HISTORIA SOCIAL DE LA LITERATURA Y EL ARTE
Desde Grecia hasta el Renacimiento
Arnold Hauser
Editorial Debate
Madrid 1998
Recensión Realizada por David Chacobo
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GRECIA Y ROMA
1. LA EDAD HEROICA Y LA EDAD HOMERICA
Las epopeyas homéricas son los poemas más antiguos que poseemos en lengua
griega. Pero no pueden ser considerados la más antigua poesía griega, su estructura es
demasiado complicada y además contiene muchos rasgos que son incompatibles con el
retrato del poeta, escéptico y frecuentemente frívolo de sus epopeyas. El poeta en un
principio era considerado como "vate", como profeta sacerdotal inspirado por Dios. Los
defectos físicos expresan la idea en tiempos primitivos de que los artistas debían salir de las
filas de aquellos que eran inútiles para la guerra.
La poesía de la época primitiva se compone de fórmulas mágicas y sentencias de
oráculo, de plegarias y oraciones, de canciones de guerra y de trabajo. Estos géneros
tienen de común el hecho de ser poesía ritual para las masas. Los cantores eran ajenos a
la diferenciación individual, eran anónimos ya que cantaban para la comunidad expresando
ideas y sentimientos comunes a todos.
La poesía heroica. Al iniciarse la edad heroica, la función social de la poesía y la
situación social del poeta cambian radicalmente. La concepción profana de la aristocracia
guerrera, hace que la poesía salga de su anonimato y pierda su carácter ritual colectivo.
Los "héroes" (rey y nobles de los tribus aqueas), dan su nombre a esta edad, son piratas y
ladrones y se sienten orgullosos de ello. Sus canciones son profanas y la leyenda troyana
(obra cumbre), no es más que la glorificación de sus acciones.
Su libre e irreverente visión del mundo es consecuencia de sus victorias guerreras y del
cambio brusco cultural que experimentan.
Puesto que en su mundo todo se consigue con la fuerza corporal, el valor y la
habilidad, para ellos todo se convierte en motivo de lucha y objeto de aventura personal.
Todo esto va asociado a un cambio de social organizativo: del clan impersonal, a las
primeras especie de monarquías feudales. La descomposición de la tribu se expresa con
los conflictos entre parientes, frecuentes en la edad heroica. La lealtad de los vasallos al
rey, y de los ciudadanos a la ciudad se desarrolla cada vez más. Esto se extiende a través
de los siglos y encuentra su final con la democracia.
Con esta evolución la poesía de la edad heroica, deja de ser de masas, popular y
lírica. No tiene ya el cometido de excitar a la lucha sino de entretener los héroes después
de ella, aclamándolos y ensalzando sus nombres pregonando y eternizando su gloria.
Tienen su fin en el afán de gloria de la nobleza guerrera, el renombre y el paso a la
posteridad.
Los poetas son narradores de alabanzas, perdiendo así el carácter lírico de la poesía
convirtiéndose en épica. Es la poesía profana más antigua. Estos poemas se convierten en
una información bélica crónica de batallas, en las que entran leyendas y toma rasgos
épicos, dramáticos y líricos.
El cantar heroico se ocupa de una sola persona, y se recita por una sola, dejando de
lado la comunidad o coro. Además los autores y recitadores pertenecen a la clase
dominante. Posteriormente el noble aficionado es sustituido por el "bardo", poeta cortesano
con una forma más artística y más impresionante. Cantan en la sobremesa del rey. Son
cantores profesionales que se les considera señores respetables y que pertenecen a la
sociedad cortesana.
También existían en los mercados y en las calles gentes errantes que entretenían a
su público con historias más o menos heroicas.
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La invasión doria representa el fin de los poetas épicos. Son campesinos, rudos y
sobrios, y no cantan su victorias. Transforman la monarquía militarista, en una pacífica
aristocracia agricultora y comerciante. La producción poética de la época es espléndida.
Los fugitivos llevan consigo a Jonia sus canciones heroicas y allí en medio de pueblos
extraños surge la epopeya en un proceso que dura tres siglos.
La epopeya no es obra de poetas individuales y diferenciados, sino de escuelas
poéticas. El bardo cantaba en los salones reales ante el público real y noble, era el
pregonero de la gloria real y de los sucesos del día. El rapsoda recitaba sus poemas en las
casas señoriales y palacios de la nobleza, pero también en fiestas populares, en las ferias y
talleres, se convierte en el panegirista del pasado nacional, rememorando sucesos
histórico-legendarios. A medida que la poesía se hace más popular, el lenguaje se suaviza
y se vuelva menos estilizado y cotidiano. El cayado y la recitación sustituyen a la lira y el
canto.
El rapsoda es una transición entre el poeta y el actor. Los abundantes dialogos
obligan al recitador a representar de forma dramática. Homero esta a camino entre bardos y
rapsodas, es a la vez vate y juglar. Su persona no es una figura histórica sino un resumen
de la evolución del cantar de gesta aqueo al poema épico jónico. Los rapsodas se
designaban homéridas y mantenían la leyenda de su descendencia de su maestro,
formaban una clase profesional cerrada.
La poesía homérica no es poesía popular, no es poesía cortesana, era poesía
panegíricas cortesanas que estaban destinadas a oídos exigentes y entendidos. No puede
ser considerada como la poesía individual de un individuo ni como un producto de poesía
popular sino como poesía artística anónima, obra colectiva de elegantes poetas cortesanos
y literatos eruditos. Tiene una indefinible fuerza poética de elementos tan distintos como
visión y erudición, inspiración y tradición, cosas propias y cosas ajenas, y su mundo de
imágenes y la existencia de sus héroes.
Sólo sus temas más antiguos son del mundo feudal. La epopeya no crítica la realeza
ni la aristocracia.
La poesía hesiódica, es un poesía mas del pueblo, que se mueve en el mundo
campesino. Sus temas, sus ideales son temas acerca del pueblo oprimido por la nobleza
terrateniente. Representa la primera expresión poética de una tensión social, la primera vez
que se levanta una voz en favor de la justicia social y contra la violencia. El poeta se hace
cargo de la misión de educación política convirtiéndose en consejero de la clase oprimida.
La epopeya se desarrolla en Asia Menor, crisol de las culturas del Egeo y del
Oriente, centro del comercio mundial.
2. ESTILO ARCAICO Y ARTE EN LAS CORTES DE LOS TIRANOS
Hacia el año 700, cuando las formas de vida campesinas se transforman en formas
de vida ciudadanas se disuelve la rigidez de las formas geométricas. El estilo arcaico es
producto de un comercio floreciente, de ciudades ricas y de afortunadas colonizaciones. Es
el arte de una sociedad cuyos aristócratas comienzan a gastar sus rentas en la ciudad y a
ocuparse de la industria y el comercio. Es un arte ciudadano, monumental y
antitradicionalista.
En Oriente adquiere supremacía el elemento jónico tendiendo al refinamiento, el
formalismo y el virtuosismo, y se busca un ideal estilístico cuyo culmen es el arte de las
Cortes de los tiranos.
La mujer es el tema principal, pero nunca desnuda y siempre elegante,
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cuidadosamente peinada con ricos aderezos y delicada sonrisa. La aristocracia no gustaba
del desnudo, aunque al principio aceptaba el masculino como propaganda para los juegos
atléticos y el culto al cuerpo. Olimpia, que es el lugar donde se colocaban las estatuas de
jóvenes, era el lugar más importante de la propaganda de Grecia, el lugar donde se
formaba la opinión pública y la conciencia de unidad nacional de la aristocracia.
El arte arcaico de los siglos VII y VI es el arte de la nobleza, todavía muy rica y
dueña del aparato del estado, pero amenazada ya en su predominio político y económico.
Con esta crítica situación empieza la aristocracia a acentuar sus características peculiares
como los signos de raza y de clase, elementos hasta ahora sin conciencia en su forma de
vida, virtudes con las que justificaran su posición social y sus privilegios. Ahora es cuando
se sientan los cimientos de la ética de la nobleza, con sus rasgos basados en la cuna, la
raza y la tradición, la aptitud corporal y la educación militar.
Poetas gnómicos como Solón, elegíacos como Tirteo y Teognis, líricos como
Simónides y Píndaro, se dirigen a la nobleza, no con divertidas historias de aventuras, sino
con severas enseñanzas morales, con consejos y advertencias. Su poesía es mezcla de
sentimientos personales, propaganda política y filosofía moral. Ya no son hombres que
divierten, sino que hacen de educadores y guías espirituales.
Teognis, entusiasta de la ética de la nobleza, habla todavía con profundo desprecio
hacia la nueva plutocracia, alaba las nobles virtudes de la liberalidad y de la grandeza y
aconseja acomodarse a la nueva situación creada por la economía monetaria, haciendo
vacilar a todo el sistema moral aristocrático.
Píndaro es el máximo poeta de la nobleza y la crisis de los aristoi es la fuente de su
poesía y de su tragedia. Los trágicos antes de tomar posesión de la herencia pindárica, la
libraron de los cultos a las grandes familias y del ideal deportivo de acuerdo con el espíritu
de un público más amplio y variado. Píndaro escribe solo para los nobles dejando ver
aparentemente un poeta aficionado para el disfrute de los nobles. Esta ficticia posición da la
impresión de echar marcha atrás en la profesionalidad del poeta, pero en realidad marca un
paso decisivo hacia delante.
Simónides escribe ya poemas de encargo para cualquiera, lo mismo que los
sofistas más tarde venderán sus argumentos.
El rapsoda era poeta y ejecutante a la vez. Ahora se separan las funciones. Los
cantores corales forman una profesión organizada, así los poetas envían sus cantos
encargados con la seguridad de que su ejecución no tendrá dificultades. Estos coros eran
mantenidos por la nobleza y se podían encontrar en todas las fiestas públicas y por todas
partes.
La ética nobiliaria y el ideal de belleza corporal y espiritual de la aristocracia
determinana las formas de la escultura y la pintura contemporánea.
Las estatuas de los atletas no buscaban el parecido, eran retratos ideales, que únicamente
parecen servir para mantener el recuerdo de victoria y harcer propaganda de los juegos.
Al desarrollarse la vida urbana, intensificarse el comercio e imponerse la idea de la
competencia, el concepto de individualismo es primordial en todos los aspectos de la vida
cultural.
Con el comienzo del individualismo económico llega a su fin la compilación
epopeyica, y con la simultanea aparición de los líricos la poesía subjetiva empieza a
imponerse. No solo en el trato de los temas más personales que en la épica, sino también
la pretensión de ser reconocido como autor de los cantos. Los poetas, no sólo los líricos
como Alceo y Safo, sino autores de lírica coral y gnómica, hablan al oyente en primera
persona así los géneros poéticos se transforman en expresiones más o menos individuales.
Alrededor del 700 a.C. aparecen las primeras obras firmadas de las artes plásticas
(vaso de Aristónoo la más antigua obra firmada). En el siglo VI aparecen los primeros
personajes artísticos de marcada individualidad, cosa hasta ahora desconocida. Los
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soliloquios (poemas de Arquíloco o de Safo), la pretensión de ser distinguido de los demás,
los intentos de expresar de otra manera lo que se ha dicho ya, son fenómenos
absolutamente nuevos, preludios de una evolución que no has sufrido prácticamente
interrupción hasta el día de hoy.
Pero esta tendencia tropezó con la resistencia cultural dórica. La aristocracia por su
esencia se inclina al anti-individualismo, pues funda sus privilegios en conceptos de clase o
estirpe. La nobleza dória era más inaccesible a las ideas individualistas. Los héroes
persiguen la gloria, los comerciantes, la ganancia; son individualistas, en cambio para la
nobleza dória ha perdido significado el ideal heroico y por otro lado la economía mercantil
supone un peligro para su estatus.
La tiranía que a finales del siglo VII, primero en las ciudades jónicas y más tarde en
toda Grecia, significa una victoria del individualismo y constituye un paso de transición a la
democracia. La tiranía emprende la destrucción del estado de castas, pone límites a la
explotación del pueblo y transforma la economía doméstica en una de tráfico y moneda
provocando la victoria de la clase mercantil. Los tiranos son ricos comerciantes, nobles
muchas veces, aficionados y entendidos, y utilizan el arte no sólo como medio de adquirir
gloria y como instrumento de propaganda sino como también como opio para aturdir a los
súbditos.
Las cortes de los tiranos son los más importantes centros culturales. Los poetas más
importantes están a su servicio: Baquílides, Píndaro, Epimarco y Esquilo en la corte de
Hierón de Siracussa; Simónides en la de Pisístrato en Atenas; Anacreonte en la de
Polícrates en Samos; Arión en la de Periandro en Corinto.
Si comparamos el arte de la época de los tiranos con la de épocas anteriores
sorprende la falta de vínculos hieráticos y religiosos en sus creaciones. Su fin y sentido es
reproducir con la mayor perfección posible el cuerpo humano, interpretar su belleza,
comprender su figura sensible, libre de toda relación mágica y simbólica. Pero la antigua
relación entre arte y religión se pierde en los finales del período arcaico, el arte no está ya al
servicio de la religión, el arte ya no recibe estímulos o motivos de la religión. La costumbre
de ofrecer como exvotos representaciones de seres vivos adquiere un nuevo impulso, así
los santuarios se llenan de esculturas.
El artista ya no depende del sacerdote y no está baja su tutela ni recibe encargos de
él. Sus patronos son los tíranos, las ciudades y los particulares ricos. Encontramos aquí una
idea completamente nueva del arte; el arte no es ya un medio para un fin; es un fin y
objetivo en sí mismo. Del conocimiento práctico nace la investigación desinteresada, los
medios para dominar la naturaleza se convierten en métodos para descubrir una verdad
abstracta. Y así el arte que era sólo un elemento de magia y de culto, se vuelve forma pura,
autónoma, desinteresada, arte por el arte y por la belleza. Este cambio de concepción
convierte el arte en un puro juego de líneas y colores, en puro ritmo y armonía, en pura
imitación y variación de la realidad, significa el cambio más radical que ha ocurrido nunca
en la historia del arte.
En los siglos VII y VI a.C. en el mismo tiempo en que se descubría la idea de la
ciencia como pura búsqueda, los griegos de Jonia crearon las primeras obras de un arte
puro, desinteresado, "arte por el arte". Este cambio no se produjo en el espacio de una
generación, ni siquiera en un lapso que pueda ser equiparado a la duración de toda la
tiranía y la edad arcaica. Posiblemente lo que ocurrió fue que se impuso una tendencia
cuyos comienzos son tan antiguos como el arte mismo.
