N.º 27, julio de 2021
Los días de la peste: mundos enfermos,
mundos interconectados
Los días de la peste: Sick Worlds, Interconnected Worlds
Francisco Javier Hernández Quezada
Universidad Autónoma de Baja California, México/
[email protected]
ORCID: 0000-0002-2872-8517
Date of reception:
31/10/2020
Date of acceptance:
16/02/2021
Citation: Francisco Javier
Hernández Quezada, “Los
días de la peste: mundos enfermos, mundos interconectados”, Revista Letral, n.º
27, 2021, pp. 176-192. ISSN
1989-3302.
DOI:
http://dx.doi.org/10.30827/
RL.v0i27.16491
Funding data: The publication of this article has not
received any public or private finance.
License: This content is under a Creative Commons Attribution-NonCommercial,
3.0 Unported license.
RESUMEN
Este artículo analiza el tema central de la novela Los días de la peste (2017),
del escritor Edmundo Paz Soldán: la enfermedad infectocontagiosa y sus
efectos en la Casona, esa cárcel disfuncional donde los internos son sometidos a un sinfín de abusos físicos y psicológicos y se convierten en despojos
humanos carentes de rentabilidad social. Enfatizando las implicaciones de
la convivencia forzada, el artículo estudia el tratamiento literario de un escritor que plasma el desarrollo del mal pestífero y la manera precaria en
que los responsables de atenderlo se hacen cargo de éste, así como las respuestas desesperadas de los prisioneros al reconocer los lastres fatídicos de
su condición y encontrar en el culto religioso un referente simbólico que los
empodera y confronta con la autoridad.
Palabras clave: cárcel; enfermedad infectocontagiosa; religión; violencia; cuerpo.
ABSTRACT
This article analyzes the central theme of the novel Los días de la peste
(2017), by the writer Edmundo Paz Soldán: the infectious disease and its
effects on La Casona, that dysfunctional prison where inmates are subjected to endless physical abuse and psychological and become human
remains devoid of social profitability. Emphasizing the implications of
forced coexistence, the article studies the literary treatment of a writer
who reflects the development of pestiferous disease and the precarious
way in which those responsible for taking care of it, as well as the desperate responses of the prisoners when recognizing the fatal burdens of their
condition and finding in religious worship a symbolic reference that empowers and confronts them with authority.
Keywords: jail; infectious disase; religion; violence; body.
Francisco Javier Hernández Quezada
1. Notas sobre la enfermedad y la literatura
Es notorio que los problemas del mundo no pasan desapercibidos para muchos escritores en el sentido de entender que una de
las posibilidades utilitarias de su labor consiste en difundir mensajes referenciales sobre el espacio en que se desenvuelven y actúan. Atentos a los dilemas del exterior, expresan una compleja
mirada de las cosas con la certeza de que lo que representan, más
allá del sentido artístico de su función, tiene esa capacidad de
mostrar un acercamiento a lo perturbador, a lo inseguro, a lo incierto, en pocas palabras: a lo que confronta al individuo consigo
mismo y con los demás y revela ese “acontecimiento artístico vivo
[...] en el que la obra es un momento del acontecer” (Bajtín 166).
A lo largo de la historia, es evidente que diversos autores
han manifestado tal suerte de vocación circunstancial, exponiendo la lógica de un discurso sensible que pocas veces es indiferente a las dificultades sociales. En lo fundamental, se trata de
una propuesta creativa que indaga en el sufrimiento de los demás, en términos de que dicha propuesta no supone dejar de responder a la leyes del universo autónomo de la obra ni tampoco
de plantear la cuestión de que la experiencia estética es esa experiencia comunicativa que señala el poder destructivo de la afección y resume la manera en que las situaciones dan lugar a
hechos extraordinarios que minan la fortaleza física e intelectual
del yo; esa experiencia verbal que refleja el sufrimiento ajeno al
sentir “el cuerpo y el alma” (109).
Una temática relevante, que se vincula con lo anterior y
que ha sido abordada a través de los años, ha sido la de la enfermedad infectocontagiosa: temática desafiante que ha motivado a
más de uno a analizarla y concebirla como esa manifestación perturbadora de la existencia terrenal que coloca a la persona en el
estadio crítico de la incertidumbre y la vaguedad o, en el mejor
de los casos, en el de la intervención del orden cultural que, como
asevera el antropólogo Clifford Geertz, favorece la aparición de
un sinfín de actos simbólicos que establecen “vigorosos, penetrantes y duraderos [...] estados anímicos en los hombres” (89).
Lo cual, en definitiva, ha supuesto esa iteración discursiva que
subraya aspectos como los de la precariedad del grupo social después de padecer los efectos de la infección y no poder hacer nada,
salvo esperar el final. O, de igual modo, que enfatiza cuestiones
ideológicas como las de la futilidad del mensaje especista, en el
sentido de comprender que frente a la aparición súbita de la enfermedad los escenarios futuros del individuo son cambiantes y
nada ni nadie le garantiza salir inmune del “lado nocturno de la
vida” (Sontag 5). Es decir, escapar de ese universo sombrío del
desconsuelo y del dolor que deniega acuerdos y certezas de lo
normal, privativas en muchos de nuestros criterios —luminosos— de verdad.
