María López GARCÍA
Organismos estatales de selección
y control de manuales escolares*
1
María López García**
2
Resumen:
El artículo estudia las Comisiones estatales de Regulación de
Textos escolares, instituidas en Argentina a comienzos del siglo
XX. El análisis revela una liberalización en las prescripciones
y una cesión de decisiones a los editores e imprenteros así
como la instauración del libro de texto como herramienta
ineludible del trabajo escolar. El fortalecimiento de la industria
editorial escolar derivó en un desplazamiento de las funciones
de control y selección por parte del Estado sobre el material
producido hacia las mismas editoriales -y, eventualmente, los
maestros-. Los vínculos entre las propuestas estatales y las
tecnologías del mercado acarrearon una validación por parte
del Estado de las conveniencias de la industria del libro; con su
consiguiente injerencia creciente sobre los aspectos pedagógicos
a implementar en la escuela.
Palabras-claves:
libros de texto escolar; control editorial; control estatal de libros;
formación docente; mercado del libro.
*
Una versión preliminar de este trabajo fue presentada en el VIII Congreso Argentino
de Hispanistas “Unidad y multiplicidad: tramas del hispanismo actual”, organizado
por la Asociación Argentina de Hispanistas y la Facultad de Filosofía y Letras
(UNCu), 21 al 24 de mayo de 2007.
** María López García es licenciada, profesora en Letras y especialista en Procesos
de Lectura y Escritura por la Universidad de Buenos Aires, Argentina.
Revista Brasileira de História da Educação, n° 19, p. 11-46, jan./abr. 2009
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Organismos estatales de selección y control de manuales escolares
State departments for the selection
and control of school textbooks
María López García
Abstract:
The article studies the State Commissions for the regulation
of Schoolbooks, instituted in Argentine at the beginning of the
20th-century. The analysis exhibits a gradual liberalization of the
prescriptions and a reassignment of decisions to the publishers,
as well as the institution of schoolbooks as ineludible tool of
the pedagogical methodology throughout that century. The
growing of the publishing industry resulted in a displacement of
the functions of control and selection of the produced teaching
materials from the State on teachers and publishing companies.
The bonds between State proposals and market technologies
entailed a state validation of the companies’ conveniences; one
of its more harmful consequences was their increasing meddling
in the pedagogical methodology to implement in the school.
Keywords:
schoolbooks; publishing regulation; state schoolbooks regulation;
teacher’s instruction; schoolbooks industry.
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Revista Brasileira de História da Educação, n° 19, p. 11-46, jan./abr. 2009
María López GARCÍA
Introducción
Pese a que el uso del libro de texto no es legalmente obligatorio en
Argentina1, se observa que los docentes optan en su mayoría por la adopción de un manual para el trabajo en el aula y que los padres ejercen una
fuerte presión para que así sea2. Atribuimos los motivos a una variedad
de factores, entre ellos, las deficiencias en la formación disciplinar de
los docentes, la desjerarquización de su profesión y las representaciones
de los padres sobre la garantía del saber vehiculado por la letra impresa
frente a la falta de formación docente3. Convenientemente, el criterio
instrumental que sostiene al libro de texto como herramienta de transmisión de saberes curriculares tiene como principio rector la posibilidad
de neutralizar la diferencias biográficas de los maestros (en especial, las
vinculadas con la diversidad lingüística) y el contexto de interacción,
es decir, las condiciones específicas de cada intercambio escolar como
práctica social.
Por su parte, el poder público contribuye a consolidar esta situación.
El Ministerio de Educación se encarga de la planificación y la selección
de contenidos pero no se ocupa de establecer los principales transmisores
(entre los que contamos a los manuales escolares), no interviene en la
regulación de los mismos, ni implementa un sistema para su control y
evaluación. Las encuestas relevadas sobre el tema4 arrojan como resultado
que los criterios de evaluación y selección de los libros (que corren por
cuenta de los docentes) se centran en aspectos tales como la adecuación
al curriculum prescripto y la implementación de criterios pedagógicos
1.
2.
3.
4.
Existen, además, disposiciones ministeriales vigentes que ponen de manifiesto la
libertad para elegir el libro de texto y la imposibilidad de exigir el uso obligatorio
de uno determinado (Ossanna, 1993, p. 31).
Tal como se ha comprobado en las encuestas realizadas por varios investigadores
del campo de la educación, entre los que figuran: Carbone y Rodríguez (1996),
Carbone et al. (2001), Contursi, Nogueira y Miñones (2003) y Grinberg (1995).
Una versión desarrollada de estos puntos se encuentra en nuestro trabajo “La variedad
geográfica del español en el género manual escolar” (López García, 2006b).
Que figuran en los trabajos mencionados en la nota 3.
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Organismos estatales de selección y control de manuales escolares
actuales, pero también al precio, la calidad de las imágenes y la presencia
de actividades para el trabajo del alumno.
En este marco, la elección de libros por parte de los docentes está
a merced de la oferta de la industria porque no cuenta con el auxilio
ministerial. En efecto, desde el Estado no se implementan mecanismos
internos ni externos de control “científico” de los materiales como lo
muestran la comparación entre la legislación vigente y los documentos
sobre las Comisiones de Textos Escolares, que veremos a continuación
y que constituyen el foco de análisis de este trabajo.
Lo que intentamos probar aquí es que las características que tiene
actualmente la relación entre el Ministerio de Educación y las empresas
editoriales en relación al diseño, la producción y la distribución de los
libros de texto es el resultado de las pujas que protagonizaron estos dos
sectores a lo largo del siglo XX y que las remozadas leyes de educación de
1993 y 2007 constribuyen a resolver, pero a favor del mercado y en función de deslindar al Estado de su función de garantizar la educación.
Presentación: el Consejo Nacional de Educación
En el marco de la ley n. 1.4205 y posteriormente la Ley Láinez (n.
4.874) (aprobadas el 8 de julio de 1884 y 19 de octubre de 1905, respectivamente) cuyos principales cometidos eran constituir a los habitantes del
territorio en ciudadanos del Estado nación argentino a través del aparato
escolar (Arnoux, 1995; Blanco, 1995), se confió al Consejo Nacional de
Educación (en adelante, CNE) el control sobre los textos escolares6. En
5.
6.
14
Cuyo antecedente histórico corresponde al Congreso Pedagógico convocado en 1882
por el entonces presidente Julio A. Roca para analizar la situación de la enseñanza
en el país. Allí participaron 250 delegados del país y del extranjero, que sesionaron
por 25 días sobre los principios generales de la educación popular, los programas,
métodos etc.
Tal como consigna Marengo (1991), la ley n. 1.420 reemplaza la Comisión Nacional
de Educación por el Consejo Nacional de Educación y declara la gratuidad de la
enseñanza. En el marco de esta nueva ley, se distribuyen por primera vez libros
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su trabajo Spregelburd (2004) explica que la elite liberal del siglo XIX
entendía la lectura como canal de civilización de los sectores populares y,
en función de este proyecto, la preocupación por crear lectores se transformaría luego en la preocupación por formar lectores. En efecto, los
intelectuales de ese modelo de nación entendían la formación de lectores
como una herramienta para la construcción de la ciudadanía. De allí que el
control sobre los textos y las formas de apropiación de los mismos fueran
una manera de apoyar ese proyecto de la elite intelectual decimonónica.
Spregelburd señala que la selección de textos era central en el contexto de maestros carentes de preparación profesional7. A comienzos de
siglo esta formación debía ser provista por el Estado, que había tomado
esa responsabilidad de manos de la Iglesia, pero que no contaba con
recursos suficientes para implementarla.
Por otra parte, la existencia de la CNE colaboraba con la imposición
de un sistema educativo homogéneo a partir de un uso uniforme de textos
escolares que permitieran unificar las prácticas y facilitaran el control
del aparato escolar. Spregelburd explica que, a comienzos de siglo XX,
las inspecciones a las escuelas eran de carácter eminentemente técnico
y no político y, en ese sentido, la regulación de la práctica a través del
libro aligeraba el trabajo de inspección. No obstante, según los datos
aportados por Spregelburd, hubo denuncias de uso de libros de texto
7.
de texto y materiales de uso escolar para los alumnos cuyos padres no pudieran
enfrentar ese gasto.
