Derechos trans y feminismo (algún feminismo)
Cuando pase el tiempo se verá la histeria y la paranoia en la que cayó una parte del feminismo con la cuestión de la ley trans. Ahí están algunas feministas en pie de guerra, contra una ley que replica lo que ya existe hace años en todas las Comunidades Autónomas y que afecta, en el mejor de los casos, a un 0.1 de la población. Un grupo de población vulnerable según todos los estándares de vulnerabilidad conocidos. Pero…ese 0.1 tiene un poder fabuloso: las mujeres borradas, todo el feminismo negado, los niños y las niñas en peligro, la sociedad a punto de descarrilar, el mal apostado en cualquier esquina. La amenaza absoluta con la intención de generar un pánico moral de libro que, en tiempos de crisis y dolores varios, siempre funcionan. Algún día alguien tendrá que arrepentirse por el apoyo dado al uso estratégico de los bulos, al uso consciente de la mentira para ganar una guerra política y de poder sin importar la inmensa crueldad, el odio y la deshumanización desatados contra una minoría vulnerable. (Sí, ya sé que parte del asunto es negar que sean vulnerables; pero eso es, precisamente, una de las partes más terribles del asunto, esa misma negación, ese convertir a esa población en chivo expiatorio de otras cuestiones que no se visibilizan). Se ha generado una violencia extrema en redes (y fuera de las redes) que busca humillar, deshumanizar y presentar la mera existencia de estas personas como un peligro. Se llama “Manolo” a las mujeres trans con ánimo exclusivo de humillación, porque no se merecen otra cosa. Si no se merecen otra cosa que la humillación, lo siguiente es pensar que no se merecen otra cosa que la violencia, porque, en definitiva, no se va contra esta ley, se va contra estas personas, se están negando derechos que recogieron las leyes hace casi 25 años. Además, recordemos, no es verdad que sufran agresiones, las cifras están manipuladas, es una conspiración global a su favor y si no quieren sufrir agresiones que sean normales. Todo esto tiene traslación a la vida real en el aumento de la violencia contra ellxs pero también en la creación de una sociedad trumpista, que finalmente nos afectará a todas.
Algún día alguien reconocerá que no fue buena idea convertir a Judith Butler, una filósofa compleja y con aspectos discutibles, criticable, claro, como cualquier teórica, pero fundamental en la historia de las ideas del siglo XX, en aquello mismo en lo que la han convertido los evangélicos brasileños cuando la perseguían por un aeropuerto enarbolando unas cruces y queriendo quemarla en una hoguera, mientras la llamaban “bruja”. Esas mismas hogueras en las que arderíamos la mayoría de nosotras si alguien tuviera finalmente el poder de quemar a Judith Butler. Se ignora, además, las críticas que las propias personas trans le hicieron a Butler, que critica el esencialismo de género tanto como el biologicista. Muchas se han convertido en esos evangélicos aterrados que identifican a la filósofa con el mismo diablo. El “generismo queer” es el gran invento para ayudar a prender fuego a algunas teorías filosóficas; un supuesto subtexto perverso y oculto que late debajo de cualquier reivindicación de derechos trans pero también de cualquier cosa que no guste. El generismo queer son los protocolos de los sabios de Sión, y combatirlo lo justifica todo; incluso admirar y alentar a unos señoros que en su vida han leído un libro de feminismo, pero que ahora los escriben y dan lecciones. Algún día alguien se avergonzará de haber defendido desde la academia, por pura estrategia política, la zafiedad intelectual más descarnada.