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Obras relevantes para la cultura occidental como Decamerón (1349-1352), de Giovanni Boccaccio o Muerte en Venecia
(1912), de Thomas Mann, por no mencionar otras que han abordado el tema, muestran el tipo de vivencias negativas que se generan cuando la enfermedad transmisible se sale de control y
pone en riesgo las bases existentes de la civilización. O cuando, al
mismo tiempo, recalan en la capacidad innata de los seres humanos para transformarse y adaptarse a nuevas circunstancias a pesar de los sacrificios materiales que deban hacer.
Visto de otra manera, no es descabellado suponer que el
trabajo literario con la enfermedad fundamenta la representación escrita de situaciones agudas, penetrantes e intensas, dado
que al final lo que está en juego es la verificación activa de un
problema, la constatación formal de sus estragos, independientemente de que el medio utilizado para tal fin apele a la estética
y a la sensibilidad y se dirija a potenciar las oportunidades hermenéuticas de la experiencia creativa, la cual, no obstante, implica la asimilación efectiva de una retahíla de desconciertos
(Utrera Torremocha). El trabajo creativo con este tema colige,
por ende, el uso de una escritura dolorosa, triste e incierta, concebida para demostrar la fragilidad de la especie humana, sobre
todo cuando se enfrenta a una situación incontrolable para la que
no está preparada y que poco a poco, o de forma intempestiva,
modifica prácticas de vida, actividades, visiones del mundo. Por
eso es que la literatura de la enfermedad infectocontagiosa es una
literatura trágica que muestra la crisis del sujeto, lo que advierte
que sus temáticas se ven determinadas por la aparición del mal
físico, hasta el punto de obligar al escritor a escudriñar las situaciones que produce y le permiten brindar cuadros complejos de
la convivencia humana, de sus sufrimientos y aprendizajes.
2. Infecciones antiguas-contemporáneas y “el padecer”
En el caso latinoamericano, es fácil hablar de una tradición narrativa que se ha detenido en el asunto oscuro de la enfermedad
y que, tal vez, encuentra su anclaje más remoto en algunos documentos del periodo colonial, luego de gestarse la creación de un
“archivo” histórico (González Echevarría) que ordenó las maravillas simbólicas y materiales del Nuevo Mundo. Solo que, como
es sabido, nos encontramos frente a documentos no literarios que
relataron las afecciones generadas: documentos alusivos y elusivos que mostraron la cara amable de los estragos e insistieron,
más de una vez, en la idea rentable y monológica de que la humanidad, por más intentos que haga, está limitada al momento de
esquivar los designios mortales del Señor (Lovell y Noble). Evidentemente, en semejantes documentos es poco o nada frecuente
que prive la mirada crítica de la violencia física (Todorov) o de la
guerra bacteriológica que se desató en el seno de las
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comunidades nativas (Crosby jr.). Lo cual se explica gracias a la
naturaleza retórica de sus metas, consistentes en nombrar el proceso expansivo de la conquista y de paso relatar, desde una perspectiva religiosa, el efecto moralizante de la enfermedad: o sea el
efecto súbito, imparable, de esa noche final que cegó la vida de
miles de personas y precipitó la crisis de sus culturas (Viesca).
Más allá entonces de la rentabilidad buscada o de la impericia
comunicativa tras enunciar los activos del otro, documentos
como los de Fray Toribio de Motolinía (Historia de los indios de
la Nueva España, 1848) o Fray Diego Durán (Historia de las Indias de la Nueva España e islas de Tierra Firme, 1581), inscritos
en esta categoría, esquematizan imágenes del malestar, convirtiéndose en antecedentes discursivos de esa escritura elocuente y
eventual que retrata el “lado oscuro de la vida”. Y que asimismo
incide todavía en el debate público de muchos dilemas, ya que
expresa “las formas de ser” que el fenómeno de la enfermedad
genera y que, de acuerdo con Leonardo Viniegra-Velázquez, favorece la comprensión alternativa del trastorno físico “más allá
del ámbito nosológico y técnico” de la medicina para “incursionar”
en el padecer (la experiencia subjetiva del sufriente), en la esfera psicosocial (el entramado de vínculos con alto significado
afectivo propios de la experiencia vital de cada quien), en las
formas de vivir; en las situaciones, circunstancias y condiciones de existencia; en las tradiciones y creencias [vinculadas
con] “lo cultural” [entendido] aquí como todo aquello que nos
hace humanos, nos diversifica y nos distingue del mundo natural (532).
En Latinoamérica esta incursión “en el padecer” individual y subjetivo ha pautado más recientemente el surgimiento de
una expresión escrita bastante interesante que, partiendo de la
vivencia testimonial o de la propuesta inventiva, indaga en las alteraciones producidas por la aparición del sida (Vaggione): enfermedad infectocontagiosa, aún incurable, cuya visibilidad
mediática a principios de los años 80 del siglo pasado supuso
muchas reflexiones y controversias políticas sobre los derechos
civiles, el acceso público a la salud, el conservadurismo, las prácticas sexuales, etcétera (Platts). Y que, a la postre, se convirtió en
materia prima de algunas obras destacadas que establecieron derroteros novedosos como Antes que anochezca (1992), de Reynaldo Arenas, Salón de belleza (1994), de Mario Bellatín o El
desbarrancadero (2001), de Fernando Vallejo.