Blanco (1999) señala en un artículo sobre la enseñanza de la lengua nacional
durante el siglo XIX que, por un lado, la carencia de docentes idóneos se cubrió
nombrando profesores extranjeros y, por otro, la falta de libros de texto se resolvió
de dos maneras diferentes: el rector del Colegio Nacional de Mendoza hizo traer
de Chile un conjunto de textos (entre los que figuraba la Gramática de Bello) para
los alumnos, se hizo la primera edición argentina de un compendio escolar de la
obra de Bello, y se importó de Estados Unidos otro compendio de esta obra. Por
otro lado, los profesores a cargo de las cátedras de lengua y literatura comenzaron
a diseñar sus propios materiales (Blanco, 1999, p. 81). En otros artículos hemos
mostrado que también en la actualidad el manual escolar también cumple la función
de neutralizar las diferencias biográficas (sociales, enciclopédicas, pedagógicas,
lingüísticas etc.) de los docentes y de disminuir el efecto provocado por su deficiente
formación (López García, 2004, 2006a, 2006b).
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que no contaban con la aprobación del CNE8, lo que hacía evidente la
falta de control efectivo y también ponía de manifiesto la existencia de
disidencias por parte de los usuarios de los textos obligatorios.
La escuela no sólo es el ámbito donde va a circular la lengua oficial
sino también el dispositivo institucional que va a permitir, en una sociedad
moderna, unificar las prácticas lingüísticas. Así como el pueblo de la Nación
se construye desde el Estado y se convierte luego en lo que lo legitima, así la
variedad de lengua impuesta desde la escuela se legitima por ser “el modo que
la gente instruida la habla” [Arnoux, 1999, p. 41, las comillas corresponden
a la Gramática de Andrés Bello].
La uniformidad estaba garantizada por la centralización del sistema.
La aplicación en todo el territorio de la ley n. 1.420 consagraba la intervención directa de la CNE sobre la educación provincial en la sumisión
de los inspectores provinciales a la subvención nacional y al hacerlos
dependientes de la CNE. Se consagraba de esta forma la centralización
del control, que se iría acrecentando hasta comienzos del siglo XX.
Si bien, tal como señala Muscia de Cicchitti (1998), había un claro
afán de coordinar y potenciar las iniciativas del repeto a la uniformidad y calidad de los manuales escolares9, convivieron en el seno de la
Comisión Nacional de Didáctica diversas tendencias y posiciones. Los
manuales, por lo tanto, reflejan esa pluralidad de discursos. No obstante,
explica la autora:
8.
9.
16
Hemos encontrado documentos que corroboran las afirmaciones de Spregelburd:
“Antes de terminar este informe, creemos conveniente agregar: [...] 2º Que debe
establecerse de una manera terminante que los libros que por haber sido aprobados
tengan el derecho a hacerlo constar así en la carátula, deberán expresar el período
para el cual rige la aprobación, pues abusivamente siguen editándose con el lema
obra aprobada u obra autorizada por la CNE, libros que hace tiempo han sido
excluidos” (Consejo Nacional del Educación, 1907, p. 17, bastardilla en el original).
Aunque Muscia de Cicchitti (1998) también registra la perdurabilidad de materiales y elementos tachados de impertinentes o inadecuados por los informes de los
inspectores al presidente de la CNE.
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la conocida dependencia cultural – y no solo cultural – con respecto al
pensamiento europeo y estadounidense, promovió una literartura producida
casi de espaldas a la realidad argentina. Ignoró su diversidad geográfica,
étnica, lingüística [...] Este vicio congénito de las clases acomodadas [...] se
tradujo tanto en la propuesta curricular, como en los materiales usados para
el desarrollo efectivo de las clases, en donde los textos jugaron siempre un
papel muy importante [Muscia de Cicchitti, 1998, pp. 116-117].
En un informe que Pablo Pizzurno le eleva dr. Ponciano Vivanco
se sugiere dejar mayor espacio de decisión a los docentes y evitar la
aparición de actividades para los alumnos en los libros de texto “[que]
el maestro preparado pueda elegir un poco más, según sus gustos y
aptitudes, los medios auxiliares para su trabajo. Se hará así más responsable, más empeñoso; tendrá iniciativas que hoy no toma [...] el
texto ha de considerarse como un auxiliar y nada más” (Informe de la
Educación Común, 1905 y 1906, pp. 53-54, apud Muscia de Cicchitti,
1998, p. 125).
De este modo la CNE se constituyó en uno de los órganos ejecutores
de la ley n. 1.420 y pivote del sistema educativo oficial durante casi un
siglo (aunque con claras diferencias entre la institución presidida por
Sarmiento en 1881 y la comisión suprimida por el peronismo en 1949 en
cuanto a su tamaño, recursos y poder10). No obstante, a lo largo de todo
el período, la CNE se convirtió en una institución central de la administración del Estado para el desarrollo de la política educativa. Uno de los
primeros Concursos de Aprobación de Libros de Texto en el marco de las
gestiones de este consejo data de la década de 1890 y, desde entonces, se
sucedieron reglamentos de la Comisión de Didáctica y de la Comisión
10. Según consigna la publicación La Nación Argentina. Justa Libre y Soberana en
1950, el 4 de junio de 1948 se crea el CNE con la función de propiciar conciertos,
conferencias para maestros, exposiciones de arte como forma de perfeccionamiento
cultural del maestro. No se especifica la existencia de una comisión de control de
textos escolares y, como veremos más adelante, un proyecto de ley propone el uso
de un libro de texto único. La resolución de 1957, a la que haremos referencia,
corrobora la reimplantación de la CNE.
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Nacional de Textos Escolares que evaluaban la calidad de los libros de
textos propuestos por las editoriales para poner a la venta.
Entre 1880 y 1910 la CNE intervino en la definición de los libros
que podían ser usados en las aulas. Pero los criterios empleados para la
evaluación sufrieron sucesivas modificaciones, en especial, las referidas
al sistema de selección. El Monitor de la Educación Común y el Boletín
del Consejo Nacional de Educación (alternativamente) agrupaban y
difundían las resoluciones de las autoridades nacionales destinadas a la
organización del sistema educativo y a la formación del personal docente11. Las decisiones sobre los criterios de selección seguían el derrotero
marcado por la vida política y económica en el país.
Registro de los concursos de evaluación y selección
de libros de texto
Para el primer concurso, llamado en 188612, una comisión de
especialistas seleccionaba un número limitado de libros que serían
utilizados durante un período de dos o tres años. A partir de 1905, el
consejo autorizó los títulos que podrían ser empleados en las escuelas
sin la mediación de un concurso: los maestros junto con los directores
de cada escuela seleccionarían los libros según sus preferencias13. Pablo
11. Las deficiencias en el servicio de catalogación del material del Centro de Documentación del Ministerio de Educación de la Nación (que funciona en el ámbito
de la Biblioteca Nacional del Maestro, Ministerio de Cultura y Educación) supuso
una gran dificultad para acceder a las resoluciones. El catálogo de la Biblioteca
del Maestro cuenta con El Monitor de la Educación Común, Consejo Nacional de
Educación, 1881-1949; 1959-1961; 1965-1976, Buenos Aires.
12. El primer reglamento corresponde al 18 de enero de 1887.
13. Linares consigna que en 1936 se anuló la selección del libro único por parte de
las autoridades para dejar en manos de los maestros y directivos de las escuelas la
elección de los libros a emplear, sobre la base de la nómina de libros aprobados
por la CNE desde la resolución del 16 de diciembre de 1925 hasta 1935 inclusive
(Linares, 2005, p. 207). Según Marengo (1991), en el año 1900 hubo un primer
intento de permitir la libre elección del libro de texto; esta propuesta fue el evada
18
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Pizzurno, integrante de la CNE en ese período, sostenía que esta medida
fomentaba la responsabilidad y el compromiso de los docentes con su
trabajo14. El concurso fue reimplantado nuevamente con la resolución del
año 1907. Cincuenta años más tarde, la resolución del 13 de noviembre
de 1957 ratifica:
Los textos de lectura para uso en las escuelas nacionales deberán ser
aprobados por el Consejo Nacional de Educación con el asesoramiento de una
Comisión de Textos Escolares, cuyo dictamen se ajustará a las condiciones
establecidas en esta reglamentación.
