Ambigua, Revista de Investigaciones sobre Género y Estudios
Culturales, n.º 7, 2020, pp -. ISSN: 2386-8708
V como violencia, V como
venganza. La resistencia de las
mujeres en la novela Maria Zef de
Paola Drigo
V as violence, V as vengeance. The resistance of women in Paola
Drigo’s novel Maria Zef
Antonella Cagnolati
Università degli Studi di Foggia
[email protected]
Fecha de recepción: 21/04/2020
Fecha de evaluación: 02/06/2020
Fecha de aceptación: 07/09/2020
Abstract:
Paola Drigo (1876-1938) was an important and original voice of Italian
literature and many critics consider her to be one of the most important
writers of the first half of the 20th century. The main themes that the writer
faced during her literary production seem very different: we go from an
initial phase in which the description of the sparkling and empty
environments of the rich bourgeoisie in which she lived prevails, to a more
mature phase in which the writer places humble, poor and marginal
women at the center of her stories, weakened by fate and overcome by
misfortunes. When she published Maria Zef in 1936, the novel caused a
stir among the Italian literary community, because it dealt with subjects,
considered taboo, harshly and openly, with an evident desire for
denunciation and a sometimes disarming simplicity. The plot, actually
quite stark, revolves around three female figures who are at the center of
the narrative plot and from whose relationships the fundamental dynamics
of the novel originate. However, this simplicity is only apparent, since the
novel proceeds intelligently through the presentation of some clues that
will lead to a final epiphany, which will be followed by a destructive and
decisive gesture, a gesture widely justified by the premises. The ending is
worthy of a Greek tragedy: the fatal component dominates, the intertwining
of destinies, fallen in luck to ignorant humans, and inevitably death
assumes the dimension of the event necessary to satisfy the thirst for a
just revenge.
Key-words: violence; vengeance; rape; women’s writing, Paola Drigo
6
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Culturales, n.º 7, 2020, pp. 6-19. ISSN: 2386-8708
Resumen:
Paola Drigo (1876-1938) fue una voz importante y original de la literatura
italiana, considerada por muchos críticos una de las escritoras más
importantes de la primera mitad del siglo XX. Los temas principales de su
obra abarcan campos muy diferentes: se pasa de una fase inicial, en el
que prevale la descripción de los ambientes brillantes y vacuos de la
acaudalada burguesía en los que vivía, a una fase más madura, en la que
las protagonistas de las historias son mujeres humildes, pobres y
marginadas, debilitadas por el destino y abatidas por las desgracias. La
publicación en 1936 de la novela Maria Zef causó un gran revuelo entre la
comunidad literaria italiana, porque trataba temas, considerados tabú, de
forma cruda y sin tapujos, con un deseo evidente de denuncia y una
sencillez, a veces, desarmante (Boccelli, 1937). El argumento, en realidad
bastante descarnado, gira en torno a tres figuras femeninas que se
encuentran en el centro de la trama narrativa y de cuyas relaciones se
originan las dinámicas fundamentales de la novela. Sin embargo, esta
sencillez es solo aparente, ya que la novela procede de forma inteligente
a través de la presentación de algunos indicios y pistas que conducirán a
una epifanía final, al que sigue un gesto destructivo y resolutivo, acto
ampliamente justificado por las premisas. El final es digno de una tragedia
griega: domina la fatalidad, los destinos intricados protagonizados por
humanos ignorantes e, inevitablemente, la muerte se torna necesaria para
saciar la sed de una venganza justa.
Palabras clave: violencia; venganza; estupro; escritura femenina; Paola
Drigo
0. Introducción
A partir de la segunda mitad del siglo XIX, muchas escritoras se
atrevieron a entrar en el mundo paradigmáticamente masculino de la
literatura, abordando temas de considerable importancia con una mirada
aguda y mordaz para individuar la injusticia, enfatizar las disparidades y
analizar los partidismos que atenazaban la joven sociedad italiana tras la
Unificación. Sin embargo, debido a la estrategia del olvido, esas obras
han sido cubiertas por un triste velo.