Cierto: hablamos de una literatura penetrante, dolorosa y
oscura que tras mostrar los alcances generales del sida posibilitó
la aparición de discursos reivindicatorios y críticos que exhibieron la precariedad de la comunidad gay como pocas veces se había hecho en nuestro idioma. Y de igual modo que mostraron la
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exclusión padecida por quienes, más allá de su preferencia sexual, sufrieron la violencia cotidiana de grupos e instituciones de
poder que los estigmatizaron como portadores de un virus mortal. Vista así, esta literatura, creada desde la marginalidad —o
volcada en el análisis heterodoxo de sus dinámicas—, se convirtió
en ejemplo cabal de una mirada artística que evidenció los efectos del “padecer”.
Hasta aquí, pensamos que ejemplos como los mencionados permiten entender que el tema de la enfermedad remite al
modo en que las bases biológicas de nuestra especie se alteran
con suma frecuencia. Pero, también, a otros aspectos relacionados con la cultura, en virtud de anteponer un discurso no científico que abriga el diálogo y la comprensión integrales del cuerpo
enfermo e infectado. Aludimos, en particular, al uso cultural y
creativo de un tema que colige la descripción subjetiva del “padecer” físico; que supone el relato comunicativo de la oscuridad y,
sin embargo, ofrece alternativas simbólicas para valorar el orden
de lo vital, su alteración y final o regeneración.
Por lo demás, el tema literario de la enfermedad implica el
aspecto descriptivo de las dificultades que favorecen que ésta se
dispare y salga de control, generando contrariedades públicas
para las cuales no hay soluciones, dadas las condiciones sociales
imperantes.
Debido luego a la vigencia de esta clase de situaciones conviene pensar en la aparición reciente de algunas obras literarias
que han indagado, imaginariamente, en las resultas materiales
de la enfermedad y han dado cuenta de las desigualdades existentes que aquejan a la población e impiden enfrentar los retos
del mal. Tal abordaje, en fin, debe entenderse como parte de un
acercamiento luminoso a aquellos dilemas vinculados, por ejemplo, con la crisis medioambiental: crisis que ha generado fenómenos antes desconocidos derivados de la contaminación; o
también con la precariedad de la sanidad pública, que afecta el
bienestar y desarrollo integrales de muchos sectores. A eso nos
referimos, en principio, cuando mencionamos los criterios de
una apuesta literaria que capta los problemas del mundo y reflexiona sobre la cuestión oscura de que, en términos prácticos, la
representación artística de la enfermedad busca hacer pensar en
las desventajas de quienes se desenvuelven en entornos caóticos
y desequilibrados. Por lo mismo, el discurso moralizante o religioso, encargado de legitimar los efectos positivos de la enfermedad, en esta literatura no tienen cabida debido a que lo que
pretende es plasmar un discurso poco esperanzador que cuestiona las condiciones existentes del “padecer” y no solo eso: que
advierte sobre las de futuro.
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3. Los días de la peste y sus tres mundos (enfermos)
En este trabajo nos interesa detenernos en un libro que trata el
tema anterior: el de la enfermedad infectocontagiosa y sus secuelas. Nos referimos a Los días de la peste, del escritor Edmundo
Paz Soldán: libro en el que se muestran las afecciones totalizadoras del malestar físico y se toman en cuenta las características,
muchas veces sombrías, de contextos como los hispanoamericanos.
Ello, en especial, supone que su autor comprende los fenómenos narrados sin calcar esquemas establecidos por otras
propuestas; es decir, que latinoamericanice su obra a fin de mostrar las implicaciones de la enfermedad, pero también el modo
en que se les encara y sobrelleva en el marco de una realidad inestable y disfuncional donde se manifiestan situaciones azarosas e
injustas motivadas por la corrupción y avaricia de la clase gubernamental, por no hablar de otros males endémicos que impiden
mejores condiciones vitales y que, siguiendo la reflexión de Julián Andrés Caicedo Ortiz, se centran
en la reproducción de la paradoja debilitamiento (fracaso)fortalecimiento (éxito). El debilitamiento de la forma-Estado,
como principio relacional y estructural que marca el inminente ocaso de la sociedad; y el fortalecimiento del aparato estatal, a través de reformas económicas, administrativas,
políticas, etc., con la idea de generar un escenario "ideal" para
la implementación sistemática de una economía de mercado
que revierte el sentido de la estatalidad como totalidad y lo
atomiza (166).
