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Los días de la peste: mundos enfermos, mundos interconectados

Revista Letral

En este artículo se analiza el tema central de la novela Los días de la peste (2017), del escritor Edmundo Paz Soldán: la enfermedad infectocontagiosa. Partiendo de los efectos mortales de la convivencia forzada, se estudian, especialmente, los cruces que se dan entre tres mundos cercanos o próximos, gestados y reproducidos en los límites del espacio precario-insalubre (la Casona); estos son, los mundos biológico, carcelario y religioso: orbes que se interconectan entre sí para sostener a una historia macabra, que no cesa, y que a través de sus voces corales manifiesta el peso insufrible de la injusticia y la sinrazón. Se parte también, en este trabajo, de la noción del “padecer”, como correlato subjetivo de la enfermedad, que prioriza la imagen del sujeto-cuerpo minado en un contexto problemático, injusto y desigual.

N.º 27, julio de 2021 Los días de la peste: mundos enfermos, mundos interconectados Los días de la peste: Sick Worlds, Interconnected Worlds Francisco Javier Hernández Quezada Universidad Autónoma de Baja California, México/ [email protected] ORCID: 0000-0002-2872-8517 Date of reception: 31/10/2020 Date of acceptance: 16/02/2021 Citation: Francisco Javier Hernández Quezada, “Los días de la peste: mundos enfermos, mundos interconectados”, Revista Letral, n.º 27, 2021, pp. 176-192. ISSN 1989-3302. DOI: http://dx.doi.org/10.30827/ RL.v0i27.16491 Funding data: The publication of this article has not received any public or private finance. License: This content is under a Creative Commons Attribution-NonCommercial, 3.0 Unported license. RESUMEN Este artículo analiza el tema central de la novela Los días de la peste (2017), del escritor Edmundo Paz Soldán: la enfermedad infectocontagiosa y sus efectos en la Casona, esa cárcel disfuncional donde los internos son sometidos a un sinfín de abusos físicos y psicológicos y se convierten en despojos humanos carentes de rentabilidad social. Enfatizando las implicaciones de la convivencia forzada, el artículo estudia el tratamiento literario de un escritor que plasma el desarrollo del mal pestífero y la manera precaria en que los responsables de atenderlo se hacen cargo de éste, así como las respuestas desesperadas de los prisioneros al reconocer los lastres fatídicos de su condición y encontrar en el culto religioso un referente simbólico que los empodera y confronta con la autoridad. Palabras clave: cárcel; enfermedad infectocontagiosa; religión; violencia; cuerpo. ABSTRACT This article analyzes the central theme of the novel Los días de la peste (2017), by the writer Edmundo Paz Soldán: the infectious disease and its effects on La Casona, that dysfunctional prison where inmates are subjected to endless physical abuse and psychological and become human remains devoid of social profitability. Emphasizing the implications of forced coexistence, the article studies the literary treatment of a writer who reflects the development of pestiferous disease and the precarious way in which those responsible for taking care of it, as well as the desperate responses of the prisoners when recognizing the fatal burdens of their condition and finding in religious worship a symbolic reference that empowers and confronts them with authority. Keywords: jail; infectious disase; religion; violence; body. Francisco Javier Hernández Quezada 1. Notas sobre la enfermedad y la literatura Es notorio que los problemas del mundo no pasan desapercibidos para muchos escritores en el sentido de entender que una de las posibilidades utilitarias de su labor consiste en difundir mensajes referenciales sobre el espacio en que se desenvuelven y actúan. Atentos a los dilemas del exterior, expresan una compleja mirada de las cosas con la certeza de que lo que representan, más allá del sentido artístico de su función, tiene esa capacidad de mostrar un acercamiento a lo perturbador, a lo inseguro, a lo incierto, en pocas palabras: a lo que confronta al individuo consigo mismo y con los demás y revela ese “acontecimiento artístico vivo [...] en el que la obra es un momento del acontecer” (Bajtín 166). A lo largo de la historia, es evidente que diversos autores han manifestado tal suerte de vocación circunstancial, exponiendo la lógica de un discurso sensible que pocas veces es indiferente a las dificultades sociales. En lo fundamental, se trata de una propuesta creativa que indaga en el sufrimiento de los demás, en términos de que dicha propuesta no supone dejar de responder a la leyes del universo autónomo de la obra ni tampoco de plantear la cuestión de que la experiencia estética es esa experiencia comunicativa que señala el poder destructivo de la afección y resume la manera en que las situaciones dan lugar a hechos extraordinarios que minan la fortaleza física e intelectual del yo; esa experiencia verbal que refleja el sufrimiento ajeno al sentir “el cuerpo y el alma” (109). Una temática relevante, que se vincula con lo anterior y que ha sido abordada a través de los años, ha sido la de la enfermedad infectocontagiosa: temática desafiante que ha motivado a más de uno a analizarla y concebirla como esa manifestación perturbadora de la existencia terrenal que coloca a la persona en el estadio crítico de la incertidumbre y la vaguedad o, en el mejor de los casos, en el de la intervención del orden cultural que, como asevera el antropólogo Clifford Geertz, favorece la aparición de un sinfín de actos simbólicos que establecen “vigorosos, penetrantes y duraderos [...] estados anímicos en los hombres” (89). Lo cual, en definitiva, ha supuesto esa iteración discursiva que subraya aspectos como los de la precariedad del grupo social después de padecer los efectos de la infección y no poder hacer nada, salvo esperar el final. O, de igual modo, que enfatiza cuestiones ideológicas como las de la futilidad del mensaje especista, en el sentido de comprender que frente a la aparición súbita de la enfermedad los escenarios futuros del individuo son cambiantes y nada ni nadie le garantiza salir inmune del “lado nocturno de la vida” (Sontag 5). Es decir, escapar de ese universo sombrío del desconsuelo y del dolor que deniega acuerdos y certezas de lo normal, privativas en muchos de nuestros criterios —luminosos— de verdad. 