ARTÍCULO
Las demandas trans* del Tsunami
feminista chileno
Signos de un diálogo transfeminista desde
el activismo y la investigación.
Débora Fernández
UNAB, Chile
[email protected]
Fernández, Débora (2019). “Las demandas trans* del Tsunami feminista chileno. Signos de un
diálogo transfeminista desde el activismo y la investigación”. Cuadernos de Teoría Social 6 (12):
58-85
A RT Í C U LO
Las demandas trans* del Tsunami
feminista chileno
Signos de un diálogo transfeminista desde el
activismo y la investigación
Débora Fernández
RESUMEN
A partir de una perspectiva situada y posthumanista, este ensayo analiza
algunos de los signos del diálogo entre el activismo trans* y los feminismos no hegemónicos en Chile. A la luz de la experiencia personal como
docente, activista y estudiante trans* de posgrado, la autora se propone una
lectura de los efectos, tensiones y precedentes de las demandas trans* del
Tsunami feminista del 2018, centrándose en el reconocimiento de la igualdad de derechos de las identidades trans* en el ámbito educativo. De ese
modo, las demandas de reconocimiento del nombre social de las personas
trans* y la incorporación del lenguaje inclusivo en los procesos formativos
son presentados como un reflejo que da cuenta del vínculo de la justicia
social de los movimientos feministas con las disidencias sexuales y las identidades de género diverso. Una vez tematizado el diferendo político de los
feminismos de mujeres con la apuesta de los transfeminismos, se analizan
dos instrumentos normativos: (1) el “fuera de campo” del Procedimiento de
Uso del Nombre Social de Estudiantes Trans de la UNAB y (2) el concepto de
“expectativa social cisgénero” del estudio Panorama del reconocimiento legal
de la identidad de género en las Américas de la OEA. El ensayo concluye que
los principios de inclusión debiesen ser pensados más allá de las restricciones del “consenso cisnormativo”.
PA L A B R A S C L AV E
activismo trans*, feminismos, demandas sociales, tsunami, cisheteronormatividad
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A RT Í C U LO
The Trans* Demands of the Chilean
Feminist Tsunami
Signs of a Transfeminist Dialogue from Activism and Research
Débora Fernández
A B ST RACT
From a situated posthumanist perspective, this essay analyzes some of the
signs of the dialogue between trans* activism and non-hegemonic feminisms in Chile. In light of her personal experience as a teacher, activist and
trans* graduate student, the author proposes an interpretation of the effects, tensions and precedents of the trans* demands of the Chilean feminist
movement of 2018 so-called Feminist Tsunami focusing on the recognition
of equal rights for trans* identities in education. Considering this, the demands for recognition of trans* people’s social name and the incorporation
of inclusive language in formative educational processes are presented as a
reflection of the social justice nexus formed between feminist movements,
sexual dissidences and diverse gender identities. After addressing political differences between women’s feminism and transfeminist proposals,
two guidelines were analyzed, namely, the ‘off-field’ of the “Procedimiento
de Uso del Nombre Social de Estudiantes Trans” of UNAB (2019) and
the concept of “cisgender social expectation” in the Panorama del reconocimiento legal de la identidad de género en las Américas of OEA (2020).
With that aim this essay concludes that the principles of inclusion should
be conceptualized beyond the restrictions of the “cisnormative consensus”.
KEYWORDS
trans* activism, feminism, social demands, tsunami, cisheteronormativity
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A RT Í C U LO
INTRODUCCIÓN
Entre la fuerza del desacato y la invención de otra relacionalidad con el
cuerpo, la memoria, los derechos, la política y las desigualdades de género,
el Tsunami feminista o Mayo feminista chileno del 2018 reivindicó,
entre sus consignas, dos demandas que le son propias a los movimientos
transfeministas: el reconocimiento del nombre social de las identidades
trans* y el uso del lenguaje inclusivo. El campo de acción de ellas es la
educación. Su objetivo, el reconocimiento de la igualdad de derechos de las
identidades trans* en la experiencia formativa. En este ensayo me interesa
abordar la primera de esas demandas a partir de hechos, contextos, lecturas,
deseos y reflexiones, a partir de mi experiencia propia como profesora de
filosofía, activista e investigadora transfemenina no binarie.
UN TSUNAMI TRANSINCLUSIVO
En un sentido figurado, la marejada de la interrupción de los mecanismos de
sujeción hetero-patriarcales que inundaron las universidades, la Alameda,
las redes sociales y el ancho de banda de los medios de comunicación
nacionales, tuvieron el sabor de la experiencia transinclusiva.
El vínculo con los activismos sexodisidentes fue manifiesto. Lejos de
reducirse al relato del esencialismo de una sublevación identitaria que habría
impugnado la autoridad del orden de dominación de los “hombres sobre las
mujeres”, el género, como dispositivo de regulaciones y normativa de gestión
social, aconteció dislocado en el Tsunami. De su cinética surgieron pulsiones
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A RT Í C U LO
que pusieron en escena una reflexión expansiva sobre los discursos de odio
lesbo-cuir-transfóbicos, los sesgos de los privilegios cisgénero y las prácticas
de discriminación cistémica de las que son objeto las identidades trans*. Lo
que da cuenta de los efectos culturales del activismo de las organizaciones,
las ideas-fuerzas del posthumanismo y de la memoria de las disidencias,
posicionándose en las temporalidades de nuestro campo cultural.
En más de un aspecto, el Tsunami fue consciente de que el
androcentrismo no justifica las formas de desigualdad del “contrato sexual”
sin antes calcular, imponer y administrar, lo que hoy se concibe como el
cistema binario de la diferencia sexual, o lo que en mis propias palabras
acostumbro a llamar la imagen del mundo cis del sistema sexogénero
(Fernández 2020).
Hay una convergencia sísmica con la que inicia la compilación de ensayos
del libro Mayo feminista. La rebelión contra el patriarcado:
Hoy, a cincuenta años de las revueltas de mayo, en las calles
y aulas de nuestro país emerge otro movimiento que esta vez
apunta sus dardos a un objetivo mucho más nítido y específico;
la estructura ideológica patriarcal de la sociedad chilena con
las consiguientes inequidades de género y violencia contra la
mujer, expresadas en el acoso sexual en las aulas de nuestras
universidades (Zerán 2018: 9).