Por tal motivo, en el presente artículo nos interesa señalar
la lógica de los planteamientos de Paz Soldán al abordar el nexo
confinamiento-enfermedad y describir situaciones gestadas frecuentemente en “el padecer” de la cárcel: ese universo angustioso
y atroz concebido como ejemplo de lo que el “debilitamiento de
la forma-Estado” genera, y del que José Manuel Camacho Salgado menciona que encarna los males del mundo neoliberal tras
concentrar “lo más sórdido y abyecto de la sociedad” (141). Así,
considerando esta reflexión sistémica proponemos señalar que
Paz Soldán, al igual que otros autores latinoamericanos del siglo
pasado como Álvaro Mutis (Diario de Lecumberri 1960) o José
Revueltas (El apando 1969), recalca las inercias dolorosas del encierro, evidenciando la gestión errática de un espacio colectivo
que, por un lado, debería regenerar a las personas y, por otro, se
convierte en un excepcional campo de cultivo para la propagación de la enfermedad infectocontagiosa. Asimismo, entendemos
que este acercamiento literario le permite ofrecer una descripción muy compleja 1) del poder y su modus operandi y 2) del
culto religioso que ahí se gesta, en vista de que ambas cuestiones
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dramatizan los alcances temáticos de la obra si se piensa en que
el primero es responsable de controlar a los presos y ver por su
bienestar e integridad física, y en que el segundo, en el marco textual de la novela, genera respuestas trascendentales ante la adversidad y permite confrontar la acción coercitiva de la ley. Por
ello, para nosotros el planteamiento de Paz Soldán de vincular la
cuestión de la enfermedad con la del poder y la del culto religioso
favorece la plasmación de una trama literaria en la que las situaciones se corresponden a cabalidad y dan pauta a buena parte de
los sucesos narrados.
En sí, somos de la idea de que los esfuerzos por describir
las consecuencias generales del mal impulsan a Paz Soldán a
crear una novela sugerente, intensa y demoledora que, como
pieza realista, expresa cientos de situaciones prosaicas y oscuras.
De igual forma, a precisar la negligencia de las instituciones oficiales para controlar la propagación de la enfermedad infectocontagiosa (la peste), debido a que sugiere que tal incapacidad es
consecuencia directa de una serie de anomalías sistémicas derivadas del adelgazamiento del Estado y del establecimiento de ese
modelo de crecimiento económico que prioriza la riqueza de pocos (Martin de Vasconcellos).
De hecho, el que a la prisión donde surge la enfermedad se
llame la Casona habla del esquema público al que responde,
puesto que se trata de mostrar y señalar que estamos ante una
casa grande y antigua que ha sido adaptada y transformada mil
veces para funcionar como local destinado a la reclusión. Razón
por la cual, desde el principio, la peste (enfermedad) encuentra
en ese espacio social un lugar idóneo para su expansión: repetimos, una casa grande (prisión) en la que se han realizado adaptaciones recurrentes a través del tiempo, pero en la que nunca se
han considerado medidas sanitarias para garantizar la seguridad
e integridad físicas de sus huéspedes y pobladores, tal como
muestran las siguientes líneas:
Edificios que eran conventillos, rodeados por galerías en torno
a un patio, y unidos a otros edificios a través de pasillos con
nombres desalentadores, el del Desconsuelo y el del Desengaño y el de los Lamentos. Paredes de ladrillo, techos de calamina, cuartos y puertas sin barrotes. Carpinterías, quioscos,
bares y restaurantes. Niños y mujeres junto a los hombres, incluso ancianos. Olor a frituras en el aire, puestos de comida
rodeado de comensales. Una cárcel que no lo parecía, excepto
por las torres de vigilancia, los pacos de mirada a veces hosca
y otra cansina, y las murallas que la separaban de la ciudad,
con rollos de alambre de púas y vidrios de botellas rotas en su
parte posterior (34).
De principio a fin, Paz Soldán alude a esta clase de problemáticas internas con la idea de referir las condiciones espaciales
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en que se desenvuelven buena parte de los personajes, quienes
experimentan “una sensación opresiva en los patios baños celdas”, a causa de que “Demasiados humanitos [malviven] en la
Casona” (137). El planteamiento que hace, por tanto, colige la
mención de una arquitectura alterada y moldeada: de una construcción convertida y arruinada donde se dan toda clase de aberraciones físicas y psicológicas y donde además surgen los
primeros casos de una enfermedad que amenaza con desbordarse y convertirse, para el resto de la población, en un “show”,
en un “Gran circo [...] de perpetuo antagonismo” (215). Consecuentemente, este argumento explica el porqué Paz Soldán insinúa que la Casona es la imagen universal del mal y de la
perdición, de la muerte y la vulnerabilidad de aquellos que tienen
la desgracia de vivir ahí por los motivos que sean; y también, el
porqué considera que, como otras casas lúgubres de la literatura,
secunda la gestación de un caos imparable, continuo, volcado a
martirizar a sus habitantes, pues en ese lugar, según expone Jesús Montoya Juárez, se manifiesta con claridad una visión mercantil y distópica de los sujetos que solo cuentan con sus “cuerpos
convertidos en desecho”, concretando el “más llamativo resto arqueológico de nuestro presente” (163-164).
Dada la apuesta integral de Paz Soldán, y las implicaciones
mencionadas, su novela Los días de la peste gira en torno a tres
temas interconectados entre sí, que son:
1. el tema del mundo biológico;
2. el tema del mundo carcelario y
3. el tema del mundo religioso.
