Esbozo de la ética kantiana
Juan Sebastián Lara Bastidas
Resumen
La ética kantiana tiene como aspecto muy importante la libertad, pues es a partir de ella
que el hombre tiene la capacidad de optar por lo bueno en tanto que bueno absoluto.
En este trabajo mostraremos los aspectos más importantes del planteamiento de la
posibilidad de actuar por deber. Veremos la libertad, la ley moral, la moralidad, el bien
supremo y, por último, el sujeto practico. Estos aspectos todos son muy importantes a
la hora de buscar un fundamento último de la moralidad que Kant expresó en los
imperativos categóricos.
Palabras clave
Universalidad, moralidad, a priori, imperativo, analítico, antinomia, noúmeno, fenómeno.
Abstract
Kantian ethics has a very important aspect of freedom, since it is from this that man has
the ability to choose the good as an absolute good. In this paper we will show the most
important aspects of the possibility of acting by duty. We will see freedom, moral law,
morality, supreme good and, finally, the practical subject. These aspects are all very
important in the search for an ultimate foundation of morality that Kant expressed in
categorical imperatives.
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Solución de la tercera antinomia sobre la libertad
1. planteamiento de la tesis
La tesis de la tercera antinomia dice así: la causalidad según las leyes de la naturaleza
no es lo único que puede originar todos los fenómenos del mundo, para explicarlo hay
que admitir una causa libre.
La tesis de la tercera antinomia defiende la libertad como un tipo de causalidad. Esta
tesis llega a su conclusión demostrando que tomar por verdadera la afirmación opuesta,
la antítesis, tiene como consecuencia una falsedad. Supongamos que sólo existe
causalidad según leyes de la naturaleza. Afirmando esto todo lo que ocurre tiene una
causa que debe preceder a un esto ocurrido como efecto. Un estado previo es la causa
de un estado posterior y la regla se extiende hasta el infinito, por lo que nunca
encontraremos de éste modo un primer comienzo; no se llegará jamás a completar la
serie total de todas las causas.
Según esto, no es posible una causalidad por libertad. Pero desde el momento en que
la antítesis se contradice en lo que respecta a la causalidad natural, pues Kant dice que
nada puede suceder sin una causa a priori determinada, entonces dicha antitesis no
puede ser la única verdadera. De hecho en la crítica a la razón pura Kant establecerá
que la tesis y la antítesis de la tercera antinomia son verdaderas, pues pertenecen al
grupo de antinomias dinámicas. No cabe, por tanto, afirmar que la causalidad natural
sea la única en el universo.
La tesis defiende que la totalidad de la serie de causas exige que encontremos una
causalidad dentro de esa serie que no sea a su vez causada y que inicie la serie causal.
Éste proceso es lo que más adelante Kant llamará “libertad trascendental”. Ella es: una
causalidad incausada que inicia la serie causal y que pertenece al mundo. Pero en lo
que concierne a la profundización de ésta libertad, lo veremos más adelante. En todo
caso la tesis acepta una causalidad libre y espontánea; admite la existencia de una
“libertad trascendental”.
La ley de la naturaleza dice que nada sucede sin una causa a priori. Hay que aceptar a
priori un nuevo tipo de causalidad que llamamos “libertad trascendental”. Pero la
“libertad trascendental” es aquel tipo de causalidad espontánea que pertenece a la serie
de fenómenos y que es capaz de iniciar una serie de causas; la libertad es capaz de
trasformar el entorno del ente que es libre. Por eso para explicar el origen del mundo la
libertad no se supone como un comienzo absolutamente primero de ese mundo desde
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el punto de vista temporal, a excepción de que se haga desde un punto de vista causal,
es decir admitiendo la libertad como causalidad que pertenece a la serie de fenómenos.
Como veremos la libertad se supone en los entes racionales y no sólo en el hombre. La
“libertad trascendental” es condición de posibilidad de los actos de la voluntad. Por eso
el problema de la tercera antinomia es un problema de orden moral.
2. planteamiento de la antítesis
La antítesis dice lo siguiente: no existe ninguna libertad, en el mundo todo ocurre según
leyes de la naturaleza.
La antítesis afirma que todo lo que sucede en el mundo ocurre según leyes que en
cuanto pertenecientes al mundo son llamadas leyes de la naturaleza. Como dijimos, la
“libertad trascendental” es una facultad de iniciar un efecto mundano, y por tanto una
serie de consecuencias. Pero la “libertad trascendental” no está determinada por
ninguna condición y ninguna ley. Si admitimos una causa espontánea de éste tipo que
sería un comienzo de la serie causal, los últimos miembros de la serie serían
independientes del primero y así la unidad de la experiencia, que nos enseñó la
“analítica trascendental”, se haría imposible, pues la legalidad de los acontecimientos
depende de la experiencia. Todo lo que vaya más allá de la experiencia, como nos lo
enseño la “analítica trascendental”, no es más que un producto mental, afirma ésta
antítesis. La libertad no puede comprobarse de manera teórica o por medio de la
experiencia, en efecto ¡quien ha visto, olido, gustado, oído o palpado la libertad? No
hay ninguna intuición sensible que pueda dar datos sobre ésta supuesta (y así es para
la razón teórica) realidad que debería corresponder a la “libertad trascendental”.
La causalidad natural es la única capaz de suministrar orden a los fenómenos o
acontecimientos; la libertad que se supone que no tiene reglas, no puede dar orden a
los acontecimientos. La causalidad natural obliga al entendimiento a buscar las causas
de las causas para darle unidad a los acontecimientos y, por lo tanto, obliga al mismo
tiempo al entendimiento a encontrar una unidad de la experiencia según leyes naturales.
Pero la idea de libertad es una causalidad incondicionada totalmente espontánea que
rompe el hilo conductor de las reglas y por eso, rompe también la unidad coherente de
la experiencia. La antítesis niega la existencia de la libertad.
3. solución del conflicto
La tercera antinomia nos permiten pensar dos tipos de causalidad: la “causalidad
natural” y la “causalidad por libertad”. La “analítica trascendental” de la “critica a la razón
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pura” estableció un principio valido para todos los fenómenos: todos los cambios
acontecen de acuerdo a la ley de conexión entre causas y efectos. Éste principio vale
para todos los objetos o, lo que es lo mismo, los fenómenos, pues el fenómeno es lo
que constituye la objetividad. Según éste principio todas las representaciones tienen un
orden coherente. Según esto, es muy difícil aceptar la causalidad por libertad, pero:
“la libertad se encuentra ante otra dificultad si se pretende unirla con el
mecanismo de la naturaleza en que un ente pertenezca al mundo sensible:
dificultad que, aun concedido todo lo que hemos expuesto, amenaza empero
con arruinar completamente la libertad. Sin embargo, con todo y ese peligro,
hay una circunstancia que permite abrigar esperanzas de una feliz
perspectiva para afirmar la libertad, y es que esta dificultad misma pesa
mucho más (…) sobre el sistema en que la existencia determinable en el
tiempo y el espacio se tiene por existencia de las cosas en sí y, por
consiguiente, no nos obliga a abandonar nuestra mejor suposición de la
idealidad del tiempo como mera forma de intuición sensible y, por tanto,
como mera clase de representación propia del sujeto como perteneciente al
mundo sensible, y, en consecuencia, sólo requiere que se la concilie con
esta idea.” (Kant Immanuel, CRPr.)
El principio de “causalidad natural” se restringe solamente al ámbito de los fenómenos.
El fenómeno es mera representación y su condición de posibilidad o contra-cara es la
cosa en sí o noúmeno. El noúmeno pertenece al mundo inteligible y su ley de causalidad
no está determinada por fenómenos, de manera que la dimensión inteligible o
noumenica estará fuera de la serie de causas. La causalidad que le corresponde a la
dimensión inteligible o nouménica será una “causalidad por libertad”. De manera que la
“causalidad por libertad” se admite en el mundo nouménico de algún ente y la
“causalidad natural” se admite en el mundo fenoménico de ese mismo. Miremos: “se
nos concede que el sujeto inteligible puede ser aún libre respecto de una acción dada,
aunque el sujeto, que pertenece también al mundo sensible, esté condicionado
mecánicamente respecto de ella” (Kant Inmanuel, CRPr)
La tesis y la antítesis de esta tercera antinomia pueden afirmarse ambas como
verdaderas. Todo lo que existe puede estar determinado o como libre o como sujeto a
leyes naturales. Tesis y antítesis se cumplen simultáneamente. Entonces admitir la
libertad y la ley de causalidad natural en el mundo no es una contradicción, por lo tanto
es posible, en su sentido cosmológico, un ente con “libertad trascendental” que inicie
una serie de estados de manera espontánea. La “libertad trascendental” es una idea
que no toma nada de la experiencia y su realidad no puede darse en ella. Pero esta
libertad sólo puede atribuirse a seres racionales entre los cuales está incluido el hombre.
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Un ser humano del mundo puede tener dos caracteres:
1. un carácter empírico que nos es llegado a través de la experiencia y por el cual
sus actos como fenómenos se someten sin su autorización a las leyes naturales
de causalidad.
2. un carácter inteligible que podríamos llamar un carácter nouménico, que tiene
en su seno la “libertad trascendental”. El hombre, en tanto libre, es capaz de
iniciar una serie de fenómenos por sí mismo y sin ninguna condición sensible
que fuese por tanto fenómeno. Éste último por referirse a noúmeno no está
sometido a ninguna condición sensible y no está sometido a ninguna ley de
causalidad natural. No tiene, por tanto, un lugar en la serie de causas, sino que
se escapa de ellas.
Desde el punto de vista del carácter empírico, las acciones del hombre forman parte del
mundo sensible y están sometidas a las leyes causales de la naturaleza. Desde el punto
de vista del carácter nouménico o inteligible el hombre debe ser considerado como libre
de todas las influencias de la sensibilidad y determinación de los fenómenos. El sujeto
es libre de toda necesidad natural; en el interior de él no hay relación de causa y efecto.
La ley de causalidad natural y la “libertad trascendental” coexisten sin contradecirse. El
primero corresponde al mundo sensible y fenoménico; el segundo al mundo inteligible o
nouménico.
Ahora bien, hay que profundizar en esas dos dimensiones para ver como concilian en
el hombre. El hombre es uno de los fenómenos del mundo sensible, por lo cual sus
acciones son fenómenos ligados según las leyes de la naturaleza física. Sin embargo el
hombre, a través de su apercepción, se conoce a sí mismo como poseyendo facultades
de carácter inteligible. El ámbito sensible y fenoménico del hombre se comprueba
gracias a que es un ser dotado de sentidos. El ámbito inteligible o nouménico se
comprueba gracias a que es un ser dotado de entendimiento y razón; el hombre actúa
de manera espontánea y es capaz de actuar sin tomar en cuenta él mismo sus impulsos
sensibles.
La razón es pura actividad espontánea y es el origen de la ley moral que se relaciona
con el concepto del “deber”. Mientras que los impulsos sensibles producen deseos que
no son necesarios ni universales; el deber, impuesto por la razón, impone prohibición y
autoridad. La razón es la única capaz de crear leyes llamadas practicas impuestas por
el sujeto a sí mismo. La razón crea leyes que ella misma puede desobedecer, pero que
permanecen siempre en su conciencia. Estas leyes prácticas son los imperativos
morales que son necesarios y universales; es decir, a priori.
