo todos son impotentes si sus subordina
dos, más numerosos, mejor armados, se niegan a ejecutar
sus órdenes. La Boétie ha demostrado bien que no hay
más servidumbre que la voluntaria: el tirano sólo cuenta
para espiar a los hombres con los ojos y oídos de éstos,
sólo tiene para oprimirlos los brazos que ellos le prestan.
C a r á c t e r S a g r ad o d e l P o d e r . Importaba insistir sobre
esta paradoja del poder, sobre la originalidad esencial de la
relación que une al dominado y al dominador. Se funda en
el juego efectivo de una diferencia de niveles energéticos,
que somete automáticamente el uno al otro, que da inmedia
tamente poder al uno sobre el otro. El simple privilegio del
prestigio personal instituye ya esta polaridad, pone de relie
ve la presencia y la actuación, entre quien está dotado de él
y lo impone y aquel que no lo está y lo soporta, de un
ascendiente misterioso. El término tiene un origen astroló
gico; designa la constelación del zodíaco que asciende en el
horizonte en el momento en que nace un individuo. El
hecho es significativo. Demuestra cuánto se tiende a objeti‘ var, a proyectar en los astros, a divinizar en una palabra
la fuente del poder. Con más razón se verifica el proceso
cuando, el privilegio de la autoridad no aparece como resul
tado de cualidades personales, inestables, y oscuras, frágiles
e inermes, sino como una prerrogativa inherente a una
función social, asegurada, evidente, reconocida, rodeada de
respeto y de temor. Todo rey es dios, desciende de un dios,
JERARQUÍA Y
LESA-MAJESTAD
10 1
o reina por la gracia de un dios. Es un personaje sagrado.
Es necesario, por lo tanto, aislarlo, erigir entre él y el profa
no un muro firme. Su persona oculta una fuerza santa que
crea la prosperidad y mantiene el orden del mundo. Garan
tiza la regularidad de las estaciones, la fecundidad de la tie
rra y de las mujeres. La virtud de la sangre que derrama
asegura la reproducción anual de las especies comestibles.
Su conducta está regulada en sus menores detalles: es
preciso que no malgaste, ni emplee fuera de tiempo su poder
divino. Se le hace responsable de las hambres y de las se
quías, de las epidemias y de las plagas. El solo posee una
santidad suficiente para cometer el sacrilegio necesario que
consiste en ex-secrar la cosecha a fin de que sus súbditos
puedan usarla libremente. Esta santidad le hace temible.
Todo lo que toca sólo puede servirle a él. Del mismo mo
do, la vajilla donde ha comido y los vestidos que se ha pues
to son peligrosos para los demás y provocan la perdición
del que se apodera de ellos. Le basta al jefe polinesio nom
brar un objeto con el nombre de una parte de su cuerpo
para convertirse en su propietario y cargarlo con una ener
gía mortal. Puede también consagrar (declarar tabú) un
río, un bosque: entonces en esos lugares el tráfico queda
prohibido, ningún acto profano, útil, puede desde entonces
realizarse allí.
El detentador de un poder queda retenido en un esplén
dido y riguroso aislamiento. Su contacto fulminaría al im
prudente que lo tocara. El que, por ignorancia o descuido,
pone la mano sobre la propiedad de un jefe, debe en segui
da desinfectarse, librarse de un influjo demasiado poderoso
; para él. Hasta entonces, no puede utilizar sus manos. Si
| tiene hambre, debe hacerse alimentar por otro o comer co* áio los animales, cogiendo los alimento» con sus dientes;
102
LO SACRADO FUENTE DE RESPETO
de lo contrario, su mano, impregnada por la santidad del
jefe, se la comunicaría a los alimentos, y la introduciría
al ingegrirlos, en su mezquino organismo que no podría
soportarla y perecería.
Paralelamente, sólo se dirige uno al jefe por mediación
de una persona interpuesta. En China, la expresión [los que
están] bajo las gradas [del trono] se ha convertido en un
simple equivalente de Vuestra Majestad. Tampoco se mi
ra al soberano de frente. El hálito impuro que exhala la pa
labra profana, la irradiación debilitante surgida de la
mirada de un inferior mancharían, menguarían la virtud
divina del príncipe.
Además, el poder confiere a la persona cualidades nue
vas. No santifica menos que el sacerdocio. El que lo acep
ta o se apodera de él, se vuelve puro, cambia de vida, inau
gura una conducta ascética, ejemplar, si era antes criminal
o libertino. La historia opone Octavio a Augusto, la poesía
Don Carlos a Carlos V. Sólo debe verse ahí una exi
gencia de la imaginación. Aquel de quien dependen todos
los dones, cuya existencia es el modelo venerado, el apoyo
de todas las demás, debe necesariamente poseer todas las
virtudes, todas las grandezas. Se le prestan sin regatear
las que no tiene.
No basta poner al jefe al abrigo de la intrusión de lo
profano. Es netesario que el conjunto de su vida lo aleje
de la condición común. Se tiende a reservarle el uso de lo
precioso, a prohibirle, por el contrario, el uso de lo vil.
Los gestos cotidianos, habituales en sus súbditos, le están
prohibidos, o si los ejecuta ha de ser de otro modo que
ellos. No se concibe que un personaje sagrado ejerza un
oficio penoso o grosero. El ideal consiste en que no haga
JERARQUÍA Y LESA-MAJESTAD
103
nada, que reine y no gobierne. La combustión simple y nor
mal de su santa energía hace eficaz su bienhechora influen
cia. No debe comer lo que comen los otros como tampoco
debe hacer lo que ellos hacen. Se le sirve un alimento espe
cial, prohibido a sus súbditos. Inversamente no prueba los
alimentos vulgares que éstos consumen. Sus costumbres
sexuales son de índole especial; el incesto, prohibido al
pueblo, es con frecuencia de rigor en las familias reales o
nobles. Además de que la sangre sagrada no puede mez
clarse con la sangre profana, importa, también en estos
asuntos, diferenciar de modo extremo la ley del jefe y la de
los súbditos.
E q u il ib r io y Je r a r q u ía . De nuevo lo sagrado y lo pro
fano parecen, pues, complementarios. Lo que es sacrilego
para uno es regla santa para el otro, y recíprocamente, el
principio de reparto entre rey y súbditos es el mismo admi
tido entre las fratrias. Pero mientras en este último caso
la bipartición implica el equilibrio, y se apoya en el respeto
mutuo, da a cada uno los mismos derechos y los mismos
deberes, permite o prohíbe a todos acciones simétricas, ins
tituye en una palabra relaciones reversibles, entre el sobe
rano y su pueblo, entre la casta noble y la casta paria, las
relaciones están orientadas, jerarquizadas. Las normas no
son válidas en los dos sentidos. El complemento de cada
derecho no es para el compañero otro derecho, sino un de
ber equivalente. La lesa-majestad se considera por lo tan
to como el gran sacrilegio, es unilateral, sólo puede ser
cometida por el que está abajo contra el que está arriba.
El mismo acto verificado de arriba abajo no parece crimen,
sino favor; no parece pecado, sino gracia que lo absuelve.
En Polinesia, el que toca a Un personaje sagrado se hincha
104
LO SACRADO FUENTE DE RESPETO
y muere. Para evitar la muerte que lo acecha, el culpable
o el imprudente no tiene otro recurso que el de conseguir
que un jefe se deje tocar por él. Así vuelve a conducir la
santidad a un organismo capaz de soportarla. El efecto
maléfico del contacto indebido, atentatorio, queda destruido
por el contacto permitido, aceptado. Los noubas del este
de Africa, no pueden entrar en la choza del rey sin morir,
pero para evitar este peligro, basta que el monarca consien
ta en rozarles con su mano el hombro izquierdo desnudo.
Ese gesto los santifica, les permite penetrar sin temor en el
lugar consagrado.
De una manera general, las consecuencias son inversas
cuando el rey toca o nombra al súbdito y cuando el súbdito
toca o nombra al rey. Y es que tocar y nombrar se presen
tan como prerrogativas de poder, demostraciones de supe
rioridad. Al nombrar un objeto, un ser, se le evoca, se le
obliga a aparecer y casi a obedecer, se le fuerza a presen
tarse, Nombrar es siempre llamar, es ya ordenar. De igual
modo, al poner la mano sobre una cosa, sobre una persona,
se la subyuga, se sirve uno de ella, se la transforma en ins
trumento. La manus injectio es una toma de posesión, el
gesto de adquisición que recae sobre un objeto susceptible
de ser aprehendido.
Del rey al súbdito, la manifestación de superioridad si
gue el orden de las cosas: constituye una bendición; del
súbdito al rey, vá en contra de la legalidad universal y cons
tituye: un sacrilegio que la trastorna. Una onda ascendente
de ofrendas, y fotra descendente de gracias desde el gra
do más bajo al más alto de la jerarquía social y del más
alto a l,más bajo, reemplaza la. confrontación siempre
renovada, el intercambio sin cesar repetido qué liga y desli
JERARQUÍA Y LESA-MAJESTAD
105
ga alternativamente los grupos antitéticos de las tribus de
fratrías. El poder funda también la sociedad sobre una
relación polar, pero el modelo de ésta no nos lo ofrecen
ahora tanto las relaciones del hombre y de la mujer
como las del padre y el hijo. Este tipo supone menos
una colaboración que una subordinación. Por otra parte,
ambas relaciones no se excluyen, sino que se combinan en
proporciones variables. Entre el hombre y la mujer, ya
existe la subordinación. Inversamente entre el rey y el pue
blo, entre el señor y la tropa de sus hombres, tiende a esta
blecerse un equilibrio, que el “buen” soberano procura con
servar, pero que rompe el tirano siempre considerado
como el perturbador y transgresor típico del orden del
mundo, promotor de disturbios, desórdenes y motines.
El monarca no tiene para con el cuerpo social menos
deberes que éste para con él. La sociedad está fundada en
su colaboración. En China, el príncipe es yang, la multitud
yin. Sus relaciones son, por lo tanto, complementarias. Sin
embargo, ocurre que el prestigio de uno solo o el privilegio
de una minoría contrapesan el gran número y equilibran
su influencia. Entre el rey y el pueblo reunido y organiza
do, se instituye, como entre las fratrías, un respeto mutuo
que aparece como testimonio de la alianza, de la estimación
y del agradecimiento que se deben dos principios iguales en
dignidad e indispensables el uno al otro. Por el contrario,
entre el soberano y cada uno de sus súbditos, prevalece la
relación de autoridad, las relaciones entre protector y prote
gido, en un aspecto, entre servidor y amo en el otro, esa
clase de respeto que señala la enfeudación consentida o
impuesta y que se manifiesta en toda norma, y que se pre
senta como el testimonio solemne de dependencia del hom-
I05
LO SACRADO FUENTE DE RESPETO
brc deferente y sumiso; testimonio debido, al noble por el
siervo, al señor por su vasallo, al anciano por el joven,
al maestro por el discípulo, al iniciador por el iniciado y al
iniciado por el profano, que tan justamente lleva este nom
bre.
De estas relaciones, unas son o tienden a hacerse here
ditarias. Las otras constituyen estados transitorios, pero que
siguen el curso del tiempo. El joven se convierte en adul
to, el hijo es padre a su vez, pero sin dejar de ser hijo
para el suyo, así como el muchacho no alcanza nunca al que
le precede en edad. Por eso, todas esas relaciones integran
un orden del mundo, irreversible, lineal, en contraste con el
orden circular, equilibrado, de las sociedades de fratrias.
El crimen de lesa-majestad se sitúa entonces junto a actos
sacrilegos (el uso de los alimentos sagrados o de las mujeres
prohibidas) que atacan al orden universal y provocan una
ruptura, un trastorno, una resquebrajadura, en el funciona
miento de la sociedad.
En uno y otro caso la virtud consiste en permanecer
dentro del orden, en quedarse en su sitio, en no rebasar
el lote asignado, en mantenerse dentro de lo permitido,
en no disponer de lo prohibido. De paso, se conserva así,
al mismo tiempo y en lo que depende de uñó, al universo
dentro de su orden. Es la función de las prohibiciones,
de las prescripciones rituales. “Los ritos —dice el JJ-Ki—
evitan el desorden, como los diques la inundación”.
Pero el tiempo deteriora los diques, el funcionamiento
de un mecanismo desgasta y ensucia los engranajes. El
hombre envejece y muere, renovado, es cierto, por su des
cendencia. La naturaleza, cuando se acerca el invierno, pier
de su fecundidad y parece languidecer. Hay que re-crear
el mundo, rejuvenecer el sistema. Las prohibiciones sólo
JERARQUÍA Y LESA-MAJESTAD
107
pueden evitar su fin accidental. Son incapaces de proteger
lo contra su inevitable ruina, su muerte natural. Retrasan
su decrepitud sin poderla detener. Es necesaria una refundi
ción, una creación, un acto positivo para restaurar la natu
raleza y la sociedad, para asegurar al orden una estabilidad
nueva. Esta es la misión de la fiesta.
IV
LA TRANSGRESION S A G R A D A : TEORIA
DE LA FIESTA 1
A l a v id a normal, ocupada en los trabajos cotidianos, apa
cible, encajada en un sistema de prohibiciones cauto, donde
la máxima quieta non movere mantiene el orden del mun
do, se opone la efervescencia de la fiesta. Esta, si no se
consideran más que sus aspectos externos, presenta caracte
res idénticos en cualquier nivel de civilización. Implica
un gran concurso de pueblo agitado y ruidoso. Esas aglo
meraciones de masas favorecen eminentemente el nacimien
to y el contagio de una exaltación que se agota en gritos
y gestos, que incita a abandonarse sin traba a los impulsos
más irreflexivos. Incluso hoy, en que, sin embargo, las fies
tas empobrecidas resaltan bien poco sobre el fondo grisáceo
que constituye la monotonía de la vida ordinaria, y apare
cen en ella dispersas, diseminadas, casi estancadas, se dis1
Es inútil señalar que esta teoría de la fiesta está lejos de
agotar sus diferentes aspectos. En particular, debía articularse
con una teoría del sacrificio. Este, en efecto, parece una especie de
contenido privilegiado de la fiesta. Es como su movimiento in
terior que la resume o le presta su sentido. Parecen estar en
igual relación que el alma y el cuerpo. En la imposibilidad de
poder insistir sobre esta íntima conexión (había que escoger),
me he esforzado en poner de manifiesto la atmósfera sacrifi
catoria que es la de la fiesta con la esperanza de hacer ver al lec
tor que la dialéctica de la fiesta duplica y reproduce la del sacri
ficio.
112
TEORÍA DE LA FIESTA
fiebre de esos momentos culminantes a la tranquila labor
de las fases atónicas de su existencia. Además, las cere
monias religiosas que traen consigo, estremecen el alma de
los fieles. Si la fiesta es la época de la alegría, es también
la de la angustia. El ayuno y el silencio son de rigor antes
de la expansión final. Se refuerzan las prohibiciones habi
tuales, se imponen otras nuevas. Los desbordamientos y los
excesos de todas clases, la solemnidad de los ritos, la seve
ridad previa de las restricciones, contribuyen igualmente a
hacer del ambiente de la fiesta un mundo de excepción.
En realidad, con frecuencia se considera la fiesta como
el reino mismo de lo sagrado. El día de fiesta, aunque
sólo se trate del domingo, es ante todo un día consagrado
a lo divino, en que se prohíbe el trabajo, dedicado al re
poso, al regocijo y a la alabanza de Dios. En las sociedades
donde las fiestas no están diseminadas en el conjunto de la
vida laboriosa, sino agrupadas en una verdadera temporada
de fiestas, se comprende aún mejor hasta qué punto ésta
constituye realmente el período de la preeminencia de lo
sagrado. El estudio de Mauss sobre las sociedades esquima
les, suministra los más claros ejemplos de un violento con
traste entre esos dos géneros de vida, que siempre se mani
fiestan, después de todo, entre los pueblos a los que el clima
o la naturaleza de su organización económica condena a
una inacción prolongada durante una parte del año. En
invierno, la sociedad esquimal se concentra: todo sucede o
se hace en común, mientras que durante el verano, cada
familia, aislada bajo su tienda en una inmensidad casi de
sierta, subsistía separada sin que nada viniera a reducir la
parte.de la ,iniciativa individual. Frente a la vida estival,
casi enteramente laica, el invierno aparece como un tiempo
de “exaltación religiosa continua”, como una larga fiesta.
APELACIÓN A LO SAGRADO
“ 3
Entre los indios de la América septentrional, la morfología
social no varía menos con las estaciones. Allí también, a la
dispersión del verano, sucede la concentración del invierno.
Los clanes desaparecen dejando paso a las cofradías religio
sas que ejecutan entonces las grandes danzas rituales y
organizan las ceremonias tribales. Es la época de la transmi
sión de los mitos y de los ritos, en que los espíritus se apa
recen a los novicios y los inician. Los hwa\iutls dicen ellos
mismos: “en verano, lo sagrado está debajo, lo profano arri
ba: en invierno lo sagrado está arriba, lo profano abajo”.
No se puede pedir mayor claridad.
Ya se ha visto que en la vida ordinaria lo sagrado se
manifiesta casi exclusivamente por medio de prohibiciones.