Como se comentó, la relación que Paz Soldán establece entre estos mundos concretiza una historia vinculante donde el uso
literario de los elementos biológico, carcelario y religioso visibiliza la precariedad permanente de los cuerpos desamparados, de
los cuerpos olvidados; de modo que su planteamiento implica la
reflexión de que en el espacio lúgubre de la Casona se desenvuelve un conjunto de entes precarios que padecen o corren el
riesgo de padecer la enfermedad infectocontagiosa, y que en la
medida en que carecen de rentabilidad, de acuerdo con la perspectiva del utilitarismo capitalista, se ven manipulados, cosificados y sacrificados. Esto, desde luego, comprendiendo que para
Paz Soldán una de las posibilidades de lectura de Los días de la
peste apunta también a lo que mencionábamos con antelación, al
señalar el matiz que el tratamiento artístico de la enfermedad adquiere cuando se prioriza un acercamiento que valora y asimila
aspectos culturales, capaces de mostrar con intensidad “la experiencia subjetiva del doliente”, la crisis psicológica que desata y
que para efectos del relato intensifica su verismo y singularidad.
4. “Animalitos invisibles”, “pacos” y Ma Estrella
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En el caso del mundo biológico Paz Soldán ofrece una explicación
literaria de la enfermedad que aclara el porqué de sus consecuencias. Y es que, en sí, ese es uno de sus planteamientos centrales,
en cuanto a señalar que los problemas de salud a menudo se complican dada la mala gestión de las autoridades, las cuales suelen
carecer de medios suficientes para atender las necesidades materiales de la población, tal como se observa en ese “antiparadigma
social” que es la Casona: “espacio inmenso atiborrado de gentes
miserables, culpables o no” (Camacho Salgado 141), cuyos controles médicos resultan ser tan limitados y precarios que jamás
impiden la aparición de “todos los virus habidos y por haber”
(Paz Soldán 53). Es por ello que nuestro escritor señala un aspecto importante para el avance de la novela: el de las confrontaciones entre los campos científico y político; confrontaciones
que, en el fondo, aluden a las condiciones operativas del primero,
puesto que en Los días de la peste la clase política concibe a los
presos como “cuerpos convertidos en desecho”; pero, al mismo
tiempo, confrontaciones interpretativas que señalan diferencias
en la manera en que se acercan al mundo de lo material y, más
en especial, al de lo biológico: mundo en este caso invisible, que
no se observa a simple vista y sin embargo es causante de que en
la Casona se lidie de “tanto en tanto con el cólera y la malaria,
plagas impredecibles que asomaban su cabeza histérica y se marchaban dejando una lluvia de muertos” (53). Dicho lo anterior,
leer Los días de la peste como una lucha entre campos contrapuestos es factible, máxime si se consideran los contrastes que
Paz Soldán establece y lo llevan a exhibir las prioridades de uno,
que encuentra fortalezas en la investigación y aplicación del conocimiento, y otro, que posee activos en el orden de la interacción
y la ley, olvidándose de la “experiencia subjetiva del sufriente”,
de su bienestar y mejora, por no hablar de su reinserción social.
De hecho, a partir de este punto percibimos el nexo discursivo que Paz Soldán establece entre la Casona (espacio disfuncional) y la posible causa de los contagios: la convivencia habitual
con los “murciélagos” (15): vale indicar, quirópteros contiguos,
próximos, cercanos que, en diferentes momentos, evidencian el
tipo de anomalías que se dan en la Casona, toda vez que ese lugar
funciona como un espacio insano y pernicioso en el que viven 1)
seres humanos y no humanos y en el que 2) jamás se han tomado
medidas adecuadas para atender las causas de la enfermedad:
Los murciélagos sobrevolaban el patio, zumbando agitados
con su patagia cerca de nuestra cabeza. Grandotes y hocicudos, recordaban a los del hospital de aves, que los doctores a
veces operaban pese a que no eran aves. Eso sabíamos, los
murciélagos eran mamíferos. Entre vuelo y vuelo descansaban en las paredes y aleros del techo del edificio principal,
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incomodándose entre ellos, creando un manto negro que se
alargaba sin descanso y se movía y respiraba (15).
El nexo entre la Casona y los murciélagos que descansan
cerca de los presos muestra la articulación simbólica de un espacio anómalo que favorece el brote de la enfermedad y, por ello,
de un universo biológico que se expande. De ahí que es frecuente
imaginar sus estragos, como cuando Rigo, uno de los personajes
del libro, plantea la existencia de “mundos circundantes de hombres y animales” donde el “Todo se llena con pompas de jabón
multicolores que surgen y perecen siempre nuevas”, al grado de
que en “cada una de ellas hay un mundo entero, tan pequeño y
modesto como rico y maravilloso” (82).
Dicho planteamiento, que articula la preexistencia fáctica
de un universo imperceptible en los intersticios de la Casona, a
Paz Soldán le sirve para concebir un texto poderoso en el que jamás escatima detalles al representar la imagen de la enfermedad
(peste); cuestión que, al final, le reditúa bastante, ya que cuando
traza situaciones oscuras como las de la sombra de ese “manto
negro” que los murciélagos proyectan en las paredes de la Casona
o como las del engendramiento de ese “mundo entero”, que es el
de la infección, dichas situaciones se convierten en parte de la
explicación del “padecer”; un percance mortal que, aunque “pequeño y modesto”, violenta las condiciones en que ¿viven? un
sinfín de personajes marginales, encabezados por asesinos, drogadictos, celadores, prostitutas y enfermos. Digamos por tanto
que de tal cruce se desprende el correlato secreto de la Casona:
un lugar indigno donde los seres no humanos procrean la aparición microscópica de ese mundo “rico y maravilloso” y en el que,
cómo negarlo, los seres humanos lucran con el poder, someten a
sus semejantes y los condenan a condiciones degradantes que exponen a la enfermedad.
