La vida cotidiana en Querétaro durante la
época Barroca
David Charles Wright Carr
Capítulo publicado en el libro Querétaro ciudad barroca, Querétaro, Secretaría de Cultura y
Bienestar Social, Gobierno del Estado de Querétaro, 1989, pp. 13-44. La presente versión ha sido
revisada, corregida, ampliada y actualizada.
Derechos reservados © 1994 David Charles Wright Carr
Última actualización: 1 de mayo de 2006
Disponible en: http://www.paginasprodigy.com/dcwright/
Introducción
Mi tarea, en el presente capítulo, es crear una visión histórica y cultural para facilitar la
comprensión del arte queretano de la época Barroca. Sin un análisis del contexto de las obras de
arte, éstas carecen de significado y su estudio se reduce a un seco ejercicio académico. Creo que
el marco idóneo para el estudio de gran parte del arte creado por la humanidad es la ciudad,
entendida en el sentido socio-cultural (aspecto humano) y como ente físico (aspecto urbanoarquitectónico). Si una obra de arte fue creada en una ciudad, debe estudiarse como parte
integrante de su contexto. Así llegaremos a entender mejor no solamente la obra de arte, sino la
misma sociedad que la produjo.
Antes de abordar nuestro tema, será preciso señalar algunas de las corrientes sociales que
transformaron Europa, dando origen a la época Barroca, así como el impacto que éstas tuvieron
en la Nueva España; también habrá que tratar el origen de la población en el siglo XVI. Hechos
estos asuntos preliminares, se hablará de la ciudad barroca de Querétaro, sus pobladores y los
factores políticos y económicos que los afectaban. Las diversas instituciones que conformaban la
Iglesia se estudiarán, así como las extraordinarias fiestas públicas. Finalmente se apuntarán las
causas de los cambios sociales que acabaron --aunque no del todo-- con aquella intensa y
fascinante época en la vida de Querétaro.
La época Barroca y la Contrarreforma
La lucha de la Iglesia Católica contra la Reforma protestante cambió la pauta, no solamente de la
historia, sino del pensamiento en el mundo occidental. La Santa Sede vio amenazados sus
dogmas por el pensamiento religioso libre (y por lo tanto herético), al mismo tiempo que los
descubrimientos de la ciencia experimental socavaban los cimientos de la cosmovisión medieval,
sostenida por el Vaticano como verdad incuestionable. La respuesta oficial de la Iglesia ante una
situación tan peligrosa para su autoridad, se dio en el Concilio de Trento (1545 - 1563). La
filosofía que se gestó entonces siguió teniendo vigencia hasta el Concilio Vaticano II (19621965). Hubo un bien intencionado propósito de reformar la Iglesia desde adentro, como se puede
observar en las cláusulas sobre la vida que debían llevar los obispos, y las que trataban de limitar
los abusos y ganancias excesivas en los cultos a las imágenes y las reliquias, así como la venta de
indulgencias. En el "Decreto sobre el símbolo de la fe" ("Creo en un solo Dios, Padre,
omnipotente [...]"), se buscaba extirpar las herejías y reformar las costumbres de los cristianos.
Otro decreto estipulaba los siete sacramentos que se consideraban indispensables para la
salvación, amenazando con la excomulgación a cualquier persona que no estuviera de acuerdo.
Se declaró que la Biblia no tenía otro autor que Dios, se autorizó solamente el uso de la versión
Vulgata en latín y la Iglesia reservó para sí el derecho de interpretar las Sagradas Escrituras. Se
estableció que la aprobación eclesiástica era requisito para la impresión de cualquier obra sobre
"cosas sagradas" (1).
Esta redefinición de la Iglesia Católica señaló la derrota del humanismo renacentista, con sus
altos ideales, sus sueños utópicos y su espíritu crítico; surgió el escolasticismo dogmático, según
el cual todas las respuestas podían encontrarse en las Sagradas Escrituras, en las obras de los
Doctores de la Iglesia y otros teólogos, y en los escritos de Aristóteles. Esta manera de ver las
cosas era esencialmente medieval; con los adelantos en la ciencia y otras esferas del
pensamiento, se hacía cada vez menos sostenible. Desesperada por el miedo a la epidemia de
herejías que percibía por todas partes, la Iglesia tuvo que adoptar medidas represivas para
mantener su dominio sobre las mentes de sus fieles, como el Indice de Obras Prohibidas y la
temible Inquisición. En ningún país europeo se dio esta represión en mayor grado como en
España, el cual surgió como bastión de la ortodoxia católica. Sus extensas colonias en el Nuevo
Mundo se veían como un encargo sagrado, para establecer la doctrina verdadera y mantenerla en
toda su pureza ortodoxa (2).
Así eran las bases ideológicas de la época Barroca. El término "barroco" fue inventado después,
para designar un estilo arquitectónico y artístico. Luego se aplicó esta palabra a una época de la
historia occidental y finalmente a un estilo de vida (3). La época Barroca tuvo sus inicios en
Europa, hacia la mitad del siglo XVI; alcanzó su apogeo cien años después y llegó a su fin a
mediados del siglo XVIII (4). En la Nueva España, este periodo tuvo una cronología un poco
más tardía; llegó el Barroco como modo de vida y estilo artístico en las primeras décadas del
siglo XVII, y duró hasta la última parte del XVIII.
El espíritu barroco floreció en la Nueva España con una intensidad extraordinaria. Querétaro
participó plenamente en aquel barroquismo cultural. No es por casualidad que una de las
máximas expresiones del arte barroco universal la constituyen los retablos "ultrabarrocos" de
Santa Rosa y Santa Clara en Querétaro. Aquellos retablos son un reflejo fiel de la sociedad
queretana de la última mitad del siglo XVIII. Si la Iglesia reservaba para sí el manejo de las
ideas, el hombre, siempre inquieto, se encargaba de los detalles, concentrándose en los aspectos
formales y elaborándolos, tanto en los campos de la filosofía y la teología como en la creación
literaria y plástica. La virtud y la salvación del alma dependían de la aceptación del dogma. Los
métodos medievales del verbalismo escolástico eran seguros. Los conocimientos basados en la
observación y la experimentación eran peligrosos. El hombre barroco se refugiaba en el mundo
2
de las palabras floridas, apantalladoras; de las formas caprichosas, raras y extravagantes; y de los
espectáculos públicos surreales y deslumbrantes (5).
Antecedentes: Querétaro en el siglo XVI
Cuando llegó Cortés con su banda de aventureros a la rica y sofisticada ciudad de Mexico
Tenochtitlan, no había en el valle de Querétaro más que unas pobres rancherías de los
chichimecas pames, rústicos cazadores y recolectores que habitaban las tierras del norte, más allá
de los límites de la civilización mesoamericana. Anteriormente habían florecido culturas de
filiación mesoamericana en la región; la manifestación arquitectónica más importante es el
centro ceremonial de El Cerrito, que, por el volumen de su basamento, debe haber sido el núcleo
monumental de un asentamiento de tamaño considerable. Las estructuras parecen haberse
levantado en tiempos teotihuacanos tardíos (siglos V-VII), siendo reconstruidos en la primera
parte del horizonte tolteca (hacia el siglo X) (6). Durante los siglos X-XII, hubo una contracción
del límite septentrional de las culturas mesoamericanas hacia el sur. El valle de Querétaro quedó
en manos de los chichimecas hasta el siglo XVI. Es dudoso que la zona de Querétaro haya caído
bajo la dominación mexica, a pesar de las afirmaciones de varios historiadores (7).
Querétaro fue fundado por otomíes del valle del Mezquital (hoy en el estado de Hidalgo y parte
del estado de México). Estos antiquísimos y mal entendidos habitantes del altiplano central
participaron en todas las grandes culturas prehispánicas de la región. Fueron agricultores,
plenamente integrados en la civilización mesoamericana. Al final de la época Prehispánica, la
mayor parte de los otomíes rendían tributo al imperio mexica. Guerreros otomíes servían en los
ejércitos imperiales (8). Después de que los españoles se apoderaron de los valles centrales en la
década de los 1520, un grupo de otomíes de la provincia de Jilotepec, bajo el liderazgo del
mercader Conni, se refugiaron en el Bajío, primero en la futura villa de San Miguel el Grande,
después en el lugar llamado hoy La Cañada, al oriente de la ciudad de Querétaro. Conni había
tenido lucrativas relaciones comerciales con los chichimecas de la región desde hacía algún
tiempo. Los otomíes sembraron maíz, frijol y chile para su sustento y para dar a sus vecinos
chichimecas. Así los encontró Hernán Pérez de Bocanegra, encomendero de Acámbaro. Viendo
que vivían en plena autonomía, convenció a Conni, con regalos y palabras, que estos otomíes
debían tributarle algo del fruto de sus labores agrícolas. Los chichimecas pensaron matar a
Conni, por su amistad con el invasor blanco, pero este otomí sutil les hizo regalos y los
tranquilizó. Pérez de Bocanegra trajo un fraile franciscano para bautizar a los otomíes y
chichimecas del lugar. A Conni se le atribuye la fundación del pueblo (9); desgraciadamente los
documentos más auténticos no especifican claramente el año (10). Dos siglos después el cronista
franciscano Beaumont analizó varios documentos antiguos y concluyó que "el más probable
cómputo de su primitiva fundación con los bárbaros chichimecas" es el año de 1531. Muchos
historiadores han tomado esta fecha como "oficial" desde entonces. Es probable que la
integración del pueblo en el sistema novohispano, cuando llegó Pérez de Bocanegra, haya sido
entre 1538 y 1542 (11).
Hay otra relación de la fundación de Querétaro, el de Nicolás de San Luis, cacique otomí y
pariente político de Conni, quien tuvo un papel importante en la conquista y colonización de la
región. Allí se encuentra la famosa leyenda de la lucha sin armas en el cerro de Sangremal y la
3
milagrosa aparición del Apóstol Santiago; sin embargo los obvios anacronismos que contiene
esta relación le quitan valor como fuente histórica fidedigna (12).
Llegaron números considerables de otomíes a Querétaro, así como algunos tarascos y nahuas.
Conni mandó crear un sistema de acequias para aprovechar las aguas que salían de La Cañada.
Repartió las tierras del valle, reservando grandes propiedades para sí mismo y su familia (13).
Cuando se abrió el camino real a Zacatecas, hacia 1550, creció la importancia de Querétaro, por
su ubicación estratégica entre la capital de la Nueva España y la zona minera al norte. Querétaro
fue esencialmente un pueblo de indios en el siglo XVI; sin embargo, para 1586 el franciscano
Ciudad Real reportó que había más de setenta vecinos españoles, dedicados a la ganadería y la
agricultura (14).
Estalló la Guerra Chichimeca en 1550. Fue esencialmente una reacción de los nómadas ante la
invasión de sus tierras, que resultó de la colonización intensiva del Bajío y las zonas mineras del
norte. Este conflicto cruel duró hasta 1590 y aún después en algunos lugares, como la sierra
Gorda. Los españoles se valieron, como había hecho Cortés, de aliados indígenas que
pertenecían a diferentes grupos étnicos. Los otomíes tuvieron un papel clave en esta lucha y en la
expansión de la civilización hispano-indígena hacia el norte. Los caciques indígenas recibieron
importantes nombramientos y privilegios de los virreyes. Destacan entre estos conquistadores
otomíes los tres capitanes generales: Nicolás de San Luis, Hernando de Tapia (Conni) y su hijo
Diego de Tapia. Los dos últimos fueron gobernadores de Querétaro, que parece haber servido
como una importante base de operaciones para los ejércitos indígenas. Querétaro quedaba en
plena tierra de guerra. Durante la segunda mitad del siglo tuvo que sufrir los ataques de los
hostiles nómadas. Finalmente los chichimecas fueron vencidos, no por la "guerra a fuego y a
sangre", sino por una sutil mezcla de la fuerza de las armas y la diplomacia, con abundantes
regalos de comida, ropa y otros bienes. Fueron congregados en pueblos, junto con indios
civilizados del sur, y puestos bajo la tutela religiosa de los frailes. Así los españoles y sus aliados
indígenas se adueñaron del Bajío y las zonas mineras del Norte (15).
La evangelización de la región empezó, como vimos, con el bautizo de los otomíes y
chichimecas que vivían en La Cañada. Juan Sánchez de Alanís, quién llegó como "criado" de
Pérez de Bocanegra, tuvo un papel importante en la conversión de los indígenas. Después
Sánchez fue ordenado como sacerdote. Este español conocía el idioma otomí y alguna de las
lenguas chichimecas. Conni hizo bautizar a todos los indios que llegaban a la creciente
población; iba a misa cada día y castigaba a los indios que no asistían al rito los domingos y días
festivos (16). Los franciscanos se encargaban de cristianizar y administrar los sacramentos a los
habitantes del pueblo de Querétaro. Desconocemos la fecha precisa de la fundación del convento
de Santiago. De la década de 1580-1590 hay menciones en los documentos de un conjunto
conventual completo, de sólida mampostería, con un claustro amplio que permitía estudios de
teología, artes y gramática. Se construyó durante el gobierno de Conni; por lo tanto debe de
haberse terminado antes de 1571, año de su muerte (17).
Los franciscanos, durante la primera etapa de la evangelización, fueron en realidad bastante
radicales. Quisieron crear, en los pueblos de indios, comunidades cristianas utópicas modeladas
en la Iglesia primitiva. Encontraban en la cultura indígena valores semejantes a los propios,
alentando sus esperanzas de crear una nueva sociedad, libre de las enfermedades morales y la
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corrupción que contaminaban al Viejo Mundo. Esta corriente idealista perdió vigor en la última
mitad del siglo XVI, por varios motivos: la oposición del clero secular, que poco a poco iba
desplazando a los frailes; cambios en la política real hacia las colonias y la decadencia dentro de
las órdenes mendicantes, junto con la pérdida del celo apostólico de los primeros años (18).