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Resulta que todas las inclinaciones, como caracteres sensibles del hombre, son
contrarias siempre a la ley moral que nos prescribe la razón. Pero el hombre tiene
libertad y por lo tanto puede o bien guiarse por las inclinaciones o por las prescripciones
de la razón. La libertad tomada negativamente es la independencia del hombre respecto
de las inclinaciones. Según esto el hombre es más libre al dejarse guiar por la ley moral.
Mientras que la libertad tomada positivamente es el poder de originar una serie de
acontecimientos. Un ejemplo de ley moral es “no mentir”. Puede ocurrir que un sujeto
necesite mentir para conseguir algún provecho o para salir de algún problema. Mentir
seria un resultado de la inclinación que va en contra de la ley que prescribe no mentir.
Desde el momento en que miente, ese sujeto ha contraído una culpa. Y es que si no
admitimos la libertad en los hombres, todas las acciones para ellos estarían permitidas.
Cada acción humana puede ser vista o bien como consecuencia de sus inclinaciones,
o bien determinada por su carácter inteligible nouménico. Éste carácter inteligible es el
origen de las leyes morales. El hombre o bien actúa según una necesidad natural, o
bien bajo leyes morales. Esta disyuntiva a escoger es lo que se llama “dialéctica natural”,
el hombre puede elegir entre la ley o la búsqueda de la felicidad; y es que ellas dos son
cosas totalmente contrarias. El hombre puede elegir o bien entre mentir, cuando lo
necesita, o no mentir sin ningún interés.
Por último, Kant nos dice que la solución de esta tercera antinomia enseña solamente
que la causalidad por libertad y la causalidad natural no son conceptos contradictorios,
pero no ha demostrado la realidad de la libertad. Hasta acá sólo se ha demostrado la
posibilidad lógica del concepto de libertad, es decir, podemos pensar la libertad sin
contradicción, pero no conocerla.
Solución de la cuarta antinomia sobre la idea de un ser absolutamente necesario
1. planteamiento de la tesis
La tesis de esta antinomia que es la cuarta nos dice: en el mundo existe algo que –como
parte suya o como su causa- es un ser absolutamente necesario.
La tesis mantiene que existe un ser absolutamente necesario y, por otro lado, que dicho
ser pertenece al mundo, o bien como una de sus partes o como su causa. Todo cambio
está condicionado, es decir, depende de una causa antecedente que permite dicho
cambio. Todo cambio presupone una serie completa de condiciones que llegue hasta lo
absolutamente incondicionado como lo único absolutamente necesario, de lo contrario
la serie de condiciones continuaría indefinidamente quedando incompleta y no podría
producirse una explicación de causa eficiente. Entonces se admite la existencia de un
ser absolutamente necesario. Lo que queda por decidir ahora es la relación que dicho
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ser mantiene con el mundo. Para Kant éste ser absolutamente necesario pertenece al
tiempo y por tanto forma parte del mundo fenoménico.
El ser absolutamente necesario se halla contenido en el mundo, pero o bien se trata de
la completa serie cósmica o bien es sólo una parte de la serie cósmica. Kant nos dice
entonces que el ser absolutamente necesario tiene que ser considerado como el
miembro supremo de la serie cósmica. Éste ser absolutamente necesario es un
incondicionado absoluto y es la condición absoluta de los cambios del mundo. Pero –y
esto es importante- éste argumento cosmológico no tiene nada que ver con la
demostración de la idea de ser supremo, esto es: Dios.
2. planteamiento de la antítesis
La antítesis de esta antinomia dirá: en ningún lugar existe un ser absolutamente
necesario, ni en el mundo ni fuera de él, que sea causa de éste. La antítesis constará
de dos partes. La primera niega que exista en el mundo un ser absolutamente necesario,
la segunda demostrara que no existe ese ser fuera del mundo y que sea su causa.
Veamos.
Con la primera parte nos encontraremos con dos alternativas si suponemos que el
mundo mismo es un ser necesario:
1. la serie de cambios que se dan en el mundo tiene un comienzo incondicional no
causado por nada.
2. la serie misma no tiene comienzo y, aunque cada parte de la serie sea
contingente, sin embargo, tomada en su totalidad, es una condición
incondicionada y absolutamente necesaria.
La primera alternativa, contradice la ley de la causalidad que se vio en la “analítica
trascendental” al afirmar una parte de la serie que no depende de ninguna condición. La
última también es imposible, ya que la serie de cambios que toma cado uno
individualmente como contingente, tomada como un todo no puede ser necesario
absolutamente.
La segunda parte de la antítesis supone que ese ser necesario absoluto no existe fuera
del mundo. Comenzar la serie de cambios que existen en el mundo desde fuera de él
es imposible, ya que todo cambio se da en el tiempo y por lo tanto la causalidad de ese
ser necesario absoluto formaría parte del tiempo y pertenecerá al mundo sensible.
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La conclusión de la antítesis es como sigue: no existe ningún ser absolutamente
necesario, ni en el mundo ni fuera del mundo. En la tesis se piensa un ser absolutamente
necesario e incondicionado si se pretende cumplir con la idea de causa eficiente. En la
antítesis se niega la existencia de éste incondicionado pues de lo contingente no se
puede inferir lo necesario. Sin embargo tanto la tesis como la antítesis nacen de la razón
humana ordinaria.
3. solución del conflicto
La cuarta antónima considera la serie de causas para alcanzar la existencia de un
incondicionado absoluto que sea la condición de todo lo que cambia. Acá estamos ante
la misma solución que se dio en la tercera antinomia. La tesis se refiere a un mundo
nouménico o inteligible y la antítesis está en relación con el mundo sensible o
fenoménico. Las cosas del mundo sensible son contingentes y son condicionadas, sin
embargo en el mundo nouménico o inteligible puede haber un ser absolutamente
incondicionado y absolutamente necesario. Ese incondicionado no forma parte de la
serie de cambios. En esto radica la diferencia entre la tercera antinomia y la cuarta. En
la tercera antinomia la libertad hace parte de la serie de cambios y, aunque es capaz de
iniciar una serie de cambios, no pertenece a una dimensión no mundana. En la cuarta
antinomia, el ser absolutamente necesario no pertenece a la serie de causas y está
fuera del mundo.
En todo caso la contingencia de las cosas naturales que pertenecen a la experiencia es
perfectamente compatible con la hipótesis de una condición absolutamente necesaria e
incondicionada de puro carácter inteligible o nouménico. En consecuencia no hay
contradicción entre la tesis y la antítesis; las dos son verdaderas. Pero mencioné la
palabra hipótesis, porque, aunque la tesis y la antítesis no se contradicen, la existencia
de ese ser absolutamente necesario no se ha demostrado y sólo podemos pensar su
posibilidad, nada más.
Ahora bien, conviene detenernos en algunos aspectos. En la tesis se defiende la
existencia de un ser absolutamente necesario en el mundo sea como causa o como
parte, pero en el mundo. Como “parte” significa que ese ser es un miembro de la serie
de cambios; mientras que como “causa” significa que ese ser es la serie infinita misma.
Por otro lado, en la antítesis se niega la existencia de un ser absolutamente necesario
que sea causa del mundo, pero ahora se hace énfasis en que dicho ser no es parte del
mundo. La solución a éste dilema está en aceptar bajo la distinción de “en el mundo” y
“fuera del mundo”, la posibilidad de distinguir tres tipos de incondicionados:
1. el incondicionado como una parte de la serie a la que todas las otras están
subordinadas “en el mundo”.
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2. el incondicionado como una “parte” de la serie a la que todas las otras están
subordinadas “fuera del mundo”.
3. el incondicionado como la “serie infinita misma” “en el mundo”.
Por último, precisa Kant que introducir la idea de un ser necesario fuera del mundo
prepara el camino hacia el ideal trascendental del que la “critica de la razón pura” habla
sobre Dios.
Libertad trascendental y libertad practica
La razón, como perteneciente al mundo inteligible, es espontaneidad capaz de iniciar
por sí misma una serie de fenómenos que pertenecen al mundo sensible. La solución
de la tercera antinomia permite pensar que una “causalidad natural” y una “causalidad
por libertad” son compatibles. Ahora veremos el concepto de libertad trascendental y el
de libertad práctica.
1. Libertad trascendental
La definición de la libertad trascendental es la siguiente: absoluta espontaneidad causal
capaz de iniciar por sí misma una serie de fenómenos. Los seres inteligibles tienen
influencia sobre los fenómenos. Aunque es posible pensar la libertad trascendental
como esa espontaneidad que mencionamos, nada podemos conocer de ella de modo
directo, pues se allá fuera de toda experiencia. La libertad trascendental es sólo una
exigencia subjetiva de la razón humana. La libertad trascendental no es más que una
idea; no podemos determinar la existencia de la libertad trascendental porque no hay
ninguna intuición que le corresponda. La libertad trascendental es un concepto
“problemático”, aunque no encierra contradicción.
2. libertad practica
La libertad en sentido práctico puede definirse del siguiente modo: independencia de la
voluntad respecto de la imposición de los impulsos de la sensibilidad. Ahora bien, la
voluntad de los hombres es una voluntad “patológicamente afectada” y la voluntad de
los animales es una voluntad “patológicamente necesitada”. La voluntad humana es
arbitrium liberum y la voluntad de los animales es arbitrium brutum. La razón en los
hombres es una condición permanente de todos sus actos. Observamos una doble
consideración de la libertad. Por un lado, La libertad “negativa” que consiste en la
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independencia de las inclinaciones y en general de condiciones empíricas; y, por otro
lado, la libertad “positiva” como la capacidad de actuar según el dictamen de la razón.
Ahora bien, los dictámenes de la razón se expresan mediante “imperativos” como reglas
que determinan el comportamiento. Los imperativos pueden ser llamados “leyes
objetivas de la libertad” o “leyes prácticas”. Ellos dicen “lo que debe suceder”, aunque
nunca llegue a suceder. Los imperativos se distinguen de las leyes de la naturaleza,
pues las leyes de la naturaleza no pueden evitarse, no dependen de nuestra voluntad,
mientras que los imperativos son reglas a las que puedo violar.
La voluntad humana puede ejercerse tomando como motivo de su acción la sensibilidad
(lo agradable) o la razón pura (lo bueno). Lo bueno hace referencia a leyes a priori que
nacen de la razón. Estas leyes pueden ser “leyes pragmáticas” o “leyes morales”. Las
primeras son prescritas por la razón para satisfacer las inclinaciones y conseguir la
felicidad. El fundamento de estas leyes pragmáticas se encuentra en la experiencia,
pues sólo por la experiencia podemos saber cómo podemos llegar a satisfacer las
inclinaciones y que nos hace feliz. Las segundas, las leyes morales, son generadas a
priori por la razón y no busca ni la satisfacción de las inclinaciones ni la felicidad, la ley
moral es totalmente desinteresada.