Todavía queda mucho por hacer, a pesar de que numerosos
investigadores han estudiado desde el punto de vista de género a las
autoras italianas a caballo de los siglos XIX y XX, que habían quedado
relegadas al olvido durante tantas décadas. Escritoras como Ada Negri,
Anna Zuccari, Grazia Mancini, Jolanda, Paola Drigo o Anna Franchi han
desempeñado un destacado papel en la literatura italiana de esa época,
ya sea por la amplitud y la calidad indiscutible de su obra, ya sea porque
denunciaron la subalternidad de la mujer, a menudo acentuada
intencionalmente a través de fuertes tonos de rebelión. Cuando se
presentan y se analizan personalidades tan diferentes como las de estas
autoras se pretende invitar a leer su producción proponiendo claves de
lectura inusuales, así como suscitar interés para tutelar la memoria de
7
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tantas artistas suprimidas en los libros y manuales. De esta manera, se
intenta devolver a los lectores obras creativas injustamente olvidadas y no
ya solo condenadas políticamente al ostracismo, para asegurar que se
divulguen estos trabajos, llenos de enseñanzas educativas y formativas, a
menudo subestimados en su autenticidad. Además, releyendo y
analizando su producción, no solo se devuelve a la historia de la literatura
italiana su “mitad oscura”, sino también se recupera una parte de
categorías fundamentales para interpretar el pasado histórico, literario y
folclórico de la sociedad en los albores de la modernización (Nozzoli,
1989).
Sin lugar a duda, la escritura femenina nos remonta al eco de la
voz de las mujeres, pero es necesario concienciarse de que no solo hay
que dominar perfectamente los complejos instrumentos indispensables de
la producción artística, sino también poseer la valentía de aventurarse en
un universo, percibido como una estructura proclive a paradigmas
masculinos, y por ello de acceso problemático a las mujeres.
Este convencimiento conlleva, por un lado, la elección del tipo de
género literario —casi siempre diarios, memorias, cuentos, novelas,
literatura infantil— y, por otro, nos demuestra la importante presencia del
sí misma, cuyas huellas se ponen de manifiesto incluso cuando ellas
narran otras cosas (Ulivieri, 2019)
Las mujeres describieron fielmente en sus libros no solo
minuciosas
impresiones
de
sucesos
banales
sino
también
acontecimientos de la época y el impacto psíquico que estos ejercieron en
el acervo de su conciencia. Todos los elementos, de carácter público o de
ámbito privado, se interiorizaban y se meditaban detenidamente, se
sometían a crítica o a juicio, en el ansiado deseo de conformar un sí
mismas, erigir modelos de comportamiento que se pudieran homologar
con los códigos hegemónicos de la cultura de la época o bien, por el
contrario, destruir atávicas certezas y lanzarse a nuevos mundos, rumbo a
experiencias inusitadas y aventureras. Estas dos alternativas divergentes,
a menudo se pueden identificar perfectamente en la página: a pesar de la
discreción, máscara usada para esconder sus anhelos, el lenguaje y la
tensión que se intuye en el texto, se nos desvelan proyectos de identidad,
en armonía con el Zeitgeist imperante o en evidente ruptura con todo el
universo; y, desde esta óptica, la escritura se convierte en un admirable
instrumento de emancipación. Cabe destacar que a menudo la escritura
llega solo al final de un tortuoso camino para rendir cuentas sobre ellas y
para comunicar a otras mujeres cuánta energía invirtieron, sus sueños, la
idea inicial de planificación de la que partieron.
1. Rescatar las palabras de las mujeres
En la base de la narración encontramos la necesidad imperiosa y
universal de comunicar las propias memorias, comprender las
contradicciones de una aventura existencial, quizás, de dejar una huella
duradera de sí mismas, más allá de los coercitivos límites temporales.
Tenemos plena conciencia de que esta necesidad alimenta, desde
tiempos remotos, la psicología de los sujetos, manifestándose en una
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doble perspectiva relativa a la estructura oral y escrita de la cultura (en el
sentido antropológico) y en la huella de la meta-histórica tradición
narrativa (Cagnolati & Covato, 2016).
Este acercamiento a la vida nos conduce a un cambio
extraordinario de paradigma, al investigar las existencias narradas por el
universo femenino. Se trata de otorgar la dignidad de la ciudadanía a
hechos y sucesos que son el resultado de prácticas cotidianas que por
tradición se relegaban a la esfera privada del ámbito doméstico, a gestos
silenciosos, a elegir y tomar decisiones en intimidad. Al entender
completamente el valor ético de este cambio, se debe resaltar la voluntad
de las mujeres que desean convertirse en sujetos activos, incluso a través
del difícil empleo de las palabras, con toda su fuerza detonante. Somos
muy conscientes de lo arduo que fue, en los albores del siglo XX, poner
voz a aquel silencio milenario en el que la sociedad patriarcal había
relegado las ideas, las emociones y los sentimientos de las mujeres. En la
base de esta dolorosa elección está la dicotomía diacrónica entre la
esfera pública —pensada y creada desde siempre sobre cánones
masculinos, el logos, la retórica y el arte de la oratoria— y el mundo
privado, forjado como un recinto cerrado e impenetrable a las miradas
externas, y concebido como una especie de cárcel. En el transcurso de
los siglos, esos términos se han hecho inmateriales, se han codificado en
normas no escritas que han penetrado en profundidad en la conciencia
colectiva hasta el punto de crearse barreras invisibles, extremadamente
peligrosas de superar.
