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La marquesa del papa

2009

View metadata, citation and similar papers at core.ac.uk brought to you by CORE provided by Zaloamati Dillon, Susana. L a marques a del papa. L mujer más rica de la Argentina del s ig X X. Buenos Aires, Ediciones B Argentina, 2009. 204 pp. E n el barrio de La Recoleta de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la Avenida Alvear extiende sus siete cuadras desde la Avenida 9 de Julio hasta Cementerio de La Recoleta. En ese breve tramo concentra algunos de los palacios más lujosos y bellos de la capital argentina. En la esquina con Montevideo se alza una mansión construida entre 1907-1909 por la famosa firma de la época Tabaza y Bianchi, según proyecto del Arq. Edouard Le Monnier y que resultó uno de los testimonios más completos y valiosos del patrimonio argentino de la belle époque1 Los dueños, Juan Antonio Fernández y Rosa de Anchorena, la ofrecieron en renta a Marcelo T. de Alvear que en ese momento era el embajador argentino en Francia y que había sido electo presidente de la Nación, para 1 Grementieri, Fabio. “La cuadra más preciada”, L a Nación, martes 30 de junio de 2009. En línea. www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=184721 (2 de julio de 2009) que fuera su residencia durante el lapso 1922-1928. Posteriormente fue adquirida por doña Adelia María Harilaos de Olmos que siguiendo su ferviente devoción católica, recibió como huésped al Cardenal Paccelli, futuro Papa Pío XII, durante su visita a Buenos Aires con motivo del Congreso Eucarístico de 1934, del que ella había sido decidida promotora; a su muerte (1949), la devota dama dejó la propiedad en la que había pasado los últimos años de su vida, a la Iglesia Católica. Así, la embajada de la Santa Sede y la Nunciatura Apostólica se encuentran hasta hoy en el Palacio Harilaos de Olmos. En agosto de 1930, el papa Pío XI le otorgó a Adelia María el título de Marquesa Pontificia en reconocimiento de su cuantiosa obra pía, distinción que sólo había recibido anteriormente María Unzué de Alvear y que Eva Duarte de Perón no logró se le concediera pese a su trabajo en pro de la justicia social, que no beneficencia –pero esa es otra historia–. De ahí el título del libro reseñado. La autora, Susana Dillon2, mujer admirable, madre de una “desaparecida” 2 133 Nació en Pergamino, provincia de Buenos Aires, Argentina, en 1925. ANA MARÍA PEPPINO BARALE durante la dictadura militar (1976-1983), tuvo la fortuna de rescatar a su nieta que había nacido en cautiverio, cubrió la tristeza por la pérdida con otros hijos: sus libros. Además, asevera en la nota de solapa: “soy de las que morirán cuando se les dé la gana y sé que mis hijos putativos, esos que nacieron en la lucha, tomarán la posta”. Ese espíritu obstinado y sensible que la llevó a batallar en las tribunas contra las dictaduras asesinas, que la encauzó a escribir a favor de los derechos humanos, de las mujeres y de las comunidades aborígenes, permea el contexto de L a marques a del pap cuando recalca la situación opresiva en que se educaba a las mujeres, dependientes de la férula paterna o marital, del “que dirán”, de la virginidad y de la propia ley que las consideraba inferiores. Dillon misma hubo de revelarse a diario contra esas costumbres, así que relata comprensivamente la historia de una mujer que a pesar de su cuna privilegiada estuvo atada a los prejuicios de su época, ligada a los preceptos religiosos y, al parecer, con una obsesión por ser aceptada a la diestra de Dios. En 200 páginas de amena lectura, Susana Dillon va desgranando los pasos de la familia de Adelia María nacida en Buenos Aires en 1865, hija de Carolina Senillosa y Horacio Harilaos, al igual que sus tres hermanos mayores: Horacio, Raúl