Art. 2do. La Comisión de Textos Escolares estudiará las obras recibidas
y dictaminará sobre los méritos de las mismas a la brevedad posible, con
el objeto de permitir la actualización constante de las nóminas de textos
aprobados.
Art. 6to.: La comisión estudiará los libros y propondrá antes del 30 de
noviembre la nómina de los que a su juicio merezcan ser aprobados. El número
de estos podrá ser menor pero no mayor a doce para cada grado. El consejo
se pronunciará sobre dicho dictamen dentro de los treinta días de elevado
[...] y válida por un período de seis cursos escolares la aprobación acordada
de los libros impresos que se incluyan en la nómina [Comisión de Textos
Escolares, 1957, pp. 1-2].
Un texto posterior producido por la Organización de Los Estados
Americanos (OEA) y cursado en el año 1962 por el Centro Nacional de
Documentación e Información Educativa del Ministerio de Educación
y Justicia corrobora que la selección de libros de texto para las escuelas
primarias comunes se efectuaba mediante el sistema de concurso de
por los inspectores técnicos (de índole local) que fue rechazado por unanimidad por
todo la CNE con el argumento de que los maestros no contaban con la suficiente
preparación para ejercer esa facultad.
14. Educación Común en la Capital, las Provincias y los Territorios Nacionales 19041905, 1907, pp. 54-55.
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acuerdo con una reglamentación que comprendía la presentación del
material, su estudio, selección, aprobación y elección anual. En ese
texto se aclara además que dicha reglamentación contemplaba el precio
de venta, las condiciones didácticas y el contenido literario, los elementos ilustrativos y la presentación del material. En general, estos libros
aprobados eran editados por orden del autor en editoriales comerciales
privadas y, si bien el Estado no editaba textos de lectura para sus escuela
primarias comunes, preveía la compra de ejemplares para los alumnos
que no pudieran pagarlos.
Poco tiempo más tarde, en un artículo periodístico (sin referencias)
consultado en el Centro de Documentación de Ministerio de Educación
con fecha 13 de agosto de 1965 se anuncia la reaparición del Monitor
de la Educación (órgano de difusión de las decisiones en materia de
educación) y se menciona el nuevo régimen de aprobación según el cual
se suprime el concurso. En efecto, la reglamentación de 1965 considera
definitiva “la aprobación acordada a los libros impresos y que no hayan
sido objeto de observación por parte del Consejo” (Consejo Nacional
de Educación, 1965, p. 3). Este es uno de los últimos documentos que
registramos antes de la resolución n. 1.354 (1981) del Ministerio de Cultura, que crea la Comisión de Textos Escolares para los niveles primario
y pre-primario. La resolución prueba, por defecto, una anulación previa
de esta comisión15.
Esta nueva Comisión de Textos Escolares debía estar integrada
por docentes en actividad. Las especificaciones que se presentan en la
resolución de 1981, a diferencia de informes y resoluciones anteriores,
son de orden exclusivamente administrativo, es decir que consignan las
pautas formales de selección pero no las condiciones de la evaluación del
contenido. Las indicaciones referentes al contenido se limitan a señalar
que se deben seguir los lineamientos curriculares y no hay referencias a
temas específicos. La única mención figura en el punto 30:
15. No hemos podido dar hasta el momento con la resolución que la anula, probablemente asociada a las políticas de control escolar ejercidas durante la dictadura
1976-1983.
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Todos los libros de lectura, en adecuada proporción, deben contener
referencias de las distintas regiones del país, en lo concerniente al paisaje,
forma de vida y tradición [Ministerio de Cultura y Educación, resolución
n. 1.354, 29 oct. 1981, s.p].
De este modo las prerrogativas impuestas por el Estado a los imprenteros y editoriales, la capacidad de selección por parte de las comisiones,
las pautas indicadas a los maestros y directivos fueron declinando su exigencia en favor del mero control de las formas y depositando la práctica
concreta de selección en las instancias escolares particulares.
Características de los reglamentos de evaluación y
selección
El siguiente recorrido no pretende ser exhaustivo, sino sólo dar
cuenta de las instancias representativas que nos permitan ver el derrotero
de la legislación sobre los libros de textos escolares y caracterizar desde
esa perspectiva histórica la posición que se asume desde la legislación
actual16. A los fines de nuestro trabajo, nos detendremos en los apartados
vinculados con la regulación de la acción del docente en su relación con
el libro de texto.
16. En una nota a pie de página de su artículo, Cristina Linares (Linares, 2004, p. 183)
cita las observaciones de Narodowski y Manolakis sobre la regulación de los libros
de texto. Estos autores hacen un distingo entre el primer período (1884-1930) en el
que la regulación estaba cargo de una Comisión de Didáctica y un segundo período
(1930-1983) en el que el Estado asume esta tarea. Según estos autores, en 1983 es la
demanda del mercado la que decide sobre los valores y conocimientos a transmitir.
Estos sucesivos cambios curriculares, según Linares, determinaron cambios en las
ediciones. La autora lo ve en el período 1936-1937 en el que se reclama la aparición
en los libros de cuestiones morales y la mención del Ser Supremo, y también sucede
en el período 1952-1953 en que aparecen los contenidos vinculados con los tópicos
del ideario peronista cuyas ediciones son rápidamente corregidas o prohibidas hacia
1957-1958 (Linares, 2004, p. 184). Para profundizar el análisis de las reglamentaciones
sobre los libros de lectura en Argentina cf. también Linares (2005).
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Algunos factores que evidencian los sucesivos cambios en relación
con el control del material publicado para la enseñanza primaria17 se
pueden ver en la comparación de los reglamentos anteriores a las resoluciones del 26 de octubre de 1956 y del 4 de septiembre de 1964; y la
resolución del 13 de noviembre de 1957 (vigente hasta fin del año 1966).
Estos reglamentos son: proyecto de estudio de textos de lectura, 194018;
reglamento sobre estudio, selección y concurso de textos escolares, 1942;
proyecto de ley sobre creación de un texto único, 1946; reglamento de
concurso, estudio y aprobación de textos de lectura para la enseñanza
primaria, 1951; régimen de aprobación de textos de lectura, 1965.
Estos documentos regulaban la presentación del material impreso
para ser vendido en todo el territorio en sus diversos aspectos:
Pedagógico-didácticos: determinaban la corriente pedagógica a la que
el libro de texto debía adscribir, en especial la relacionada con la alfabetización, considerada la principal herramienta de constitución y consolidación
de la ciudadanía. Entre otros muchos ejemplos podemos observar:
Art. 53 Los requisitos fundamentales del libro en cuanto a las condiciones
didácticas y al contenido literario, son las siguientes: a) Que responda a un
plan didáctico racional en lo que respecta a la gradación de las dificulades
y al proceso pedagógico de la enseñanza. [...] Art. 54 a) que se ajuste al
método de palabras de acuerdo con las siguientes normas generales: 1º Las
generadoras deberán ser palabras familiares al niño, preferentemente nombres que evoquen imágenes nítidas... [Ministerio de Educación de la Nación,
Concurso, 1957, p. 9].
17. Además de las reglamentaciones para someter a los textos a los regímenes de
aprobación, el Centro Nacional de Documentación e Información Educativa del
Ministerio elaboraba sus “Contribucion(es) al estudio del castellano en la Argentina.
Plan de Enseñanza y moralidad del Idioma” donde se exponían listados de palabras
y giros de uso incorrecto, y su correspondiente versión correcta (algo así como un
appendix probi).
18. Existe un reglamento del año 1941 que luego se publica en 1951 con contenidos
peronistas (“orientación espiritual y filosófica, política, social y económica de la
Nueva Argentina”) que son suprimidos en 1957.
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Art. 49 [del concurso vigente desde 1953] c) que cualquiera sea el método
utilizado se tenga en cuenta que la enseñanza de la lectura y la escritura debe
ser simultánea [Consejo Nacional del Educación, Concurso, 1957, p. 15].
En las críticas y observaciones publicadas por las comisiones de
selección y evaluación puede verse la atención a los mismos aspectos:
Los textos para la enseñanza rudimentaria de la lectura o responden a métodos inconvenientes – los hay hasta de deletreo – o no aplican bien el método
de palabras adoptado [Informe de la Comisión Especial, 1907, p. 10].