Es posible recorrer las huellas de una genealogía: en Italia empieza
a aparecer una primera generación de escritoras en los años ochenta del
siglo XIX, que, aunque titubeante e insegura, se asoma a la escena
pública de la escuela y del trabajo, en sectores considerados femeninos,
como la enseñanza o la escritura para la infancia. Estas autoras están
convencidas de su falta de adecuación a su tiempo, ya que están
derribando un modelo de mujer dominante (el de mujer y madre recluida
entre las tranquilizadoras paredes domésticas), pero sin ser capaces de
construir un imaginario simbólico alternativo. Nos encontramos frente a un
peligroso limen, en el umbral de una puerta entreabierta desde la que no
se vislumbra el interior, en un hilo entre modernidad y tradición, entre
caminos conocidos y bien trazados, y nuevas vías, todas aun por
experimentar.
La vida de las mujeres se mueve en este espacio complejo, donde
conviven deseos de autoafirmarse, responsabilidades familiares y
compromisos sociales junto con modelos educativos tradicionales y
nuevos proyectos para el futuro. Actuar en este contexto no es simple, ni
fácil, puesto que a veces las estrategias que siguen las mujeres
representan lo que se definen como preferencias coactivas, no son
opciones, sino renuncias. Sin embargo, las existencias que se cuentan en
las novelas nos ofrecen ejemplos de rebeldía, y de un motín— más o
menos abierto —llevado a cabo para no resignarse a las desigualdades y
a la violencia, en concreto cuando no solo las reglas sociales se remiten a
formas y tiempos exclusivamente masculinos, sino que esta injusticia se
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advierte en todo su alcance trágico. Por consiguiente, la rebelión en las
palabras y en las acciones se convierte en ineludible y necesaria.
La conquista es dolorosa: las consecuencias son el exilio,
geográfico y psicológico, la sensación constante de diversidad
escandalosa, la oscura voluntad de destruirse y la oprimente soledad. Y
quizás deberíamos reflexionar con atención sobre cuánto les costó ser
mujeres emancipadas en un mundo que giraba (y todavía gira)
exactamente en sentido inverso a esa batalla.
2. Paola Drigo y su universo femenino
Paola Drigo (1876-1938) 1 fue una voz importante y original de la
literatura italiana, considerada por muchos críticos una de las escritoras
más importantes de la primera mitad del siglo XX. Sin embargo, su fama
no fue duradera, sino pasajera: se olvidaron de ella rápido, ya sea porque
había pasado los últimos años de su vida muy alejada de los centros
literarios e intelectuales de la Italia de su tiempo, ya sea porque sus obras
no reflejaban la retórica fascista, que privilegiaba narraciones muy
diferentes y más triunfalistas (Gallo, 2007; 2010).
Tras algún tiempo publicando artículos y relatos en periódicos, a
inicios del siglo XX Paola Drigo 2 comenzó a contar y a describir las
existencias de mujeres de familias burguesas y de realidades rurales
italianas, atrapadas en su vida en diversos contextos sociales. Drigo
escribió muchos cuentos breves que vieron la luz a partir de 1912 en
revistas literarias importantes como, por ejemplo, La Lettura, Nuova
Antología, La illustrazione italiana y después las reunió en varios
volúmenes (Drigo, 1913; Drigo, 1918; Drigo, 1932). Los temas principales,
tratados por la escritora en su producción, son muy diferentes: se pasa de
una fase inicial, en el que prevale la descripción artificiosa de los
ambientes brillantes y vacuos de la burguesía en los que vivía, a una fase
madura, en la que los protagonistas de sus historias son gente humilde,
pobre y marginal, abatida por el destino y por las desgracias. Algunos
relatos parecen haber alcanzado un buen nivel literario, al igual que los
personajes femeninos que se enfrentan a la miseria, a los prejuicios, al
deseo siempre negado de rebelión y fuga de contextos brutales y
violentos. La trama narrativa a menudo es descarnada, esencial, sin
embargo, las dinámicas relacionales se caracterizan constantemente en
la acuciante exigencia de la mera supervivencia, a la que se sacrifican el
afecto y la ternura. Una mirada cargada de dolorosa piedad dirigida a los
niños, víctimas sacrificadas en aras de la miseria y el embrutecimiento
moral, abandonados y explotados por sus familias, cuyo destino está
1
Para un perfil biográfico de Paola Drigo ver el ensayo de P. Zambon “Paola Drigo, le
opere e i giorni” (Drigo, 2011: 27-44), y “Nota biografica” en Drigo, 2006 (191-193); para
una bibliografía actualizada ver el sitio Le Autrici della Letteratura Italiana. Bibliografia
dell’Otto/Novecento, en el portal de la Universidad de Padua: http:
maldura.unipd.it/italianistica/ALI/bianchetti.html
2
La escritora firmó siempre sus obras con su apellido de casada como era costumbre en
aquellos años. Su apellido de soltera era Bianchetti, Drigo el de la familia de su marido
Giulio.