No hay pruebas concretas que nos indiquen cuando se trazó el asentamiento hacia el lado oeste
del cerro de Sangremal, eclipsando así a La Cañada como el centro de Querétaro. Posiblemente
fue en la década de 1541-1550 (19). Las manzanas de la nueva población fueron trazadas por
Juan Sánchez de Alanis "en forma de un juego de ajedrez (...) con muy grandes y espaciosas
calles y puestas por muy bien concierto y orden", según la Relación geográfica de Querétaro,
escrita en 1582 (20). Un análisis de la traza urbana, --más o menos intacta-- de Querétaro, de
forma reticular (21), revela que allí, como en la mayor parte de los asentamientos novohispanos,
se aplicaron las teorías urbanísticas del renacimiento italiano (22). El convento de los frailes
franciscanos, con su amplio atrio, quedaba al centro del pueblo, como era usual en los pueblos de
indios. El diseño urbano de Querétaro es excepcional, sin embargo, en la relativa irregularidad de
las calles atrás (al oriente) del convento y en el hecho de que la plaza quedaba a un lado del atrio
conventual, en lugar de ubicarse sobre el eje longitudinal de la iglesia (23).
La ciudad barroca de Querétaro
De un pequeño pueblo de indios, Querétaro creció hasta convertirse en el siglo XVII en la tercera
ciudad de la Nueva España, por el número de sus habitantes (24). Hay varias descripciones de
Querétaro en los documentos de los siglos XVII y XVIII. A continuación citaré algunos de estos
escritos. Pasear por las calles de Querétaro era una experiencia estética de primer orden, como
fácilmente podemos percibir a través de las fuentes literarias que siguen.
La primera de las descripciones seleccionadas fue redactada por el fraile franciscano Alonso de
La Rea. Fue impresa en la ciudad de México en 1643 (25). A mediados del siglo XVII Querétaro
estaba en pleno crecimiento. Llegaban muchos colonos desde las poblaciones hacia el sur.
Probablemente tenía más de 5,000 habitantes en estos años, entre los indios (siempre una
mayoría en el Querétaro barroco), los españoles, los negros y las personas de sangre mezclada
(26).
Está el pueblo de Querétaro treinta leguas de la ciudad de México, hacia el Poniente, situada en la falda de una
pequeña cuesta, cuya población se divide mitad arriba y mitad abajo. El sitio es montuoso, pero tan fértil que
puede competir con los mejores de Italia. Está todo cercado y rodeado de montes muy altos, y así su
población, huertas y labores, vienen a estar en una rinconada, tan breve y tan corta que sólo su fertilidad puede
sustentar tan numerosa población. Es de casi cuatrocientos vecinos españoles (sin la otra gente que es mucha)
todos de caudal y porte, divididos en sus calles a lo político y popular. Sus casas muy complicadas así de lo
material como de lo necesario: y así todas en general tienen agua de pie y las más, huertas y viñas con sus
huertos y recreos que sin encarecimiento, pueden competir con los Ibleos (sic pro hibleos) y celebrados
pensiles de Grecia y de Babilonia.
Tiene seis conventos fundados: de N. P. San Francisco, de sus Descalzos, de Carmelitas y padres de la
Compañía, el hospital que tienen los hermanos de Huastepec y el de las monjas de Santa Clara (...) Cada uno
de estos conventos tienen cosas memorables así por los edificios como por la autoridad y que pedían mayor
relación, pero remítola a otras plumas.
5
Treinta y siete años después de la impresión de las citadas palabras de La Rea, el brillante
matemático, astrónomo, historiador, poeta y cosmógrafo don Carlos de Sigüenza y Góngora,
publicó su famosa obra Glorias de Querétaro, para conmemorar el estreno de la iglesia de la
Congregación de la Virgen de Guadalupe (27). Sigüenza, después de describir el contorno
natural y los campos de cultivo en el valle queretano, se refiere a la orgullosa ciudad barroca (ya
podemos hablar de Querétaro como ciudad, pues en 1656 el virrey concedió el título de "Muy
Noble y Leal" ciudad de Querétaro después de una fuerte donación a las arcas reales. La
confirmación del rey se dió hasta 1712, gracias a otra aportación pecuniaria del vecindario
queretano) (28).
Todo lo que no ocupan las labores es el sitio de la ciudad que promedia este río, siendo la parte inferior la
comunidad de los indios, y la superior el lugar de los españoles, cuyo número distribuido por las vecindades y
humeros llegará a quinientos, no comprendiendo los indios, negros, mulatos y mestizos, que son muchos. Las
casas materiales, de que la población se compone, regularmente son de un terrado, pero lo que les falta de
altura les sobra de capacidad y grandeza. No hay alguna, por pequeña que sea, que no tenga agua de pie o de
la que brota en los pozos, o de la que se les comunica por atarjeas de cal y piedra en que se pasea por todas las
calles de la ciudad (...), siguiéndose de esta conveniencia, y de la fertilidad del terruño, el que en todas haya
deliciosos jardines y agradables abundantísimas huertas. No le excede México (que es ponderación más que
grande) en poseer los matizados tesoros de Amalthea en cuantas flores, ya sean naturales de estos países, ya
originarias de las alcuñas de Europa, son entretenimiento apacible de la vista, y regalo suavísimo del olfato.
No se necesita de que de otras partes se le conduzcan frutas, porque en cualquiera huerta de la ciudad hallará
el criollo chirimoyas, aguacates, zapotes blancos, plátanos, guayabas, garambullos, pitayas, ciruelas, tunas
diferentísimas; y no echará de menos el gachupín sus celebrados y suspirados duraznos, granadas, membrillos,
brevas, albérchigos, chabacanos, manzanas, peras, naranjas y limones de varias especies; de todas las cuales
frutas, o las más de ellas se hacen conservas de tan sabroso punto, cuanta es la abundancia con que por todos
estos reinos se distribuyen. No faltan las cañas dulces, melones, sandías y de todo género de hortalizas, sin
exceptuar las escarolas, betorragas, el cardo y los espárragos, hay copia sobradísima de uvas de todos géneros,
así en viñas dilatadas como en parras frondosas; y nada se echa menos, no sólo de lo preciso, sino aún de lo
delicioso para conservación de la vida, sirviendo esto de medio eficaz para que insensiblemente pasase
Querétaro de pueblo no muy grande a ser ciudad magnífica y numerosa (...)
No es el menor lustre de la ciudad de Querétaro, la munificencia con que se emplea en el divino culto, omito
el referirlo cuando son tan notorias sus fiestas anuales, sus procesiones penitentes, sus cofradías devotas, sus
capellanías perpetuas y sus memorias piadosas. Siete eran las iglesias en que como siete columnas estribaba
allí todo el empireo en que asiste la sabiduría del Padre. La primera, la parroquia del convento de Santiago de
la Regular Observancia de N.P.S. Francisco, cuyo curato y beneficio es tan pingüe, que sustentando un
número crecido de religiosos, sobra mucho al fin del trienio para la fábrica. El religiosísimo de San
Buenaventura de la Cruz de los Milagros de la Recolección de la misma orden. El de San Antonio de Padua,
de la descalcez seráfica. El de la Reforma de Nuestra Señora del Carmen. El Colegio de la Compañía de Jesús,
donde se lee gramática. El hospital real de que cuidan los hermanos de San Hipólito. El convento real de Santa
Clara de Jesús, en donde como en regalía suya nombra capellanías su majestad, que administran los religiosos
de su hábito, y en donde como en un remedo del paraíso siguen al cordero divino ciento y veinte vírgenes, que
como esposas queridas las adorna con la hermosa plenitud de las perfecciones. Decir la majestad de sus
fábricas, portadas y torres, cimborrios, altares, sagrarios, relicarios, ornamentos, preseas, reliquias, riqueza,
adorno, indulgencias, jubileos y gracias, fuera asunto muy lleno para cualquiera pluma que quisiera emplearse
en prolija historia. Lo que yo aseguro es que, siendo México una de las ciudades que en todo el ámbito de la
tierra poseen templos con igualdad suntuosos y perfectos, puede Querétaro correr al lado de México en tan
sagrado estadio. A estas grandezas por todas partes cabales, dio heroico realce la nueva iglesia de presbíteros
seculares, que en honra de María santísima en su advocación de Guadalupe de México, se perfeccionó y
dedicó en estos días, con las circunstancias y majestuosa pompa que admiré presente y que remito a la
posteridad en esta desaliñada narración de lo que fui testigo (29).
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Una hermosa y barroquísima descripción de la ciudad se encuentra en un libro sobre las recién
construidas obras hidráulicas de Querétaro y las fiestas dedicatorias, escrito por el padre jesuita
Francisco Antonio Navarrete en 1738 e impreso el año siguiente (30). Seguía creciendo la ciudad
en esos tiempos; según el estudio demográfico de Super, la población de Querétaro aumentó
hasta más de 25,000 hacia mediados del siglo (31).
Es la muy noble y leal ciudad de Santiago de Querétaro, entre todas las ciudades que pueblan este continente
septentrional, si no la más poblada por la templanza de su cielo y distribución admirable de sus aguas, la más
florida; porque la arboleda, que en forma de media luna la rodea, la hace tan amena y vistosa, que los cinco
sentidos tienen su especial deleite al gozar de su amenidad y hermosura. El paladar se recrea con el gusto de
tantas diferencias de frutas, sin dar sentencia a favor de ninguna, porque todas son exquisitas (...)
El olfato tiene su especial recreo en la vegetable república de las flores; porque siendo tan varias y tan
hermosas, se mantienen ya unas, y ya otras, todo el año; sin que lo erizado del invierno pueda marchitar ni el
encendido color de las rosas ni la candidez de las azucenas, dándoles humo de narices con su olor suave al
diciembre rígido y al helado enero.
Los pintados pajarillos (ramilletes volantes) divierten con su canto continuamente los oídos; porque como
cada casa es una maceta de flores, cada jardín una primavera, y cada huerta un Paraíso, toda la ciudad es una
jaula, en que sin más cuidado que abrir los oídos, se percibe con deleite aquella música, que por componerse
de avecillas inocentes, no puede menos el corazón, que elevarse y apetecer la celestial música que es divina,
porque sigue los armónicos y soberanos puntos del Cruzado.
El tacto tiene su singular delicia en las frutas, tan hermosas y varias que toca, y en las matizadas y suaves
flores que manosea. Pero el sentido que más percibe la amenidad y hermosura de Querétaro (sin duda por más
noble) es el de la vista (...)
Este hermoso país visto desde la Loma, causa tanto agrado a los ojos, que faltan colores a la retórica para
pintar con propiedad lo que tan amena ciudad encierra dentro de tan florido círculo para el recreo; porque al
registrar una ciudad, que al compás de los edificios descuellan los árboles que la matizan, imprime en la
fantasía una tan agradable, aunque opuesta armonía de pareceres, que al ver sólo la mitad de los templos, los
chapiteles de las torres y las azoteas de las casas empinarse sobre los árboles y las flores, imagina la fantasía,
que lo enmarañado y tupido de la arboleda es un ondeado mar de verdes esmeraldas que mantiene sobre su enojada espalda una grande flota de navíos, que aunque parece están en calma por haber dado fondo los blancos
edificios, tal vez imagina que navegan, cuando el viento al mover las copas de los árboles, engaña la vista para
que presuma que son las olas, que azota el aire, dándoles a los navíos de cal y canto un engañoso y aparente
movimiento.
La descripción de Villaseñor y Sánchez salió de la imprenta siete años después del libro del
jesuita Navarrete, en 1746. Villaseñor, citando registros parroquiales, nos informa que había
entonces 2,805 familias de indígenas otomíes en la ciudad de Querétaro, así como 3,004 familias
de españoles, mestizos y mulatos. Este autor multiplica el total de familias por ocho para obtener
una población total de 46,472 individuos. En un estudio moderno, John C. Super utiliza un factor
de conversión más realista de 4.6, el cual nos daría una población de aproximadamente 26,721
habitantes para la ciudad (32).
La capital, que es Querétaro, es la más hermosa, grande y opulenta ciudad que tiene el arzobispado de
México, así por los muchos templos de suntuosa fábrica que le adornan, orden de sus calles y plazas, perfectos
edificios de casas, crecido número de familias de españoles y demás calidades, estado eclesiástico y secular,
7
como su buen temperamento, abundancia y amenidad.
Hállase situada esta ciudad a la falda de una loma, que hoy se nombra el cerro de la Santa Cruz, extendiéndose
la mayor parte de su población de Oriente, dista de la capital México cuarenta y dos leguas, elevándose el polo
septentrional en veinte y un grados, treinta minutos. Situado, pues, su hermoso plantel, y supuesto que la
mayor parte de su población es de Oriente a Poniente, se abriga de Norte a Sur con un cerro que la defiende, y
desde donde principia su célebre cañada, cuyo delicioso país, frondosas campiñas y divertibles huertas causan
recreación a la vista, fertilizadas de las aguas de un caudaloso río, e introducidas por conductos secretos,
reducidas a doce surcos, que corren por la acequia madre; y de este beneficio gozan más de dos mil casas y en
ellas otras tantas huertas y jardines abundantes de varias especies de flores y frutos así regionales como de
Castilla (...)
De las tres plazas que tiene la ciudad salen todas las calles en que se dilata, cruzadas a los cuatro vientos
principales, que la hacen hermosamente repartida y fácil el giro de su vecindario; su mayor largueza corre de
Oriente a Poniente y de Sur a Norte su anchura (33).
En la primavera de 1764 el franciscano español Francisco de Ajofrín pasó un mes en Querétaro.
Como los demás visitantes escritores, quedó impresionado por esta ciudad encantadora:
Es Querétaro hermosa, grande, opulenta y amena ciudad del arzobispado de México, y última, por ese rumbo,
de su jurisdicción. Hállese situada a la falda de una loma que se nombra de Santa Cruz, donde está fundado el
colegio de Padres Crucíferos. Dista de México 46 leguas. Se halla en 21 grados y 30 minutos de latitud. Su
población se extiende de oriente a poniente más que de norte a sur, y la desigualdad del terreno en declive, por
el rumbo dicho no permite que sus calles sean perfectamente niveladas. A la banda del norte está defendido de
un cerro muy elevado, y en su profundidad hay un valle extendido y capaz, que llaman La Cañada, fertilísima
y deliciosa por sus muchas huertas y natural amenidad. Por lo profundo de La Cañada corre un caudaloso y
cristalino río, cuyas aguas, divididas en acequias, riegan y fertilizan la parte baja de la ciudad, quedando la
superior sin este beneficio; aunque tiene el equivalente, y aún mejorado, por la bondad de sus aguas, con el
acueducto y magnífica fábrica del puente que a sus expensas labró poco ha el marqués del Villar del Aguila,
don Julio Antonio de Urrutia y Arana, de tanta elevación, que siendo el colegio de Padres Crucíferos lo más
alta de la ciudad, como ya queda insinuado, la cogen los padres en los claustros altos y en sus propias celdas
sin bajar las escaleras; cosa rara y que no he visto en ningún otro convento (...) (34).