No faltan obras escritas en mal disimulada forma de catecismo [Informe
de la Comisión Especial, 1907, p. 13].
Contenido: especificaban los contenidos que debían tratarse obligatoriamente y las imágenes que debían aparecer en el texto, en especial las
relacionadas con la construcción de una iconografía nacional: mapas de
las zonas geográficas de la Argentina, retratos de los héroes nacionales,
presencia del himno nacional etc. En el mismo espíritu, se especificaba
que debía haber una proporción mayoritaria de textos de autores argentinos. El reglamento contaba como complemento de los contenidos
especificados en la ley n. 1.420 (1884):
Cap. 1 - Art. 6º El minimum de instrucción obligatoria, comprende las
siguientes materias: [...] la ley nacional de monedas, pesas y medidas; Geografía particular de la República y nociones de Geografía Universal; de Historia
particular de la República y nociones de Historia General; Idioma nacional,
Moral y Urbanidad, nociones de Higiene; nociones de Ciencias Matemáticas,
Físicas y Naturales, nociones de Dibujo y Música vocal; Gimnástica y conocimiento de la Constitución Nacional [Ley n. 1.420, p. 12].
Recursos de interpelación ideológica: hacían hincapié en la función
de adoctrinamiento moral (y, durante el peronismo, también religioso)
que debían asumir los libros de texto. También se acotaba el tipo de
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interpelación que debía hacerse de las costumbres de los lectores -entre
los que contaban también a los padres, destinatarios previstos de esos
libros (Spregelburd, 2004). La formación de una conciencia nacional
suponía que los libros de texto eran transmisores de la moral cristiana
y las reglas de conducta social19. Esa premisa incluía la formación en
relación con el urbanismo y la higiene:
Ciertos capítulos no debieran faltar, v.gr., los que estimulen hacia las
virtudes cardinales, el culto a la verdad y a la justicia, el amor al trabajo, el
respeto a la ley, la tolerancia, la solidaridad entre los hombres etc. [...] Debe
haber vida, calor, alma, en las narraciones dirigidas a moralizar [Informe de
la Comisión Especial, 1907, pp. 8-9].
Los personajes suelen pertenecer a una sola clase social, por ejemplo, a
la clase acomodada, de modo que ante la vista de los niños de las escuelas de
pueblo, se hace desfilar constantemente las comodidades, los lujos, las felicidad
sin sombra visible para ellos, de que gozan los ricos, y quizá no sea esto, sobre
todo por la forma en que los hechos se presentan, destinado a despertar los más
sanos sentimientos en el lector pobrecito que a veces no concurre a la escuela
porque le falta el calzado [Informe de la Comisión Especial, 1907, p. 14].
Gráficos: describían el tipo de letra; tamaño, cantidad y pertinencia
de las ilustraciones; diagramación de la página; calidad del papel y de la
tinta etc.; en atención a cuidar que el objeto material concordara con el
proyecto pedagógico. El papel mate, por ejemplo, respondía a la necesidad de evitar el cansancio visual; el tamaño mayor de la letra, a facilitar
la lectura en los alumnos de los primeros niveles de alfabetización20:
19. Tal como consignan Artieda, Cucuzza y Linares (2007), la metáfora empleada en los
libros de texto para identificar a la Patria fue la familia patriarcal, urbana, de clase
media y blanca en la que se depositaban las virtudes ciudadanas. La convivencia
entre ricos y pobres se lograba mediante la exaltación de un obrero que aceptaba
su destino de trabajo.
20. El primer registro que se tiene del empleo de este recurso es la Gramática Castellana
destinada al uso de los americanos, en la que Andrés Bello introduce a mediados del
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Art. 59 Las condiciones que deben reunir los libros en cuanto a su presentación material, son las siguientes: a) papel obra alisado o papel mate de color
blanco marfil o agarbanzado. c) impresión en tinta negra mate. c) composición
tipográfica en medida no menor de veinte cíceros ni mayor de veintiséis, con
interlínea proporcionada al cuerpo de la letra, de dos puntos como mínimo.
El margen será de un centímetro y medio [...] Se empleará tipografía [...]
con cuerpo de letras adecuado a cada grado escolar, según la siguiente escala
mínima: Primero Inferior: cuerpo 24 para las primeras palabras y ejercicios
y hasta 18 para los ejercicios y lecturas subsiguientes... [Consejo Nacional
del Educación, 1957, p. 13].
En este brevísimo panorama hemos querido delinear el recorrido
de los concursos hacia versiones cada vez menos estrictas en relación
no solo con la selección de contenidos e imágenes, sino también con las
pautas de edición e impresión por parte de las imprentas o editoriales. En
concordancia con esos cambios, como hemos consignado al comienzo
de este trabajo, el proceso de selección por parte de las comisiones pasan
de la forma de concurso a la de evaluación.
Representaciones de la función docente y el uso
del libro de texto
No obstante el ejercicio de regulación por parte de la CNE y el control
ejercido por los inspectores, el material publicado no dejaba conformes
a los asesores de las disciplinas, quienes veían en las publicaciones, en
conjunto con la falta de formación docente, un problema de difícil solución. Uno de esos problemas estaba vinculado con la diferencia entre
la responsabilidad asumida por el Estado de educar a la ciudadanía y
las estrategias empleadas por las editoriales para adecuar el material
publicado a sus necesidades económicas.
siglo XIX (c.1860) la variación en el tamaño de la letra como recurso para dividir
a los lectores de una única gramática escolar en principiantes y avanzados.
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Organismos estatales de selección y control de manuales escolares
En un informe que transcribe varias reuniones llevadas a cabo
durante 1939 por la Comisión de Didáctica, firmado por Alemandri y
Etchebarne, se indica:
se tenga presente que entre nosotros la industria editorial cuenta al libro
escolar como el renglón más proficuo, se podrá afirmar que no ha tenido por
incentivo “el progreso de la enseñanza” de que habla la ley, sino un afán de
lucro muy semejante al que se manifestó en ocasión de uno de los primeros
concursos de textos, el de 1900, cuando se volcaron en el Consejo 1262 impresos de todo género. Algunos sin la menor atingencia pedagógica [Consejo
Nacional del Educación, 1941, p. 3].
El informe de la Comisión Especial de 1940 (integrada, entre otros investigadores, por Berta Vidal de Battini) señala concordantemente que:
la previsión oficial, sin embargo, no había contemplado hasta ahora en su
verdadero alcance este aspecto fundamental del problema del libro escolar. Es
sabido, en efecto, que solo existían acerca del mismo disposiciones fragmentarias y generalmente de carácter impreciso. Esto hizo que la preparación del
material quedara librada al criterio particular del autor [...] La realización del
libro se convirtió de este modo, por obvia razón, en tarea de fácil estímulo y
poco riesgo, que invitaba a la improvisación. Como consecuencia lógica de
todo ello, la producción, con desmedro de la calidad, se multiplicó notablemente en los últimos años, hasta llegar al estado de cosas actual [Consejo
Nacional del Educación, 1941, p. 21].
Este tipo de argumentos prepararon el terreno para posiciones que
consideraban la imposición de un libro único de uso obligatorio editado
por el Estado como solución a la puja de las editoriales por obtener (a
costa de una presunta debilitación de la calidad de los materiales) mayores
sectores del mercado.
En efecto, encontramos ejemplos de esta lucha por el control de ese
nicho del mercado que muestran el alcance de estos intereses. En 1946 un
proyecto de ley de los senadores Teisaire, Saadi y Sosa Loyola elevado al
26
Revista Brasileira de História da Educação, n° 19, p. 11-46, jan./abr. 2009
María López GARCÍA
Senado el 24 de julio proponía la adopción de un texto único aprobado
y editado por el Estado. Esta propuesta fue rápidamente apelada por la
Cámara Argentina del Libro y la Asociación de Industriales Gráficos
de la Argentina en un texto presentado en agosto de 1946 que exponía
objeciones a ese proyecto de ley. Ambas asociaciones se muestran de
acuerdo con la defensa de la gratuidad de la enseñanza extendida a todos
los ciclos y especialidades, y con el control por parte del Estado de los
textos que propone el proyecto de ley. No obstante, en la presentación de
sus objeciones quedan en evidencia los intereses económicos que guían su
crítica al proyecto. Mencionamos aquí solo algunos puntos específicos de
la presentación que servirán como ejemplo de las operaciones de ambas
asociaciones comerciales frente a la propuesta del Estado.