y Felipe. Mientras que la madre provenía de una familia de poderosos terratenientes, el origen del padre es dudoso, lo cierto es que llegó a Argentina de Grecia, sin dinero ni historia conocida, pero con mucha prestancia y modales aristocráticos que le dieron entrada a los salones de las familias criollas de abolengo. Carolina, la 134 FUENTES HUMANÍSTICAS 39 MIR ADA CR ÍT ICA hija mimada de Felipe Senillosa y Pastora Botet, vio al apuesto griego y se enamoró –o encaprichó–, de tal manera que pasó por encima de la oposición familiar que logró vencer tras ayunos, encierros, llantos y berrinches continuos y un malhumor que traía desesperada a familia y amigos. En una época en que las jóvenes casaderas obedecían con la cabeza baja la orden de contraer matrimonio según la conveniencia paterna y que, en caso de rebeldía, eran enviadas a un convento, Carolina Senillosa y Botet se salió con la suya. Dillon intercala en la biografía datos esclarecedores sobre ese tiempo, de riqueza rápida pero sólo para unos cuantos y lo ejemplifica claramente al referirse al reparto de las tierras arrebatas a los pueblos mapuche, tehuelche y ranquel como consecuencia de la Conquista o Campaña del Desierto (1879-1882), emprendida por el general Julio Argentino Roca. Gran parte del dominio territorial de la Pampa y la Patagonia oriental pasó a manos de los que serían los grandes estancieros que generaron esa riqueza espectacular gastada a manos llenas en Europa, particularmente en París. A los soldados que “vivieron años de guerras, privaciones, enfermedades, matando indios tan desgraciados como ellos”, los “recompensaron con 100 hectáreas de campo sin acceso al agua. Indios y milicos tuvieron la misma suerte: ser pobres para siempre o enrolarse en las levas forzosas para las guerras de cuanto batifondo político los pusiera en pie de lucha”. (p. 20)3 3 En adelante, se anota la página del texto que corresponde la cita. MIRADA CRÍTICA En esa sociedad dispar, los audaces se enriquecieron con los saladeros y la exportación de cueros que era de tal magnitud que sostenía las rentas del país. Horacio Harilaos, ayudado por su suegro, amasó su propia fortuna, pero los derroches ilimitados de su esposa casi lo llevan a la ruina y provocan su ida a Europa con los dos varones mayores. Adelia María y su hermano Felipe permanecieron con la madre. Ella, fue sometida a una educación severa de parte de la institutriz y de sacerdotes que tanto “machacaron en la religiosidad de la chica que se instaló en su espíritu joven una aversión hacia la propia relación de pareja, hacia el sexo, al que se consideraba fuente de pecado y puerta del infierno” (p. 25), y que dejan en duda si el matrimonio con Ambrosio Olmos se hubiera consumado. La autora radica en Río Cuarto, provincia de Córdoba, hace muchos años y ahí surgió su interés en develar “una historia de opulencia, locura y muerte” (p. 9) relacionada con el acaudalado Ambrosio Olmos (1839-1906) que se radicó en dicha ciudad en 1867, en la que instaló una barraca –donde se almacenaban los cueros para exportación–, y una casa de ramos generales, e inició un camino de prosperidad económica que lo llevó a adquirir numerosas tierras y a ocupar cargos públicos, hasta el de gobernador (1886-1889). La autora dedica tres capítulos de los veintidós que integran su libro, a este hombre que tuvo escasa escolaridad pero suficiente capacidad de trabajo, y ojo preciso para aprovechar las oportunidades que se le presentaban, tal como sucedió en su relación con Julio Argentino Roca (1843-1914) que fue dos veces presidente de la República Argentina (1880- 1886 y 1898-1904) y que lo consideró su hombre fuerte en Córdoba. Olmos, como otros en iguales circunstancias, fue proveedor del ejército que comandó Roca para “ampliar