La última descripción que citaré aquí fue redactada por Antonio de Ulloa, comandante de la
última de las flotas de Indias (35). Estuvo en Querétaro en 1777. Un censo del mismo año indica
que había más de 25,581 habitantes en la ciudad (36). Otras cifras del último cuarto del siglo
XVIII varían entre 36,000 y 47,000. Zelaa supone que había más de 50,000 en la ciudad en la
primera década del siglo XIX (37). Ulloa nos dejó su impresión de la ciudad, la cual resulta muy
útil para reconstruir la vida de Querétaro hacia el final de la época Barroca.
Es la situación de esta ciudad, según se ha dicho, al pie de una cuesta y a la parte del sureste de una espaciosa
llanura. Su capacidad es bien grande: las calles, derechas y anchas; las casas, en la mayor parte, bajas, bien
fabricadas, algunas tienen un alto, son desahogadas en sus viviendas y por arriba están cubiertas de azoteas,
sin verse tejado en declive: cuyo uso es general en las poblaciones del reino, conociéndose en ello haber
tomado los primeros fundadores el médodo (sic) de Andalucía. Los barrandales son de hierro, que en aquellas
partes es costoso. La calle del Comercio, que es una de las principales por estar contigua a la Plaza Mayor, se
hermosea con el crecido número de tiendas que hay en ella, abastecidas abundantemente de toda suerte de
mercancías de Europa. Muchas de las casas gozan de la comodidad de fuentes, por haber abundancia de aguas
corrientes, que se conducen a la ciudad sobre una arquería de 62 arcos, cuyos claros son como de 18 varas y la
elevación de los más altos 20. Es obra moderna, hecha de piedra de un color rojo, siendo de ésta los más de
los edificios. Hay además varias fuentes públicas para la comodidad del vecindario.
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Tiene dos plazas grandes: la principal en figura cuadrada, en cuyo medio la adorna una hermosa fuente; la otra
hace frente al convento de San Francisco. Las casas de cabildo son representación, fabricadas modernamente.
Sin embargo de la capacidad de esta ciudad sólo tiene una parroquia y ésta es la iglesia de San Francisco por
haberle servido antes a los religiosos de este orden. Hállese ya secularizada y tiene tres ayudas de parroquias.
A más del convento de San Francisco hay de Santo Domingo, de la Merced, de San Diego, recoletos de San
Francisco misioneros; y de monjas, Santa Clara, capuchinas, carmelitas y beaterio de Santa Rosa: Éste es, así
mismo, colegio para la enseñanza de niñas y hay crecido número de colegiales que se crían con la mejor
instrucción. Las iglesias de estos conventos son hermosas, ricamente doradas en sus altares y adornadas con el
mayor primor, particularmente las de las monjas y entre éstas se distinguen las de Santa Rosa (...)
Viven estas familias (de españoles y criollos) entre bastante decencia y porte, pues se cuentan más de sesenta
coches que ruedan, teniendo la comodidad de estar toda la población en llano, hallarse sus calles empedradas
y de que se proporcionan varias salidas amenas por las muchas huertas que hay en su circuito, en donde
sobresale la amenidad, contribuyendo el temperamento benigno y el riego en las estaciones en que faltan las
lluvias.
El carácter de las gentes es agradable: recomendación que es general en todo el reino. Tienen buenas
presencias y en el sexo sobresalen las que los distinguen (sic). Continuamente se ve en las calles y plazas
bastante concurso de gente, que es señal de estar bien poblada y del tráfico y comercio que tienen.
La gente de mediana esfera y los indios se ejercitan en hacer tejidos de lana y de algodón, fabricando frasadas,
paños bastos, lienzos blancos y listados y los que llaman "paños", que usan las mujeres para cubrir el cuerpo
desde los hombros hasta la cintura, por cuyo motivo es grande el consumo que hay de ellos.
La población de Querétaro en la época Barroca
Querétaro, como todas las ciudades de la Nueva España, tuvo una población multiétnica. Cada
grupo aportaba algo de su forma de ser a la cultura híbrida del lugar. Leonard habla de una
"pigmentocracia", en la cual el nivel social del individuo se basaba principalmente en el
porcentaje de sangre europea que llevaba en las venas (38). A continuación veremos los
diferentes grupos raciales que conformaban la sociedad queretana en los siglos barrocos.
Los españoles peninsulares, llamados chapetones o gachupines (39), ocupaban un lugar
privilegiado en la sociedad colonial. Para ellos, la Nueva España era una promesa de
prosperidad. Los que tenían una educación formal ocupaban los puestos importantes en el
gobierno y en la Iglesia. Llegaron muchos campesinos y artesanos de la península ibérica,
atraídos por la posibilidad de enriquecerse. Muchos prosperaron. En Querétaro se convirtieron en
comerciantes y en dueños de estancias, haciendas y obrajes. Otros tuvieron menos suerte,
integrándose en las clases media y baja de la sociedad. También llegaban a la Nueva España los
españoles menos deseables, los ladrones y vagabundos (40).
Según las Leyes de Indias no podían inmigrar a la Nueva España personas que no fueran
españoles; sin embargo los europeos de otros países conseguían permisos para establecerse,
especialmente si dominaban algún oficio que escaseaba en la tierra. También llegaban
ilegalmente. Existen pruebas documentales de la presencia clandestina de portugueses residentes
en Querétaro en 1619, quienes tuvieron que pagar una multa para "componerse" ante el gobierno
virreinal (41).
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Los criollos, o personas de sangre española nacidas aquí, frecuentemente son llamados
"españoles" en los documentos virreinales. Sin embargo, constituían una categoría social distinta.
Especialmente en la primera parte de la época Barroca, los peninsulares imaginaban que los
criollos eran físicamente y mentalmente inferiores, debido al efecto del medio ambiente en su
desarrollo (42). Los descendientes de los conquistadores y colonizadores veían con frustación
que los recién llegados de España acaparaban el poder, ocupando los puestos superiores en la
burocracia y la Iglesia. Había una nobleza criolla que heredaba sus títulos de los conquistadores
o de sus parientes peninsulares. Si no tenían antecedentes nobles, pero poseían fondos
suficientes, podían comprar un título. En general los criollos pudientes fueron empresarios,
dedicándose a las mismas actividades que los gachupines (43). En Querétaro hubo criollos
sobresalientes, como don Juan Caballero y Ocio, que ocupó importantes puestos en el gobierno y
la Iglesia. Heredero de una fortuna, se dedicó a la filantropía. Fue generoso en extremo con su
caudal, destacándose como benefactor de los pobres y las instituciones religiosas, así como
patrón de las artes (44).
En Querétaro la proporción de españoles (peninsulares y criollos) iba en aumento, desde una
pequeña minoría en el siglo XVI, hasta constituir más de la cuarta parte de la población en el
último cuarto del siglo XVIII, y casi la tercera parte al final del Virreinato (45).
El grupo racial más numeroso de la ciudad fueron los indígenas (46). Los más antiguos en la
zona fueron los chichimecas. Después llegaron los otomíes para fundar el pueblo; éstos siempre
se mencionan en los documentos virreinales como el grupo mayoritario entre los indios de la
ciudad (47). También había tarascos y nahuas en Querétaro. Por bastante tiempo los indígenas
mantuvieron muchos rasgos de su antigua cultura, aunque se incorporaron en la economía
española (48). Probablemente constituían más del noventa por ciento de la población de la
ciudad hasta los primeros años del siglo XVII. Desde mediados del siglo XVII hasta la mitad del
XVIII alrededor del cincuenta por ciento de la población fueron indígenas. Para la primera
década del siglo XIX, la proporción de indios había bajado hasta el veinticinco por ciento, más o
menos (49).
Entre los caciques otomíes se destacaba de manera especial don Diego de Tapia, hijo de Conni.
Heredó de su padre los cargos de capitán general y gobernador de Querétaro, así como extensas
propiedades. Éstas, junto con las minas que descubrió en el Norte, le permitían vivir como un
magnate. Fue gobernador desde 1581 hasta su muerte en 1614 (50). En el siglo XVII los
caciques de Querétaro conservaban algo del poder y prestigio que habían ganado sus
antepasados, como aliados del gobierno virreinal en la Guerra Chichimeca. Esta élite indígena
solía adoptar un estilo de vida más español que autóctono (51). En 1696 un hijo de caciques
queretanos, educado en el colegio jesuito de la ciudad, recibió el grado de Bachiller en Artes,
después de presentar un examen en la Real Universidad de México. Con el grado venía la
"licencia de subir en cátedra y exponer en ella Aristóteles y los demás autores de Artes" (52). El
prestigio del gobernador y la influencia de los caciques en general decayeron en la segunda
mitad del siglo XVII y en el siglo XVIII. Al final de la época Barroca apenas se distinguían de
los indios comunes (53). Contribuía a este proceso la pérdida de las tierras de los indígenas,
comunales y privadas, a los hacendados españoles. Hacia mediados del siglo XVIII éstos poseían
la mayor parte de las tierras productivas de la región y los campesinos indígenas fueron
reducidos a la condición de peones en las haciendas.54
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Los indios de la ciudad desempeñaban trabajos muy diversos, desde labores manuales en las
empresas de los españoles, hasta oficios artesanales diversos, la creación pictórica y escultórica,
el diseño arquitectónico y la construcción. Otros fueron comerciantes, dueños de trapiches
textiles y abogados (55).
La tercera raza básica que conformaba la población queretana fue la negra. Los africanos fueron
importados como esclavos, sobre todo en las últimas décadas del siglo XVI y la primera mitad
del XVII. Los españoles los compraban para proveer de mano de obra a sus empresas y como
símbolos de su rango social (56). En Querétaro la mayoría de los esclavos trabajaban en los
obrajes textiles, donde constituían una parte muy grande de la fuerza laboral durante el siglo
XVII. Los negros que no estaban en las fábricas eran sirvientes domésticos (muy codiciados por
la clase alta), artesanos (particularmente herreros y sastres) o pastores en las estancias campestres
de sus dueños. Sigüenza menciona en 1680 que "cuatro piezas de esclavos" fueron donados a la
Virgen de Guadalupe para que sirvieran en la iglesia de la Congregación: "el uno con su ropón
de paño azul, y en el bordado el nombre de su Señora, para que sirviera de perrero; otro para que
administre lo necesario en la sacristía, y dos negrillos para que ayuden a misa." En la última
parte del siglo XVIII había pocos esclavos en la provincia. Muchos compraban su libertad y la de
sus familias; otros fueron liberados por sus dueños después de haberles servido fielmente. En
general iban mezclándose con los demás grupos hasta desaparecer como raza pura (57).
La belleza física de las mujeres negras debe de haber hechizado a los varones españoles, pues
pronto empezaron a proliferar los mulatos, nuevo tipo de la especie humana, de sangre
hispanoafricana. Algunos compartían con sus madres la condición de esclavitud, pero con
frecuencia los españoles concedían la libertad a sus hijos concebidos con esclavas. En algunas
ciudades novohispanas era común que las jóvenes negras y mulatas libres anduvieran adornadas
con costosas joyas, regalos de sus amantes españoles de la élite social. En 1778 el diez por ciento
de los queretanos fueron mulatos, según un censo oficial. En general los mulatos queretanos se
dedicaban a trabajos manuales, en los obrajes, talleres artesanales y en el campo. Como las otras
mezclas, tenían poco prestigio y frecuentemente se metían en problemas con la ley (58).
Otro tipo humano de sangre mezclada fue el mestizo, o hijo de español e india. Al principio los
españoles tendían a despreciarlos. Se les negaba el derecho de llevar ropa de estilo español y de
ocupar ciertos cargos burocráticos y eclesiásticos, pero en ocasiones se hicieron excepciones,
considerando como criollos a los mestizos destacados, a pesar de su sangre indígena. Como los
indios, algunos fueron obligados por endeudamiento a trabajar en los obrajes. También laboraban
en los talleres artesanales, aunque los reglamentos gremiales no les permitían aspirar a la
categoría de maestro en las artesanías más prestigiadas. En el campo servían como pastores y
ayudantes. Pocos al principio de la época Barroca, llegaron a constituir en Querétaro el tercer
grupo hacia fines del periodo, después de los indios y españoles (el dieciocho por ciento de la
población en 1778). Gradualmente mejoraron sus posibilidades en el siglo XVIII, al final del
cual ya había comerciantes y agricultores mestizos; algunos se casaban con españolas (59).
En adición a los tipos mencionados, surgió una gran variedad de mezclas. La obsesión de aquella
sociedad con las categorías raciales llevó a la creación de una designación para cada
combinación. Leonard dice que "Literalmente veintenas de denominaciones fueron inventadas o
aplicadas a las diferentes gradaciones de color y sangre, cuyas variedades agotaron los recursos
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del lenguaje" (60). La terminología variaba, pero en general es evidente la insensibilidad y
racismo que caracterizaban al español de la época. Siguen algunos ejemplos (61):
Mestizo + español = castizo
Mulato + español = morisco
Indio + mestizo = coyote
Indio + mulato = lobo
Español + morisco = saltatrás/albino
Español + saltatrás = tente en el aire
Coyote + indio = indio
Negro + indio = lobo zambaigo
Aspectos políticos y militares
Los reyes habsburgos del siglo XVII no tuvieron el recio carácter de los emperadores
renacentistas Carlos V y Felipe II. Los monarcas barrocos fueron menos capaces, desde Felipe
III (1598-1621) (62), quien ha sido caracterizado como "débil, indeciso y fanático" (63). Los
soberanos españoles gozaban de un privilegio especial, concedido por la Santa Sede: eran
patronos de la Iglesia en la Nueva España. Según los términos del Regio Patronato Indiano, el
rey percibía los diezmos, nombraba los obispos, erigía iglesias y "daba pase" a los documentos
papales antes de mandarlos a la Nueva España (64). La corona gobernaba sus posesiones
ultramarinas por medio del Consejo Real y Supremo de las Indias, cuyos miembros eran
escogidos por el rey, desempeñando funciones legislativas, administrativas y judiciales.