En el proyecto de ley variados argumentos intentan mostrar que adecuar el precio del libro al costo de su producción facilitaría el acceso al
libro de una mayor porción de la población. Esta propuesta es rechazada
a partir de la justificación del precio que las editoriales asignan a sus
productos (el argumento principal es la relación costo-beneficio y no la
relación con la calidad académica, o siquiera material, de los libros) y se
complementa con la sugerencia de que el Estado sea el que garantice el
acceso al material mediante la entrega gratuita de libros escolares.
La gratuidad debe ir al encuentro de estos hogares, pero no con el texto
único ni la edición estatal, sino ampliando las partidas en los presupuestos
escolares o tendiendo a que el Consejo Nacional de Educación o el Ministerio
de Justicia e Instrucción Pública puedan adquirir los libros necesarios para
distribuirlos entre sus alumnos [D’Urbano Viau, 1946, pp. 13-14].
Como hemos dicho, el principal cambio que el proyecto pretendía
imponer era la adopción de un texto único editado por el Estado. El
financiamiento de esta edición se obtendría de un gravamen especial al
papel industrial. Al rechazo de la aplicación de este impuesto por parte
de ambas asociaciones, se agrega la insólita sugerencia de que los gastos
originados por la edición se obtengan de rentas generales y figuren anualmente en el Presupuesto General de Gastos de la Nación. Este tipo de
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Organismos estatales de selección y control de manuales escolares
intercambios se repiten desde comienzos de siglo XX hasta la actualidad
ponen de manifiesto que la edición estatal se enfrentó al argumento imperante en la relación entre Estado y editoriales: el Estado debe garantizar
la libre competencia de las editoriales. De este modo, y en atención a
los planteos de los grupos editores, el Estado no solo no debe editar un
libro único, sino que debe propender el uso del libro en la escuela para
asegurar el lugar en el mercado del libro al manual escolar.
Por último, en el proyecto se sugiere que, al reservarse la edición de
los libros de texto para el Estado, quedaría asegurada la independencia
de los intereses económicos respecto de la educación: “que no se lucre,
que no se comercie a costa de la instrucción, porque de lo contrario se
propenderá el analfabetismo”. La impertinencia de sus argumentos liberales obliga a las asociaciones a entender los intereses económicos como
una forma de financiar actividades culturales. Argumentan entonces:
Las legítimas ganancias de los autores, editores, impresores, libreros,
artistas, gráficos etc. no pueden considerarse sin grave injusticia como lucro
obtenido a costa de la instrucción, y mucho menos como propulsoras del
analfabetismo. Son el producto de una de las actividades más altas del hombre, que alienta y favorece su desarrollo educativo y espiritual [D’Urbano
Viau, 1946, p. 16].
En este breve recorrido vimos que la puja por el control de los libros
de texto y la participación en su producción estuvo ligada desde los inicios de las prácticas educativas en Argentina a los sectores económicos
vinculados con la producción y circulación de libros. Spregelburd (2004)
explica que los libros eran generados por particulares y por eso era central
el control del Estado para garantizar que el material se adecuara a los
propósitos y necesidades del sistema educativo21. Creemos que, en esa
21. No obstante, se registran situaciones faltas de claridad en las relaciones entre los
funcionarios encargados de regular la aprobación de los libros y las casas editoriales.
Linares (2004, p. 184) menciona un caso ocurrido en 1937 y son varios los registrados en los últimos años. Como ejemplo, véase uno de los informes producidos por
28
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operación, el Estado se liberaba de la obligación de generar el material
y a la vez se apropiaba del material conservando para sí la potestad
de otorgarle o negarle validez. Además, el Estado ocupaba espacios
geográficos que el mercado editorial aún no había podido alcanzar y le
habilitaba (con la recomendación e incluso con la compra de partidas
para distribuir entre los alumnos carenciados) sectores de mercado que
le eran inaccesibles22. Según consigna Spregelburd,
la organización del sistema educativo constituyó un factor central en la
ampliación de la circulación de impresos. Esta afirmación no se refiere solo
al aumento del público alfabetizado, sino también a la creación de una nueva
demanda: la del texto escolar [Spregelburd, 2004, p. 169].
la fundación Poder Ciudadano (2005), cuya responsable en el área de Educación
es Silvina Gvirtz, en el que se establece el marco para que el proceso de selección
y compra de manuales para entregar gratuitamente a las escuelas de las provincias
sea transparente. El informe revisa el procedimiento anterior, llevado a cabo en el
año 2002 y señala los motivos por los cuales fue anulado por el entonces ministro
de Educación, Daniel Filmus. Propone una modalidad más clara y más equitativa
de selección de la Comisión encargada de evaluar los textos y la modalidad de
compra directa, de manera de garantizar la calidad, la transparencia en la elección,
y los precios que debe pagar el Ministerio por la compra.
22. En la actualidad las editoriales, cuyos amplios canales de distribución les permiten
acceder incluso a otros países, continúan con la modalidad de vender partidas al
Ministerio. Éste pasó de distribuidor a garante de acceso al material por parte de
todos los sectores y cumplir con esto una función asistencialista. En este acto se
está confirmando nuevamente la necesidad y obligatoriedad de uso del manual
escolar como herramienta de aprendizaje. Tal como mostrábamos en apartados
anteriores, después de largas pujas entre las empresas editoriales y funcionarios
del gobierno, quedó depositada en el Ministerio la responsabilidad de garantizar
la posesión del libro de texto: “Capítulo X, Artículo 51 de la Ley de Educación
Nacional (2007): El Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología, en acuerdo
con el Consejo Federal de Educación, es responsable de definir las medidas
necesarias para que los servicios educativos brindados en zonas rurales alcancen
niveles de calidad equivalente a los urbanos. Los criterios generales que deben
orientar dichas medidas son: e) proveer los recursos pedagógicos y materiales
necesarios para la escolarización de los/as alumnos/as y estudiantes del medio
rural tales como textos, equipamiento informático, televisión educativa, instalaciones y equipamiento para la educación física y la práctica deportiva, comedores
escolares, residencias y transporte, entre otros”.
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Organismos estatales de selección y control de manuales escolares
El control de los libros de texto en la actualidad
Actualmente no se conoce ninguna comisión encargada de estos
menesteres, sino que las comisiones de manuales escolares se constituyen ad hoc para evaluar el material presentado por las editoriales
comerciales a la licitación para la compra de libros de texto por parte
del ministerio23.
Tal como señala Linares (2005), la eliminación de las regulaciones
sobre los libros de lectura operadas progresivamente hasta mediados de
los años setenta y ratificadas en la recuperación de la democracia pudo
haber sido interpretada como un avance en relación con las normas represivas existentes durante el siglo XX en relación con el material de lectura
escolar.
23. Algunas afirmaciones del ministro de Educación, Daniel Filmus, a cuento de la
compra de libros para las escuelas son elocuentes en relación a la concepción imperante sobre uso del libro en la escuela y el grave problema del acceso a ese bien
económico por parte de la población. Durante el acto de presentación del Programa
Global de Compra de Libros 2004-2006, realizado el 12 de octubre de 2004 Filmus
expresó que “el Gobierno Nacional realizará una inversión récord para continuar
las acciones iniciadas para la incorporación del libro en el sistema educativo” y
señaló “El haber planteado el acceso al libro como una política de Estado desde que
iniciamos la gestión, hace que los docentes comiencen a sentirse más autorizados
para exigir el uso del libro en las escuelas. Si el Estado llega todos aquellos niños
y jóvenes que no pueden comprar su libro, contribuirá a que el docente tenga derecho a exigir más lectura en el aula”. La entrega gratuita consiste en libros de texto
(manuales) y en textos literarios. En relación con los primeros, las afirmaciones
corroboran que el uso del libro de texto en la escuela es una premisa instalada en el
imaginario de las Ciencias de la Educación. Además, la práctica usual de emplear
el mismo libro de texto para el trabajo con todos los alumnos es afianzada con la
entrega gratuita por parte del Estado del mismo libro para los alumnos del mismo
año (que, si bien no está indicada en la cita, lo confirman las comunicaciones informales que mantenemos con escuelas de la Provincia de Buenos Aires). En relación
ambos tipos de texto, es interesante reponer el presupuesto de que la posesión del
libro garantiza la práctica de lectura escolar; esta vinculación olvida la necesaria
intervención docente y confirma la relación sin intermediarios que las editoriales
intentan construir con los alumnos a partir de estrategias lingüísticas operadas en
el manual escolar. En Taboada (2006, p. 547) se corrobora esta idea con la cita de
un docente: “los chicos si no tiene un libro no leen. No leen. Entonces, así [con la
posesión del libro] me favorece la lectura.”