177 Los días de la peste: mundos enfermos... Obras relevantes para la cultura occidental como Decamerón (1349-1352), de Giovanni Boccaccio o Muerte en Venecia (1912), de Thomas Mann, por no mencionar otras que han abordado el tema, muestran el tipo de vivencias negativas que se generan cuando la enfermedad transmisible se sale de control y pone en riesgo las bases existentes de la civilización. O cuando, al mismo tiempo, recalan en la capacidad innata de los seres humanos para transformarse y adaptarse a nuevas circunstancias a pesar de los sacrificios materiales que deban hacer. Visto de otra manera, no es descabellado suponer que el trabajo literario con la enfermedad fundamenta la representación escrita de situaciones agudas, penetrantes e intensas, dado que al final lo que está en juego es la verificación activa de un problema, la constatación formal de sus estragos, independientemente de que el medio utilizado para tal fin apele a la estética y a la sensibilidad y se dirija a potenciar las oportunidades hermenéuticas de la experiencia creativa, la cual, no obstante, implica la asimilación efectiva de una retahíla de desconciertos (Utrera Torremocha). El trabajo creativo con este tema colige, por ende, el uso de una escritura dolorosa, triste e incierta, concebida para demostrar la fragilidad de la especie humana, sobre todo cuando se enfrenta a una situación incontrolable para la que no está preparada y que poco a poco, o de forma intempestiva, modifica prácticas de vida, actividades, visiones del mundo. Por eso es que la literatura de la enfermedad infectocontagiosa es una literatura trágica que muestra la crisis del sujeto, lo que advierte que sus temáticas se ven determinadas por la aparición del mal físico, hasta el punto de obligar al escritor a escudriñar las situaciones que produce y le permiten brindar cuadros complejos de la convivencia humana, de sus sufrimientos y aprendizajes. 2. Infecciones antiguas-contemporáneas y “el padecer” En el caso latinoamericano, es fácil hablar de una tradición narrativa que se ha detenido en el asunto oscuro de la enfermedad y que, tal vez, encuentra su anclaje más remoto en algunos documentos del periodo colonial, luego de gestarse la creación de un “archivo” histórico (González Echevarría) que ordenó las maravillas simbólicas y materiales del Nuevo Mundo. Solo que, como es sabido, nos encontramos frente a documentos no literarios que relataron las afecciones generadas: documentos alusivos y elusivos que mostraron la cara amable de los estragos e insistieron, más de una vez, en la idea rentable y monológica de que la humanidad, por más intentos que haga, está limitada al momento de esquivar los designios mortales del Señor (Lovell y Noble). Evidentemente, en semejantes documentos es poco o nada frecuente que prive la mirada crítica de la violencia física (Todorov) o de la guerra bacteriológica que se desató en el seno de las 178 Revista Letral, n.º 27, 2021, ISSN 1989-3302 Francisco Javier Hernández Quezada comunidades nativas (Crosby jr.). Lo cual se explica gracias a la naturaleza retórica de sus metas, consistentes en nombrar el proceso expansivo de la conquista y de paso relatar, desde una perspectiva religiosa, el efecto moralizante de la enfermedad: o sea el efecto súbito, imparable, de esa noche final que cegó la vida de miles de personas y precipitó la crisis de sus culturas (Viesca). Más allá entonces de la rentabilidad buscada o de la impericia comunicativa tras enunciar los activos del otro, documentos como los de Fray Toribio de Motolinía (Historia de los indios de la Nueva España, 1848) o Fray Diego Durán (Historia de las Indias de la Nueva España e islas de Tierra Firme, 1581), inscritos en esta categoría, esquematizan imágenes del malestar, convirtiéndose en antecedentes discursivos de esa escritura elocuente y eventual que retrata el “lado oscuro de la vida”. Y que asimismo incide todavía en el debate público de muchos dilemas, ya que expresa “las formas de ser” que el fenómeno de la enfermedad genera y que, de acuerdo con Leonardo Viniegra-Velázquez, favorece la comprensión alternativa del trastorno físico “más allá del ámbito nosológico y técnico” de la medicina para “incursionar” en el padecer (la experiencia subjetiva del sufriente), en la esfera psicosocial (el entramado de vínculos con alto significado afectivo propios de la experiencia vital de cada quien), en las formas de vivir; en las situaciones, circunstancias y condiciones de existencia; en las tradiciones y creencias [vinculadas con] “lo cultural” [entendido] aquí como todo aquello que nos hace humanos, nos diversifica y nos distingue del mundo natural (532). En Latinoamérica esta incursión “en el padecer” individual y subjetivo ha pautado más recientemente el surgimiento de una expresión escrita bastante