el territorio bajo soberanía efectiva de la nación”, y vaya si se cumplió ya que millones de hectáreas se pusieron a remate o fueron repartidas entre las familias patricias y entre otros –como Olmos– que apoyaron con dinero o vituallas la conquista de un desierto que no era tal. En el lapso de quince años, Ambrosio Olmos logró reunir 250,000 hectáreas en las inmediaciones de Río Cuarto, entre ellas “su joya fue la compra de El Durazno, pues pensaba concretar allí su sueño dorado: una estancia moderna con rodeos de las mejores marcas en las razas que fueran para exportación”. (p. 41) En 1887, cuando Ambrosio Olmos tenía 48 años y una fortuna consolidada, conoció a Adelia María en casa de su hermano mayor, Horacio Harilaos, y “quedó impactado por esa muchacha ausente. Se prendó de su figura, su piel traslúcida, su empaque orgulloso, su recato.” (p. 53) Y así inició quince años de cortejo, pues la dama no claudicaba ante flores ni regalos costosos que eran regresados invariablemente. La madre de Adelia, doña Carolina, desesperaba por casar “a esa refractaria al matrimonio con el codiciado estanciero [al que consideraba] un salvador para sus eternos problemas económicos”. (p. 53) Y fue en París donde “se rindió la plaza” el 13 de mayo de 1902, al parecer la esquiva dio el sí a un Olmos moribundo a quien los médicos diagnosticaron un final cercano. Sin embargo, el cordobés logró superar el momento –fingido o no–, y la nueva pareja aún pasó dos años en FUENTES HUMANÍSTICAS 39 MIR ADA CR ÍT ICA 135 ANA MARÍA PEPPINO BARALE Europa donde Olmos adquirió maquinaria agrícola (en Inglaterra) y la novedad del momento: el automóvil. Carolina Senillosa de Harilaos falleció en París el 27 de febrero de 1904 y esa fue otra de las razones que adujo el marido para regresar a Argentina, sobre todo para ver qué iban a hacer con El Durazno. Adelia, sin su madre y sin la parafernalia parisina, fue acentuando sus largos silencios que la mantenían ajena a todo. Cuando el 30 de abril de 1906, Olmos fue encontrado muerto por su fiel Ludovico, ella no registró el hecho y como sonámbula parecía vivir en otra dimensión. En entrevista con la autora, Adelita Harilaos de Di Paola, nieta de Horacio Harilaos Senillosa, el hermano mayor de Adelia María, le devela un secreto de familia. Su abuelo descubrió que la muerte del cuñado no respondió a un suceso natural, sino que había sido envenenado al comer caquis maduros –su fruta predilecta–, que habían sido inyectados de arsénico. La pesquisa dio con el asesino, un joven sobrino de conducta disipada que no había recibido de su tío millonario el apoyo para sus gastos superfluos y viciosos. Sin embargo, la familia decidió no dar a conocer el hecho y guardar el secreto para alejarse de la vergüenza y la reprobación social. Así, se llevaron a cabo dos entierros, uno público siguiendo los ritos usuales con un féretro relleno de piedras o de algún anónimo fallecido por esos días y otro, secreto, con el verdadero cadáver y enterrado en un lugar que sólo conocía Horacio Harilaos hijo (h). A los 41 años, Adelia María se encerró en su propia realidad en la que negaba la muerte de su madre y de su marido. “¿Qué haría ella con esa fortuna que no sabía ni justipreciar, ni medir, ni adminis136 FUENTES HUMANÍSTICAS 39 MIR ADA CR ÍT ICA trar, si en su vida todo se lo habían servido en bandeja y sin tener el menor conocimiento de cómo ser empresaria?”