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Finalmente en el último período, que comienza en 1983, la demanda del
mercado decidió sobre los valores y conocimientos a transmitir. El gobierno
democrático comenzó un proceso de desregulación transfiriendo las responsabilidades al mercado editorial ya que se supone que la regulación estaba en
contra de la libertad del docente y del desarrollo de los libros escolares. La
educación se volvió una “razón del mercado” [Linares, 2005, p. 30].
Quizá se haya entendido que esta medida de no-regulación era más democrática que el ajuste a reglamentos que, por otro lado, como ya observamos,
tenían cuarenta años de vigencia [idem, p. 108].
Estas interpretaciones explican la proliferación de argumentos de
raigambre neoliberal como el que presentamos a continuación. Este tipo
de concepciones han permitido que el creciente espacio ocupado por la
industria editorial contara con importantes reaseguros. Por un lado, al quedar huérfanos de auxilio ministerial y escasos de formación disciplinar,
los docentes carecen de herramientas para la selección de los libros de
texto y están expuestos a las propuestas editoriales. Por otro lado, la instauración del uso del libro de texto como una práctica escolar necesaria,
abonada a lo largo del siglo XX, silencia las propuestas alternativas que
reconsideran esta obligatoriedad. Las conmina, además, al arduo trabajo
de organizar la planificación en función de la variedad y labilidad de los
Contenidos Comunes o Núcleos de Aprendizajes Prioritarios (NAP) y
diseñar luego el material24.
Dos artículos publicados en los años noventa en uno de los canales
de difusión del Ministerio de Educación, la revista Zona Educativa, nos
permiten entrever las representaciones de la relación de los maestros con
el libro de texto en la palabra de supuestos especialistas. Estas concepciones, que atienden a la forma de seleccionar el libro de texto y cómo
24. Tal vez conviene señalar aquí que ninguna de las gestiones político-educativas
hasta la actualidad han previsto un salario mayor al monto que delimita la línea
de pobreza en Argentina para los docentes que desarrollan las tareas mencionadas.
Estas condiciones materiales son, entre otras tales como la deficiente formación,
las que impedirían el cumplimiento de las obligaciones de planificación y diseño.
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Organismos estatales de selección y control de manuales escolares
debe emplearse en el aula, responden a un principio orientador de las
prácticas de selección en el mercado de consumo.
En pocos días reciben gran cantidad de material para analizar, evaluar y
elegir cuál será el libro que utilizarán durante el año. [...] Pero, ¿cómo hacerlo
con profesionalismo?, ¿con qué herramientas?, ¿qué hay que hacer y qué hay
que tratar de evitar? [S/A, 1997, p. 16].
Veamos entonces, en qué consiste una elección del libro de texto en
tanto que “profesionales” de la educación.
A la hora de evaluar el texto es bueno pensarlo por lo menos de tres maneras diferentes: como medio de comunicación (tanto verbal como gráfica),
como elemento del proceso de enseñanza-aprendizaje y como mediador de
los CBC y de las distintas ciencias y asignaturas. [...] El texto escrito ofrece el
contenido, las actividades, los ejercicios y otros elementos como resúmenes,
lecturas complementarias, bibliografías, curiosidades y otros elementos [Zona
Educativa, 1997, p. 17].
Es destacable el hecho de que en esta revista se considere al libro
de texto un medio de comunicación (preanunciando lo que la Ley de
Educación Nacional corroboraría más tarde al incluirlo junto con los
medios masivos en la libre regulación) y, al mismo tiempo, mediador
(entre los maestros/alumnos, y la ley) con lo que debería quedar bajo la
órbita y el control estatal (regulador del ejercicio escolar).
La desprofesionalización docente que permitió la instalación de
un manual que se comunicara directamente con los alumnos25 se toma
como un hecho al suponer que los docentes necesitan una guía para
seleccionar el material para sus clases. Se los llama “profesionales” y a
la vez les indica las pautas de selección que los docentes debieron haber
desarrollado en las instancias de su formación. En efecto, en el artículo
se sugiere que el docente considere, entre otras cosas:
25. Estas afirmaciones se encuentran desarrolladas en López García (2004).
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si las páginas tienen la cantidad adecuada de información, o si están muy
vacías o muy llenas. [...] Qué hay que evitar: [...] la tapa, el colorido, las imágenes son solo algunas de las cosas que hay que evaluar, pero no las únicas
ni las más importantes [...] ni dejarse convencer por las promociones de las
editoriales. Las promociones y los obsequios de las editoriales son útiles y
necesarios. Ayudan a ampliar el panorama y a conocer las opciones sobre las
que se puede elegir y trabajar. Pero la que más libros regala no tiene por qué
ser la que mejores textos hace [S/A, 1997, p. 17].
Si bien la Ley de Educación de 1994 modificó la forma de concebir
la labor docente y ha dejado a su criterio decisiones sobre el material, los
recursos didácticos etc. este tipo de textos dejan entrever que la práctica
docente es pensada por los ámbitos de decisión como una zona liberada,
en manos de agentes que no cuentan con la necesaria formación para
operar en el margen que les es otorgado26.
Esta tensión entre considerar a los docentes alumnos y, a la vez,
profesionales se manifiesta en formas variadas. Mientras que párrafos
antes guiaban su elección en los aspectos más superficiales, en la cita
que sigue se les pide un nivel de conocimiento con el que el docente no
cuenta27.
La información que contiene debe ser veraz, válida, objetiva28. Los datos deben estar suficientemente actualizados, lo mismo que la bibliografía,
las ilustraciones y todos aquellos elementos que aportan información a los
alumnos” [S/A, 1997, p. 18].
26. Tal como señala Linares, “la eliminación de las regulaciones sobre los libros de lectura
pudo haberse leído en su momento como uno más de los pasos para la eliminación
de las normas represivas. Cuando las ideologías neoliberales-neoconservadoras
comenzaron a ser hegemónicas durante el gobierno de Carlos Menem esta idea de
des-regular en función de una mayor democratización fue, en definitiva, funcional a
estas ideas” (Linares, 2005, p. 108). Creemos que éste es el principal argumento por el
cual las editoriales encuentran un espacio tan fructífero para insertar sus productos.
27. Creemos que esto se debe al conocido déficit en las instancias de formación terciaria (un curso de tres años para el trabajo en todas las asignaturas, y condiciones
laborales que no facilitan la formación continua).
28. Antes decía: “es bueno observar [...] si el modelo pedagógico incluye mecanismos
para ver el texto como un medio y no como una verdad indiscutible y absoluta”.
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Organismos estatales de selección y control de manuales escolares
Otras variables a considerar son, por ejemplo: si al maestro “le gusta
que el libro proponga ejercicios y a otros les gusta redactarlos personalmente” (S/A, 1997, p. 18).
No es nuestro interés hacer hincapié en problemáticas sobre las
que se ha escrito suficiente, sino mostrar las tensiones ideológicas a
las que los docentes están expuestos sin herramientas que les permitan
posicionarse críticamente. Este texto que citamos pone de manifiesto las
representaciones que los docentes tienen de su tarea, de los saberes con
los que deberían contar y con la evaluación que deben hacer de un libro
y, con ello, exponen las características que se espera que el libro de texto
reúna. Estos factores constituyen los ejes de selección de los manuales
escolares que, ayunos de todo auxilio ministerial, recaen en la experticia
y el compromiso de los docentes, a su vez expuestos a la profusa oferta
del mercado editorial.