Se define como lo “reservado”, lo “separado” ; se le pone
fuera del uso común, protegido por prohibiciones destinadas
a evitar todo ataque contra el orden del mundo, todo riesgo
de trastornarlo y de introducir en él un germen turbador.
Aparece, pues, esencialmente como negativo. Este es en
realidad uno de los caracteres fundamentales que se reco
nocen con mayor frecuencia en la prohibición ritual. Pero
el período sagrado de la vida social es precisamente aquél
en que las reglas se suspenden y se recomienda en cierto
modo la licencia. Sin duda, puede negarse a los excesos
de la fiesta un sentido ritual preciso y considerarlos sola
mente como simples descargas de actividad. “Se halla uno
tan completamente fuera de las condiciones ordinarias
de la vida”, escribe Durkheim, “y se tiene tal conciencia de
ello, que se siente la necesidad de proyectarse hacia fuera
y por encima de la moral en uso”. Ciertamente, la agita
ción desordenada y la exuberancia de la fiesta, responden
a una especie de afán de desentumecerse. Ya Confucio se
daba cuenta de esto, cuando decía, para justificar las fran
ii4
TEORÍA DE LA FIESTA
cachelas aldeanas de los chinos, que no hay que “conservar
el arco siempre tenso, sin aflojarlo nunca, ni siempre flojo
sin estirarlo jamás”. Los excesos de los arrebatos colectivos
ejercen también, sin duda alguna, esta función: aparecen
como una deflagración brusca tras una compresión larga y
severa. Pero éste es sólo uno de sus aspectos, y se relaciona
menos con su razón de ser que con su mecanismo fisioló
gico. Este carácter no agota, ni mucho menos, su natura
leza. En efecto, los indígenas ven en ellos la condición de
la eficacia mágica de sus fiestas: son quienes aseguran
por anticipado el buen éxito de los ritos, prometiendo así,
indirectamente, mujeres fecundas, ricas cosechas, guerre
ros valientes, caza abundante y una pesca fructífera.
E l E xceso , R e m e d io d e l D e sg a ste . El exceso no se limi
ta a acompañar la fiesta de un modo constante. No es un
simple epifenómeno de la agitación que aquélla desarrolla.
Es necesario para el buen éxito de las ceremonias celebra
das, participa de su santa virtud y contribuye como ellas a
renovar la sociedad o la naturaleza. Este parece ser real
mente el fin de las fiestas. El tiempo agota, extenúa. Es
lo que hace envejecer, lo que encamina hacia la muer
te, lo que desgasta: y ese es el sentido mismo de la raíz de
donde surgen, en griego y en iranio, las palabras que lo de
signan. Anualmente la vegetación se renueva y la vida so
cial, como la naturaleza, inaugura un nuevo ciclo. Enton
ces todo lo que existe debe rejuvenecerse. Hay que volver a
empezar la creación del mundo. Este se conduce como un
cosmos regido por un orden universal y funcionando según
un ritmo regular. La medida^ la norma, lo mantienen. Su
ley consiste en que toda cosa se encuentre en su sitio, en
que todo acontecimiento llegue a su tiempo. Así se expli
ca que las únicas manifestaciones de lo sagrado sean prohibí-
APELACIÓN A LO SAGRADO
115
ciones, protecciones contra todo lo que podría amenazar la
regularidad cósmica, o expiaciones, reparaciones de todo
lo que ha podido turbarla. Se tiende a la inmovilidad, por
que todo ¿ambio, toda innovación pone en peligro la esta
bilidad del universo cuyo curso se querría detener para des
truir las posibilidades de muerte. Pero los gérmenes de su
aniquilamiento residen en su funcionamiento mismo, que
acumula restos y produce el desgaste del mecanismo. No
hay nada que no se halle sometido a esa ley, definida y con
firmada por el conjunto de la experiencia. Incluso la salud
del cuerpo humano exige que evacúe regularmente sus
“detritus”, orina y excrementos, y en la mujer la sangre
menstrual. Sin embargo, la vejez acaba por debilitarlo y
paralizarlo. La naturaleza, cada año, pasa del mismo modo
por un ciclo de crecimiento y de ocaso. Las instituciones
sociales no parecen estar tampoco al abrigo de estas alter
nativas. Deben regenerarse también periódicamente, purifi
cándose de los “detritus” envenenados que representan la
parte nefasta dejada por cada acto que se realiza en bien de
la comunidad, pero que supone una contaminación para el
que asume la responsabilidad.
Así, los dioses del panteón veda buscan un ser al que
puedan transmitir la impureza que contraen al derramar
sangre durante el sacrificio. Esa especie de purgación se
efectúa generalmente en forma de expulsión o de muerte^
sea de un chivo expiatorio cargado de todos los pecados co
metidos de esa manera, o de una personificación del año
viejo al que se trata de sustituir. Hay que expulsar el mal,
la debilidad, el desgaste, nociones que entonces coinciden
más o menos unas con otras. En el Tonkín se celebran ri
tos con el fin explícito de eliminar el residuo impuro de
cada acontecimiento y especialmente de los actos de auto-
ii 6
TEORÍA DE LA FIESTA
ridad. Se intenta neutralizar la irritación, la voluntad ma
ligna de los espíritus de aquellos a quienes el gobierno ha
condenado a muerte por traición, rebeldía o conspiración.
En China se acumulan las basuras, es decir, los restos dia
rios de la vida doméstica, junto a la puerta de la casa, para
desembarazarse de ellas con precaución durante las fiesta*
de renovación del año, porque contienen, como toda sucie
dad, un principio activo que, debidamente utilizado, puede
traer la prosperidad.
La eliminación de las escorias que acumula el funcio
namiento de todo organismo, la liquidación anual de los
pecados, la expulsión del tiempo viejo, no bastan. Sólo sir
ven para enterrar un pasado que se derrumba, que ha ter
minado y que debe ceder el sitio a un mundo virgen cuyo
advenimiento la fiesta está destinada a forzar.
Las prohibiciones han resultado impotentes para man
tener la integridad de la sociedad y de la naturaleza. Por
lo tanto, menos podrían contribuir a devolverles su juven
tud inicial. La norma no posee en sí ningún principio
capaz de regenerarla. Hay que apelar a la virtud creadora
de los dioses y volver al principio del mundo, a las fuerzas
que entonces transformaron el caos en cosmos.
E l C aos P rimitivo. La fiesta se presenta, en efecto, co
mo una actualización de los primeros tiempos del univer
so, del Urzeit, dé la era original eminentemente creadora
que ha visto a todas las cosas, a todos los seres y a todas
las instituciones plasmarse en su forma tradicional y de
finitiva. Esa época es aquella en que vivían y : actuaban
los antepasados divinos cuya historia nos relatan los mitos.
Más aún, para los tsimshians de América del Norte,
los mitos se distinguen precisamente de los demás rela
tos legendarios porque están situados en ese tiempo ya
APELACIÓN A. LO SAGRADO
117
ido en que el mundo no teaía aún su forma actual. Los
caracteres de ese Gran Tiempo mítico han sido notable
mente estudiados por Lévy-Bxuhl a propósito de los aus
tralianos y los papúes. Cada tribu posee un término es
pecial para designarlo. Es el altjira de los aruntas, el
dzugur de los aluridjas, el bugari de los karadjeri, el ungud
de los pueblos del noroeste de Australia, etc. A menudo esas
palabras designan al mismo tiempo el sueño, y de modo ge
neral todo lo que parece insólito o maravilloso. Y es que
sirve para definir un tiempo en que “lo extraordinario era
normal”. Las expresiones empleadas por los observadores
tienden todas a poner de manifiesto este aspecto de la era
primordial. Para el Dr. Fortune ese tiempo mítico es aquel
en que “la existencia llegó al ser y en que empezó la his
toria natural”. Se le sitúa, a la vez, al principio y fuera del
devenir. Por eso Elkin observa que no es menos presente o
futuro que pasado: “es un estado tanto como un período”, escribe muy significativamente. En el fondo, el tiempo
mítico es el origen del otro y emerge en él continuamente
produciendo todo lo desconcertante e inexplicable que en
él se manifiesta. Lo sobrenatural se encuentra constante
mente oculto tras lo sensible y tiende sin cesar a manifes
tarse a través de él. La edad primitiva está descrita con
singular unanimidad en las regiones más diversas. Es el
lugar de todas las metamorfosis, de todos los milagros.
Nada estaba aún estabilizado, no se había promulgado nin
guna regla ni fijado ninguna forma. Lo que, desde enton
ces, se ha hecho imposible, era entonces hacedero. Los ob
jetos se desplazaban por sí mismos, las canoas volaban por
el aire, los hombres se convertían en animales e inversa
mente. En vez de envejecer y morir mudaban de piel.
El universo entero era plástico, fluido e inagotable. Las
n8
TEORÍA DE LA FIESTA
cosechas crecían espontáneamente y la carne crecía de nue
vo sobre los animales en cuanto se los había despedazado.
C r e a c ió n d e l C o s m o s . Finalmente los antepasados im
pusieron al mundo una apariencia que, desde entonces, no
ha vuelto a cambiar, leyes que, también desde entonces, si*
guen en vigor. Produjeron a los hombres haciéndoles salir de
las entrañas de la tierra o transformando a los seres mixtos,
semi-animales, que antes existían. Crearon o formaron al
mismo tiempo las distintas especies animales y vegetales.
Modelando un solo individuo, modificaban a su semejanza
a sus descendientes futuros y todos se beneficiaban, sin nue
va intervención de la transmutación del arquetipo. Fijaron
igualmente el mar, la tierra firme, las islas, ias montañas.
Separaron a las tribus e instituyeron, para cada una, su
civilización, sus ritos, sus ceremonias, los detalles de éstas,
sus costumbres, sus leyes. Pero por el hecho de contener
cada cosa, cada ser dentro de límites precisos, esos límites,
desde entonces naturales, los privaban de todos los poderes
mágicos que les permitían realizar al instante sus deseos y,
sin conocer ningún obstáculo, convertirse inmediatamente
en lo que deseaban ser. El orden, en efecto, no se conforma
con la existencia simultánea de todas las posibilidades, con
la ausencia de toda regla: el mundo conoció entonces las
limitaciones infranqueables que confinan a cada especie en
su propio estado y que le impiden salirse de él. Todo que
dó inmovilizado y se establecieron las prohibiciones para
que la organización y la legalidad nuevas no se trastorna
ran. En fin, la muerte fué introducida en el mundo por la
desobediencia del primer hombre, más frecuentemente di
cho de la primera mujer, por el error de un mensajero de
la divinidad, por la tontería del antepasado torpe, que con
frecuencia se esfuerza desmañadamente en imitar los ges
APELACIÓN A LO SAGRADO
119
tos del Creador y cuya estúpida obstinación trae consecuen
cias a la vez cómicas y catastróficas. De todos modos con
la muerte, como el gusano dentro de una fruta, el cosmos
salió del caos. La era de la confusión ha terminado, la
historia natural empieza, el régimen de la causalidad nor
mal se establece. Al desbordamiento de la actividad crea
dora sucede la vigilancia necesaria para mantener y con
servar en buen estado el universo.
C aos y Edad de O ro. Se comprende que el período
mítico aparezca revestido de una ambigüedad fundamen
tal: de hecho, se presenta bajo las formas antitéticas del
Caos y de la Edad de Oro. La ausencia de barreras seduce
casi tanto como repele la falta de orden y de estabilidad.
El hombre mira con nostalgia hacia un mundo donde bas
taba alargar la mano para coger sabrosas frutas, siempre
maduras, donde las complacientes cosechas se hallaban de
pronto en los graneros, sin arar ni sembrar, donde se des
conocía la dura necesidad del trabajo, donde los deseos se
realizaban apenas concebidos sin que se encontrasen muti
lados, aniquilados, reducidos por alguna imposibilidad ma
terial o alguna prohibición social. La Edad de Oro, la in
fancia del mundo como la infancia del hombre, responden
a este concepto de un paraíso terrenal donde al principio
todo es fácil y al salir del cual hay que ganarse el pan con
el sudor de la frente. Es el reino de Saturno o de Cronos,
sin guerra y sin comercio, sin esclavitud ni propiedad pri
vada. Pero ese mundo de luz, de apacible alegría, de vida
fácil y dichosa, es al mismo tiempo un mundo de tinie
blas y de horror. El tiempo de Saturno es el de los sacrifi
cios humanos y Cronos devoraba a sus propios hijos. L a
fertilidad espontánea del suelo no está exenta de incon'venientes. La edad primera se presenta también como la
120
TEORÍA DE LA FIESTA
de las creaciones exuberantes y desordenadas, la de los par
tos monstruosos y excesivos. Unas veces las dos represen
taciones antagónicas se mecían inextricablemente, y otras,
cuando un esfuerzo de coherencia del espíritu las ha sepa
rado, se ve a la mitología distinguir y oponer, hacer que
se sucedan un Caos y una Edad de Oro. Estos aparecen
como los dos rostros de la misma realidad imaginaria, la
de un mundo sin norma del que habría surgido el mundo
ordenado en el que viven actualmente los hombres. Se
opone a este último, como el mundo del mito al de la
historia, que empieza cuando el primero llega a su fin; co
mo el mundo del sueño, del que lleva a menudo el nombre,
al de la vigilia; como el tiempo de la ociosidad, de la abun
dancia, de la prodigalidad, al tiempo del trabajo, de la
insuficiencia, de la economía. Al mismo tiempo, más o me
nos oscuramente, representa sin duda la infancia. No hace
falta acudir para definirlo a esa melancolía sentimental, a
esa inclinación de la memoria que impulsan al adulto a em
bellecer en extremo el recuerdo de sus primeros años, que le
parecen de pronto consagrados al juego, horros de preocu
paciones, y a los que considera, fuera de toda verosimilitud,
como una época de eterna fiesta en un jardín del Edén.
Es indudable, sin embargo, que los dos conceptos de la
primera edad del mundo y del verde paraíso de los amores
infantiles, han influido el uno sobre el otro. Además, es
un hecho que antes de las ceremonias de iniciación que
lo introducen en los marcos sociales, la actividad del joven
ser no se halla sometida a las prohibiciones que limitan
la del adulto: igualmente, antes del matrimonio, la sexua
lidad del adolescente es en general la más libre que puede
imaginarse. Parece que entonces el individuo no está aún
incluido en el orden del mundo y que, por lo tanto, no
RE-CREACIÓN DEL MUNDO
121
corre el riesgo de atacarlo infringiendo leyes que no le con
ciernen. Vive, por decirlo así, al margen del universo re
glamentado y de la sociedad organizada. Sólo pertenece a
medias al cosmos, todavía no ha roto todos sus lazos con
el universo fabuloso, el más allá, de donde los antepasados
sacaron su alma para depositarla y hacerla renacer en el
seno de una mujer, su madre.
Por oposición al orden, a la “historia natural”, la pri
mera edad del mundo representa un tiempo de universal
confusión que no nos imaginamos sin angustia. Entre los
esquimales, los aspectos contradictorios de la era primitiva
parecen íntimamente mezclados. Posee los caracteres de un
caos indiferenciado: todo estaba en las tinieblas, no había
luz sobre la tierra. No podían percibirse los continentes
ni los mares. Los hombres y los animales no se distinguían
los unos de los otros, hablaban el mismo lenguaje, habita
ban en casas iguales, cazaban del mismo modo. Sin embar
go, se reconocen también en la descripción de esa época
los rasgos que sirven habitualmente para pintar la Edad
de Oro: los talismanes tenían entonces un poder conside
rable, se podía uno transformar en animal, en planta, en
guijarro. La carne del caribú crecía de nuevo sobre el es
queleto del animal después de haberlo comido. Las palas
de recoger nieve se desplazaban solas de un lugar a otro,
sin que nadie se molestara en cargarlas. Pero esta última
posibilidad manifiesta ya, de modo significativo, una mez
cla de sentimiento y de temor, comprueba el deseo de un
mundo donde todo se realizaría sin esfuerzo, y hace temer
que las palas revivan y huyan de pronto de su propietario.
Por eso nunca se las deja clavadas en la nieve sin vigi
lancia.
122
TEORÍA DE LA FIESTA
II. LA RE-CREACION DEL MUNDO
Pesadilla y paraíso a la vez y por las mismas razones,
la primera edad aparece como el período y el estado de vigor
creador del que ha salido el mundo presente, sujeto a las
vicisitudes del desgaste y amenazado por la muerte. Re
naciendo, por lo tanto, impregnándose en esa eternidad
siempre actual, en esa fuente de Juventa de aguas siempre vi
vas, es como tendrá probabilidades de rejuvenecerse y encon
trar de nuevo la plenitud de vida y de robustez que le permi
tirá afrontar el tiempo para un nuevo ciclo. Esa es la función
que ejerce la fiesta. Ya se la ha definido como una actuali
zación del período creador. Adoptando una fórmula exacta
de Dumézil, diremos que constituye una abertura en el
Gran Tiempo, el momento en que los hombres abandonan
el devenir para acercarse a ese receptáculo de fuerzas todo
poderosas y siempre nuevas que representa la era primitiva.
