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Las amigas de Laura

Las amigas de Laura es un relato de ficción esencialmente irónico en el que se satiriza la vida de un dramaturgo fracasado y su penosa relación con alguna de las actrices de su entorno, tampoco de mucho más éxito que él, en relación con quien se producen algunas situaciones conflictivas que conducen a una investigación judicial en la que la aparición de los funcionarios encargados de notificar la denuncia al escritor se involucra con su vida sexual y con sus pensamientos y ensoñaciones que conforman gran parte del relato y no son tan disparatados como se podría presumir por causa de sus vicios y su fracaso vital. El final queda abierto para el lector que queda con ello en libertad de juzgar, tanto la presunción de inocencia o culpabilidad del escritor, como la valoración de la forma en la que se produce este posible caso del “Me Too” anglosajón aplicado no a las grandes estrellas del espectáculo sino a más sufridos integrantes del negocio del espectáculo en Madrid. El relato fue escrito por su autor en algún momento de los años noventa del siglo pasado como una actividad asociativa y debe algo a las conversaciones y por entonces frecuente trato con el escritor Luis Antonio Núñez Díaz Corralejo y con algunas actrices y amigas comunes. Por causa del reciente fallecimiento de Luis Antonio queda dedicada a su memoria esta edición en libre acceso del relato. Los ojos que aparecen en la portada de este pdf son una sección de una fotografía de la actriz Natalie Pinot. Se confía en poder localizarla para comunicar la edición en libre acceso de este relato hasta ahora inédito.

Las amigas de Laura Ignacio Tamés García 1 2 LAS AMIGAS DE LAURA Si yo fuera una de las amigas de Laura tendría la voluptuosa sensación de sentirme desnuda debajo de un vestido de organdí y tras colgar el teléfono para evitar más llamadas saldría a la calle y entraría en un bar. Eso me haría recordar lo repugnante que yo mismo resultaba al resto de las amigas de Laura antes de que yo fuera una de ellas. Así es: bebería tanto que si leyera de nuevo estas páginas llegaría a pensar que tienen sentido puesto que, efectivamente, al mirarme en un espejo vería no sólo a una sino incluso a varias amigas de Laura entre las cuales habría una más. Me observaría, me peinaría cien veces, me pondría el camisón y me acostaría con la tranquilidad de saber que si se acercara a mí un tipo así, con mi aspecto, le miraría de reojo y él ya sabría, sin mediar palabra, que la respuesta es no. También me vigilaría muy de cerca, tal y como ahora hago con las amigas de Laura, y tendría bien presente que la de actriz es una profesión en la que un mal paso puede dar contigo en un estudio X bajo el implacable peso de una triple penetración. Por ello lo primero que haría sería apuntarme en un gimnasio y lo segundo provocar la desesperada situación que acabaría conmigo en dicho plató. Hay que saber perder, me diría a menudo, pero, en cualquier circunstancia siempre me agradaría recordar las 3 palabras que la propia Laura me dedicó la última vez que me vio aparecer en su apartamento. - ¡Ah! ¡Eres tú! ¡Fuera de aquí o llamo a la policía! Estaba claro que no quería saber nada de mí después un pasmoso incidente que aconteció en una fiesta que ella misma había organizado sin tomar la precaución de evitar mi presencia; aunque bien sé yo, tanto hoy como entonces, que a ella sólo le importa el valor material de esos visillos pues mis sentimientos, mis razones etc... el porqué de cómo los arranqué y los pisoteé, como todo lo que a mí concierne, le es indiferente. Así que esa tarde, después de sus palabras, salí a la calle pensando que en lugar de tratar de ser un autor teatral me iría mejor de cualquier otra cosa y así dejé de ser dramaturgo lo cual no resultó muy difícil porque lo último que había estrenado era un abrigo de segunda mano que la propia Laura me había regalado: eran otros tiempos en los que por mi mente aún no había empezado a rondar la idea de que lo que yo quería ser, simplemente, era amiga de Laura. Y estaba a punto de dejar de ser autor teatral cuando me senté en un banco y reparé en una mancha que se había hecho fuerte en mi pantalón. La mancha era de tomate y mostaza -materiales oleaginosos que habían pertenecido a un perrito caliente