Al oleaje del Tsunami le concierne la emergencia de las revueltas
estudiantiles del Mayo del 68. Zerán las reubica en la trama histórica
de los gestos de emancipación de nuestro país. La irrupción de uno es
la resignificación del otro. La vibración de su resonancia incide así en el
devenir de sus interpretaciones. Es como si una transfiguración epocal a
la altura de los quiebres epistémicos, las filosofías del acontecimiento, la
semiótica, el psicoanálisis y el ejercicio de la deconstrucción se actualizaran,
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desde el punto de vista del segundo sexo, re-hilvanando las resistencias de
su impulso vital.
No obstante, ese inicio marca la costura de la confrontación hacia
las jerarquías, los conservadurismos y el autoritarismo de la impronta
patriarcal, desatendiendo el hecho de que el género se dice, a su vez, de las
disidencias sexuales y de las identidades de género diverso. Su impronta es
la de una notable reconstrucción de la historia del feminismo chileno para
la cual la estructura ideológica patriarcal se torna extrañamente “específica”,
olvidando que mientras que el sentido genérico del concepto hegemónico
de “humanidad” es el género masculino, la experiencia de la discriminación
y la vulneración de derechos es el “genérico” de las subjetividades no
cisgénero, cuya resistencia ha precisado –históricamente– de un diálogo
con el feminismo de las mujeres. Desde mi punto de vista, allí donde dice
específico habría que leer “localizado”, haciendo converger el filum de la
diferencia interna de ambos “Mayos”.
Ahora bien, el libro, en su conjunto, es plenamente consciente del
encuentro y de los desencuentros entre el feminismo de mujeres y la escena
de los activismos transfeministas en nuestro país. Su primer ensayo es, de
hecho, una preciosa ilustración de esto último. A propósito de ello, hay
dos precedentes del Tsunami que resultan particularmente significativos
a la hora de pensar el trastocamiento de sentido de las relaciones entre
cuerpo, sexualidades, género, derechos e identidad, relativas a las demandas
feministas y el ámbito educativo. Por un lado, los talleres sobre sexualidad
no sexista que desarrolló Cristeva Cabello durante los años 2016-17 en el
marco del proyecto “Es mi cuerpo”, de Amnistía Internacional Chile. Y
por otro, el caso de Arlén Aliaga, estudiante transfemenina a la que se le
impidió el derecho a matricularse en un Colegio de Niñas de Santiago, en
marzo del 2018.
i.
Habiendo comenzado en la capital para luego recorrer varias
ciudades del sur chileno, la experiencia de los talleres sobre
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A RT Í C U LO
ii.
sexualidad no sexista estuvo marcada por la frondosidad de la
homofobia y la ignorancia de las comunidades, contrastada por
aquellas ideas-cuerpo que transgreden la rigidez de los códigos
del cistema sexogénero. En efecto, el actual Proyecto de Ley sobre
la Educación Sexual Integral (ESI) en proceso constitucional
está presente en ese intercambio entre estudiantes de colegios
secundarios y la figura del activista que da cuerpo al decir de
las experiencias y los imaginarios sexodisidentes. Ella anuncia
lo significativo que resulta atender a las voces que acusan la
sostenida naturalización de las formas de disciplinamiento de
los proyectos educativos y diseños curriculares, desde una mirada
crítica canalizada por la perspectiva de derechos humanos, para
poder conjurar la máquina de reproducción institucional de
lógicas desigualitarias: “la educación ha estado ligada a la corrección
de los cuerpos de les niñes y también al abuso de estos […] Ser lesbiana,
trans, gay o no binaria en educación supone un acostumbramiento
a los deseos y los afectos bajo la opresión de una educación binaria”
(Cristeva 2018: 26).
Arlén Aliaga era una estudiante transfemenina de la comuna
de Puente Alto de Tercero Medio cuando el Liceo N°1 Javiera
Carrera rechazó su matrícula, negándole el derecho a la
educación por ser trans. En la entrevista con Mónica Rincón en
CNN Chile Arlén cuenta el continuo hostigamiento que tuvo
que vivir en el Liceo Barros Borgoño de parte de miembros
del cuerpo directivo, docentes y paradocentes, razón por la que
abandonó dicho establecimiento (CNN: 27 de febrero 2019)1. El
caso es revelador porque pone ante la escena pública dos cosas:
las lógicas expulsivas causadas por la múltiple discriminación2
1 https://bit.ly/3mp61EM
2 Según la Encuesta T (2017) de OTD, el cuestionamiento a la identidad y la acción de ignorar
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y los avatares de la incongruencia registral (“no puedes ingresar
porque, según los códigos legales del registro civil, no eres una
mujer”). Ahora, el L1 es un establecimiento escolar monogenérico
con formación científico-humanista, cuyas estudiantes suelen
dar muestra de una afinidad hacia la crítica social situada, algo
muy distinto a lo que sucede en los establecimientos técnicoprofesionales, destinados a la especialización de competencias
con miras al mercado laboral y la creación de recursos de capital
humano: la decisión de la Directiva fue tan arbitraria como la
discriminación que estaban llevando a cabo. Será gracias a la
presión los medios (numerosas columnas en la prensa digital:
El Mostrador, CNN, La Tercera, Bio-Bio Chile, etc.) y de
que junto a otras agrupaciones, la ONG Organizando Trans
Diversidades (OTD) realizara una manifestación a las afueras
de la Municipalidad de Santiago, que el establecimiento decidió
retractarse y eventualmente permitir la matrícula de Arlén.
D I Á LO G OS Y D I SCU S I O N E S S I T UA DAS
¿QUÉ
D I C E N L A S F I L Ó S O FA S ?