3. carácter inteligible y carácter empírico
Los imperativos son creados por la razón pura y actuar sobre la base de ellos es actuar
conforme al “deber”. Para actuar conforme al deber el hombre ha de ser capaz de
sofocar sus inclinaciones, pasiones o deseos. Para tener control sobre mis inclinaciones
tengo que ser capaz de decidir cuáles de ellas van a afectarme y a cuales de ellas tengo
que resistirme. La razón del hombre es totalmente espontánea y es consciente de esa
misma espontaneidad. La conciencia de la espontaneidad del pensamiento produce
conciencia del carácter inteligible que es algo totalmente no sensible. Todas las
acciones realizadas según el “deber” son expresiones de espontaneidad, porque
afirman la libertad practica en el sentido de que siguiendo la razón me aparto de las
inclinaciones sensibles que, al no se controladas, me hacen un ser mecánico y
predecible. El grado de libertad del hombre aumenta en proporción a sus acciones
conforme al “deber”. Es necesario admitir un carácter inteligible al hombre, por medio
del cual el sujeto tiene la capacidad de actuar conforme al deber.
Por otro lado, todas las acciones del hombre tienen su efecto en el mundo fenoménico
y como estos están sometidos a la causalidad natural, el hombre tiene un carácter
empírico, lo cual es evidente por la materia del cuerpo sometido a la ley natural.
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Ahora bien, De la libertad en sentido negativo como independencia de la voluntad con
respecto a las causas determinantes del mundo sensible, no podemos tener
experiencia, pero podemos tener experiencia de la libertad en sentido positivo como la
capacidad de actuar conforme al deber expresado en imperativos que nacen de la razón
pura a priori.
Uso práctico de la razón
Sabemos ya que es posible pensar la libertad, desde que descubrimos que su
representación no encierra contradicción. Esto lo descubrimos por medio de la razón
especulativa y dijimos que la libertad es compatible con el mecanismo causal de la
naturaleza. Pues bien, la moral lo único que necesita es que la libertad no se contradiga
a sí misma.
Ahora bien, la metafísica existe en el hombre como disposición natural; la razón humana
tiene el destino singular de ser acosada por cuestiones que no puede rechazar pues se
plantean por la misma razón y a las que no puede responder porque sobrepasa sus
facultades. Pero ésta ciencia no ha entrado en el camino seguro de la experiencia. La
metafísica fue durante mucho tiempo “la reina de todas las ciencias”, pero ahora se ve
amenazada. Kant plantea que la modernidad llegó a un punto en el que es indiferente
de las cuestiones metafísicas, pero esto no es un efecto de ligereza, sino de un juicio
maduro de la época que no se contenta con saberes aparentes. La “critica a la razón
pura” es una crítica de nuestra facultad cognoscitiva cuyo planteamiento principal es la
distinción entre Noúmeno y fenómeno; el conocimiento debe ir por el lado seguro de la
experiencia. Por ello la metafísica, como la más antigua de las ciencias, pierde ahora
toda su validez, pues pretende ir más allá de toda experiencia.
La experiencia constituye un tipo de conocimiento que posee unas reglas que yo debo
suponer en mí antes de que los objetos me sean dados, es decir, reglas a priori. Todos
los objetos de la experiencia deben adecuarse a las reglas del entendimiento que se
expresan a través de conceptos a priori (las categorías). Sólo conocemos a priori de las
cosas lo que nosotros mismos ponemos en ellas. Con ésta perspectiva, la primera parte
de la metafísica, la que se ocupa de conceptos a priori de objetos que se dan en la
experiencia, entrará en el camino seguro de la ciencia. Nuestra capacidad cognoscitiva
no puede traspasar los límites de la experiencia posible porque sólo alcanza los
fenómenos y no a los noúmenos.
La aspiración de la razón a alcanzar el incondicionado es lo que nos impulsa a traspasar
los límites de la experiencia. El incondicionado es la serie completa de las condiciones
para todo condicionado dado. El incondicionado no debe hallarse en las cosas en cuanto
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las conocemos (en cuanto fenómenos) pero sí en las cosas en cuanto no las conocemos
(en cuanto noúmenos). La “critica a la razón pura” profundiza la distinción entre
fenómenos y noúmenos, por ello denuncia la ilusión en la que cae la razón teórica cada
vez que quiere determinar el incondicionado. Pues bien, el acceso al incondicionado le
queda vedado a la razón especulativa, pero existe otro ámbito de nuestra razón, el
práctico, en el que es posible determinar el concepto racional y trascendente de lo
incondicionado. Éste ámbito practico de la razón sobrepasa, como desea la metafísica,
los límites de la experiencia.
La “critica de la razón pura”, prepara de éste modo, el camino a la filosofía práctica.
Desde el punto de vista de la “critica a la razón pura” los conceptos que se referían a los
noúmenos permanecían vacíos y problemáticos pues no había una intuición que les
correspondiera. Será la razón práctica la encargada de dar significado a esos conceptos.
La “critica a la razón pura” desvela las razones del fracaso de la metafísica trascendente,
pero prepara el camino a una nueva metafísica que tendrá su lugar de desarrollo en la
moralidad a la cual accedemos por medio de la razón práctica. El interés práctico es el
que impulsa a la razón a ir más allá de su uso empírico, por medio de ideas que se
encuentra más allá de todo conocimiento posible. En la “critica de la razón pura” los
problemas referentes a la libertad, la inmortalidad del alma y Dios tienen escaso interés
teórico, pero, en el ámbito practico de la razón, estos tres postulados son importantes.
Ahora bien, aquí nos interesa la cuestión de ¿Qué puedo esperar si realmente hago lo
que debo hacer? Ésta cuestión es teórica y práctica a la vez. Esperar tiene que ver con
la felicidad; el objeto de la esperanza es la felicidad que es definida como la satisfacción
de nuestras inclinaciones. Las inclinaciones son la fuente de los impulsos sensibles que
determinan nuestra voluntad siempre con un interés de por medio. Kant hace la
distinción entre leyes pragmáticas y la ley moral. Las primeras nos dicen lo que es
necesario para conseguir la felicidad. Las segundas, las leyes morales, prescinden de
las inclinaciones y de los medios para satisfacerlas y obligan absolutamente a priori
pues están fundadas en la razón pura. Las leyes morales nos dicen no cómo
comportarnos para ser felices, sino cómo debemos comportarnos para “ser dignos de
felicidad”. Lo que puedo esperar si hago lo que debo hacer es: ser digno de la felicidad.
Por otro lado, se plantea la siguiente cuestión: si me comporto de modo que sea digno
de la felicidad ¿Ello es motivo para ser partícipe de ella? La respuesta es no, pues el
juicio que dice que “el cumplimiento de la ley moral me hace feliz” es un juicio de fe. No
se puede determinar de modo seguro que el cumplimiento la ley moral hace feliz. Seguro
que habrá personas que haciendo lo correcto sean felices, pero ese no es el caso de
todos. Sin embargo la ley moral tiene dignidad y es algo que no debemos violar. Pero
para el hombre común que considera la existencia de Dios como evidente, existe la
convicción de que cumpliendo con el mandato moral logrará ser feliz. Ésta idea tiene su
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sentido práctico y es muy útil, porque un hombre horrado tiene la creencia de que
actuando bien logrará ser feliz, siendo imposible que pueda ser honrado sin esperar al
mismo tiempo que también ha de ser recompensado. Por el mismo motivo por el cual
cree en la virtud, cree también la recompensa. La creencia en Dios es un incentivo para
desarrollar la disposición moral. Claro está que la fe nos dice que hay que actuar sin
ningún interés.
Las leyes morales existen porque así lo certifica la razón más vulgar como también la
más refinada. Estas leyes morales constituyen una unidad sistemática llamada “unidad
moral”. Existe un mundo moral puramente inteligible en el que no se tiene en cuenta las
inclinaciones como obstáculos que encuentra la moralidad. Claro está que éste mundo
moral es solamente una idea, pero una idea práctica, que ejerce influencia en el mundo
sensible con la intención de acomodarlo cada vez más a la idea de mundo moral. Las
inclinaciones y deseos sensibles son obstáculos de nuestra libertad, hecho por la cual
el hombre puede desobedecer las leyes morales.
Libertad y moralidad parte uno
1. la moralidad para el vulgo
Hay algo de lo que no cabe dudar y es que todos los hombres se juzgan moralmente
unos a otros. Por eso tenemos que partir de la conciencia moral ordinaria de los
hombres. Es evidente que en todos ellos existe el concepto de moralidad como un
conocimiento que subyace. Los hombres poseen un comportamiento moral desde el
más vulgar hasta el más refinado. La conciencia moral colectiva considera como lo
absolutamente bueno a la “buena voluntad”. Y ella actúa de forma incondicional, es
decir, conforme a lo que siempre y universalmente es bueno sin importar lo precario de
la situación propia del agente.
Sólo la buena voluntad es buena siempre y universalmente, porque hay muchas otras
cosas que podríamos tomar por buenas pero que no lo son absolutamente. Entre estas
cosas están: los talentos del espíritu, las cualidades del temperamento y los dones de
la fortuna. De esta manera Kant resalta y defiende la primacía de la buena voluntad con
respecto a los otros bienes. La buena voluntad se define por la disposición interna de
no dejarse guiar por las inclinaciones de nuestro lado animal y sensible. La buena
voluntad es el único bien en sí.
La mejor guía para la felicidad es el instinto tomado como naturaleza sensible, y la razón
nos aleja de la felicidad. Pero si nuestra finalidad es alcanzar la moralidad y actuar de
buena voluntad, la razón será la guía y no el instinto.
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Ahora bien, para alcanzar el concepto de la buena voluntad en toda su complejidad hay
que hablar del “deber”. La voluntad humana lucha constantemente con las inclinaciones
naturales si quiere llegar a ser buena. Sólo cuando actuamos por deber podemos decir
que nuestros actos son de buena voluntad. Pero hay que distinguir entre las acciones
hechas “’por deber” y las hechas “en conformidad con el deber”. Por ejemplo: el deber
es no mentir o siempre decir la verdad, pero aquel sujeto dice la verdad sólo por miedo
a perder su prestigio. Acá el sujeto actuó “en conformidad con el deber”. Pero otro sujeto
siempre dice la verdad a pesar de que a causa de ello pueda perder el prestigio. Éste
actuó “por deber”.
Kant pretende dejar bien claro que una acción es válida moralmente o tiene valor moral,
no cuando está “en conformidad con el deber”, sino cuando es realizada “por deber”.
Las acciones realizadas por la inclinación o con vistas al logro de la felicidad no son
valiosas. El valor moral de una acción no puede residir en la inclinación ni en la
búsqueda de felicidad. El cumplimiento del deber sólo es posible cuando se tiene
respeto a la ley que, como dijimos, nace de la razón de cada individuo.
Ahora bien, llámese principio una proposición universal que sirve de fundamento a otras
proposiciones. Principio es una proposición fundamental y la razón es la encargada de
buscar los principios supremos. Los principios prácticos pueden ser “subjetivos o
máximas”, o bien “objetivos o leyes”. Una máxima es un principio subjetivo de acuerdo
con el cual el sujeto ha de actuar, en cuanto es válido para el sujeto individual que la ha
elegido como su norma de conducta. Las máximas pueden ser “materiales” cuando el
motivo que impulsa a actuar es el logro de determinados resultados, o bien una “formal”
cuando es elegida en contra de las inclinaciones. Sólo una “máxima formal” puede
convertirse en ley moral o principio valido para todos los hombres. La voluntad humana
se encuentra en una encrucijada o disyuntiva pues puede elegir el deber por el deber o
la satisfacción de las inclinaciones. Esta disyuntiva recibe el nombre de “dialéctica
natural”. El deber nos impone una ley.