Alguien algún día se arrepentirá del apoyo dado a esa extrema derecha global que inventó la llamada “ideología de género” para combatir al feminismo, una estupidez reaccionaria de la que hace pocos años cualquier feminista sensata hacía mofa. Para sus creadores, evangélicos de extrema derecha, la ideología de género es la gran amenaza, equiparable al comunismo. La ideología de género ha animado las campañas de Bolsonaro, de Orban, de Putin, de la derecha polaca, impidió que se aprobaran los acuerdos de Paz en Colombia, se ha usado para pedir el voto a favor de la permanencia de la constitución pinochetista…y por supuesto, es la línea argumental de la extrema derecha mundial. Para acabar con las leyes trans, alguien desde determinado sector del feminismo decidió que era bueno unirse a esa ideología y que, por tanto, había que proscribir una de las herramientas políticas y teóricas más útiles que ha tenido el feminismo, el concepto de género (hipertrofiado, en mi opinión, pero necesario) En algún momento alguien tendrá que explicar por qué algunas feministas terminaron del mismo lado que la ideología más reaccionaria de las que campan por el mundo. El género ya no existe, volvamos a la biología, a la naturaleza y, sobre todo , a la ciencia. ¡La ciencia sobre el sexo, que tanto ha hecho por el feminismo y por aclararnos lo que son los hombres y las mujeres! Defendamos ahora que “lo importante es tener clara la función reproductiva que el recién nacido bebé desempeñará en el futuro”, frase literal de un libro alabado por teóricas feministas, escrito por un señor que, al menos cuando escribe sobre feminismo, da vergüenza.
Sobre todo, ese sector ha decidido que es buena cosa hablar por ellas, por las personas trans, no hablar con ellas, ni leerlas, ni escucharlas con interés y seriedad, no vaya a ser que se las llegue a situar en pie de igualdad intelectual. Tampoco se les permite escoger cómo llamarse a sí mismas porque alguien, desde fuera ha decidido que usar “personas trans” es parte del problema, que ese nombre las hace parecer inofensivas; así que hay que llamarlas como nos dé la gana: transgénero, transhumanas, transexuales …no como ellas han decidido llamarse a sí mismas, porque se empieza reconociendo que los grupos sociales minoritarios tienen derecho a escoger cómo quieren ser nombrados…y se acaba teniendo que usar el femenino en los discursos. Desde ahí se defiende que para discutir de los derechos trans hay que escuchar a expertas que no son trans, que no han hablado con ninguna persona trans y que sienten una evidente animadversión hacia ellas. Es lo normal. Cuando hablemos de aborto, escuchemos a los provida y cuando hablemos de familias traigamos al Foro de la familia, que tienen muchos expertos. ¡Es que la transexualidad afecta a las mujeres, me dicen! Ya, y el matrimonio igualitario afecta a la familia y el aborto afecta a los hombres. Sigamos ese camino. Reivindiquemos a la ciencia oficial, a los expertos, y a la naturaleza que nos sexa, todos grandes aliados de siempre del feminismo. Y, ya puestas, vamos con todo: Soros, los judíos, la ONU, la UE y las agencias internacionales, todo ello el mal internacional conspirando para que las sociedades occidentales asuman la perversa agenda trans incrustada en la Agenda 2030 de manera sibilina, después de la cual no volverá a crecer la hierba. Ahora es posible leer, en el mismo post, que las asociaciones lgtb son financiadas por Trump, por Soros, por la ONU, por la extrema derecha y por la izquierda posmoderna. Sobre todo, no nos olvidemos de las industrias farmacéuticas, que lo mismo sirven para hacer negocios con la transexualidad, que para hacer negocio con los embriones y los fetos provenientes de abortos; que quieren hormonar a todo el mundo y por eso, se supone, están detrás de una ley que, precisamente, pretende convertir la hormonación en no obligatoria. Mi opinión sobre las farmacéuticas no ha cambiado con la cuestión trans, opino que hay que nacionalizarlas.
