Pensav la política hoy
Luis Salazar
Enrique Serrano Gómez, Consenso y conJicto. Schmitt y Arendt.
la definición de lo político. México, Grupo Editorial Interlínea, 1996.
no de los rasgos más destacados de los tiempos presentes es, en mi
opinión, la mala fama de la política, de lo político y de sus instituciones. Muchas parecen ser las razones de este fenómeno: el fracaso rotundo de las expectativas depositadas en los grandes proyectos de transformación revolucionaria de las sociedades;la crisis de las identidades e ideologías políticas tradicionales; el desarrollo de una globalización
económica que de hecho ha recortado gravemente la soberanía de los Estados nacionales; el poderío creciente de unos medios masivos de comunicación cuya penetración parece ir de la mano con lo que sólo puede llamarse
una banalización amarillista de la información, en la que la noticia se confunde con lo escandaloso, con el moralismo más estridente y con los chismes y
rumores. Es así que en las más diversas partes del mundo actual, la política
aparece como espectáculodegradante en donde lo único que tiene relevancia
son las denuncias y acusaciones de corrupción, de crímenes, de fraudes y la
búsqueda de chivos expiatorios capaces de dar curso a los malestares de
grandes franjas de la población.
De esta manera, el tan celebrado triunfo de la democracia liberal como
única forma de gobierno que puede pretender verdadera legitimidad parece
haber conducido a una paradójica situación de confusión y desconfianza
generalizada en las sociedades, abriendo paso a las más heterogéneas posturas antipoliticas, desde microfanatismos más o menos violentos, hasta
integrismos religiosos, pasando por un socialcivilismo huero y abstracto que
sólo puede verse como el verdadero complemento espiritual de las tan
denostadas como incomprendidas modas neoliberales. No es casual por ello
que hoy una de las formas más exitosas de hacer política consista en oponerse a las instituciones y a las organizaciones formalmente políticas, a fin de
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explotar y capitalizar precisamente la mala fama de la política y de los políticos, y de profundizar la desconfianza política y la descodanza en la política.
Forma sin duda no sólo hipócrita e irresponsable, sino democráticamente
peligrosa en la medida en que se abre a todo tipo de negativismos aventureros en los que lo único que importa es estar en contra, formándose así las
más extrañas coaliciones y frentes "opositores" cuyo contenido se reduce
justamente a denunciar a los malos, a los enemigos, a los culpables de todos
los problemas y algunos más.
En este contexto el libro de Enrique Serrano, Consensoy conflicto, puede leerse como un apreciable y sugerente esfuerzo por salir al paso de estas
tendencias y pensar, con seriedad, esa realidad compleja y dificil, imtante y
problemática, que es la política. Tanto más porque se trata de un texto filosófico en el mejor sentido de la palabra, de una obra que plantea preguntas
y examina categorías y conceptos que suelen darse por descontados o por
obvios con demasiada desenvoltura por otro tipo de estudios empíricos o
comparativos, y que sin embargo exigen, como lo muestra nuestro autor,
una reflexión que precise y aclare sus significados, que muestre sus presupuestos e implicaciones y, a fin de cuentas, que ponga a descubierto los
compromisos teóricos y prácticos que suponen. En un medio como el nuestro, en el que los debates no suelen brillar por su nivel teórico ni por su
rigor conceptual, el intento de Enrique Serrano por pensar seriamente a la
política, por definir claramente sus aspectos constitutivos y por criticar las
simplificaciones maniqueas y extremistas tan en boga merece por ello no
sólo ser bienvenido sino, lo que es más importante, ser leído y discutido
ampliamente.
Al menos desde la antigüedad grecolatina, la política se convirtió en una
obsesi6n de todos los grandes pensadores. De hecho apenas hay intelectual
o filósofo que, de un modo o de otro, no se haya cuestionado por la ambigua
y siempre problemática realidad que llamamos política, sea para tratar de
entenderla, sea para tratar de juzgarla, sea para simplemente denunciarla y
condenarla. En este sentido, no es demasiado aventurado decir que la política ha ido unida siempre a la reflexión sobre lo que es, lo que ha sido y lo que
podría y debería ser la política. Al extremo de que tampoco parece dificil
sostener que la reflexión teórica sobre la política de alguna manera es un
aspecto constitutivo de la política misma, de su funcionamiento y de las
expectativas y frustraciones que provoca. Al menos en la medida en que
aparece desligado o relativamente independiente de supuestos fundamentos sagrados o religiosos, el problema de definir la política, de pensar la
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política, de delimitar sus alcances y establecer sus posibilidades, ha jugado
un papel en la configuración de las culturas, instituciones y prácticas de la
política. Aunque existe sin duda una gran distancia entre las reflexiones de
autores como Platón, Hobbes, Rousseau, Hegel, y las opiniones de sentido
común de las grandes multitudes e incluso de los saberes empíricos de la
mayor parte de los políticos profesionales, esa distancia no anula el hecho
decisivo de que, por lo menos para la cultura occidental, la realidad práctica
de la política en buena medida depende de una lucha, teórica y práctica, en
tomo a las concepciones y definiciones de la política misma.