Sometida al Consejo de Indias, la Casa de Contratación controlaba el comercio, la emigración y
otros asuntos afines (65).
La autoridad suprema en la Nueva España era el virrey, quien reunía en su persona los cargos de
gobernador, presidente de la Real Audiencia, vicepatrono de la Iglesia, superintendente de la
Real Hacienda y capitán general. La Audiencia de México era el máximo tribunal de justicia de
la tierra. La formaban el virrey, varios oidores, alcaldes, fiscales y otros oficiales. Sus decisiones,
en casos de cierta importancia, podían ser apeladas ante el Consejo de Indias en Sevilla (66).
Los funcionarios más importantes en la mayor parte de los distritos fueron los alcaldes mayores
y los corregidores. Los primeros administraban la justicia y gobernaban su territorio, que
generalmente comprendía varias poblaciones. Los corregimientos se crearon para administrar y
cobrar el tributo en los pueblos de indios, cuando se iban extinguiendo las encomiendas. Después
los corregidores tuvieron facultades más amplias; sus atribuciones se confundían con las de los
alcaldes mayores. Ambos tipos de magistrados nombraban tenientes en los pueblos de su distrito.
Los indios se quejaron ante la Audiencia en muchas ocasiones, por el trato injusto que recibían
de estos oficiales (67).
Al principio el pueblo de Querétaro dependía de la alcaldía mayor de Jilotepec. Hacia 1578 se
dividió este territorio jurisdiccional en dos y Querétaro tuvo su propio alcalde mayor, que
gobernaba una provincia que llegaba desde Querétaro y sus inmediaciones hasta las tierras
llamadas "el cazadero", entre Huichapan y San Juan del Río (68). Hacia 1582-1583 se creó el
pueblo de San Pedro Tolimán, con presidio y convento de franciscanos (69). En un mapa de
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1747 se ve que la jurisdicción de Querétaro llegaba hasta Tolimán en el norte, incluyendo
todavía San Juan del Río hacia el sur (70).
La ciudad de Querétaro se gobernaba por medio de un ayuntamiento o cabildo, conformado por
peninsulares y criollos, reuniéndose en las "casas consistoriales". Los cabildos novohispanos se
juntaban periódicamente para votar sobre los asuntos del lugar y levantar actas. En 1746, según
Villaseñor y Sánchez, presidía el cabildo de Querétaro un corregidor quien fungía también como
teniente de capitán general del distrito. Además había "dos alcaldes ordinarios, un alférez real, un
alguacil mayor, un alcalde provincial y dos regidores con su procurador, contador, escribano
mayor y de cabildo (...)" (71). Los corregidores, instrumentos del control virreinal, mediaban
entre el cabildo y el virrey. Podían ejercer su derecho de votar en las sesiones. Los alcaldes
ordinarios fueron los jueces. El alférez real servía como abanderado de la ciudad. El alcalde
provincial encabezaba la Real Acordada, o tropa creada para perseguir los bandoleros, como
veremos más adelante. Los regidores fueron administradores municipales. Tenían el poder de
fijar precios, con el cual favorecían el grupo cerrado que manejaba el poder a nivel local, o sea,
los latifundistas, empresarios y comerciantes blancos. Los alguaciles se encargaban de la ronda
de noche y de ejecutar los actos judiciales, como los decretos de prisión (72). En la primera
mitad del siglo XVI los ayuntamientos se eligían de manera más o menos democrática (votaban
todos los vecinos blancos), pero cuando inició la época Barroca ya habían adquirido un carácter
más cerrado, pues solamente votaban quienes ya habían sido miembros del cabildo; además se
vendían abiertamente gran parte de los cargos públicos (73).
Había también en Querétaro, desde el siglo XVI hasta el XIX, un "concejo" o cabildo de indios.
Estos organismos, en general, existían para gobernar a los indígenas de su jurisdicción, recaudar
los tributos y diezmos, cuidar la asistencia a misa, administrar las tierras comunales y
defenderlas contra la avaricia de los españoles. Los cabildos de indios estaban modelados en los
cabildos españoles. Cada comunidad eligía un gobernador, alcaldes, regidores y otros oficiales.
Estos funcionarios recibían sus salarios de los fondos comunales. En la última parte del siglo
XVII y a lo largo del XVIII se iba debilitando cada vez más el poder del gobierno indígena en
Querétaro (74).
Aparte de los presidios de la frontera norte y los puertos fortificados en las costas, no hubo un
ejército profesional en la Nueva España durante la época Barroca, hasta la década de 1760,
cuando éste se formó como parte de la reforma política y económica de Carlos III. Hasta
entonces sólo había milicias en las principales ciudades y desempeñaban un papel más
ceremonial que militar (75). En la zona de Querétaro, sin embargo, se habían llevado a cabo
operaciones militares con fines específicos, como las campañas contra bandoleros y las entradas
en la sierra Gorda.
La Santa Hermandad (o Real Acordada) se creó en la Nueva España, siguiendo antecedentes
españoles, para castigar a los ladrones y asaltantes que plagaban los caminos. Los alcaldes
provinciales de la Hermandad iban al frente de su tropa. Podían juzgar sumariamente a los
delincuentes e imponer la pena de muerte (76). En Querétaro se destacó en este cargo don
Miguel Velázquez y Lorea, quien también fungía como alguacil mayor de la Inquisición. Zelaa
nos informa que Lorea, en sus trece años como alcalde provincial de la Acordada (1719-1732),
ahorcó a 43 malhechores, asaetó a 151 y mandó otros 733 a la cárcel. Su lema era "denme sus
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gargantas, y llévense lo demás". Tuvo tanto éxito que fue comisionado para hacer lo mismo en
otras partes de la Nueva España. Su hijo José luchó contra los bandoleros como su teniente.
Cuando murió el padre en 1732, José heredó sus puestos en la Hermandad y la Inquisición.
Activo durante muchos años, superó las cifras de su padre, condenando a la muerte 367 villanos
y encarcelando a 3425 (77).
La otra actividad militar que vió la provincia fue la conquista de la sierra Gorda (78). baluarte
natural de los chichimecas, quienes seguían burlando los intentos de los españoles para
dominarlos, más de un siglo después del fin de la Guerra Chichimeca. Los jonaces,
particularmente, demostraban un espíritu belicoso. Los pames, por lo general, eran más dóciles y
pacíficos. Los frailes misioneros trabajaron en la zona desde el siglo XVI y durante la época
Barroca; hubo misiones de franciscanos, agustinos y dominicos. En general, mientras se daba
alimentos y regalos a los chichimecas, éstos vivían en las misiones y dejaban de atacar a los
españoles y los indios pacíficos. Cuando no se les daba comida, volvían a la vida nómada y
seguían con las depredaciones. Dos militares se destacaron en la colonización inicial de la sierra:
Gerónimo de Labra el Viejo y su hijo Gerónimo de Labra el Mozo. Tenían intereses mineros en
la zona. Nombrados "protectores" de los indios, hacían la guerra a los chichimecas y promovían
la fundación de misiones durante más de un siglo, a partir de 1636. No pudieron vencer al
espíritu indómito de los jonaces. Sus logros con los pames fueron bastante limitados. En la
siguiente etapa sobresalió un militar español llamado José de Escandón. En 1742 asumió el
gobierno de la sierra Gorda. Aplastó con brutalidad a los jonaces, llevendo a los supervivientes a
trabajar en sus propiedades y en los obrajes de Querétaro. En un informe al virrey en 1743,
propuso la renovación de la misión de Jalpan y la fundación de misiones en Tilaco, Concá,
Tancoyol y Landa, para ser administrados por los misioneros franciscanos del colegio de San
Fernando en México. Entre los frailes fernandinos venía el famoso fray Junípero Serra, quien
inició su labor en 1750. Bajo estos ministros florecieron las cinco misiones, por lo menos en el
sentido material. Se dieron abundantes cosechas año tras año. Testigos de aquella prosperidad
son los espectaculares monumentos barrocos que aún subsisten. Pero hay que recordar que los
pames de estas misiones fueron obligados a quedarse en ellas; los fugitivos fueron perseguidos
por los soldados y forzados a volver. Hubo severos castigos corporales para los que no obedecían
a los frailes. En 1770 las misiones se entregaron al clero secular. Los curas empezaron a exigir el
pago del diezmo. Huyeron los "feligreses" chichimecas hacia los montes. Se perdieron gran parte
de los logros de los fernandinos.
El sistema gubernamental novohispano fue transformado en la última parte de la época Barroca
por las reformas borbónicas. Siguiendo una política centralista, Carlos III aumentó su control
sobre la Nueva España e incrementó el flujo de dinero hacia las arcas reales. Para lograr estos
propósitos, fue necesario alzar los impuestos, impulsar la economía, fortalecer el ejército y quitar
--en parte-- los previlegios del clero. Uno de los primeros pasos fue mandar el visitador José de
Gálvez a la Nueva España, en 1765. Después de una visita de seis años, Gálvez recomendó una
nueva división política del territorio en "intendencias". También sugirió, entre otras cosas, un
alza en las rentas públicas y el relajamiento de las restricciones al comercio. La real ordenanza
para establecer las intendencias fue expedida en 1786, llegando a México el año siguiente. La
Nueva España fue dividida en doce intendencias, cada una gobernada por un intendente, quien
constituía una liga entre el virrey y los cabildos municipales (79).
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Querétaro, a pesar de ser una de las ciudades más grandes y ricas de la Nueva España, no fue
capital de una intendencia. Quedó integrado en la de México. De manera excepcional se mantuvo
el corregimiento de Querétaro, ampliando su jurisdicción para que incluyera, además de las
alcaldías de Tolimán y San Juan del Río, las de Cadereita y Escanela (anteriormente del gobierno
de la sierra Gorda de Escandón) (80). Desde 1794 el corregidor debía ser "letrado", o sea con
título académico, por la importancia de la ciudad (81). En cuanto al cabildo de la ciudad de
Querétaro, no hubo grandes cambios (82). La modificación más importante en la organización
política local fue la división de la ciudad en tres "cuarteles mayores", en 1796. Cada cuartel
mayor era administrado por uno de los altos oficiales del cabildo y estaba subdividido en tres
"cuarteles menores". Las nueve fracciones resultantes se pusieron bajo la vigilancia de los
"alcaldes de barrio". Este cargo honorífico, no remunerado, podía ser un trampolín para llegar a
ocupar otros puestos en el gobierno. El alcalde de barrio llevaba uniforme y bastón. Tenía las
responsabilidades de mantener el orden, castigar los delitos, encarcelar a los delincuentes y
organizar las rondas nocturnas. Bajo sus órdenes había un escribano y algunos alguaciles. La
política de dividir así las ciudades tenía antecedentes en España. Durante el periodo de las
reformas borbónicas se llevó a cabo en varias ciudades novohispanas (83).
Economía
En el siglo XVII hubo profundas transformaciones sociales y económicas en la Nueva España.
Se dió una marcada crisis comercial entre España y sus colonias americanas, junto con una
depresión de la minería. Estas condiciones llevaron a una relativa autosuficiencia en la economía
novohispana. La hacienda se consolidó como centro productor agropecuario, y con ella, nació el
peonage por endeudamiento. Surgió una jerarquía de comerciantes, dominada por un grupo de
peninsulares, quienes se aprovechaban del monopolio comercial impuesto por la metrópoli. La
Iglesia perdió su antiguo zelo misionero, convirtiéndose en una de las mayores potencias en la
economía novohispana, comprando tierras productivas y fincas urbanas y acumulando capital,
con el cual hacia préstamos a las empresas de los españoles. En fin, se definieron los principales
rasgos socio-económicos de la Nueva España que prevalecieron hasta los cambios impuestos por
el rey borbón Carlos III en la etapa final de la época Barroca (84).
El Bajío desempeñaba un papel importante en este sistema económico. Impulsado por la riqueza
minera hacia el noroeste, florecieron las haciendas agrícolas y ganaderas. Con la expansión de la
cría de ovejas, proliferaron los obrajes o fábricas de textiles, en lugares como San Miguel,
Celaya, León y especialmente Querétaro. Se desarrolló un vigoroso mercado regional, poco
afectado por los altibajos del comercio transatlántico (85). Querétaro, ubicado en el Bajío
oriental, fue una encrucijada clave, participando plenamente en el sistema económico regional e
interregional. Según Super, su economía "era interna pero de ninguna manera aislada o retrasada.
Cada rama de la economía estaba conectada con las demás formando un sistema complejo de
producción e intercambio. Todo formaba parte de la economía mexicana (sic) más amplia."
Super hace hincapié en las "estrechas relaciones entre la agricultura, la manufactura y el
comercio" (86).
Durante la peor época de la crisis comercial y minera del siglo XVII, Querétaro estaba en pleno
crecimiento. La ciudad alcanzó su apogeo material durante el siglo XVIII, periodo de auge para
la Nueva España en general, por el crecimiento demográfico y la recuperación de la minería.
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La ganadería fue el pilar principal de la economía queretana desde mediados del siglo XVI hasta
la mitad del XVII. Seguía siendo de importancia fundamental durante toda la época virreinal. Se
criaba el ganado mayor y menor, dando preferencia a las ovejas, cuya lana era transformada en
telas por las empresas textiles de la ciudad. Los grandes rebaños eran propiedad de los españoles,
pero también hubo pequeños ganaderos entre los indios, mestizos y mulatos (87).