El juego despreocupado con las formas, la capacidad para hacer un fin de los
propios medios, la posibilidad de emplear el arte para la pura descripción de la realidad, es
el descubrimiento de los griegos de esta época.
Los pueblos civilizados anteriores a los griegos, habían realizado observaciones
científicas precisas y habían llegado a conclusiones y cálculos exactos, pero su saber
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siempre estaba impregnado de connotaciones mágicas, de mitos, de dogmas religiosos y
siempre ligados a la idea de utilidad. En los griegos se halla una ciencia libre de la religión,
de la fe, de la superstición y de toda consideración práctica.
En rigor los poemas homéricos pertenecen al mundo de las formas autónomas,
dejan de ser religión, ciencia y poesía juntamente. Estos poemas no contienen todos los
valores del conocimiento, contemplación y experiencia de su época, sino que son casi sólo
poesía.
Los hechos que influyeron en la evolución hacía la autonomía de las formas en esta
época y en este territorio, hay que buscarlos en las repercusiones que tuvo la colonización,
y el hecho de vivir en medio de pueblos y culturas extraños, que acentuaban la
individualidad y la singularidad del pueblo griego, concienciando y autoafirmando sus
características individuales.
La conciencia del yo (el saber integrador, que supera el momento) es el primer gran
resultado de la abstracción, así como la emancipación de las diversas formas espirituales y
su función en la vida. El hecho de que determinados elementos de la vida queden libres
para la creación de formas autónomas, es un signo de riqueza, de mano de obra superflua
y de ociosidad. El arte se hace independiente de la magia y de la religión, de la ciencia y de
la práctica, cuando la clase dominante puede permitirse el lujo de tener un arte "inútil".
3. CLASICISMO Y DEMOCRACIA
El siglo V a.C. es una época del arte en que maduran las más importantes y
fecundas conquistas naturalistas. El primer clasicismo y el siglo entero esta dominado por
un continuo progreso naturalista. El clasicismo griego se diferencia principalmente de otros
estilos clásicos posteriores en la tendencia al naturalismo casi tan fuerte como el afán de
medida y orden.
Ni los tíranos ni el pueblo consiguieron quebrantar el predominio de la nobleza. El
estado de estirpes fue suprimido y se introdujeron las instituciones democráticas, pero la
nobleza siguió subsistiendo. Comparada con los despotismos orientales, la Atenas del siglo
V puede considerarse democrática, pero al lado de las democracias modernas puede
considerarse una ciudadela de la aristocracia. Atenas era gobernada en nombre de los
ciudadanos pero con el espíritu de la nobleza. Las victorias y las conquistas de la
democracia fueron logradas por aristócratas: Milcíades, Temístocles, Perícles, son hijos de
familias nobles. Sólo en el último cuarto de siglo logran miembros de la clase media dirigen
asuntos públicos, pero la aristocracia conserva el predominio del Estado. El "progreso"
consiste en que la aristocracia de nacimiento, aparece una aristocracia de dinero, y el
estado nobiliario organizado en torno a las castas sea sustituido por un estado organizado
según las rentas. Atenas es una democracia imperialista con una política belicista.
Los poetas y filósofos no sientes simpatía por la burguesía, apoyan a la nobleza,
aunque ellos son de origen burgués. Todos los espíritus importantes del siglo V y VI están
con la excepción de los sofistas y de Eurípides del lado de la aristocracia. Píndaro, Esquilo,
Heráclito, Parménides, Empédocles, Herodoto, Tucídides son aristócratas. Burgueses como
Sófocles y Platón se sienten solidarios con la nobleza. Los comediografos de la época
profesan ideas reaccionarias a pesar de que la comedia es un genero esencialmente
democrático.
Estas tendencias conservadoras retardan los progresos del naturalismo, pero no
pueden contenerlos. El modo de pensar aristocrático define el arte clásico como
representación del mundo mejor y normativo, de una humanidad superior y perfecta, al fin
define el arte clásico como "idealismo". El idealismo de la nobleza se define al elegir los
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temas artísticos. Elige temas del antiguo mundo mítico y de los dioses y héroes. Los temas
de la vida presente los ve como vulgares e insignificantes.
La tragedia es la creación artística más característica de la democracia ateniense, en
ningún género se expresa de forma tan clara el antagonismo de la estructura social. Su
representación en público es democrática, su contenido (leyenda heroica y sentimiento
heroico-trágico de la vida) es aristocrático. Desde el principio se dirige a un público más
numeroso que el canto épico, pero por otro lado se orienta hacia la ética de la grandeza
individual del hombre extraordinario y superior de la aristocracia. Debe su origen a la
separación del corifeo del coro y a la transformación de la forma colectiva del coro a la
forma dialogada del drama. El espíritu con que es dirigido el teatro oficial es competencia
de los ciudadanos ricos, que pagan los gastos de la representación. El teatro de las fiestas
solemnes de la democracia ateniense no tenía nada de teatro popular. El verdadero arte
popular fue el mimo, que no recibía subvención ni tampoco consignas políticas y sus
criterios eran artísticos. El mimo ofrecía cuadros breves naturalistas llenos de temas de la
trivial vida cotidiana. En él aparece por primera vez el arte hecho por el pueblo y para el
pueblo.
Los mimos procedían del pueblo, sacaban la sabiduría del pueblo y compartían
gustos, sólo entretenían al público sin pretender educar ni enseñar. Este teatro naturalista
tuvo una evolución larga y pudo presentara una producción rica, más que el teatro oficial.
Sus creaciones se han perdido. El mimo es más antiguo que la tragedia y se remonta a la
prehistoria. La tragedia a tomado las formas dramáticas del mimo, tanto en la
transformación de los actores, los ficticios personajes de la acción y la trasposición del
pasado épico al presente.
En el teatro la polis posee un instrumento de propaganda. Los poetas trágicos
trabajan para el estado y este les paga. Las tragedias tratan temas de política cotidiana
preocupándose por el problema entre el Estado de estirpes y el Estado popular.
La democracia utiliza la religión principalmente para vincular las masas al nuevo Estado. La
tragedia resulta la mejor mediadora para establecer vínculos, ya que esta a mitad entre
religión y arte y lo racional e irracional. La tragedia es el género más clásico.
La pintura de vasos se ejercita en la perspectiva y se libera de la rectangularidad y
frontalidad arcaica.
Miron se concentra en la descripción de vitalidad y espontaneidad del movimiento y del
esfuerzo súbito. Termina la representación ideal ordenada y conceptual y se alcanza un
estado en el que la forma en sí, por bella, equilibrada, decorativa e impresionante no
justifica fallo alguno contra las leyes de la experiencia.
Las formas de vida democráticas griegas llegan a ser dinámicas, libres y
desvinculadas de rígidas tradiciones y prejuicios. Todas la barreras exteriores e
institucionales de la libertad individual caen, no hay déspotas, ni tiranos, ni casta sacerdotal,
ni iglesia autónoma, ni libros sagrados. Todo favorece el desarrollo de un arte mundano,
satisfecho del momento. La nobleza se aferra a sus privilegios sociales e intenta mantener
también en el arte las formas rígidas, arcaicas y estáticas. Estas dos tendencias se turnarán
su predominio uno sobre el otro a través del clasicismo.
Seria erróneo considerar la sociedad de Atenas premisa esencial para el desarrollo
de un arte característico (dominio perfecto de las formas, tensión, desmesura, ligereza,
equilibrio). El valor artístico no tiene equivalente sociológico. La sociología puede explicar
los elementos de la composición de una obra, pero estos elementos los pueden contener
obras de la más diversa calidad.
4. LA ILUSTRACION GRIEGA
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A medida que el siglo se acerca a su fin los elementos naturalistas, individualistas y
emocionales del arte van ganando en extensión e importancia. En la literatura comienza la
época de la biografía y en las artes figurativas la del retrato. El estilo de la tragedia se
acerca al tono conversacional cotidiano y adopta el colorido impresionista de la lírica. En las
artes plásticas se acentúa la tridimensionalidad y la perspectiva. En la filosofía aparece la
revolución espiritual de los sofistas, que en la segunda mitad del siglo V, sitúan sobre
nuevas bases la concepción aristocrática del mundo.
Los sofistas establecen el fundamento de una educación que, en lugar las
cualidades irracionales de los físico, considera como ideal formar ciudadanos conscientes,
juiciosos y elocuentes. Por primera vez en la historia el objetivo de la educación es formar
gente de inteligencia. En la ideología de los sofistas encontramos la idea de una clase
intelectual que no es una casta profesional cerrada, sino un conjunto de hombres amplio
para asegurar la formación de las nuevas generaciones.
Los sofistas parten de la capacidad ilimitada de los hombres para la educación y
creen que la virtud puede ser enseñada. El concepto occidental de educación (conciencia,
auto-observación y crítica) tiene su base en los sofistas. Con ellos comienza: el
racionalismo occidental, la crítica de los dogmas, mitos y tradiciones; la idea de relativismo
histórico, de la ética y de los dogmas religiosos; la relatividad de la verdad y la falsedad, de
lo justo e injusto; reconocen los motivos pragmáticos de las valoraciones humanas; son
precursores de los movimientos humanísticos. Así el movimiento sofista influyó
inmediatamente con su humanismo en la visión del mundo de poetas y artistas.
El nuevo espíritu se refleja claramente en el nuevo atleta que definen Praxíteles y
Lisipo que sustituye al ideal de Policleto. El Hermes de Praxiteles y el Apoxiómeno de
Lisipo, no tienen nada de heroico, nada de rigidez aristocrática, y producen el efecto de un
bailarín más que un atleta. Todo su cuerpo esta animado. Todo su ser está cargado de
dinamismo y lleno de fuerza y movimiento. Fuerzan al espectador a tomar diferentes puntos
de vista para adquirir la conciencia de la relatividad de todos sus aspectos. Idea paralela a
la sofista de que toda verdad, norma y valor tiene una estructura varia al cambiar de punto
de vista. El arte se libera, por fin, del geometrismo. El Apxiómeno esta ocupado consigo
mismo, tiene existencia por sí mismo e ignora al espectador.
Eurípides, el único poeta de la "ilustración" helénica, es máximo exponente de las
teorías sofistas. Eurípides discute libremente las relaciones entre los sexos, las cuestiones
del matrimonio, de la posición de la mujer y del esclavo.
El terror que experimentaba el espectador ante el cumplimiento de la voluntad divina es
sustituido por el asombro ante la extrañeza del destino humano y por la confusión ante los
bruscos cambios de la fortuna terrenal. Este modo de ver las cosas que coincide con el
relativismo sofista, procede el gusto por lo casual y lo maravilloso, que es tan característico
de Eurípides y de toda la evolución ulterior.
En Esquilo el final feliz es todavía un resto del drama de la pasión primitiva, en el que
el martirio del dios sucedía su resurrección. En Eurípides por el contrario, el final feliz no
resulta edificante. En Esquilo el final conciliador deja intacto el carácter trágico de los
acontecimientos. El naturalismo que prevalece en el arte dramático de Eurípides completa
el fin del sentimiento trágico-heroico de la vida. Los héroes de Esquilo son culpables pues
sobre ellos cae una maldición. La idea de sufrimiento de un inocente y de la injusticia del
destino no aparece en absoluto. Sólo en Eurípides se empieza a acusar y justificar, a
discutir acerca del derecho, y los caracteres empiezan a adquirir los trágicos los rasgos
patológicos que permiten tenerlos por culpables e inocentes.
Como personalidad poética Eurípides tiene un aspecto completamente moderno y
que sociológicamente depende de la sofística. Es literato y filósofo, demócrata, político
reformador, pero socialmente arraigado. Los sofistas son herederos directos de los poetas
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de la época tiránica, están continuamente peregrinando y llevan una existencia irregular no
asegurada económicamente, no dependen de un nº limitado de patronos, sino de un circulo
de consumidores relativamente amplio, impersonal y neutro. Forman un estrato social
desligado de todas las clases. Los sofistas son demócratas en sus opiniones; sus simpatías
son hacia los oprimidos, pero se ganan el pan como maestros de la juventud pudiente. Los
pobres no pueden pagar sus servicios. Se convierten en los primeros "intelectuales
desarraigados" no enmarcados en ninguna clase social que pueda abarcarlos. Eurípides en
su actitud social pertenece a este estrato, consiguiendo simpatías pero no solidaridad.
Esquilo cree todavía en la democracia con ideal aristocrático. Sófocles, sacrifica la idea del
Estado democrático a los ideales de la moral nobiliaria. Sófocles toma partido por la heroína
que se levanta en contra del Estado democrático en la Antígona. Eurípides esta en contra
de el viejo Estado aristocrático.
La falta de éxito en el arte y el genial extrañamiento frente al mundo son
características principales del poeta moderno. Eurípides ganó solamente 4 premios, no fue
actor escénico de éxito. Los tiranos de Sicilia y Macedonia donde se refugiaron, huyendo de
los cultos atenienses tanto Eurípides como Esquilo, resultaron el mejor público. Eurípides
renuncia a la actividad pública, no era soldado como Esquilo, ni sacerdote como Sófocles.
Eurípides probablemente es el primer poeta desgraciado, el poeta al que su poesía le hace
sufrir. Por el radicalismo de su idea del mundo, él es también un fenómeno solitario.
La complicada estructura espiritual del siglo IV halla su expresión en Platón, tanto en
el carácter progresista de su arte como en conservadurismo de su filosofía, como en el
naturalismo de su expresión, como en el idealismo de su doctrina arraigada en el sentido
aristográfico de la vida. La élite intelectual a la que el nombraba dirigentes del estado, eran
aristócratas. El pueblo vulgar no tiene el menor derecho a opinar sobre el gobierno. Su
doctrina de las ideas es el modelo de todos los idealismos reaccionarios poesteriores. Con
el conservadurismo político de Platón va también su visión arcaica del arte: rechaza la
nueva tendencia de las artes plásticas. Admira el arte egipcio y tiene predilección por el
clasicismo. Ataca la novedad en el arte. Platón expulsa al poeta de su utopía, porque éste
se empeña en depender de la impresión sensible del mundo.
Hasta finales del siglo V la mayor parte de la producción escultórica está ligada a la
arquitectura: los valores plásticos siempre deben adaptarse a un espacio arquitectónico. En
el siglo IV ya no se construye el Atenas ni un solo gran templo; la arquitectura no ofrece ya
a la escultura ninguna tarea importante.
5. LA EPOCA HELENISTICA
En la época helenística, esto es, en los trescientos años que siguen a Alejandro
Magno, el centro de gravedad de la evolución se traslada por completo desde Grecia al
Oriente. Los influjos son mutuos y nos encontramos (por primera vez en la historia) con una
cultura mixta verdaderamente internacional. A pesar de que se van agudizando las
diferencias de clase, se lleva a cabo una cierta nivelación social que pone fin a los
privilegios de nacimiento.