Desde esta perspectiva, el autor de Consenso y conflcto nos propone
definir la política a partir de las obras de dos de los más importantes y
heterodoxos pensadores políticos del siglo xx:Carl Schmitt y Hannah Arendt.
No obstante las grandes diferencias que los separan, ambos parecen compartir un ciertofeeltng, una cierta aguda intuición o sensibilidad para la política
que los convierte en puntos de referencia obligados para cualquiera que
intente realmente captar algunas de las dimensiones básicas, no siempre
agradables, de esa endemoniada y compleja realidad.Al mismo tiempo, como
muestra bien Enrique Serrano en su libro, ambos sin embargo -aunque por
razones diversas y hasta opuestas- parecen culminar en visiones parciales,
unilaterales y hasta inaceptables de la misma, sea porque absoluticen una de
sus dimensiones-la intensidad existencia1del conflicto, en el caso de Schrnitt,
la reducción del poder a un consenso de los que actúan concertadamente,
en Arendt-, sea porque promuevan soluciones más que discutibles para los
problemas contemporáneos -el decisionismo arbitrario en Schmitt, el participacionismo casi puramente estético en Arendt-, sea en frn porque preconizan valores francamente incompatibles con la democracia moderna
(Schrnitt) o con la modernidad misma (Arendt).
Por ello, el trabajo que nos ocupa lo que parece buscar, a mi entender, es
justamente extraer y recuperar de obras densas y complejas los elementos
contenidos en aquella intuición o sensibilidad hacia la política, asumiendo
que ellos nos pueden iluminar en el camino de redefinir adecuadamente a la
política, sin menoscabo de criticar ampliamente supuestos, soluciones y
posiciones desde un punto de vista teórico -mostrando sus incongruencias
e insuficiencias analíticas- y político -señalando su incompatibilidad con
una política democrática posible y deseable.
Así, el famoso criterio distintivo de lo político propuesto por Schmitt, el
de "amigo/enernigo", es discutido minuciosamente por Enrique Serrano bajo
la idea de que con ese criterio el jurista alemán apunta a algo que efectivamente es decisivo para la comprensión de la política. A saber, que el conflicto no sólo es consustancial a la política sino que, además, para adquirir rango
propiamente político, ha de entenderse existencialmenteen el horizonte de
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la violencia colectiva, es decir, bajo el presupuesto nunca plenamente
eliminable de la guerra (civil o internacional). Contra toda pretensión utópica o totalitaria de descubrir e imponer un orden sin fisura5 ni contradicciones, todo armonía y racionalidad, Enrique Serrano recupera la provocadora
propuesta schmittiana a fin de recordarnos que el pluralismo y la contingencia del mundo social humano vuelven inexorables los conflictos y en particular, con su intensidad propia, los conflictos políticos. Pero no basta aceptar, como algunos liberalismos ingenuos lo hacen, que los conflictos son
indisociables de toda política, de todo lo político; es necesario entender,
igualmente, que su intensidad peculiar, su insuperable dimensión existencia1
propia -que los vuelve irreductibles a otras lógicas de la convivencia social,
económicas, culturales,morales o religiosas- proviene de ese horizonte brutal
y ominoso, pero a la vez omnipresente como posibilidad efectiva, que es el
de la guerra, el de la destrucción violenta de vidas y sociedades.
No se trata para el autor de seguir a Schmitt en las muy forzadas conclusiones autoritarias que deriva de esa intuición esencial. Se trata,. por el contrario, de mostrar por qué y cómo ella puede y en cierto modo debe conducir a pensar la política como actividad e instituciones capaces de evitar la
guerra, de afiiar la paz, no mediante la supresión imposible de los confiictos, sino mediante el establecimiento de una lógica legal e institucional capaz de darles cauce y de procesarlos pacíficamente. De asumir entonces
plenamente el pluralismo y la contingencia del orden social, y de reconocer
en los conflictos de opinión y de interés no un mal a suprimir sino oportunidades de aprendizaje colectivo, de debate programático, de experimentación abierta y, sobre todo, de
de libertades y potencialidades.