valorado en 175 pesetas- y cuanto más la miraba más formas extrañas me sugería. Era como un test de Rochard en el que los patrióticos colores de la bandera rojigualda contorneaban caprichosos dibujos y así llegué a 4 fijar un rostro semejante al de un amigo mío, antiguo súbdito de Laura, que una vez había tocado un apéndice de una de las amigas de Laura. - Que tal compadre. Tanto miré el pegote que de recordar el rostro pasé a sintonizar sonidos concordantes con la imagen de mi amigo y así conseguí revivir hasta el timbre de voz de ese colega que era conocido en el barrio por la prudencia de sus consejos. - Mira lo que te pasa es que necesitas un polvo. O por lo menos un sucedáneo. Lo mejor que puedes hacer es irte de putas o por lo menos cascarte una paja. ¿Hace? El mundo está loco y yo sigo la corriente por lo que nadie me puede decir que sea un inadaptado, pero no tenía suficiente dinero como para irme de juerga, así que dirigí mis pasos hacia mi casa y saqué todo el material pornográfico que tenía a mi disposición: tres ejemplares de Private, una vieja revista de la transición y una espeluznante película de Tábata Cash. Dispuse todo con orden y método y localicé el teatro de operaciones en el comedor. Cerré las cortinas. Puse las revistas modernas bien abiertas encima del sofá, situé la veterana publicación transicional sobre el ordenador e introduje la cinta en el video para que el aparato echara humo gracias a la Cash. Por último me situé en el centro y como Renato Descartes, con la sola ayuda de 5 mi razón, me dispuse a sacar algunas conclusiones provisionales sobre las consecuencias a las que conduce intentar ser una de las amigas de Laura y no alguien que corteja, sin excepción, a todas las amigas de Laura. Comencé a darle al manubrio y a concentrarme en mi tarea hasta que sonó el timbre del recibidor. DING-DONG ¿Quién tendría el valor de interrumpir mi cartesiana percepción de la realidad? ¡Quien coño se atreve a golpear la jaula de un animal en celo! Vivir en democracia significa que puedes abrir la puerta por la noche con la tranquilidad de que sólo un lechero osaría turbar la paz de tu hogar, pero como no era de noche y yo odio la leche resultó ser la policía. Después de echar un ojo por la mirilla y asegurarme de la condición de maderos de los que llamaban, adopté una pose solemne, me ajusté la bragueta y abrí la puerta. - ¿Es usted Lorenzo González Lo? - Sí señor, yo soy. - Le traemos una notificación. - ¿Una notificación? - Sí. De la Comisaría de Buenavista, para que comparezca en las dependencias mañana a las diez. - ¿Por qué motivo? - Se trata de una denuncia por daños, para tomarle declaración, ¿me firma aquí? - Sí señor. ¿Qué pasa si no voy? 6 - Que ya le llamarán del Juzgado. ¿Me devuelve el bolígrafo? - Perdone, ¿nada más? - Nada más, hasta luego. Me corrió el sudor por la frente y permanecí pasmado en el recibidor. La energía que los funcionarios me habían inducido a contener debía ser aprovechada para continuar mi labor pues una denuncia por daños sólo podía proceder de la propia Laura debido a mi impetuoso comportamiento con su visillería. Me fui haciendo a la idea de que cada vez estaba más difícil llegar a ser una de sus amigas, no sólo por lo diferente que nos pueda parecer el hecho de ser, poseer o tener a sus colegas sino porque ya nos separa un diferente concepto de la amistad: fue ella quien no tomó ni la más mínima precaución de evitar mi presencia en esa desdichada celebración y luego situó la botellería a mi alcance. Pero en fin !que le vamos a hacer! Deseché la idea de llamarla y me aparqué en el comedor para continuar mi interrumpida tarea pues el Estado se había visto involucrado en mi vida sexual y debo decir que es un amante frío. Me sentía como si un horrible monstruo dominase mi pensamiento, pero no podía precisar si el bicho estaba fuera de mí, o si era yo mismo, o si quizás sería mejor percibir mi existencia con la ayuda de un tercero, un espíritu placebo que me sintonizase con el monstruo quien, en cualquier caso, me ordenó lo siguiente: ponga manos a la obra. 7 Así lo hice. Había oído que Carballo, el detective, hacía uso de una técnica autoerógena que consiste en sentarte sobre tu propia mano durante unos quince minutos hasta que el miembro (superior) se duerme. De esta manera se llega a sentir que tu miembro (superior) no es tuyo y puedes ordenarle a tu gusto, como si tú mismo fueses un monstruo delegado, que actúe sobre otro apéndice (inferior). Es lo que podríamos llamar una paja al cuarto de hora, como una sopa de las que hacía mamá, con bien de fideos, así que puse en marcha mi cronómetro digital y me senté en la silla del comedor encima de mis dos manos. Después dirigí la mirada hacia la pantalla de televisión con la declarada intención de que un determinado órgano retráctil se diese por aludido y pacientemente esperé a que se produjese alguna alteración relevante en mi cuerpo serrano, pero sólo se oyó un timbre. RING-RING-RING Era el teléfono y decidí dejarlo sonar hasta que el pesado de turno cejase en su empeño de interrumpir mi penosa escalada hasta las cimas del placer; pero el molesto interlocutor era persistente, aguantó bien su llamada y después de que sonó el pitido final dejó un mensaje en el contestador. - Lorenzo, soy Curra, una de las amigas de Laura. Oye te llamo porque tengo entradas para el estreno de el Mirador, y bla, bla bla ... 8 Al oír la voz de una de las musas más elevadas de esta metrópoli salí disparado hacia el aparato, pero el truco de Carballo había funcionado a la perfección y cuando llegué a coger el teléfono ambas manos estaban hormigueantes y dormidas: el aparato cayó al suelo como un fardo desbaratándose en mil pedazos que sólo un electricista, un fontanero, un ingeniero... no sé, alguien útil en definitiva, conseguiría arreglar. Permanecí postrado mirando el aparato destrozado y escuchando los gemidos de Tábata Cash hasta que volví a reparar en la mancha de tomate y mostaza que seguía apostada en mi pantalón. Volví a fijar un rostro semejante al de ese amigo mío, antiguo súbdito de Laura, que era conocido por la prudencia de sus consejos. - Que tal compadre. - Mal, muy mal. Estoy citado para mañana en la Comisaría y he perdido una ocasión de las que sólo hay una en la vida. - ¿Has pensado en ir al psicoanalista? - Hace tiempo que no ejerzo, exactamente desde que conocí a Laura y decidí ser autor teatral: colgué el título en el retrete y allí sigue. - ¿Y el diván? - El diván está en su sitio. - Túmbate en él. Seguí sus instrucciones y me eché a lo largo del diván que era el reflejo de mi próspera consulta y escalé las más 9 altas cotas del placer sexual autoerógeno motivado con las arengas de la mancha hasta que una explosión seminal sacudió los cimientos de mi neurosis. La relajación fue total sin necesidad de ayuda externa. Tábata Cash permanecía en la pantalla del comedor entregada a sus quejumbrosas contorsiones, pero mi única preocupación era que no se manchase con semen el patriótico óleo rojigualda que tan buenos resultados había reportado a un autor teatral retirado. Mi humor cambió y decidí bautizar el experimento como postsurrealista esquizoide Charcot 3, y volví a colgar el título en su sitio. La consecuencia que extraje de mi gratuita exposición a los avances de la ciencia es que, al igual que en gastronomía no conviene abusar de las salsas, en autoerotismo no hay que excederse en el uso de los estímulos externos y apagué el video con los gemidos de Tábata, guardé las revistas y eché a lavar el pantalón. Sólo entonces, una vez que ya estaba en bata y anochecía, me puse a meditar sobre la declaración que habría de prestar a la mañana siguiente en Comisaría y entresoñé lo dichoso que era por vivir en democracia y saber que puedes abrir la puerta con la tranquilidad de que sólo un lechero osaría turbar la paz de tu hogar. Hasta que el timbre volvió a sonar. DING-DONG No tenía nada que temer gracias al transparente funcionamiento de las instituciones y me levanté pesadamente, como el animal satisfecho que era, 10 preguntándome para mis adentros: ¿quién coño en democracia puede atreverse a golpear la jaula de un animal que descansa? - ¿Es usted Lorenzo González Lo? - Sí señor, yo soy. - Le traemos una notificación. - ¿Otra notificación? - Sí. De la Comisaría de Buenavista, para que comparezca en las dependencias. - ¿Por qué motivo? - Se trata de una denuncia, para tomarle declaración. - ¿Otra denuncia? - Así es, otra denuncia. ¿Me firma la lectura de derechos? - ¿Qué pasa si no voy? - No puede no ir. Está usted detenido. ¿Me devuelve el bolígrafo? FIN 11 Con la colaboración de la Reverenda N. en el papel de MANO INOCENTE 12