. (p. 79) Tal como era costumbre y ley en la época, se quitaba a la mujer huérfana o viuda el derecho a disponer de sus bienes, así que la voz de Horacio (h), el jefe patriarcal de la familia Harilaos, debió prevalecer en el cónclave familiar, y se resolvió atender el veredicto de insana en los diagnósticos que se realizaron, para someterla y enviarla para su tratamiento a Francia, donde la confinaron por un año sometida a los crueles métodos que en ese entonces eran comunes para quienes “sufrían de los nervios”. Ya el mismo Jean-Martin Charcot (1825-1893) desde su cátedra en la escuela de neurología en La Salpêtrière había dejado claro que la cabeza era un territorio de experimentación. Tal vez los rezos de Adelia María fueron escuchados porque Felipe Harilaos Senillosa, el menor de los varones, que había permanecido igualmente al lado de la madre cuando el padre marchó a Europa, se conmovió por el destino de su hermana y viajó a Francia para sacarla de su cautiverio –que no era otro el encierro al que fue sometida–. Ambos viajaron a Buenos Aires e iniciaron “una batalla legal despiadada para recuperar los bienes en los que Horacio había metido sus manos” (p. 84), por fin, en 1910 se resolvió el conflicto a favor de la viuda de Olmos. Ella, amparada por “las bondades de la fe”, logró encauzar su devoción cristiana hacia la práctica de “una caridad exacerbada y estimulada por los religiosos que la rodeaban permanentemente”. (p. 85) Dillon consigna el hecho de que las matronas de la aristocracia porteña rivalizaban en cuanto a la importancia de su labor benéfica que se dirigía a sostener MIRADA CRÍTICA económicamente alas de hospitales, asilos o refugios para niños expósitos, entre otros. Era un modo de acrecentar su papel destacado en la sociedad y que olía a expiación por el origen de sus fortunas. La Sociedad de Beneficencia cumplía su papel y las damas aparecían en las revistas E l Hogar aro Atlántida, cortando las cintas de inauguración de los inmuebles que su abultada billetera había patrocinado. La viuda de Ambrosio Olmos no se sustrajo a ese influjo ni a las visitas a París, costumbre de las elites argentinas de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Sin embargo, fiel al deseo de su esposo, Adelia María Harilaos de Olmos, se ocupo de El Durazno en su memoria. Contó para ello con Wilfred, hijo de Samuel Andrew, el mayordomo inglés ya fallecido que había sido contratado por el propio Olmos. El joven Andrew se había criado en la estancia y respondió a la enseñanza paterna de fidelidad y trabajo de tiempo completo; comenzó por tratar de frenar los gastos fabulosos que respondían al afán de la dueña por construir “parques y jardines versallescos, una piscina fantástica que hacía pensar en palacios y termas romanas, las pérgolas orladas de flores, los pavos reales junto a las llamas y los guanacos, los cisnes nadando en lagos artificiales”. En contraposición a esa excesiva demostración de riqueza, ella visitaba personalmente los pabellones del Hospital Rivadavia a los que mantenía económicamente, para comprobar la limpieza de las sábanas o la calidad de la comida para los pacientes y, con igual perseverancia, visitaba la cocina de su palacio y de su estancia principal, para constatar el destino de la comida que sobraba. Estaba dotada de una energía que imponía a los que la rodeaban, no aceptaba a los lentos y menos que no se le informará del aprovechamiento de sus donativos. Esto último digno de practicar en estos tiempos cuando no sabemos en qué grado los apoyos llegan a quien deben. “Severa pero justa”, Adelia ejercía su veto o aceptación en la elección de los candidatos o candidatas para el casamiento de sus sobrinas y sobrinos, lo que hacia extensivos al personal de servicio. Su sobrina nieta recuerda que compartía su médico de cabecera con sus empleados y no hacía menos a la hora de regalar un ajuar para el recién nacido de su fiel ayuda de cámara, Ramón, comprado en Casa Gesell “donde vestían a los bebés de las familias ricas”. Si bien era estricta e intransigente con los que haraganeaban, “tuvo empleados por más de treinta años a los que dejó casas y