Se celebra en los templos, en las iglesias, en los santos luga
res, que figuran, del mismo modo, aberturas en el Gran
Espacio, aquél en que evolucionaban los antepasados divi
nos y cuyos parajes, cuyas rocas consagradas son los jalones
visibles que quedan asociados a los gestos decisivos de los
Creadores. Se procede a la ceremonia durante una fase crí
tica del ritmo de las estaciones. Cuando la naturaleza pa
rece renovarse, cuando se efectúa un cambio visible a los
ojos de todos: al principio o al fin del invierno en los cli
mas árticos o templados, al principio o al fin de la estación
de lluvias en la zona tropical., Con una emoción intensa,
mezclada de angustia y de esperanza, se acude entonces en
peregrinación a los lugares recorridos antaño por los mí
ticos antecesores. El australiano repite con piedad el itine
rario que ellos realizaron, se detiene en todos los sitios donde
RE-CREACIÓN DEL MUNDO
123
ellos se detuvieron y renueva sus gestos cuidadosamente.
Elkin ha subrayado con vigor ese lazo vital, religioso, que
rebasa con mucho la simple geografía y que existe entre el
indígena y su país: éste, escribe, se presenta a sus ojos como
la vía de acceso que le conduce al mundo invisible, que lo
pone en comunicación con “las potencias dispensadoras de
vida, de las que se benefician la naturaleza y el hombre”.
Si tiene que abandonar su región natal, o si la colonización
trastorna ésta, se cree condenado a morir y desfallece; ya no
puede recobrar el contacto con las fuentes que periódica
mente vivifican su ser.
E n c a r n a c ió n de lo s A n t e p a s a d o s C r e a d o r e s . La fiesta
se celebra de este modo dentro del espacio-tiempo del mito
y asume la función de regenerar el mundo real. Suele es
cogerse con este fin el momento del renuevo de la vegeta
ción y, si es posible, aquél en que abunda el animal totémico. Se acude al lugar donde el antepasado mítico ha
creado la especie viva de la que procede el grupo, mediante
una ceremonia que éste ha heredado y que sólo él es capaz
de realizar debidamente. Unos actores imitan los hechos y
gestos del héroe. Llevan máscaras que los identifican con
ese antepasado, mitad hombre y mitad animal. Con fre
cuencia esos accesorios llevan puertecillas que en el momen
to oportuno descubren bruscamente un segundo rostro y
permiten así al portador reproducir las transformaciones
instantáneas que tenían lugar en la edad primitiva. Se tra
ta, en efecto, de hacer presentes y activos a los seres del
período creador, únicos que poseen la virtud mágica de con
ferir al rito la eficacia deseada. Pero no se establece nin
guna clara distinción entre “el fundamento mítico y las
ceremonias actuales”. Darrill Forde lo ha hecho constar
formalmente respecto a los yurnas del Colorado; sus infor
124
TEORÍA DE LA FIESTA
madores confundían sin cesar el rito que tenían costumbre
de celebrar y el acto mediante el cual sus antecesores lo
habían instituido en su origen.
Se suelen emplear diversos procedimientos para resucitar
el tiempo fecundo de los prestigiosos antepasados. A veces
se contentan con recitar los mitos. Estos son, por defini
ción, relatos secretos y poderosos que describen la creación
de una especie, la fundación de una institución. Actúan
como palabras-claves. Basta recitarlas para provocar la re
petición del acto que conmemoran. Otra manera de evocar
el período mítico consiste en reproducir las pinturas ru
pestres que sobre las rocas, en galerías apartadas, represen
tan a los antepasados. Al devolverles sus colores, al retocar
las periódicamente (no hay que rehacerlas por completo de
una vez: se rompería la continuidad), se resucita a los seres
que retratan, se los actualiza, para que aseguren el retorno
de la estación de las lluvias, la multiplicación de las plantas
y de los animales comestibles, la abundancia de los espíri
tus-niños que dejan encinta a las mujeres y garantizan la
prosperidad de la tribu. Se recurre con frecuencia a una
verdadera representación dramática. En Australia, los warramungas remedan la vida del antepasado mítico de cada
clan, por ejemplo, para las gentes de la Serpiente Negra,
las del héroe Thalawalla, desde el momento en que surgió
de la tierra hasta que volvió a ella. Los actores tienen la piel
cubierta de un vello que el aire se lleva cuando se agitan.
Figuran así la dispersión de los gérmenes de vida que se
escapan del cuerpo del antepasado. De ese modo aseguran
la multiplicación de las Serpientes Negras. Entonces los
hombres se restauran a su vez, se regeneran, se confirman
en su íntima esencia mediante el consumo del animal sa
grado. Esto, ya lo hemos visto, es sacrilego, prohibido,
RE-CREACIÓN DEL MUNDO
125
cuando se trata de respetar el orden del mundo y no de
renovarlo. Pero actualmente, los miembros del clan están
identificados con los seres de la época mítica que no cono
cían las prohibiciones y que las han instituido como van
a serlo nuevamente. Durante el período anterior, los ofi
ciantes, en efecto, se han santificado mediante un ayuno
riguroso y múltiples prohibiciones que los han hecho pasar
progresivamente del mundo profano al dominio de lo sa
grado. Se han convertido en antepasados: las máscaras, los
ornamentos que llevan son el signo de su metamorfosis.
Entonces pueden matar y consumir el animal, cortar y co
mer la planta en que participan místicamente. Realizan
así su comunión con el principio del que sacan su fuerza
y en el que beben la vida, absorbiendo con él un nuevo
influjo vigoroso. Luego, abandonan a los miembros de
otros clanes la especie cuya resurrección acaban de provocar
y que han ex-secrado usando los primeros ese alimento san
to, idéntico a ellos mismos, y que necesitan probar perió*
dicamente en un ademán de canibalismo vivificador, de
fortalecedora teofagia: desde ese momento ya no lo comen
libremente, la fiesta se ha terminado, el orden queda, nue
vamente, instituido.
R itos d e F e c u n d id a d y de I n i c i a c i ó n . Las ceremonias
de fecundidad no son las únicas. Otras tienen por objeto
hacer entrar a los jóvenes en la sociedad de los hombres,
agregándolos así a la colectividad. Son los ritos de inicia
ción. Parecen exactamente comparables a los anteriores y
se fundan como ellos en la representación de mitos rela
cionados con los orígenes de las cosas y de las instituciones.
El paralelismo es absoluto. Las ceremonias de fecundidad
aseguran el renacimiento de la naturaleza, las ceremonias
de iniciación el de la sociedad. Que coincidan o que se ce-
I2Ó
TEORÍA DE LA FIESTA
lcbrcn por separado, consisten igualmente en hacer actual y
presente el pasado mítico para hacer surgir de él un mundo
rejuvenecido. En el culto mato de la Nueva Guinea, los
novicios que penetran en el emplazamiento sagrado se
conducen como recién nacidos: fingen ignorarlo todo, no
saber usar ningún utensilio, y encontrarse por vez primera
ante los alimentos que les ofrecen. Entonces, para instruir
los, unos actores que encarnan a los antepasados divinos,
les presentan cada cosa por el orden en que los mitos relatan
su creación por intermedio de aquéllos. No se puede indi
car mejor hasta qué punto la ceremonia significa la vuelta
al caos primordial y el establecimiento detallado de la lega
lidad cósmica: la llegada al mundo del orden no se realiza
de golpe, se efectúa ella misma en orden.
Según Wirz, las ceremonias maio son idénticas, ya se
trate de fecundidad o de iniciación. Sólo difieren por su
objeto. En efecto, la sociedad marcha siempre a la par con
la naturaleza. El novicio es semejante a la semilla encerrada
en el suelo, a la tierra sin arar. Los antepasados en su origen
transformaron en hombres a las criaturas monstruosas del
Gran Tiempo, las completaron dándoles sus órganos sexua
les, sus fuentes de vida y de fecundidad. De la misma ma
nera, la iniciación hace de los neófitos verdaderos hombres.
La circuncisión completa su falo. El conjunto de la cere
monia les confiere las diversas virtudes viriles, especialmente
el valor, la invencibilidad y, por otra parte, el derecho y el
poder de procrear. Conduce hasta la madurez a la nueva
generación de hombres, como los ritos realizados para la
reproducción de la especie totémica aseguran el, crecimien
to de la nueva cosecha o de la nueva generación animal.
Además, en los tiempos míticos, estas dos clases de ce
remonias (de iniciación y de fecundidad) formaban una
FUNCIÓN DEL DESENFRENO
127
sola. Strchlow lo afirma expresamente respecto a Austra
lia, donde sin embargo están más separadas que en ningún
otro sitio dentro del ritual: los antepasados recorrían el
Gran Espacio con sus novicios y les enseñaban, celebrándo
los, los ritos mediante los cuales creaban a los seres o los
fijaban en una morfología estable. Los iniciaban así, no
con una ceremonia “blanca”, sino con la realización pri
mera y eficaz, con las primicias de su actividad creadora.
S u s p e n s ió n d e l T ie m p o M a r c a d o . De todas maneras,
importa primeramente actualizar la edad primitiva: la fies
ta es el Caos encontrado y modelado nuevamente. En China
se considera que el Ultra-Caos está transformado cuando ha
sido atravesado siete veces por los relámpagos. Igualmente,
el hombre tiene siete orificios en el rostro y el hombre bien
nacido tiene siete en el corazón. El Ultra-Caos está perso
nificado por un hombre estúpido “sin orificio”, desprovisto
de cara y de ojos. Al final de un banquete, los relámpagos
lo atraviesan siete veces: no para matarlo, explica Granet,
sino para hacerlo renacer a una vida superior, para mode
larlo. El tiro de arco contra el odre parece ligado (en el
ritual) con una fiesta de invierno, la borrachera de la larga
noche, que se celebra durante los doce últimos días del año
y durante la cual se cometen a placer toda clase de excesos.
Es una costumbre ampliamente difundida; la fiesta vuelve
a traer el tiempo de la licencia creadora, el que precede y
engendra el orden, la forma y la prohibición (las tres no
ciones están unidas y se oponen juntas a la del Caos). Este
período tiene su lugar indicado en el calendario, por ejem
plo, cuando se cuenta el mes por lunaciones y el año por la
revolución de la tierra en torno del sol, durante los doce
días que quedan en suspenso al final del ciclo solar y per
miten acordar los dos modos de medir el tiempo. Esos
128
TEORIA DE LA FIESTA
días intercalados no pertenecn a ningún mes, a ningún año.
Están fuera del tiempo marcado, y parecen por lo mismo
designados para el retorno periódico y reconstituyente del
Gran Tiempo. Esos días de más son el equivalente del año
entero, su “réplica” según la expresión del Rig-Veda a pro
pósito de los días sagrados de la mitad del invierno en la
India antigua. Cada uno de esos días corresponde claramen
te a cada uno de los meses y lo que ocurre en los primeros
prefigura lo que sucederá en los segundos; por otra parte,
sus nombres son idénticos y se siguen en el mismo orden.
Si se cuenta por ciclos de dos años y medio como en el
calendario céltico de Coligny, el período intercalado com
prende treinta días que reproducen la serie de doce meses
repetida dos veces y media.
P r e s e n c ia d e l o s A p a r e c id o s . Sea cual fuere su dura
ción, ese tiempo ve confundirse el más allá y este mundo;
los antepasados o los dioses, encarnados por danzarines en
mascarados, vienen a mezclarse con los hombres e interrum
pen violentamente el curso de la historia natural. Están
presentes en las fiestas totémicas australianas, en el pilou
neo-caledonio, en las ceremonias de iniciación papúes y nor
teamericanas. Del mismo modo los muertos salen de sus
moradas e invaden el mundo de los vivos. Pues durante
esta suspensión del orden universal que constituye el cam
bio de año, todas las barreras se derriban y nada impide
ya a los difuntos que visiten a sus descendientes. En Siam,
un personaje infernal abre entonces las puertas del abismo
y los* muertos vuelven a ascender por tres días hasta la luz
del sol; Un rey de ocasión gobierna el país con las prerroga
tivas de un verdadero soberano, mientras que el pueblo se
entrega a los juegos de azar (actividad tipo de riesgo y de
dilapidación, directamente opuesta a la acumulación lenta
FUNCIÓN DEL DESENFRENO
129
y segura de las riquezas por el trabajo). Entre los esqui
males, durante las fiestas de invierno, las almas vienen a
reencarnarse en los miembros de la “estación” afirmando así
la solidaridad, la continuidad de las generaciones del grupo.
Se las despide luego solemnemente para que las condiciones
normales de la existencia reanuden su curso. Cuando el
período de fiestas se ha dividido y éstas se distribuyen en
todo el año, se advierte siempre una época en que los di
funtos tienen libertad para dispersarse entre los vivos. Des
pués, expirado el plazo de tiempo que se les señala para
su invasión anual, se les reexpide a sus dominios, me
diante un conjuro explícito. En Roma, a fechas fijas, se
levanta la piedra que cierra el mundus, orificio del Palatino
que se considera como la vía de acceso al mundo infernal,
como la contracción de ese mundo mismo y, como su nom
bre indica, paralelo exacto del mundo de los vivos cuya
simetría representa en el más allá, resumen, a la vez, del
Gran Espacio frente a la extensión profana y orificio que
permite su comunicación. Entonces las almas vagan libre
mente por la ciudad como en los tres días de mayo, al ter
minar los cuales el jefe de cada familia los expulsa de su
casa escupiendo habas, que hasta el año siguiente lo salvan
a él y a los suyos de su incursión. La vuelta de los'muertos
suele estar con frecuencia unida al cambio de tiempo: en
toda Europa, es principalmente en la noche de San Silvestre,
es decir, la última noche del año, cuando los aparecidos,
los espectros y fantasmas tiene permiso para hacer estragos
entre los vivos.
I3°
TEORÍA DE LA FIESTA
III. FUNCION DEL DESENFRENO
Este entreacto de confusión universal constituido por
la fiesta aparece así realmente como la duración de la sus
pensión del orden del mundo. Por eso se permiten enton
ces todos los excesos. Lo importante es obrar en contra de
las normas. Todo debe efectuarse al revés. En la época
mítica, el curso del tiempo estaba invertido: se nacía viejo,
se moría niño. En esas circunstancias dos razones concurren
para recomendar el desenfreno y la locura. Para estar más
seguro de encontrar nuevamente las condiciones de existen
cia del pasado mítico, hay que ingeniarse en hacer lo con
trario de lo que se hace habitualmente. Por otra parte, toda
exuberancia manifiesta un suplemento de vigor que sólo
puede traer abundancia y prosperidad en la renovación es
perada. Una y otra causa conducen a infringir las prohibi
ciones y a rebasar la medida, a aprovechar la suspensión
del orden cósmico para contrariar la regla cuando ésta pro
híbe, para abusar sin tasa cuando permite. Por eso se violan
sistemáticamente todas las prescripciones que protegen el
buen orden natural y social. Sin embargo, esas transgresio
nes no dejan de constituir sacrilegios. Atacan las normas
que regían la víspera y que están destinadas a ser de nuevo
mañana las más santas e inviolables. Son verdaderamente
sacrilegios mayores.
De un modo general, toda circunstancia en que la exis
tencia de la sociedad y del mundo parece vacilar y exige
ser renovada por el influjo de un vigor joven y excesivo
queda asimilada A instante patético del cambio del tiernno. No es asombroso que en esas condiciones se recurra
a licencias análogas o idénticas a las de los días intercalares
para equilibrar la actuación de una plaga, como se nos cuen-
FUNCIÓN DEL DESENFRENO
131
ta de tal tribu australiana en caso de epidemias, de tal otra
al aparecer una aurora austral, que los indígenas consideran
como un incendio celeste que amenaza consumirlos: enton
ces los ancianos ordenan el intercambio de mujeres. Es in
dudable que los indígenas tienen la sensación de que res
tauran el universo, cuando se ve a los fidjianos proceder en
caso de mala cosecha, cuando temen pasar hambre, a una
ceremonia que llaman “creación de la tierra”. Esta, en efec
to, acaba de mostrar su agotamiento. Se impone el rejuve
necerla, hacerla renacer, conjurar la ruina que acecha al
mundo y a los hombres.
S a c r il e g io s S o c i a l e s c o n O c a s i ó n d e l a
M u e rte d el
R ey . Cuando la vida de la sociedad y de la naturaleza se
encuentra resumida en la persona sagrada del rey, la hora
de su muerte determina el instante crítico y este suceso es
el que desencadena las licencias rituales. Estas toman en
tonces el aspecto que corresponde exactamente a la catás
trofe sobrevenida. El sacrilegio es de orden social. Se per
petra a costa de la majestad, de la jerarquía y del poder.
No existe caso alguno en que pueda afirmarse que el des
encadenamiento de las pasiones, tanto tiempo contenidas,
se aproveche del desfallecimiento obligado del gobierno
o de la ausencia transitoria de autoridad. Pues jamás se
opone la menor resistencia al frenesí popular: se le conside
ra tan necesario como lo era la obediencia al monarca di
funto. En las islas Sandwich, la multitud, al conocer la
muerte del rey, comete todos los actos que se consideran cri
minales en época ordinaria: incendia, saquea, mata y se obli
ga a las mujeres a prostituirse públicamente. En Guinea,
relata Bosman, en cuanto el pueblo se entera de la muerte
del rey, “cada uno roba a su prójimo a más y mejor”, y esos
robos continúan hasta la proclamación del sucesor.