A finales del 2018 se realizó la segunda versión del Simposio “Nuevas
cuerpas para nuevas transformaciones”, gracias a las gestiones realizadas
con el Centro de Derechos Humanos de la Facultad de Derecho de la U.
Chile, desde la Coordinación del Área Género & Subjetividades Trans del
Centro de Estudios de la Realidad Social (CERES, ONG), que coordino
desde mediados del 2017. Su objetivo fue poner en escena algunos de los
posicionamientos, críticas y reflexiones sobre el vínculo entre filosofía,
feminismos y activismo trans*.
a les estudiantes trans* en el entorno escolar proviene mayoritariamente del cuerpo directivo y
paradocentes.
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Imagen 1. Afiche del Simposio Nuevas cuerpas para nuevas transformaciones,
celebrado el 06 de diciembre del 2018.
Con el nervio óptico lleno de las imágenes, voces, cuerpos, discusiones,
repudios y opacidades surgidos en y desde el Tsunami, El Simposio logró dar
un nuevo puntal en el anudamiento de ese diálogo en Chile, poniendo en
perspectiva cuestiones como: el entramado de miradas sobre la historicidad
de los feminismos chilenos, desde la filosofía del derecho (Nicole Darat);
las insuficiencias y el análisis comparativo de la Ley de Identidad de Género
(Rodrigo Mallea); los efectos culturales de las imágenes del Tsunami, desde
un feminismo crítico al androcentrismo y a los aparatos de captura de la
academia (Karen Glavic); la problemática de las lógicas de representación,
redistribución y reconocimiento de lo trans, en razón de las políticas
de transformación social (Emilia Schneider). Algo particularmente
significativo es que la instancia supuso un dar lugar al encuentro de dos locus
enunciativos cuya posición al margen ha estado históricamente acosada por
las formas de violencia y desigualdad de las biopolíticas androcéntricas. En
esa línea, una lectura prominente incubada en ella es la que refiere a aquello
sobre lo cual las subjetividades trans* y las filósofas feministas coinciden, a
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saber, el activismo y la pensatividad de una justicia sexogenérica sobre cuyas
mutaciones se levantan sexopolíticas que permiten darle cuerpo al deseo de
una ciudadanía sexual que no se programa en dirección al asimilacionismo
de las lógicas de universalización de los modelos de la identidad sexual, sino
más bien busca desprogramar, precisamente, las bases de la violencia y la
desigualdad, de la mano de una profunda interdependencia con la autonomía
de los cuerpos y los agenciamientos que comprenden el régimen de sentido
posdemocrático desde el cuidado mutuo, el desacuerdo y la diversidad.
Ahora bien, además de las estratagemas de visibilizaciónsensibilización-concientización, un elemento medular en el activismo
ha sido desde siempre el abrirse-paso de nuevas redes que re-posicionan
las cartografías del deseo en el campo social. En ese sentido la Simposia
rompió las barreras de lo meramente local, aproximándose a los usos transmediales de las redes sociales digitalizadas, promovidas desde mediados
de los noventa por las apuestas del transfeminismo. De ello da cuenta la
imagen de su afiche (imagen 1), que fue el resultado de un intercambio
con le artivista venezolano Daniel Arzola, quien desde el 2013 y a partir
de su campaña “No Soy Tu Chiste”, ha incorporado en su obra elementos
de la psicología y la crítica social, la serofobia, la enebefobia, la xenofobia
y el habitus cultural cisheteronormo, con un cromatismo digno de las
expresiones deseantes del movimiento LGBTTTIQ-más3.
En lo relativo a las discusiones al interior de los feminismos del Tsunami,
también existieron signos de tensión y coerción activa frente a la apertura
de sentido de las subjetividades trans*. Una lectura notable del fenómeno es
la desarrollada por Alejandra Castillo en “Momento Feminista”, ponencia
presentada en la mesa “Legados presentes: feminismo y disidencias”, del
Coloquio Internacional La memoria en la encrucijada del presente, del 2019.
3 Sus obras han sido traducidas al inglés y al portugués, teniendo un gran impacto en el norte
global.
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Allí la filósofa vuelve sobre el diferendo del carácter identitario de las
“las políticas de mujeres” con los feminismos disidentes, posthumanistas
e interseccionales, más proclives a integrar en su lucha a las disidencias
sexuales y la diversidad de género.
El argumento es de una sencillez deslumbrante, hay los “buenos
feminismos” y los “malos feminismos”. Dicho de otro modo, hay las política
de mujeres y hay la irrupción política de una justicia social propia de los
feminismos no hegemónicos. Los buenos feminismos son todos aquellos
cuyo centro es definido por una política restringida en la complementariedad
de los sexos y que se encuentran íntimamente comprometidos con el
ideologema neoliberal del emprendimiento que piensa las políticas públicas
desde el incentivo a goteo de la reducción de la brecha salarial. Estos
feminismos funcionan en base a una “imagen dogmática” de la igualdad de
oportunidades. Trátese así de un una tipología de feminismos que han sabido
operativizar la noción de género, traduciéndola a una política redistributiva
que depende, en última instancia, del flujo de intereses de la “acumulación
por desposesión” alimentada por la máquina de la consensualidad neoliberal
de nuestra democracia. Representantes del ciego amor al negacionismo,
al nacionalismo, a sus privilegios y a la complicidad con las figuras del
autoritarismo cisheteropatriarcal. He ahí que:
Las mujeres de derecha no tienen problemas con identificarse
como feministas, siempre y cuando el feminismo sea una
política de igualdad de derechos, entendiendo “derechos” de una
manera restringida. Estas mujeres de la elite y feministas han
sido privilegiadas, adineradas, católicas, conservadoras, liberales,
de derecha y ahora neoliberales (Castillo 2019).
Desde luego, sus principios suelen no dar migaja alguna a las formas de
vida no normativas, disidentes o “creativas” respecto al género, impidiendo
de manera estructural el avance del reconocimiento de nuestros derechos,
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como se ha visto a lo largo de los procesos asociados al avance de las leyes
de Matrimonio Igualitario, Adopción Homoparental, Aborto en Tres
Causales, la ley Zamudio o la misma Ley de Identidad de Género.