El libro de texto como producto de mercado
Posturas como la nuestra pueden ser interpretadas como intentos
de alentar la regulación autoritaria de la circulación de libros escolares
en Argentina. Una forma de entender la regulación estatal de los libros
de texto por parte de posiciones neoliberales se puede ver en el artículo de Sergio España (1999) “Las políticas públicas y los libros en las
escuelas”. En Zona Educativa, el subsecretario de gestión educativa y
posteriormente Secretario de Programación y Evaluación Educativa
(durante 1997) señala:
Hace 20 años los argentinos sufríamos el más crudo autoritarismo, que
prohibía centenares de títulos por la sola sospecha de expresar pensamientos
distintos de quien ostentaba el poder [...] ¿cómo suponer que ello no impactaría
seriamente en la relación que se va construyendo entre el libro y el lector que
en las escuelas y universidades se va formando en la tarea cotidiana? [S/A,
1999, p. 41].
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Por si fuera poco, a ello se sumaron interpretaciones extremas de corrientes pedagógicas que terminaron cuestionando los libros por “demasiado
rígidos para los chicos, que los manuales eran poco creativos o los textos
limitaban la imaginación.” [...] Fueron casi 20 años y administraciones que,
por autoritarismo o por erradas concepciones alejaron al libro de las prácticas
cotidianas de aprendizaje [España, 1999, p. 42].
Ambas afirmaciones se apoyan sobre la premisa de que los libros de
texto son un instrumento de uso inapelable en el contexto escolar.
El Estado, en lugar de prohibir debe fomentar su uso, y esto significa que
ayuda a quien no puede comprar entregándole el libro para que esté en igualdad
de posibilidades con quienes efectivamente pueden hacerlo [idem, p. 42].
En el marco de esa premisa, se alienta la proliferación de libros que
garanticen una presunta libertad ideológica, creatividad y cercanía con
la práctica concreta. El hecho de que no se mencione la calidad de los
contenidos no parece menor. Por otro lado, creemos que la calidad no
reside necesariamente en la diversidad, sino, entre otros factores, en la
capacidad de los usuarios de seleccionar el material. La realidad es que
los maestros buscan libros que les solucionen la tarea diaria frente a los
alumnos29 y esto es lo que ofrecen las múltiples y variadas propuestas
de las editoriales. De este modo, el mercado ejerce el “crudo autoritarismo”.
No existe en Argentina el “libro oficial”. Por el contrario, se propicia la
más amplia diversidad de producción, para que el sector privado desarrolle
creativamente el material que luego será utilizado por docentes y alumnos con
29. Los maestros suelen privilegiar esta variable frente a la presentación de determinados contenidos o la presencia de cierta corriente pedagógica. Esto explica que
suelan instar a sus alumnos a comprar el mismo libro para el uso en el aula; una
de las funciones de esta práctica es controlar más fácilmente las tareas escolares y
“descansar” en las propuestas ofrecidas por las editoriales.
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Organismos estatales de selección y control de manuales escolares
la más absoluta libertad de elección del libro más adecuado. [...] En esto hay
que hacer público el reconocimiento a la participación de la Cámara Argentina
del Libro, que con su presencia institucional permitió dar máximas garantías
a todos los interesados. [...] Por eso las editoriales necesitaban confiabilidad
en la reforma, certeza de que no se trataba de una linda idea pasajera ni una
nueva moda, sino de un proyecto a largo plazo: única forma de emprender el
desafío de renovar la producción editorial educativa [S/A, 1999, pp. 42-43].
El Estado argentino de los años noventa permitió renovar el mercado
editorial al costo de adscribirlo al sistema liberal de oferta y demanda de
bienes y servicios. En efecto, en la cita anterior queda en evidencia el
resguardo de un mercado liberado que el Estado garantiza a las empresas
editoriales. Creemos que este encuadre ideológico sigue su curso hasta
la actualidad. La Ley de Educación Nacional n. 26.206 del año 2007 les
otorga a las empresas un espacio de decisión sobre los materiales que se
produzcan y circulen en los espacios educativos. Es decir que las editoriales gozarán de la potestad de evaluar, en conjunto con el Ministerio
de Educación, el material que ellas mismas producen.
El Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología creará un Consejo Consultivo constituido por representantes de los medios de comunicación escritos,
radiales y televisivos, de los organismos representativos de los anunciantes
publicitarios y del Consejo Federal de Educación, con el objeto de promover
mayores niveles de responsabilidad y compromiso de los medios masivos de
comunicación con la tarea educativa de niños y jóvenes [Título VII, Educación,
nuevas tecnologías y medios de comunicación, art. 103, p. 21].
En esta ley, el Estado se libera definitivamente de la tarea de control
del material y exhorta a las empresas a que asuman el compromiso de
elaborar productos conforme a “ética” y “valores” no especificados:
o) Comprometer a los medios masivos de comunicación a asumir mayores grados de responsabilidad ética y social por los contenidos y valores que
transmiten [Capítulo II, Fines y objetivos de la política educativa nacional,
art. 11, p. 2].
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Promoción, distribución y venta de textos escolares
en la actualidad
Una de las estrategias de venta de las editoriales en la actualidad se
apoya en la inestimable ayuda que los ejercicios de los libros de texto les
prestan a los maestros. En efecto, la presencia de ejercicios y actividades
en el manual constituye un excelente argumento para la adopción de textos escolares por parte de los docentes. Este hecho tiene un antecedente
en buena parte de las versiones de las resoluciones de CNE:
Art. 56º c) que no se incluyan ejercicios de léxico, cuestionarios ni ningún
otro texto adicional destinado a impartir conocimientos que por su naturaleza
correspondan al maestro [Consejo Nacional del Educación, 1941, p. 34; art.
50 c) en la versión de 1957 del Ministerio y art. 53 h) en la versión de 1957
de la CNE].
En la práctica del aula, los maestros seleccionan los manuales de
acuerdo con criterios personales y en pocos casos institucionales. La
figura del promotor que recorre las escuelas publicitando las bondades
del material de cada editorial se tornó central y son pocos los directivos
que cumplen el Reglamento General de Escuelas vigente, que prohíbe
la venta de manuales en las escuelas y la entrada de ajenos para su promoción.
Este proceder es mencionado por Linares en su texto, allí registra la
práctica de promoción hacia el año 1956. De ese mismo año toma una
cita de la revista La Obra donde se corrobora la práctica:
Debido a que en las actuales circunstancias estamos dedicados a la urgente
tarea de reimprimir los textos de nuestro sello recientemente autorizados por
el Ministerio de Educación de la Nación, deploramos hallarnos en la imposibilidad de obsequiar a los señores docentes con los respectivos ejemplares
correspondientes a los grados a su cargo, tal como hemos procedido siempre
en cumplimiento de una norma ya tradicional en la Editorial Estrada [la obra
n. 536, abr. 1956, apud Linares, 2004, p. 187].
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Organismos estatales de selección y control de manuales escolares
En otros trabajos (ver López García, 2004, 2006) mostramos la
ineludible función de reemplazo o, por lo menos, acompañamiento a los
maestros que en la actualidad cumplen los manuales escolares. Concientes de esa función y sin riesgo de ofensa por parte de los interesados,
las editoriales incluyen en sus páginas web y en los catálogos impresos
que distribuyen entre los docentes el siguiente material de apoyo: “Planificación didáctica para todas las jurisdicciones”; “guías de trabajos
suplementarios fotocopiables”; “una variedad de láminas que acompañan
el trabajo diario con esta propuesta”; “Discos con cuentos completos
narrados por cuentistas profesionales”; “completa guía de trabajos
suplementarios fotocopiables. (Catálogo de Novedades EGB 1/EPB 1,
2007, Editorial Puerto de Palos). También: “Incluye[n] la planificación
didáctica para todas las jurisdicciones según los CBC y los NAP y las
soluciones a todas las actividades del libro”; “las soluciones a todas las
actividades del libro [de Matemática/Ciencias Sociales/Ciencias Naturales de Segundo Ciclo] para facilitar la tarea de corrección” (Catálogo
de Novedades EGB 2/EPB, 2007, Editorial Puerto de Palos).