132
TEORÍA DE LA FIESTA
En las islas Fidji, los hechos son aún más claros: la
muerte del jefe da la señal del saqueo, las tribus sometidas
invaden la capital cometiendo toda clase de bandidajes y
depredaciones. Para evitarlas, se decide con frecuencia man
tener en secreto la muerte del rey y cuando las tribus llegan
y preguntan si falleció el jefe con la esperanza de entrar
a saco en el lugar, se les contesta que su cuerpo ya está en
descomposición. Entonces se retiran decepcionadas, pero
dóciles, por haber perdido la oportunidad. Se ve claramen
te en este ejemplo que el tiempo de licencia es exactamente
el de la descomposición del cuerpo del rey, es decir, el del
período agudo de la infección y la mancha representadas
por la muerte, el tiempo de su absoluta y plena virulencia,
eminentemente activa y contagiosa y de la cual debe prote
gerse la sociedad demostrando su vitalidad, y que sólo acaba
con la eliminación completa de los elementos putrescibles
del cadáver real, cuando ya sólo queda del despojo un duro
y sano esqueleto incorruptible. Entonces se considera que
la fase peligrosa ha pasado. Puede restablecerse el curso
normal de las cosas. Empieza un nuevo reinado tras el
tiempo de incertidumbre y confusión durante el cual se
efectuaba la licuefacción de las carnes del Conservador.
En efecto, el rey es esencialmente un Conservador, cuyo
papel consiste en mantener el orden, la medida, la regla,
principios todos que se desgastan, envejecen y mueren con
él, y que al mismo tiempo que decrece su integridad física,
pierden su fuerza y su virtud eficaz. Por eso su muerte
inicia una especie de interregno de la virtud eficaz inversa,
es decir, del principio de desorden y de exceso, generador
de la efervescencia, de la cual renace un orden nuevo y re
generado.
FUNCIÓN DEL DESENFRENO
13 3
Del mismo mo
do, los sacrilegios alimenticios y sexuales tienen por objeto
en las sociedades totémicas asegurar al grupo durante un
nuevo período subsistencia y fecundidad. Las licencias es
tán ligadas a la ceremonia de la renovación del animal sa
grado o a la de la integración de los muchachos a la so
ciedad de los hombres. En efecto, esos ritos abren un nuevo
ciclo vital y desempeñan, por lo tanto, exactamente el mis
mo papel que los cambios de tiempo en las civilizaciones
más diferenciadas. Constituyen también éstas una vuelta al
caos, una fase en que la existencia del universo y de la
legalidad se pone de pronto en entredicho. Entonces se
violan las prohibiciones que en época ordinaria aseguran
el buen funcionamiento de las instituciones, la marcha re
gular del mundo, y distinguen lo permitido y lo prohibido.
Se mata y se consume la especie venerada por el grupo, y
paralelamente al gran crimen alimenticio, se comete el
gran crimen sexual: se infringe la ley de la exogamia. A l
abrigo de la danza y de la noche, sin tener en cuenta los
lazos de parentesco, los hombres del clan se unen con las
esposas del clan complementario, que son, por lo tanto, ori
ginarias del suyo y que por esa razón les están prohibidas.
Entre los warramungas, cuando las gentes de la fratria uluuru celebran su ceremonia de iniciación, al caer la noche,
traen sus mujeres a los de la fratria kingilli que han hecho
para ellos, como se recuerda, todos los preparativos de la
fiesta y entonces éstos se unen a esas mujeres que, sin em
bargo, pertenecen a su fratria. Esas uniones incestuosas sus
citan de ordinario el escalofrío del terror y de la abomina
ción, y los culpables sufren los más severos castigos. Pero
durante las fiestas son permitidas y obligatorias. Hay que
subrayar que esos sacrilegios se cpowderan-tan rituales y
S a c r il e g io s A l im e n t ic io s y S e x u a l e s .
134
TEORÍA DE LA FIESTA
santos como las prohibiciones que infringen. Proceden lo
mismo que éstas de lo sagrado. Durante la celebración del
pilou, la gran fiesta neo-caledonia, interviene, según cuenta
Leenhardt, un personaje enmascarado que se conduce a la
inversa de todas las normas. Hace todo lo que les está
prohibido a los demás. Encarnando al antepasado con el
que su máscara le identifica, copia y renueva los actos de
su patrón mítico que “persigue a las mujeres encinta y tras
trueca las nociones pasionales y sociales”.
M it o e I n c e s t o . Se trata nuevamente de adoptar una
conducta conforme con el ejemplo legendario ofrecido por
los antepasados divinos: pues bien, éstos practicaban el in
cesto.
La pareja original está casi siempre compuesta por el
hermano y la hermana. Sucede así en múltiples tribus
oceánicas, africanas y americanas. En Egipto, Nut, la dio
sa Cielo, venía todas las noches a unirse con su hermano
Keb, el dios Tierra. En Grecia, Cronos y Rhea son igual
mente hermanos y si Deucalión y Pyrrha, que repueblan al
mundo tras un diluvio, no lo son, por lo menos son primos,
de aquellos a quienes separa la ley exogámica. Más aún, el
incesto es característico del Caos: se implican mutuamente.
El Caos es el tiempo de los incestos míticos y en general
se supone, ya lo vimos, que el incesto desencadena catás
trofes cósmicas. Entre los achantis africanos, si el que se
une a una mujer prohibida, comprometiendo así el orden
universal, no ha recibido su justo castigo, los cazadores no
pueden matar nada en los bosques, las cosechas dejan de
crecer, las mujeres no paren, los danés se mezclan dejando
de existir: “Entonces todo es Caos en el mundo”, concluye
claramente el observador.
FUNCIÓN DEL DESENFRENO
135
Entre los esquimales, el libertinaje sexual manifiesta de
modo evidente la vuelta al período mítico. Las orgías se
celebran con motivo de la fiesta de la extinción de las
lámparas, que tiene lugar en el solsticio de invierno. En
tonces se apagan y se vuelven a encender simultáneamente
todas las lámparas del lugar. Se hace así perceptible el
cambio de año, se le localiza y manifiesta. Durante la os
curidad que simboliza el Caos, las parejas se unen bajo el
hondo bancp que bordea las paredes de la casa invernal.
Se ha realizado el intercambio de todas las mujeres. A ve
ces se sabe cuál es el principio que determina esas uniones
temporales: en Alaska y en Cumberland Sound, un actor
enmascarado, que personifica a la diosa Sedna, empareja
a los hombres y a las mujeres según sus nombres, es decir,
comó lo estaban los antepasados legendarios cuyos nombres
llevan. La desaparición de las normas ordinarias de la re
glamentación sexual sólo significa un afloramiento pasajero
del tiempo creador ya pasado.
Los mitos de incesto son mitos creadores. Explican ge
neralmente el origen de la raza humana. La virtud de la
unión prohibida y característica del Gran Tiempo se añade
a la fecundidad normal de las uniones sexuales. Las prác
ticas eróticas son particularmente importantes entre los pa
páes kiwais y mari-anims: se limitan a reproducir las
que sirvieron a los antepasados para crear las plantas útiles.
En la fiesta, como ha observado Lévy-Bruhl, el desenfreno
es igualmente eficaz por magia simpática y por la partici
pación en el poder creador de los seres de* la primera edad.
V a l o r De l D e s e n f r e n o S e x u a l . El acto sexual posee ya
en sí mismo un poder fecundante. Es cálido, como dicen
los tongas, o sea que desarrolla una energía capaz de au
mentar, de excitar a todas las que se manifiestan en la na
136
TEORIA DE LA FIESTA
turaleza: la orgía de virilidad, que motiva la fiesta, ayuda,
pues, al funcionamiento de aquélla por el solo hecho de
estimular y reanimar las fuerzas cósmicas. Pero ese resul
tado podría ser también efecto de cualquier otro exceso, de
cualquier otro frenesí. No hay ninguno que no desem
peñe su papel en la fiesta. Como el orden que conserva
pero que se desgasta, se funda en la medida y la distinción,
el desorden que reina implica confusión y exceso. En Chi
na, una continua barrera de prohibiciones separa a los sexos
en todas las manifestaciones de la vida pública o privada.
El hombre y la mujer trabajan separados en cosas distintas;
más aún, nada de lo que pertenece al uno debe entrar en
contacto con lo que procede del otro. Pero en las fiestas,
durante los sacrificios, la labranza ritual, la fundición de
los metales, cada vez que hay que crear, se requiere la ac
tuación conjunta del hombre y de la mujer. “La colabora
ción de los sexos —escribe Granet— tenía tanta más eficacia,
cuanto que siendo sacrilega en tiempo normal se reservaba
para momentos sagrados”. Así, las fiestas invernales se
terminan en una orgía, donde hombres y mujeres combaten
y se arrancan las vestiduras. Esto se hacía, sin duda, menos
para desnudarse que para revestirse con las prendas con
quistadas. En efecto, el intercambio de vestiduras aparece
como la rúbrica misma del estado de Caos, como el sím
bolo del trastrueque de los valores. Solía realizarse en las
Saceas babilónicas y entre los judíos, en la fiesta orgiástica
de los Purim, como violación directa de la ley de Moisés.
Hay que entroncar sin duda con ritos de esta especie el do
ble disfraz de Hércules y de Onfalia. En Grecia, en todo
caso, la fiesta argiva del intercambio de vestiduras entre
muchachos y muchachas, lleva el nombre bien significativo
de hybristibfi. Pues la hybris representa el ataque al orden
FUNCIÓN DEL DESENFRENO
137
cósmico o social, el exceso que pasa de la raya. Los textos
la presentan como caracterizando a los Centauros, los
monstruos mitad hombres mitad animales, de la mitología,
que raptan a las mujeres y comen carne cruda, encarnados,
como reconoce Dumézil, por los miembros de cofradías
iniciadas y enmascaradas, que intervienen violentamente
al cambiar el año, y, como sus antepasados legendarios, tí
picos transgresores de todas las prohibiciones.
E xcesos F e c u n d o s . La fecundidad nace del exceso. La
fiesta añade a la orgía sexual la ingestión monstruosa de
bebidas y alimentos. Las fiestas “primitivas”, preparadas
con gran anticipación, presentan en alto grado ese carácter
que se ha conservado de modo sorprendente en las civili
zaciones más refinadas. En las Antesterias atenienses se da
ba a cada uno un odre de vino: entonces se organizaba
una especie de torneo en donde vencía el primero que va
ciaba su odre. Durante los Purim, el Talmud indica que
se debía beber hasta que no se pudieran distinguir los dos
gritos específicos de la fiesta: “Maldito sea Anam” y “ Ben
dito sea Mardoqueo”. En China, si hemos de dar crédito
a los textos, se acumulan los víveres “en montones más altos
que una colina”, se cavan estanques que se llenan de vino
y sobre los cuales podrían navegar las embarcaciones, lo
mismo que se podrían organizar carreras de carros sobre
los montones de víveres. Cada uno debe atracarse hasta el
límite de lo posible, llenarse como un odre distendido. La
exageración de las descripciones tradicionales manifiesta
otro aspecto de los excesos rituales: el torneo de jactancia y
charlatanería que acompaña al despilfarro de riquezas
amontonadas, sacrificadas. Ya se sabe la importancia que
tenían los duelos de vanidad en los festines y las orgías de
los germanos, de los celtas y de otros muchos pueblos. Es
I38
TEORÍA DE LA FIESTA
predso forzar la prosperidad de las próximas cosechas
gastando sin tasa el contenido de los graneros, y exagerando
aún mediante el gesto y la palabra. Se abren concursos
ruinosos para ver quién dará la más rica prenda en una es
pecie de apuesta con el destino, con objeto de hacerle de
volver con exceso, al céntuplo, lo que haya recibido. Cada
uno pensaba obtener, concluye Granet, comentando las pro
ezas chinas, “una remuneración mejor, un rendimiento más
grande de sus trabajos futuros”. Los esquimales hacen el
mismo cálculo. Esos intercambios y las distribuciones de
presentes que acompañan las fiestas de Sedna o la expulsión
de las almas en el más allá, poseen una eficacia mística.
Hacen la caza provechosa. “Sin generosidad, no hay suer
te”, señala Mauss, fundándose en la observación de “que el
intercambio de regalos tiene por efecto el producir la abun
dancia de riquezas”. El que aún se practica en Europa con
motivo del Año Nuevo aparece como un mezquino vesti
gio de una circulación intensa de todos los tesoros, antaño
destinada, al cambiar el año, a regenerar la existencia cós
mica y a fortalecer la cohesión de la existencia social. La
economía, la acumulación, la medida, definen el ritmo de
la vida profana; la prodigalidad y el exceso, el de la fiesta,
el del intermedio periódico y exaltante de vida sagrada que
interrumpe aquélla, devolviéndose salud y juventud.
Del mismo modo, a los gestos reglamentados del traba
jo que permiten acumular las subsistencias, se opone la agi
tación frenética de la francachela que las despilfarra. La
fiesta, en efecto, no comprende sólo orgías consumidoras,
de la boca y del sexo, sino también orgías de expresión, del
verbo o del ademán. Gritos, injurias, duelo de bromas
groseras, obscenas o sacrilegas entre un público y un cortejo
que lo atraviesa (como en el segundo día de las Antesterias,
FUNCIÓN DEL DESENFRENO
139
en las Leneanas, los Grandes Misterios, el carnaval, la fiesta
medieval de los Locos), lucha de invectivas y apodos entre
el grupo de las mujeres y el de los hombres (como en el
santuario de Demeter Mysia cerca de Pellana de Acaya)
constituyen los principales excesos de palabra. Los actos no
se quedan atrás: mímicas eróticas, gesticulaciones violen
tas, luchas simuladas o reales. Las contorsiones obscenas de
Baubo, provocando la risa de Demeter, despiertan a la na
turaleza de su letargo devolviéndole la fecundidad. Se
danza hasta el agotamiento, se gira hasta el vértigo. Pronto
se llega a la brutalidad: en la ceremonia del fuego entre
los warramungas, doce de los participantes cogen antorchas
encendidas. Uno de ellos desafía a los que tiene enfrente
sirviéndose de su antorcha como de un arma: prestamente
se inicia el tumulto general en que las antorchas crepitan
golpeando las cabezas y salpicando de ardientes centellas
los cuerpos de los que combaten.
P a r o d ia d e l P oder y de l a S a n t id a d . L os actos prohibi
dos y excesivos no bastan para señalar la diferencia entre
el período de desenfreno y el normal. Se les añaden actos
al revis. La gente se ingenia en realizar exactamente al
contrario el proceder usual. La inversión de todas las re
laciones parece una prueba evidente del retorno del Caos,
de la época de la fluidez y de la confusión. Por eso las
fiestas donde se procura hacer revivir la primera edad del
mundo, las Cronias griegas o las Saturnales romanas, de
nombres tan significativos, comprenden el trastorno del or
den social. Los esclavos comen en la mesa de sus amos, los
mandan, se ríen de ellos, y éstos les sirven, los obedecen,
soportan sus afrentas y sus reprimendas. En cada casa se
constituye un estado en miniatura: las altas funciones, los
cargos de pretores y cónsules se confían a los esclavos que
140
TEORIA DE LA FIESTA
ejercen entonces un poder efímero y paródico. En Babilo
nia, se invertían los rangos en la fiesta de las Saceas: en
cada familia, un esclavo vestido de rey mandaba por un
tiempo limitado en toda la casa. Un fenómeno análogo se
producía en el estado. En Roma, elegíase un monarca que
daba a sus súbditos de un día órdenes ridiculas como la de
dar la vuelta a la habitación llevando sobre los hombros
a una tocadora de flauta. Algunos datos hacen suponer que
el falso rey tenía en épocas anteriores un fin trágico; todos
los desenfrenos, todos los excesos le estaban permitidos, pe
ro se le sacrificaba sobre el altar del dios-soberano, Satur
no, a quien había encarnado durante treinta días. Ya muerto
el rey del Caos, todo se reintegraba al orden, y el gobier
no usual dirigía de nuevo un universo organizado, un Cos
mos. En Rodas, al finalizar las Cronias se sacrificaba a un
prisionero previamente embriagado. En las Saceas babiló
nicas, se ahorcaba o se crucificaba a un esclavo que duran
te la fiesta había desempeñado en la ciudad el papel de rey,
utilizando a las concubinas de éste y dictando órdenes en
su lugar, dando al pueblo ejemplo de desenfreno y de lu
juria. Indudablemente es preciso relacionar a estos falsos
reyes, destinados a morir tras haberse mostrado durante el
alejamiento anual del poder ordinario excesivamente tira
nos y libertinos, con ese Nahusha, igualmente excesivo y
desenfrenado, que reina sobre el mundo y los cielos durante
el retiro de Indra “más allá de los noventa y nueve cursos
de agua”, tras el asesinato de Vritra, o también de ese Mithothyn, el mago usurpador que gobierna el universo duran
te el retiro de Odin, cuando éste se destierra para purificar
se de la mancha que ha contraído por culpa de su mujer
Frigga, es decir, más generalmente con los soberanos pro-
FUNCIÓN DEL DESENFRENO
141
visionales que, sobre todo en los mitos indo-europeos, ocupan
el sitio del verdadero amo de los dioses cuando éste va a
hacer penitencia por los pecados de que se ha hecho respon
sable en el ejercicio mismo de su autoridad.