jubilaciones cuando se sintió morir.” (p. 98) Esta particular mujer, de acuerdo con la educación pacata recibida, no aprobaba la conducta de las mujeres que en las primeras décadas del siglo XX se iban liberando no sólo de los corsés físicos sino también de los morales. Aborrecía a artistas, literatas y sufragistas, y tuvo particular inquina contra Victoria Ocampo, quien saltando las convenciones de su época y clase, se divorció, tuvo amores libres y, para colmo, manejaba despreocupadamente su Packard por las calles porteñas, llevando a varones célebres que ella invitaba con su dinero para que ellos expusieran sus conocimientos o habilidades y así ampliar la estrechez cultural de sus congéneres. Susana Dillon se refiere a “una época de agudas diferencias sociales” (cap.14), que tiene en un extremo a la clase privilegiada que levantó para el primer FUENTES HUMANÍSTICAS 39 MIR ADA CR ÍT ICA 137 ANA MARÍA PEPPINO BARALE centenario de la Independencia palacetes similares y mejores que los de la admirada París, paseos, parques y monumentos que llamaban la atención de los primeros turistas. Pero ese pequeño sector de la ciudad puerto no representaba al país y, ni siquiera, a la propia capital cuyos barrios de la zona sur se fueron llenando de inmigrantes llegados de distintos puntos europeos que escapaban de las guerras y la pobreza de su tierra natal. Las últimas décadas del siglo XIX, vieron llegar a miles de ellos que se amontonaron con los provincianos en los conventillos surgidos de la división de las grandes casonas abandonadas por sus acomodados dueños, que se trasladaron a la zona norte para escapar a brotes epidémicos. Se comenzó a poblar la pampa húmeda con italianos, españoles, suizos, alemanes y otras minorías. En Buenos Aires nació el tango y el lunfardo. En 1919 inició una ola de represión policial y militar, primero contra la llamada huelga agraria organizada en protesta por los abusos cometidos por los terratenientes hacia sus colonos, posteriormente, en 1921 asestada contra peones, esquiladores y otros asalariados de la Patagonia, que habían atendido a la campaña de sindicalización impulsada por las sociedades obreras afiliadas a FORA comunista.4 Nada de eso tocó a las propiedades que fueron de Olmos. (cap. 15) En 1923, los campos cordobeses superaron sequías e invasión de langosta, las cosechas fueron llenando los graneros y luego las bodegas de los barcos que irían a Europa para elaborar el pan para los sobrevivientes de la guerra. En la colonia que llevaba el nombre de la dueña de la tierra, Adelia María, los chacareros5, aprovechando una visita de la dama a El Durazno, se juntaron para reclamar una disminución en el porcentaje de los tributos y para sugerir que esa rebaja se invirtiera en mejoras Ella los recibió y después de una comida compartida, los arrendatarios6 expusieron sus razones. “Largo fue el tironeo por los puntos a rebajar”, pero lograron bajar dos. Sin embargo, los visitantes tuvieron la mala idea de asistir con sus flamantes F ord T adquiridos con los excedentes pagados por el cerealista aprovechando la buena racha de ese año. Al ver los relucientes vehículos estacionados bajo los eucaliptos, Doña Adelia perdió la compostura. La señora terrateniente, tan dadivosa con los sacerdotes y miembros del clero, se indigno sin embargo cuando tuvo que hacer justicia con quienes la servían aun en la miseria. Ellos no tuvieron la astucia de prometerle el Cielo a cambio de mejoras en sus sacrificadas vidas”. (p. 127) 5 4 L a P atag onia rebeldes un film de 1974, dirigido por Héctor Olivera, con guión de Osvaldo Bayer, yer yer, Fernando Ayala y el propio Héctor Olivera, con intérpretes de la talla de Héctor Alterio, Luis Brandoni, Federico Luppi y Pepe Soriano, entre los más conocidos actualmente. Ilustra con dura crudeza la lucha por la dignificación del trabajo y la represalia indigna de los patrones apoyados por fuerzas militares. 