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marcado por la tragedia de la muerte (Pontello Negherbon, 1963). Por
consiguiente, los elementos fundamentales de su obra ya están muy
presentes cuando Drigo se dispone, no sin temor, a escribir las dos
últimas novelas de su carrera, interrumpida por la enfermedad y por su
fallecimiento (Valgimigli, 1943).
En 1936 publicó dos novelas relevantes Fine d’anno y Maria Zef.
Este último libro fue reeditado en 1938 por la editorial Treves, y un año
más tarde, en 1939, por Garzanti, a las que siguieron muchas
reimpresiones posteriores hasta 2011 3. Formada en el realismo, Drigo
rinde homenaje a esta corriente con una historia seca, esencial,
desprovista de todo oropel, pero fiel a una línea que exalta un profundo
sentimiento de compasión por los “últimos”, los marginados, los muertos
del hambre, ciudadanos de un estado no solo bajo el régimen de
Mussolini, sino también profundamente campesino y lejos de una
redención social (Marola, 2003).
Cuando se publicó, la novela causó un gran revuelo entre la
comunidad literaria italiana, porque trataba temas, considerados tabú, de
forma cruda y sin tapujos, con un evidente deseo de denuncia y una
sencillez, a veces, desarmante (Boccelli, 1937).
La trama, en realidad bastante descarnada, gira en torno a tres
figuras femeninas (una mujer, una adolescente y una niña) que se
encuentran en el centro de la trama narrativa y de cuyas relaciones se
originan las dinámicas fundamentales de la novela 4. Sin embargo, esta
sencillez es solo aparente, ya que la novela procede de forma inteligente
a través de la presentación de algunos indicios y pistas que conducirán a
una epifanía final, a la que seguirá un gesto destructivo y resolutivo, acto
ampliamente justificado por las premisas.
Antes de aventurarnos en el análisis de los temas que emergen,
consideramos necesario reconstruir el perfil de las protagonistas. El
exordio nos presenta una primera imagen de un pequeño grupo que vaga
por los campos de Friuli a lo largo del río Piave, vendiendo objetos de
poco valor con un carrito. Era un batallón poco concurrido, solo formado
por Catine, la madre, Mariutine, la hija mayor, la pequeña Rosùte de seis
años y su perro Petòti 5.
La figura de Catine se nos presenta a través de puntos de vista
divergentes y simétricos: por un lado, vemos la ilimitada adoración que
nutre la hija mayor hacia ella, que se preocupa por su delicada salud y su
demacrada y cansada apariencia que deja entrever los señales de una
enfermedad corrosiva que, aunque oculta y nunca revelada, la conducirá
a la muerte; por otro lado, la consideración que de ella tienen los demás,
en particular, las campesinas y las amas de casa que viendo sus torpes y
3
El libro se presentó en la edición de 1937 del Premio Viareggio: obtuvo un notable
éxito, a pesar de no conseguir el primer premio.
4
La primera edición fue publicada en el 1936 por la editorial Treves de Milán. Le
siguieron muchas otras ediciones (1939, 1982, 1998, 2003, 2011) y traducciones en
diferentes lenguas (alemán, inglés, checo, croato y español). Para las citas se utiliza la
edición del libro publicada en el 2011 a cargo de Patrizia Zambon.
5
Se utilizan los nombres de los personajes así como están en el texto, en la forma del
idioma típico del Friuli (región en el noreste de Italia).