Todo invita a considerar el carnaval moderno como una
especie de eco agónico de las fiestas antiguas del tipo de las
Saturnales. Un maniquí de cartón, que figura un rey enor
me, pintarrajeado y cómico, suele ser fusilado, quemado o
ahogado al terminar las fiestas. El rito ya no tiene valor
religioso, pero su motivo está claro: en cuanto una efigie
reemplaza a la víctima humana, el rito tiende a perder su
valor expiatorio y fecundante, su doble aspecto de liquida
ción de las faltas pasadas y de creación de un mundo nue
vo, y toma un carácter de parodia ya evidente en la fiesta
romana y que desempeña el papel esencial en la Fiesta de
los Inocentes o de los Locos durante el medioevo. En las
proximidades de la Navidad se inicia un período de rego
cijo para el clero menor. Se procede a la elección de un
papa, de un obispo o de un abate de mentirijillas que ocu
pa su trono hasta la víspera de la Epifanía. Esos sacerdo
tes llevan vestiduras femeninas, entonan estribillos obsce
nos o grotescos con la música de los himnos litúrgicos,
transforman el altar en mesa de taberna donde se embo
rrachan, queman en el incensario restos de zapatos viejos,
y cometen, en una palabra, todas las inconveniencias ima
ginables. Finalmente, se introduce en la iglesia, con gran
pompa, un burro revestido con una rica casulla, en cuyo
honor se celebran los oficios. En esas parodias burlescas y
sacrilegas se descubre fácilmente la antigua preocupación
de invertir anualmente el orden de cosas. Quizás también
se perciba aún en el intercambio de papeles entre monjas
y educandas en el gran convento de la Congregación de
142
TEORÍA DE LA FIESTA
Nuestra Señora, en París, el día de los Inocentes; las alumnas se vestían con los hábitos de las religiosas y daban las
clases mientras estas se colocaban en los bancos y hacían
que escuchaban. Esta misma fiesta comprendía en el mo
nasterio franciscano de Antibes un intercambio de funcio
nes entre sacerdotes y legos. Los clérigos reemplazaban a
los hermanos legos en la cocina y en el jardín, y aquéllos
decían la misa. Poníanse ese día ornamentos sacerdotales
hechos girones y al revés, y leían los libros santos teniéndo
los en esa misma forma.
R e g u l a c ió n e I n f r a c c ió n . Indudablemente no hay que
ver en esas manifestaciones tardías más que la aplicación
automática a un nuevo medio de una especie de mecanismo
de contradicción, heredado de los tiempos en que se sentía
vivamente la necesidad de hacerlo todo al revés o con exce
so en el momento del cambio de año. Parece que sólo se
hubieran retenido el principio del rito y la idea de la subs
titución temporal por un poder burlesco del poder regulár
y ordinario. Ya se ha reconocido que la fiesta representa
un conjunto mucho más complejo. Significa la despedida
al tiempo caduco, al año concluido y al mismo tiempo la
eliminación de los despojos producidos por el funciona
miento de toda economía, de las manchas inherentes al ejer
cicio de todo poder. Además, se vuelve al Caos Creador, a
la rudis indigestaque moles, de la que nació y renacerá el
universo organizado. Se inicia un período de licencia du
rante el cual las autoridades regulares se retiran. En el
Tonkín, el Gran Sello de la Justicia quedaba entonces en
cerrado en un cofrecillo, con la efigie Boca abajo para re
presentar el sueño de la ley. Se cerraban los tribunales, y
de todos los delitos sólo se tenían en cuenta los homicidios,
y por otra parte, para juzgar a los culpables de éstos, se es
FUNCIÓN DEL DESENFRENO
143
peraba que volviese el reinado de la ley. Mientras tanto, se
confiaba el poder a un monarca encargado de infringir todas
las prohibiciones, y de entregarse a todos los excesos. Per
sonificaba al soberano mítico de la Edad de Oro-Caos. El
desenfreno general rejuvenece al mundo, estimula las fuer
zas vivificadoras de la naturaleza entonces amenazada de
muerte. Cuando se trata luego de restablecer el orden,
de modelar el nuevo universo, se destrona al rey de ocasión,
se le expulsa y sacrifica, y esto facilita eventualmente su iden
tificación con el representante del tiempo antiguo cuando
éste era encarnado por un chivo expiatorio cazado o muerto.
Los difuntos aparecidos son nuevamente expulsados. Los
dioses, los antepasados se retiran del mundo de los hom
bres. Los danzarines que los representaban entierrari sus
máscaras y borran sus pinturas. Vuelven a alzarse barreras
entre los hombres y las mujeres; las prohibiciones sexuales
y alimenticias entran de nuevo en vigor. Una vez concluida
la restauración, la fuerza de los excesos necesarios a la re
generación debe ceder el sitio al espíritu de mesura y do
cilidad, a ese temor que es el principio de la sabiduría, a
todo lo que mantiene y conserva. Al frenesí sucede el tra
bajo: al exceso, el respeto. Lo sagrado de reglamentación,
el de las prohibiciones, organiza y hace durar la creación
conquistada por lo sagrado de infracción; uno gobierna el
curso normal de la vida social, el otro preside su paroxismo.
G a s t o y P a r o x is m o . En su plenitud, en efecto, la fiesta
debe definirse como el paroxismo que a la vez purifica y
renueva a la sociedad. No es sólo su punto culminante en
el aspecto religioso, sino también en el económico. Es el
instante de la circulación de la riqueza, de las transacciones
más importantes, de la distribución prestigiosa de los teso
ros acumulados. Aparece como el fenómeno total que ma
144
TEORÍA DE LA FIESTA
nifiesta la gloria de la colectividad y la impregna de su
ser: el grupo se regocija entonces de los nacimientos que
demuestran su prosperidad y aseguran su porvenir. Recibe
en su seno a sus nuevos miembros mediante la iniciación
que funda su vigor; se despide de los muertos y les afirma
solemnemente su fidelidad. Es también el momento en que,
en las sociedades jerarquizadas, las distintas clases sociales
se acercan y fraternizan, y en que en las sociedades com
puestas de fratrias, los grupos complementarios y antagó
nicos, confundiéndose, testimonian su solidaridad y hacen
colaborar en la obra creadora los principios místicos que
encarnan y que generalmente se evita mezclar. “Nuestras
fiestas —explica un canaco— señalan el movimiento de la
lezna que sirve para unir las distintas partes del tejado de
paja, para formar un solo tejado, una sola palabra.” Leenhardt no vacila en comentar esa declaración en los siguien
tes términos: “Así la cima de la sociedad canaca no es una
cabeza jerárquica, un jefe, sino el mismo pilou; el momen
to de la comunión de los clanes aliados, que todos juntos,
en el fervor de los discursos y de las danzas, exaltan a los
dioses, a los tótem, a los invisibles que son las fuentes de vida,
el apoyo del poder, la condición de la sociedad misma.” En
efecto, cuando esas fiestas agotadoras y ruinosas han cesa
do, bajo la influencia de la colonización, la sociedad ha per
dido su lazo de unión, disgregándose.
Por muy diferentes que se las imagine y que aparezcan,
reunidas en una sola estación o diseminadas en el curso del
año, las fiestas parecen cumplir en todas partes una fun
ción análoga. Constituyen una ruptura en la obligación del
trabajo, una liberación de las limitaciones y las servidumbres
de la condición humana: es el momento en que se vive el
mito, el sueño. Se existe en un tiempo, en un estado donde
FUNCIÓN DEL
DESENFRENO
145
sólo se debe gastar y desgastarse. Los móviles adquisitivos
no están en uso; hay que dilapidar y cada uno despilfarra a
más y mejor el «oro, los víveres, el vigor sexual y muscular.
Pero parece que en el transcur-so de su evolución, las so
ciedades tienden hacia la indiferenciación, la uniformidad,
la igualdad de niveles, el aflojamiento de las tensiones. La
complejidad del organismo social, a medida que se acusa,
soporta menos la interrupción del curso ordinario de la
vida. Es preciso que todo continúe hoy como ayer y ma
ñana como hoy. Por eso el período de distensión se ha in
dividualizado y la oposición entre las vacaciones y el pe
ríodo de trabajo parece continuar ahora la antigua alterna
tiva de la francachela y la labor, del éxtasis y del dominio
de sí que hacía renacer anualmente el orden del Caos, la
riqueza de la prodigalidad, la estabilidad del desenfreno.
V
LO SAGRADO, CONDICION D E LA VIDA
Y PUERTA DE LA M UERTE
La so c ie d a d y la naturaleza descansan sobre la conserva
ción de un orden universal, protegido por múltiples pro
hibiciones que aseguran la integridad de las instituciones,
la regularidad de los fenómenos. Todo lo que parece ga
rantizar su salud, su estabilidad, está considerado como san
to; todo lo que parece comprometerlas se tiene por sacri
lego. La mezcla y el exceso, la innovación y el cambio son
igualmente temidos. Se presentan como elementos de des
gaste o de ruina. Las diversas clases de ritos tienden a ex
piarlos, es decir, a restaurar el orden que perturbaron y a
admitirlos a ellos mismos en ese orden, neutralizando la
fuerza peligrosa, la virulencia, revelada por el solo hecho
de su intrusión, de su erupción en un mundo que sólo
quiere perseverar en su ser y que se entrega a la inmovi
lidad. Entonces lo sagrado de cohesión se opone a lo sa
grado de disolución. Lo primero sostiene el universo pro
fano, lo segundo lo amenaza, Ib sacude, pero lo renueva
y lo salva de una lenta agonía.
Lo que funda así la cohesión y la seguridad se nutre
de sacrificios y de renunciamientos. A l contrarío, lo que
trae un suplemento de poder o de goce, toda manifesta
ción de vitalidad implica un riesgo, un azar. No hay que
vivir, si no se quiere morir, ni devenir si no se quiere dejar
de ser. Si quisiéramos expresar en fórmulas abstractas el
148
LO SAGRADO, CONDICION DE
concepto del mundo que parece sugerir la polaridad de lo
sagrado, su papel alternativamente inhibitorio y estimu
lante, tendríamos que describir el universo (y todo, dentro
del universo), como una composición de resistencia y de
esfuerzos. Por una parte, las prohibiciones protegen el or
den del mundo, contienen el exceso, aconsejan una actitud
de humildad, un saludable sentimiento de dependencia.
Por otra, el reconocimiento del obstáculo crea la energía
capaz de derribarlo, la sumisión implica la posibilidad de
la arrogancia y la rebeldía; de la estabilidad nace el movi
miento; a la vana conservación de las riquezas y las fuerzas
se opone su consumo fecundo, que sin duda las destruye,
pero que asegura de ese modo su resurrección. Si el grano
no muere...
I n e r c ia y E n e r g ía . La mitología opone con frecuencia,
en una forma u otra, esos elementos antitéticos de lo sa
grado, que parecen representar: uno, la tentación de la pa
sividad; otro, la de la actividad. Así aparece, por ejemplo,
la distinción que hacen los arnacos entre los tótem y los
dioses. Los primeros son los reguladores de la vida. Para
contentarlos se respetan las prohibiciones y se doblega uno
a la disciplina necesaria para la buena administración, la
perfecta conservación de la naturaleza y de la sociedad y
la dichosa perpetuación de los flujos vitales. Los tótem, por
lo tanto, pertenecen al linaje materno, los viejos tíos velan
por ellos, los salvan de todo ataque, contienen a sus sobri
nos en sus impulsos temerarios y en las empresas arries
gadas por las oíales anhelan confirmar su valor y adquirir
prestigio. A la inversa,' los dioses, héroes o antepasados, re
presentan para los que'soporten mal la tiranía prudente
¡del linaje:materno, los modelos gloriosos que suscitan su
confianza, justifican y patrocinan su ambición y cuyo des
LA VIDA Y PUERTA DE LA MUERTE
149
tino mítico presagia de modo magnificado y exaltador su
destino real. En cierto sentido, los tótem son los guardianes
de las reglas y las limitaciones que los dioses impulsan a
infringir. Ese juego de la defensa y la ofensa, de las res
tricciones que impone el tótem y de las conquistas cuyo
ejemplo brinda el dios, pone a la sociedad canaca al abrigo
del doble peligro de la anarquía y de la muerte, de una
agitación desordenada y estéril y de un estancamiento pró
ximo a la inmovilidad. El antagonismo mítico responde a
un antagonismo sexual y social: “los dioses son cosa de los
hombres”, afirma un indígena; “los tótem proceden de
las mujeres.” Leenhardt desentraña todo el sentido de esta
fórmula mostrando cómo el vértigo del poder que se apo
dera de los jóvenes jefes y los impulsa a no tener en cuenta
los derechos y la dignidad de los parientes maternos, ins
tituye un conflicto permanente entre los dos polos de la
existencia colectiva que encarnan respectivamente los an
cianos tíos velando por la transmisión de la herencia vital
y sus sobrinos devorados por un anhelo de poder y de re
novación: “El lado vida —escribe— mantiene la necesidad
de la observancia y de las normas de vida, el lado poder
opone las ventajas de la fuerza y de la riqueza.” Este anta
gonismo de la prudencia y la audacia, del amor al reposo
y del espíritu de aventura se presenta como el aspecto de
la existencia colectiva que repercute más visiblemente en la
manera como el individuo considera lo sagrado. Tan pron
to el conflicto se ve solamente proyectado por la conciencia
en los mitos y cuentos, como se inscribe en los hechos mis
mos por una competencia efectiva por la preeminencia:
“el tío materno cae bajo el yugo del sobrino”, afirma un
proverbio malgache que, debidamente adaptado, podría ser
vir no sólo a propósito de la rivalidad entre ancianos y
150
LO SAGRADO, CONDICION DE
jóvenes, sino para la de los organismos estáticos y dinámi
cos de la sociedad, la lucha entre los elementos que le con
servan el ser y de los que le impulsan a gastarlo.
Del mismo modo, en la mitología griega se ha reco
nocido en la idea de moira, en la noción de una ley de
distribución, impersonal, ciega e imparcial, el elemento pa
sivo de lo sagrado con el que tropieza el elemento activo
representado por la voluntad de los héroes o de los dioses.
Estos pueden “corregir” el destino, falsear la fatalidad: en
la litada depende de Zeus el cambiar la suerte de su hijo
Sarpedón, cuya última hora ha llegado, pero el peligro de
esa transgresión es tan grande que el dios no se atreve a
asumir la responsabilidad. Haciendo prevalecer sobre la
legalidad cósmica su capricho personal, daría el ejemplo del
desorden y de la rebeldía, crearía un precedente funesto que
permitiría a cada uno de los dioses, y después a los morta
les, satisfacer a su antojo los impulsos y las exigencias de
sus instintos. Frente a la uniformidad del ordenamiento
universal, los dioses aparecen como principios de individua
lización. Tienen una personalidad. Fijan un tipo. Los
jóvenes se reconocen en un dios joven del tipo de Apolo;
las vírgenes, en una Artemisa; las esposas, en una Hera.
No sólo las edades y los sexos tienen así sus santos patro
nos, sino también las castas, las clases sociales y los gremios.
Los guerreros poseen un semejante divino en Indra, los
herreros, en Hefaistos.
El orden del mundo supone la barrera de las inhibi
ciones; el ejemplo de los dioses y de los héroes estimula a
franquearlas. Uno frena la acción, otro provoca la proeza.
Reinan alternativamente en la sociedad: uno, durante la fase
inerte, el tiempo laborable; el otro, en la fase de paroxismo,
la fiesta. Las afirmaciones de vitalidad excesiva, embria-
LA VIDA Y PUERTA DE LA MUERTE
guez, violencia, éxtasis, festines y orgías, prodigalidad y
juegos de azar, severamente reprimidas en los períodos
estáticos porque sustraerían los brazos del hombre al tra
bajo colectivo, su alma a las preocupaciones comunes y
sus riquezas a la fortuna pública, se convierten, por el
contrario, en período de crisis, en un medio de comunión
exaltadora que da la sensación de un rejuvenecimiento, de
una refundición de la sociedad y que, por lo tanto, la re
funden y rejuvenecen en efecto, puesto que en esos asun
tos el sentimiento precede al hecho y lo engendra.
A d e n t r a m i e n t o d e l o S a g r a d o . Sin embargo, desde
que la civilización da los primeros pasos, desde que se inicia
la división del trabajo, y más aún con el nacimiento de la
ciudad y del estado, las fiestas pierden su importancia.