Ya la circunstancia de que cualquier habitante del Imperio pueda, con sólo cambiar
de domicilio, ser ciudadano de cualquier ciudad, significa el fin de la idea de ciudadanía
vinculada a la polis. Los ciudadanos son miembros de una comunidad económica, y las
ventajas provienen de su libertad de movimientos. La economía alcanza el capitalismo
supranacional. El estado favorece la selección de los hombres realizada de acuerdo con su
habilidad en los negocios. La antigua aristocracia, por su afán de mantener la pureza de su
raza y de su cultura tradicional, no resulta en absoluto adecuada para la organización y
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administración de tal imperio. El estado la abandona a su destino y acelera la formación de
una clase dirigente burguesa, apoyada en el poder económico, sin prejuicios de raza ni de
clase.
El racionalismo, al que ahora el Estado valora más que ninguna otra cosa, adquiere
validez en todos los campos de la vida cultural: no sólo en la nivelación de razas y clases,
en la abolición de todas las tradiciones que estorban a la libertad económica, sino también
en la organización supranacional de la actividad científica y artística en una gran comunidad
de trabajo, a los literatos y sabios de todo el mundo civilizado, crea instituciones centrales
de investigación, museos, y bibliotecas, y pone en vigor, también en el terreno del espíritu,
los principios de la división del trabajo. Así como el gran Estado helenístico emplea y
manda de un sitio para otro sus funcionarios sin tener en cuenta su origen ni tradición, y la
economía separa a los individuos del concepto de ciudadanía y patria, los artistas e
investigadores queda desarraigados y se reúnen en los grandes centros internacionales de
cultura.
Es en la época helenística cuando por primera vez la antigua lealtad a la polis es
sustituida por un nueva solidaridad, que se extiende ya a todo el mundo civilizado. Este
sentido de comunidad hace posible en la investigación científica, una colaboración nunca
soñada por los sabios y un racionalismo de los métodos de trabajo, orientado
exclusivamente hacia el rendimiento.
El gusto de la época, orientado según el criterio histórico, el interés por las
antigüedades y la comprensión del arte del pasado, llevan consigo la aceptación de todos
los estímulos y esta tendencia recibe continuamente impulsos por la fundación de
colecciones de arte y museos. Por vez primera se organizan gliptotecas "completas", que
muestran el desarrollo del arte griego, y se hacen copias, cuando faltan los originales
importantes, para colmar lagunas. Las colecciones de la época helenística son precursoras
de nuestros museos y galerías.
De la autonomía del arte descubierta en el siglo VI, completada en el siglo V,
transformada en escepticismo en el IV, resulta ahora un juego virtuosista de formas
arbitrarias, una libertad que a pesar de realizar excelsas obras, confunde y desvaloriza los
patrones del arte clásico.
Así la tradición clásica del arte se mezcla, por una parte, con el naturalismo del estilo
de género burgués, y por otra con el lujuriante barroco del gusto áulico. Junto a los talleres
de cerámica, comienza ya en grande la copia de las obras maestras de la cultura.
Al eclecticismo estilístico de la época corresponde también la mezcla de artes y géneros.
Esta mezcla se manifiesta en el estilo pictórico de la escultura de Lisipo y Praxiteles y en el
drama que Eurípides ya cargo de elementos líricos y retóricos. El ser humano que era
objeto casi exclusivo de la representación artística, cede el paso por todas partes a los
temas del mundo objetivo.
Toma mucha importancia el adelantadísimo arte literario de la biografía y
autobiografía. El interés por la psicología debe su origen a otros dos nuevos géneros: la
novela y la comedia burguesa. La literatura helenístico aporta historias inventadas de amor,
sobre todo, acerca de las gentes y no de leyenda. Las acciones giran alrededor del amor y
el dinero, problemas familiares e dramas de sociedad. Eurípides es pionero de esta época
ya que él introdujo el amor como tema de conflicto dramático. El tema amoroso es lo más
burgués de la comedia burguesa, en que los amantes ya no luchan contra dioses y
demonios, sino contra sus propias circunstancias. La burguesía consigue tener su propio
teatro.
6. ARTISTAS EN EL FINAL DEL MUNDO ANTIGUO
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La época del arte helenístico es reemplazada por el dominio universal del arte
romano. El hinchado barroco y al adornado rococó del época helenística habían llegado a
un punto muerto, y al final repiten las mismas fórmulas. El arte imperial romano es más o
menos unitario. En Roma la afición al arte griego estuvo limitada desde el principio a los
círculos elegantes e ilustrados.
Para la aristocracia griega y sus filósofos la "plenitud del ocio" es el presupuesto de
toda belleza y todo bien: es la inapreciable posesión que comienza a hacer la vida digna de
ser vivida. Sólo quien dispone de ocio puede alcanzar la sabiduría, conquistar la libertad
interior, dominar la vida y disfrutar de ella.
En Grecia se desprecia el trabajo no sólo la aristocracia, sino también la burguesía,
en contraste con la burguesía medieval, que desde el principio impone la propia idea del
honor profesional a los conceptos de honor de la nobleza. Los ideales de los griegos
proceden de su época heroica, de "un mundo sin idea del principio de utilidad", y formaron
un patrimonio al que los griegos se mantuvieron aferrados durante siglos.
En la Atenas clásica la posición económica y social de pintores y escultores apenas
sufrió modificación alguna desde la época heroica y homérica. El arte sigue considerado
como una habilidad manual y artesana, que no tiene que ver con los valores intelectuales
superiores (ciencia y cultura). El artista plástico sigue estando mal pagado, carece de sede
fija y en la mayoría de los casos se mantiene extranjero y sin derechos en la ciudad de
trabajo. La ciudad estado es el único patrono al por mayor de las obras de arte, dado los
precios altos de la producción, ningún particular puede competir con ella.
La demanda de obras en las cortes de los Diádocos y la riqueza que se acumulaba
en manos de particulares, trajo consigo el aumento de consumo, así realzaron el valor del
arte y la consideración del artista. Así al mismo tiempo Plotino ven lo bello un rasgo esencial
de lo divino; según su metafísica, sólo mediante la belleza y las formas del arte recobra la
realidad aquello que ha perdido a consecuencia del alejamiento de la divinidad. Ya en el
siglo I Crisóstomo compara a los artistas plásticos con el Demiurgo; el neoplatonismo
acentúa el elemento creador de la obra artística.
7. APORTACIONES CULTURALES DE LA CIVILIZACION ROMANA
La cultura romana fue sin duda heredera de la cultura griega: religión, arte, filosofía,
etc. Sin embargo los romanos imprimieron su sello particular. Aprecian más lo grandioso y
monumental, que lo armonioso. Se busca más el aspecto utilitario del arte que no el arte
por su belleza y estética. Por otra parte, si el espíritu reflexivo de los griegos había hecho
posible la aparición de la Filosofía y de la Ciencia, el sentido práctico de los romanos les
llevó al desarrollo del Derecho. Este ejercerá una influencia decisiva en la vida social y
política de Europa, desde el siglo XII hasta nuestros días.
La ciudad romana. No desarrollaron los romanos un tipo de ciudad tan humano
como la griega. Concebida desde un punto de vista pragmático, la ciudad debía ser cómoda
y estar equipada con un serie de infraestructuras (canalizaciones de agua potable,
eliminación de aguas residuales, calles pavimentadas, etc). Edificios colosales y
monumentos conmemorativos debían recordar el supremo poder imperial: arcos de triunfo,
columnas, anfiteatros, termas, etc.
El foro, el lugar correspondiente al ágora griega, tenía un carácter más solemne y
menos democrático.
Los lugares de esparcimiento y diversión (termas, circos, teatros, anfiteatros), tenían
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una orientación distinta a la de los edificios griegos: no se trataba tanto de procurar el
desarrollo integral del hombre cuanto de tener contenida a una muchedumbre que, en otras
circunstancias, podría ser fuente de conflictos. El proporcionar alimentos y diversión
gratuitas al pueblo romano constituyó una de las claves del mantenimiento de la paz social.
Las diferencias sociales son también más notorias en la ciudad romana que en la griega.
Así mientras los ricos vivían en mansiones grandes y lujosas, los pobres, que eran la
mayoría de los ciudadanos, ocupaban pequeñas habitaciones en casas de varios pisos.
El Derecho. El derecho constituye la más genial creación de Roma y la aportación
más original a la cultura europea. El pueblo romano, de gran sentido práctico, supo
mantener su hegemonía política gracias a su obra legislativa. Su importancia estriba en que
ha sido el sistema jurídico sobre el que se han edificado gran parte de las legislaciones hoy
vigentes en el mundo.
En los primeros tiempos los romanos se regían por sus costumbres, pero los
plebeyos, por boca de un tribuno Terentilo, exigieron leyes escritas, dando lugar al primer
cuerpo legislativo, llamado ley de la XII tablas en el 450 a.C. En años posteriores se crearon
nuevas disposiciones para regir a los ciudadanos romanos, originando así el "jus civile" o
Derecho civil. Para regular las relaciones de los romanos con los extranjeros surgió el "jus
gentium" o Derecho de gentes. El Derecho romano, estudiado aún hoy en día, tiene como
fuentes: las "leges" o disposiciones romanas y el "jus" o las opiniones de los jurisconsultos
romanos.
Paulatinamente va apareciendo una legislación de tipo penal, civil, procesal, criminal,
etc. A través del tiempo el romano se hizo un pueblo legalista que legalizó incluso la
usurpación del poder, como ocurrió con la dictadura de Sila, que obtuvo forma legal por la
"lex Valeria" del 82 a.C. De la época de Sila son muchas de las leyes penales, las "leges
Cornelia":
- Lex Cornelia de Sicaviis contra los homicídas.
- Lex Cornelia de Falsis contra la falsificación de moneda.
- Lex Cornelia de Repetundis contra los magistrados por cobro injusto.
En la época imperial aparece una nueva fuente del Derecho: las disposiciones
imperiales en forma de "edicta, decreta, mandata y rescripta". Estas fuentes fueron
recopiladas en tiempos de Justiniano en la obra "Corpus juris civilis". Insignes
jurisconsultores del Derecho romano fueron: Papiniano, Paulo y Ulpiano.
Letras. A nivel literario suelen distinguirse 5 épocas:
- La época de los orígenes (264-78 a.C. desde las guerras púnicas hasta la muerte
de Sila) en la que destacan dos autores de comedias como Plauto y Terencio y el moralista
Catón.
- La edad de oro se estructura en dos épocas: la de Cicerón (78-29 a.C. y la de
Augusto 29 a.C. al 14 d.C.): Durante la época de Cicerón (orador y filósofo) destacan los
poetas Varrón dentro de la didáctica, y Cátulo cuyos temas son satíricos, además aparecen
cronistas como Julio Cesar, Salustio y Cornelio Nepote. En la época de Augusto escriben
los grandes poetas: Virgilio con la "La eneida"; Horacio con "Epistolas", "Odas" y "Satiras";
Ovidio con "Las Metamorfosis"; y en el campo histórico destaca la obra de Tito Livio.
- La edad de plata (14-180 d.C. desde la muerte de Augusto a la de Marco Aurelio):
destaca el filósofo Séneca; los poetas Lucano y Marcial; y del orador Quintiliano y los
historiadores Tácito y Suetonio.
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LITERATURA EN LA EDAD MEDIA
¡Error! Marcador no definido.POETAS Y PÚBLICO DE LOS POEMAS ÉPICOS
Según nos informa Eginardo, Carlomagno mandó coleccionar y escribir los "antiguos
cantos bárbaros" de luchas y batallas. Eran éstos evidentemente cantos que trataban de los
héroes de la época de las invasiones, de Teodorico, Ermanrico, Atila y sus guerreros, y que
en parte habían sido elaborados ya anteriormente y convertidos en poemas épicos más o
menos extensos. El mismo rey debió de sentir un interés puramente histórico por los
antiguos cantos épicos, y el hecho de que los mandara escribir confirma sólo que estaban
amenazados de desaparición. La forma épica tuvo que adaptarse a los temas bíblicos y
expresar el modo de ver del clero, para no desaparecer del todo de la literatura.
Verosímilmente la colección mandada hacer por Carlomagno fue redactada por
eclesiásticos. A juzgar por el Beowulf, los clérigos se habían ocupado ya desde antes de
reelaborar historias de héroes. La poesía épica fue expulsada de la corte y de las moradas
de los señores. Si se mantuvo, pues, en alguna parte, y realmente se mantuvo, sólo puede
haber sido entre las clases inferiores. Más sólo ahora, en los siglos que corren del final de la
época heroica al comienzo de la época caballeresca, se convirtió en popular.
La "épica popular" de la historia romántica de la literatura no tenía primitivamente
relación alguna con el pueblo. Las canciones encomiásticas y heroicas, de que proviene la
epopeya, fueron la más pura poesía de clase que una casta de señores ha producida
nunca. No eran ni compuestas por el pueblo ni por él cantadas ni difundidas, como tampoco
estaban dedicadas al pueblo u orientadas, como tampoco estaban dedicadas al pueblo u
orientadas según el modo de pensar popular. Eran pura y simplemente poesía artística y
arte aristocrático. Trataban de los hechos y aventuras de una aristocracia guerrera,
adulaban su afán de gloria, reflejaban su amor propio heroico y sus conceptos morales
trágico-heroicos. Además no sólo se dirigían a esta aristocracia, único público concebible,
sino que de ella misma salían, al menos al principio, los poetas. Los antiguos germanos
tenían, desde luego, antes y aun en tiempos de esta poesía nobiliaria, una poesía
comunitaria: fórmulas rituales, conjuros, adivinanzas, máximas, y una pequeña lírica social,
es decir, canciones de danza y de trabajo, así como cantos corales que ejecutaban en los
banquetes y ceremonias fúnebres. La canción encomiástica y heroica parece ser invención
sólo de los tiempos de las invasiones.
Los primeros poetas que se distinguen personalmente en la época heroica y de las
invasiones eran desde luego todavía guerreros y pertenecía al séquito del rey. Al menos en
el Beowulf intervienen de forma activa en la poesía los príncipes y los héroes. Pero pronto
estos distinguidos aficionados y poetas de ocasión son sustituidos por poetas profesionales,
que en adelante constituyen uno de los elementos indispensables de una corte principesca,
y en la mayoría de los casos no son ya guerreros. Sin embargo, no debió de durar mucho,
pues pronto tenemos noticias de cantores errantes que van de corte en corte y de la casa
de un señor a la de otro para entretener a la sociedad aristocrática. En todo caso el
elemento profesional se acentúa más visiblemente en los cantores errantes que en los fijos
y áulicos, cuya relación con las sociedad cortesana sigue siendo ambigua. Pero no
debemos confundir al cantor cortesano errante con el juglar común, igualmente errante,
pero desamparado, que encontramos más tarde.