Por otro lado, los “malos feminismos” son todos aquellos que son
capaces de irrumpir y hacer visible el marco de la representación en el que
la dramaturgia de las políticas misóginas, lesbo-cuir-bi-transmisóginas
se han consolidado en la historia del país. Habitando esas maneras, el
transfeminismo chileno puede leerse como la puesta en acto “situada” de un
trastocamiento del androcentrismo del orden hegemónico cisheterosexista, al
menos, toda vez que su agencia mantenga vivo el acervo de la distancia crítica
frente a las formas de asimilacionismo. En ellos la invención se ha hecho
del género, movilizando sus esquemas y territorialidades, sus metáforas,
pulsiones y cardinales, re-inseminando la inclusión y la equidad como
formas de un a priori material. De ahí que las demandas trans* del Tsunami
visibilicen la experiencia de las personas transgénero, no binarias, travestis,
abriendo-paso a la mutación de la sociedad civil y a las articulaciones de
un común insurgentes, para el que la molécula sujeto-propiedad deja de ser
esencial, presentándose como lo que en cierto modo siempre ha sido, un
principio de destrucción de todo habitar-con y pensar-junto-a otr*s.
A PA R T I R D E L S E L F , D E M A N D A S D E R E C O N O C I M I E N T O
De manera específica y localizada, en lo que respecta a la evolución de
la demandas de reconocimiento al derecho de la identidad de género en
Educación Superior, mi propia experiencia resulta ilustrativa.
Soy licenciada en educación y pedagogía en filosofía por la UMCE,
universidad que pasó por la desvinculación institucional de la Universidad de
Chile en los años ochenta por orden de las políticas de la violencia dictatorial,
fuertemente precarizada por el sistema de privatización y con un alto índice
de estudiantes con vulneración social. Me tocó ser estudiante de primera
generación y así las cosas recorrí la licenciatura bajo un vector de personalización
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A RT Í C U LO
creciente: mi malla lo permitía y ciertamente me esforcé en incorporar
experiencias y campos de conocimiento que no hubiese podido entrever, ni
empalmar, en otro plan formativo. Me aproximé a la escena de las disidencias
sexuales, la performance, las discusiones entre arte, filosofía y política, tuve un
primer encuentro con los feminismos en el espacio universitario y terminé
haciendo una tesis sobre deconstrucción y psicoanálisis4.
Mi transición de género ocurrió una vez ya titulada. Como sujeto
trans me tocó (1) renunciar a un Colegio rural al tercer mes debido al no
reconocimiento de mí identidad y al cúmulo de incertidumbres que produce
una docente no binaria en un contexto en el que lo trans es algo novedoso
y la transfobia habita en las cabezas de les apoderades, (2) pasar por un
Colegio con un proyecto educativo feminista cuyos estudiantes tenían un
capital cultural poco común, en el que se dieron dinámicas deshonestas,
y (3) vivir una discriminación muda, aunque evidente, en el proceso de
reemplazo de un establecimiento Municipal de Excelencia5.
Con lagunas en mi CV y consciente de que en el área de la docencia las
dificultades de inserción laboral de personas trans* redoblan sus dificultades
en este país, diagramé mis intentos para ingresar a algún posgrado. Tarea
ante la cual no solo debía plantearme mi proyección, la calidad formativa
de la institución, el deseo de ascensión social, el campo laboral efectivo,
la postulación a los sistemas de beca, los tópicos de investigación, las
retribuciones al país, el estado de mis capacidades y la fuerza-viva de mi
compromiso, sino también el perfil efectivo de las políticas universitarias
que me permitiesen, como sujeto trans, tener una experiencia formativa
libre de situaciones de discriminación y vulneración de derechos.
4 Una entrada con lujos y “torpezas”.
5 Con recomendación del Departamento de Vinculación de la UMCE en mano, tres entrevistas
y diálogo con la profesora jefe del área de filosofía, con quien había coordinado los detalles del
reemplazo. ¿Resultado? Un curso de 43 alumnos sin docente durante dos meses mientras yo
esperaba el llamado, de confirmación o rechazo, que nunca ocurrió.
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A RT Í C U LO
Mi primera opción fue el Doctorado en Filosofía de la Facultad de Artes
de la Universidad de Chile. Esto, por dos razones, una, por la convergencia
con mi formación inicial. Y dos, por la existencia del Decreto Mara Rita que
en el 2018 ya tenía una vigencia relativa en varias Facultades. ¿Resultado?
Quedé sin quedar: aceptación de parte del claustro de académicos y rechazo
de parte de CONICYT. Con los resultados tabulados, me dieron la opción
de ingresar con una exención del arancel del primer año, quedando sujeta
a la obligación de obtener la beca estatal al siguiente. Lo cual, rechacé.
Simplemente no me pude el futuro de vivir un retorno a la universidad con
una identidad no cis y con los “zapatos rotos”.
Mi segunda opción fue la UNAB, me tomó dos intentos ser aceptada
en el programa Doctoral de Teoría Crítica y Sociedad Actual. El logro lo
viví con un sabor agridulce, revestido de la piel muerta de mi deadname
(que para desgracia coincide con el nombre del padre del que nunca recibí
pensión alimenticia). Tenía un año y medio del trámite de rectificación legal
de mis datos registrales cuando me comunicaron la aceptación en TECSA
y la obtención de beca en la ANID. Pensé que a la fecha estaría listo, cosa
que no fue así. Mi deseo de que fuese indiscutidamente “Débora” quien
atravesara esta nueva apertura de mundo se fue, en cierta medida, al agua.
¿Cómo hacer legible esa duplicidad de identidades –operativa e
ineluctable para el cistema– en la que hay cartas de recomendación emitidas
para alguien con una identidad y género femenino, al mismo tiempo que
para alguien con una identidad y género masculino, cuyo referente es un
mismo sujeto? ¿No es esa acaso una situación de tensión disfórica promovida
por la misma normatividad de la ley? ¿Un eco de las formas de denegación
institucional de la “transición de género” en curso?