Presentan, cada vez menos, la amplitud, el carácter total
que hacían de las antiguas expansiones una interrupción
absoluta del funcionamiento de las instituciones, una puesta
en entredicho del orden universal. Una sociedad más com
pleja no soporta ya tal solución de continuidad en sus en
granajes. Por eso se asiste entonces al abandono progresivo
-de las alternativas de las fases de atonía y paroxismo, de dis
persión y de concentración, de actividad reglamentada o
desencadenada, que marca el desarrollo en el tiempo de
una vida colectiva menos diferenciada. Se puede interrum
pir el trabajo privado, pero los servicios públicos no sopor
tan la menor interrupción. Ya no se estila el desorden ge
neral: a lo sumo se tolera un simulacro. La existencia
social, en conjunto, tiende a la uniformidad, y disciplina
cada vez más estrictamente y de modo regular sus crecidas
y sus estiajes. Las múltiples exigencias de la vida profana
soportan cada vez menos que todos reserven simultánea
mente a lo sagrado los mismos instantes. Por eso lo sagrado
152
LO SAGRADO, CONDICION DE
se fracciona, se convierte en asunto de un grupo especia
lizado que celebra sus ritos en la soledad, que sigue siendo
durante mucho tiempo oficial u oficioso, y cuyo divorcio
con el cuerpo del estado consagrará tarde o temprano la
separación de lo espiritual y lo temporal. Entonces la igle
sia ya no coincide con la ciudad, las fronteras religiosas
con las fronteras nacionales. Pronto la religión se adhiere
al hombre y no a la colectividad: es universalista, pero tam
bién, de modo correlativo, personalista. Tiende a aislar al
individuo para situarlo sólo frente a un dios al que conoce
menos por sus ritos que mediante una efusión íntima de
criatura a creador. Lo sagrado se hace íntimo y sólo inte
resa al alma. Se ve aumentar la importancia de la mística
y disminuir la del culto. Todo criterio exterior parece in
suficiente desde el momento en que lo sagrado tiende me
nos a ser una manifestación objetiva que una pura actitud
de conciencia, menos una ceremonia que una conducta
profunda. En esas condiciones, se emplea con razón la pa
labra sagrado fuera del terreno propiamente religioso para
designar aquello a lo que cada uno consagra lo mejor de
su ser, lo que cada uno considera como valor supremo, lo
que venera y a lo que sacrificaría incluso su existencia. Esa
es, en efecto, la piedra de toque decisiva que, en cada caso
de incredulidad, permite establecer la división entre lo sa
grado y lo profano. Entonces es sagrado el ser, la cosa o
la noción por la cual el hombre interrumpe toda su con
ducta, lo que no consiente en discutir, ni permite que sea
objeto de burlas ni bromas, lo que no renegaría ni traicio
naría a ningún precio: para el apasionado es la mujer a
quien ama; para el artista o el sabio, la obra que persiguen;
para el avaro, él oro que acumula; para el patriota, el bien
del estado, la salvación del país, la defensa del territorio;
LA VIDA Y PUERTA DE LA MUERTE
153
para el revolucionario, la victoria de la causa. Es absoluta
mente imposible distinguir, de otro modo que no sea por su
aplicación, esas actitudes de la del creyente frente a su fe:
exigen la misma abnegación, suponen el mismo compro
miso incondicional de la persona, el mismo ascetismo, igual
espíritu de sacrificio. Sin duda conviene atribuirles valores
diferentes, pero éste es otro problema. Basta observar que
implican el reconocimiento de un elemento sagrado, rodea
do de fervor y devoción, del que se elude hablar, y que se
esfuerza uno en disimular, por miedo a exponerlo a cual
quier sacrilegio (injuria, burla o simple actitud crítica) por
parte de indiferentes o de enemigos que no sentirían ha
cia ello el menor respeto. La presencia de semejante ele
mento exige cierto número de renunciamientos en el des
arrollo habitual de la existencia, y en caso de crisis se le
hace anticipadamente el sacrificio de la vida. Entonces todo
lo demás se considera como profano, se usa de ello sin ex
cesivos escrúpulos, se le valora, se le juzga, se le pone
en duda y se le trata como medio, nunca como fin. Algu
nos lo subordinan todo a la conservación de su vida y de
sus bienes, y parece así que lo consideran todo como pro
fano, tomándose con todo, en la medida de su poder, las
mayores libertades. Los gobierna el interés o el placer del
momento. Resulta evidente que, para ellos solos, no existe
lo sagrado bajo ninguna forma.
La E l e c c i ó n d e u n F i n S u p rem o . Por el contrario, los
que regulan su conducta según la adhesión de todo su ser
a algún principio, tienden a reconstituir en torno de éste
una especie de ambiente sagrado, que suscita emociones
violentas de naturaleza específica, capaces de adquirir-un
aspecto religioso caracterizado, éxtasis, fanatismo o misti
cismo, y que en el plano social da origen, de manera más o
154
LO SAGRADO, CONDICION DE
menos clara, a dogmas y ritos, a una mitología y un cul
to. Buscando ejemplos contemporáneos, bastaría citar la
ceremonia de la llama renovada todos los días en el se
pulcro del soldado desconocido bajo el Arco de Triunfo
y ciertos aspectos del movimiento nacionalsocialista en Ale
mania: de un modo general, los diferentes valores que
obtienen una abnegación total y que se sitúan por encima
de toda discusión tienen sus héroes y sus mártires, que
sirven de modelo a los que creen en ellos. Reales o ima
ginarios, procediendo con más frecuencia de la historia
y habiendo jijado más que engendrado un tema mítico,
son una enseñanza y un ejemplo. El relato de su vida y
de su muerte enfervoriza a todos, impulsándolos a iden
tificarse con ellos en el secreto de su corazón y, si la
ocasión llega, a imitarlos. No es posible trazar ni a gran
des rasgos la historia de lo sagrado, ni analizar las for
mas que adopta en la civilización contemporánea. Todo
lo más, señalaremos que se hace abstracto, interior, sub
jetivo, adhiriéndose menos a seres que a conceptos, me
nos al acto que a la intención, a las disposiciones espiri
tuales que a la manifestación exterior. Esta evolución se
halla evidentemente ligada a los fenómenos más amplios
de la historia de la humanidad: la emancipación del in
dividuo, el desarrollo de su autonomía intelectual y mo
ral, en fin, el progreso del ideal científico, es decir, de
una actitud enemiga del misterio, que exige una descon
fianza sistemática, lina falta de respeto deliberada y que,
considerándolo todo como objeto de conocimiento o como
materia de experiencia, conduce a mirarlo todo como pro
fano y a tratarlo como tal; excepto quizás este encarnizado
afán de conocer.
Además, es cierto que las nuevas condiciones en que
LA VIDA Y PUERTA DE LA MUERTE
155
se encuentra lo sagrado lo han impulsado a presentarse
bajo nuevas formas: por eso ha invadido el terreno de la
ética, transformando en valores absolutos nociones como
las de honradez, fidelidad, justicia, respeto a la verdad o
a la palabra empeñada. En el fondo, todo sucede como si
bastara para hacer sagrados un objeto, una causa o un ser,
el considerarlos como fin supremo y consagrarles la vida,
es decir, consagrarles nuestro tiempo y nuestras fuerzas,
nuestros intereses y ambiciones, sacrificarles en caso de
necesidad la existencia misma. De ese modo se les atribuye
visiblemente un precio prestigioso, manifestando que se
renuncia en su favor a los bienes más comúnmente esti
mados, a los más obstinadamente perseguidos y conser
vados. Y en ese caso, la distribución de lo sagrado y
de lo profano ya no aparece ligada a la concepción del
orden del mundo, al ritmo de su envejecimiento y de su
regeneración, a la oposición de las cosas neutras e inertes
y de las energías que las vivifican o las destruyen, que
les otorgan o les retiran el ser. Nada de eso ha resistido a las
transformaciones de la vida social que han producido la in
dependencia creciente del individuo, libertándolo de toda
traba psíquica y dándole garantías «Mitra los otros. Sin
embargo, lo sagrado subsiste en la medida en que esta
liberación es incompleta, es. decir, cada vez que un valor se
impone como una razón de vida a una comunidad e in
cluso a un individuo, porque entonces se revela rápidamente
como fuente de energía y foco de contagio. Por eso, lo sa
grado sigue siendo lo que provoca ropeto, temor y con
fianza, infunde fuerza, pero compromete la existencia, lo
que separa al hombre de sus semejante*, lo aleja de las pre
ocupaciones vulgares, le hace salvar k* obstáculos o los
peligros que contienen a los otros y le introduce en un
i 58
LO SAGRADO, CONDICION DE
cuentos, a quienes un sueño mágico sustrae al curso del
tiempo mientras envejece y se transforma lo que les rodea,
y que se despiertan iguales a sí mismos en un universo que
ya no reconocen. Y es imposible también ser únicamente
metamorfosis, puro desgaste, actividad total. Esto no estaría
exento de cansancio, de cicatrices, de esa nostalgia del ani
quilamiento, ese gusto por la fatiga y la muerte que suelen
dejar la victoria conseguida y aun la exaltación del triunfo.
No sería difícil encontrar de nuevo en el mundo orgá
nico, e incluso en el inorgánico, esa solidaridad de la muer
te y de la vida, de la resistencia que procura paralizar to
do impulso y del impulso que se esfuerza en aniquilar toda
resistencia, pero que se agota por su propio éxito, por el
hecho de que al desarrollar su acción, engendra al mis
mo tiempo una fuerza que lo frena. Las leyes de la biolo
gía, de la química y de la física ofrecen, en los diversos
grados de la escala del ser, todos los ejemplos que pueden
desearse de ese mecanismo. Es notable que en tales condi
ciones se le pueda utilizar como una verdadera clave para
la comprensión de los principales problemas que concier
nen a la estática y a la dinámica de lo sagrado, tal y como
han sido formulados y examinados en el curso de este tra
bajo. Lo profano debería definirse como la constante bús
queda de un equilibrio, de un justo medio que permita vivir
en el temor y la prudencia, sin exceder jamás los límites de
lo lícito, contentándose con una dorada mediocridad que
evidencia la conciliación precaria de dos fuerzas antitéticas
que sólo aseguran la duración del universo neutralizándose
a medias recíprocamente. La salida de esa bonanza, de ese lu
gar de calma relativa, donde la estabilidad y la seguridad son
mayores que en otro lugar, cualquiera, equivale a la entrada
en el mundo de lo sagrado. Entonces el hombre se abandona
LA VIDA Y PUERTA DE LA MUERTE
159
a una sola de las integrantes tiránicas, cuya acción concertada
implica toda vida, es decir, que desde entonces y en ade
lante consiente en perderse, bien sea que adopte la vía teopática del renunciamiento o la vía teúrgica de la conquista,
que aspire a santo o a mago, que se empeñe en extinguir
la pasión de vivir que lo consume o que se entregue a ella
sin reservas. Buscando los principios de la vida, las ener
gías puras de lo sagrado, que lo conservan mezclándose, el
ser (cosa, organismo, conciencia o sociedad) se aleja de
ella más de lo que se aproxima. Hay que leer las páginas
en que Santa Teresa describe sus éxtasis. Si se procura
dejar a un lado las expresiones demasiado específicamente
cristianas, se verá qué bien ilustran esta paradoja las con
fidencias de la santa, cómo el contacto de lo sagrado esta
blece un doloroso debate entre una esperanza embriaga
dora de abismarse definitivamente en una vacía plenitud y
esa especie de gravedad con que lo profano entorpece todo
movimiento hacia lo sagrado y que la misma Teresa atri
buye al instinto de conservación. Reteniendo en la existen
cia al ser que muere porque no muere, esa gravedad aparece
como la réplica exacta del ascendiente ejercido por lo sa
grado sobre lo profano, siempre dispuesto a renunciar a su
felicidad por un destino glorioso.
Lo sagrado es lo que da la vida y lo que la arrebata, la
fuente de donde mana, el estuario donde se pierde. Pero
es también lo que en ningún caso podría poseerse plena
mente al mismo tiempo que ella. Sólo lo profano puede
existir para sí y perseverar en su ser. No hay ninguna
consagración que no se realice del todo en la muerte, me
diante esc rayo que en los mitos sirve a los dioses para hacer
que desaparezca de la superficie del mundo aquél a quien
llaman junto a ellos o al que precipitan en los infiernos.
APENDICE
Lo sagrado según los ritos sexuales de purificación de los
tongas
por objeto poner de relieve los princi
pales caracteres de lo sagrado, de un modo puramente des
criptivo y concreto, mediante el análisis de un conjunto de
ritos precisos, en una civilización determinada. Tratare
mos de señalar la originalidad de las concepciones que en
trañan. Mientras tanto, se reconocerá lo sagrado como efi
caz, indivisible, contagioso, fugaz, ambiguo, virulento, es
decir, tal como lo han definido gran número de autores,
entre los cuales hay que citar por lo menos a Durkheim,
Jevons, Robertson Smith, Soderblom, R. Hertz, K. Th.
Preuss, y tal como queda descrito en esta obra. Por lo tanto,
este trabajo no tiene más ambición que la de demostrar, en
un caso particularmente claro y bien estudiado, cómo la
conciencia religiosa concibe el vehículo de esas cualidades
diferentes y de qué modo, bienhechor o terrible, las pone
de manifiesto.
Con este fin hemos elegido los ritos de purificación de
una tribu bantú, la de los tongas. No sólo se conocen esos
ritos con una precisión que no deja nada que desear, sino
que toda la existencia cotidiana, pública y privada, de los
tongas, está descrita de un modo tan excépcionalmente
completo, que no se corre el riesgo de desconocer el sentido
o el alcance de los hechos realizados, por la imposibilidad
de situarlos nuevamente en el conjunto de donde se les ex
trajo y fuera del cual tienen con frecuencia tan poco signi
ficado como una palabra fuera de su contexto. En fin, el
vocabulario empleado por los tongas para dar cuenta de
sus prácticas, parece expresar imágenes y representaciones
E ste e st u d io t ie n e
164
RITOS SEXUALES DE PURIFICACION
muy conscientes y, por lo tanto, muy fáciles de captar hasta
en sus caracteres más sorprendentes y extraños. La conjun
ción de estas ventajas poco frecuentes justifica quizás la
elección de esta tribu bantá para llevar a cabo un estudio
que, por otra parte, sólo adquirirá todo su valor cuando se
le compare con encuestas paralelas realizadas acerca del ma
yor número posible de cásos.
A la muerte de un individuo, los tongas1 consideran
que la contaminación de la muerte afecta ante todo, en sus
parientes, a la fuente de la vida. Hiere a los hombres en su
licor seminal, a las mujeres en su secreción vaginal. Du
rante el duelo y desde que se inicia la agonía del difunto, a
los habitantes del pueblo les está prohibido todo comercio
sexual. Son necesarias ciertas purificaciones para levantar
los interdictos que pesan sobre todo lo que la muerte ha
contaminado: víveres, jardines, herencias, parientes, ente
rradores. Pero el gran rito de liberación es entonces preci
samente el mismo acto sexual. La ceremonia se llama hlamba ndjaka, literalmente “purificación de los objetos del
muerto” o “de la maldición de la muerte”. En efecto, la
palabra ndjaka tiene los dos significados y los que here
darán los objetos del muerto se llaman “comedores de
ndjaka”. El día señalado para celebrar el rito, los hombres
y las mujeres se colocan alejados unos de otros. Entonces se
lleva a cabo una investigación acerca de la observancia de
la prohibición ritual (I, 147). Si alguno la ha infringido, a
1
Los hechos, salvo excepción, están tomados de la excelente
monografía de Henh A. Junod, Moeurs et coutumes des Bantous, París, 1936. Las referencias a está obra se indican siempre
entre paréntesis, el volumen en cifras romanas^ la pagina en
cifras arábigas.
RITOS SEXUALES DE PURIFICACION
él le corresponde iniciarlo; si no, al conductor del duelo, al
pariente más cercano del difunto. Así, de todas maneras,
se reserva al más contaminado el peligroso honor de inau
gurar el rito lustral. Se aleja con su mujer entre la espesura
y se une a ella cuidando de retirarse antes de la emisión
del líquido seminal. Entonces la mujer coge con sus manos
sus dos “manchas”, la esperma del hombre y las secreciones
de su vagina, ungiendo con ellas los ombligos. Vuelven al
pueblo por caminos apartados y la mujer va a lavar sus
manos contaminadas. Todas las parejas hacen lo mismo.
Cada mujer purifica sus manos en el mismo lugar que des
pués pisotearán los hombres. Se purifican igualmente las
vestiduras que pertenecen a los ausentes y a los niños pe
queños que no tienen la fuerza necesaria para asistir a la
ceremonia sin morir (en realidad, no podrían practicar el
rito): se trata de librar a todo el pueblo de la impureza que
lo aflige. Finalmente, hombres y mujeres se bañan en el
río: los hombres río arriba, las mujeres río abajo (I, 148),
sin duda porque estas últimas, consideradas como más im
puras, no tienen nada que temer de la contaminación me
nos peligrosa que el agua les trae y que arrastrará con la
de ellas.3
El sentido del rito está claro: los hombres y las mujeres
del pueblo se hallan contaminados, por culpa de la muerte,
en la fuente de su vida. Por lo tanto, deben hacer salir de
ahí la mancha sin que infecte nada que pueda sufrir por ello.