Hubo una gradual transformación en el uso del campo en las afueras de Querétaro, desde
principios del siglo XVII, cuando predominaban las estancias ganaderas, hasta el siglo XVIII,
cuando había una preponderancia de haciendas agrícolas (88). El principal grano de exportación
fue el trigo; el excedente se mandaba a México, Zacatecas y otros lugares. Seguían en
importancia el maíz (exportado al valle del Mezquital, Zimapán y Cadereita) y el chile (la mayor
parte vendida en México). Otros productos agrícolas importantes fueron el frijol, el garbanzo y
las uvas (89). Los camotes queretanos tenían la fama de ser los más suculentos del reino; varios
autores virreinales los alaban (90). Debe haber sido importante la huerta casera en la producción
de una amplia variedad de alimentos para el consumo local, como se consta por las descripciones
virreinales de Querétaro.
Una actividad económica de gran importancia para Querétaro fue la manufactura textil. En los
inicios de la época Barroca había pocos obrajes en la ciudad. La mayoría de los trabajadores
fueron indios, frecuentemente obligados a trabajar por endeudamiento. A partir de 1630 y
durante gran parte de aquel siglo fue usual el empleo de esclavos negros en los obrajes. También
muchos vagabundos y delincuentes fueron sentenciados a trabajar en estas fábricas textiles (91).
Había en la ciudad, según el año, de 13 a 21 obrajes, con un promedio aproximado de 10 telares
anchos por obraje. Los dueños eran usualmente españoles ricos, quienes veían en sus fábricas
una actividad secundaria, vendiéndolas con frecuencia (92). Según el corregidor Miguel
Domínguez, en un informe de 1801, los obrajes eran "unas oficinas que se miran con horror, que
sólo su nombre infunde miedo, que se han convertido en prisiones" (93). Humboldt visitó
algunos de los obrajes de Querétaro en 1803 y registró su disgusto (94):
Hombres libres, indios y hombres de color están confundidos con galeotes que la justicia distribuye en las
fábricas (...) Unos y otros están medio desnudos, cubiertos de andrajos, flacos y desfigurados. Cada taller
parece más bien una obscura cárcel: las puertas, que son dobles, están constantemente cerradas, y no se
permite a los trabajadores salir de la casa; los que son casados, sólo los domingos pueden ver a su familia.
Todos son castigados irremisiblemente, si cometen la menor falta contra el orden establecido en la
manufactura.
También se producían cantidades considerables de telas en los trapiches, o talleres artesanales
con unos pocos telares angostos. En ellos se tejía la lana y el algodón. Había relativamente pocos
trapiches textiles antes del siglo XVIII (28 en 1693), pero para principios del siglo XIX ya había
más de 300, empleando más trabajadores que los obrajes. La mayor parte de los dueños de
trapiches eran indios, con algunos mestizos y españoles y uno que otro mulato o castizo (95).
Los grandes comerciantes fueron el tercer grupo que, junto con los latifundistas y los dueños de
fábricas textiles, constituían la oligarquía española que dominaba la economía de la provincia.
Los lazos entre los tres grupos llegaron a ser tan estrechos, que en realidad cabría hablar de una
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sola élite, cuyos miembros se dedicaban a cualquier combinación de estas actividades y a
menudo ocupaban cargos políticos y militares (96).
Querétaro fue un importante centro comercial en la red de distribución interregional. Los
comerciantes queretanos aprovechaban su ubicación entre los ricos centros mineros hacia el
noroeste y la capital de la Nueva España. Compraban materias primas (como lana y algodón) de
los habitantes de las provincias internas, a precios bajos. Después de procesarlas en las fábricas,
vendían los productos en el norte a precios elevados, quedándose con jugosas utilidades.
Guanajuato, en el extremo opuesto del Bajío, constituía un mercado cercano y rico para las
manufacturas queretanas (97).
Llegaban a Querétaro importaciones de los lugares más diversos. De África se trajeron esclavos
en cantidades significativas. De Asia llegaban, a través del puerto de Acapulco y la ciudad de
México, telas finas y otros artículos suntuarios. También fueron vendidos algunos esclavos
asiáticos en Querétaro. Se importaban telas, vino, aceite de oliva y otros productos españoles, así
como una extensa variedad de productos de diversas regiones de la Nueva España, como
cerámica de Puebla, Guadalajara y Michoacán, jarcia de ixtle de Ixmiquilpan, frutas de la tierra
caliente, azucar de Michoacán y México, sal de Colima etcétera (98).
Había, desde luego, una jerarquía de comerciantes. Los más prósperos distribuían sus mercancías
dentro de la región. La mayoría, sin embargo, vendía al menudeo, formando una clase media
urbana (99). Sigüenza nos informa que en 1680 abundaban "las mercancías europeas y asiáticas
de que abundan los almacenes y tiendas" (100). Zelaa, hacia fines del Virreinato, habla de "más
de treinta y ocho tiendas bien surtidas de ropa de Castilla, y muchas pulperías abastecidas de
toda especie de géneros y comestibles" (101).
Las fuentes documentales registran una amplia gama de actividades productivas en Querétaro.
La producción artesanal se regía por la organización gremial. Únicamente los maestros podían
establecer un taller. Los aprendíces trabajaban para un maestro a cambio de hospedaje, alimentos
e instrucción. Cuando terminaban su periodo de aprendizaje, llegaban a ser oficiales y recibían
un salario. Los oficiales más capaces podían juntar su dinero para pagar su examen de maestro y
establecer su propio taller. Por lo general las discriminaciones raciales de la época se reflejaban
en las ordenanzas gremiales; en muchos gremios solo los españoles podían aspirar al rango de
maestro (102). Navarrete, en su descripción de las fiestas de 1738, menciona varios gremios
queretanos: de cirujanos y barberos, panaderos, trapicheros, sastres, carpinteros y herreros (103).
Varios documentos virreinales hablan de las tenerías que había en Querétaro para el curtido de
las pieles (104). También se mencionan las cererías y las fábricas de sombreros y "listonería"
(105). Super registra la presencia de talleres artesanales especializados en la fabricación de
carruajes, zapatos, alfarería, sillas de montar y otros artículos (106).
La creación plástica requería artistas y artesanos especializados. Había talleres de pintura,
escultura, grabado y orfebrería (107). El auge de la construcción monumental creaba empleos
para arquitectos o alarifes, canteros, albañiles, carpinteros, herreros y obreros comunes. Para
realizar los exquisitos retablos de los templos, había maestros ensambladores; también
intervenían en estas obras los escultores, pintores y doradores.
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Como parte de las reformas borbónicas, se estableció la Real Fábrica de Tabacos en Querétaro en
1779 (108). Fue una de varias fábricas establecidas por el gobierno virreinal en aquella década,
como parte de un ambicioso plan para crear un monopolio real de la industria tabaquera en la
Nueva España, canalizando los ingresos hacia las arcas del rey. La Real Renta de Tabaco
controlaba este monopolio a través de funcionarios peninsulares. La Corona limitó el cultivo del
tabaco a ciertas partes de lo que hoy es el estado de Veracruz. Les compraba las cosechas a los
agricultores; éstas se vendían a las fábricas por un precio superior. Así ls Real Hacienda se
quedaba con la mayor parte de las ganancias desde antes de la manufactura de los cigarros. El
ejército recién formado fue instrumental en hacer cumplir los reglamentos monopolistas (109).
La fábrica de puros y cigarros de Querétaro fue uno de los mayores en la Nueva España. (Debe
aclararse que el término "fábrica" no implica en este caso el uso de máquinas. Todo el trabajo se
hacía a mano.) Laboraban en ella entre 1397 y 3000 hombres y mujeres (110). Había una
pequeña base de empleados con plaza fija (el 6.5% del personal en 1790 y 1795); desempeñaban
labores de administración, vigilancia, control de producción, preparación de materias primas y
encajado del producto. La mayoría trabajaba por destajo, pero con cuotas diarias de trabajo
fijadas de antemano. Los destajistas trabajaban como pureros, cigarreros, envolvedores y
recortadores. Para lograr una plaza había que trabajar como mínimo veinte años por destajo. Las
mujeres constituían más o menos la mitad de los trabajadores en la fábrica queretana. Sufrían una
explotación mayor que los hombres, con cargas más altas de trabajo y salarios menores (111).
Un aspecto positivo de esta fábrica fue la ausencia de la odiosa práctica de adelantar préstamos a
los trabajadores para comprometer su libertad, común en los obrajes y las haciendas (112).
La Iglesia en Querétaro
La Iglesia Católica ejercía un poder incalculable en la sociedad novohispana. Difundía y
reforzaba el dogma a través de los ritos, la educación, el arte, las publicaciones y la actividad
misionera. Celosa de su dominio sobre los pensamientos de su rebaño, vigilaba las creencias y
castigaba la heterodoxia, valiéndose del Tribunal del Santo Oficio, mejor conocido como la
Inquisición. El Santo Oficio no desdeñaba la tortura como medio de extraer las confesiones.
Aplicaba diversas sanciones, desde humillaciones públicas y multas pecuniarias hasta la muerte
en el garrote o la hoguera, entregando el reo para este fin al gobierno civil (113).
El dominio de la Iglesia llegaba más allá de la ideología; también controlaba una parte
considerable de los bienes materiales. Los diversos organismos eclesiásticos poseían haciendas
agrícolas y ganaderas, predios urbanos y capital. Desempeñaban el papel de banquero para los
inversionistas agricultores, ganaderos y mineros (114). Valiéndose de las fabulosas utilidades así
generadas y donaciones de particulares, los institutos religiosos patrocinaban gran parte del arte
barroco novohispano.
La Iglesia penetraba todos los aspectos de la vida. Una parte de sus riquezas se destinaba para los
servicios públicos, indispensables en una sociedad caracterizada por marcados contrastres en el
nivel económico de la población: hospitales, hospicios, escuelas etcétera. Por la influencia de la
doctrina cristiana, difundida por el clero, la élite destinaba una porción de su caudal a la
filantropía, aunque probablemente el orgullo y la ostentación hayan sido los motivos genuinos de
su generosidad en algunos casos. Por otro lado, la misma doctrina enseñaba a las masas que
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debían sorportar con resignación su condición inferior, para ganarse la gloria. En fin, la
influencia de la Iglesia Católica parece haber sido el factor decisivo en el mantenimiento del
orden y la cohesión social. Según Brading "Era la Iglesia, y no la fuerza militar, la que
conservaba la paz en la Nueva España, y la que unía las diversas razas de la colonia en una sola
grey de fieles" (115).
El clero se dividía en las ramas secular y regular. Los sacerdotes seculares estaban bajo la
autoridad directa de los obispos, sin afiliarse con ninguna orden religiosa. El clero regular
comprendía los que pertenecían a las órdenes y debían seguir una regla, viviendo en comunidad
con sus hermanos de hábito. Tenían su propia organización, con áreas jurisdiccionales llamadas
provincias, gobernadas por provinciales, quienes se eligían en juntas o capítulos.
La ciudad de Querétaro formaba parte del arzobispado de México desde 1586, cuando se
resolvió definitivamente el pleito entre las mitras de Michoacán y México por los diezmos de los
habitantes de la zona (116). La máxima autoridad del clero secular en Querétaro era un juez
eclesiástico, delegado del arzobispo, quien por lo general era el cura párroco de la ciudad (117).
Hasta 1759 la iglesia parroquial había sido el templo conventual de los franciscanos observantes;
en aquel año el curato fue secularizado y la iglesia de la Congregación de Nuestra Señora de
Guadalupe se convirtió en parroquia principal. Doce años más tarde el curato se cambió de
nuevo al templo que había pertenecido a la Compañía de Jesús (118). La primitiva iglesia de San
Sebastián fue auxiliar de parroquia hasta 1720, cuando se erigió en parroquia secundaria, dotada
de algunas haciendas "para la mejor subsistencia de sus curas" (119).
Los sacerdotes seculares de Querétaro estaban agrupados en la Congregación Eclesiástica de la
Virgen de Guadalupe desde 1669. Su iglesia definitiva se estrenó en 1680. Los sacerdotes de la
Congregación no vivían en comunidad ni juraban votos estrictos como los del clero regular, pero
tenían sus "constituciones y reglas", según las cuales cada miembro debía asistir a ciertos ritos
semanales, celebrar la fiesta anual de la santa patrona, visitar a los congregantes enfermos, asistir
a sus entierros, administrar los sacramentos en la cárcel, los obrajes, el hospital etcétera.
Realizaban obras de caridad como llevar comida a los encarcelados, proporcionar dotes para
huérfanas y dar limosnas a los pobres. La Congregación estaba gobernada por un prefecto, cuatro
consiliarios, un tesorero y un secretario, los cuales se eligían cada año (120).
Había otra agrupación de padres seculares en Querétaro: el Oratorio de San Felipe Neri. El
Oratorio queretano fue uno de ocho que se establecieron en las ciudades novohispanas durante la
época Barroca, para fomentar la perfección espiritual del clero. En 1711 el prefecto de la
Congregación en Querétaro quiso afiliar su organización con los oratorianos, pero los demás
sacerdotes se opusieron. En 1763 un padre felipense de San Miguel el Grande fundó en
Querétaro un Oratorio de San Felipe Neri, independiente de la Congregación. Su iglesia
definitiva (hoy la catedral de Querétaro) se levantó entre 1786 y 1805 (121).
Siempre había más clérigos regulares que seculares en el Querétaro barroco. Hasta 1680, cuando
se estrenó la iglesia de la Congregación, todos los templos de la ciudad (siete en total)
pertenecían a las órdenes religiosas (122). Durante el siglo XVIII se fundaron todavía más
conventos masculinos y femeninos. Humboldt, a principios del siglo XIX, afirmó que había en la
ciudad 85 sacerdotes seculares, 181 frailes y 143 monjas (123). Las órdenes mendicantes en la
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época Barroca perdieron gran parte del celo apostólico que habían mostrado durante la conquista
espiritual. Se dio un relajamiento general de la disciplina. Las disputas surgieron entre las
diferentes órdenes, y dentro de éstas los frailes criollos luchaban por el poder contra los que
habían nacido en España (124).