Más allá de las displicencias (más de un año y medio con un trámite
de rectificación en la época de los diagnósticos patologizantes) y de la
necesidad de subrayar “la marca” de lo trans*, junto al uso del nombre social
en el encuentro presencial, ¿hasta qué punto no es la causalidad inmanente
a la fórmula de “rectificación” la que instala una desidentificación con la
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que le sujeto tiene que convivir, ob-ligadamente? Si me lo preguntan, la
disforia jamás fue un innatismo de la transexualidad. Ella es la fórmula de
una sobrecodificación de pasos al acto infinitamente iterados por la norma.
Pasada esa fase, habiendo “procesado” sus efectos, me tocó atravesar
situaciones que, en principio, no tenían como no suceder. Situaciones que
literalmente me descolocaron, en el sentido del infortunio de la interpelación
subjetivante como verosímil que instaló una vez más la denegación, parcelada,
de mi identidad. Dicho en breve, la secuencia es la siguiente: en las faldas
del primer semestre noto que en la universidad el uso de mi nombre social
no era efectivo en lo relativo a cuestiones administrativas y registrales.
Tras 6 semanas tramitando solicitudes (Intranet, Servicio al Estudiante,
Asistencia Psicoeducativa) me rechazan. Planteo con insistencia y la mayor
claridad posible el tema, consigo la comprensión y el apoyo de mi programa,
obtengo una Resolución firmada por el Secretario General de la UNAB,
en la que se enuncia “es preciso disponer que se efectúen las anotaciones que sean
necesarias en los registros de la Universidad, que corresponda, para garantizar el
cumplimiento de la normativa vigente en la materia, cautelando especialmente
la privacidad del requirente” (Secretaría General de la UNAB, 12 de mayo
2020). Tres semanas después, dos situaciones de discriminación se suman a
las que ya habían ocurrido6. Instalo presiones y promuevo la necesidad de
prestar atención al tema (“soy Becaria ANID y no asistiré a ninguna clase
más hasta que se garantice mi derecho a la identidad”), lo que concluye
en las disculpas oficiales de la Dirección de mi Programa Doctoral y en la
necesidad de adecuarme a las limitaciones y constataciones técnicas (es el
6 En breve: (1) se me entrega un correo institucional con las iniciales de mi deadname (el cual
me negué a usar, teniendo que gestionar individualmente algunos beneficios automatizados de
la Universidad); (2) llamados telefónicos que buscaban a alguien que no existe; (3) me rechazan
las solicitudes de reconocimiento de mi nombre social negándoseme de facto el derecho a la
identidad; (4) profesionales de la Dirección Técnica yerran mi género a través de instancias de
comunicación formal; (5) ingresando al Blackboard (plataforma unificada de la UNAB) aparece
en mayúsculos mi deadname, violándose de esta manera, la privacidad de información sensible.
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Registro Civil y de Identificación quien manda)7. Entre tanto me entero
de la existencia de las políticas de inclusión de la Universidad y me inclino
a seguir esa vía; después de 3 meses y varias reuniones logro concertar
una capacitación destinada para académicos y profesionales de la UNAB,
impartida por Kris Córdoba, de la Dirección de Educación de la ONG
Organizando Trans Diversidades (OTD Chile).
Gracias al servicio de Asistencia Psicoeducativa logré tener contacto con
la Dirección de Educación Inclusiva, enterándome así del compromiso
asumido en la incorporación de las temáticas trans* y de la irregularidad,
desde el punto de vista normativo, de mi caso: en consideración al avance
en la materia (literalmente, “sus primeros pasos”) ésta podría perfectamente
no haber ocurrido.
Sucede que, fruto de las demandas sociales del Tsunami, la universidad
prestó atención a la urgencia de crear y fortalecer los protocolos de género e
identidades trans, creándose así el Protocolo de Prevención y Enfrentamiento
al Acoso Sexual (que data del 4 de noviembre del 2018) y el Procedimiento
de Uso del Nombre Social de Estudiantes Trans (que data del 18 de mayo del
mismo año). El segundo de ellos entró en vigencia durante el 2019 y a la
fecha han sido encausadas más de 10 solicitudes de uso del nombre social.
¿Por qué no fue efectivo para mí, siendo que es un instrumento que estaba
en vigencia? En primer lugar, por el desconocimiento de éste por parte de mi
programa. Programa que, ciertamente, aceptó un preproyecto de tesis cuyo
título es “Lo trans* como género minoritario. Un análisis crítico sobre los
modos de subjetivación refractarios a la cis-heteronormatividad, en Chile”.
En segundo lugar, por una cuestión técnica: el sistema de registro está
departamentalizado, no existe una base de datos unitaria. En tercer lugar,
porque desde la Dirección de Educación Inclusiva se pensó en exclusividad
7 Mismo Registro que dejó de recepcionar las solicitudes de Rectificación a meses de pronunciada
la LIG durante la pandemia del COVID-19.
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en estudiantes de pregrado. Todo esto resultó en una medida con carácter
segregador, leve y generalizado, a pesar de la voluntad de quienes la
promovieron. Sobre esto último, la constatación de mi experiencia produjo
los cambios esperados, demostrando la perfectibilidad del instrumento y lo
genuino de la voluntad de sus responsables. Frente a ello observo dos cosas.
Por un lado, que el encuentro entre mi disposición de revertir una
situación de vulneración y de seguir los conductos necesarios es lo que
posibilitó un desenlace propositivo. A lo que se enlazó la promesa de crear
instancias, espacios, compromisos, discursos y conexiones, a través de las
cuales dar espacio al mejoramiento de la experiencia formativa, de la mano
de la escucha del deseo de justicia e igualdad. Sea ésta una forma de “hacer”
con el problema que condensa mi aprendizaje personal en el activismo. A un
segundo nivel, diría que la antesala del Tsunami fue sumamente relevante,
al punto de poder decir que el flujo de su existencia está parado sobre los
efectos del diálogo entre el activismo trans y las demandas feministas que
tuvieron lugar en él. En cierto modo, es la brisa y la promesa de su oleaje la
que sostiene su prematuración.