Mencionamos el respeto por la ley moral, y éste es un sentimiento de agrado hacia lo
bueno y de repulsión hacia lo malo. El respeto por la ley moral es un sentimiento, pero
no pertenece a las inclinaciones, sino provocado por la razón. El respeto a la ley moral
va acompañado de una auto-humillación al menoscabar el amor que el hombre se tiene
a sí mismo. Por eso el respeto a la ley moral tiene una dignidad. La ley es la que nos
imponemos a nosotros mismos. De manera que la buena voluntad es aquella que obra
por puro respeto a la ley y que se humilla a sí misma al menoscabar el amor a sí mismo.
14
2. de la filosofía popular a la filosofía practica
La buena voluntad es el bien moral absoluto y el valor moral reside en un obrar por deber
y no en un obrar conforme al deber. La ley moral existe entre todos los hombres de un
modo popular, pero para el filósofo no le basta con alcanzar el concepto de ley moral.
El filósofo ha de encargarse de buscar las condiciones que hacen posible la ley moral,
o lo que es lo mismo, ha de buscar el origen del principio que exprese la ley moral como
algo que subyace en la conciencia común de todos los hombres.
Hemos mencionado la dialéctica natural. Dijimos que el hombre, si quiere ser moral,
tiene que luchar constantemente contra sus inclinaciones. Esta dialéctica natural hace
necesaria la reflexión filosófica sobre la moral y el origen de las leyes prácticas. Pero el
filosofo no encontrará algo más allá de lo que la conciencia moral de los hombres ya
sabe, lo único que intentará será hacernos comprender la necesidad de ese
conocimiento que el hombre común ya tiene sobre la ley moral.
Por otro lado, es imposible estar seguro de que en el mundo haya habido alguna vez un
ejemplo de virtud, pero ello no es motivo para no sentir respeto por la ley moral y obrar
por deber. Aunque nadie en el mundo haga lo correcto, la ley moral sigue vigente en la
conciencia de todos los hombres. No se trata de que la experiencia pueda certificar
algún ejemplo de virtud, sino de que la razón, por sí misma, ordena la ley moral y que,
por lo tanto, algunas acciones son mandadas por la razón. La ley moral es universal y
necesaria, es decir, a priori, por eso no puede venir de fuentes empíricas.
El hombre y en general, todos los seres racionales, son capaces de obrar según leyes
creadas por su razón y por tanto poseen una voluntad como arbitrium liberum. Sin
embargo la voluntad humana, aunque racional, está sometida a estímulos sensibles que
no coinciden nunca con las leyes objetivas practicas; la ley moral se le presenta como
una obligación, orden o mandato al hombre. Para la voluntad divina como voluntad santa
no valen los imperativos y su naturaleza coincide con ellos siempre y necesariamente.
La tarea del filósofo será encontrar el origen del concepto de deber para encontrar de
una vez por todas, el principio según el cual puede decirse que una máxima vale como
ley moral universal. Éste principio es para nosotros el imperativo categórico. Hay dos
clases de imperativos: los imperativos hipotéticos y los imperativos categóricos.
Miremos:
1. imperativo hipotético: declara una acción necesaria como medio para un fin. Es
un tipo de imperativo que podríamos llamar del interés. Estos imperativos
pueden ser problemáticos o acertóricos. Los imperativos problemáticos son
“consejos de la sagacidad”, pues dicen que se debe hacer para alcanzar la
15
felicidad. Son problemáticos porque la felicidad es una meta que varía de ser
humano en ser humano; la felicidad es algo indeterminado, pues nadie sabe que
lo hará feliz. Los imperativos acertóricos son llamados también “reglas de la
habilidad”, pues la meta a alcanzar y el medio (causa) son una proposición
analítica, esto es: el imperativo asertórico prescribe que ha de hacerse para
conseguir un determinado fin. Estos últimos son preceptos de las artes o de las
ciencias. “el imperativo hipotético dice solamente que la acción es buena para
algún propósito posible o real. En el primer caso es un principio problemáticopractico; en el segundo caso es un principio asertórico-practico” (Kant Inmanuel,
CRPr)
2. imperativo categórico: declara la acción como incondicionalmente necesaria.
Éste es apodíctico y constituye los mandatos o leyes morales. Sólo el imperativo
categórico será moral pues no se refiere a la materia de la acción, sino a la forma
y vale como ley universal para todos los hombres. Éste imperativo puede
llamarse “el imperativo de la moralidad”. Miremos:
“el imperativo categórico es el único que se expresa en ley práctica, y los
demás imperativos pueden llamarse principios, pero no leyes de la voluntad;
porque lo que es necesario hacer sólo como medio para conseguir un
propósito cualquiera, puede considerarse en sí como contingente, y en todo
momento podemos quedar libres del precepto con renunciar al propósito,
mientras que el mandato incondicionado no deja a la voluntad ningún arbitrio
como respecto al objeto y, por tanto, lleva en el aquella necesidad que
exigimos siempre en la ley” (Inmanuel Kant, FMC)
Si al imperativo categórico se le negara su existencia estaríamos negando con él
también la posibilidad del deber y la moralidad en la conciencia ordinaria. Una buena
voluntad solamente puede serlo si se acomoda al principio de imperativo categórico. La
pregunta de Kant es: ¿Cómo son posibles los imperativos? Es evidente que éste nos
ordena a cumplir acciones y ordenan nuestras máximas sin ninguna otra condición que
la de la ley moral. En lo que viene veremos los imperativos.
a. formula de la universalidad de la naturaleza
La primera fórmula del imperativo categórico dice así: obra como si la máxima de tu
acción debiera tornarse, por tu voluntad, en ley universal de la naturaleza.
Esta primera fórmula no nace de nada empírico y, por lo tanto, no puede ser convertida
en imperativo hipotético, quedando justificado su carácter formal y apriorístico, es decir,
16
no busca ningún interés material como lo hacen las inclinaciones. La objetividad de la
ley sólo puede descansar en la razón a priori y, por lo tanto, no espera nada de la
inclinación humana. La conciencia moral ordinaria sabía que la acción correcta era la
que se hacía “por deber” y no “conforme al deber”; ahora Kant nos demuestra la validez
de éste punto de vista, pues una buena voluntad es aquella que obra de acuerdo con
ésta primera fórmula de imperativo categórico.
Ésta primera fórmula entiende la palabra naturaleza como un sistema de objetos regidos
por leyes universales y necesarias, es decir, a priori. Ésta es la única naturaleza que
puede ser querida racionalmente. El imperativo es ambicioso, quiere no solamente que
la máxima se convierta en ley, sino que sea una ley natural; quiere que todos los
hombres sean morales por naturaleza. Es evidente que esta primera fórmula del
imperativo es sólo ideal, pero por ello tiene suma dignidad. Con cuatro ejemplos Kant
clarifica la primera fórmula del imperativo categórico. Estos ejemplos descansan en la
distinción entre deberes perfectos y deberes imperfectos. Los dos primeros ejemplos
pertenecen a los deberes perfectos y los dos últimos a los deberes imperfectos.
Miremos:
1. uno que por una serie de desgracias desespera y siente despego de la vida, crea
una máxima para sí mismo que reza así: puedo yo abreviar mi vida, cuando ésta
me ofrezca más males que agrados. Éste sujeto puede preguntarse: ¿mi máxima
de acción puede tornarse ley universal de la naturaleza? Enseguida vemos que
una naturaleza cuya ley fuese destruir la vida misma seria contradictoria. Por eso
esa máxima no puede tornarse ley universal de la naturaleza.
2. otro tiene la necesidad de pedir dinero en préstamo, pero bien sabe que no podrá
pagar la deuda. Enseguida nacerá su máxima: cuando me crea estar apurado
de dinero tomaré a préstamo y prometeré el pago, aun cuando sé que no lo voy
a verificar nunca. En seguida le viene la siguiente pregunta: ¿qué sucedería si
mi máxima se tornase ley universal? En seguida se ve que nunca puede valer
como ley natural universal, puesto que la máxima es contradictoria.
3. un tercero encuentra en sí cierto talento, pero se encuentra en circunstancias
cómodas y prefiere ir a la caza de los placeres que esforzarse por ampliar y
mejorar sus disposiciones naturales. En seguida en él nace la siguiente máxima:
puedo dejar sin cultivo mis dotes naturales y tender hacia la pereza. La pregunta
es: ¿esta máxima puede tornarse ley universal de la naturaleza? Efectivamente
¡no! Pues en nosotros por instinto natural queremos que se mejoren y se
desenvuelvan nuestras facultades. Acá es la voluntad la que se contradice a sí
misma.
4. una cuarta persona a quien le va bien, ve a otras luchando contra grandes
dificultades. Enseguida nace en él la siguiente máxima: no contribuiré a la ayuda
o bienestar de mi prójimo. La pregunta es: ¿ésta máxima de la indiferencia puede
17
convertirse en ley universal de la naturaleza? Una voluntad que así decide se
contradice consigo misma ya que en algunos casos puede suceder que ese
sujeto indiferente, necesite el amor y compasión ajenos y entonces por su propia
máxima veríase privado de toda esperanza.
De estos ejemplos propuestos por Kant puede concluirse que los deberes perfectos nos
sitúan ante máximas que se contradicen a sí mismas y que, por lo tanto, no pueden
valer como ley natural universal. Mientras que los deberes imperfectos nos enfrentan
ante una voluntad que se contradice a sí misma. Por lo tanto, las máximas que pueden
ser universalizadas deben formar parte de un sistema armónico de leyes.
b. formula de la humanidad como fin en sí misma
La segunda formulación del imperativo categórico dice así: obra de tal modo que uses
la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como
un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio. Para comprender ésta
fórmula hay que examinar el significado del término “fin”. Miremos:
“los seres cuya existencia no descansa en nuestra voluntad, sino en la
naturaleza, tienen, empero, si son seres irracionales, un valor meramente
relativo, como medios, y por eso se llaman cosas; en cambio, los seres
racionales llámense personas porque su naturaleza los distingue ya como
fines en sí mismos, esto es, como algo que no puede ser usado meramente
como medio, y, por tanto, limita en ese sentido todo capricho (Y es un objeto
del respeto)” (Immanuel Kant, FMC)
Sólo las personas, como seres racionales, pueden existir como fines en sí y no sólo
como medios. El hombre y en general todo ser racional, existe como fin en sí mismo y
no sólo como medio para objetivos de cualquier otro. Esto se debe a que los seres cuya
existencia depende no de la voluntad, sino de la naturaleza, si son irracionales tienen
un valor puesto por nosotros seres racionales, y por tanto se llaman cosas; mientras que
los seres racionales, las personas, no pueden ser tratados exclusivamente como
medios, sino siempre como un fin en sí mismo. El fin acá no es un fin a realizar, sino un
fin a respetar. Miremos:
“Ahora yo digo: el hombre, y en general todo ser racional, existe como fin en
sí mismo, no solo como medio para usos cualesquiera de esta o aquella
voluntad; debe en todas sus acciones, no solo dirigidas a sí mismo, sino las
dirigidas a los demás seres racionales, ser considerado al mismo tiempo
como fin.” (Immanuel Kant, FMC)
18
Éste imperativo categórico junto con el primero y el tercero que vamos a mencionar
enseguida, constituyen el principio de la moralidad. Ese principio no puede derivarse de
la experiencia, ni en deseos o inclinaciones humanas; éste principio se origina
exclusivamente en la razón pura. Hemos encontrado lo que tiene valor absoluto: la
humanidad. Ella es la única cosa buena en sí misma y, por ello, nuestro deber es
conservarla y promoverla. De acá nace un concepto que se denomina “reino de los
fines”. Éste es un enlace sistemático de distintos seres racionales bajo leyes comunes.