Una de las razones principales de la crisis que hizo desaparecer a los cantores de
corte en los siglos VIII y IV fue, además de la actitud hostil del clero y de la decadencias de
las pequeñas cortes, la competencia de los mismos. El noble poeta cortesano de las
canciones heroicas desaparece al desaparecer los heroicos sentimientos de su público.
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Pero la poesía heroica sobrevive a la época heroica y tiene más larga vida que la sociedad
a que debe su origen. Al extinguirse la cultura nobiliaria guerrera, se transforma de poesía
exclusivamente de clase en arte de todos. Los señores vivían, es verdad, desde el principio
en un esfera distinta que el pueblo, pero su diferencia frente a las clases inferiores no había
ocupado aún el primer plano de su conciencia.
Una leyenda heroica surge desde el primer momento como una canción, como un
poema, y como tal es repetida y reelaborada ulteriormente. El poema épico es sólo una
forma tardía, que en ciertas circunstancias elimina la primitiva redacción más breve, pero no
es fundamentalmente distinta de aquélla. Las canciones épicas son incomprensibles sin los
peregrinos y sin los monjes, pero también son incomprensibles sin el caballero, el burgués,
el campesino y, sobre todo, el juglar.
¿Quien era y qué era propiamente este juglar? ¿De dónde viene? ¿En qué se
diferencia de sus antecesores?. Se ha dicho que es el cruce del cantor cortesano de la Alta
Edad Media y del mimo de la Antigüedad. Desde la Antigüedad, el mimo nunca ha cesado
de florecer. Cuando las últimas huellas de la cultura antigüa ya estaban borradas, todavía
los herederos de los antiguos mimos seguían circulando por el territorio del Imperio y
entretenían a las masas con su arte sin pretensiones, sin selección, sin literatura. En la Alta
Edad Media los países germánicos están inundados de mimos. Pero hasta el siglo IX los
poetas y cantores de las cortes se mantienen completamente separados de ellos. Sólo
cuando, a consecuencia del renacimiento carolingio y de la influencia clerical de la
generación siguiente, los poetas y cantores cortesanos pierden sus oyentes aristocráticos y
encuentran en las clases inferiores la competencia de los mimos, tuvieron, en cierta
medida, que convertirse en mimos ellos mismo para poder mantenerse en la rivalidad. Y
así, ambos (cantor y comediante) se mueven en los mismos círculos, se mezclan e influyen
mutuamente, hasta que pronto ya no se pudieron distinguir. Entonces no hay ya un mimo ni
un skop, sólo hay el juglar. El poeta aristocrático especializado en canciones heroicas es
sustituido ahora por el vulgar juglar, que ya no es sólo poeta y cantor, sino también músico
y bailarín, dramaturgo y cómico, payaso y acróbata, prestidigitador y domador de osos. En
un palabra, el bufón público y el maître de plaisir de la época.
Al juglar se le ha llamado "el periodista de la época", pero la verdad es que cultiva
propiamente todos los géneros: la canción de danza como la de burlas, el cuento como el
mimo, la leyenda de santos como la epopeya. Esta adquiere rasgos completamente nuevos
en tal vecindad. En ciertos pasajes adquiere un carácter patético y efectista, al que era
completamente ajeno el antiguo canto épico. Ya no es el tono bronco, de sublime
patetismo, trágico-heroico, de la Canción de Hildebrando lo que persigue el juglar. Pretende
más bien entretener con la epopeya, y busca la expresión violenta, el efecto final, la
agudeza. Comparada con los monumentos de la poesía heroica anterior, la Canción de
Rolando revela en cada momento este gusto juglaresco más popular y tendente a lo
picante.
Por su parte, la teoría de las canciones reelaboró la composición abierta y
acumulativa de los poemas épicos y abrió el camino para comprender de su carácter
sociológico, al indicar que su origen se encontraba en los cantos heroico-aristocrático de
alabanza y de guerra. La doctrina de la contribución de clérigos y juglares iluminó,
finalmente, por un lado, los rasgos populares y no románticos, y, por otro, los rasgos
eclesiásticos y eruditos del género. Sólo después de todos estos intentos de interpretación
se ha podio alcanzar una perspectiva que estima a la epopeya heroica como lo que se
llama "poesía hereditaria" y la coloca entre la poesía de arte, que se mueve libremente, y la
poesía popular, que está vinculada a la tradición.
1
ROMANTICISMO DE LA CABALLERÍA CORTESANA
La cultura de la caballería medieval es la primera forma moderna de una cultura
basada en la organización de la corte, la primera en la que existe una auténtica comunión
espiritual entre el príncipe, los cortesanos y el poeta. Las "cortes de las musas" no sirven
ahora sólo a la propaganda de los príncipes, no son simplemente instituciones culturales
subvencionadas por los señores, sino organismos complejos en los que aquellos que crean
las bellas formas de vida y aquellos que las ponen en práctica, tienden al mismo fin. Pero
semejante comunión solamente es posible donde el acceso a las altas capas de la
sociedad está abierto para los poetas y su público existe una amplia semejanza en su
forma de vida (semejanza inconcebible según los conceptos anteriores), y donde cortesanía
y falta de cortesanía no sólo significan una diferencia de clases, sino también de educación,
y donde no se es de antemano cortés por nacimiento y rango, sino que se llega a serlo por
educación y carácter.
La función de guía, principalmente en la poesía, pasa del clero, que es unilateral
espiritualmente, a la caballería. La literatura monacal pierde su papel de guía en la
evolución histórica y el monje deja de ser la figura representativa de la época. Su figura
típica es ahora el caballero, tal como se le representa en le Caballero de Bamberg, noble,
orgulloso, despierto, perfecta expresión de la cultura física y espiritual.
La cultura cortesana medieval se distingue de toda otra cultura cortesana anterior (e
incluso de la de las cortes reales helenísticas, ya fuertemente influidas por la mujer) en que
es una cultura específicamente femenina. Es femenina no sólo en cuanto que las mujeres
intervienen en la vida intelectual de la corte y contribuyen a la orientación de la poesía, sino,
también, porque en muchos aspectos los hombres piensan y sienten de manera femenina.
En contraste con los antiguos poemas heroicos e incluso con las chansons de geste
francesas, que estaban destinadas a una auditorio de hombres, la poesía amorosa
provenzal y las novelas bretonas del ciclo del rey Artús se dirigen, en primer lugar, a las
mujeres. Leonor de Aquitania, María de Champaña, Ermengarda de Narbona, o como
quiera que se llamen las protectoras de los poetas, no son solamente grandes damas que
tienen sus "salones" literarios, no son sólo expertas de las que los poetas reciben estímulos
decisivos, sino que son ellas mismas las que hablan frecuentemente por boca del poeta.
Y no está dicho todo con decir que los hombres deben a las mujeres su formación
estética y moral, y que las mujeres son la fuente, el argumento y el público de la poesía.
Los poetas no sólo se dirigen a las mujeres, sino que ven también el mundo a través de los
ojos de ellas. La mujer, que en los tiempos antiguos era simplemente propiedad del
hombre, botín de guerra, motivo de disputa, esclava, y cuyo destino estaba sujeto aún en la
Alta Edad Media al arbitrio de la familia y de su señor, adquiere ahora un valor
incomprensible a primera vista. Pues aunque la superior educación de la mujer se pueda
explicar por el hecho de que el hombre se veía obligado a ocuparse constantemente en el
que hacer guerrero y por la progresiva secularización de la cultura, quedaría todavía por
explicar cómo la mera educación disfruta de una consideración tan alta que las mujeres
dominan por medio de ella la sociedad.
La poesía caballeresca cortesana no ha descubierto el amor, pero le ha dado un
sentido nuevo. En la antigua literatura grecorromana, especialmente desde finales del
período clásico, el motivo amoroso ocupa ciertamente cada vez más espacio, pero nunca
consiguió la significación que posee en la poesía cortesana de la Edad Media.
Prescindiendo del período helenístico, el amor como motivo romántico no
desempeña papel alguno en la literatura hasta la caballería. El tratamiento sentimental de la
inclinación amorosa y la tensión que constituye la incertidumbre de si los amantes alcanzan
o no la mutua posesión, no fueron efectos poéticos buscados ni en la Antigüedad clásica ni
en la Alta Edad Media. En la Antigüedad se tenía preferencia por los mitos y las historias de
1
héroes. En la Alta Edad Media, por las de héroes y de santos. Cualquiera que fuese el
papel desempeñado por el motivo amoroso en ellas, estaba desprovisto de todo brillo
romántico. Incluso los poetas que tomaban en serio el amor participaban, todo lo más, de la
opinión de Ovidio, que dice que el amor es una enfermedad que priva del conocimiento,
paraliza la voluntad y vuelve al hombre vil y miserable.
La poesía caballeresca se caracteriza por el hecho de que en ella el amor, a pesar
de su espiritualización, no se convierte en un principio filosófico, sino que conserva su
carácter sensual erótico, y precisamente como tal opera el renacimiento de la personalidad
moral. En la poesía caballeresca es nuevo el culto consciente del amor, el sentimiento de
que debe ser alimentado y cultivado. Es nueva la creencia de que el amor es la fuente de
toda bondad y toda belleza, y que todo actor torpe, todo sentimiento bajo significa una
traición a la amada. Son nuevas la ternura e intimidad del sentimiento, la piadosa devoción
que el amante experimenta en todo pensamiento acerca de su amada. Es nueva la infinita
sed de amor, inapagada e inapagable porque es ilimitada. Es nuevo la felicidad del amor,
independiente de la realización del deseo amoroso, y que continúa siendo la suprema
beatitud, incluso en el caso del más amargo fracaso. Son nuevos, finalmente, el
enervamiento y el afeminamiento, causados en el varón por el amor. El hecho de que el
varón sea la parte que corteja, que solicita, significa la inversión de las relaciones primitivas
entre los sexos. Los períodos arcaicos y heroicos, en los que los botines de esclavas y los
raptos de muchachas eran acontecimientos de todos los días, no conocen el cortejo de la
mujer por parte del hombre. El cortejar de amores a la mujer está en oposición también al
uso del pueblo. En él, son las mujeres y no los hombres las que cantan las canciones de
amor. En las chansons de geste son todavía las mujeres las que inician las insinuaciones.
Sólo a la caballería le parece este comportamiento descortés e inconveniente. Lo cortesano
es precisamente el desdeñar por parte de la mujer y el consumirse en el amor por parte del
hombre. Cortesanos y caballerescos son la infinita paciencia y la absoluta carencia de
exigencias en el hombre, el abandono de su voluntad propia y de su propio ser ante la
voluntad y el ser superior que es la mujer. Lo cortesano es la resignación ante la
inaccesibilidad del objeto adorado, la entrega a la pena del amor, el exhibicionismo y el
masoquismo sentimental del hombre.
Lo extraño de la situación aumenta por el hecho de que es justamente en la tan
rigurosa Edad Media en la que el amante confiesa públicamente su inclinación amorosa,
nada casta, por cierto, hacia una mujer casada, y de que esta mujer es habitualmente la
esposa de su señor y huésped. Pero el colmo de los extraño de las relaciones se acrecienta
cuando el trovador mísero y vagabundo declara este amor a la mujer de su señor y
protector, con la misma franqueza y libertad con que lo haría un noble señor, y pide y
espera de ella los mismo favores que pedirían príncipes y caballeros.
Efectivamente, la poesía amorosa caballeresca cortesana toma prestadas de la ética
feudal no sólo sus formas expresivas, sus imágenes y sus símiles, y el trovador no se
declara únicamente siervo devoto y vasallo fiel de la mujer amada, sino que lleva la
metáfora hasta el extremo de que él, a su vez, quiere hacer valer sus derechos de vasallo y
reclama igualmente fidelidad, favor, protección y ayuda.
De todas maneras, el modo de expresión de la poesía amorosa caballeresca, se
refiera a relaciones auténticas o a relaciones ficticias, aparece, desde el primer momento,
como un rígido convencionalismo literario. Todas las composiciones cantan a la mujer
amada en la misma forma, dotada de las mismas gracias, y la representación como
encarnación de las mismas virtudes e idéntica belleza. Todas las composiciones están
integradas por las mismas retóricas, como si todas fueran obra de un solo poeta. El poder
de esta moda literaria es tan grande y los convencionalismos cortesanos tan inevitables,
que con frecuencia se tiene la impresión de que el poeta no se refería a una mujer
determinada, individualmente caracterizable, sino a una imagen ideal abstracto, y que su
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sentimiento está inspirado, más que por una criatura viva, por un modelo literario.
El amor caballeresco no es, seguramente, más que una variante de las relaciones de
vasallaje, y, como tal, "insincero", pero no es una ficción consciente ni una mascarada
intencionada. Su núcleo erótico es auténtico, aunque se disfrace. El concepto del amor y la
poesía amorosa de los trovadores fueron demasiado duraderos para tratarse de una mera
ficción. La expresión de un sentimiento ficticio no carece de "antecedentes" en la historia de
la literatura como se ha observado. Pero el mantenimiento de semejante ficción a lo largo
de generaciones sí carece de ellos.
Si bien la relación de vasallaje domina toda la estructura social de la época, el hecho
de que súbitamente este tema absorbiese todo el contenido sentimental de la poesía para
revestirlo con sus formas sería inexplicable sin la elevación de los ministeriales al estado
caballeresco y sin la nueva posición elevada del poeta en la corte. Había muchos caballeros
que lo eran por nacimiento, a los que, por ser hijos segundones, no alcanzaba el feudo
paterno y andaban por el mundo sin recursos, muchas veces ganándose la vida como
cantores errantes o intentando conseguir, donde era posible, un puesto estable en la corte
de un gran señor. Una gran parte de los trovadores y de los Minnesänger era de origen
humilde, pero, dado que un juglar bien dotado que contase con un noble protector podía
alcanzar fácilmente el estado caballeresco, la diferencia de origen no tenía gran
importancia.
El nuevo culto del amor y el cultivo de la nueva poesía sentimental fueron en su
mayor parte obra de este elemento relativamente flotante en la sociedad. Ellos fueron los
que en forma de canción amorosa formularon de manera cortesana, pro no totalmente
ficticia, su homenaje a la dama y colocaron el servicio de la mujer al lado del servicio del
señor. Y ellos fueron quienes interpretaron la fidelidad del vasallo como amor y el amor
como fidelidad de vasallo.