Por otro lado, se comprende que el deseo de resguardar el derecho
a la educación, de definir formas de interacción inclusivas y de establecer
responsabilidades esté envuelto en las pragmáticas de la adaptación, la
tolerancia, el respeto y la entrega de orientaciones, sin embargo, el equívoco
puntúa con total precisión el tema de la representación de lo trans* en el
proceder común de la naturalización de las lógicas cisnormativas. Respecto
a esto mi impresión es que hay en su comprensibilidad la presencia de al
menos dos motivantes nucleares.
i.
Las secuelas de una historia marcada por la autoafección de
una representación cultural tránsfoba y lgbtiqfóbica, habituada
a la denigración de las diversidades de género y las sexualidades
disidentes.
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ii.
Una lectura in progress de los factores psicosociales de la realidad
LGBTIQ. Del tiempo que llevo como estudiante puedo
constatar la existencia de dos improntas, por un lado, el estudio
“Consecuencias psicosociales del COVID-19 en la población
LGBTIQ”, desarrollado por la UNAB y la Fundación Chile
Diverso, y en cuyo lanzamiento participaron representantes del
gobierno, una excandidata presidencial y miembros responsables
del estudio de ambas instituciones8. Por otro lado, la 4ª sesión
del ciclo de charlas 2020, titulada “Salud mental de las personas
LGBTIQ durante la pandemia del COVID-19”, que consistió
en la muestra de los resultados de investigaciones nacionales y
comunitarias en EUA; en la que el español de los académicos
fue, punto por punto, bastante pobre y cuya des-localizacion
resulta altamente problemática.
Si se lo mira desde una perspectiva que le da aliento a la suspensión de
la positividad y de sus racionalidades, habría que señalar que pensar la
inclusión más allá del consenso cisnormativo significa, precisamente,
tomarle el pulso a esa historicidad que la lengua de la sociología se suele
asociar al concepto de déficit. Lo que hace del punto dos recién descrito la
respuesta profesional a ese “déficit del ordenamiento normativo”, a saber,
no otra cosa sino la existencia de los ciclos de violencia, no reconocimiento
y vulneración.
Significa, a su vez, dar la palabra, crear espacios “seguros” en el sentido
de dar cabida a intercambios tácticos y protegidos, con el fin de establecer
umbrales dinámicos en los que la experiencia formativa en los espacios
educativos y sociolaborales pueda ser afectada por las aporías, la perspectiva
y la singularidad de los rasgos de expresión que encarna toda personas trans*.
8 Sin ir más lejos, este será mi objeto de estudio del seminario “¿Qué constituye una fuente en
Humanidades y Ciencias Sociales?”, el cual me encuentro cursando este semestre.
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A RT Í C U LO
Porque es cierto, lo sabemos, en la imago del contrato sexual de la cisnorma
el fenómeno transgénero, la transexualidad y los modos de subjetivación de
la diversidad de género son pensados de manera desfigurada: ya sea bajo el
emblema de la “ideología de género” o del nacionalismo de las “agenda de los
valores”, ya sea bajo el reduccionismo marxista de lo “meramente cultural”
o del recién-saliendo de la patologización de la discursividad biomédica
imperante. Se lo mire de manera empírica o bajo los códigos de la estereotipia
cultural, la imagen de las vidas trans* ha estado indiscutidamente asociada
en el pasado al espectáculo, a la escena nocturna, a la degeneración, a lo
delictual, a lo antipatriota, a lo inhumano y al comercio sexual de travas,
transexuales y mujeres trans. En ese contexto, o más aún, en ese “marco
representacional”, desde luego que ingresar a la Educación Superior es ya en
sí mismo un logro descomunal. El equívoco encuentra allí una justificación,
que no justifica, pese a todo, las situaciones de vulneración que acontecieron
bajo su guardia.
Ahora, el Procedimiento de Uso del Nombre Social de la UNAB posee
áreas de aplicación definidas, alcances, glosarios, responsabilidades, normas
de operación y un pormenorizado “proceso de inclusión” que detalla el
flujo de las diligencias administrativas (envíos, recepciones, autorizaciones,
entrevistas, modificaciones, informes y tomas de conocimiento) por las que
ha de tramitarse el deseo de pleno reconocimiento de le estudiante, antes
de llegar a ser efectivamente protocolizado. Sin ser ingenua respecto a la
densidad de su burocratización y limitándome aquí a una de las múltiples
lecturas posibles de la iniciativa, me gustaría dibujar el semblante de aquello
que constituye su “fuera de campo”, esto es, aquello que esencialmente
queda fuera del campo óptico de su encuadre, anexado con un hilo invisible.
L A H A B I TA B I L I D A D D E L A S V I D A S T R A N S *
Dentro de lo que puede considerarse como efectos de una situación de
vulneración como lo es el no reconocimiento del uso del nombre social de les
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A RT Í C U LO
trans* se encuentra el contagio hacia otras esferas de la vida: la sociolaboral,
la familiar, la psicoanímica, la amorosa o la habitacional, por nombrar solo
algunas. Antes de continuar, una aclaración tardía, si continúo con poner al
servicio la exposición de la experiencia del self es por su grado de pertinencia
y por la acogida que desde hace algunas décadas tiene la asunción de “lo
situado” en los análisis relativos a la crítica a la objetividad y a la producción
de conocimiento de los feminismos no hegemónicos.
El rechazo de mi solicitud tramitada me provocó una perturbación
anímica transitoria, la que atravesé pausando las exigencias y el exceso
de actividad cognitiva que me había impuesto desde febrero (seminarios,
capacitaciones, el estar al día con el activismo y sostener los compromisos
de escritura paralelos)9. Dejando de lado el incumplimiento, a la letra, de
lo que ya se anunciaba en el proceso de postulación, esto es, la obligación
de atribuirle existencia a un otro que representa en mí el rostro de la
ausencia y la desafección, la situación imponía un intervalo. El proyecto de
investigación que bosquejé para el ingreso a TECSA (en condiciones de
precarización aguda) tenía a la claras una vinculación con el horizonte de
justicia social que estaba siendo contrariado, perturbado, atormentado.