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desgarbados andares la critican por su mal genio, sus bruscos modales y
su dureza: “vieja tal vez no era, pero agotada y achacosa como estaba,
parecía decrépita” (Drigo, 2011: 50). El carácter de Catine tenía un efecto
negativo también en su hija Mariutine, una niña alegre y solar que, ya
adolescente, hubiera deseado vivir como todas sus coetáneas,
serenamente y disfrutando de los primeros escarceos amorosos: “a pesar
de ser alta y robusta con amplios hombros de montañera, era más una
niña que una mujer, de solo trece o catorce años, con una cara redonda e
ingenua, y dos hermosos ojos azules con una expresión infantil” (Drigo,
2011: 49). Su entusiasmo y efervescencia, así como su habilidad para
cantar antiguas canciones populares en los días de fiesta en las eras
cuando se recogían las cosechas, se veían frenados por las tristes
miradas y el rostro de su madre, que no solo mostraba cansancio sino,
sobre todo, desilusión por la vida. Por último, la pequeña Rosùte que era
una criatura inocente e ingenua, unida a su hermana mayor, que todavía
no había probado las durezas de la vida “una niña de cinco o seis años…,
envuelta en un chal descosido del que solo salía un mechón de pelo rojo y
parte de una mejilla gordita” (Drigo, 2011: 49).
El equilibrio se rompe con la irrupción repentina en la historia de la
desgracia: Catine, ya agotada y cada día más sombría, tras dormir una
noche en un establo, se desploma míseramente en la calle y debe de ser
trasladada al hospital, donde su existencia terrenal termina poco después.
Mariutine percibe la gravedad del drama, que comprende la soledad en la
que quedan las dos niñas, la pérdida de la única figura en la que se
podían apoyar, puesto que su padre había muerto hacía mucho tiempo en
América, adonde había ido en búsqueda de fortuna, privándolas de todo
sustento. Celebrado un breve e insignificante funeral por Catine, todos se
olvidan de ella, solo sigue viviendo en el recuerdo de sus hijas.
Vagas menciones que la narradora disemina en el texto hacen
pensar que el trágico destino de Catine esconde algún misterio, palabras
pronunciadas a media voz, turbias alusiones que, sin embargo, no son
captadas por sus hijas, ocupadas en intentar encontrar comida. Su
condición de jóvenes montañesas —no saben cómo es la sociedad ni
cómo se comporta cortés y educadamente— también las priva no solo del
hipotético interés del monasterio que las hospeda por un breve tiempo,
sino también de la acaudalada dama del lugar que desearía adoptar a la
pequeña Rosùte. No saben leer, no saben rezar, no saben coser ni
bordar: por tanto, nadie las acogerá.
Para Mariutine este drama marca el paso histórico de la
adolescencia a la edad adulta, con la responsabilidad adicional del
cuidado de la pequeña Rosùte. Por consiguiente, se reproduce de manera
inconsciente el vínculo madre-hija, marcado por la tenaz inseparabilidad
de las dos hermanas. La condición de huérfanas exige que algún
miembro de la familia las cuide: entra así en escena la figura del tío
paterno Barbe Zef, que las lleva a su refugio en la alta montaña, un lugar
perdido y casi inaccesible durante los fríos meses de invierno. Así
comienza una vida diferente, siempre declinada en la miseria y sordidez.
El tío, encorvado y sucio, es un tipo cerrado, taciturno, esquivo, hostil y,
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además, a menudo se emborracha; su cabaña es un tugurio pequeño y
descuidado: “un refugio como muchos otros de alta montaña, cuya
pobreza y primitivismo no se puede imaginar, si no se ha visto antes: la
parte inferior es de piedra seca, la superior de troncos de abeto, el techo
puntiagudo y saliente” (Drigo, 2011: 85). Las niñas se unen todavía más
para sobrevivir en un ambiente tan ajeno a ellas.
Con admirable arte narrativo, Paola Drigo nos acerca a la crudeza
de las relaciones familiares: Barbe Zef acoge a sus sobrinas en su casa,
no por caridad cristiana, sino para explotarlas como mano de obra para
realizar los quehaceres domésticos y cuidar las ovejas mientras él trabaja
a jornal en otras granjas. Comenzamos a atisbar ahora, reflejada en la
suciedad real de la casa, una miseria moral que se intuye de varios
episodios absolutamente coherentes con la dirección que la narradora ha
imprimido en la trama.