interesante que, partiendo de la vivencia testimonial o de la propuesta inventiva, indaga en las alteraciones producidas por la aparición del sida (Vaggione): enfermedad infectocontagiosa, aún incurable, cuya visibilidad mediática a principios de los años 80 del siglo pasado supuso muchas reflexiones y controversias políticas sobre los derechos civiles, el acceso público a la salud, el conservadurismo, las prácticas sexuales, etcétera (Platts). Y que, a la postre, se convirtió en materia prima de algunas obras destacadas que establecieron derroteros novedosos como Antes que anochezca (1992), de Reynaldo Arenas, Salón de belleza (1994), de Mario Bellatín o El desbarrancadero (2001), de Fernando Vallejo. Cierto: hablamos de una literatura penetrante, dolorosa y oscura que tras mostrar los alcances generales del sida posibilitó la aparición de discursos reivindicatorios y críticos que exhibieron la precariedad de la comunidad gay como pocas veces se había hecho en nuestro idioma. Y de igual modo que mostraron la 179 Los días de la peste: mundos enfermos... exclusión padecida por quienes, más allá de su preferencia sexual, sufrieron la violencia cotidiana de grupos e instituciones de poder que los estigmatizaron como portadores de un virus mortal. Vista así, esta literatura, creada desde la marginalidad —o volcada en el análisis heterodoxo de sus dinámicas—, se convirtió en ejemplo cabal de una mirada artística que evidenció los efectos del “padecer”. Hasta aquí, pensamos que ejemplos como los mencionados permiten entender que el tema de la enfermedad remite al modo en que las bases biológicas de nuestra especie se alteran con suma frecuencia. Pero, también, a otros aspectos relacionados con la cultura, en virtud de anteponer un discurso no científico que abriga el diálogo y la comprensión integrales del cuerpo enfermo e infectado. Aludimos, en particular, al uso cultural y creativo de un tema que colige la descripción subjetiva del “padecer” físico; que supone el relato comunicativo de la oscuridad y, sin embargo, ofrece alternativas simbólicas para valorar el orden de lo vital, su alteración y final o regeneración. Por lo demás, el tema literario de la enfermedad implica el aspecto descriptivo de las dificultades que favorecen que ésta se dispare y salga de control, generando contrariedades públicas para las cuales no hay soluciones, dadas las condiciones sociales imperantes. Debido luego a la vigencia de esta clase de situaciones conviene pensar en la aparición reciente de algunas obras literarias que han indagado, imaginariamente, en las resultas materiales de la enfermedad y han dado cuenta de las desigualdades existentes que aquejan a la población e impiden enfrentar los retos del mal. Tal abordaje, en fin, debe entenderse como parte de un acercamiento luminoso a aquellos dilemas vinculados, por ejemplo, con la crisis medioambiental: crisis que ha generado fenómenos antes desconocidos derivados de la contaminación; o también con la precariedad de la sanidad pública, que afecta el bienestar y desarrollo integrales de muchos sectores. A eso nos referimos, en principio, cuando mencionamos los criterios de una apuesta literaria que capta los problemas del mundo y reflexiona sobre la cuestión oscura de que, en términos prácticos, la representación artística de la enfermedad busca hacer pensar en las desventajas de quienes se desenvuelven en entornos caóticos y desequilibrados. Por lo mismo, el discurso moralizante o religioso, encargado de legitimar los efectos positivos de la enfermedad, en esta literatura no tienen cabida debido a que lo que pretende es plasmar un discurso poco esperanzador que cuestiona las condiciones existentes del “padecer” y no solo eso: que advierte sobre las de futuro. 180 Revista Letral, n.º 27, 2021, ISSN 1989-3302 Francisco Javier Hernández Quezada 3. Los días de la peste y sus tres mundos (enfermos) En este trabajo nos interesa detenernos en un libro que trata el tema anterior: el de la enfermedad infectocontagiosa y sus secuelas. Nos referimos a Los días de la peste, del escritor Edmundo Paz Soldán: libro en el que se muestran las afecciones totalizadoras del malestar físico y se toman en cuenta las características, muchas veces sombrías, de contextos como los hispanoamericanos. Ello, en especial, supone que su autor comprende los fenómenos narrados sin calcar esquemas establecidos por otras propuestas; es decir, que latinoamericanice su obra a fin de mostrar las implicaciones de la enfermedad, pero también el modo en que se les encara y sobrelleva en el marco de una realidad inestable y disfuncional donde se manifiestan situaciones azarosas e injustas motivadas por la corrupción y avaricia de la clase gubernamental, por no hablar de otros males endémicos que impiden mejores condiciones vitales y que, siguiendo la reflexión de Julián Andrés Caicedo Ortiz, se centran en la reproducción de la paradoja debilitamiento (fracaso)fortalecimiento (éxito). El debilitamiento de la forma-Estado, como principio relacional y estructural que marca el inminente ocaso de la sociedad; y el fortalecimiento del aparato estatal, a través de reformas económicas, administrativas, políticas, etc., con la idea de generar un escenario "ideal" para la implementación sistemática de una economía de mercado que revierte el sentido de la estatalidad como totalidad y lo atomiza (166). Por tal motivo, en el presente artículo nos interesa señalar la lógica de los planteamientos de Paz Soldán al abordar el nexo confinamiento-enfermedad y describir situaciones gestadas frecuentemente en “el padecer” de