Por más que la integralidad de la experiencia formativa estaba en
entredicho no dejé que afectaran mi rendimiento académico. Me asistí,
indagué, dimensioné modos de dar con una resolución plausible, hasta que
pude dar con la forma de restablecer mi investidura. Sin embargo, ello tuvo
por consecuencia algo aún más difícil de sobrellevar: un impasse familiar.
Mi madre siempre ha tenido sus “inconvenientes” con la transición de
género que inicié, social y hormonalmente hablando, hace tres años atrás.
De haber sabido que el reconocimiento de mi identidad como personas
trans* detonaría inconvenientes en el espacio familiar, indudablemente
9 El compromiso aludido trata de un artículo para un catálogo del archivo trans en Chile a cargo
de la Doctora en Antropología Lilith Kraushaar, en cuyo proyecto participan CENFOTO de la
UDP y el Archivo Nacional de la Biblioteca Nacional.
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A RT Í C U LO
me lo habría guardado. Una conclusión con la que di conversando con
profesionales de la salud mental es que la transición de género no ocurre
nunca únicamente en el cuerpo-sujeto que la vivencia en primera persona.
En todo el sentido de la palabra ella nace al mundo gracias a la relación
con otr*s. Su condición de existencia es su estar-con: la relación de
interdependencia le es estructuralmente constitutiva. Ella está encadenada
al lazo subjetivante que se actualiza en cada interpelación. De ahí que el
deseo de ser llamada, interrogada y deseada con el género declarado. Por
ende, cuando la denegación ocurre (en cualquiera de sus formas, fórmulas
o formulaciones) en “el lugar de la madre” la presencia del sujeto encara un
desvanecimiento de proporciones. Lo familiar se vuelve hostil y la necesidad
se torna entonces la de delimitar, asumir roles y darle cuerpo a un saber
llevarse con los giros de una no-relación. Baste el título de una actividad
realizada por la Oficina de Equidad e Inclusión de la U.Chile junto a
MUMS sobre temáticas LGBTTTIQ-más en tiempos de COVID-19
como sustento: “La casa a veces puede ser la boca del lobo: salud mental y
espacios no seguros en confinamiento” (Oficina de Equidad e Inclusión: 3
de agosto 2020)
Todo esto me llevó a incardinar con más fuerza mis temas de investigación
y estudio10. Transcribo aquí, de manera sintética, algunos de los elementos
del tercero de ellos, relativos a los usos de la noción de “cisnorma” en el
orden de discurso de los derechos humanos.
La experiencia de una vida digna de ser vivida, o lo que siguiendo a
Butler se podría llamar la “habitabilidad de la vida de les sujetos trans*”,
10 Los títulos de mis tres ensayos del primer semestre fueron: (1) “Los augurios de la patologización
de las identidades trans* en la tecnología de la anomalía humana: el caso de les hermafroditas”.
(2) “Alcances sobre lo pre-político y la teoría crítica del reconocimiento desde lo trans*: en torno a
la injusticia social de la cisheteronormatividad”. (3) “Ciudadanía y desigualdad en las identidades
trans*: sobre el reconocimiento del derecho a la identidad como factor clave de la (des)igualdad
de condiciones”.
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está enlazada irrenunciablemente al reconocimiento a la identidad (Butler
2020). El reconocimiento es el cordón umbilical del estatus de ciudadanía
de les trans*. En ese sentido, el carácter de las disposiciones jurídicas de
reconocimiento a la “identidad de género” es un factor clave a la hora de
comprender la desigualdad en la que viven les trans*. Este es, de hecho, un
argumento nuclear que he podido identificar en las organizaciones sociales:
la especificidad del reconocimiento jurídico de les trans* posibilita de facto
el ejercicio de otros derechos11.
A propósito de ello, en su introducción, el estudio Panorama del
reconocimiento legal de la identidad de género en las Américas de la OEA
tematiza la importancia que tiene la “expectativa social cisgénero” en la
reproducción de la determinación sexogenérica de las personas y cómo es
que ésta deviene uno de los mayores obstáculos que las “identidades de
género no normativo” encuentran a lo largo de su vida (OEA y Synergía
2020 15). Para explicar de qué manera el mundo trans* está acosado por una
incertidumbre y una inseguridad que, en muchas ocasiones, hace a la vida
un lugar “inhabitable” se calificará a la expectativa social de tres maneras.
En una sola puntada se dirá de ella que está “cargada de una cosmovisión
cisnormativa, heteronormativa y binarista” (OEA y Synergía 2020: 13).
A distintos niveles, resulta interesante concebir el uso de los
criterios y orientaciones dirigidos a las prácticas y disposiciones de las
instituciones registrales en América Latina, Centro América y el Caribe
(Panoramas contiene en su interior un estudio comparado de ellas en estas
regiones) en consideración de que (1) la crítica a la heteronormatividad,
(2) los privilegios cisgénero y (3) el binarismo de la diferencia sexual,
que propician una “expectativa social llena de incertidumbres”, se debe
en buena medida a los debates teóricos del mundo académico iniciados
11 Esto se puede corroborar en varias fuentes como columnas, entrevistas y conversatorios. El
siguiente es un portal dedicado a la LIG chilena, https://otdchile.org/ley-de-identidad-degenero/
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en los años noventa, por representantes de la teoría queer, los estudios de
género y las epistemologías trans*.
Estos, a su vez, reflejan en el mundo académico aquello que comenzó
a visibilizarse en el campo social a partir de finales de los años sesenta,
configurando el telón de fondo que impulsaría las reivindicaciones LGBTI
en EUA, a nivel nacional, según relaciones de poder y formaciones discursivas
muy específicas. Acudo aquí solo a un ejemplo. Es sabido que las activistas
que iniciaron las revueltas de Stonewall Inn en 1969 (hito que alentó la
articulación de movimientos por los derechos civiles de gais, lesbianas,
bisexuales y trans* en distintas ciudades estadounidenses) fueron dos
mujeres trans: Silvia Rivera (latina) y Marsha Johnson (afrodescendiente).