Más adelante, la evidencia biológica de estos “mundos circundantes” se reitera en el momento en que La Doctora, otro de
los personajes del libro, se va a descansar a su habitación y sueña
con la imagen de los “animalitos tan diminutos que un microscopio óptico normal no podría captarlos”:
Animalitos invisibles flotando por millones en el mundo, una
danza continua. En sus sueños aparecían como en las imágenes del microscopio electrónico, figuras esféricas, de color entre verdoso y azul, atacando células del color de la piel para
infectarlas. A veces tenían la forma de gusanos relampagueantes, moviéndose de aquí para allá en busca de sus anfitriones
para parasitarlos (110, 112).
En cierto modo la reflexión que surge, debido a tal representación de los “mundos circundantes”, sugiere que la Casona
también es esa especie de zoológico asfixiante en el que se
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observa la convivencia forzada de una animalidad perceptible,
humana (los presos, guardias, administrativos, personal médico...) y no humana (los murciélagos), y una imperceptible, aunque identificada gracias a “las imágenes del microscopio
electrónico” (los “Animalitos invisibles”); precisión que, a simple
vista, establece el sentido literario de Los días de la peste, en
tanto obra compleja que gesta vínculos entre el orbe material e
inmaterial o, más bien dicho, entre el orbe prefigurativo, carente
de normas, y aquél en el que los cuerpos se maltratan y enferman.
Mencionemos así que Los días de la peste muestra las tramas orgánicas del mundo carcelario y que, contra lo que se supondría al
detallar las claves reconocibles de una historia realista, manifiesta esa atracción vigorosa por “lo más pequeño”, de acuerdo
con el epígrafe que abre el volumen atribuido al científico alemán
Jacob von Uexküell en sus Cartas biológicas a una dama (1920)
y que dice: “Todo, hasta lo más pequeño, muestra un orden, un
sentido y un significado, todo en el mundo biológico es armonía,
todo melodía” (7).
De este planteamiento surge la propuesta estética del libro
de Paz Soldán que mantiene e impulsa una historia tétrica, de
motivos góticos, en la que hay personajes anti-heroicos y aterradores, nocturnos y vampíricos que se confrontan en los laberintos pestilentes de la Casona, a la vez que seres invisibles,
fantasmagóricos y diminutos, que solo se observan gracias a la
eficacia de los recursos tecnológicos.
Respecto al tratamiento narrativo del mundo carcelario,
Paz Soldán abunda en la descripción minuciosa de la marginalidad, plasmando una visión decadente de los cuerpos hacinados y
enfermos, los mismos que se pierden y desdibujan en la estrechez
de la Casona: ese lugar inhóspito, falto de protocolos y normas
para reformar a las personas, o por lo menos para garantizar su
integridad, y en el que, gracias a las condiciones de insalubridad
existentes, las afecta por igual, pues ahí están condenadas a vivir
en una “horrible sopa de bacterias” (173). Lo cierto es que, en este
detalle, la Casona es democrática; no así en el del ejercicio del
poder, que vinculamos con el mundo del encierro: mundo despiadado y atroz donde prevalecen fuerzas múltiples y contrapuestas que favorecen prácticas como el soborno y la corrupción,
según se observa en el siguiente párrafo cuando los guardias de
la Casona sacan provecho de su estatus y efectúan acciones de
control ajenas a la instancia oficial:
Los arrestados de la noche anterior estarían durmiendo en el
primer patio y en las escaleras que daban al segundo y tercer
piso, y los pacos rogarían entre bostezos que alguno tuviera
billete, para exprimirlos y justificar la larga noche de turno.
Arrestados de los que ni siquiera se enteraba el Gobernador,
que entraban y salían por el portón principal después de pagar
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el peaje y estarse unas horas sin hacer nada. Había quienes se
quedaban para siempre porque no tenían billete o nadie los
reclamaba o descubrían que el lugar no estaba mal (16-17).
En general esa es la lógica habitual de la Casona, por lo
que no es de sorprender que en dicha prisión la entelequia funcional de la justicia desaparezca por completo así como todo paradigma de instrucción individual. Ahí, por desgracia, “los pacos”
ejercen su prepotencia con impunidad, arrestando al amparo de
la oscuridad e incentivando que se den situaciones inconcebibles
como las de esa “danza continua” y macabra del hacinamiento
corporal que favorece que los “Animalitos invisibles” floten y se
reproduzcan.