la cárcel: ese universo angustioso y atroz concebido como ejemplo de lo que el “debilitamiento de la forma-Estado” genera, y del que José Manuel Camacho Salgado menciona que encarna los males del mundo neoliberal tras concentrar “lo más sórdido y abyecto de la sociedad” (141). Así, considerando esta reflexión sistémica proponemos señalar que Paz Soldán, al igual que otros autores latinoamericanos del siglo pasado como Álvaro Mutis (Diario de Lecumberri 1960) o José Revueltas (El apando 1969), recalca las inercias dolorosas del encierro, evidenciando la gestión errática de un espacio colectivo que, por un lado, debería regenerar a las personas y, por otro, se convierte en un excepcional campo de cultivo para la propagación de la enfermedad infectocontagiosa. Asimismo, entendemos que este acercamiento literario le permite ofrecer una descripción muy compleja 1) del poder y su modus operandi y 2) del culto religioso que ahí se gesta, en vista de que ambas cuestiones 181 Los días de la peste: mundos enfermos... dramatizan los alcances temáticos de la obra si se piensa en que el primero es responsable de controlar a los presos y ver por su bienestar e integridad física, y en que el segundo, en el marco textual de la novela, genera respuestas trascendentales ante la adversidad y permite confrontar la acción coercitiva de la ley. Por ello, para nosotros el planteamiento de Paz Soldán de vincular la cuestión de la enfermedad con la del poder y la del culto religioso favorece la plasmación de una trama literaria en la que las situaciones se corresponden a cabalidad y dan pauta a buena parte de los sucesos narrados. En sí, somos de la idea de que los esfuerzos por describir las consecuencias generales del mal impulsan a Paz Soldán a crear una novela sugerente, intensa y demoledora que, como pieza realista, expresa cientos de situaciones prosaicas y oscuras. De igual forma, a precisar la negligencia de las instituciones oficiales para controlar la propagación de la enfermedad infectocontagiosa (la peste), debido a que sugiere que tal incapacidad es consecuencia directa de una serie de anomalías sistémicas derivadas del adelgazamiento del Estado y del establecimiento de ese modelo de crecimiento económico que prioriza la riqueza de pocos (Martin de Vasconcellos). De hecho, el que a la prisión donde surge la enfermedad se llame la Casona habla del esquema público al que responde, puesto que se trata de mostrar y señalar que estamos ante una casa grande y antigua que ha sido adaptada y transformada mil veces para funcionar como local destinado a la reclusión. Razón por la cual, desde el principio, la peste (enfermedad) encuentra en ese espacio social un lugar idóneo para su expansión: repetimos, una casa grande (prisión) en la que se han realizado adaptaciones recurrentes a través del tiempo, pero en la que nunca se han considerado medidas sanitarias para garantizar la seguridad e integridad físicas de sus huéspedes y pobladores, tal como muestran las siguientes líneas: Edificios que eran conventillos, rodeados por galerías en torno a un patio, y unidos a otros edificios a través de pasillos con nombres desalentadores, el del Desconsuelo y el del Desengaño y el de los Lamentos. Paredes de ladrillo, techos de calamina, cuartos y puertas sin barrotes. Carpinterías, quioscos, bares y restaurantes. Niños y mujeres junto a los hombres, incluso ancianos. Olor a frituras en el aire, puestos de comida rodeado de comensales. Una cárcel que no lo parecía, excepto por las torres de vigilancia, los pacos de mirada a veces hosca y otra cansina, y las murallas que la separaban de la ciudad, con rollos de alambre de púas y vidrios de botellas rotas en su parte posterior (34). De principio a fin, Paz Soldán alude a esta clase de problemáticas internas con la idea de referir las condiciones espaciales 182 Revista Letral, n.º 27, 2021, ISSN 1989-3302 Francisco Javier Hernández Quezada en que se desenvuelven buena parte de los personajes, quienes experimentan “una sensación opresiva en los patios baños celdas”, a causa de que “Demasiados humanitos [malviven] en la Casona” (137). El planteamiento que hace, por tanto, colige la mención de una arquitectura alterada y moldeada: de una construcción convertida y arruinada donde se dan toda clase de aberraciones físicas y psicológicas y donde además surgen los primeros casos de una enfermedad que amenaza con desbordarse y convertirse, para el resto de la población, en un “show”, en un “Gran circo [...] de perpetuo antagonismo” (215). Consecuentemente, este argumento explica el porqué Paz Soldán insinúa que la Casona es la imagen universal del mal y de la perdición, de la muerte y la vulnerabilidad de aquellos que tienen la desgracia de vivir ahí por los motivos que sean; y también, el porqué considera que, como otras casas lúgubres de la literatura, secunda la gestación de un caos imparable, continuo, volcado a martirizar a sus habitantes, pues en ese lugar, según expone Jesús Montoya Juárez, se manifiesta con claridad una visión mercantil y distópica de los sujetos que solo cuentan con sus “cuerpos convertidos en desecho”, concretando el “más llamativo resto arqueológico de nuestro presente” (163-164). Dada la apuesta integral de Paz Soldán, y las implicaciones mencionadas, su novela Los días de la peste gira en torno a tres temas interconectados entre sí, que son: 1. el tema del mundo biológico; 2. el tema del mundo carcelario y 3. el tema del mundo religioso. Como se comentó, la relación que Paz Soldán establece entre estos mundos concretiza una historia vinculante donde el