La Orden de Frailes Menores de San Francisco fue el instituto religioso más firmemente
arraigado en Querétaro. Estaba presente desde los primeros años del pueblo. Su convento
principal, llamado por Sigüenza "convento de Santiago de la Regular Observancia de Nuestro
Padre San Francisco" (125), se ubicaba en el costado oriental de la traza regular de Sánchez de
Alanis, en la intersección de dos de los principales ejes urbanos. El templo del convento fue la
parroquia hasta 1759, como hemos visto. La iglesia que había sido de los jesuitas se quedó con la
advocación de Santiago, patrón de la ciudad, cuando se estableció allí el curato; el convento
observante tuvo desde entonces a San Francisco como patrón. En 1777 Ulloa menciona que el
convento había sido entregado al clero secular (126). Los frailes observantes de Querétaro se
dedicaban a la administración de los sacramentos, particularmente a sus feligreses indígenas
(127).
Existían otros conventos de franciscanos en Querétaro y sus alrededores. Había un convento de
frailes recoletos en el convento de San Buenaventura de la Cruz de los Milagros (128) en la cima
una loma, donde todavía se venera una cruz de piedra que parece haber sido un objeto de culto
muy importante en la conversión de los indios del lugar (129). Esta cruz todavía goza de una
gran popularidad entre el pueblo, especialmente los danzantes indígenas de la región del Bajío.
El convento fue fundado de acuerdo con una licencia real de 1654; en 1683 se convirtió en el
primer colegio Apostólico de Propaganda Fide del Nuevo Mundo. De aquí salieron misioneros
para difundir el Evangelio desde Texas hasta Centroamérica. En los últimos decenios del siglo
XVIII había arriba de 70 y aún 80 frailes en el colegio de la Cruz (130). En un tercer
establecimiento franciscano, ubicado a una corta distancia del convento observante, moraban los
frailes dieguinos descalzos desde 1613. En este convento de San Antonio de Padua los religiosos
se apegaban más estrictamente a los ideales de la pobreza cristiana expresadas en el Evangelio y
predicadas por el humilde hermano de Asís (131). En la vecina población de San Francisco
Galileo, mejor conocido como el Pueblito, había otro convento franciscano. En 1632 fray
Sebastián Gallegos elaboró una escultura de la Virgen María; ésta fue colocada en una capillita
cerca del montículo prehispánico del lugar para poner fin a los ritos ancestrales practicados allí
por los indígenas. En 1736 se estrenó la iglesia definitiva; a partir de entonces vivieron allí varios
franciscanos. En 1766 el Santuario del Pueblito fue erigido en convento de frailes recoletos con
noviciado (132).
Los frailes carmelitas dedicaron su casa provisional en 1615, de noche, para evitar la oposición
por los franciscanos al nuevo y potencialmente rival convento. El arquitecto carmelita fray
Andrés de San Miguel construyó una iglesia sencilla (133), la cual sirvió hasta 1685, cuando se
hizo un nuevo templo desde los cimientos (134). La Orden del Carmen era conocida por su
rectitud durante el siglo XVII, cuando las otras órdenes estaban en plena decadencia. Según un
fraile carmelita de nuestros tiempos, su orden "empezó a flaquear ya a mediados del siglo XVIII"
(135). Ésto se refleja en el convento carmelita actual (terminado en 1759), donde es evidente que
para entonces importaban menos las constituciones y el ideal de la pobreza (136).
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El convento dominico de San Pedro y San Pablo se fundó en 1692. Don Juan Caballero y Ocio
dió fondos para la construcción del claustro y la iglesia, los cuales se dedicaron cinco años
después (137). Parece que su fundación tenía que ver con una campaña de evangelización en la
sierra Gorda, pues en el Informe sobre las misiones el virrey Revilla Gigedo habla del apoyo que
sus antecesores habían dado por esos años a los misioneros dominicos: "que a éstos se
franqueasen los auxilios necesarios, concediéndoles desde luego el que habían solicitado de
establecer colegio o convento de la orden de Santo Domingo en la ciudad de Querétaro, sin
embargo de la fuerte oposición que hicieron los religiosos de San Francisco" (138).
Los agustinos habían querido fundar un convento en Querétaro desde principios del siglo XVII,
cuando la provincia de San Nicolás de Tolentino de Michoacán consiguió una licencia real para
tal fin. Sin embargo los frailes de la provincia agustina de México se opusieron al proyecto
(139), y la provincia michoacana no logró establecerse en Querétaro hasta 1728. La primera
piedra del convento de Nuestra Señora de los Dolores se puso en 1731 y la iglesia fue estrenada
en 1745 (140). Este conjunto conventual es uno de los monumentos más originales del Barroco
novohispano. Se ha discutido mucho quién fue su autor. Tresguerras atribuyó el templo a Casas,
pero Maza cita un escrito de este arquitecto barroco, quien dijo que "el trazo que se hizo para la
iglesia de San Agustín, fue rayado por mi misma mano, aunque lo variaron aún después de llenos
los cimientos" (141). Por otra parte, Báez nos informa que el arquitecto Juan Manuel Villagómez
declaró bajo juramento en 1762 que él había construido los conventos queretanos de San Agustín
y el Carmen (142).
Navarrete mencionó en 1739 que a espaldas del colegio jesuito había un hospicio de frailes
mercedarios "que si por recién venidos viven retirados, conociendo y experimentando esta
ciudad su soberano instituto, abrirá sin duda las manos y doblará las rodillas, así para
franquearles la mayor comodidad" (143). A pesar del optimismo de Navarrete, parece que los
mercedarios vivieron en el mismo edificio hasta las exclaustraciones de la Reforma (144). Zelaa
escribió en 1802 que el hospicio se fundó hacia 1736 y que "Su fábrica es pequeña y humilde, su
iglesia es reducida, con techo de vigas y pobremente adornada" (145).
La Sociedad de Jesús llevó a cabo una eficaz labor de enseñanza con los jóvenes queretanos. El
colegio e iglesia de San Ignacio Loyola fue fundado en 1625, sin que hubiera resistencia por
parte de los franciscanos. Las aulas eran chicas e incómodas hasta fines del siglo XVII, cuando
por la generosidad de Caballero y Ocio se construyó un nuevo edificio. En los primeros años del
siglo XVIII el mismo filántropo sufragó la fundación del colegio de San Francisco Xavier,
contiguo a la primera casa de estudios. En 1755 los padres jesuitas terminaron la reconstrucción
y ampliación de algunas partes de este conjunto monumental (146). La Compañía de Jesús inició
su labor educativa enseñando gramática latina en el primitivo colegio, a los niños y jóvenes (por
lo general españoles) de Querétaro y otras poblaciones de la región. Según el cronista Pérez de
Rivas, la gramática no se daba "a solas y a secas, sino acompañada y sazonada con ejercicios de
virtud, devoción y doctrina de costumbres, que impresas y entabladas en esta edad, surten
adelante maravillosos efectos." A los niños chicos se les enseñaba las primeras letras, también
con énfasis en la doctrina cristiana; en estas clases se admitían los niños de familias humildes y
de las razas oprimidas. Los jesuitas llevaban la educación a las calles de Querétaro, haciendo
"doctrinas públicas", en las cuales participaban padres jesuitas, estudiantes y vecinos de ambos
sexos (147). En el colegio de San Francisco Xavier se podía cursar hasta el bachillerato de artes
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sin salir de la ciudad. Los que querían seguir cultivándose generalmente pasaban a la ciudad de
México, al colegio de San Ildefonso o la Universidad de México (148).
En 1767 llegó la orden de expulsión, firmada por Carlos III, de todos los jesuitas del reino,
poniendo en crisis la educación en la Nueva España. La iglesia de San Ignacio fue secularizada
pocos años después, convirtiéndose en la Parroquia de Santiago. A partir de 1778 se volvió a
abrir el colegio de San Francisco Xavier bajo el clero secular. El colegio de San Ignacio parece
haberse reabierto después, pues Zelaa menciona al "rector de los reales colegios de San Ignacio y
San Francisco Xavier de esta ciudad de Querétaro" en los primeros años del siglo XIX (149). De
1791 es la descripción que sigue (150):
Hay una casa y colegio de estudios con el título de San Ignacio de Loyola, y un seminario de jóvenes con el de
San Francisco Xavier. Ambos colegios son del Real Patronato, y están dotados: un rector, dos catedráticos y
un maestro de teología, uno de filosofía, dos de gramática y un maestro de primeras letras, concurriendo a
estas escuelas más de 300 niños. El seminario tiene también dotado un proveedor y por lo regular mantiene de
40 a 50 colegiales pensionistas y un crecido número de estudiantes de capa.
Los hermanos de San Hipólito se encargaron de la administración del hospital de la Purísima
Concepción en Querétaro desde 1624. Esta orden tuvo sus inicios en la ciudad de México en
1566-1567, gracias a los esfuerzos caritativos del español Bernardino Alvarez, quien abrió un
hospital para los pobres junto a la primitiva iglesia de San Hipólito Mártir. Después de más de un
siglo de peticiones frustradas, se consiguió en 1700 la calidad de orden religiosa, con votos de
obediencia, hospitalidad, pobreza y castidad. El hospital queretano, fundado por el gobernador
otomí Diego de Tapia y otros nobles indígenas en 1586, fue mejorado por los hipólitos. Tenía
dos departamentos: uno para indios y otro para españoles. Junto estaba el pequeño templo de la
Concepción (151). Los hipólitos también iniciaron en 1770 la construcción de un hospital con
baños termales en el vecino pueblo de San Bartolomé (hoy San Bartolo Agua Caliente, Gto.),
con fondos legados por la cacica otomí Beatriz de Tapia en el siglo anterior. Fue estrenado hasta
1804 (152). La orden de San Hipólito se extinguió en 1820, cuando el gobierno español mandó la
desaparición de todas las órdenes hospitalarias y monacales (153).
Las mujeres queretanas podían dedicarse a la vida religiosa en los claustros de los conventos y
beaterios de la ciudad, como alternativa al matrimonio. El primer convento de monjas, dedicado
a Santa Clara, fue fundado en 1607 después de conseguir los permisos necesarios. El gobernador
otomí Diego de Tapia, aconsejado por un sacerdote, decidió patrocinar el proyecto para que su
hija Luisa pudiera profesar como monja clarisa. Las hermanas fundadoras vivieron en un claustro
improvisado enfrente del convento de Santiago, hasta 1633, cuando se terminó un edificio más
suntuoso. En 1680 había ciento veinte monjas en este convento; en 1791 y 1802 todavía había
más de 100 (154). Las monjas poseían grandes haciendas agrícolas y estancias ganaderas,
permitiendo una vida de amplias comodidades (155). El convento parece haber tenido un
carácter elitista. Super explica como "La dote que había que entregar, las cantidades anuales
suplementarias y la estricta aplicación de las reglas excluían de manera eficaz a las muchachas
de las clases bajas" (156). Parece que la abundancia llevó al relajamiento de la regla. Un cronista
franciscano de Querétaro escribió a mediados del siglo XVIII que "en algún tiempo decreció el
fervor, y la aplicación de estas místicas abejas" (157).
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En el convento de San José de Gracia las monjas capuchinas observaban más seriamente su
regla. Según Zelaa, este convento "ha sido visto y tenido (...) de todos los vecinos de esta ciudad,
como un relicario riquísimo de virtud y santidad; pues es indecible el amor, respeto y veneración
con que todos lo miran y lo tratan." Desde su fundación en 1721 hasta 1802 profesaron allí 89
monjas. En 1791 vivían en el convento alrededor de 40 monjas; en 1802 había 34 (158).
Dos beaterios-colegios llevaban a cabo una importante labor educativa entre las niñas
queretanas. El primero, llamado por Zelaa el "Real Colegio de Santa Rosa de Viterbo de
Hermanas Terceras enclaustradas de N.S.P.S. Francisco" tuvo sus inicios, bastante humildes,
hacia 1670. Fue erigida en colegio real según cédula de 1727. Una bula expedida cinco años
después concedió a las hermanas de Santa Rosa, según Zelaa, "todas las gracias, indulgencias y
privilegios que gozarían si estuviesen sujetas a dicha sagrada religión" (la franciscana). El
segundo alcalde de la Real Acordada, José Velázquez de Lorea, donó recursos para la
construcción del monumental conjunto arquitectónico que hoy se admira. Intervinieron en la
obra dos notables arquitectos: Francisco Martínez de Gudiño e Ignacio Mariano de las Casas. La
iglesia se estrenó en enero de 1752 (159). Zelaa describe este establecimiento religioso en 1802
(160):
En el día está habitado este colegio de muchas hermanas de hábito y un gran número de niñas, que están allí
recogidas, guardando clausura voluntaria. Se observan en él sus reglas y constituciones particulares con tal
exactitud y vigilancia, que pueden juzgarse sus individuas como unas religiosas las más austeras y
observantes.
El otro beaterio-colegio, o "real colegio de señor San Joseph de hermanas terceras carmelitas
descalzas", también tuvo orígenes muy sencillos. Nació a fines de 1736 cuando la criolla María
Magdalena del Espíritu Santo reunió varias doncellas pobres que carecían de una dote suficiente
para entrar en los conventos de monjas de la ciudad. Cuando la dueña de la casita donde se
quedaban les sacó a la calle, un clérigo donó una casa más amplia. En 1740 se celebró la
erección en beaterio y en 1768 el arzobispo de México aprobó la enseñanza de niñas en él. Fue
erigido en colegio real por dos cédulas reales, de 1791 y 1800. Las beatas carmelitas imitaban la
regla y el hábito de las monjas teresitas, viviendo austeramente de las limosnas y del trabajo de
las educandas. En la escuela gratuita las niñas aprendían las primeras letras, oraciones y
habilidades domésticas como el cosido. Zelaa relata el caso de Zeferina de Jesús, beata ejemplar,
quien desempeñaba con alegría los trabajos más pesados del colegio y asistía devotamente a los
oficios divinos. Se mencionan "sus disciplinas sangrientas y repetidas" y que recorría diaria la
via crucis "con una pesada cruz sobre los hombros" (161).