Claro está que sólo como un ideal.
c. formula de la autonomía
Ésta nueva fórmula expresa la autonomía como principio fundamental de la moralidad y
afirma la racionalidad de la ley moral. La ley moral es obra de la razón. Por lo tanto la
voluntad humana puede considerarse como la que legisla la ley moral a la que se
somete. La voluntad de todo ser racional es una voluntad legisladora de leyes
universales válidas para todo hombre. Lo que hace ésta fórmula es dejar explicito la
objetividad de la ley como algo que procede de nuestra propia razón. La voluntad no
solamente está sometida a la ley moral, sino que también se legisla a sí misma y sólo
por eso está sometida a la ley de la que la razón es autora. Miremos:
“el deber ha de ser una necesidad práctico-incondicionada de la acción; ha
de valer, pues, para todos los seres racionales –que son los únicos a quienes
un imperativo puede referirse-, y solo por eso ha de ser ley para todas las
voluntades humanas. En cambio, lo que se derive de la especial disposición
natural de la humanidad, lo que se derive de ciertos sentimientos y
tendencias y aun, si fuese posible, de cierta especial dirección que fuere
propia de la razón humana y no hubiere de valer necesariamente para la
voluntad de todo ser racional; todo eso podría darnos una máxima, pero no
una ley; podrá darnos un principio subjetivo, según el cual tendremos
inclinación y tendencia a obrar, pero no un principio objetivo que nos obligue
a obrar, aun cuando nuestra tendencia, inclinación y disposición natural sean
contrarias” (Immanuel Kant, FMC)
Por otro lado, esta nueva fórmula del imperativo categórico, enseña que una buena
voluntad no puede depender de ningún interés. La voluntad de un ser racional es
autónoma cuando se rige por la ley moral al margen de cualquier interés.
Todos los seres racionales tienen voluntad legisladora, por eso las personas constituyen
una comunidad en la que cada miembro se da cuenta de que los demás miembros son
19
igualmente voluntades legisladoras y universales, y por lo tanto tienen dignidad y son
fines en sí. En el reino de los fines todo tiene un “precio” o una “dignidad”. Lo que se
refiere a las inclinaciones y necesidades del hombre tiene un precio comercial o un
“precio de afecto”. Tendrá “dignidad” aquello que hace que una cosa sea fin en sí misma;
éste es un valor de fin. Como se ve los tres tipos de imperativo categórico constituyen
uno solo y si se habla de uno de los tres viene a la mente los otros dos.
3. libertad en seres racionales
Para establecer la validez de los imperativos categóricos o principios de la moralidad,
habrá que aceptar la realidad del concepto de libertad que antes dijimos que era
problemático. Era problemático porque se estableció que la libertad y la causalidad
natural no encierran contradicción, pero era un hecho que la libertad no puede
establecerse por medio de la experiencia. Así, antes de aceptar la realidad de la libertad
hay que hacer saber qué es la libertad. Una voluntad libre es una voluntad autónoma,
una voluntad que actúa bajo leyes morales. El grado de libertad o autonomía aumenta
conforme al sometimiento del ser racional a la ley moral. La libertad es entonces la
propiedad de ser causa eficiente con independencia de las causas externas.
La voluntad se da leyes a sí misma que son totalmente diferentes de las leyes de la
naturaleza física, pues las leyes que se da la voluntad a sí misma como leyes morales
pueden ser violadas, mientras que no podemos escapar del mundo físico y sus leyes.
La libertad es una condición sine qua non de la posibilidad del deber y de la autonomía,
por eso hay que mostrar la realidad de la libertad, antes de poder hablar del “deber”.
Hay algo interesante y es que la actividad racional implica necesariamente libertad. Todo
ser racional que tiene voluntad actúa bajo la idea de libertad; todo ser racional que tiene
voluntad es libre. La libertad es un presupuesto de la actividad racional.
4. mundo sensible y mundo inteligible
La libertad es condición de la ley moral y se puede atribuir a todos los seres racionales.
De manera que siempre habrá una conexión recíproca entre el concepto de libertad y el
concepto de ley moral. Pero aunque la ley moral y la libertad son conceptos recíprocos
el uno no puede ser el fundamento del otro, ni viceversa, pues no se puede probar la
libertad por la moralidad ni probar la moralidad por la libertad. Esto es lo que Kant llama
círculo vicioso. Para deshacer éste círculo vicioso Kant acude a la distinción entre la
naturaleza sensible y la naturaleza inteligible. La naturaleza sensible del hombre se
encuentra bajo leyes naturales o inclinaciones llamadas, por eso, leyes de la
heteronomía; la naturaleza inteligible del hombre se encuentra bajo leyes que se fundan
en su razón y a las cuales puede violar. Las leyes de la naturaleza sensible del hombre
20
son leyes de la heteronomía. Frente a esto la razón es pura actividad autónoma, pues
en ella está el origen de los principios morales que, por tanto, no vienen ni de los
sentidos, ni de la experiencia.
Nuestra pertenencia al mundo inteligible permite romper el círculo vicioso entre libertad
y moralidad, pues ambos conceptos se deducen ahora de un tercero, esto es: el mundo
inteligible. Pero ¿Qué prueba la existencia de ese mundo inteligible si no hay intuición
que le corresponda? lo que permite probar la existencia de ese mundo inteligible no es
nada más que la actividad teórica de la razón. Esto nos lleva a pensar que con la razón
probamos el mundo inteligible y con éste último probamos la libertad y la moralidad.
Como miembros del mundo inteligible podemos conocer la autonomía de la voluntad y
la moralidad como consecuencia de ella.
Ahora bien, el hombre está sometido a leyes de la naturaleza sensible en tanto que las
acciones de él mismo están sujetas a la causalidad natural. Pero también pertenece a
un mundo inteligible y desde éste punto de vista es libre. Si fuese solamente miembro
del mundo inteligible, sus acciones se realizarían siempre teniendo en cuenta el principio
de la autonomía de la voluntad, y si fuese sólo miembro del mundo sensible sus acciones
se regirían por la heteronomía de la naturaleza. Por lo tanto la ley moral pura es para el
hombre un mandato porque su voluntad no es sólo inteligible, sino también sensible.
Libertad y moralidad parte dos
1. relación entre ley moral y libertad
La voluntad se determina a obrar según principios. Los principios prácticos pueden ser
máximas o bien leyes. Las máximas pueden ser formales cuando no buscan ningún
interés o pueden ser materiales cuando buscan un interés. Y las leyes pueden ser
categóricas o hipotéticas. Todas las máximas materiales son empíricas, nacen de la
experiencia y pertenecen a una misma clase: el amor a sí mismo y la búsqueda de la
felicidad. Éstas máximas materiales no podrán ser leyes prácticas, porque la felicidad
es totalmente indeterminada y subjetiva. “todos los principios prácticos materiales como
tales son, sin excepción, de la misma clase y deben figurar bajo el principio universal
del amor a sí mismo o de la propia felicidad” (Immanuel Kant, CRPr)
Para decidir si nuestras máximas pueden convertirse en ley moral, tendremos que
preguntarnos si son universalizables. De manera que las leyes morales deben
pertenecer todas a una unidad sistemática de leyes. Todas las máximas materiales son
empíricas y no pueden pertenecer a la unidad sistemática de leyes morales, pues no
pueden universalizarse; entonces la obediencia a la ley es una obediencia a principios
21
puramente fórmales, pues sólo las máximas formales pueden universalizarse, es decir,
sólo las acciones sin interés alguno pueden considerarse moralmente buenas.
Se aumenta el grado de libertad proporcionalmente a las acciones hechas sin interés
alguno, es decir, hechas por deber. Las máximas formales son los únicos principios que
pueden servir de ley a la voluntad y una voluntad sometida a la ley es independiente de
la causalidad natural y esta independencia se llama libertad trascendental. Pero ¿Qué
conocemos primero: la realidad de la libertad o las máximas formales que sirven de ley?
No podemos conocer primero la libertad, pues no hay intuición alguna correspondiente
a ella. Es la ley moral, de la que tenemos conciencia, la que se nos ofrece primero y
conduce al concepto de libertad. La moralidad es lo que primero conocemos y de ella
descubrimos el concepto de libertad que permanecía como un problema hasta ahora.
“Por consiguiente, libertad y ley practica absoluta se refieren mutuamente una a otra”
(Inmanuel Kant, CRPr). La ley moral es un principio formal valido para todos los seres
racionales y que adopta la forma de imperativo categórico.
2. ley moral como “factum” de la razón
La libertad es la ratio essendi de la ley moral y ésta es la ratio cognoscendi de la libertad.
La ley moral se encuentra en nuestra razón y por lo tanto nos consideramos autorizados
a admitir una causalidad diferente de la causalidad natural, esto es: la libertad. Y sólo
se puede encontrar la ley moral en la razón gracias a que somos libres. Contrario a lo
que dijimos en el título de la “moralidad y la libertad parte uno” lo primero que conocemos
es la ley moral y ella nos lleva a la comprensión de la realidad de la libertad. En ese
título dijimos que no existe una intuición que corresponda al sujeto nouménico libre, por
eso la solución que se dio fue tomar como supuesto necesario la actividad racional y
desde allí mostrar la validez de la ley moral y la libertad. Esa solución, presentada en la
“fundamentación de la metafísica de las costumbres”, no convenció a Kant por mucho
tiempo y en la “crítica a la razón práctica” cambia el punto de vista sobre la ley moral y
la libertad.
Ahora la ley moral aparece como un dato de razón, como un factum de la razón. Ésta
ley moral como factum de razón, no es deducida de verdades anteriormente
establecidas, sino como un dato primario, esto es: algo no sacado de ningún
razonamiento. La ley moral es evidente por sí misma como producida por la razón.
Ningún principio material, es decir, basado en las inclinaciones, puede considerarse
valido universal y necesariamente. Sólo el imperativo categórico puede ser universal y
necesario, es decir, un principio a priori.