uso literario de los elementos biológico, carcelario y religioso visibiliza la precariedad permanente de los cuerpos desamparados, de los cuerpos olvidados; de modo que su planteamiento implica la reflexión de que en el espacio lúgubre de la Casona se desenvuelve un conjunto de entes precarios que padecen o corren el riesgo de padecer la enfermedad infectocontagiosa, y que en la medida en que carecen de rentabilidad, de acuerdo con la perspectiva del utilitarismo capitalista, se ven manipulados, cosificados y sacrificados. Esto, desde luego, comprendiendo que para Paz Soldán una de las posibilidades de lectura de Los días de la peste apunta también a lo que mencionábamos con antelación, al señalar el matiz que el tratamiento artístico de la enfermedad adquiere cuando se prioriza un acercamiento que valora y asimila aspectos culturales, capaces de mostrar con intensidad “la experiencia subjetiva del doliente”, la crisis psicológica que desata y que para efectos del relato intensifica su verismo y singularidad. 4. “Animalitos invisibles”, “pacos” y Ma Estrella 183 Los días de la peste: mundos enfermos... En el caso del mundo biológico Paz Soldán ofrece una explicación literaria de la enfermedad que aclara el porqué de sus consecuencias. Y es que, en sí, ese es uno de sus planteamientos centrales, en cuanto a señalar que los problemas de salud a menudo se complican dada la mala gestión de las autoridades, las cuales suelen carecer de medios suficientes para atender las necesidades materiales de la población, tal como se observa en ese “antiparadigma social” que es la Casona: “espacio inmenso atiborrado de gentes miserables, culpables o no” (Camacho Salgado 141), cuyos controles médicos resultan ser tan limitados y precarios que jamás impiden la aparición de “todos los virus habidos y por haber” (Paz Soldán 53). Es por ello que nuestro escritor señala un aspecto importante para el avance de la novela: el de las confrontaciones entre los campos científico y político; confrontaciones que, en el fondo, aluden a las condiciones operativas del primero, puesto que en Los días de la peste la clase política concibe a los presos como “cuerpos convertidos en desecho”; pero, al mismo tiempo, confrontaciones interpretativas que señalan diferencias en la manera en que se acercan al mundo de lo material y, más en especial, al de lo biológico: mundo en este caso invisible, que no se observa a simple vista y sin embargo es causante de que en la Casona se lidie de “tanto en tanto con el cólera y la malaria, plagas impredecibles que asomaban su cabeza histérica y se marchaban dejando una lluvia de muertos” (53). Dicho lo anterior, leer Los días de la peste como una lucha entre campos contrapuestos es factible, máxime si se consideran los contrastes que Paz Soldán establece y lo llevan a exhibir las prioridades de uno, que encuentra fortalezas en la investigación y aplicación del conocimiento, y otro, que posee activos en el orden de la interacción y la ley, olvidándose de la “experiencia subjetiva del sufriente”, de su bienestar y mejora, por no hablar de su reinserción social. De hecho, a partir de este punto percibimos el nexo discursivo que Paz Soldán establece entre la Casona (espacio disfuncional) y la posible causa de los contagios: la convivencia habitual con los “murciélagos” (15): vale indicar, quirópteros contiguos, próximos, cercanos que, en diferentes momentos, evidencian el tipo de anomalías que se dan en la Casona, toda vez que ese lugar funciona como un espacio insano y pernicioso en el que viven 1) seres humanos y no humanos y en el que 2) jamás se han tomado medidas adecuadas para atender las causas de la enfermedad: Los murciélagos sobrevolaban el patio, zumbando agitados con su patagia cerca de nuestra cabeza. Grandotes y hocicudos, recordaban a los del hospital de aves, que los doctores a veces operaban pese a que no eran aves. Eso sabíamos, los murciélagos eran mamíferos. Entre vuelo y vuelo descansaban en las paredes y aleros del techo del edificio principal, 184 Revista Letral, n.º 27, 2021, ISSN 1989-3302 Francisco Javier Hernández Quezada incomodándose entre ellos, creando un manto negro que se alargaba sin descanso y se movía y respiraba (15). El nexo entre la Casona y los murciélagos que descansan cerca de los presos muestra la articulación simbólica de un espacio anómalo que favorece el brote de la enfermedad y, por ello, de un universo biológico que se expande. De ahí que es frecuente imaginar sus estragos, como cuando Rigo, uno de los personajes del libro, plantea la existencia de “mundos circundantes de hombres y animales” donde el “Todo se llena con pompas de jabón multicolores que surgen y perecen siempre nuevas”, al grado de que en “cada una de ellas hay un mundo entero, tan pequeño y modesto como rico y maravilloso” (82). Dicho planteamiento, que articula la preexistencia fáctica de un universo imperceptible en los intersticios de la Casona, a Paz Soldán le sirve para concebir un texto poderoso en el que jamás escatima detalles al representar la imagen de la enfermedad (peste); cuestión que, al final, le reditúa bastante, ya que cuando traza situaciones oscuras como las de la sombra de ese “manto negro” que los murciélagos proyectan en las paredes de la Casona o como las del engendramiento de ese “mundo entero”, que es el de la infección, dichas situaciones se convierten en parte de la explicación del “padecer”; un percance mortal que, aunque “pequeño y modesto”, violenta las condiciones en que ¿viven? un sinfín de personajes marginales, encabezados por asesinos, drogadictos, celadores, prostitutas