Dos eventos se entrelazan para complicar la convivencia entre tío y
sobrinas. A Rosùte le duele mucho un pie enfermo y la deben llevar al
hospital, con gran preocupación por parte de Mariutine porque no querría
dejarla sola. Ella piensa que traiciona la memoria de su madre,
separándose tan abruptamente de su hermana, aunque sabe que no
puede oponerse por el bien de la pequeña. Cuando vuelven a su casa, el
tío y la sobrina son acogidos por unos terratenientes adinerados para
quienes Barbe Zef en pasado había trabajado en algunas ocasiones: es
ahora cuando se asiste a la primera caída moral del tío con la sobrina. El
rico propietario se insinúa de forma explícita a la joven con hábiles
técnicas, buscando otrosí la complicidad del tío: “Compinche Guerrino se
pasó la lengua por los labios y posó con detenimiento la mirada en su
incipiente seno, en sus muslos que se intuían fuertes debajo de la falda
desgastada, en su boca roja y carnosa” (Drigo, 2011: 140). No pasa nada
en concreto, pero Barbe Zef comienza a mirar a su sobrina, objeto de
atenciones sexuales de un hombre rico y poderoso, con otros ojos. Se
trata de una fase crucial para la trama narrativa: en la mirada del tío,
Mariutine ya no es solo la sobrina, sino sobre todo una mujer, digna de
ser usada sexualmente, un cuerpo que genera afanes, que atrae deseos y
perversiones.
Después de un largo y agotador paseo en medio de la nieve, los
dos regresan al refugio, llevando con ellos un gran hatillo de comida y
vino que les regalaron los acomodados campesinos. Feliz y fresco, Zef
comienza a beber y acorralar a su sobrina, al principio bromeando, luego,
sin decir nada, la viola con brutalidad, quedándose dormido, agotado,
poco después sobre ella. Para Mariutine, a quien la nueva realidad se
revela en todo su horror, ya no existe escapatoria: obligada a trabajar
duro y cocinar para su tío, de ahora en adelante tendrá que satisfacerlo
sexualmente cuando él quiera.
A partir de entonces, los días se suceden igual de tristes, sin un
rayo de esperanza: el refugio se convierte en una prisión, una jaula de la
que Mariutine es consciente de que no podrá escapar. El tío se acuesta
con ella y la posee varias veces, con violencia, hasta que él decide dormir
siempre y constantemente en la cama con la joven.
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A veces, su tío va a trabajar al valle y la deja sola durante días:
entonces Mariutine se lanza a los campos, corre hasta agotarse, hasta el
río, con la esperanza de que el agua gélida se lleve la porquería que
ensucia su piel y su alma.
Hasta el día en que Mariutine se siente mal: una debilidad la agota,
ve pequeñas manchas rojas en su cuerpo que no puede explicar.
Pensando en su madre, recuerda que Catine a menudo había acudido a
una mujer en el bosque, una curandera que vivía en una casa aislada, a
unas cuatro horas de la cabaña. Aprovechando que su tío no está,
Mariutine decide ir a visitar a la mujer. Después de caminar mucho
tiempo, encuentra la casa, al principio, titubeando, luego con más
confianza, llama y entra. Aquí está la impactante epifanía de la novela: la
curandera le dice a Mariutine que su madre acudió a ella para que la
ayudara a interrumpir sus embarazos, a abortar los hijos resultado de las
relaciones sexuales que le imponía su cuñado Barbe Zef. Y también
porque su madre había contraído una enfermedad venérea de estas
relaciones que, si no hubiera sido tratada por los médicos de la ciudad, la
habría llevado a la muerte. Como al final sucedió.
Al principio, incrédula, en la mente de Mariutine toma forma el
mosaico en toda su complejidad: ahora entiende perfectamente la
reticencia de su madre a que sus hijas la rozaran y la ausencia en ella de
gestos afectuosos; entiende la dureza de su carácter en los últimos años
de su vida; ve con claridad la perversión de su tío en todo su horror moral.
Con angustia, se da cuenta de que el mismo destino puede tocarle a ella,
el mismo destino de enfermedad y muerte. Una multitud de pensamientos
la aturde: ¿qué le pasaría a la pequeña Rosùte? ¿Tal vez era Rosùte la
hija de Barbe Zef? ¿Cuántas tribulaciones había tenido que soportar su
madre? Ahora todo tenía sentido, una explicación.
De vuelta al refugio, le espera una terrible decisión: su tío le
comunica que le ha encontrado un trabajo como empleada doméstica en
una casa de la ciudad y que al día siguiente debe irse y dejar la cabaña.
Mientras tanto, Rosùte sería dada de alta del hospital y regresaría a vivir
con su tío.