En todas partes, en las cortes y en los castillos, hay muchos hombres y muy pocas
mujeres. Los hombres del séquito, que viven en la corte del señor, son generalmente
solteros. Las doncellas de las familias nobles se educan en los conventos y apoenas si se
consigue verlas. La princesa o la castellana constituye el centro del círculo, y todo gira en
torno a ella. Los caballeros y los cantores cortesanos rinden todos homenaje a esta dama
noble y culta, rica y poderosa, y, con mucha frecuencia, joven y bella. El pensamiento
siempre presente de que la mujer pertenece por completo a uno y sólo a uno, tenían que
suscitar en este mundo aislado una elevada tensión erótica que, dado que en la mayoría de
los casos no podía hallar otra satisfacción, encontraba expresión en la forma sublimada del
enamoramiento cortesano.
El comienzo de este nervioso erotismo data del momento en que muchos de estos
jóvenes que viven en torno a la señora han llegado de niños a la corte y a la casa y han
permanecido bajo la influencia de esta mujer durante los años más importantes para el
desarrollo de un muchacho. Después de los años de la infancia, que pasa bajo la
protección de su madre, es la señora de la corte la que vigila su educación. Todo el
entusiasmo del adolescente se concentra sobre esta mujer, y su fantasía configura la forma
ideal de amor a imagen suya.
El potente idealismo del amor cortesano caballeresco no puede engañarnos sobre
su latente sensualismo ni impedirnos conocer que su origen no es otro que la rebelión
contra el mandamiento religioso de la continencia. Apenas hay una época en la historia de
Occidente en la que la literatura hable tanto de belleza física y de desnudos, de vestirse y
desnudarse, de muchachas y mujeres que bañan y lavan a los héroes, de noches nupciales
y cohabitación, de visitas al dormitorio y de invitaciones al lecho, como la poesía
caballeresca de la Edad Media, que era, sin embargo, una época de tan rígida moral.
Incluso una obra tan seria y de tan altos fines morales como el Parzival, de Wolfram, está
llena de situaciones cuya descripción toca en lo obsceno. Toda la época vive en una
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constante tensión erótica.
Nada refleja tan claramente las íntimas contradicciones del mundo sentimental de la
caballería como la ambigüedad de su actitud frente al amor, en la que la espiritualidad más
alta se une a la sensualidad más intensa. A pesar de su sensualismo, la poesía amorosa
caballeresca es completamente medieval y cristiana, y sigue estando, a pesar de su nueva
tendencia a describir sentimientos personales (en marcado contraste con la poesía de la
época románica), mucho más lejana de la realidad que el arte de los elegíacos romanos.
En lo que respecta a la parte técnica de su arte, los poetas cortesanos han
aprendido mucho, indudablemente, de los clérigos, y al realizar sus primeros ensayos
poéticos tenían en el oído las formas y ritmos de los cantos litúrgicos. El matiz espiritualista
del amor cortesano caballeresco es, indudablemente, de origen cristiano. Pero trovadores y
Minnesänger no tuvieron por qué tomarlo de la poesía clerical. toda la vida afectiva de la
cristiandad estaba dominada por ese espiritualismo.
Pero sean cualesquiera sus influencias y determinaciones, la poesía trovadoresca es
poesía lírica, opuesta por completo al espíritu ascético jerárquico de la Iglesia. Con ella el
poeta profano desplaza definitivamente al clérigo poetizante. Concluye así un período de
cerca de tres siglos, en el que los monasterios fueron los únicos centros de la poesía. Pero,
frente al anterior papel exclusivamente pasivo del laicado, la aparición del caballero como
poeta significa una novedad tan completa que se puede considerar este momento como
uno de los cortes más profundos habidos en la historia de la literatura. Junto al trovador
caballeresco sigue habiendo, lo mismo que antes, el juglar profesional, a cuya categoría
desciende el caballero cuando ha de salir adelante con su arte, pero frente al cual
representa una clase aparte. Junto al trovador y el juglar hay, naturalmente, también
después de este cambio, el clérigo que sigue poetizando, aunque desde el punto de vista
de la evolución histórica no vuelva a desempeñar un papel de guía. Y existen también los
vagantes, extraordinariamente importantes tanto en el aspecto histórico como en el
artístico, que llevan una vida muy semejante a la de los juglares vagabundos y con los que
frecuentemente se les confunde. Ellos, sin embargo, orgullosos de su educación, buscan
ansiosamente distinguirse de sus más bajos competidores. Los poetas de la época se
distribuyen más o menos por todas las clases de la sociedad. Hay entre ellos reyes y
príncipes (Enrique VI, Guillermo de Aquitania), miembros de la alta nobleza (Jaufré Rudel,
Bertran de Bron), de la pequeña nobleza (Walter von der Vogelweide), ministeriales
(Wolfram de Eschenbach), juglares burgueses (Marcabrú, Bernart de Ventadour) y clérigos
de todas las categorías. Entre los cuatrocientos nombres conocidos de poetas hay también
diecisiete mujeres.
Desde la aparición de la caballería, las antiguas narraciones heroicas abandonan las
ferias, los pórticos de las iglesias y las posadas, y vuelven nuevamente a escalar las clases
más altas, encontrando en todas las cortes un público interesado. Con ellos los juglares
vuelven a ser estimados altamente. Naturalmente, quedan muy por debajo del caballero
poeta y del clérigo, que no quieren ser confundidos con ellos. Pero entonces los poetas de
distintas clases sociales manejaban, en general, asuntos diversos, y con esto se distinguían
unos de otros. Ahora que el trovador trata la misma materia que el juglar, tiene que intentar
elevarse como el cantor vulgar por el modo de manejar esta materia. El "estilo oscuro"
(trobar clus), que se pone ahora de moda, la oscuridad rebuscada y enigmática, la
acumulación de dificultades tanto en la técnica como en el contenido, no son otra cosa que
un medio que sirve, por un lado, para excluir a las clases bajas e incultas del disfrute
artístico de los círculos superiores, y, por otro, para distinguirse del montón de los bufones e
histriones. El gusto por el arte difícil y complicado se explica, la mayoría de las veces, por
una intención más o menos manifiesta de distinción social: el atractivo estético del sentido
oculto, de las asociaciones forzadas, de la composición inconexa y rapsódica, de los
símbolos inmediatamente evidentes y que nunca se agotan completamente, de la música
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difícilmente recordable, de la "melodía que al principio no se sabe cómo ha de terminar", en
una palabra, de toda la fascinación de los placeres y los paraísos secretos. La significación
de esta tendencia aristocrática de los trovadores y su escuela se puede valorar justamente
cuando se piensa que Dante estimaba sobre todos los poetas provenzales a Arnaut Daniel,
el más oscuro y complicado.
A pesar de su condición inferior, el juglar humilde disfruta de infinitas ventajas por
ejercer la misma profesión que el poeta caballeresco. De lo contrario, no se le hubiera
consentido hablar públicamente de sí mismo, de sus sentimientos subjetivos y privados, o,
para decirlo de otro modo, no se le hubiera consentido pasar de la épica a la lírica.
Los juglares, que se encuentran de nuevo en todas las cortes, y que, en los
sucesivo, forman parte de la comitiva, incluso en las cortés más modestas, eran expertos
histriones, cantaban y recitaban. ¿Eran obran suyas las composiciones que recitaban? Al
principio, como sus antecesores los mimos, probablemente tuvieron que improvisar con
frecuencia, y hasta la mitad del siglo XII fueron, sin duda alguna, poetas y cantores al
mismo tiempo. Más tarde, sin embargo, debió introducirse una especialización y parece que
al menos una parte de los juglares se limitó a la recitación de obras ajenas. Desde el primer
momento, los cantores plebeyos estaban al servicio de los nobles aficionados, y, más tarde,
probablemente también los poetas caballeros empobrecidos sirvieron del mismo modo a los
grandes señores en sus aficiones. En ocasiones, el poeta profesional que alcanzaba el
triunfo recurría a los servicios de juglares más pobres. Los ricos aficionados y los travadores
más ilustres no recitaban sus propias composiciones, sino que las hacían recitar por
juglares pagados.
En su tiempo, los antiguos poemas heroicos se cantaban, las chansons de geste se
recitaban, y, probablemente, todavía la antigua epopeya cortesana se leía en público, pero
las novelas de amor y de aventuras se escriben para la lectura privada, sobre todo de las
damas. Se ha dicho que este predominio de la mujer en la composición del público lector ha
sido la modificación más importante acaecida en la historia de la literatura occidental. Pero
tan importante como ella es para el futuro la nueva forma de recepción del arte: la lectura.
Sólo ahora, cuando la poesía se convierte en lectura, puede su disfrute convertirse en
pasión, en necesidad diaria, en costumbre.
Por lo común, la obra poética destinada al canto o al recitado sigue, en cuanto a su
composición, el principio de la mera yuxtaposición: se compone de cantos, episodios y
estrofas aislados, más o menos completos en sí mismos. Así está construida también la
Chanson de Roland. Chrétien de Troyes, en cambio, emplea especiales efectos de tensión,
dilaciones, digresiones y sorpresas, que resultan no de las partes aisladas de la obra, sino
de la relación de estas partes entre sí, de su sucesión y contraposición. El poeta de las
novelas cortesanas de amor y aventuras sigue este método no sólo por que, como se ha
dicho, tiene que habérselas con un público más difícil que el del poeta de la Chanson de
Roland, sino también porque escribe para lectores y no para oyentes, y, en consecuencia,
puede y debe lograr efectos en los que no cabía pensar cuando se trataba de un recitado
oral necesariamente breve y con frecuencia interrumpido arbitrariamente. La literatura
moderna comienza con estas novelas destinadas a la lectura.
El proceso de evolución, que en el período de la poesía cortesana arranca del
trovador caballeresco y del juglar popular como de dos tipos sociales completamente
distintos, lleva primero a una cierta aproximación entre ambos, pero después, a fines del
siglo XIII, tiende a una nueva diferenciación, cuyo resultado es, por una parte, el juglar de
empleo fijo, el poeta cortesano en sentido estricto, y, por otra, el juglar otra vez decaído y
sin protector. Desde que las cortes tienen poetas y cantores estables, que son empleados
oficiales de ellas, los juglares errantes pierden la clientela de los altos círculos y se dirigen
nuevamente, como en sus orígenes, a comienzos del período caballeresco, al público
humilde. Por el contrario, los poetas cortesanos, en contraposición consciente a los juglares
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vagabundos, tienden a convertirse en auténticos literatos, con todas las vanidades y todo el
orgullo de los futuros humanistas. Son, normalmente, ministeriales, como revela su nombre
de menestrels. Pero la consideración que disfrutan es mucho más grande de lo que había
sido nunca la de los ministeriales. Son la máxima autoridad en todas las cuestiones de
buen gusto, usos cortesanos y honor caballeresco. Son los auténticos precursores de los
humanistas y poetas renacentistas, o lo son por lo menos en la misma medida que sus
antagonistas, los vagantes.
El vagans es un clérigo o un estudiante que anda errabundo como cantor ambulante.
Es, pues, un clérigo huido o un estudiante perdulario, esto es, un déclassé, un bohemio. El
vagans carece de todo respeto para la Iglesia y para las clases dominantes, es un rebelde y
un libertino que se subleva, por principio, contra toda tradición y contra toda costumbre. En
el fondo es un víctima del equilibrio social roto.
Los vagantes escriben en latín. Son juglares de los señores eclesiásticos, no de los
laicos. Por lo demás, no son muy distintas la vida de un estudiante vagabundo y la de un
juglar errante. En resumen, fuesen clérigos que habían colgado los hábitos o estudiantes
perdularios, eran cultos sólo a medias, como los mimos o los juglares. A pesar de todo, sus
obras, al menos en su tendencia general, son poesía docta y de clase, que se dirige a un
público relativamente restringido y culto.
La poesía de los vagantes y la poesía escolar no se pueden distinguir siempre con
exactitud. Una parte considerable de la lírica medieval amorosa, escrita en latín, era poesía
de estudiantes, y en parte no es otra cosa que mera poesía escolar, es decir, producción
poética nacida de la enseñanza. Muchas de las más ardientes canciones de amor fueron
simples ejercicios escolares. Su fondo de experiencia no puede, por tanto, haber sido muy
grande. Pero tampoco esta poesía escolar constituye toda la lírica latina medieval. Hay que
admitir que al menos una parte de las canciones báquicas, si no ya de las canciones de
amor, han nacido en los conventos. Composiciones, por otra parte, como el Concilium in
Monte Romarici o la disputa De Phyllide et Flora han de atribuirse probablemente al alto
clero. De aquí se deduce que casi todas las capas del clero colaboraron en la poesía latina
medieval de argumento profano.
La lírica amorosa de los vagantes se distingue de la de los trovadores sobre todo en
que habla de las mujeres con más desprecio que entusiasmo, y trata el amor sensual con
una inmediatez casi brutal. También esto es un signo de falta de respeto de los vagantes
para con todo lo que por convencionalismo merece reverencia, y no, como se ha pensado,
una especie de venganza por la continencia, que probablemente no guardaron nunca. En la
lírica goliardesca la mujer aparece iluminada por la misma cruda luz de los fabliaux. Esta
semejanza no puede ser casual, y hace más bien suponer que los vagantes contribuyeron a
la génesis de toda la literatura misógina y antirromántica. El hecho de que en los fabliaux no
se perdone a ninguna clase social, ni al monje ni al caballero, ni al burgués ni al campesino,
apoya esta hipótesis. Los creadores de los fabliaux son, efectivamente, burgueses, no
caballeros, y su espíritu es igualmente burgués, es decir, racionalista y escéptico,
antirromántico y dispuesto a ironizar sobre sí mismo. Los fabliaux no son literatura
específicamente burguesa en el sentido en que los cantos heroicos son literatura clasista de
la nobleza guerrera, y las románticas novelas de amor, de la caballería cortesana. Los
fabliaux son, en todo caso, una literatura aislada y autocrítica, y la autoironía de la
burguesía que se expresa en ellas la hace agradable también para las clases superiores.
En la Baja Edad Media el aburguesamiento de la poesía se hace cada vez más
intenso y, con la poesía y su público, se aburguesa también el poeta.
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EL ARTE BURGUÉS DEL GÓTICO TARDÍO
En la literatura burguesa de la Baja Edad Media, en la fábula y la farsa, en la novela
en prosa y el cuento, se manifiesta ya un naturalismo totalmente profano, jugoso y recio,
que se opone de la forma más extrema al idealismo de las novelas caballerescas y a los
sentimientos sublimados de la lírica amorosa aristocrática. Por vez primera encontramos
aquí caracteres vivos y verdaderos. Comienza ahora el predominio de la psicología en la
literatura.