y enfermos. Digamos por tanto que de tal cruce se desprende el correlato secreto de la Casona: un lugar indigno donde los seres no humanos procrean la aparición microscópica de ese mundo “rico y maravilloso” y en el que, cómo negarlo, los seres humanos lucran con el poder, someten a sus semejantes y los condenan a condiciones degradantes que exponen a la enfermedad. Más adelante, la evidencia biológica de estos “mundos circundantes” se reitera en el momento en que La Doctora, otro de los personajes del libro, se va a descansar a su habitación y sueña con la imagen de los “animalitos tan diminutos que un microscopio óptico normal no podría captarlos”: Animalitos invisibles flotando por millones en el mundo, una danza continua. En sus sueños aparecían como en las imágenes del microscopio electrónico, figuras esféricas, de color entre verdoso y azul, atacando células del color de la piel para infectarlas. A veces tenían la forma de gusanos relampagueantes, moviéndose de aquí para allá en busca de sus anfitriones para parasitarlos (110, 112). En cierto modo la reflexión que surge, debido a tal representación de los “mundos circundantes”, sugiere que la Casona también es esa especie de zoológico asfixiante en el que se 185 Los días de la peste: mundos enfermos... observa la convivencia forzada de una animalidad perceptible, humana (los presos, guardias, administrativos, personal médico...) y no humana (los murciélagos), y una imperceptible, aunque identificada gracias a “las imágenes del microscopio electrónico” (los “Animalitos invisibles”); precisión que, a simple vista, establece el sentido literario de Los días de la peste, en tanto obra compleja que gesta vínculos entre el orbe material e inmaterial o, más bien dicho, entre el orbe prefigurativo, carente de normas, y aquél en el que los cuerpos se maltratan y enferman. Mencionemos así que Los días de la peste muestra las tramas orgánicas del mundo carcelario y que, contra lo que se supondría al detallar las claves reconocibles de una historia realista, manifiesta esa atracción vigorosa por “lo más pequeño”, de acuerdo con el epígrafe que abre el volumen atribuido al científico alemán Jacob von Uexküell en sus Cartas biológicas a una dama (1920) y que dice: “Todo, hasta lo más pequeño, muestra un orden, un sentido y un significado, todo en el mundo biológico es armonía, todo melodía” (7). De este planteamiento surge la propuesta estética del libro de Paz Soldán que mantiene e impulsa una historia tétrica, de motivos góticos, en la que hay personajes anti-heroicos y aterradores, nocturnos y vampíricos que se confrontan en los laberintos pestilentes de la Casona, a la vez que seres invisibles, fantasmagóricos y diminutos, que solo se observan gracias a la eficacia de los recursos tecnológicos. Respecto al tratamiento narrativo del mundo carcelario, Paz Soldán abunda en la descripción minuciosa de la marginalidad, plasmando una visión decadente de los cuerpos hacinados y enfermos, los mismos que se pierden y desdibujan en la estrechez de la Casona: ese lugar inhóspito, falto de protocolos y normas para reformar a las personas, o por lo menos para garantizar su integridad, y en el que, gracias a las condiciones de insalubridad existentes, las afecta por igual, pues ahí están condenadas a vivir en una “horrible sopa de bacterias” (173). Lo cierto es que, en este detalle, la Casona es democrática; no así en el del ejercicio del poder, que vinculamos con el mundo del encierro: mundo despiadado y atroz donde prevalecen fuerzas múltiples y contrapuestas que favorecen prácticas como el soborno y la corrupción, según se observa en el siguiente párrafo cuando los guardias de la Casona sacan provecho de su estatus y efectúan acciones de control ajenas a la instancia oficial: Los arrestados de la noche anterior estarían durmiendo en el primer patio y en las escaleras que daban al segundo y tercer piso, y los pacos rogarían entre bostezos que alguno tuviera billete, para exprimirlos y justificar la larga noche de turno. Arrestados de los que ni siquiera se enteraba el Gobernador, que entraban y salían por el portón principal después de pagar 186 Revista Letral, n.º 27, 2021, ISSN 1989-3302 Francisco Javier Hernández Quezada el peaje y estarse unas horas sin hacer nada. Había quienes se quedaban para siempre porque no tenían billete o nadie los reclamaba o descubrían que el lugar no estaba mal (16-17). En general esa es la lógica habitual de la Casona, por lo que no es de sorprender que en dicha prisión la entelequia funcional de la justicia desaparezca por completo así como todo paradigma de instrucción individual. Ahí, por desgracia, “los pacos” ejercen su prepotencia con impunidad, arrestando al amparo de la oscuridad e incentivando que se den situaciones inconcebibles como las de esa “danza continua” y macabra del hacinamiento corporal que favorece que los “Animalitos invisibles” floten y se reproduzcan. Insistimos: Los días de la peste presenta un torrente de imágenes apocalípticas, demenciales y aterradoras que sintetizan las injusticias perpetuadas entre seres de una misma especie, confinados, maltratados e infectados. Por consiguiente, mete de lleno al lector en el universo pestífero del espacio oficial donde conviven los demonios de la muerte, la locura y la impunidad, debido a que su autor ha concebido un espacio distópico que, siguiendo las reflexiones de Montoya Juárez, funciona como un hipercuerpo, en la medida en que absorbe o pone en circulación el material biológico de los diferentes seres que lo habitan, donde la idea de