138 FUENTES HUMANÍSTICAS 39 MIR ADA CR ÍT ICA 6 En Argentina: “Chacarero”: agricultor, granjero, que generalmente renta la tierra para cultivarla o criar ganado. El término “chacra” es la voz quechua para granja. Costumbre que aún hoy perdura, los dueños de tierras las arriendan cobrando un alto porcentaje de la ganancia obtenida con la cosecha, si esta última es buena y los precios igual, no hay problema, ambos ganan, pero cuando la lluvia no es oportuna por poca o por mucha o alguna plaga asola el cultivo o baja sustancialmente el precio del cereal, el agricultor debe pagar igual. MIRADA CRÍTICA A esta piadosa mujer le parecía inaudito que sus campesinos tuvieran automóviles, pues lo consideraba un lujo que era privilegio de los de su clase; ¡y que además le pidieran rebaja! También fracasaron los representantes de la colonia que iba progresando y con ello la necesidad de contar con una iglesia propia; les pareció lógico que la benefactora de tantos templos no negaría uno a la localidad que lleva su nombre. Lo hizo y los despidió con un interrogante: “¿No les parece que hice bastante con darle mi nombre a un pueblo tan chico?” (p. 127) ¡Ah, qué doña Adelia! Por otro lado, es larga la lista de sus dadivosas aportaciones a parroquias, hospitales, asilos, además de las proporcionadas al Obispado, al Seminario Diocesano y a las Damas Vicentinas. Ayudó, entre otros, para la construcción de los Ángeles Custodios, refugio de empleadas y escuela doméstica; dotó de terreno y mobiliario a la Iglesia de los Sagrados Corazones y de cinco mil hectáreas con todo lo plantado en ellas, a la escuela salesiana San Ambrosio. Una extensa lista de su actuación y donaciones figura al final del libro. Dejó de viajar a Europa y se consagró “a sacarse de encima la pesada mochila de su fortuna”. (p. 156) Se levantaba al alba y ponía en movimiento a todo el mundo, particularmente a sus tres secretarias. Se rodeó de ingenieros, arquitectos, constructores y albañiles, para que llevaran a cabo las obras que financiaba. Como se señala al inicio, el Vaticano premió la inconmensurable labor de esa filántropa tenaz apoyada por la fortuna heredada y mantenida por ella, así como por sus fieles y eficaces mayordomos y demás personal a su servicio. El título de Marquesa Pontifica que el papa Pío XI le otorgó en 1930 fue un estímulo para trabajar sin descanso, como ella acostumbraba, con el fin de convocar al Congreso Eucarístico Internacional que se celebró en 1934 en Buenos Aires. En “Té para dos”, capítulo 22, se anota una incongruencia por parte de las dos concurrentes: Eva Duarte de Perón y Adelia María Harilaos de Olmos. Es arto conocida la diferencia abismal que hubo entre la esposa del presidente Juan Domingo Perón y las encumbradas damas porteñas, particularmente con las integrantes de la Sociedad de Beneficencia de la que en su momento Adelia María fuera presidenta. Las aristócratas no aceptaban el origen ni la profesión de artista de la joven encumbrada por su relación con Perón, por su parte, Eva, entendía que las necesidades de los pobres debían resolverse de muy distinta manera. Aquí, Dillon nos presenta una perla obtenida de labios de Ramón Lencina, el fiel ayudante de Adelia y mayordomo de la residencia porteña, quien relató emocionado el “esperado encuentro”, en el verano de 1948, entre su patrona ya de 82 años y la pareja presidencial, ya que él personalmente atendió la pequeña mesa donde las dos mujeres compartirían el té, mientras Perón y otros invitados lo hacían en mesas aparte, en una de las salas del palacio de la avenida Alvear. Se saludaron de beso en la mejilla y Adelia casi en un