En el mismo sentido se orienta Enrique Serrano en la segunda parte del
libro, dedicada a una cerrada discusión con el pensamiento político de Arendt.
Aquí la intuición básica en cuestión concierne a la política y el poder como
capacidad de actuar públicamente para llegar a acuerdos y consenso sobre
los fines colectivos de las comunidades humanas. Muchas son las reservas
que han suscitado las definiciones arendtianas del poder, de la política, así
como sus análisis de las revoluciones y el totalitarismo. Pero aun reconociendo la justeza de tales reservas, el libro Consensoy conflicto quiere mostrarnos que es posible recuperar aquella intuición sobre el consenso, siempre
que la articulemos adecuadamente con las del conflicto y la violencia. En
efecto, con Arendt, el autor sustenta justificadamente que no tenemos por
qué optar entre las utopías racionalistas del orden sin conflicto y fundado en
la verdad, y el decisionismo autoritario al estilo schmittiano, como si la política tuviera que (o pudiera siquiera) reducirse a tales extremos.
La política bien entendida no tiene que ser ni decisión arbitraria y
autocrática de un soberano colocado por encima de las leyes y de los seres
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humanos, ni tampoco imposición de una verdad filosófica o científica a la
que sólo nos quede obedecer. Tales posturas, de hecho, vienen a negar una
vez más el pluralismo y la contingencia de las sociedades; ambas, además,
terminan por promover lo que pretenden superar: el desorden, la inseguridad, las guerras de exterminio, el fracaso, en fin, de la política. Si la política
no es ciencia, nos recuerdan Arendt y Serrano, tampoco tiene que ser pura
arbitrariedad; ha de ser y ha de verse, más bien, como una racionalidad
diferente, abierta a lo particular, a lo contingente, a lo plural, y por ello
capaz de reconocer en las opiniones y en las experiencias de los ciudadanos
algo más que ignorancias y mitos despreciables y/o explotables, es decir, la
materia y la sustancia de los sentidos múltiples y conflictivos de una vida
colectiva que por ello mismo debe someterse permanentemente a debate y
a deliberación pública.
Intensidad existencia1 de conflictos que ponen en juego identidades, reglas y proyectos de vida colectiva, pero también esfera pública que haga
posible la aparición de actores y de temas y que permita también deliberaciones y debates capaces de configurar consensos difíciles, precarios, pero
necesarios si se ha de mantener la paz, si se ha de lograr la unidad de la
pluralidad así como la aíiiación o selección civilizada de aquellos programas, de aquellas propuestas de reordenamiento permanente de una realidad
que siempre podría ser de otra manera: todas estas son dimensiones indispensables de una definición de la política que quiera ser al mismo tiempo
realista y crítica. Que quiera, en otras palabras, hacerse cargo de esa realidad
ambivalente e irritante, pero a la vez estar en condiciones de denunciar sus
riesgos, sus desviaciones, sus patologías.
Muchos puntos abordados en el libro merecerían una discusión detallada.
Como todo esfuerzo serio de interpretación/reconstrucciónde autores tan
complejos como Schrnitt y como Arendt, Consenso y conficto no deja de
provocamos dudas, interrogaciones, e incluso objeciones. Por ejemplo, sorprende un tanto que parezca asumirse sin más el desprecio arendtiano por
determinadas tradiciones racionalistas de la filosofia política, que a su vez,
son más caricaturizadas que pensadas. Sorprende también que, siguiendo
una opinión discutible de Schmitt, se pretenda reducir a un filósofo tan
complejo y ambiguo como Hobbes a un decisionismo autoritario estatalista.
Y sólo puede echarse en menos que a lo largo de toda esta discusión, y sobre
todo cuando se habla siguiendo a Arendt de la fundación de la libertad, no se
haga referencia alguna a otra dimensión constitutiva de cualquier política: la
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referente a la relación gobernantes-gobernados,dirigentes-dirigidos.Y finalmente tengo la impresión de que las conclusiones no hacen plena justicia de
los desarrollos previos, contentándose con una propuesta que a mi modo
de ver hubiera sido conveniente argumentar más extensamente.
Pero todas estas dudas y sugerencias en nada disminuyen el valor de un
texto que nos invita a pensar seria y rigurosamente a la política a través de
dos verdaderos clásicos del siglo xx. Por eso, para todos los que seguimos
creyendo que la política es y puede ser mucho más que un espectáculo frívolo y degradante, el libro de Enrique Serrano es una importante aportación.