Seguramente también en la literatura medieval precedente se encuentran ya rasgos
de caracteres exactamente observados (la Divina Comedia está llena de ellos). Pero tanto
para Dante como incluso para Wolfram de Eschenbach, lo más importante no es la
individualidad psicológica de las figuras, sino su significación simbólica. La descripción de
caracteres en la literatura de la Baja Edad Media se diferencia de la técnica representativa
de las épocas precedentes principalmente en que ahora el poeta no encuentra casualmente
los rasgos característicos de sus figuras, sino que los busca, los colecciona y los acecha.
Las condiciones de la vida urbana que arranca al hombre de un mundo estático vinculado a
la costumbre y a l tradición y le lanza a otro en el que las personas y las circunstancias
cambian constantemente, explican también que el hombre sienta ahora un interés nuevo
por las cosas de su contorno inmediato. Puesto que este contorno es ahora el verdadero
teatro de su vida, en él ha de mantenerse. Pero para mantenerse en él, ha de conocerlo. Y
así, todo detalle de la vida se convierte en objeto de observación y de representación. No
sólo el hombre, sino también los animales y las plantas, no sólo la naturaleza viviente, sino
también los enseres, los vestidos y los arreos se convierten en temas que poseen una
validez artística intrínseca.
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RENACIMIENTO
EL CONCEPTO DE RENACIMIENTO
Con la venida del Renacimiento se realiza un cambio sólo en el sentido de que el
simbolismo metafísico se debilita y el propósito del artista se reduce de manera cada vez
más resuelta y consciente a la representación del mundo sensible. A medida que la
sociedad y la economía se liberan de las cadenas de la doctrina de la Iglesia, el arte se
vuelve también con rapidez progresiva hacia la realidad. Pero el naturalismo no es una
novedad del Renacimiento, como no lo es tampoco la economía de lucro.
El individualismo del Renacimiento fue nuevo solamente como programa
consciente, como instrumento de lucha y como grito de guerra, pero no como fenómeno.
El rasgo más característico del arte del Quattrocento es la libertad y la ligereza de
la técnica expresiva, tan original respecto a la Edad Media como al norte de Europa, y con
ellas la gracia y la elegancia, el relieve estatuario y la línea amplia e impetuosa de sus
formas. Todo en este arte es claro y sereno, rítmico y melodioso. La rígida y mesurada
solemnidad del arte medieval desaparece y cede el lugar a un lenguaje formal, alegre,
claro y bien articulado, en comparación con el cual incluso el arte franco-borgoñón
contemporáneo parece tener un tono fundamentalmente hosco, un lujo bárbaro y una
forma caprichosa y recargada. El Quattrocento anticipa, a pesar de la existencia de
durezas ocasionales y de una dispersión frecuentemente no superada, los principios
estilísticos del Renacimiento pleno. Es precisamente esta inmanencia de la "clásico" en lo
preclásico la que distingue del modo más claro las creaciones de los primeros tiempos del
Renacimiento italiano, frente al arte de la Baja Edad Media y el arte contemporáneo del
norte de Europa. Lo esencial en esta concepción artística es el principio de la unidad y la
fuerza del efecto total, o, al menos, la tendencia a la unidad y la aspiración a despertar
una impresión unitaria, aun con toda la plenitud de detalles y colores. Al lado de la
creaciones artísticas de la Baja Edad Media, una obra de arte del Renacimiento da
siempre la impresión de enteriza. En ella existe un rasgo de continuidad en todo el
conjunto, y la representación, por rico que sea su contenido, parece fundamentalmente
simple y homogénea.
El arte del Renacimiento no detiene al espectador ante ningún detalle, no le
consiente separar del conjunto de la representación ninguno de los elementos, sino que
le obliga más bien a abarcar simultáneamente todas las partes.
La Edad Media, que concebía el espacio como algo compuesto y que se podía
descomponer en sus elementos integrantes, no sólo colocaba las diversas escenas de un
drama una a continuación de otra, sino que permitía a los actores permanecer en escena
durante toda la representación escénica, esto es, incluso cuando no participaban en la
acción. Semejante división de la atención es imposible para el Renacimiento. Para la
nueva estética la obra de arte constituye una unidad indivisible.
Porque el Renacimiento temprano es un movimiento esencialmente italiano,
mientras que el Renacimiento pleon y el Manierismo son movimientos comunes en toda
Europa. La nueva cultura artística aparece en primer lugar en Italia porque es un país que
lleva ventaja al Occidente también en el aspecto económico y social, porque de él arranca
el renacimiento de la economía, en él se organizan técnicamente el financiamiento y
transporte de las Cruzadas, en él comienza a desarrollarse la libre competencia frente al
ideas corporativo de la Edad Media y en él surge la primera organización bancaria de
Europa. También porque en Italia la emancipación de la burguesía ciudadana triunfa más
pronto que en el resto de Europa, debido a que en ella el feudalismo y la caballería están
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menos desarrollados que en el Norte, y la nobleza campesina no sólo se convierte en
ciudadana mucho antes, sino que se asimila completamente a la aristocracia del dinero. Y
finalmente, también porque la tradición clásica no se ha perdido enteramente en Italia,
donde los monumentos conservados están por todas partes y a la vista de todos. Sabida
es la significación que se ha atribuido a este último factor en las teoría sobre la génesis
del Renacimiento.
El Renacimiento intensifica realmente los efectos de la tendencia medieval hacia el
sistema capitalista económico y social sólo en cuanto confirma el racionalismo, que en lo
sucesivo domina toda la vida espiritual y material. Lo irracional pierde toda eficacia. Por
"bello" se entiende la concordancia lógica entre las partes singulares de un todo, la
armonía de las relaciones expresadas en un número, el ritmo matemático de la
composición, la desaparición de las contradicciones del espacio entre sí. Y así como la
perspectiva central no es otra cosa que la reducción del espacio a términos matemáticos,
y la proporcionalidad es la sistematización de las formas particulares de una
representación, de igual manera poco a poco todos los criterios del valor artístico se
subordinan a motivos racionales y todas las leyes del arte se racionalizan. Este
racionalismo no se limita ni mucho menos al arte italiano; simplemente, en el Norte
adopta características más superficiales que en Italia y se hace más tangible y más
ingenuo.
EL PÚBLICO DEL ARTE BURGUÉS Y CORTESANO DEL QUATTROCENTO
El público del arte del Renacimiento está compuesto por la burguesía ciudadana y
por la sociedad de las cortes principescas. A fines del Quattrocento la corriente artística
ciudadano-burguesa y la romántico-caballeresca están mezcladas de tal suerte que
incluso un arte tan completamente burgués como el florentino adopta un carácter más o
menos cortesano.
Ghiberti trabaja desde 1425 en la espléndida puerta oriental del Baptisterio; en el
año de la adquisición del puerto de Livorno, Brunelleschi se ocupa del desarrollo de su
proyecto de la cúpula de la catedral. Florencia debía convertirse en una segunda Atenas.
Los comerciantes florentinos se vuelven petulantes, quieren independizarse del extranjero
y piensan en una autarquía, esto es, en un incremento del consumo interno para igualarlo
a la producción.
Giotto es el primer maestro del naturalismo en Italia. Los autores antiguos, Villani,
Boccaccio e incluso Vasari, acentúan no sin razón el efecto irresistible que ejerció sobre
sus contemporáneos su fidelidad a lo real, y no en vano contraponen su estilo a la rigidez
y artificiosidad de la manera bizantina, todavía bastante difundida cuando él aparece en
escena. Estamos acostumbrados a comparar la claridad y la sencillez, la lógica y la
precisión de su manera expresiva con el naturalismo posterior, más frívolo y mezquino, y
desatendemos con ello el inmenso progreso que su arte ha significado en la
representación inmediata de las cosas y cómo él da forma a todo y sabe narrar todo
aquello que antes de él da forma a todo y sabe narrar todo aquello que antes de él era
simplemente inexpresable con medio pictóricos. Así Giotto se ha convertido para nosotros
en el representante de las grandes formas clásicas, estrechamente regulares, cuando fue
sobre todo el maestro de un arte burgués simple, lógico y sobrio, cuyo clasicismo
proviene del orden y la síntesis impuestos a las impresiones inmediatas, de la
simplificación y racionalización de la realidad, pero no de un abstracto idealismo.
La concepción artística de Giotto tiene sus raíces en un mundo burgués todavía
relativamente modesto, pero ya perfectamente consolidado en sentido capitalista. Su
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actividad artística se desarrolla en el período de florecimiento económico, entre la
formación de los gremios políticos y la bancarrota de los Bardi y los Peruzzi, el primer
gran período de cultura burguesa que hizo surgir los edificios más espléndidos de la
Florencia medieval: Santa María Novella y Santa Croce, el Palazzo Vecchio, el Duomo y
el Campanile. El arte de Giotto es riguroso y objetivo como la mentalidad de los hombres
que le encargaban sus obras, los cuales quieren prosperar y dominar. El arte florentino
posterior a Giotto es más natural en el sentido moderno, porque es más científico, pero
ningún artista del Renacimiento se esforzó más honradamente que él en representar la
naturaleza de la manera más directa y verdadera posible.
Todo El Trecento está bajo el signo del naturalismo de Giotto. El naturalismo de
Giotto experimenta su primera gran reelaboración en Siena, y desde allí penetra en el
norte y en el oeste, principalmente por mediación de Simone Martini y sus frescos del
palacio de los Papas en Avignon. Siena se coloca por un momento a la cabeza de la
evolución, mientras Florencia queda en la retaguardia bastante retrasada.
El progreso más importante, partiendo de Giotto, lo realiza el sienés Ambrogio
Lorenzetti, creador del paisaje naturalista y del panorama ilusionista de la ciudad. Frente
al espacio de Giotto, que es efectivamente unitario y profundo, pero cuya profundidad no
rebasa la de un escenario, él crea en su vista de Siena una perspectiva que supera todo
lo anterior en este aspecto, no sólo por su amplitud, sino también por el enlace natural de
las diversas partes den un único espacio. La imagen de Siena está dibujada con tal
fidelidad a la realidad que todavía hoy se reconoce la parte de la ciudad que sirvió del
modelo al pintor.
En Florencia la evolución marcha al principio no sólo más lentamente, sino también
de manera menos unitaria que en Siena. Es verdad que se mueve fundamentalmente en
el cauce del naturalismo; sin embargo, no siempre lo hace en la dirección que
corresponde a la pintura de ambiente de Lorenzetti. Pero junto a esta orientación existe
también en Florencia otra tendencia importante que en vez de la intimidad y la
espontaneidad del arte de Lorenzetti mantienen el hieratismo solemne de la Edad Media,
su rígida geometría y su ritmo severo, su ornamentalidad y su frontalidad planimétricas y
sus principios de alineación y adición. La tesis de que todo esto no es sino simplemente
una reacción antinaturalista ha sido con razón discutida.
En el siglo XV Siena pierde su función de guía en la historia del arte, y Florencia,
que está ya en la cumbre de su potencia económica, se coloca nuevamente en primer
plano. Esta situación no explica ciertamente de manera inmediata la presencia y la
singularidad de sus grandes maestros, pero sí explica la demanda ininterrumpida de
encargos, y, con ella, la competencia intelectual que las hacen posibles. Florencia es
ahora, juntamente con Venecia, que por lo demás tiene su desarrollo propio, que en
modo alguno es el general, el único lugar de Italia donde se desarrolla una actividad
artística significativa y ordenadamente progresista.
En contraste oct el arte de las Cortes de los príncipes el arte de las ciudades
comunales en el Trecento tenía un carácter preferentemente eclesiástico. Hasta el sigo
XV no cambian su estilo y su espíritu. Entonces, por vez primera, adoptan un carácter
profano que corresponde a las nuevas exigencias artísticas privadas y a la orientación
racionalista general. Pero no sólo aparecen nuevos géneros mundanos, como la pintura
de historia y el retrato; también los temas religiosos se llenan de motivos profanos.
Naturalmente, el arte burgués mantiene todavía más puntos de contacto con la Iglesia y
la religión que el arte de las Cortes de los príncipes, y, al menos en este aspecto, la
burguesía sigue siendo más conservadora que la sociedad cortesana. Pero desde
mediados de siglo se advierten ya en el arte ciudadano burgués, principalmente en el
florentino, ciertas características cortesano-caballerescas.
El arte de Masaccio y de Donatello joven es el arte de una nueva sociedad todavía
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en lucha, aunque profundamente optimista y segura de su victoria, el arte de unos nuevos
tiempos heroicos del capitalismo, de una nueva época de conquistadores. El confiado
aunque no siempre totalmente seguro sentimiento de fortaleza que se expresa en las
decisiones políticas de aquellos años se manifiesta también en el grandioso realismo del
arte. Desaparece la sensibilidad complaciente, la exuberancia juguetona de las formas y
la caligrafía ornamental de la pintura del Trecento. Las figuras se hacen más corpóreas,
más macizas y mas quietas, se apoyan firmemente sobre las piernas y se mueven de
manera más libre y natural en el espacio. Expresan fuerza, energía, dignidad y seriedad,
y son más compactas que frágiles y, más que elegantes, rudas. El sentido del mundo y
de la vida de este arte es esencialmente antigótico, esto es, ajeno a la metafísica y al
simbolismo, a lo romántico y lo ceremonial.
La cultura artística del Quattrocento es ya tan complicada, intervienen en ella
clases sociales tan distintas por origen y por educación que no podemos encerrarla en un
concepto único, válido para todos sus aspectos.
Junto al estilo "renacentista" y clásicamente estatuario de Masaccio y Donatello, la
tradición estilística del espiritualismo gótico y el decorativismo medieval están
completamente vivos, y ello no sólo en el arte de Fra Angelico, sino también en las obras
de artistas tan progresistas como Andrea del Castagno y Paolo Uccello.
En una cultura relativamente vieja como el Renacimiento, las distintas tendencias
espirituales no encuentran expresión ya en grupos definidos, separados unos de otros.
Las tendencias antagónicas de la intención artística no pueden explicarse simplemente
por la contigüidad de las generaciones, por la "simultaneidad de hombres de edad
distinta"; las contradicciones se dan frecuentemente dentro de la misma generación.
Donatello y Fra Angelico, Masaccio y Domenico Veneziano, han nacido sólo con unos
años de diferencia, y, por el contrario, Piero della Francesca, el artista más afín
espiritualmente a Masaccio, está separado de éste por el espacio de media generación.