la conectividad no necesariamente pasa por la de la comunicación efectiva a escala humana, sino que más bien funciona según una escala matérica que concilia conectividad e incomunicación [,encontrando la] analogía más evidente [...] en el virus que se expande por la prisión, que obliga a tratamientos intravenosos, transfusiones sanguíneas en la sala del cólera, intercambios de fluidos en los numerosos episodios donde los personajes tosen, vomitan o sangran unos sobre otros (181). Por otra parte, en Los días de la peste un aspecto importante es el religioso: aspecto central que se vincula, por supuesto, con los otros dos (el biológico y el carcelario) y que, en la medida en que se contrapone a los determinismos causales de las leyes físicas y sociales, brinda matices llamativos para captar la manera en que los cuerpos devorados y atrofiados se vuelcan a la espiritualidad, a fin de encontrar respuestas trascendentales y simbólicas que expresen el sentido de la enfermedad y el del rol activo que deben asumir al confrontar a la autoridad; en pocas palabras, aludimos a un mundo religioso que fortalece las creencias de esos “Demasiados humanitos” olvidados por la civilización y que solo al aferrarse a la tabla salvífica de la fe sobreviven a la violencia cotidiana de los “pacos” y a la infección mortal de los “Animalitos”. 187 Los días de la peste: mundos enfermos... Pero a la postre, ¿de qué religión hablamos, que a Paz Soldán le sirve para nutrir su propuesta? Desde luego que no de aquella que se ha impuesto en contextos como los latinoamericanos (la religión católica) y que, mediante sus valores, ha establecido prerrogativas asimiladas y reconocibles que garantizan la vigencia del statu quo y su renovación (Ramírez Cazadilla). Más bien, en esta novela hablamos de una cuestión especial que tiene implicaciones singulares desde el punto de vista de la narración: esto es, hablamos de una religión inventada; de una religión literaria, gracias a la cual el escritor boliviano da rienda suelta a su imaginación sin cerrar los ojos a las prácticas del orbe social-material. La concepción artística-literaria de Paz Soldán de Ma Estrella, para este fin, resulta fascinante pues no solo concibe un personaje bastante poderoso, que mueve las fuerzas contrastivas de la narración: sino que incorpora valores identificables de la cultura popular en auxilio de esa propuesta estética que desdibuja el mensaje objetivo del exterior. Prestando atención por ello a la religiosidad y sus iconos, Paz Soldán describe una estampa cismática de la fe cuya violencia secunda la contraparte de ese mensaje redentor; huelga decir, de ese mensaje transformativo que, por un lado, encuentra en el marasmo de las cosas su razón de ser y, por otro, y para efectos prácticos, se impone a través del culto a una entidad: la de Ma Estrella, mejor conocida como la Innombrable: esa efigie superior, de carácter misterioso, gracias a la cual los presos, los dementes, los enfermos y el resto de los “humanitos” marginales que celebran su poder encuentran la imagen macabra de la retaliación, puesto que se trata, según se señala, de la “diosa” (13) de la oscuridad, que ilumina como nada ni nadie las tinieblas carcelarias1. Ma Estrella es el centro enfermo de ese mundo biológico, carcelario y religioso y el espejo donde se reconocen los apestados, especialmente al envalentonarse y convertirse en soldados de una fe indestructible a la que nadie es capaz de confrontar. Y esto porque, como se afirma, su culto viene desde años atrás, desde “tiempos inmemoriales”, sobreviviendo “más bien como “El culto a Ma Estrella [...] deidad de la venganza que aparece en las tallas y dibujos con un cuchillo entre los dientes, convive con la ortodoxia cristiana en la Casona. A ‘La Innombrable’ se le ofrece toda clase de sacrificios animales, e inclusive humanos, como las “santitas”, cráneos de cerámica o reales que adornan los altares de la prisión. El rito, de nuevo, nos remite al ritual de las ‘ñañitas’ (así llamado por carecer las calaveras de nariz), que se da en ciertas prácticas religiosas sincréticas [de Bolivia], de influencia indígena [...] de nuevo, esa nota de aparente color local se halla atravesada por referencias globalizadas. [...] Afirma Paz Soldán que [...] fue decisivo un viaje a la India que hizo en 2012. En Ma Estrella, [...] la iconografía cristiana se confunde con la de la diosa Kali, de aspecto aterrador y habitualmente con un cuchillo en la mano” (Montoya Juárez 168). 1 188 Revista Letral, n.º 27, 2021, ISSN 1989-3302 Francisco Javier Hernández Quezada algo marginal” basado en “un mensaje de venganza” dirigido a “los humanos” en su conjunto; como un “mensaje” de muerte cuyo contenido, apocalíptico, abriga la desesperanza no de algunos si no de “todos” (92), incluidos los “pacos” y los corruptos. Precisemos por tanto que, alimentada por la frustración histórica de la miseria, de la colonización y del ninguneo, la fe en la Innombrable es la fe en la muerte y la rudeza; es la fe en el apocalipsis que acabará con la vida de los hombres y las mujeres y hará de la peste su arma de destrucción: esa enfermedad que se trata desde una mirada cultural y que muestra la convalidación simbólica del sufrimiento físico, pero sobre todo el de la fe para lidiar con cualquier padecimiento corporal y, como sucede en este caso, envalentonar a los cuerpos desfavorecidos, maltratados por un sistema distópico y mercantil que los ha convertido en desechos biodegradables, carne de cañón explotable del lobo humano. Concebido en esos términos, el mundo de lo religioso es un