Con este motivo la unión sexual se realiza entre la maleza
y el semen se emite fuera de la mujer. Esta emisión exte2 Ahí se comprueba el principio dd sistema de purificación
polincsico: en Thonga, el pecador se desembaraza de su man
cha mediante el contacto del jefe cuya santidad más fuerte que
esa mancha puede absorberla y neutralizarla sin peligro.
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RITOS SEXUALES DE PURIFICACION
ñor del licor contaminado constituye exactamente la pu
rificación. Prueba de ello es que si alguno, por su debilidad
o por sus muchos años, no puede emitir la esperma, los
demás no dejan de preguntarle con inquietud si lo con
sigue. En caso negativo, se interrumpe toda la ceremonia.
Resulta nefasto realizar el rito y el impotente queda so
metido a un severo ayuno destinado a hacerle recobrar la
capacidad de expulsar su contaminación.
Los que han cumplido el rito ungen su ombligo con los
líquidos emitidos para aprovechar su energía, pero cuidando
bien de eliminar todas sus demás huellas: por eso se lavan
las manos las mujeres que han tocado y recogido las se
creciones contaminadas: por eso se pisotea el lugar donde
se efectuó este lavado y se vertió el agua (es preciso que la
contaminación se hunda bien en la tierra); por esto tam
bién, finalmente, el baño en agua corriente que toman
hombres y mujeres. Se comprende el nombre que tiene esta
ceremonia entre los tongas: lahla \hombo, es decir, “ex
pulsión de la desgracia”. Y se dice que “cura el duelo”, ese
foco de infección que reside en las fuentes de vida de los
individuos (I. 149).
El rito de purificación utilizado en caso de unión sexual
entre marido y mujer antes de esta expulsión de la desgra
cia, de esa cura del duelo, comprende prácticas equivalen
tes, colocadas en un orden análogo y que no son menos
típicas. Primero se somete al hombre a una dieta absoluta,
sin la cual absorbería la “contaminación de la muerte” y
habría que purificar de nuevo toda la aldea. Luego la mujer
seca las partes sexuales de su marido y las suyas propias con
una de sus prendas íntimas, lo más manchada posible, que
después quema. Entonces se calientan la cabeza y las ma
nos en la llama así producida, y la mujer, recogiendo la
RITOS SEXUALES DE PURIFICACION
167
ceniza y mezclándola con grasa, unge con ella los miembros
del marido. Por fin se unen dos noches consecutivas, sin que
se sepa si se trata de relaciones completas o si el semen se
vierte fuera. Aquí se encuentra de nuevo la serie ya co
nocida: unión de las contaminaciones, destrucción por el
fuego (en vez del arrastre por el agua viva), exposición a la
llama purificadora y tuición con la ceniza como remedio
adecuado al mal: en fin, lustración completa (si las uniones
que siguen son interrumpidas) o retorno a la vida conyugal
normal y utilización de la virtud vigorizadora del acto
sexual (si éste es completo).
Es aún más significativo el rito de purificación de las
viudas. Estas, fuertemente unidas entre sí, forman una es
pecie de sociedad secreta con su iniciación. Unos días des
pués de la reunión que ha determinado su distribución pro
visional entre los parientes del difunto, los hombres del
pueblo las mandan a cada una con una amiga que les sirve
de testigo, a las agrupaciones vecinas, diciéndoles: “Id a dis
persar la maldición en el país antes de que os suceda otra
desgracia.” Es que la mancha, la maldición, procede de la
desgracia y la atrae. Causada por un mal, no es más que un
estado de turbación y de debilidad y la inminencia de otra
desgracia. Por lo tanto, hay que eliminarla con toda ur
gencia. Las viudas marchan, pues, penetran en un krad
con el pretexto de visitar a una pariente, y allí intentan se
ducir a un hombre. Pero, conseguidos sus propósitos, pro
curan eludir, durante la unión sexual, la penetración del
semen, a fin de que la contaminación quede en el hombre.
La que lo consigue, regresa proclamando su júbilo: “He
luchado contra el duelo y lo he vencido” ( 1, 193). Pero si el
hombre se apercibe de que la mujer lo elude, comprende
que es una viuda y que quiere “matarlo”. Entonces acude
i6 8
RITOS SEXUALES DE PURIFICACION
a sus amigos, para que la mantengan inmóvil hasta la eyaculación. En ese caso sigue puro y la mujer contaminada
ha sido “vencida por el duelo” y se sume en la vergüenza y
la desesperación (I, 484).
No es difícil comprender la razón que determina esta
conducta. La contaminación de la muerte, esa fuerza viva
de destrucción que hay que dominar, residé especialmente
en las secreciones sexuales de la viuda: si ésta consigue
transmitírselas al hombre impregnando con ellas el sexo de
éste, sin que el hombre se la devuelva dejándole su esperma
que acaba de recibir la mancha del licor vaginal, queda
limpia. Si, al contrario, el hombre se retira después de
la emisión de su semen, deja en ella y expulsa fuera de sí la
contaminación que su sexo ha contraído mediante el contacto con el mucus contaminado de la viuda. Pese a loextraño del símil, todo ocurre exactamente como en el jue
go del dado en alto. El que está dado, pasa su calidad to
cando a un jugador con la mano, pero debe evitar que éste
lo toque de nuevo, pues entonces se queda otra vez. El
liombre que hace sujetar a la viuda para emitir en ella su
semen, es comparable al niño que, en vez de huir d d
dado, lo espera a pie firme y se dispone a devolverle ña
tardar, tocándole inmediatamente después de haber sida
tocado, la cualidad especial, contagiosa y peligrosa, seme
jante en muchos aspectos al estado de contaminación, que
constituye el hecho de estar tocado. Para evitar esta ma
n io b r a , se conviene en que no está permitido tocar de
nuevo a su padre, palabra extremadamente significativa.
Fuera del juego esa prohibición es perjudicial: los ritos no
están hechos para asegurar la circulación de la impureza,
sino al contrario, para eliminarla. Por eso será siempre
RITOS SEXUALES DE PURIFICACION
169
lícito volver la impureza a su fuente, tocar de nuevo a su
padre.
Sin embargo, el hombre que no ha podido hacer esto
porque se dio cuenta demasiado tarde que tenía que ha
bérselas con una viuda, tiene a su vez que librarse de la
mancha de la muerte que se le ha transmitido. Entonces
acude al curandero. A veces, en las dudas, ha tomado la pre
caución, antes del acto sexual, de romper un trozo de la
vestidura íntima de la mujer que se le insinuaba: más tarde
le pide al curandero que le confeccione una pócima con ese
pedazo de tela. Luego se envuelve en una manta y hace
quemar sobre unos carbones encendidos un producto má
gico cuyo humo absorbe. Conjura así el riesgo de la muer
te (I, 293).
Debe observarse que emplea este mismo procedimiento
el hombre que se ha contaminado uniéndose con una mujer
antes de que ésta, atravesando una corriente de agua, haya
eliminado toda huella de sangre menstrual. La ingestión
de una bebida compuesta de modo análogo le salva la vida:
sin esto su sexo le penetraría en el cuerpo, y moriría por no
poder orinar y no expulsar sus impurezas (I, 483). En ese
caso, el trozo de tela debe arrancarse a una prenda íntima
perteneciente a una mujer menstruante: además, eso se su
pone en virtud del principio similia simüibus curantur. La
vestidura de una mujer menstruante cura de la contamina
ción de la sangre menstrual como la de una viuda de la
contaminación de la muerte.
En cuanto a las viudas que han conseguido “vencer el
duelo” se arreglan para regresar juntas a la aldea. En la
entrada principal de ésta, lanzan gritos rituales. Todos acu
den a su encuentro y las conducen solemnemente ante la
tumba del marido difunto al que comunican que han salí-
170
RITOS SEXUALES DE PURIFICACION
do del estado de seres-de-fuera en que su muerte las había
dejado. Es un día de regocijo en el pueblo3 (I, 193-4).
Entonces sólo falta completar la purificación que las
devolverá al mundo profano y libre. Las viudas cambian
primero de ropa interior, en la que puede subsistir alguna
huella de contaminación, y toman un baño de vapor. Por
la noche, cada una puede recibir en su choza al hombre a
quien se la atribuyó provisionalmente y que la ha visitado
de un modo regular. Es preciso que éste “mate el duelo”.
Con este, fin, se encierran los dos en la choza, beben me
dicinas purificadoras, colocan unas píldoras sobre el fuego
y exponen sus miembros ante el humo. Después, apagan
el fuego con su orina y se unen todas las veces que puedan,
pero el hombre emite siempre el semen hacia fuera —para
evitar tener hijos, indica el informador indígena— (I, 194,
484). Sin duda no puede esperarse nada bueno de tina pro
* Esta necesidad de unión sexual con un extranjero al que
se transmite la mancha contraída antes de regresar al pueblo,
no es peculiar de los bantús. Se halla, por ejemplo, entre los
zulúes para la purificación del guerrero asesino. Tras un baño
en agua corriente y diversos ritos accesorios, se dirige hacia el
pueblo, acechando el paso de una mujer extranjera. Pues para
ocupar de nuevo su lugar en el Kraal, debe tener relaciones
'sexuales con una mujer que no pertenezca a la tribu. De lo con
trario, tiene que seguir viviendo en la maleza (B r y a n t, A ZuluEnglish Dictionary, p. 549). En las tribus 3e la Rodesia del
Norte, la mujer que ha abortado, supremamente impura, vive
aislada y no puede volver a su lugar én el pueblo y a tener
relaciones sexuales con su marido sin haberlas tenido antes con
otro hombre (S m ith y D a le , The lla-spea\ing People of North
ern Rhodesia, 1, 234-5 Y lr>6)* Cf. L Í v y - B r u h l, Le Surnaturel
et la nature dansla mentalití primitive. París, 1931, pp. 350
Y 399-
RITOS SEXUALES DE PURIFICACION
17I
creación realizada en tiempo de impureza, pero se trata,
sobre todo, de concluir la purificación de la viuda (nunca
serían excesivas las precauciones). Pero ahora que la mayor
virulencia de la contaminación ha sido transmitida a un
extranjero, le corresponde al futuro marido terminar la
obra iniciada, es decir, acabar de vencer, de matar el duelo,
de acabarlo, en los dos sentidos de esa palabra, después de
haberse inmunizado por medio de una medicación contra
el contagio de las últimas huellas de la mancha.
No cabe preguntarse, como Junod, por qué el acto
sexual, considerado peligroso en muchas circunstancias de
la vida, asume aquí el papel de purificador supremo. La
unión interrumpida de carácter lustral, no es un acto sexual
propiamente dicho. No tiene su carácter salvaje, feroz, apa
sionado, digámoslo así para emplear las mismas palabras
de Junod. Ahora bien, gracias a ese carácter, se considera
que estimula y exacerba las energías fastas o nefastas dis
persas en la naturaleza.4
Por eso cuando la contaminación de la muerte hace es
tragos en el pueblo, con motivo del fallecimiento de uno
de sus habitantes, y más aún, en épocas de epidemias, se
prohíben en absoluto las relaciones sexuales. Aumentarían
el daño que importa dominar. Por eso los casados no de
ben acercarse a los circuncisos: impedirían la cicatrización
de la llaga; ni entrar en la choza de un enfermo: activa
rían la virulencia del mal; ni unirse en períodos de caza
4 Sólo se trata, naturalmente, del acto sexual de personas
casadas, el solo revestido de importancia y de poder a los ojos
de la sociedad. Las prácticas de los jóvenes pueden ser idén
ticas: carecen de toda eficacia, no son más que juegos, incapa
ces de la menor repercusión sobre el curso de la naturaleza y
la suerte de la comunidad.
y—»
»
.......... ......
172
RITOS SEXUALES DE PURIFICACION
o pesca: los peces o los venados serían demasiado vivos o
vigorosos. Al contrario, por ejemplo, junto a ún lago, se
acuesta sobre una piel de león a un niño y a una niña,
como si fueran marido y mujer, pero recomendándoles
que se estén bien quietos. De ese modo se espera que los
peces se queden inmóviles y se dejen atrapar fácilmente.
Una pareja infantil desempeña el mismo papel de invita
ción a la calma mediante el ejemplo, cuando se inaugura
un gran horno: su quietud impedirá que la llama sea de
masiado fuerte. Por igual motivo no se encenderá el hor
no del alfarero delante de una mujer casada (I, 178-179;
II, 313, n. 1; 314).
La razón que suministran los indígenas está muy cla
ra: las personas casadas son calientes. Comunican a los
que se les acercan su calor, la fuerza viva que emana de
sus relaciones sexuales. Por eso se les mantiene apartadas
de todo lo que importa apaciguar, calmar, debilitar: en
fermedad, la caza, la mancha y la contaminación de la
muerte. Al contrario, se utiliza la unión sexual para pro
vocar la fecundidad de la tierra.5 Se sabe que en general
“ Entre los papáes %iwai, se aprovecha la energía desarrolla
da por la unión sexual para estimular el crecimiento de las
palmeras en las plantaciones. Pero en ciertos momentos, se re
curre a niños muy pequeños: es cuando se trata de retrasar y
no de activar las fuerzas vegetales, y se considera que, si por
un imposible, esos niños se entregaran a alguna práctica sexual,
sería una catástrofe para la cosecha (G. L an d tm an n , The KiwaiPapuans, p. 68). En ese mismo pueblo, una mujer que acaba
de tener relaciones sexuales no debe visitar a un enfermo: se
moriría. Estos son hechos muy frecuentes. M. Levy-Bruhl ha
recogido muchos de esta índole (op. cit., pp. 368-370). Los hu
biera comparado con razón a los casos en que la mala influen-
RITOS SEXUALES DE PURIFICACION
I? 3
está considerada como bienhechora en los ritos agrícolas.
La hierogamia sobre el campo que se ha roturado tres ve
ces no tiene otra función. Durante el mismo hlamba
ndja\a, las relaciones sexuales se emplean como estimu
lante: cuando la mujer con la cual se ha purificado el
viudo va a llevar agua lustral a sus parientes en el pueblo,
su marido la acompaña, si el camino es largo, y se une a
ella la víspera de la llegada, para renovar la virtud del
líquido (I, 149). Igualmente el ritual de la fundación de
una nueva aldea requiere el acto sexual (I, 178).
Del mismo modo, la mujer menstruante es caliente. Su
purificación la enfría. El verbo, empleado según Junod,
la compara a un puchero apartado del fuego (I, 483). Es
difícil explicar mejor a qué responde una prohibición, en
qué consiste exactamente una contaminación y cómo se
explica su doble aspecto de fuerza activa y de energía no
civa. Es un calor capaz de quemar, de incendiar, pero
también, debidamente apaciguado y dirigido, de cocer o
acelerar la vida. En todo caso no debe acercarse uno sin
precaución al ser o a la cosa que la contiene, como el pu
chero demasiado caliente que oculta manjares suculentos,
pero al que no se puede tocar directamente antes de que
su temperatura no ofrezca riesgos. A la inversa, la joven
madre, que por una ausencia lleva más de un día sin dar
cia procede de la ira, de una disputa, de la envidia, etc....
(ibíd., pp. 189-198). Son, en efecto, sentimientos o conductas
que, como el acto sexual, calientan y estimulan por contagio
y simpatía la acción de las energías malignas. Nada más daro
a este respecto que la prohibición de pelearse durante la reco
lección del vino de palmera en Lebak, que cita (p. 46): se debe
a la idea de que la inquietud y la agitación del espíritu reper
cuten sobre el vino de palmera. Los ejemplos abundan.
174
RITOS SEXUALES DE PURIFICACION
de mamar al recién nacido, debe recalentar su leche: para
ello vierte algunas gotas sobre un puchero caliente. De
no hacerlo así, la leche fría estreñiría al niño: el frío re
trasa, paraliza; el calor estimula, exaspera.
Así, el acto sexual comprende una mancha en la me
dida en que su aspecto frenético pone en juego fuerzas cu
yos efectos es imposible dominar. Al contrario, el rito
purificador del hlamba ndja\a no implica ningún aban
dono dionisíaco, sino cierto dominio de sí mismo. No se
trata de precipitar la secreción de los principios vitales del
hombre y de la mujer, sino que como éstos están manchados
por la contaminación de la muerte, se quiere obtener, me
diante una delicada operación que se interrumpe o se lle
va a cabo a su debido tiempo, su expulsión de los orga
nismos que infecta.
La energía de esos principios vitales se deja compro
bar fácilmente en otras circunstancias. La parturienta,
manchada por la sangre del parto, queda sometida a un
sinnúmero de severas prohibiciones que la separan de la
comunidad. Se le administran medicinas para expulsar
la sangre impura que la contamina aún. Su marido, que
se ha conservado puro, no debe penetrar en la choza. Al
caer el cordón umbilical, la madre de la recién parida
cubre de arcilla el suelo de la cabaña (lo mismo que la
mujer menstruante al terminar sus reglas), para que al pi
sarlo los que puedan de nuevo entrar en ella no se vean
expuestos a tocar alguna huella de la sangre maléfica. La
reaparición de las menstruaciones en la joven madre sig
nifica el retorno de la evacuación normal, periódica, de la
impureza. Por eso, a partir de ese instante, el padre puede
coger al niño en brazos. Ya no corre el peligro de man
charse estrechando a un ser que se halla en contacto per
RITOS SEXUALES DE PURIFICACION
175
manente con un organismo contaminado. Alrededor de
un año más tarde, cuando el niño empieza a gatear por
el suelo, los padres se procuran, mediante una unión in
completa (como en el caso de la eliminación de la impu
reza mortuoria) sus respectivos licores sexuales: la madre
coge en sus manos esa “mancha” y embadurna con ella
la cuerdecilla de algodón que el niño lleva sobre la cin
tura y que permanecerá ahí hasta que el uso la deshaga.