Debe mencionarse el convento de Carmelitas Descalzas, aunque su fundación fue posterior a la
época Barroca. Popularmente se le llama el convento de Teresitas, por la famosa reformadora
carmelita Santa Teresa. Su establecimiento se debe a la generosidad de una marquesa viuda de la
ciudad de México, quien solicitó los permisos oficiales en 1797, presentando planos de estilo
neoclásico, dibujados por el arquitecto y escultor Manuel Tolsá (162). La cédula real para la
fundación se firmó en 1802. El año siguiente llegaron las monjas al convento provisional. Se
trasladaron al nuevo convento en 1805 y el templo fue estrenado dos años después (163). Parece
que el arquitecto celayense Francisco Eduardo Tresguerras intervino de alguna manera en la
construcción de este monumento neoclásico (164).
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La religiosidad novohispana penetraba en todos los estratos sociales. Las misas, peregrinaciones
y fiestas llenaban gran parte de las horas libres del pueblo. Aparte de las iglesias mencionadas
arriba, había diecisiete capillas públicas en los barrios de Querétaro en los últimos años del
Virreinato, donde los queretanos podían asistir a los ritos (165). Los milagros se percibían por
todas partes, mientras en las crónicas se trataba de crear santos. Cuando no se conseguían las
deseadas canonizaciones, se recurría a la invención de las imágenes milagrosas para canalizar la
devoción del pueblo (166). En Querétaro se veneraban con devoción especial la Cruz de los
Milagros en el convento de la Cruz, el Señor de la Huertecilla en una humilde capilla en una
huerta (trasladada en 1748 a la iglesia de la Congregación), una copia de la Virgen de
Guadalupe, también en la Congregación, y la Virgen del Santuario del Pueblito, entre otras
(167). En la iglesia de San Antonio, según Zelaa, el ayuntamiento celebraba cada mayo "un
devoto novenario por las lluvias", dirigido a la imagen de la Señora de los Remedios (168).
Las hermandades religiosas tenían una importancia fundamental en el mantenimiento de la
cohesión social en Querétaro. Existía una Tercera Orden de San Francisco, fundada en 1634, con
su capilla en el atrio del convento grande de los franciscanos. Sus miembros, de la clase alta,
participaban en ciertas penitencias y ejercicios espirituales, realizaban obras caritativas y
fundaron una escuela gratuita de primeras letras en 1788 (169). Había otra Tercera Orden en el
convento dominico, cuyos miembros practicaban en adviento y cuaresma sus ejercicios de
penitencia y devoción (170). Abundaban en la ciudad las cofradías, o "instituciones religiosas de
ayuda mutua", como las define Florescano (171). Había cofradías étnicas de indios, negros,
mulatos y españoles. Cada gremio tenía su cofradía, dedicada a un santo patrón. Cimentaban los
lazos entre personas de raza u oficio idénticos (172).
Pero sería una mentira insistir en la santidad del pueblo novohispano de la época Barroca. La
religiosidad con frecuencia era una máscara que se mostraba a los demás, mientras los
pensamientos se dedicaban a asuntos privados de odio, avaricia o erotismo desenfrenado.
Tampoco el clero se libraba de esta contaminación moral. Los escritos de la época tienden a
omitir cualquier mención de la inmoralidad, pero en ciertas fuentes documentales -como la obra
del viajero inglés fray Thomas Gage o el ramo de Inquisición del Archivo General de la Naciónel estudioso puede descubrir la realidad que se escondía detrás de la superficie catoliquísima de
la sociedad virreinal (173).
La fiesta barroca
La ciudad barroca de Querétaro se transformaba, haciéndose más barroca aún, en las fiestas
públicas. El pueblo se emocionaba ante el derroche de colores, sonidos y olores que inundaban
las calles y plazas; se maravillaba ante la metamorfosis de su ámbito cotidiano en un mundo
mágico. En la fiesta se podía escapar de las penalidades diarias. La fiesta daba sentido a la vida y
contribuía a mantener el orden social. Según Bonet Correa (174),
El regocijo popular, la alegría y risa en común, la locura colectiva fue como una válvula de escape que de vez
en vez y a su debido tiempo se abría para así mantener el equilibrio y la conexión entre las clases, a fin de que
el edificio "bien construido" del antiguo régimen no sufriese resquebrajaduras amenazadoras de su estabilidad.
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Tenemos descripciones de algunas de las más lucidas fiestas queretanas de la época Barroca. La
más temprana fue redactada por el padre jesuita Pedro de Equirola y transcrita en la crónica de
Andrés Pérez de Rivas. Describe la bendición de la primitiva iglesia de San Ignacio Loyola en
1625 (175). Una de las obras maestras de este género es la narración de las festividades del
estreno del templo de la Congregación en 1680, escrita por Sigüenza y Góngora (176). Otra es la
Relación peregrina de la agua corriente, del padre Francisco Navarrete, sobre las dieciséis días de
celebraciones con motivo de la bendición de las pilas públicas que surtían el agua traída por el
recién fabricado acueducto, en 1738 (177).
Estos escritos tienen mucho en común, pues la fiesta barroca solía seguir una fórmula tradicional.
En las tres celebraciones hay procesiones en las calles y éstas se adornan con sedas, cuadros,
altares o arcos de flores. Participan los sacerdotes, oficiales del ayuntamiento y las diversas
cofradías de la ciudad con sus estandartes e insignias. Se decoran con esmero los edificios que se
están dedicando. Las misas se celebran y los clérigos pronuncian floridos sermones. Hay música
en las calles y un repique general de las campanas. Las noches adquieren una calidad alucinante
gracias a las luminarias y artificios pirotécnicos.
Las fiestas descritas por Sigüenza y Navarrete van más allá todavía. Hay máscaras, en las cuales
los indios hacen orgulloso alarde de su identidad étnica y de sus hazañas militares en la Guerra
Chichimeca. Se recitan loas ingeniosas en las calles. Fantásticos carros alegóricos se cargan de
emblemas, mezclando motivos de la mitología romana, personajes bíblicos, santos y
ocasionalmente algún motivo americano, como la niña con atavío indígena quien incensa una
imagen de la Virgen de Guadalupe, con el corazón de todos en las manos, alegoría viva del
Anáhuac barroco. Las representaciones teatrales también forman parte de los regocijos públicos.
En 1680 se levanta un tablado enfrente del nuevo templo guadalupano, donde el pueblo disfruta
una comedia intitulada Príncipe de Fez. Después hay una función más seria para la clase alta en
uno de los transeptos de la misma iglesia: el auto mariano de la Destrucción de Troya. En la
fiesta de 1738 se construye en la plaza mayor (hoy plaza de la Independencia) un "coliseo"
cubierto, suntuosamente decorado, donde se presentan varias comedias, y donde los espectadores
saborean una "abundancia de dulces y aguas nevadas". Tampoco faltan las corridas de toros,
levantándose estructuras temporales en la plaza de San Francisco (hoy la parte norte del Jardín
Obregón).
Sigüenza habla de un "espantajo travieso" llamado "la Tarasca" que sacan los muchachos a la
calle, así como "gigantes disformes". Nos invita a un certamen poético en la iglesia de Santa
Clara, donde la élite de la sociedad intenta, como dice Leonard, "mostrar una supuesta devoción
a Euterpe, la musa del verso lírico mediante la manipulación métrica y la gimnasia verbal" (178).
Tal vez lo más espectacular de esta fiesta es la montaña artificial, enfrente del palacio del
cabildo, con peñas, árboles, cactáceos, artificios de agua y animales, que representa el cerro de
Tepeyacac, donde actúan personas que hacen los papeles de Juan Diego y la Virgen de
Guadalupe. En una crónica del siglo XVI se menciona un antecedente de esta extraordinaria
escenografía viviente, en Tlaxcala en 1538 (179).
Navarrete, por su parte, apunta algunas cosas que no aparecen en las relaciones de Equirola o
Sigüenza. Además de las corridas de toros, hay peleas de gallos en las cuatro esquinas de la plaza
de San Francisco, y aún peleas de perros, introduciendo un elemento sanguinario en las
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festividades. Un maromero "brincaba y saltaba, como un loco, sobre lo delgado de una cuerda".
Por último, se erigió en la plaza un palo ensebado, "teniendo en la punta una dama hermosa, que
ofrecía con mano liberal pesos, listones, medias y otras cosas de subido valor, para entregarlo
todo a quién trepando a aquella desmedida altura, lo tomase."
El fin de una época
La aparición de las ideas racionalistas de la Ilustración señaló el fin de la sociedad barroca en
Europa. El primer golpe fuerte al escolasticismo barroco fue la obra de Descartes, publicada en
1637: Discurso del método para conducir bien la razón y buscar la verdad en las ciencias.
Descartes señaló un nuevo camino hacia la verdad. Rechazaba la creencia ciega en las
tradiciones establecidas, aceptando únicamente lo obvio o lo demostrable. Empezó a abrirse una
brecha entre la razón y la fe (180). Esta brecha creció en los escritos de los ilustrados franceses
como Bayle (1680-1706) y el enciclopedista D'Alembert (1717-1783) (181). Immanuel Kant
revolucionó la filosofía en la segunda mitad del siglo XVIII; de él es la siguiente definición de la
Ilustración (182):
La ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad. La incapacidad significa la
imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro. Esta incapacidad es culpable porque su causa
no reside en la falta de inteligencia sino de decisión y valor para servirse por sí mismo de ella sin la tutela de
otro. ¡Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propia razón!: he aquí el lema de la ilustración.
Con los borbones en el trono de España, penetraron las nuevas ideas en la corte madrileña. Los
ilustrados españoles rechazaron el método escolástico, pero sin gran preocupación por las
ciencias exactas, y se esforzaron por demostrar la compatibilidad del racionalismo con los
dogmas de la Iglesia. Las metas principales de los ilustrados españoles fueron la instrucción, con
interés especial en la formación de bibliotecas y el fomento económico, para aumentar la
producción y por ende los ingresos reales (183). Ya hemos visto el impacto que tuvieron sus
reformas en la organización política y en la economía de la Nueva España.
A pesar de los esfuerzos de la Inquisición, los intelectuales de la Nueva España no ignoraban la
revolución filosófica que sacudía la fe de Europa. Hubo un activo contrabando de los libros
prohibidos (184). Sigüenza y Góngora, tantas veces citado en el presente estudio, estaba en la
vanguardia intelectual del siglo XVII, junto con sor Juana Inés de la Cruz (185). Estos criollos
estudiosos conocían las ideas de Galileo y Descartes. Empezaban a dudar de la validez del
escolasticismo. Sigüenza, particularmente, prefigura los ilustrados jesuitas de la segunda mitad
del siglo siguiente, por su interés en la antigua cultura mexicana y el empleo del método
científico en sus observaciones astronómicas. Llegó a dudar de la infalibilidad de las Sagradas
Escrituras, por las evidentes contradicciones que encontraba en ellas. Pero no rompió con la
tradición religiosa, como tampoco harían los ilustrados mexicanos posteriores. Fue católico fiel.
Creía en la intervención milagrosa de Dios en la Tierra (186).
Aparte de estos tempranos destellos de racionalismo, la Ilustración no se asertó en el ámbito
novohispano hasta mediados del siglo XVIII. Antes, los eruditos seguían respetando la autoridad
de los filósofos consagrados por el tiempo. La enseñanza se encontraba prácticamente petrificada
por el predominio del método escolástico. Se ignoraban las fuentes originales de los conceptos
manejados. Las doctrinas de Aristóteles se tomaban de "comentarios de comentarios de otros
26
comentarios", alterándose en lo sustancial las ideas (187). Hacia 1750 aparecieron entre los
jesuitas algunos catedráticos --entre ellos Francisco Javier Clavijero, autor de la Historia antigua
de México--(188) quienes se preocupaban por las doctrinas ilustradas y la ciencia moderna.
Después de la expulsión de los jesuitas en 1767, otros seguían manifestando su interés en las
nuevas corrientes filosóficas. Quizás el más notable de todos fue el sacerdote del Oratorio de San
Felipe Neri de San Miguel el Grande, Juan Benito Díaz de Gamarra. Fue maestro de filosofía y
rector del colegio felipense de San Francisco de Sales en la misma villa. Redactó su obra
Elementos de filosofía moderna, texto que fue adoptado por la Universidad de México y muchos
colegios novohispanos. En este libro criticó el escolasticismo aristotélico, proponiendo otra
filosofía con énfasis en el método científico y la física (189).
El neoclasicismo constituyó el rechazo del Barroco en el campo de las artes. Se difundía desde la
Academia de San Carlos en México, donde iniciaron las clases en noviembre de 1781,
inaugurándose formalmente en 1785 (190). Para 1791 ya se sentía su influencia en Querétaro.
Ésto se observa en la crítica que hace Septién Montero y Austria del interior de la iglesia de
Santa Rosa: "El templo (...) está hecho una ascua de oro (...) aunque en los retablos se echa de
menos una juiciosa arquitectura, pero están formados con tal fantasía que se sorprende la vista"
(191). Cinco años después el arquitecto neoclásico Francisco Eduardo Tresguerras se encontraba
en Querétaro, quejándose de que los habitantes "quieren que las obras de los dichos (maestros
barrocos Gudiño, Casas y Rojas) se veneren ciegamente sin elección en ellas y es como de las
producciones de Platón, Magister dixit, pues ha de sacrificarse la razón, en obsequio del paisaje o
de la pasión" (192). En 1802 Zelaa e Hidalgo critica el "estilo antiguo" de la redacción de
Sigüenza en Glorias de Querétaro (193), y en 1810 menciona más de una docena de retablos
neoclásicos recientemente erigidos en las iglesias de la ciudad, hechos de piedra y pintados "de
jaspes" o veteados (194). La transformación de la ciudad barroca había comenzado.
En los últimos decenios del Virreinato la estructura barroca de la sociedad estaba hecha pedazos.
Las teorías económicas de la Ilustración, llevadas a cabo en la Nueva España, rompieron el
equilibrio social, especialmente en el Bajío, donde se encontraba la más alta densidad
demográfica, la mayor concentración de la riqueza y las más exageradas desigualdades
económicas. En las calles de las ciudades los desamparados léperos constituían un problema
serio. Los criollos estaban frustrados por la falta de acceso a los altos puestos eclesiásticos,
civiles y militares. Los intelectuales atacaban el escolasticismo, fundamento ideológico de la
sociedad barroca, y esto llevó a la crítica de la sociedad y del régimen español. Los subversivos
fueron los criollos: militares, eclesiásticos y abogados (195). Miguel Hidalgo y Costilla, educado
por los jesuitas, leía las obras filosóficas de la Ilustración. Llevó la emancipación espiritual del
racionalismo a la esfera política, como consecuencia definitiva del rechazo del sistema social de
la época Barroca (196).