22
3. deducción de la libertad
La ley moral no necesita de ninguna deducción, es un dato primario, es decir, algo que
no puede explicarse sino simplemente constatarse. La ley moral es un hecho de la razón
del que tenemos conciencia a priori y, aunque no encontráramos un ejemplo de virtud
en el mundo, la ley moral seguiría vigente. La ley moral no necesita deducción porque
su validez viene dada por su misma naturaleza y es a partir de ella que se deduce el
poder de la libertad haciendo de ésta una problemática solucionada. A sí mismo la
libertad sirve de pasaporte para remontarnos a la ley moral. Miremos:
“de dónde arranca nuestro conocimiento de lo practico-absoluto, si de la
libertad o de la ley práctica. No puede arrancar de la libertad, pues ni
podemos percatarnos de ella directamente porque su primer concepto es
negativo, ni deducirla de la experiencia, pues ésta sólo nos da a conocer la
ley de los fenómenos y, en consecuencia, el mecanismo de la naturaleza,
que es precisamente lo contrario de la libertad. Por lo tanto, es la ley moral,
de la cual adquirimos conciencia directamente (…) lo que se nos ofrece en
primer lugar y conduce francamente al concepto de libertad” (Inmanuel Kant,
CRPr)
La libertad y la ley moral nos sitúan ante la evidencia de una naturaleza suprasensible.
Mientras que la naturaleza sensible de los hombres es la existencia de ellos bajo leyes
causales de la naturaleza física y por tanto heteronomía de la voluntad; la naturaleza
suprasensible será la existencia de los hombres según leyes independientes de la
experiencia. Y es que la ley moral nos da la evidencia de una naturaleza suprasensible,
pues ésta naturaleza suprasensible no es otra cosa que la unidad sistemática de las
leyes prácticas.
La libertad pertenece a los seres que reconocen la ley moral como obligatoria. Ahora la
ley moral, que no necesita de ninguna deducción, demuestra la realidad de la libertad.
La libertad en la solución de la tercera antinomia, aparecía como un concepto que no
encerraba contradicción, pero su realidad era problemática. Ahora la libertad como
concepto derivado de la ley moral, demuestra su realidad como condición de posibilidad
de la ley moral. Es necesario admitir la libertad porque la ley moral es real. “la moralidad
es lo primero que nos descubre el concepto de libertad” (Immanuel Kant, CRPr). La
crítica a la razón pura era incapaz de establecer la realidad de una libertad trascendental
como causalidad incondicionada, pero la razón en su uso práctico determina la libertad
como causalidad inteligible, por medio del concepto de ley moral.
En la “fundamentación de la metafísica de las costumbres”, era la capacidad de razonar
la que permitía reconocer a los hombres dentro de un mundo inteligible. Se aseguraba
23
la libertad y la moralidad como derivados de ese mundo inteligible. Se pensaba en la
libertad negativa para inferir la libertad positiva y la autonomía surgía de esta última. En
la “crítica a la razón práctica”, por el contrario, la autonomía nos conduce a una
existencia inteligible y suprasensible que infiere la libertad. De éste modo Kant nos dice
que los postulados de la razón práctica son: la inmortalidad del alma, Dios y la libertad.
La libertad es una causalidad espontánea que contiene, a través del concepto de ley
moral, realidad; mientras que la inmortalidad del alma y Dios son consideradas como
“cosas de fe” y no de saber.
No cabe duda de que la libertad y la ley moral son conceptos que están íntimamente
ligados. Sin embargo, no cabe dudar de la primacía de la ley moral, pues es el único
hecho de razón pura en tanto universalmente legisladora.
4. el sentimiento de respeto
No cabe duda de que el valor moral de una acción reside en el cumplimiento del deber
por deber y no conforme al deber, puesto que la determinación de la voluntad por las
inclinaciones hace que nuestras máximas sean materiales o hipotéticas y las acciones
realizadas conforme a una máxima hipotética son heterónomas. Se trata de reconocer
que debemos actuar no de acuerdo a deseos, sino de acuerdo a lo moralmente bueno.
La pregunta es: ¿Qué nos impulsa a obrar por deber? El hombre no puede actuar con
ausencia total de inclinaciones, hay un sentimiento que convive a la moralidad humana:
“el sentimiento moral”. La ley moral es capaz de generar un sentimiento que vence los
sentimientos que la felicidad ofrece. El sentimiento moral es el sentimiento de “respeto
por la ley” y es el único sentimiento que es motor de las acciones buenas; es decir, de
aquellas que no buscan ningún interés. Hay que tener en cuenta que las acciones que
buscan la felicidad no son moralmente buenas. Miremos:
“Lo esencial de toda determinación de la voluntad por la ley moral, es: que
se determine solamente por la ley, como voluntad libre; por consiguiente, no
sólo sin la intervención de impulsos sensibles, sino aun rechazándolos y
menoscabando todas las inclinaciones que puedan ser contrarias a esa ley.”
(Immanuel Kant, CRPr)
El sentimiento de respeto es necesario para los hombres, pero no para la voluntad
divina, porque en ella su razón siempre es conforme con la ley. Es importante tener en
cuenta que el sentimiento de respeto por la ley puede vencer las inclinaciones y deseos.
Produce así un daño a la vanidad y a la felicidad, es decir, haciendo lo bueno
generalmente somos infelices, pues la ley moral va en contra de las inclinaciones. El
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cumplimiento a la ley moral produce, en primer lugar, un sentimiento de dolor, pues
perjudica las inclinaciones.
Por otro lado, el cumplimiento a la ley moral derrota la tendencia del hombre a estimarse
a sí mismo por encima de todo. Tanto el amor a sí mismo como la vanidad son dos
clases de egoísmo que consiste en la suma total de las inclinaciones y su satisfacción
se denomina felicidad. Éste egoísmo debe ser derrotado y esa derrota se convierte en
una sensación de humillación que es dolorosa. Miremos:
“Por consiguiente, la ley moral, anula la vanidad. Mas como ésta ley es algo
positivo en sí, a saber, la forma de una causalidad intelectual, esto es, de la
libertad, es al mismo tiempo objeto de respeto, puesto que a diferencia de
su contrapartida subjetiva, es decir, las inclinaciones en nosotros, atenúa la
vanidad, y como además la rebaja, es decir, la humilla, es objeto del máximo
respeto” (Immanuel Kant, CRPr)
El cumplimiento de la ley moral, como fuente de humillación, es objeto de respeto. El
respeto a la ley moral está fundamentalmente relacionado con la libertad y por tanto es
un sentimiento distinto a todos los otros sentimientos: es un sentimiento moral. Éste se
encuentra libre de toda condición sensible y, por lo tanto, es un sentimiento
absolutamente no patológico por no tener origen en fuentes empíricas y es producido
exclusivamente por la razón. Los demás sentimientos provocados por las inclinaciones
son sentimientos todos patológicos, es decir, depravados. Además:
“Mas ahora encontramos que nuestra naturaleza como entes sensibles es
de tal índole que la materia de la facultad apetitiva (objetos de inclinación,
ya sea de la esperanza o temor) es lo primero que se impone, y nuestro yo
patológicamente determinable, a pesar de que mediante sus máximas sea
totalmente inadecuado para la legislación universal, no obstante, como si
constituyera todo nuestro yo, se esfuerza por hacer valer sus pretensiones
primeramente y como si fueran las primeras y originaria. Esa tendencia a
convertirnos a nosotros mismos, según el motivo subjetivo determinante a
nuestro arbitrio, en motivos determinantes objetivos de toda voluntad, es lo
que llamamos amor a nosotros mismos” (Immanuel Kant, CRPr)
Mientras que los sentimientos patológicos representan algo bueno porque lo deseamos,
el sentimiento moral desea algo porque es absolutamente bueno: los primeros buscan
un interés (la felicidad) y el segundo hace lo bueno sin ningún interés de por medio.
En el evangelio se dicta la siguiente ley moral: ama a Dios sobre todas las cosas y al
prójimo como a ti mismo. Pero en seguida nos damos cuenta de que el amor no se
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puede imponer incluso si la ley es ordenada por Dios. Entonces ¿Qué quiere decir ésta
ley? ¿Será acaso posible de no violar? En realidad lo que quiere decir el evangelio con
que debemos amar a Dios sobre todas las cosas, tiene el significado de cumplir todos
sus mandatos. Mientras que, por otro lado, lo que quiere decir el evangelio, con que
debemos amar al prójimo como a sí mismo, tiene el significado de que hay que promover
la felicidad del prójimo. Y es que estos dos mandamientos deben realizarse sin ningún
interés de por medio. Si se realizan actos que obedecen esta ley, con algún interés de
por medio, el acto es realizado “conforme al deber” y no “por deber”.
Moralidad y felicidad: el bien supremo
Como hemos visto, un hombre que se somete a la ley moral lucha constantemente
contra la debilidad de su voluntad. En tanto que el hombre tiene inclinaciones, deseos y
pasiones, no puede alcanzar nunca la santidad; pero puede llegar a ser virtuoso. La
santidad es algo que le corresponde sólo a Dios; pero para nosotros seres con pasión
e inclinaciones, la santidad es inalcanzable. Sin embargo, es un deber de nosotros
intentar alcanzar esa santidad y ese esfuerzo constituye la vida virtuosa. La virtud
supone una fortaleza que consiste en el control de las inclinaciones para actuar a favor
del cumplimiento del deber. Esta fortaleza evidentemente puede llamarse “autocontrol”
y es subjetiva pues pertenece al individuo.
Ahora bien, lo que viene a continuación es una disertación acerca del bien supremo.
Éste es un ideal y significa la síntesis entre el cumplimiento del deber por deber y la
felicidad. Dijimos que el cumplimiento del deber va en contra del amor propio y en contra
de la búsqueda de la felicidad. Ahora diremos cómo es posible que por medio de la
virtud seamos felices. Pero para ser felices hay que darle cumplimiento a la ley moral,
sin ningún interés de por medio.
1. el bien supremo
El bien supremo es una totalidad incondicionada como objeto de la razón práctica. Así
como la razón teórica busca una totalidad incondicionada, así mismo la razón práctica
busca lo incondicionado como totalidad incondicionada y ésta última es el bien supremo.
Miremos:
“como razón práctica pura, busca en lo prácticamente condicionado (lo que
se funda en inclinaciones y necesidades naturales) asimismo lo
incondicionado, y precisamente no como motivo determinante de la
voluntad, aunque éste se dé también (en la ley moral), sino la in-
26
condicionada totalidad del objeto de la razón práctica pura, con el nombre
de BIEN SUPREMO. “(Inmanuel Kant, CRPr)
Pero el concepto de bien supremo contiene un equívoco que conviene tener presente:
lo supremo puede significar lo más elevado o también lo acabado. Lo primero es una
condición incondicionada, es decir, que no está sometida a ninguna otra condición. Lo
segundo un todo que no es parte de un todo mayor de la misma clase. Estos dos tipos
de incondicionado generan una nueva antinomia llamada práctica, porque plantea las
relaciones entre la virtud y la felicidad. Ésta antinomia dice así:
Tesis: el apetito de la felicidad tiene que ser la causa motriz de las máximas de la virtud.
Antítesis: la máxima de la virtud tiene que ser la causa eficiente de la felicidad.
Los dos significados del bien supremo están relacionados con el asunto del que trata
ésta antinomia y no es otro que la relación entre virtud y felicidad. Queda bien claro que
el concepto de bien supremo, entendido como el bien completo y acabado, es decir,
perfecto, incluye la virtud y la felicidad. Esa relación entre virtud y felicidad, considera a
la virtud como condición de la felicidad ya que la felicidad por sí misma no puede ser
buena.