Han impuesto el insulto y la negación en lugar de la conversación, se trata a cualquiera que no esté de acuerdo como enemiga mortal, se niega cualquier posible alianza entre mujeres, o entre mujeres y otros sectores sociales, en momentos en que los derechos fundamentales de las mujeres están en grave riesgo por el avance de la extrema derecha y no por ninguna ley trans. Se ha impuesto la estrategia de tratar a cualquiera que no coincida en todo como el mal que hay que borrar de la faz de la tierra. Y mientras, se deja que crezca el monstruo que sí quiere borrarnos, literalmente. Se asumen acríticamente los discursos de ese monstruo. Y mientras, el capital político acumulado por el feminismo en los últimos años se nos escurre entre los dedos.
Y se niega que detrás de todo, además de los intereses políticos descarnados y muy evidentes de las personas que han comandado esta operación, está, para la mayoría y como siempre, el miedo. Miedo a que las fronteras del género (¿o el sexo?) se diluyan (ese miedo terrible ha estado siempre ahí, y siempre ha producido monstruos), que algo o alguien ocupe nuestro espacio. Miedo a lo desconocido, a la duda, miedo a lo que no se entiende bien, miedo a la pérdida del privilegio epistémico, miedo a una sociedad que comprendemos sólo a medias, miedo a una generación que nos hace poco caso, miedo a las jóvenes que no reconocen nuestro magisterio y que enuncian un feminismo que nos cuesta a veces reconocer. Todos ellos miedos humanos que tradicionalmente se combaten culpando a otras de todo. Y finalmente, buscando destruir a esos otros/as. Sólo que, hasta ahora, las personas de izquierdas trabajábamos en autovacunarnos contra esos miedos. Es como si se hubieran roto las barreras que nos separan de la barbarie.
Por mi parte, yo soy una feminista radical ya mayor que sin duda tiene algunos prejuicios, producto de un mundo que era otro antes de ayer; que tiene dudas pero también convicciones firmes. Tengo dudas sobre cuestiones complejas que tienen que ver con la conceptualización del sexo y del género (sí, ya sabemos también que eso ha pasado de ser un tema central del feminismo a ser una cosa completamente banal que ni siquiera hace falta pensar) Como feminista radical tengo muchísimas diferencias con la teoría queer, diferencias intelectuales que me estimulan al debate, a la lectura y que, a veces, incluso me iluminan. Pero, sobre todo, las reivindicaciones de las personas trans no me producen ninguna inquietud. Apoyo cualquier medida que haga mejor y más habitables las vidas de otras personas. Creo que hay cuestiones que son teóricamente muy abstractas y otras vivenciales e irreductibles a las que es complicado acercarse del todo desde fuera. Respeto esas experiencias, escucho, aprendo, discuto a veces, y sigo teniendo dudas. Pero mis dudas no son más importantes que sus vidas. Además, tengo algunas certezas muy asentadas: las leyes tienen que permitir que las personas vivan mejor, las sociedades que acogen y defienden los derechos de las minorías son siempre sociedades mejores para todas; si hay cuestiones que la extrema derecha global defiende a muerte, esas son las que yo combato a muerte. Las vidas de las personas trans son tan valiosas como cualquier vida y ellas mismas tienen que ser sujetos de las suyas. Reconocer sus derechos sólo daña a la extrema derecha global, pero desde luego no al feminismo, cuyos enemigos son otros.
En todo caso, cuando la ley se apruebe las cosas serán más fáciles para ellas, pero no muy diferentes. Porque la ley no regula nada de lo dicen que regula, ni hormonas, ni operaciones…todo eso ya está regulado hace años y viene ocurriendo sin ningún problema. Lo que se va a aprobar ya está reflejado en muchas leyes autonómicas y en la ley del 2007, sólo que el camino es mucho más incómodo lento y humillante ahora. Lo cierto es que la ley que se pretende aprobar sólo facilita lo que ya existe, lo nombra de mejor manera, reconoce a estas personas más autonomía sobre sí mismas y más protección…
Esta terrible oleada de irracionalidad y pánico pasará y llegará el día en que habrá gente que se arrepienta por no haber contribuido a intentar detener el odio. Yo no quería que me pasara lo mismo.