En un artista como Fra Angelico, lo eclesiástico y lo secular, lo lógico y lo renacentista,
están unidos tan indisolublemente como lo están en Castagno y Ucello el racionalismo y
la fantasía romántica, lo burgués y lo cortesano.
El naturalismo que representa la tendencia artística fundamental del siglo, cambia
repentinamente su orientación según las evoluciones sociales. El naturalismo de
Masaccio, monumental, antigoticamente simple, tendente sobre todo a la claridad de las
relaciones espaciales y de las proporciones, la riqueza de Gozzoli, casi pintura de género,
y la sensibilidad psicológica de Botticelli, representan tres etapas distintas en la evolución
histórica de la burguesía, que se eleva desde unas circunstancias de sobriedad a una
auténtica aristocracia del dinero.
El gusto por lo individual, por lo característico y lo curioso ocupa ahora por primera
vez el primer plano. Ahora surge la idea de una imagen del mundo compuesta por
pequeños hechos reales. Los episodios de la vida cotidiana burguesa (escenas de la calle
e interiores, escenas de dormitorio en los días del puerperio y escenas de esponsales,
etc) son los temas del nuevo arte naturalista.
Hasta después de mediados del siglo no aparecen signos de un cambio. En este
aspecto, Piero della Francesca revela ya una cierta inclinación a la frontalidad solemne y
una preferencia por la forma ceremonial. De cualquier modo, trabaja mucho para
príncipes y está bajo la influencia directa de los convencionalismos cortesanos. En
Florencia, sin embargo, el arte sigue estando en conjunto, hasta finales de siglo, libre de
convencionalismos y de formalismos, si bien se vuelve también más alambicado y
preciosista y tiende más cada vez a la elegancia y a la exquisitez. El público de Antonio
Pollaiolo, de Andrea del Beocio, de Botticelli y de Ghirlandaio no tiene nada, empero, en
común con esta burguesía puritana para la que trabajaron Masaccio y Donatello en su
juventud.
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El Quattrocento tardío ha sido definido como la cultura de una "segunda
generación", una generación de hijos malcriados y ricos herederos; y se encontró tan
tajante el contraste con la primera mitad del siglo, que se creyó poder hablar de un
movimiento de reacción consciente, de una intencionada "restauración del gótico" y de un
"contrarrenacimiento".
Pero así como es evidente incluso en el Quattrocento la persistente tradición
medieval y el contraste continuado del espíritu burgués con los ideales góticos, es
innegable también que en la burguesía predomina hasta la mitad del siglo una orientación
espiritual adversa al gótico, antirromantica y realista, liberal y anticortesana, y que el
espiritualismo y el gusto por los convencionalismos y lo conservador no se imponen hasta
el período de Lorenzo de Médici.
En la segunda mitad del Quattrocento es, efectivamente, el elemento conservador
el que impone el gusto en Florencia. El arte de la segunda mitad del Quatrocento sigue
siendo un arte amante de la realidad y abierto a nuevas experiencias. Esta mezcla de
naturalismo y convencionalismo, de racionalismo y romanticismo, produce al mismo
tiempo el comedimiento burgués de Ghirlandaio y el refinamiento aristocrático de
Desiderio, el robusto sentido realista del Verrocchio y la poética fantasía de Piero de
Cosimo, la gozosa amabilidad de Pesellino y la mórbida melancolía de Botticelli.
Los encargos artísticos de la burguesía consistían al principio, sobre todo, en
donaciones para iglesias y conventos; sólo hacia mediados de siglo comienza a encargar
en mayor número obras de arte de naturaleza profana y para usos privados. En adelante,
también las casas de los burgueses ricos, y no sólo los castillos y palacios se adornaran
ya con cuadros y estatuas.
Giovanni Rucellai es probablemente el tipo más representativo de estos nuevos
nobles interesados, sobre todo, en el arte profano. Procedía de una familia de patricios
enriquecida en la industria de la lana y pertenecía a aquella generación entregada a los
placeres de la vida que, bajo Lorenzo da Médici, comienza a retirarse de los negocios.
Pero Giovanni Rucellai no es ya sólo fundador y constructor, sino también coleccionista;
posee obras de Castagno, Ucello, Domenico Veneziano, Antonio Pollaiolo, Verrocchio,
Desiderio de Settignano y otros. La evolución que experimenta el cliente artístico,
transformándose de fundador en coleccionista, la apreciamos mejor aún en los Médici.
El coleccionista y el artista que trabaja ajeno a los encargos son figuras
históricamente correlativas; aparecen en el curso del Renacimiento contemporáneamente
y el uno al lado del otro. Pero su aparición no acaece de manera repentina, sino que
sigue un largo proceso. El arte del primer Renacimiento conserva todavía, en general, un
carácter artesano, pues se acomoda al encargo del cliente, de manera que el punto de
partida de la producción no hay que buscarlo, por lo general, en el impulso creador propio
del artista, ni en la voluntad subjetiva de expresión ni en la idea espontánea, sino en la
tarea señalada de modo preciso por el cliente. El mercado artístico no está, pues,
determinado todavía por la oferta, sino por la demanda. Toda obra tiene aún una finalidad
utilitaria bien precisa y una relación concreta con la vida práctica.
Esto ocurre en el momento en que le mero consumidor es sustituido por el
aficionado, el experto, el coleccionista, es decir, por aquel moderno tipo de cliente que ya
no manda hacer lo que necesita, sino que compra lo que le ofrecen. Su aparición en el
mercado artístico significó el fin de aquella época en que la producción artística estuvo
determinada únicamente por el hombre que encargaba el trabajo y el comprador, y
aseguró a la libre oferta nuevas oportunidades hasta ahora desconocidas.
El Quattrocento es, desde la Antigüedad clásica, la primera época de la que
poseemos una selección considerable de obras de arte profano, y no sólo ejemplos
numerosos de géneros ya conocidos, sino también muchas obras pertenecientes a
géneros completamente nuevos, sobre todo creaciones de la nueva cultura doméstica de
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la alta burguesía, que tiende, en contraste con el tono solemne de la corte, a lo
confortable y lo íntimo: zócalos de madera ricamente tallada destinados a ser adosados a
las paredes, cofres pintados y tallados (cassoni), cabeceras de cama pintadas y labradas,
pequeños cuadros devotos colocados en graciosos marcos redondos (tondi), platos
ricamente adornados con figuras, que servía de ofrendas para alumbramiento (deschi da
parto), además de las consabidas mayólicas y otros muchos productos de la artesanía.
En todos ellos domina todavía un equilibrio casi perfecto entre arte y artesanía, entre pura
obra de arte y mero instrumento del mobiliario.
Esta situación no cambia hasta que se reconoce la autonomía de las artes
mayores. Entonces, por fin, cesa la unión personal entre artistas y artesanos, y el artista
comienza a pintar sus cuadros con una conciencia creadora distinta de la que tenía
cuando pintaba arcas y paneles decorativos, banderas y gualdrapas, platos y jarrones.
Pero entonces comienza también a liberarse de los deseos del cliente y a transformarse,
de productor de encargo, en productor de mercancía. Esta es la premisa por parte del
artista para la aparición del aficionado, el experto y el coleccionista. En el Quattrocento,
cuando no había sino casos aislados de colección sistemática, el comercio de obras de
arte separado de la producción, independiente, era poco menos que desconocido; éste
surge por vez primera en el siglo siguiente con la demanda regular de obras del pasado y
la compra de trabajos de los artistas más notables del presente. El primer comerciante de
arte cuyo nombre conocemos es, a principios del siglo XVI, el florentino Giovan Battista
della Palla. El hace encargos y adquiere en su ciudad natal objetos de arte para el rey de
Francia, y compra no sólo a los artistas directamente, sino también en las colecciones
privadas.
Los burgueses ricos e ilustres querían asegurarse la fama póstuma. Las
fundaciones religiosas eran la forma más apropiada para conseguir la fama eterna sin
provocar la reprobación pública. Esto explica en pare la desproporción existente todavía
en la primera mitad del Quattrocento entre la producción artística religiosa y la profana.
Es muy difícil dar una valoración del gusto artístico de Lorenzo. Se le atribuye a su
gusto personal la calidad y variedad de los ingenios que le rodeaban, y se ha considerado
la intensa vitalidad que expresan las obras de los poetas, filósofos y artistas protegidos
por él como irradiada de su persona. Lorenzo mismo, era poeta, filósofo, coleccionista y
fundador de la primera Academia de Bellas Artes en el mundo. Su tiempo se encuentra
entre los períodos felices de la humanidad, juntamente con la época de Pericles.
En el Quattrocento se desarrollan junto a Florencia, que sigue siendo hasta finales
del siglo el centro artístico más destacado de Italia, otros importantes viveros de arte,
sobre todo en las cortes de Ferrara, Mantua y Urbino.
En el aspecto artístico las cortes del Quattrocento apenas han creado nada nuevo.
El arte que debe su origen a los encargos hechos por los príncipes a los artistas de la
época no es mejor ni peor en su calidad que el arte promovido por la burguesía
ciudadana.
Está fuera de toda duda que el artista del Renacimiento disfrutó de una cierta
popularidad; lo demuestra el gran número de historias y anécdotas que corren sobre
ellos; pero esta popularidad se refería sobre todo al personaje encargado de tares
públicas, al que participaba en los concursos públicos, exponía sus obras y ocupaba a las
comisiones gremiales y revelaba ya su "genial" originalidad, pero no al artista como tal.
El Renacimiento no fue una cultura de tenderos y artesanos, ni tampoco la cultura
de una burguesía adinerada y medianamente culta, sino, por el contrario, el patrimonio
celosamente guardado de una elite antipopular y empapada de cultura latina.
Participaban en él principalmente las clases adheridas al movimiento humanístico y
neoplatónico, las cuales constituían una intelectualidad tan uniforme y homogénea como,
por ejemplo, no lo había sido nunca el clero en conjunto. Las creaciones decisivas del
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arte estaban destinadas a este círculo.
Los artistas se colocan bajo la protección y la tutela intelectual de este grupo; se
emancipan de la Iglesia y de los gremios para someterse a la autoridad de un grupo que
reclama para sí a un tiempo la competencia de ambos: de la Iglesia y de los gremios.
Ahora los humanistas ya no son sólo autoridad indiscutible en toda cuestión iconográfica
de tipo histórico y mitológico, sino que se han convertido en expertos también en
cuestiones formales y técnicas. Los artistas terminan por someterse a su juicio en
cuestiones sobre las que antes decidían sólo la tradición y los preceptos de los gremios, y
en las que ningún profano podía inmiscuirse. El precio de su independencia es la
aceptación de los humanistas como jueces. No todos los humanistas son ciertamente
críticos y expertos, pero entre ellos se encuentran los primeros profanos que tienen idea
de los criterios del valor artístico y son capaces de juzgar una obra de arte según criterios
meramente estéticos. Con ellos, en cuanto que son parte de un público realmente
capacitado para juzgar, surge el público del arte en el sentido moderno.
POSICIÓN SOCIAL DEL ARTISTA EN EL RENACIMIENTO
La acrecida demanda de arte en el Renacimiento hace que el artista deje de ser el
artesano pequeño-burgués que antes era y se convierta en una clase de trabajadores
intelectuales libres que antes sólo existía en algunos desarraigados, pero que ahora
comienza a formar un estrado económicamente asegurado y socialmente consolidado,
aunque no puede decirse que como grupo social esté en modo alguno unificado. La
mayoría de los artistas de los comienzos del Renacimiento proceden de la orfebrería, que
con razón ha sido llamada la "escuela del arte" del siglo.
El taller artístico de los inicios del Renacimiento está todavía dominado por el
espíritu comunal de los antiguos constructores y del gremio; la obra de arte no es todavía
la expresión de una personalidad autónoma, que acentúa sus características y se cierra
contra todo lo extraño. Hasta fines del siglo XV el proceso de la creación artística se
efectúa todavía por completo en formas colectivas.
Fuera de estas formas colectivas de empresas del trabajo artístico, encontramos
en el Quattrocento la asociación en compañía de dos artistas, por lo general jóvenes, que
tienen un taller común porque todavía no pueden sostener los gastos de uno propio.
El espíritu de artesanía que domina el Quattrocento se manifiesta en primer lugar
en que los talleres artísticos reciben también encargos de rango secundario y tipo
artesanal. Aparte de pinturas, se realizan también allí armas, banderas, muestras para
tiendas, taracea, tallas pintadas, dibujos para tapiceros y bordadores, elementos de
decoración para fiestas y otras muchas cosas. Botticelli, Filippo Lippi, Piero di Cosimo
siguieron ocupándose, todavía en el Cinquecento de pintar arcas nupciales o cassoni.
Un cambio fundamental en los criterios sobre el trabajo artístico sólo se observa a
partir de los días de Miguel Angel. Vasari ya no considera conciliable con la conciencia
que de sí tiene el artista la aceptación de encargos de artesanía. Este paso significa a la
vez el fin de la dependencia en que estaban los artistas respecto a los gremios.
Los artistas del primer Renacimiento están equiparados a los artesanos de la
pequeña burguesía también en el aspecto económico. Todavía entonces a los que mejor
les iba era a los que estaban al servicio de una corte o un protector.
Todo el mercado artístico se movía todavía dentro de límites relativamente
estrechos; los artistas tenían que pedir anticipos ya durante el trabajo, y los clientes a
menudo sólo podían pagar los materiales a plazos. En los grandes encargos artísticos,
todos los gastos, esto es, tanto los materiales como los salarios, e incluso muchas veces
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hasta la manutención de ayudantes y aprendices corrían a cargo del cliente, y el propio
maestro, en principio, recibía sus honorarios en proporción al tiempo empleado. En el
Quatrocento era todavía generalmente usado pedir al artista que designara un fiador que
garantizara el cumplimiento del contrato; con Miguel Angel tal garantía se convierte en
pura formalidad. En un caso, por ejemplo, ocurre que el escribiente del contrato es el
garante para ambas partes.
La mayor independencia de los artistas italianos frente a los gremios, que es en lo
que se fundamenta su posición privilegiada, es, ante todo, el resultado de su repetido
trabajo en las cortes. En los países nórdicos el maestro está ligado a la misma ciudad; en
Italia el artista va a menudo de una corte a otra, de ciudad en ciudad, y esta vida errante
trae ya consigo el relajamiento de las prescripciones gremiales, que están pensadas para
las relaciones locales y sólo pueden cumplirse dentro de los límites de la localidad. Estos
pintores áulicos errantes estaban ya por adelantado fuera de la jurisdicción del gremio.