Insistimos: Los días de la peste presenta un torrente de
imágenes apocalípticas, demenciales y aterradoras que sintetizan
las injusticias perpetuadas entre seres de una misma especie,
confinados, maltratados e infectados. Por consiguiente, mete de
lleno al lector en el universo pestífero del espacio oficial donde
conviven los demonios de la muerte, la locura y la impunidad,
debido a que su autor ha concebido un espacio distópico que, siguiendo las reflexiones de Montoya Juárez, funciona
como un hipercuerpo, en la medida en que absorbe o pone en
circulación el material biológico de los diferentes seres que lo
habitan, donde la idea de la conectividad no necesariamente
pasa por la de la comunicación efectiva a escala humana, sino
que más bien funciona según una escala matérica que concilia
conectividad e incomunicación [,encontrando la] analogía
más evidente [...] en el virus que se expande por la prisión, que
obliga a tratamientos intravenosos, transfusiones sanguíneas
en la sala del cólera, intercambios de fluidos en los numerosos
episodios donde los personajes tosen, vomitan o sangran unos
sobre otros (181).
Por otra parte, en Los días de la peste un aspecto importante es el religioso: aspecto central que se vincula, por supuesto,
con los otros dos (el biológico y el carcelario) y que, en la medida
en que se contrapone a los determinismos causales de las leyes
físicas y sociales, brinda matices llamativos para captar la manera en que los cuerpos devorados y atrofiados se vuelcan a la
espiritualidad, a fin de encontrar respuestas trascendentales y
simbólicas que expresen el sentido de la enfermedad y el del rol
activo que deben asumir al confrontar a la autoridad; en pocas
palabras, aludimos a un mundo religioso que fortalece las creencias de esos “Demasiados humanitos” olvidados por la civilización y que solo al aferrarse a la tabla salvífica de la fe sobreviven
a la violencia cotidiana de los “pacos” y a la infección mortal de
los “Animalitos”.
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Pero a la postre, ¿de qué religión hablamos, que a Paz Soldán le sirve para nutrir su propuesta? Desde luego que no de
aquella que se ha impuesto en contextos como los latinoamericanos (la religión católica) y que, mediante sus valores, ha establecido prerrogativas asimiladas y reconocibles que garantizan la
vigencia del statu quo y su renovación (Ramírez Cazadilla). Más
bien, en esta novela hablamos de una cuestión especial que tiene
implicaciones singulares desde el punto de vista de la narración:
esto es, hablamos de una religión inventada; de una religión literaria, gracias a la cual el escritor boliviano da rienda suelta a su
imaginación sin cerrar los ojos a las prácticas del orbe social-material.
La concepción artística-literaria de Paz Soldán de Ma Estrella, para este fin, resulta fascinante pues no solo concibe un
personaje bastante poderoso, que mueve las fuerzas contrastivas
de la narración: sino que incorpora valores identificables de la
cultura popular en auxilio de esa propuesta estética que desdibuja el mensaje objetivo del exterior. Prestando atención por ello
a la religiosidad y sus iconos, Paz Soldán describe una estampa
cismática de la fe cuya violencia secunda la contraparte de ese
mensaje redentor; huelga decir, de ese mensaje transformativo
que, por un lado, encuentra en el marasmo de las cosas su razón
de ser y, por otro, y para efectos prácticos, se impone a través del
culto a una entidad: la de Ma Estrella, mejor conocida como la
Innombrable: esa efigie superior, de carácter misterioso, gracias
a la cual los presos, los dementes, los enfermos y el resto de los
“humanitos” marginales que celebran su poder encuentran la
imagen macabra de la retaliación, puesto que se trata, según se
señala, de la “diosa” (13) de la oscuridad, que ilumina como nada
ni nadie las tinieblas carcelarias1.
Ma Estrella es el centro enfermo de ese mundo biológico,
carcelario y religioso y el espejo donde se reconocen los apestados, especialmente al envalentonarse y convertirse en soldados
de una fe indestructible a la que nadie es capaz de confrontar. Y
esto porque, como se afirma, su culto viene desde años atrás,
desde “tiempos inmemoriales”, sobreviviendo “más bien como
“El culto a Ma Estrella [...] deidad de la venganza que aparece en las tallas y
dibujos con un cuchillo entre los dientes, convive con la ortodoxia cristiana en
la Casona. A ‘La Innombrable’ se le ofrece toda clase de sacrificios animales, e
inclusive humanos, como las “santitas”, cráneos de cerámica o reales que
adornan los altares de la prisión. El rito, de nuevo, nos remite al ritual de las
‘ñañitas’ (así llamado por carecer las calaveras de nariz), que se da en ciertas
prácticas religiosas sincréticas [de Bolivia], de influencia indígena [...] de
nuevo, esa nota de aparente color local se halla atravesada por referencias globalizadas. [...] Afirma Paz Soldán que [...] fue decisivo un viaje a la India que
hizo en 2012. En Ma Estrella, [...] la iconografía cristiana se confunde con la
de la diosa Kali, de aspecto aterrador y habitualmente con un cuchillo en la
mano” (Montoya Juárez 168).
1
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algo marginal” basado en “un mensaje de venganza” dirigido a
“los humanos” en su conjunto; como un “mensaje” de muerte
cuyo contenido, apocalíptico, abriga la desesperanza no de algunos si no de “todos” (92), incluidos los “pacos” y los corruptos.