La promoción de estos anexos para el docente que acompañan los
libros de texto constituye una estrategia de venta en el sentido de que
ostenta la suficiente provisión de actividades para trabajar en el aula y,
con ella, garantiza al maestro independencia y a los padres el aprendizaje
de los contenidos del año por parte de sus hijos.
Por medio de esta oferta se afianzan las representaciones sobre la
tarea docente y sobre las atribuciones que revisten su función. El hecho
de que no se considere como función correspondiente estrictamente al
docente la planificación de su propia tarea, la selección de contenidos
adecuados al contexto inmediato (obligación señalada en los CBC, que
permite explicar la extensión y labilidad de los mismos) y el diseño de
actividades para trabajar los contenidos construye a un docente cuyas
actividades son, consecuentemente, otras. Podemos pensar dos opciones:
a los docentes les corresponden o bien tareas asistencialistas (ya señaladas por gran cantidad de trabajos de corte sociológico provenientes de
las Ciencias de la Educación), o bien la tarea de organizar/coordinar las
actividades propuestas por los libros de texto. En ambos casos se des38
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plaza el rol docente hacia actividades no disciplinares y se los despoja
del poder simbólico que la institución escolar otorga a los que portan el
saber. Esto explica que los padres exijan como garantía del aprendizaje
de sus hijos la compra de determinado manual para el trabajo en el aula30.
En efecto, en la página web de la Editorial Estrada, por ejemplo, bajo el
link “solicitá promotor” se pide consignar la ocupación del que escribe y
las opciones predeterminadas son: “asesor pedagógico, auxiliar docente,
bibliotecario, directivo, docente, estudiante, padre”.
No obstante, este tipo de promociones (verbales, impresas o, en la
actualidad, virtuales) han sido objeto de prohibiciones explícitas. En el
reglamento de 1957, art. 35:
Queda terminantemente prohibido, bajo responsabilidad de los directores,
efectuar en las escuelas actos de propaganda comercial en favor o en contra
de determinado libro. Los interesados limitarán su gestión al envío de obras,
circulares y folletos explicativos [CNE, 1957, p. 6; también art. 34 del Reglamento del Ministerio de Educación de la Nación, 1957, p. 10].
En el reglamento de la CNE de 1965 esta prerrogativa desaparece
junto con el concurso.
Más tarde encontramos en los artículos 149, 150 y 152 del Reglamento General de Escuelas, Obligaciones Comunes al Personal del Ministerio
de Educación de la Provincia de Buenos Aires vigente al año 2007:
Artículo 149: Prohibiciones
3. Vender libros y útiles escolares, por su cuenta o por la de terceros, dentro de
la jurisdicción escolar o hacer propaganda en favor de determinados materiales.
4. Permitir o estimular dentro de los locales escolares la acción de agentes
comerciales o vendedores de productos [decreto n. 6.013/58 del Poder Eje-
30. Que figuran en Carbone y Rodríguez (1996), Carbone et al. (2001), Contursi, Nogueira y Miñones (2003) y Grinberg (1995).
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cutivo de la Provincia de Buenos Aires, n. 619, anexo al Reglamento General
de Escuelas Públicas].
En la actualidad, la entrada de promotores a las escuelas, prohibida
por el Reglamento General de Escuelas vigente, es, no obstante, una
práctica corriente. Se ha instalado hace ya varios años31 como una de
las actividades primordiales del inicio del trabajo anual de los maestros
(período previo al comienzo de clases de los alumnos reservado exclusivamente para la organización docente e institucional) la elección del
libro de texto y la coordinación con las colegas de otras áreas u otros
años. La tarea de elección se lleva a cabo con el asesoramiento de los
promotores de las distintas editoriales, que llevan a las escuelas el material a promocionar y se reúnen a tal fin con las docentes interesadas.
Esta práctica lleva años instalada en las escuelas a pesar de su expresa
prohibición. La editoriales constatan la práctica alentándola desde los
mecanismos de promoción. En todas las páginas web de las editoriales
existe el link “solicitar promotor”, allí se pide ingresar nombre y cargo
del que consulta la página, aunque lo destacable no es que confirmen
la expresa violación del Reglamento General de Escuelas ofreciendo
promoción personalizada, sino que, además, la confirmen con el pedido
de ingreso de la dirección postal (no del que solicita promotor sino) de
la escuela.
Conclusiones
Las Comisiones de Regulación de Textos escolares han contribuido
a generar, a lo largo del siglo XX, la idea del uso inapelable del libro
de texto en la escuela. Esta representación de las tareas de enseñanza
y aprendizaje escolar acompaña y permite explicar el fortalecimiento
de la industria editorial vinculada con este ámbito. En el trabajo hemos
31. Según obtuvimos en entrevistas informales con docentes de escuela primaria de la
Provincia de Buenos Aires.
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mostrado cómo la CNE, en las gestiones correspondientes a los distintos
gobiernos, intentó conservar para el Estado la potestad de decidir qué libros se adecuaban a su proyecto ideológico y convertir al libro de texto en
una herramienta política. Además, hemos visto que la evolución a través
de los años de los reglamentos de concurso y evaluación tendió hacia la
relajación en las prescripciones y en la apertura a las decisiones de los
editores e imprenteros. Con esta pretensión se logró también afianzar el
lugar del libro de texto en la escuela y alentar la participación del mercado
en su producción. Este último aspecto se tornó crucial especialmente en
el marco de un desprendimiento paulatino de las funciones de control y
selección, y el traspaso de estas funciones de manos del Estado a manos
de los maestros y editoriales.
De este modo, lo que se originó como una colaboración entre las
propuestas estatales y las tecnologías del mercado se fue inclinando
hacia la validación por parte del Estado de las conveniencias de las empresas. En efecto, buena parte de las editoriales de gran circulación en
la actualidad son las que, a lo largo del siglo XX, supieron construir un
perfil ligado al ámbito educativo y consolidaron una imagen vinculada
con la garantía del aprendizaje de los contenidos obligatorios. Son estas
editoriales las que en la actualidad deciden la selección de temas que se
trabajarán en el ámbito escolar y la corriente didáctica a la que adscribirán
las prácticas de los maestros que opten por el uso de sus productos. Entre
las consecuencias más peligrosas contamos la capacidad de decisión que
actualmente tiene la industria del libro en los aspectos pedagógicos y,
en especial, en relación con la variedad lingüística a implementar en el
ámbito escolar.
Por otro lado, la inversión de los roles del Estado y las empresas que,
como hemos visto, tuvo lugar a lo largo del siglo pasado, y la instauración de la obligatoriedad de su uso repercutió en que, en la actualidad, el
Estado se ve obligado a garantizar el acceso de todos los sectores de la
población a los libros de texto. La compra de partidas de libros para su
entrega gratuita a las escuelas de escasos recursos atiende a esta función
que el Estado ha asumido.
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Este hecho corrobora, no obstante, la diferencia de clase. El libro
gratuito lleva la marca estigmatizante de la imposibilidad de elegir que
coarta a maestros y padres; y, a pesar de que es el Ministerio de Educación
el que los selecciona, carga con la duda sobre su contenido. Esto se debe
a que las formulaciones discursivas asociadas al libro de texto no pueden
valorarse haciendo abstracción de las condiciones reales de inserción. La
actualidad en el tratamiento de los temas, la incorporación de las nuevas
tecnologías de impresión, el acceso a la información disciplinar específica,
la complementación con material anexo, la capacitación para el uso del
material a partir de cursos gratuitos para maestros etc. son las garantías
que ofrecen las editoriales comerciales para el aprendizaje de los alumnos.
Esta representación que han sabido generar las editoriales de sí mismas
imprimen al libro gratuito las características de su lugar de inserción: la
formación del docente y las posibilidades económicas de las escuela y
los alumnos. En ese sentido, el Estado convierte la entrega de libros en
otra forma de asistencialismo (en nombre de las libertades y garantías de
acceso al libro) y resguarda las representaciones de las editoriales y la
portación de sus productos como fuentes de los saberes que facilitan el
ascenso social.
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Endereço para correspondência:
María López García
Marcelo T. de Alvear, 1.694 (1.060)
Buenos Aires – Argentina
E-mail:
[email protected]
Recebido em: 19 nov. 2008
Aprovado em: 1 dez. 2008
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