Otra terrible pesadilla se perfila de improviso ante sus ojos: ¿y si su
tío violara a la pequeña? Mariutine nunca lo permitiría. Gélida y silenciosa,
armada con una increíble fuerza de espíritu, la joven medita una solución
que al final llega. Después de una cena frugal, borracho y tras haber
perpetrado la enésima violencia sexual contra su sobrina, Zef se duerme
profundamente en la oscuridad de la cocina donde no brilla ni tan siquiera
los rescoldos de la hoguera. En medio del silencio, sin hacer el más
mínimo ruido, Mariutine agarra el hacha y cercena la cabeza del tío: “y la
hoja brilló en la sombra. Apuntó al cuello, y el golpe vibró. No emitió ni un
grito: solo un chorro de sangre” (Drigo, 2011: 188).
El final es digno de una tragedia griega: domina el componente
fatal, los destinos enredados, que les tocó vivir a humanos ignorantes, e
inevitablemente la muerte asume la dimensión del evento necesario para
saciar la sed de una venganza justa.
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3. De la ingenuidad a la conciencia: la maduración psicológica de
Mariutine
La habilidad narrativa de Paola Drigo construye lentamente el
personaje de Mariutine, no solo teniendo en cuenta su progresiva toma de
conciencia de la realidad moral y social, en la que la joven debe
introducirse necesariamente, sino también alineando, página tras página,
los eventos que tendrán una repercusión dramática en su psique y la
llevarán a la acción resolutiva final. Seguimos su evolución de niña
encerrada en el horizonte familiar, custodiada y supervisada con celo por
su madre, hasta que descubren un universo externo, malvado y corrupto,
que le acarreará un daño fatal.
El comienzo de la novela nos presenta el horizonte de una
exclusiva genealogía femenina, formada solo por tres figuras, unidas por
lazos de sangre: una madre, una jovencilla y una niña. A través de gestos
y miradas, Drigo nos permite intuir los sentimientos y las emociones que
están en juego en su relación: la joven Mariutine es solícita y se preocupa
por su madre, cuya imagen se refleja en su mente como una mujer
apagada y fatigada, dura e incapaz de demostrar cariño, y sin embargo
visceralmente unida a sus dos hijas, temerosa por su destino y celosa de
otras personas que pueden acercarse a ellas. Esta ambivalencia
encontrará su explicación solo en la parte final de la novela, cuando cada
pieza del mosaico de identidad de Catine irá a parar a su lugar para
comprender por completo el panorama de dolor y violencia, al que le
sometió su cuñado.
Mariutine se nos aparece en las páginas iniciales de la novela
como una niña alegre y serena, feliz con lo poco que tiene: un día
soleado, una velada en una granja con los vendimiadores, el canto
despreocupado de las aldeanas que conoce de memoria. Una criatura
que vive en la naturaleza y que está satisfecha con los dones que esta le
regala, a pesar de la extrema miseria y de no poder tener un futuro
parecido al de las otras chicas de su edad. Freno ineludible a su brillante
claridad es la corporeidad dolorosa de la madre que, con solo una mirada,
sofoca su vitalidad y la devuelve a sus deberes y a su cansancio.
Mariutine no se rebela, se somete voluntariamente para evitar el
sufrimiento y el cansancio a su adorada madre.
El suceso que determina una primera y rápida necesidad de crecer
es el repentino fallecimiento de Catine: se derrumba en la calle, exhausta
y muere por la noche en el hospital, dejando a sus dos hijas solas y
abandonadas. Mariutine, quien, aunque sufre mucho, no se abandona a
las lágrimas, siente el deber moral de llevar a cabo las tareas que le
correspondían a su madre: es por eso que se preocupa por su hermanita
Rosùte y, al regresar al refugio de la montaña con su tío, desahoga su
dolor arrojándose a un trabajo frenético para arreglar la pobre demora,
conseguir comida y hacer todo lo que en pasado era tarea de Catine. Se
trata de una inversión repentina y total a la que la joven se adapta por su
propia voluntad para no ser una carga para su tío y obligarle a tomar la
drástica decisión de abandonar a sus dos sobrinas a su destino de
huérfanas y quizás encerrarlas en un orfanato.