Dada las lógicas de exclusión y precarización de las políticas raciales, el
hostigamiento social y la estrechez mental de la violencia transmisógina, el
vivirse en condición de prostitución fue para ellas –como para muchas– una
experiencia ineludible12.
Más allá de lo flotante de las acusaciones de “academicismo” que
deambulan en el mundo del activismo y de las que me ha tocado ser objeto,
vemos aquí que la flecha de sentido de las demandas trans* y LGBTTTIQmás surge desde el campo social, recorriendo el cielo de la producción de
conocimiento de las instituciones universitarias para ir a parar al más alto
nivel de la preocupación por el ordenamiento de los derechos humanos, a
nivel global. Desde luego, hay más actores, las líneas son siempre cruzadas
y muchas veces las fronteras entre ellas se caracterizan por ser indecidibles
(son rizomáticas, poseen involuciones y ubicuidades, existen contracciones
y traiciones), sin embargo lo que me interesa subrayar aquí es que es el
“uso”, y no el teorema, de esas nociones la que informa de críticas que han
12 En informes de la CIDH se habla de “condición de prostitución” para referirse al comercio o
trabajo sexual, la noción se usa en ciertas capas del activismo. Ella alude a una comprensión que
pone el acento en el hecho de que la necesidad de comercializar el cuerpo propio supone una
determinación sociocultural y expresa rasgos de la economía política imperante. Ésta no ha de
entenderse de manera gregaria, o individual.
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A RT Í C U LO
observado y reflexionado desde, en, sobre y (sobre todo) con las experiencias
de “inhabitabilidad” de las vidas trans*, indagado en sus fundamentos y
posibilitado una imaginación de la política de los derechos civiles acorde a
la demanda de justicia social y transformación cultural.
La noción de “cisheteronormatividad” o de lo “heterocisnormativo”, tan
comunes hoy en día, aluden, precisamente, a esos tres elementos. En pocas
palabras, ellas formalizan una expectativa social que define sustancialmente
la habitabilidad de los cuerpos trans*. Desde la vereda de las epistemologías
trans* y refiriéndose a esta misma madeja de cuestiones Blas Radi, filósofo
y académico trans* de la UBA dirá:
Estas expectativas se expresan en un conjunto de instituciones y
valores que privilegian la línea recta entre el sexo asignado al nacer y
la identidad de género de las personas. La cisnormatividad también
refiere al sistema correspondiente de castigos y recompensas que
ocurren a nivel individual e institucional (Radi 2020: 26).
Antes de finalizar, no me queda más que recomendar la lectura de sus ensayos,
particularmente del publicado en el dossier del último N° de Ideas, Revista
de filosofía moderna y contemporánea. Es un excelente acercamiento al
campo de problemas ligados, precisamente, a la relación de lo trans* con la
academia y con los feminismos, en y desde el suelo argentino13.
CONCLUSIÓN
Sin lugar a dudas, debiesen replicarse los gestos que buscan regularizar y
promover la inclusión de les estudiantes trans*, resguardando el ejercicio
efectivo de sus derechos y re-trazando los planes de acción para su pleno
13 Recomiendo a su vez conocer el proyecto de la Cátedra libre de Estudios Trans * presidida por
el mismo activista y autor: https://www.youtube.com/channel/UC7wgRJX7ly0yjYTrfGigmKA
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desarrollo en todos los niveles educativos. Sin embargo, es necesario un
análisis que amplíe la comprensión del fenómeno y que esté a la altura de
los desafíos que ella pone en escena. En ese sentido, la interacción con les
involucrades es tan fundamental como la necesidad de abrir el campo de
la producción de conocimiento y la investigación a sus modalidades más
críticas y deconstructivas. Allí es donde el vínculo entre las epistemologías
trans*, el posthumanismo en filosofía y los feminismos no hegemónicos
deviene fundamental.
82
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SOBRE LA AUTORA
·
AGRADECIMIENTOS
·
NOTA
N O TA
Escrito durante las vacaciones y el inicios del segundo semestre del
doctorado en Teoría Crítica y Sociedad Actual de la UNAB, en una de las
comunas con mayor índice de contagio de COVID-19 en Chile (Maipú)
y con el horizonte de la fase final del proceso de rectificación de nombre y
género a la vista.
AG RA D EC I M I E N TOS
Agradezco a Hillary Hiner la invitación a participar del Seminario A un
año del Tsunami feminista y a ser parte de la presente publicación. El cruce
de perspectivas y experiencias ha sido muy nutritivo para mi actual periodo
de formación.
SOBRE LA AUTORA
Estudiante del doctorado en Teoría Crítica y Sociedad Actual de la UNAB y
becaria ANID. Docente de filosofía, activista e investigadora transfemenina
no binarie. Coordinadore del Área Género y Subjetividades Trans de CERES
ONG. Titulada en Licenciatura en Educación y Pedagogía en Filosofía
por la UMCE (2014). Actualmente, trabaja como investigadora asociada
a un FONDECYT Regular sobre el pensamiento de Gilles Deleuze. Ha
participado en colectivos con perspectiva de derechos LGBTTTIQ-más y en
grupos de investigación transdisciplinares, como lo fue Diagrama (2012-18)
y el Núcleo de Teoría de las Multiplicidades (2016-19). En colaboración con
la CUDS, gestionó e implementó el seminario “Feminismos e institución:
performatividades en litigio” (2014). Es editora del libro digital Hebras.
Escenas, Performatividades y Escrituras (2018). Junto al Núcleo de Teoría de
las Multiplicidades, participó en la coordinación de actividades académicas y
en la traducción de un libro de ensayos, por publicar, de Anne Sauvagnargues
(académica francesa de la Universidad de Nanterre). Ha publicado varios
artículos y columnas sobre activismo trans*, feminismos, género y filosofía. Es
miembro de la Red de Mujeres Filósofas de América Latina (REDDEM).
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