susurro le dijo a Eva: “Al natural, usted es más bonita que en las fotos”. Se había roto el hielo y pasaron a tratar los temas que importaban: Eva perseguía el marquesado y la anciana “en tono amable y distendido” argumentó sobre su juventud y la enormidad de las dádivas que fueron necesarias para lograr el título, además, de la “perseverancia y las devociones que, estaba segura, la FUENTES HUMANÍSTICAS 39 MIR ADA CR ÍT ICA 139 ANA MARÍA PEPPINO BARALE joven no practicaba”. (p. 186) Adelia, por su parte, quería ser enterrada en una de las iglesias que ella había construido y se topaba con la prohibición establecida de tiempo atrás para tales actos. Terminada la merienda, Evita sonriente le entregó la ansiada autorización. En respuesta, La Marques a del P ap pidió a Ramón que alcanzara un sobre dispuesto en una consola cercana, era “un papel alargado, con una cifra de varios ceros y la firma con la letra rotunda, alta y aserrada de Adelia”. (p. 187) Eva lo recibió, lo abrió y comentó gozosa: “Serán para la fundación”.7 El joven y ceremonioso Ramón acompaño a la salida a la pareja presidencial, le pareció que “había despedido a la historia misma”. (p. 187) Y así era, puesto que la rancia estirpe debió ceder su puesto a las arrolladoras acciones del dúo Perón/Evita. La anciana dama dejó clara en su testamento la decisión de transformar El Durazno en la Escuela Agrícola “Ambrosio Olmos” bajo la conducción de la orden salesiana. De hecho, Dillon comienza la biografía de la singular mujer relatando su visita al casco de 171 hectáreas que actualmente ha sido renovado, con su “iglesia de postal europea” y los amplios jardines y pérgolas que seguro recuerdan el paso de Ambrosio Olmos y Adelia María Harilaos, y de las numerosas y encumbradas visitas que acompañaron a la viuda. 7 La Fundación Eva Perón, funcionó desde 1948 hasta el golpe de estado en 1955 que derrocó el gobierno de Perón. Su obra fue excepcional para la época: distribuía libros, alimentos, ropa, máquinas de coser, y juguetes para familias carenciadas del país. Se encargó de construir grandes complejos hospitalarios, casas para ancianos, para madres solteras, para jóvenes provincianos que llegaban a la capital para continuar sus estudios. También brindó asistencia a otros países. 140 FUENTES HUMANÍSTICAS 39 MIR ADA CR ÍT ICA El 15 de septiembre de 1949 se apagó la vida de Adelia, quien fue enterrada como quería en la Iglesia del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, junto a la tumba de su esposo.¿Sabría ella que el cadáver de Ambrosio Olmos no está donde se dice que está?, ya que su trágico fin fue encubierto por su cuñado Horacio Harilaos. Una simple lápida en las paredes de la iglesia recuerda a la pareja que legó tantísimo dinero no sólo para su construcción sino para otras muchas obras similares. Si bien ella hubiera querido un mausoleo como los que había visto en los templos europeos, “un túmulo romántico de tiempos legendarios” como el de Felipe el Hermoso y Juana de Castilla. (p. 196) La lectura de esta obra no sólo ofrece la trayectoria de vida de una mujer y la descripción de su clase social, sino que la inserta en un contexto histórico en el que se resalta la desigualdad que dio origen al encumbramiento de los menos y la pobreza y desesperanza de muchos. Sus páginas reflejan la mirada nada complaciente de la autora quien, sin embargo, no deja de anotar las obras de una Adelia María que trabajó incansablemente por aquello que su educación le signó como posible y que supo romper con un destino amarrado a las decisiones de su hermano mayor y tomar las riendas de una fortuna que la asfixiaba, para dedicarla a fines que considero nobles. ¡Descanse en paz la Marques a del P apa! Ana María Peppino Barale Departamento de Humanidades, UAM-A .