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Sin embargo, la asunción de responsabilidades domésticas y la
maduración forzada no impiden la presencia de una regresión episódica a
la alegría: Drigo se demora describiendo algunos episodios alegres y
tranquilos 6, en los que Mariutine parece olvidar que es una pobre
huérfana y se ilusiona de poder vivir como sus coetáneas. La alternancia
entre realidad e ilusión también se ve reforzada por otros episodios que
marcan de manera inexorable el camino de la joven hacia el abismo 7. La
adulación a su belleza y la generosa oferta de ayuda que le ofrece el rico
y poderoso Compinche Guerrino esconden en realidad un siniestro intento
de seducir, un deseo de doblegar la resistencia de la joven para explotarla
sexualmente: Mariute no se da cuenta y, anhelando recibir cumplidos, no
intuye la pérfida trama hasta la cruda revelación de su tío: “Le gustas al
jorobado"—, declaró de improviso golpeando la botella encima de la mesa
con desprecio. - ¿Sabes? [...] Tú le gustas, te lo digo yo. Él te ha echado
el ojo. Y se espera que yo sea tu chulo” (Drigo, 2011: 148).
Mariutine no comprende el cambio de actitud de su tío hacia ella:
así que en la secuencia que precede a la violación, ella juega y bromea
hasta la ruptura dramática. Solo al día siguiente en ella se produce el
trastorno provocado por la violencia padecida y toma conciencia brutal
que se mezcla (aun confusamente) con las duras órdenes que afloraban
en sus recuerdos desvaídos: le vienen a la cabeza las prohibiciones que
Catine había impuesto a su cuñado, surge la duda sobre la paternidad de
Rosùte y de pronto se da cuenta del obvio parecido que la pequeña tiene
con Barbe Zef: el mismo cabello rojo, las mismas pecas, la misma cara.
El triste y humillante estado, en el que vive Mariutine después de
ser violada (y las brutales relaciones sexuales que su tío le obliga y que
se repiten cada vez con más frecuencia) dejan una marca en su cuerpo y
en su alma:
En los días siguientes, ella parecía haber aceptado del
destino también esto, como había aceptado todo lo
demás. Sin embargo, la pobreza, la soledad, el duro
cansancio, los había aceptado con ojos risueños e
ingenuos, los había aceptado cantando: ‘esto’ le había
forjado repentinamente un rostro duro y apagado, la
había envejecido de muchos años en pocos días. Ella,
que nunca se había parecido a su madre, ahora, a
pesar de su cabello rubio y piel clara, se le parecía en
su expresión sin luz [...] La indiferencia, la apatía más
profunda colmó su corazón (Drigo, 2011: 161).
Al final, se añade la verdad revelada por la curandera que vive en
el bosque: la agnición final parece acelerar en la mente de Mariutine el
entrelazarse de las diversas escenas, a las que había presenciado y el
rápido cambio de los pensamientos. A estas alturas ha entendido todo: el
dolor de la madre, su inevitable destino futuro. Lo único que le preocupa
6
A este propósito ver la descripción de la cena y de la velada en el rico caserío de los
amigos de Barbe Zef.
7
Por ejemplo, el regalo de un collar de imitación de coral que Compinche Guerrino da a
Mariutine, obsequio que la hace feliz y alaga su vanidad de adolescente.
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es la hermanita indefensa que debe ser protegida y cuidada, y no dejarla
a merced del “monstruo”. La consecuencia es la toma de conciencia de la
necesidad de actuar, elegir, por tanto, un destino diferente al de Catine:
con una hábil estrategia, Mariutine urde una trampa en la que su tío cae
desprevenido. El final tan crudo y sin emociones sirve para redimir todo el
sufrimiento, toda la violencia sufrida por la madre y la hija. Con los tonos
catárticos de la tragedia griega, Mariutine se transforma en una divinidad
vengativa, una nueva Judith que cercena la cabeza de un siniestro
Holofernes, una Erinia vengadora de los males padecidos.
Carente de tensión emotiva moralista o caritativa, Paola Drigo tiene
la imperturbable fuerza épica del escritor que es capaz de tratar
objetivamente la realidad y administrar justicia a sus contradicciones. La
autora logró expresar la vida humillada y lúgubre que fluye en la oscuridad
de la abyección, el dolor y el embotamiento, la vida de aquellos a quienes
la suerte destina solo a sufrir y padecer su existencia, impidiéndoles
incluso que la entiendan. Es una vida indescriptible, prisionera del
presente y del esfuerzo, una realidad que a la literatura le resulta difícil
narrar o denunciar. En cambio, Paola Drigo hace suya esta pena y esta
brutalidad, manifestándola a través del lenguaje corporal de las
protagonistas, pobres víctimas de una violencia atávica y sin rescate,
describiendo con crueles palabras y sin retórica la coexistencia de la
degradación y la sinceridad virginal de Maria Zef, su resignada adaptación
a su estado bestial y el tímido y tácito deseo de una vida diferente que se
le negará para siempre.
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