activo literario muy destacado en Los días de la peste, que a Paz Soldán le brinda la oportunidad creativa de concebir una novela extraña que dialoga con otras como Sobre héroes y tumbas (1961) de Ernesto Sabato, La guerra del fin del mundo (1981) de Mario Vargas Llosa, La virgen de los sicarios (1994) de Fernando Vallejo o Nuestra parte de noche (2019) de Mariana Enríquez: novelas donde resulta evidente que el tema del culto trascendental se vincula con el de la violencia y el mal. Por ende, creemos que Paz Soldán muestra alcances similares al discurrir en ese tópico cultural (el religioso) que jamás abriga imágenes amables del dogma y que, tras potenciar a figuras como Ma Estrella, exhibe una valoración de la fe que rechaza formulismos predecibles. Deteniéndose en la lectura simbólica que el cuerpo marginal hace, describe los procedimientos salvíficos de ese conglomerado humano que asume los riesgos civiles de una veneración. 5. Consideraciones finales sobre la interconexión de tres mundos en Los días de la peste Tomando en cuenta lo expuesto, es fundamental entender que, en Los días de la peste, la suma de estos mundos relacionados con lo biológico, lo carcelario y lo religioso articula un discurso imaginativo de la enfermedad que mueve a pensar en la intemperancia habitual de aquellos que han sido olvidados por la sociedad y que, al convivir en el “antiparadigma” de la Casona, se ven forzados a padecer múltiples vejaciones, sometimientos y perjuicios. Concebida pues como una imagen total del malestar, asumimos que la novela expresa las voces silenciadas de los cuerpos infectados, precisamente cuando estos conviven con la enfermedad y lo único que detentan es la fuerza transmitida por Ma Estrella: una fuerza simbólica que justifica el desacato de la autoridad y la práctica de la venganza dirigida a aquellos que, 189 Los días de la peste: mundos enfermos... culpables o no, pertenecen a la categoría sistémica de los cuerpos sanos, no infectados, favorecidos por el orden capitalista y para quienes las condiciones de vida de la Casona pasan desapercibidas. Lo cual explica el que el mensaje de Los días de la peste reitere un contenido aciago, atroz y demoledor, enfocado en el tratamiento relacional del cruce de los mundos indicados; un contenido terrible, denso y luminoso que refiere la interpretación del significado que el referente sagrado-cultural adquiere para el cuerpo pestífero, sobre todo cuando se ubica —o es ubicado— al interior de un espacio administrado por funcionarios corruptos. La reiteración de este planteamiento admite la idea de que las variables discursivas de la novela no se limitan solo a enfatizar los efectos individuales del mal físico: también los colectivos, en la medida en que comunica el tipo de afecciones que provoca en el marco de un contexto disfuncional y distópico, bastante parecido al del mundo real. En virtud de ello, al revelar las dinámicas interiores de los mundos biológico, carcelario y religioso Los días de la peste fundamenta el mensaje sugerente del poderío del primero y del último, en cuanto referir la incapacidad de la institución (la cárcel) para controlar la virulencia mortal del ser diminuto (el virus) y el influjo anárquico de Ma Estrella (el icono). En función de tales planteamientos, admitimos el mensaje central de Los días de la peste caracterizado por la presencia activa de las entidades microscópicas y sagradas, las cuales desencadenan, en el perímetro respectivo de sus mundos, la confrontación infecciosa con el poder y sus jerarquías. Y es verdad, cuando nos referimos a la presencia activa de estas entidades lo que buscamos indicar es que sus consecuencias en ningún momento son benéficas para los marginados que malviven en la Casona. Al contrario, en ambos casos descubrimos la aparición perjudicial de la enfermedad y de la violencia; la aparición negativa, sin reglas, que vulnera los cuerpos olvidados y, en sentido amplio, los de aquellos que se encargan de su control. Con esta novela Paz Soldán concibe un fresco literario de muchos matices. Interesado en brindar la imagen reconocible y referencial del orbe carcelario en contextos como los latinoamericanos, crea una obra espeluznante de factura verista que jamás escatima esfuerzos al detenerse en el tema de la enfermedad y la manera en que, desde el orbe simbólico, se encara (el “padecer”). Y ello lo que le exige es enfocarse en la revisión de la práctica religiosa en pos de captar sus influencias en la percepción tanto del mundo biológico como del carcelario. Una revisión eficaz que sintetiza la naturaleza de muchos problemas; empero, que asimismo ofrece las claves de un escritor que si algo ha expresado desde hace tiempo es enorme capacidad para mostrar los sesgos y matices de la enfermedad social y otorgarle voz al marginal. 190 Revista Letral, n.º 27, 2021, ISSN 1989-3302 Francisco Javier Hernández Quezada Bibliografía Bajtín, M. M. Estética de la creación verbal. México, Siglo XXI Editores, 1998. Caicedo Ortiz, Julián Andrés. “Reconstruir para el futuro. La crisis de la forma-Estado en América Latina”. Latinoamérica. Revista de Estudios Latinoamericanos, nº 59, 2014, pp. 165-191. Camacho Delgado, José Manuel. “Horrores globales. Religiosidad popular, mundo carcelario y pandemia en Los días de la peste de Edmundo Soldán”. Literatura y globalización. Latinoamérica en el nuevo milenio, Eva Valero y Oswaldo Estrada (coord.), Madrid, Anthropos, 2019, pp. 141-152. Crosby jr. Alfred W. The Columbian Exchange. Biological Consequences of 1492. 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