La emancipación de los artistas frente al gremio es, por consiguiente, no
consecuencia de una conciencia realzada de sí mismos y del reconocimiento de sus
pretensiones de ser equiparados a poetas y sabios, sino el efecto de que se necesitaban
sus servicios y los artistas habían de ser ganados.
La liberación de pintores y escultores de las cadenas de la organización gremial y
su ascenso desde la clase de los artesanos a la de los poetas y eruditos ha sido atribuida
a su alianza con los humanistas; y, a su vez, el que los humanistas tomaran partido por
ellos se ha explicado porque los monumentos literarios y artísticos de la Antigüedad
formaban una unidad indivisible a los ojos de estos entusiastas, y porque éstos estaban
convencidos del prestigio equivalente que poetas y artistas tenían en el mundo clásico.
Los humanistas les reforzaron en su posición realzada por la coyuntura del
mercado del arte, y les pusieron en la mano armas con las que podían hacer valer sus
pretensiones frente a los gremios, y en parte también frente a la resistencia de los
elementos que en sus propias filas eran de menor valor artístico y, por consiguiente,
necesitados de protección. Buscaron también la amistad de los humanistas, no para
romper la resistencia de los gremios, sino para justificar a los ojos de la aristocracia, que
pensaba al modo humanista, la posición que económicamente habían alcanzado, y para
tener consejeros científicos de cuya ayuda necesitaban para la realización de los asuntos
mitológicos e históricos predominantes.
Para los artistas, los humanistas eran los fiadores que acreditaban su valor
intelectual; por su parte, los humanistas reconocían en el arte un eficaz medio de
propaganda para las ideas en que fundamentaran su dominio intelectual.
La sustitución de la imitación de los maestros por el estudio de la naturaleza es
proclamada en la teoría por Leonardo da Vinci, quien con ello expresa en todo caso la
victoria, ya lograda en la práctica, del naturalismo y del racionalismo sobre la tradición.
El método científico de la educación artística comienza ya en los mismos talleres.
Ya en los comienzos del Quattrocento los aprendices reciben, junto a las instrucciones
prácticas, los fundamentos de la geometría, de la perspectiva y de la anatomía, y son
iniciados en el dibujo sobre modelo vivo y sobre muñecos articulados. Los maestros
organizan en los talleres cursos de dibujo, y a partir de esta institución se desarrollan, por
una parte, las academias particulares, con su enseñanza práctica y teórica, y, por otra, las
academias públicas, en las que la antigua comunidad del taller y la tradición artesana
desaparecen y son sustituidas por una pura relación espiritual entre maestro y discípulo.
La enseñanza en el taller y en academias particulares se mantiene durante todo el
Cinquecento, pero pierde poco a poco su influencia en la formación del estilo.
La concepción científica del arte, que constituye los fundamentos de la enseñanza
académica, comienza con León Battista Alberti. El es el primero en expresar la idea de
que las matemáticas son el cuerpo común del arte y de la ciencia, ya que tanto la doctrina
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de las proporciones como la teoría de la perspectiva son disciplinas matemáticas.
Leonardo no añade ningún pensamiento fundamental nuevo a las explicaciones de
Alberti, en las que el arte es elevado a la categoría de ciencia y el artista situado en el
mismo plano que el humanista; lo único que hace es acentuar y realzar las pretensiones
de su predecesor. Leonardo justifica, por consiguiente, la pretensión de la pintura a ser
considerada como una de las "artes liberales" no sólo por los conocimientos matemáticos
del artista, sino también por sus dotes propias, equiparables al genio poético.
En la primera mitad del Quattrocento comienza ya la época de las biografías de
artistas, tan características del Renacimiento italiano. En ello se expresa un innegable
desplazamiento de la atención desde las obras de arte a la persona del artista. Los
honores públicos a los artistas se hacen cada vez más frecuentes.
El cambio decisivo ocurre a comienzos del Cinquecento. Desde entonces los
maestros famosos ya no son protegidos de mecenas, sino grandes señores ellos mismos.
Rafael lleva, según nos informa Vasari, la vida de una gran señor, no la de un pintor. Y
Tiziano sube en la escala social aún más si es posible; su prestigio como el maestro más
codiciado de su tiempo, su tren de vida, su rango, sus títulos, le levantan a las capas más
altas de la sociedad.
Miguel Angel asciende por fin a una altura de la que antes de él no hay ningún
ejemplo. Su importancia es tan marcada, que puede renunciar por completo a honores
públicos, a títulos y distinciones; desprecia la amistad de príncipes y papas, y puede
permitirse ser su enemigo; no es ni conde, ni consejero, ni superintendente pontificio,
pero le llaman el "Divino"; no quiere que en las cartas a él dirigidas le llamen pintor o
escultor; es Miguel Angel Buonarroti, ni más ni menos; desea tener nobles jóvenes por
discípulos, y ello no habrá de serle puesto a la cuenta como puro esnobismo.
Lo que es fundamentalmente nuevo en la concepción artística del Renacimiento es
el descubrimiento de la idea del genio, es decir, de que la obra de arte es creación de la
personalidad autónoma, y que esta personalidad está por encima de la tradición, la
doctrina y las reglas, e incluso de la obra misma; de que la obra recibe su ley de aquella
personalidad; de que, en otras palabras, la personalidad es más rica y profunda que la
obra y no puede llegar a expresarse por completo en ninguna realización objetiva.
Aunque en la Edad Media existieron fuertes personalidades, bien marcadas
individualmente, una cosa es pensar y obrar individualmente, y otra tener conciencia de la
propia individualidad, afirmarla y realzarla intencionadamente. La fuerza de la
personalidad, la energía espiritual y la espontaneidad del individuo, es la gran experiencia
del Renacimiento. El genio como quintaesencia de esta energía y espontaneidad se
convierte en ideal del arte, en cuanto éste abarca la esencia del espíritu humano y su
poder sobre la realidad.
El desarrollo del concepto de genio comienza con la idea de la propiedad
intelectual. En la Edad Media falta tanto esta idea, como la intención de ser original;
ambas cosas están en estrecha interdependencia.
El Trecento está todavía completamente dentro de la estela de un solo maestro
(Giotto) y de su tradición; en el Quattrocento aparecen por todas partes afanes
individuales. La voluntad de originalidad se convierte en un arma en la competencia.
Para la Edad Media la obra de arte tenía sólo el valor del objeto; el Renacimiento
le añadió también el valor de la personalidad. Realzar la capacidad por encima de la
realización, rasgo fundamental del concepto del genio, significa precisamente creer que la
genialidad no es realizable sin más. Esta concepción explica por qué el Renacimiento ve
en el dibujo, con sus discontinuidades, una forma típica del arte.
El arte se libera de los dogmas eclesiásticos, pero sigue estrechamente ligado a la
imagen científica del mundo que la época tenía, del mismo modo que el artista,
emancipado del clero, entra en una relación tanto más estrecha con el humanismo y sus
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seguidores. Pero el arte no se convierte en modo alguno en servidor de la ciencia en el
sentido en que en la Edad Media había sido "servidor de la teología".
El cambio de actitud del Renacimiento frente al arte y la literatura clásicos no hay
que atribuirlo al descubrimiento de nuevos autores y nuevas obras, sino al
desplazamiento del interés desde los elementos de contenido a los elementos formales
de la representación, lo mismo si se trataba de monumentos recién descubiertos que de
los conocidos ya de antes.
Los humanistas son no sólo apolíticos hombres de letras, oradores ociosos y
románticos del mundo, fanáticos pioneros del progreso y, ante todo, pedagogos
entusiastas y futuristas. Los pintores y escultores del Renacimiento les deben no sólo su
abstracto esteticismo, sino también la idea del artista como héroe del espíritu y la
concepción del arte como educador de la humanidad. Ellos fueron los primeros en hacer
del arte una parte esencial de la educación intelectual y moral.
EL CLASICISMO DEL CINQUECENTO
Durante el Quattrocento la corte pontificia no dispuso de ningún artista indígena;
los Papas tenían que servirse de elementos extraños. Ni siquiera bajo Sixto IV (1471-84),
que con los encargos para adornar su capilla hizo de Roma durante una época un centro
de producción artística, llegó a crearse una escuela o tendencia que tuviera carácter local
romano. Tal orientación sólo se pudo observar bajo Julio II (1503-13), cuando Bramant,
Miguel Angel y, finalmente, Rafael, se establecieron en Roma y pusieron sus talentos al
servicio del Papa. Sólo entonces comienza la excepcional actividad artística cuyo fruto es
la Roma monumental.
Frente el arte del Quattrocento, de inspiración predominantemente mundana, nos
encontramos aquí con los comienzos de un nuevo arte eclesiástico en el que el acento no
está puesto en la interioridad y el misticismo, sino en la solemnidad, majestad, fuerza y
señorío.
Tiene extremada significación para el arte del pleno Renacimiento, y es decisivo
para la formación del estilo, el que trabajaran en el Vaticano Miguel Angel, casi
exclusivamente, y Rafael, en su mayor parte. Sólo allí, al servicio del Papa, se podía
desarrollar aquella maniera grande junto a la cual las orientaciones artísticas de las otras
escuelas locales tienen un carácter más o menos provinciano. En ningún otro lugar
hallamos este estilo sublime, exclusivo, tan profundamente penetrado de elementos
culturales y tan incansablemente limitado a problemas formales sublimados. Pero
precisamente en tales obras se realizó el arte clásico del Renacimiento, cuya validez
general suele ensalzarse tanto.
Uno de los más importantes conceptos del clasicismo, la determinación de la
belleza como armonía de todas las partes, encuentra ya en Alberti su formulación. Alberti
piensa que la obra de arte es de tal naturaleza, que de sus elementos no se puede ni
quitar ni añadir nada sin dañar la belleza del conjunto.
En el caso del tránsito del Quattrocento al Cinquecento, sin embargo, las cosas
están situadas de otra manera. El cambio estilístico ocurre casi sin solución de
continuidad, de perfecto acuerdo con la evolución social, que es continua. El estilo así
resultante hubiera traído a la realidad otra consecuencia "lógica" del Renacimiento
distinta de la que se concentró en el clasicismo.
Al arte clásico de la modernidad le falta, en comparación con el de los griegos, el
calor y la inmediatez; tiene un carácter derivado, retrospectivo, más o menos clasicista, ya
en el Renacimiento. Todo el formalismo artístico del Cinquecento corresponde en cierto
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aspecto sólo al formalismo de los conceptos morales y de las reglas del decoro que se ha
señalado la aristocracia de la época. Toda aquella emotividad burguesa del gótico tardío
que quedaba todavía en el Quattrocento desaparece del arte del Renacimiento pleno.
Cristo ya no es un mártir que sufre, sino otra vez el Rey celestial que se levanta sobre las
debilidades humanas. La Virgen contempla a su hijo muerto sin lágrimas ni gestos, e
incluso frente al Niño reprime toda ternura plebeya. La mesura es la consigna de la época
para todo. Las reglas de vida del dominio y del orden encuentran su más cercana
analogía en los principios de sobriedad y contención que el arte se impone.
La clase dominante buscará en el arte, ante todo, la imagen del sosiego y la
estabilidad que persigue en la vida. El pleno Renacimiento desarrolla la composición
artística en forma de simetrías y correspondencias de las partes componentes, y reduce
forzosamente la realidad al esquema de un triángulo o un círculo; pero ello no significa
sólo la solución de un problema formal, sino también la expresión de un sentido estático
de la vida y el deseo de perpetuar la situación que corresponde a tal sentido.
El arte del pleno renacimiento tiene su más importante principio estilístico en la
limitación de lo representado a lo esencial. Y lo esencial, es lo típico, lo solemne y
extraordinario, cuyo valor expresivo consiste ante todo en su alejamiento de la mera
actualidad y oportunidad. Por el contrario, para este arte no es esencial lo concreto e
inmediato, lo contingente y momentáneo, lo particular e individual, en una palabra,
justamente lo que para el arte del Quattrocento aparecía como lo más interesante y
sustancial en la realidad. La elite de la época del pleno Renacimiento crea la ficción de
una arte "de humanidad eterna", intemporalmente válido, porque quiere juzgarse a sí
misma como intemporal, imperecedera, inalterable.
En ningún otro de los elementos de aquel arte se expresa de manera tan marcada
la dependencia de su concepto de belleza respecto del ideal humano de la aristocracia.
Lo nuevo es que la belleza física y la fuerza se convierten en la plena expresión de la
belleza y de la fuerza espiritual.
Los profetas, apóstoles, mártires y santos son para el arte del Cinquecento figuras
ideales, libres y grandiosas, llenas de poder y de dignidad, graves y patéticas, una raza
de héroes de belleza floreciente, madura, sensual. En Leonardo hay todavía, junto a
estas figuras, otras realistas y tipos de género; pero progresivamente ya no parece digno
de representación lo que no es grandioso. Las dimensiones de estas figuras son tan
enormes, que, a pesar de la antigua aversión de las clases nobiliarias por la
representación del desnudo, pueden aparecer sin vestidos; nada pierden con ello de su
grandeza. La noble conformación de sus miembros, la sonoridad retórica de sus gestos,
la mantenida dignidad de su continente expresan la misma distinción que el traje, ora
pesado y de profundos pliegues y grandes vuelos, ora contenido con gusto y rebuscado
con refinamiento, que en otro caso llevan.
En las figuras del arte del Cinquecento hallamos no sólo esta tranquilidad de los
gestos, este continente descuidado, esta libertad de movimientos, sino que el cambio
respecto del período estilístico precedente se extiende también a lo puramente formal. La
forma gótica esbelta y exagüe, la línea cuatrocentista de corto aliento logran un trazado
seguro, un eco sonoro, una hinchazón retórica, y con tal perfección como desde la
Antigüedad no había poseído ningún arte.
Los artistas del pleno Renacimiento ya no hallan ningún placer en los movimientos
breves, esquinados, rápidos, en la elegancia espaciada y ostentosa, en la belleza agria,
juvenil, inmadura, de las figuras del Quattrocento; celebran, por el contrario, la plenitud de
la fuerza, la madurez de la edad y de la belleza, describen el ser, no el devenir, trabajan
para una sociedad de triunfadores, y piensan, como éstos, de manera conservadora. El
cambio de gusto que aquí se manifiesta es tan profundo, que el arte evita la policromía y
luminosidad del Quattrocento. Los colores desaparecen ante todo de la arquitectura y la
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escultura, y a partir de este momento la gente siente una evidente dificultad en
imaginarse policromas las obras de la arquitectura y escultura griegas.
El Renacimiento pleno fue de corta duración; no floreció más de veinte años.
Después de la muerte de Rafael apenas se puede ya hablar de un arte clásico como
dirección estilística colectiva.
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