2. la antinomia practica
La antinomia práctica determina la conexión entre la virtud y la felicidad. ¿Cómo se
puede pensar la relación entre virtud y felicidad? Los griegos trataron de determinar el
concepto de bien supremo. Para ellos el enlace entre la virtud y la felicidad era analítico;
la virtud contenía en sí a la felicidad. Según ellos el esfuerzo por ser virtuoso era lo
mismo que la búsqueda de la felicidad. Para los epicúreos, la virtud consistía en ser
consciente de la máxima que nos lleva a la felicidad, mientras que para los estoicos, la
felicidad consistía en tener conciencia de su virtud. Para los epicúreos el fin último de la
naturaleza humana era el logro de la felicidad y la virtud era para ellos un medio para
lograr la felicidad; pero para los estoicos, por el contrario, el bien supremo era la virtud,
y la felicidad era la conciencia de la posesión de la virtud.
Dijimos anteriormente, que la búsqueda de la felicidad, era para Kant, contraria a la
buena voluntad. Para Kant la virtud y la felicidad son heterogéneas y, por tanto, la
relación entre virtud y felicidad no puede ser conocida analíticamente aunque sean
elementos del bien supremo. Entonces, si Kant dice esto al principio ¿será un sinsentido
la realización del bien supremo? ¿No estará Kant contradiciéndose a sí mismo desde el
momento en que dice que la virtud y felicidad son heterogéneas y ahora plantea la
posibilidad del bien supremo? Si queremos que el bien supremo sea posible como
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síntesis entre virtud y felicidad, tendremos que ser capaces de resolver la antinomia
práctica. La antinomia dice así:
Tesis: el apetito de la felicidad ha de ser causa eficiente de las máximas de la virtud
Antítesis: la máxima de la virtud ha de ser causa eficiente de la felicidad.
Si observamos bien ésta antinomia nos daremos cuenta de inmediato que no adopta la
forma de contradicción lógica. Sin embargo, hay un tipo de contradicción no tan visible
que se encuentra en la razón práctica y es que esta antinomia puede plantearse del
siguiente modo:
Tesis: la felicidad implica virtud
Antítesis: la virtud implica felicidad
3. solución de la antinomia practica
Hay que resolver el conflicto entre las dos proposiciones opuestas. Pero en el caso de
la antinomia práctica su resolución tiene una tarea más a realizar: determinar la
posibilidad del bien supremo como síntesis entre virtud y felicidad. Lo primero que Kant
vendrá a decir es que tanto la tesis como la antítesis de esta antinomia son falsas. La
tesis que dice que la felicidad es causa motriz de las máximas de la virtud, es falsa
porque si fuera verdadera entraría en contradicción con la ley moral que como dijimos
exige cumplimiento sin ningún interés. La antítesis que dice que la máxima de la virtud
tiene que ser la causa eficiente de la felicidad es igualmente falsa, pues en el caso de
que fuera verdadera negaría las leyes del mundo sensible.
Todo parece indicar que la conexión virtud-felicidad es imposible por lo que el bien
supremo también resulta imposible. Por tanto, para garantizar la posibilidad del bien
supremo, como síntesis de virtud y felicidad, hay que intentar que desaparezca la
falsedad que aparentemente se da en ambos lados de la antinomia. Kant nos recuerda
la solución de la antinomia de la libertad en la que la causalidad natural y la causalidad
por libertad no se contradecían, pues se dijo que en el mundo de los fenómenos lo que
predomina es la causalidad natural, mientras que en el mundo nouménico lo que
predomina es la libertad. Como fenómeno, un sujeto que actúa tiene una causalidad en
el mundo sensible, pero con respecto a ese mismo suceso como noúmeno puede
ejercer una causalidad libre. Pues bien, esto mismo ocurre con la antinomia práctica. La
primera proposición; la tesis, resulta absolutamente falsa porque sabemos que la
afirmación “la felicidad produce virtud” contradice el significado de la ley moral que como
dijimos su cumplimiento se hace sin ningún interés. Pero, la segunda proposición, la
antítesis, sólo será falsa de “modo condicionado”; esto significa que será falsa si
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aceptamos la existencia en el mundo sensible como el único modo de existencia del ser
racional. Si, por el contrario, pensamos que los hombres pertenecen también al mundo
inteligible nouménico, entonces es posible que la virtud pueda mantener una relación de
causa con la felicidad si un autor inteligible de la naturaleza lo permite. Éste autor tiene
que ser Dios y es el intermediario entre la virtud y la felicidad como efecto en el mundo
sensible del hombre. Miremos:
“Pero como yo no solamente estoy autorizado para pensar mi existencia,
aun como noúmeno, en un mundo del entendimiento, sino que además
tengo en la ley moral un motivo determinante puramente intelectual de mi
causalidad (en el mundo de los sentidos) no es imposible que la moral de la
intención tenga con la felicidad como efecto en el mundo de los sentidos,
una relación, si no directa, por lo menos indirecta (a través de un autor
inteligible de la naturaleza), y por cierto como necesaria, como causa.”
(Immanuel Kant, CRPr)
De esta manera la contradicción de la razón práctica consigo misma desaparece gracias
a la distinción entre mundo sensible y mundo inteligible. Esta distinción hace posible
pensar como verdadera la conexión entre la virtud y la felicidad; esta distinción hace
posible pensar el concepto de bien supremo. La solución nos dice que la tesis es falsa
y la antítesis verdadera. La solución de la antinomia práctica ha conseguido mostrar que
la virtud es causa de la felicidad y, por lo tanto, la moralidad es el bien más elevado.
4. postulados de la razón practica
a. la inmortalidad del alma
¿Cuáles son los fundamentos que hacen posible la consecución del bien supremo como
síntesis entre virtud y felicidad? Los postulados de la razón práctica que son: la
inmortalidad del alma, Dios y la libertad. Establece Kant que la santidad es la perfección
moral de la cual ningún ser racional puede participar en ningún momento de su
existencia, pues para ello se necesitaría una adecuación completa de nuestra voluntad
a la ley moral. Como esa adecuación completa no pude darse en el mundo sensible,
siendo, sin embargo necesaria, tendremos que reconocer un progreso hasta el infinito.
Suponer ese progreso hasta el infinito es suponer la inmortalidad del alma. Miremos:
“Este progreso infinito sólo es posible suponiendo una existencia que
perdure hasta el infinito y una personalidad del mismo ente racional (lo que
se denomina inmortalidad del alma). Por lo tanto, prácticamente el bien
supremo sólo es posible suponiendo la inmortalidad del alma, la cual, en
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consecuencia, como inseparablemente unida a la ley moral, es un postulado
de la razón práctica” (Inmanuel Kant, CRPr)
b. la existencia de Dios
La existencia de Dios es necesaria para asegurar la posibilidad del segundo elemento
del bien supremo: la felicidad. Pero ¿Qué es la felicidad? Es un estado del hombre, al
cual en su existencia todo le va según su deseo y voluntad. La existencia de Dios es la
causa de toda la naturaleza y es distinta de esa naturaleza; la existencia de Dios es
también el fundamento de la conexión entre la moralidad y la felicidad. Dios es la
condición del bien supremo y de la naturaleza, por lo tanto ha de tener voluntad he
inteligencia. La posibilidad del bien supremo sólo puede pensarse si Dios existe.
Miremos:
“para la posibilidad del segundo elemento del bien supremo, a saber, de la
felicidad adecuada a aquella moralidad, esta misma ley moral tiene que
conducir con el mismo desinterés de antes, a base de la mera razón
imparcial, a la suposición de la existencia de una causa adecuada a este
efecto, esto es, a postular la existencia de Dios como perteneciente
necesariamente a la posibilidad del bien supremo” (Immanuel Kant, CRPr)
Vimos anteriormente que la “crítica a la razón pura” no podía suministrar una prueba de
la existencia de Dios. La razón que se empeña en conocer a Dios por medio de meros
conceptos no llega a nada. En la “critica a la razón pura” Kant analizó tres pruebas de
la demostración de la existencia de Dios: ontológica, cosmológica y fisco-teológica. En
medio de la disertación comprobó que ninguna de estas tres puede demostrar la
existencia de Dios. La razón práctica, por su parte, no prueba la existencia de Dios, pero
la hace necesaria como objeto de fe, para la realización del bien supremo. Esto significa
que es el deber el que nos lleva a una afirmación teórica de Dios. El deber del hombre
es buscar el bien supremo sólo posible por la existencia Divina. Éste es el argumento
moral de la existencia de Dios. Dios es el intermediario entre mi actuar por deber y mi
felicidad.
El argumento moral de la existencia de Dios no nos proporciona ninguna prueba válida
teórica y objetivamente, de la existencia de Dios. Esta prueba solamente existe para
aquellos que tienen fe, pues la afirmación “Dios es el intermediario entre mi actuar por
deber y mi felicidad” es una afirmación de fe. Admitir la existencia de Dios no significa
determinar nada teóricamente sobre la existencia del mismo. Por esto mismo la validez
de la ley moral no se puede dejar de reconocer, aunque la existencia de Dios no nos
convenza. La ley moral no depende de Dios, sino de nuestra razón que es la que legisla
universalmente. La ley moral manda incondicionalmente sin tener que recurrir a Dios
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como garante de la misma. Sin embargo el cristianismo es una buena fuente de leyes
morales. Miremos:
“la santidad de costumbres se indica como guía ya en esta vida, pero el bien
proporcionado a esa santidad –la bienaventuranza- se presenta solamente
como alcanzable en la eternidad; porque aquella debe ser siempre el
prototipo de su comportamiento en todo estado, y ya en esta vida es posible
y necesario progresar hacia ella, aunque la última no puede alcanzarse en
este mundo con el nombre de felicidad (hasta donde dependa de nosotros)
y, en consecuencia, sólo se hace objeto de esperanza. Sin embargo, el
principio cristiano de la moral misma no es teológico, sino autonomía de la
razón práctica pura para sí misma, porque no convierte el conocimiento de
Dios y de su voluntad de fundamento de estas leyes, sino sólo de que se
llegará al bien supremo a condición de que se observen (…) no en sus
consecuencias deseadas, sino únicamente en la representación del deber,
en cuya fiel observancia consiste exclusivamente la dignidad del logro de la
felicidad” (Inmanuel Kant, CRPr)
c. la libertad
La libertad es el tercer postulado de la razón práctica. Los postulados de la razón
práctica tienen menos certidumbre que la que se le otorga a la ley moral. La libertad no
es idéntica a la ley, sino postulada por la ley. La libertad no es la facultad que tiene el
hombre de ser autónoma ni de ser la que legisla universalmente, sino el poder de realizar
actos por deber independientemente de los obstáculos que vengan de los sentidos. La
libertad es el poder de controlar las inclinaciones que son contrarias a la ley moral. La
libertad es la capacidad del hombre de ser virtuoso. Ésta es la libertad que
correspóndela ser humano como la obediencia a la ley.
Sujeto practico
1. estructura ontológica
La ética kantiana se encarga de la indagación del sujeto práctico que conforme a la
tradición le asigna tres facultades al hombre: facultad de conocer, facultad de
sentimiento y facultad apetitiva. Pero antes de Kant ya había una tendencia a una
clasificación tripartita de las facultades del alma para pensar, sentir y decidir acciones.
Para Platón en la republica hay tres especies de alma: el poder racional que domina los
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impulsos sensibles, el poder concupiscible en donde residen los impulsos y el poder
irascible que es un auxiliar del alma racional y que lucha por lo justo.