Desde ese momento, el niño es una “persona mayor”. Lo
ha llegado a ser por la virtud benéfica de los licores vitales
de sus padres. Si muere, se le enterrará desde entonces en
tierra santa (seca) y no en tierra maldita (húmeda) con
los mellizos, los nacidos antes de tiempo, o aquellos cuyos
dientes superiores han salido primero, en resumen con to
dos los reprobos, los monstruos que, hasta en su última
morada, cuida el grupo de alejar de la comunidad de los
puros. Además, el niño participa entonces en la purifica
ción del duelo (I, 59, 484). Es decir, que agregado ya a
la colectividad, ha de purificarse con ella. Antes, no per
tenecía plenamente al mundo de los vivos; era “agua”, no
era aún “firme”. Era una “cosa”, un ser “incompleto”Los licores vitales de los padres aparecen como el elixir
que da al niño el vigor que le falta para ocupar un sitio
en el seno de la sociedad. Pero la unción de la cuerdeci
lla no es fundamentalmente distinta de la purificación del
luto. Las secreciones sexuales no son mancha en un caso y
medicina en otro, sino en ambos casos las dos cosas a la
vez. En efecto, cuando la expulsión del duelo, los esposos
se purifican haciendo salir cada uno de su cuerpo, sin in
troducirlo en el del otro, el principio contaminado, pero
a la vez, se ungen con él el ombligo para utilizar su ener
gía. Igualmente, con los licores vitales hacen de un ser
176
RITOS SEXUALES DE PURIFICACION
acuoso un ser firme, pero por su unión incompleta se pu
rifican ellos mismos. Junod afirma que los dos ritos de
ben explicarse de modo opuesto, siendo los esposos puros
en un caso, impuros en el otro. Pero todo demuestra, al
contrario, que no están menos contaminados por el naci
miento que por la muerte. Pues sólo después de la unión
incompleta, tras la cual humedecen con sus “manchas”
(por otra parte la palabra es bien clara) la cuerdecilla
de su hijo, pueden tener de nuevo relaciones sexuales, que
hasta ese momento les están estrictamente prohibidas.
En efecto, el orden de las cosas prohibe que mientras un
niño vive aún en esa semi-existencia, esa especie de limbo
que precede a la vida propiamente dicha y que abarca des
de el instante de la concepción al de la recepción del nuevo
ser en el círculo de las “personas mayores”, de los verdade
ros seres vivos se introduzca otro en ese limbo. Por eso los
padres que hubieran concebido un hijo en ese período mar
ginal, lo habrían, de acuerdo con una expresión muy signifi
cativa, “robado a la ley”. El mismo niño no habría nunca
“entrado en la ley”. Aunque llegase a una edad muy avan
zada estaría destinado a tener su sepulcro con los fetos y
los monstruos, en la tierra húmeda de los reprobos. En
efecto, de acuerdo con el tiempo de la gestación, habría
nacido antes del destete de su hermano mayor, el cual se
verifica un año después de la unción de la cuerdecilla, ce
remonia que definitivamente pone fin, mediante el rito
practicado tras toda enfermedad grave, a ese período de
debilidad y de impureza que constituye la primera infan
cia. Una purificación total libra al joven ser de todo mias
ma nocivo. Se frota su cuerpo con diversos ingredientes;
se le fricciona con salvado; su madre hace una pelotilla con
la mezcla que contiene todos los venenos que es preciso di
RITOS SEXUALES DE PURIFICACION
177
minar. La lleva al bosque y la deposita a la entrada de un
nido de hormigas grandes, de tal modo que al entrar en
él, los insectos la harán entrar con ellos. Luego regresa sin
volver la cabeza: una sola mirada bastaría para que trajera
la enfermedad a sus hijos. Hubiera contraído de nuevo
algo de la contaminación tan cuidadosamente recogida y
expulsada, y que ahora las hormigas tienen el encargo de
llevar fuera del mundo de los puros, en las lejanas tinieblas
y las profundidades del suelo.
Mientras, el niño queda fuera de peligro: salió del mar
gen temible, ya no debe temer que su madre quede encinta.
Si a ésta le hubiera llegado el embarazo antes de destetar al
niño, antes de que su leche se agotase por completo, no sólo
el segundo ser, “robado a la ley”, estaría maldito, sino que
también el primero hubiera sufrido duramente las conse
cuencias: el recién llegado le habría “obstruido el camino”,
“cortado el camino”, se le hubiera “adelantado”. El raqui
tismo, la parálisis, le habrían tocado en suerte.
La idea es clarísima: mientras queda algún lazo fisioló
gico entre la madre y el niño (por ejemplo la leche con
que la primera lo nutre), ningún ser puede inmiscuirse en
sus relaciones sin contrariar el desarrollo normal de la vida
y todo lo que atañe a la madre afecta al hijo, mientras su
independencia vital absoluta no está asegurada por la natu
raleza y sancionada por el rito. Por esto un nuevo embara
zo de la madre entorpece el crecimiento del niño que no
ha conquistado su plena autonomía: en efecto, le obstruye
la ruta, turbando esa especie de economía cerrada que él
constituye con su madre. No hay sitio para dos: el intruso
se le adelanta. Ha llegado antes de tiempo, cuando el sitio
estaba aún ocupado. No ha esperado el intervalo requerido
para la buena sucesión de los fenómenos. Autor del desor-
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RITOS SEXUALES DE PURIFICACION
acuoso un ser firme, pero por su unión incompleta se pu
rifican ellos mismos. Junod afirma que los dos ritos de
ben explicarse de modo opuesto, siendo los esposos puros
en un caso, impuros en el otro. Pero todo demuestra, al
contrario, que no están menos contaminados por el naci
miento que por la muerte. Pues sólo después de la unión
incompleta, tras la cual humedecen con sus “manchas”
(por otra parte la palabra es bien clara) la cuerdecilla
de su hijo, pueden tener de nuevo relaciones sexuales, que
hasta ese momento les están estrictamente prohibidas.
En efecto, el orden de las cosas prohibe que mientras un
niño vive aún en esa semi-existencia, esa especie de limbo
que precede a la vida propiamente dicha y que abarca des
de el instante de la concepción al de la recepción del nuevo
ser en el círculo de las “personas mayores”, de los verdade
ros seres vivos se introduzca otro en ese limbo. Por eso los
padres que hubieran concebido un hijo en ese período mar
ginal, lo habrían, de acuerdo con una expresión muy signifi
cativa, “robado a la ley”. El mismo niño no habría nunca
“entrado en la ley”. Aunque llegase a una edad muy avan
zada estaría destinado a tener su sepulcro con los fetos y
los monstruos, en la tierra húmeda de los réprobos. En
efecto, de acuerdo con el tiempo de la gestación, habría
nacido antes del destete de su hermano mayor, el cual se
verifica un año después de la unción de la cuerdecilla, ce
remonia que definitivamente pone fin, mediante el rito
practicado tras toda enfermedad grave, a ese período de
debilidad y de impureza que constituye la primera infan
cia. Una purificación total libra al joven ser de todo mias
ma nocivo. Se frota su cuerpo con diversos ingredientes;
se le fricciona con salvado; su madre hace una pelotilla con
la mezcla que contiene todos los venenos que es preciso di-
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minar. La lleva al bosque y la deposita a la entrada de un
nido de hormigas grandes, de tal modo que al entrar en
él, los insectos la harán entrar con ellos. Luego regresa sin
volver la cabeza: una sola mirada bastaría para que trajera
la enfermedad a sus hijos. Hubiera contraído de nuevo
algo de la contaminación tan cuidadosamente recogida y
expulsada, y que ahora las hormigas tienen el encargo de
llevar fuera del mundo de los puros, en las lejanas tinieblas
y las profundidades del suelo.
Mientras, el niño queda fuera de peligro: salió del mar
gen temible, ya no debe temer que su madre quede encinta.
Si a ésta le hubiera llegado el embarazo antes de destetar al
niño, antes de que su leche se agotase por completo, no sólo
el segundo ser, “robado a la ley”, estaría maldito, sino que
también el primero hubiera sufrido duramente las conse
cuencias: el recién llegado le habría “obstruido el camino”,
“cortado el camino”, se le hubiera “adelantado”. El raqui
tismo, la parálisis, le habrían tocado en suerte.
La idea es clarísima: mientras queda algún lazo fisioló
gico entre la madre y el niño (por ejemplo la leche con
que la primera lo nutre), ningún ser puede inmiscuirse en
sus relaciones sin contrariar el desarrollo normal de la vida
y todo lo que atañe a la madre afecta al hijo, mientras su
independencia vital absoluta no está asegurada por la natu
raleza y sancionada por el rito. Por esto un nuevo embara
zo de la madre entorpece el crecimiento del niño que no
ha conquistado su plena autonomía: en efecto, le obstruye
la ruta, turbando esa especie de economía cerrada que él
constituye con su madre. No hay sitio para dos: el intruso
se le adelanta. Ha llegado antes de tiempo, cuando el sitio
estaba aún ocupado. No ha esperado el intervalo requerido
para la buena sucesión de los fenómenos. Autor del desor-
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RITOS SEXUALES DE PURIFICACION
den, está maldito, su existencia es un escándalo y una trans
gresión, y ha perjudicado de un modo definitivo a su her
mano.
Todo ocurre, pues, como si existiera un orden del mun
do donde cada cosa debe suceder en su lugar y en su tiem
po. Y es de una gran importancia que este orden sea res
petado. Es el principio mismo de la conservación del
universo. Todo fenómeno violento lo conmueve, y principal
mente los tránsitos entre este mundo y el otro, que amena
zan romper un equilibrio, provocar la irrupción desordena
da de energías nocivas, mezclar peligrosamente lo que debe
quedar separado. Por eso los partos y las agonías suscitan
tantos terrores y exigen tantas precauciones. Traen distur
bios. Especialmente, la mancha de la muerte lo contamina
ría todo si no se lograra destruirla por el fuego, alejarla en
el flujo del agua corriente, o conducirla de nuevo a las pro
fundidades de la derra. Además, es necesario purificar,
esterilizar, los focos de donde procede, por medio de com
plicadas y delicadas operaciones. Entonces todo recobra el
orden y la calma. Igualmente, el acto sexual pone en libertad
temibles energías que estimulan indistintamente las in
fluencias buenas y malas. Es un calor, un fuego, que es pre
ciso saber templar con prudencia para aprovecharlo sin per
mitir que se disperse y lo devore todo. Así aparece lo
sagrado. Emana del mundo oscuro del sexo y de la muerte,
pero es el principio esencial de la vida y la fuente de toda
eficacia, fuerza pronta a descargarse y difícil de aislar, siem
pre igual a sí misma, a la vez peligrosa e indispensable.
Los ritos sirven para captarla, domesticarla, encauzarla por
vías benéficas, para neutralizar, en fin, su poder corro
RITOS SEXUALES DE PURIFICACION
179
sivo. En esa fase, la religión no es más que la regulación
de esa electricidad todopoderosa e invisible que suscita el
respeto del hombre y al mismo tiempo le ordena que se
apodere de ella.
BIBLIOGRAFIA
N . B. Esta bibliografía no tiene la pretensión de ser com
pleta ni sistemática. Sólo se indican en ella: i) los repertorios
directamente utilizados en la redacción de esta obra; 2) los
trabajos teóricos de que el autor se vale, en los que se fun
da o los que estima de acuerdo con sus propias conclusiones;
3) ciertos estudios particularmente sugestivos e interesantes, pe
ro de los cuales el autor no ha creído que debía servirse, porque
consideran las cuestiones que el trata desde un punto de vista
que no ha podido o sabido conciliar con el suyo. De modo
general, para no cargar indefinidamente estas indicaciones bi
bliográficas, se han excluido de ellas las monografías o investi
gaciones sobre tal o cual población en particular. Por otra par
te, cada uno encontrará fácilmente esas referencias en las obras
citadas a continuación:
CAPITULO I: E. D u rk h e im , Les formes élémentaires de la
vie religieuse, París, 1912; H . H u b e r t, Prefacio a la trad.
franc. del Manuel (Thistoire des religions de C h a n t e f ie de
l a Saussaye, París, 1904; R. Orro, Le Sacre, París, 1904
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Calif. Pub., xiv, 1918; A . Lavallee, “Notes ethnographiquc»
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CAPITULO V : M. Leenhardt, ob. cit.; Durkheim, ob. cit.;
ob. cit.; Id., Vetes et chansons anciennes de la Chine,
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191 ip R . C aillois, ob cit.; Santa Teresa, Vida escrita por
ella misma, caps, x ix -x x i.
INDICE
P jló lo g o
........................................................................
..............
If R e la c io n e s g e n e ra les e n tr e l o sagrado y l o p ro fa n o
Principales caracteres de lo sagrado
..............
7' 10
n
-27
12
L o sagrado, m anantial de toda eficacia ..........
M
F u n ción de los ritos y de las prohibiciones
^
E l orden del m un do
...........................................
Riesgos de la m ezcla
...........................................
N atu raleza del sacrificio
20
.....................................
21
A scetism o y ofrenda .............................................
22
E l ju eg o de las prim icias .....................................
*4
II. L a ambigüedad de lo sagrado .......................................
29-óo
L o puro y lo im p u ro: fuerzas e q u ív o c a s ..........
29
I. Santidad y mancilla ....................................................
3o
32
35
D ialéctica de lo sagrado ......................................
A d q u isición y abandono de la pu reza ..........
Precauciones contra
la contam inación
y
la
..................................................................
37
II. La polaridad de lo sagrado ........................................
39
39
43
47
santidad
Oposición de los dos polos de lo s a g r a d o ........
Reversibilidad de lo puro y d e lo im p u ro —
E lim inación de la culpa inexpiable .................
III. Cohesión y disolución
..............................................
D istribución social de lo puro y de lo im p u ro
L ocalización de lo puro y de lo i m p u r o ...........
Cohesión y disolución ............................................
P u reza e im p u reza : “ estados totales”
P rofan o y
sagrado
...........
................................................
49
49
51
54
5®
59
i8 8
ÍNDICE GENERAL
III. L o sagrado com o fuente de respeto : teoría de las
prohibiciones
..................................................................
61-107
I. La organización del mundo ...............................
62
Bipartición de la sociedad ...............................
62
B ip artición del universo ...................................
64
V irtu d e s com plem entarias
68
...............................
Substrato sexual, estacional y social d e las
virtudes ................................................................
71
E l principio de respeto ...................................
77
Prestaciones alim enticias
.................................
80
..........................................
82
II. Leyes santas y actos sacrilegos ...........................
86
L a solidaridad de las f r a t r i a s ...........................
86
Prestaciones sexuales
E l “ incesto” , acto de hom osexualidad m ística
88
E l consum o del tótem , acto de canibalism o
89
E l asesinato de un m iem bro del clan, suicidio
parcial ................................................................
91
L a tribu, totalidad viv a ...................................
94
III. Jerarquía y lesa-majestad ......................................
L a génesis del poder
.......................................
95
96
E l hecho del poder, d ato in m e d ia to ...............
98
C arácter sagrado del poder ...........................
E q u ilib rio y jerarquía .......................................
100
103
I V . L a transgresión sagrada : teoría de la f i e s t a __
I. La fiesta, apelación a lo sagrado .......................
109-145
no
E l advenim iento de lo sagrado ...................
m
E l exceso, rem edio del d e s g a s te .......................
114
E l caos prim itivo ................................................
C reación d el cosm os .......................................
116
118
C ao s y E d a d de O r o .......................................
119
II. La re-creación del mundo ...................................
122
E ncarnación de los antepasados creadores . .
123
R ito s de fecundidad y d e in ic ia c ió n ...............
Suspensión del tiem po m arcado ...................
125
127
Presencia d e los aparecidos .............................
128
ÍNDICE GENERAL
III.
V. Lo
..............................
Sacrilegios sociales con ocasión de la muerte
del rey ...............................................
Sacrilegios alimenticios y sexuales ...........
Mito e incesto .......................................
Valor del desenfreno sexual ....................
Excesos fecundos ....................................
Parodia del poder y de la santidad...........
Regulación e infracción ..........................
Gasto y paroxismo ..................................
Función del desenfreno
189
130
131
133
134
135
137
139
142
143
s a g r a d o , c o n d ic ió n d e l a v id a y p u e r t a d e l a
MUERTE
..............................................................................................
147*159
Inercia y energía ....................................
148
Adentramiento de lo sagrado .................
151
La elección de un fin supremo.................
153
Duración y destino .................................
157
A p é n d ic e . Lo sagrado según los ritos sexuales de puri
ficación de los tongas ................................... 161-179
B i b l i o g r a f í a .............................................................
181-184