Precisemos por tanto que, alimentada por la frustración histórica
de la miseria, de la colonización y del ninguneo, la fe en la Innombrable es la fe en la muerte y la rudeza; es la fe en el apocalipsis que acabará con la vida de los hombres y las mujeres y hará
de la peste su arma de destrucción: esa enfermedad que se trata
desde una mirada cultural y que muestra la convalidación simbólica del sufrimiento físico, pero sobre todo el de la fe para lidiar
con cualquier padecimiento corporal y, como sucede en este caso,
envalentonar a los cuerpos desfavorecidos, maltratados por un
sistema distópico y mercantil que los ha convertido en desechos
biodegradables, carne de cañón explotable del lobo humano.
Concebido en esos términos, el mundo de lo religioso es
un activo literario muy destacado en Los días de la peste, que a
Paz Soldán le brinda la oportunidad creativa de concebir una novela extraña que dialoga con otras como Sobre héroes y tumbas
(1961) de Ernesto Sabato, La guerra del fin del mundo (1981) de
Mario Vargas Llosa, La virgen de los sicarios (1994) de Fernando
Vallejo o Nuestra parte de noche (2019) de Mariana Enríquez:
novelas donde resulta evidente que el tema del culto trascendental se vincula con el de la violencia y el mal. Por ende, creemos
que Paz Soldán muestra alcances similares al discurrir en ese tópico cultural (el religioso) que jamás abriga imágenes amables
del dogma y que, tras potenciar a figuras como Ma Estrella, exhibe una valoración de la fe que rechaza formulismos predecibles. Deteniéndose en la lectura simbólica que el cuerpo marginal
hace, describe los procedimientos salvíficos de ese conglomerado
humano que asume los riesgos civiles de una veneración.
5. Consideraciones finales sobre la interconexión de
tres mundos en Los días de la peste
Tomando en cuenta lo expuesto, es fundamental entender que,
en Los días de la peste, la suma de estos mundos relacionados
con lo biológico, lo carcelario y lo religioso articula un discurso
imaginativo de la enfermedad que mueve a pensar en la intemperancia habitual de aquellos que han sido olvidados por la sociedad y que, al convivir en el “antiparadigma” de la Casona, se
ven forzados a padecer múltiples vejaciones, sometimientos y
perjuicios. Concebida pues como una imagen total del malestar,
asumimos que la novela expresa las voces silenciadas de los cuerpos infectados, precisamente cuando estos conviven con la enfermedad y lo único que detentan es la fuerza transmitida por Ma
Estrella: una fuerza simbólica que justifica el desacato de la autoridad y la práctica de la venganza dirigida a aquellos que,
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culpables o no, pertenecen a la categoría sistémica de los cuerpos
sanos, no infectados, favorecidos por el orden capitalista y para
quienes las condiciones de vida de la Casona pasan desapercibidas. Lo cual explica el que el mensaje de Los días de la peste
reitere un contenido aciago, atroz y demoledor, enfocado en el
tratamiento relacional del cruce de los mundos indicados; un
contenido terrible, denso y luminoso que refiere la interpretación
del significado que el referente sagrado-cultural adquiere para el
cuerpo pestífero, sobre todo cuando se ubica —o es ubicado— al
interior de un espacio administrado por funcionarios corruptos.
La reiteración de este planteamiento admite la idea de que
las variables discursivas de la novela no se limitan solo a enfatizar
los efectos individuales del mal físico: también los colectivos, en
la medida en que comunica el tipo de afecciones que provoca en
el marco de un contexto disfuncional y distópico, bastante parecido al del mundo real. En virtud de ello, al revelar las dinámicas
interiores de los mundos biológico, carcelario y religioso Los días
de la peste fundamenta el mensaje sugerente del poderío del primero y del último, en cuanto referir la incapacidad de la institución (la cárcel) para controlar la virulencia mortal del ser
diminuto (el virus) y el influjo anárquico de Ma Estrella (el
icono). En función de tales planteamientos, admitimos el mensaje central de Los días de la peste caracterizado por la presencia
activa de las entidades microscópicas y sagradas, las cuales desencadenan, en el perímetro respectivo de sus mundos, la confrontación infecciosa con el poder y sus jerarquías. Y es verdad,
cuando nos referimos a la presencia activa de estas entidades lo
que buscamos indicar es que sus consecuencias en ningún momento son benéficas para los marginados que malviven en la Casona. Al contrario, en ambos casos descubrimos la aparición
perjudicial de la enfermedad y de la violencia; la aparición negativa, sin reglas, que vulnera los cuerpos olvidados y, en sentido
amplio, los de aquellos que se encargan de su control.
Con esta novela Paz Soldán concibe un fresco literario de
muchos matices. Interesado en brindar la imagen reconocible y
referencial del orbe carcelario en contextos como los latinoamericanos, crea una obra espeluznante de factura verista que jamás
escatima esfuerzos al detenerse en el tema de la enfermedad y la
manera en que, desde el orbe simbólico, se encara (el “padecer”).
Y ello lo que le exige es enfocarse en la revisión de la práctica religiosa en pos de captar sus influencias en la percepción tanto del
mundo biológico como del carcelario. Una revisión eficaz que
sintetiza la naturaleza de muchos problemas; empero, que asimismo ofrece las claves de un escritor que si algo ha expresado
desde hace tiempo es enorme capacidad para mostrar los sesgos
y matices de la enfermedad social y otorgarle voz al marginal.
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