En Aristóteles se distingue un alma vegetativa como potencia reproductora de los seres
vivos, un alma sensitiva como poder de sensibilidad y movimiento, y, por último, un alma
intelectiva que es exclusiva del hombre y se divide en práctica y contemplativa.
Para descartes el alma del hombre es totalmente intelectiva porque la función vegetativa
y sensitiva pertenece a la fisiología corporal; ésta alma intelectiva es voluntad y
entendimiento. Para Espinoza no hay en la alma facultad absoluta de entender, desear,
amar, etc. pues estas facultades o son ficticias o no son más que entes metafísicos, o
sea, universales que solemos formar a partir de particularidades.
Consecuente con la más fuerte tradición kant pretende dos cosas: primero, darle una
rigurosa fundamentación al origen de los principios éticos válidos para todos los
hombres, porque la ley moral tiene su origen a priori en la razón; y segundo, reconocer
el sentimiento como una cualidad primaria.
2. sujeto practico
La razón tiene dos usos: por un lado está el uso teórico y por otro el uso práctico. El
primero se aplica el mero conocimiento de los objetos y el segundo se aplica al ejercicio
de la conducta, es decir, a la realización de las acciones. El uso teórico de la razón
supone un sujeto cognoscente porque es el que conoce los fenómenos y en el uso
práctico de la razón suponemos un sujeto práctico porque es el que actúa sobre el
mundo fenoménico.
El sujeto que actúa es un sujeto practico impulsado o bien por las inclinaciones sensibles
o bien por su voluntad cuando se somete a la ley moral a priori. Pero la existencia del
sujeto practico implica un sujeto cognoscente y un sujeto apetente, pues un sujeto
practico es lo que es porque conoce, siente y apetece. La facultad de conocer y la
facultad del sentimiento constituyen la base del sujeto práctico. En el ser humano se da
una separación entre intuición y pensamiento, por lo que éste sujeto es finito. Por el
contrario, Dios, que es una idea creada por la razón humana para medirse con ella,
como ente infinito no hay en él separación entre intuir y pensar, y, por eso en él la
intuición es creadora.
El ser humano como ente finito tiene una intuición no creadora, sino perceptiva o
sensible. La intuición sensible del hombre es una intuición que conforman los sentidos
que dan el objeto de manera pasiva. El pensamiento, por su parte, en el hombre cumple
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la función de sintetizar los múltiples datos de la intuición sensible. La intuición y el
pensamiento colaboran para formar el concepto de un objeto determinado. Pero la
intuición infinita, la de Dios, es intuición originaria; Dios no representa un objeto
inexistente, porque para él pensar es intuir la cosa existente.
Para Dios todo lo que es posible es ya real; mientras que para el hombre, lo posible es
algo pensado pero no por eso real. Lo que se da a la sensación es una multiplicidad
indeterminada, determinable sólo por el entendimiento a través de las categorías. La
unificación de esas múltiples intenciones dadas en la intuición es posible gracias a que
la conciencia es una sola. Pero en el caso del conocimiento divino lo que se da en la
intuición no es múltiple, sino ya unificado. El pensamiento divino piensa todo “de un solo
golpe”. Por eso el ser humano sólo piensa los fenómenos y no los noúmenos, pues
pensar el noúmeno es acción del entendimiento divino.
La ley moral, por su parte, es distinta a la ley moral de Dios. Para Dios la ley moral no
es un mandato al que estuviera sometido, pero es un mandato para el hombre porque
éste tiene la posibilidad de violarla.
3. intuición sensible
Acá hay que hacer la distinción entre intuición y concepto. La intuición ha sido entendida
por la tradición filosófica como la relación del hombre directa con el objeto que implica
presencia efectiva. La intuición es el conocimiento inmediato de un ente individual.
Todos los datos que se nos muestran a los sentidos son intuiciones tales como colores,
sabores o sonidos. El concepto, en cambio, es una representación de nota universal y,
por ello, el pensar es mediato y discursivo porque no se dirige directamente al objeto,
sino como nota universal que vale para muchos. El concepto es representación mediata
o discursiva y determina lo dado por la intuición.
Kant distingue entre intuición sensible e intuición intelectual. La intuición sensible
constituye los datos de los sentidos tales como sabor o sonido, mientras que la intuición
intelectual va más allá de la experiencia y se dirige a los noúmenos. La primera
corresponde al hombre y la segunda sólo a Dios. Sin embargo, en el hombre la intuición
puede ser sensible pura o sensible empírica. Las primeras conforman el espacio tiempo
y las segundas datos exteriores.
Ahora bien, la intuición sensible empírica no es sólo sensación en sentido cognoscitivo,
sino que a su vez produce en el sujeto un cierto agrado o desagrado. De esa manera la
intuición sensible moviliza a la facultad de sentir y a través de esta, y seguidamente, a
la facultad de apetecer. Pues, por ejemplo, si yo introduzco la mano en un lugar muy frío
esa sensación me informa un dato objetivo como la falta de calor, pero también un dato
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subjetivo como el dolor. La sensación de dolor no informa nada al sujeto acerca del
objeto, no proporciona un conocimiento en cuanto tal, sino una afección subjetiva
llamada, por nosotros, sentimiento.
Sentimiento es una capacidad del hombre de sentir agrado o desagrado en virtud de
una representación. Ésta representación puede ser la de una intuición sensible o una
idea de la imaginación. Éste sentimiento oscila entre dos polos: pacer o dolor. Agrado
es la sensación de todo lo que nos proporciona bienestar y desagrado es la carencia de
todo lo que nos proporciona bienestar. El placer o desplacer son motores que se
encuentran en los animales. En el hombre también se encuentran, pero no son el único
motor de sus acciones, por lo que él es responsable de todos sus comportamientos.
4. facultad apetitiva
La facultad apetitiva en el hombre es una síntesis de entendimiento y apetencia sensible.
Ella tiene dos posibilidades: o bien la apetencia pone a la razón a su servicio para lograr
algún fin o bien la razón se impone sobre la apetencia actuando por deber. En el primer
caso tenemos la facultad apetitiva inferior y en el segundo la facultad apetitiva superior.
De modo que Kant usa la palabra voluntad con dos acepciones distintas. La primera,
para designar toda la capacidad electiva del sujeto que sería la voluntad en sentido
amplio o simplemente facultad apetitiva. En éste sentido, Kant define la voluntad como
una especie de causalidad de los seres vivos racionales, o como una facultad de actuar
según reglas. La segunda acepción, alude a la capacidad del sujeto para actuar de
acuerdo a la ley moral; esto es lo que Kant denomina facultad apetitiva superior o razón
práctica. Los fundamentos de determinación de la voluntad son dos: uno material y otro
formal; el placer y la ley respectivamente. El primero constituye el imperativo hipotético
y el segundo el imperativo categórico. Actuar por deber es actuar según el mandato del
imperativo categórico.
5. facultad apetitiva inferior
La apetencia, en éste caso, utiliza al entendimiento como un instrumento para la
realización de algún fin. Si, por ejemplo, quiero alimentarme la razón me dirá que tengo
que trabajar, cazar o robar haciéndose ella un instrumento del impulso. La razón me
indicara los medios para alcanzar cualquier fin de las siguientes maneras: primero, a
través del conocimiento técnico o científico del mundo, para conocer las causas y
efectos fenoménicos. Segundo, a través de la formulación de imperativos hipotéticos
que recomiendan los medios para fines apetecidos.
La razón se emplea así en su uso empírico y no puro. Su actividad se limita a la
deliberación acerca de cuáles son los medios para conseguir fines; aconseja al sujeto
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sobre cómo, cuándo y dónde conseguir lo que se propone. La razón está al servicio de
inclinaciones sensibles dirigidas únicamente al logro de la felicidad. Si, por ejemplo
quiero ser rico, la razón me prescribirá trabajar. Éste es el campo de imperativos
hipotéticos cuyo concepto de bien es relativo y no absoluto. Cuando el entendimiento
está al servicio del apetito es amoral, en el sentido ético de la palabra.
6. facultad apetitiva superior
Ésta facultad está constituida de apetencia y razón, pero lo que moviliza al hombre, en
éste caso, no es el elemento sensible, sino el elemento racional cuya tarea no es otra
que la representación de la ley moral que se expresa en el imperativo categórico. La
facultad apetitiva superior es posible en virtud de la ley moral, que es puramente formal,
y en virtud del sentimiento de respeto a la ley. Éste sentimiento de respeto por la ley
hace posible la facultad apetitiva superior y también el sujeto moral. En la
“fundamentación de la metafísica de las costumbres”, Kant define el respeto por la ley
de la siguiente manera: la consciencia de la subordinación de la voluntad a la ley sin la
mediación de otros influjos sensibles. El sentimiento de respeto por la ley moral es el
único sentimiento que produce la razón en el hombre; es un sentimiento que humilla y
rebaja las inclinaciones produciendo infelicidad, pero, por ello mismo, la ley moral tiene
suma dignidad. Miremos:
“Sólo entonces es la razón, en la medida en que de suyo determine la
voluntad (no al servicio de las inclinaciones) una verdadera facultad apetitiva
superior a la cual está subordinada la patológicamente determinable y en
efecto, hasta es específicamente distinta de esta, de suerte que aún la más
pequeña mezcolanza de los impulsos de la última atenta a su fuerza y
excelencia, así como lo más mínimo empírico como condición de una
demostración matemática, rebaja y anula su dignidad y energía. La razón
determina la voluntad enana ley práctica, no por intermedio de un
sentimiento interpuesto de agrado o desagrado, ni siquiera en esta ley, y
sólo el hecho de que pueda ser practica como razón pura es lo que le permite
ser legislativa”(Immanuel Kant, CRPr)
El sentimiento de respeto, consiste, pues, en la humillación que padece quien compara
su propensión sensible con la ley moral, pues, esta última rebaja las pretensiones de
autoapreciación. Kant entiende por “móvil de la acción” lo que mueve a la voluntad a la
acción. En el caso de la voluntad ética lo que la mueve es el sentimiento de respeto por
la ley. Pero la voluntad lucha constantemente contra las pretensiones de la sensibilidad.
En esta lucha las apetencias sensibles tienen casi siempre su triunfo asegurado, pues
el efecto de ellas que se deriva como móvil no causa desplacer en el sujeto. Dejar que
la apetencia determine el arbitrio no supone ningún esfuerzo; es un simple dejarse llevar:
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un goce. Por el contrario, elegir la ley moral requiere un ánimo templado, pues para ello
hay que renunciar a lo placentero; exige un dominio de la sensibilidad.
Conclusión
La ética Kantiana ha tenido muchas malas interpretaciones, el cristianismo es una buena
fuente sistemática de leyes morales. Ésta ética es formalista, pero no por eso pierde
valor al poner encima del amor a sí mismo la ley moral que tiene como principio las tres
fórmulas de imperativo categórico y que van en contra de las inclinaciones. Que no se
piense, por ejemplo, que el asesinato pueda convertirse en ley universal de la
naturaleza, pues una voluntad que se someta a la máxima del asesinato es una voluntad
que se contradice a sí misma. Lo mismo con máximas como la falta de colaboración,
falta de respeto e incluso la falta de perdón.
Bibliografía
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