Aparato crítico
Notas
1. Antología, del Renacimiento a la Ilustración, textos de historia universal, Alejandro Herrera Ibáñez, editor,
México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1972, pp. 180-192.
27
2. Irving Leonard, La época Barroca en el México colonial, traducción de Agustín Escurdia, México, Fondo de
Cultura Económica, 1974, pp. 46, 47.
3. Ibid., pp. 12, 13.
4. Ibid., pp. 53, 54.
5. Ibid., pp. 46, 51.
6. Ana María Crespo Oviedo, "El recinto ceremonial de El Cerrito", en Querétaro prehispánico, México, Instituto
Nacional de Antropología e Historia, 1991, pp. 163-223.
7. Es probable que la confusión proviene de un error de Sigüenza y Góngora en la interpretación de las listas de
conquistas y de tributos, pintados por los tlacuilos mexicas. (Documentos de esta naturaleza pueden verse en el
Códice mendocino y la Matrícula de tributos.) En la provincia de Xilotepec, que fue conquistada por los mexicas
bajo Motecuhzoma I, aparece en estos códices un glifo de un juego de pelota, que representa el pueblo de Tlachco
("lugar del juego de pelota" en náhuatl). Querétaro es una palabra tarasca con igual significado. Los nahuas
llamaban a este lugar Tlachco en el siglo XVI. (El nombre otomí, Andamäxëi, también significa "gran juego de
pelota".) Sin embargo, si ubicamos los demás pueblos de la provincia tributaria de Xilotepec en un mapa, vemos que
todos están en el valle del Mezquital, y que junto a ellos hay otro Tlachco, llamado hoy Tasquillo (Mäxëi en otomí),
que debe ser el "lugar del juego de pelota" conquistado por los mexicas en el siglo XV. Querétaro queda mucho más
al norte que cualquier pueblo integrado en el imperio mexica. En apoyo a lo dicho aquí, hay que señalar que los
documentos del siglo XVI sobre la fundación de Querétaro concuerdan en que el lugar estaba despoblado, con
algunos chichimecas viviendo en las cercanías, cuando llegó Conni con su gente. Ninguno menciona una guarnición
u otro tipo de presencia mexica. (Véanse: Carlos de Sigüenza y Góngora, Glorias de Querétaro en la nueva
congregación eclesiástica de Maria Santíssima de Guadalupe (...), facsímil de la ed. de 1680, Querétaro, Gobierno
del Estado de Querétaro, 1965, p. 2; David Charles Wright Carr, Querétaro en el siglo XVI, fuentes documentales
primarias, Querétaro, Secretaría de Cultura y Bienestar Social, Gobierno del Estado de Querétaro, 1989, pp. 41-44.
8. David Charles Wright Carr, "Lo desconocido de la civilización otomí", en El heraldo de Navidad, (Patronato de
las Fiestas de Querétaro), 1986, pp. 16-27; David Charles Wright Carr, "Manuscritos otomíes del Virreinato", en
Códices y documentos sobre México, segundo simposio, Salvador Rueda Smithers, Constanza Vega Sosa y Rodrigo
Martínez Baracs, editores, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1997, pp. 437-462; David Charles
Wright Carr, "El papel de los otomíes en las culturas del Altiplano Central", en Relaciones, estudios de historia y
sociedad (El Colegio de Michoacán), vol. 18, no. 72, otoño 1997, pp. 225-242.
9. Francisco Ramos de Cárdenas, "Relación geográfica de Querétaro" (1582), en Wright, Querétaro en el siglo XVI,
op. cit., pp. 95-219. Véanse también los "Documentos sobre el cacicazgo de Hernando y Diego de Tapia" (15691604), en ibid., pp. 223-367.
10. David Charles Wright Carr, Conquistadores otomíes en la Guerra Chichimeca, Querétaro, Gobierno del Estado
de Querétaro, 1988, nota 58.
11. Pablo Beaumont, Crónica de Michoacán, vol. 3, México, Archivo General de la Nación, 1932, pp. 100-108.
Para una discusión detallada de la "fundación" de Querétaro, véanse los siguientes trabajos del autor del presente
trabajo: "La colonización de los estados de Guanajuato y Querétaro por los otomíes según las fuentes
etnohistóricas", en Contribuciones a la arqueología y etnohistoria del Occidente de México, Eduardo Williams,
editor, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1994, pp. 379-411; "La conquista del Bajío y los orígenes de San Miguel
de Allende", en Memorias de la Academia Mexicana de la Historia, tomo 36, 1993, pp. 251-293; Conquistadores
otomíes, op. cit.; Querétaro en el siglo XVI, op. cit., pp. 44-56.
12. Beaumont, op. cit., p. 116.
28
13. Ramos, op. cit., p. 16; "Documentos sobre el cacicazgo", op. cit., p. 50.
14. Antonio de Ciudad Real, Tratado curioso y docto de las grandezas de la Nueva España, Josefina García
Quintana y Víctor M. Castillo Farreras, editores, México, Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad
Nacional Autónoma de México, 1976, vol. 2, p. 75.
15. Philip W. Powell, La Guerra Chichimeca (1550-1600), traducción de Juan José Utrilla, México, Fondo de
Cultura Económica, 1977.
16. Ramos, op. cit., pp. 15-17.
17. Ibid., p. 16; Ciudad Real, op. cit., p. 74. Hace pocos años se halló, en el Archivo Histórico Franciscano de la
Provincia de Michoacán, un plano arquitectónico del primitivo convento de Santiago de Querétaro, de la última
década del siglo XVI; véase Ma. Concepción de la Vega M., "El convento de Querétaro a finales del s. XVI", en
Indios y franciscanos en la construcción de Santiago de Querétaro (siglos XVI y XVII), Querétaro, Gobierno del
Estado de Querétaro, 1997, pp. 173-220.
18. Robert Ricard, La conquista espiritual de México, 2a. ed. en castellano, México, Fondo de Cultura Económica,
1986, pp. 26-30; George Kubler, Mexican architecture of the sixteenth century, 2a. ed., vol. 1, Westport,
Connecticut, Greenwood Press, 1972, pp. 1-21.
19. Wright, "La colonización", loc. cit.; "Documentos sobre el cacicazgo", op. cit., p. 37; Beaumont, op. cit., pp.
117, 118. Algunos historiadores afirman que hubo una fundación en el cerro de Sangremal en 1531, pero no creo
que haya pruebas que justifiquen tal confianza.
20. Ramos, op. cit., pp. 29, 30.
21. Manuel Septién y Septién/Ignacio Herrera y Tejada, Cartografía de Querétaro, Querétaro, Gobierno del Estado
de Querétaro, 1965; Carlos Arvizu G., Querétaro, aspectos de su historia, Querétaro, Instituto Tecnológico y de
Estudios Superiores de Monterrey, Unidad Querétaro, 1984.
22. Véanse los tres artículos de Guillermo Tovar de Teresa: "Antonio de Mendoza y el urbanismo en México", en
Cuadernos de arquitectura virreinal (Facultad de Arquitectura, Universidad Nacional Autónoma de México), no. 2,
1985, pp. 2-19; "Lo bueno, lo bello y lo verdadero en los libros del siglo XVI mexicano", en Sábado, suplemento de
Uno más uno, no. 449, 7 de mayo 1986, pp. 1, 4; "La utopía del virrey Mendoza", en Vuelta, vol. 9, no. 108, nov.
1985, pp. 18-24.
23. Véanse planos virreinales en los libros señalados en la nota 21. Otro caso de una plaza al lado del atrio
conventual se puede ver en Ixmiquilpan, Hgo.
24. Sigüenza, op. cit., p. 18.
25. Alonso de La Rea, Crónica de la orden de N. S. Padre San Francisco, Provincia de San Pedro y San Pablo de
Mechoacán (sic), en la Nueva España, 3a. ed., Querétaro, Ediciones Cimatario, 1945, pp. 136, 137.
26. John C. Super, La vida en Querétaro durante la Colonia, 1531-1810, traducción de Mercedes Pizarro Romero,
México, Fondo de Cultura Económica, 1983, p. 229; D. A. Brading, Mineros y comerciantes en el México
borbónico (1763-1810), traducción de Roberto Gómez Ciriza, México, Fondo de Cultura Económica, 1975, p. 31.
27. Sigüenza, op. cit. Sobre la vida y obra de este intelectual, véase Carlos de Sigüenza y Góngora, Relaciones
históricas, 3a. ed., Manuel Romero y Terreros, editor, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1972;
Irving A. Leonard, Don Carlos de Sigüenza y Góngora, a Mexican savant of the seventeenth century, Berkeley,
University of California Press, 1929.
29
28. J. Ignacio Rubio Mañé, "Título de muy noble y leal ciudad a Santiago de Querétaro", en Boletín del Archivo
General de la Nación, tomo 24, no. 3, jul.-sep. 1953, pp. 425-434; Pedro Antonio de Septién Montero y Austria,
"Noticia sucinta de la ciudad de Santiago de Querétaro (...)", en Descripciones económicas regionales de Nueva
España, provincias del Centro, Sudeste y Sur, 1766-1827, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia,
1976, p. 57.
29. Sigüenza, Glorias de Querétaro, op. cit., pp. 2-8. (Modernicé la ortografía y la puntuación.)
30. Francisco Antonio Navarrete, Relación peregrina, Querétaro, Secretaría de Cultura y Bienestar Social, Gobierno
del Estado de Querétaro, 1987, pp. 41-53.
31. Super, loc. cit.
32. Joseph Antonio Villaseñor y Sánchez, Theatro americano, descripción general de los reynos y provincias de la
Nueva España y sus jurisdicciones, vol. 1, México, Viuda de don Joseph Bernardo de Hogal, 1746, pp. 93, 94;
Super, op. cit., pp. 229, 267.)
33. Villaseñor op. cit., pp. 90-92. (Modernicé la ortografía y la puntuación.)
34. Francisco de Ajofrín, Diario del viaje a la Nueva España, Heriberto Moreno García, editor, México, Secretaría
de Educación Pública, 1986, pp. 84-86.
35. Francisco de Solano, Antonio de Ulloa y la Nueva España, México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas,
Universidad Nacional Autónoma de México, 1979, pp. 52-54.
36. Super, loc. cit.
37. Antonio de Alcedo, Diccionario geográfico-histórico de las Indias Occidentales o América, vol. 4, Madrid,
1788, pp. 345-347 (citado en Rubio, op. cit., p. 428); Septién Montero y Austria, op. cit., p. 46; Carlos de Urrutia,
"Noticia geográfica del Reino de Nueva España y estado de su población, agricultura, artes y comercio (1794)", en
Descripciones económicas generales de Nueva España, 1784-1817, México, Instituto Nacional de Antropología e
Historia, 1973, p. 105; Joseph María Zelaa e Hidalgo, Glorias de Querétaro, en la fundación y admirables
progresos de la muy i. y ven. congregación eclesiástica de presbíteros seculares de María Santísima de Guadalupe
(...), México, Oficina de D. Mariano Joseph de Zúñiga y Ontiveros, 1803, p. 5; Joseph María Zelaa e Hidalgo,
Adiciones al libro de las glorias de Querétaro (...), México, Imprenta de Arizpe, 1810, pp. 3, 4.
38. Leonard, La época Barroca, op. cit., pp. 65, 66.
39. Alejandro de Humboldt, Ensayo político sobre el reino de la Nueva España, 4a. ed., Juan A. Ortega y Medina,
editor, México, Editorial Porrúa, 1978, p. 76.
40. Leonard, La época Barroca, op. cit., pp. 66-71; Jonathan I. Israel, Razas, clases sociales y vida política en el
México colonial, 1610-1670, traducción de Roberto Gómez Ciriza, México, Fondo de Cultura Económica, 1980, p.
84.
41. Israel, op. cit., pp. 123-126.
42. Ibid., pp. 91-95; Leonard, La época Barroca, op. cit., pp. 72, 73.
43. Israel, op. cit., pp. 86-115.
30
44. Sobre la vida de Caballero y Ocio véanse Sigüenza, Glorias de Querétaro, op. cit., pp. 25, 26; Zelaa, Glorias de
Querétaro, op. cit., pp. 14-19; Gabriel Rincón Frías, "Testamento de don Juan Caballero y Osio", en Investigación
(Universidad Autónoma de Querétaro), año 4, no. 14, oct.-dic. 1985, pp. 5-12.
45. Véanse Ciudad Real, op. cit., p. 75; La Rea, loc. cit.; Sigüenza, Glorias de Querétaro, op. cit., p. 4; Super, op.
cit., pp. 229,273; Alejandro de Humboldt, "Tablas geográficas políticas del reino de Nueva España, que manifiestan
la superficie, población, agricultura, fábricas, comercio, minas, rentas y fuerza militar (enero de 1804)", en
Descripciones económicas generales de Nueva España, 1784-1817, México, Instituto Nacional de Antropología e
Historia, 1973, p. 143.
46. Super, op. cit., pp. 229, 267, 273; Alcedo, loc. cit.; Humboldt, loc. cit.
47. Super, op. cit., p. 181; Alcedo, loc. cit.; Andrés Pérez de Rivas, "Crónica y historia religiosa de la Provincia de la
Compañía de Jesús de México (...)", en Crónicas de la Compañía de Jesús en la Nueva España, Francisco González
de Cossío, editor, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1957, p. 161.
48. Super, op. cit., pp. 181, 182.
49. Véase la nota 45.
50. Wright, Conquistadores otomíes, op. cit., nota 65; Isidro Félix de Espinosa, Crónica de la provincia franciscana
de los apóstoles San Pedro y San Pablo de Michoacán, 2a. ed., México, Santiago, 1945, pp. 356-373.
51. Israel, op. cit., pp. 51,52; Super, op. cit., pp. 182, 183, 198-211.
52. Celia Medina M. de Martínez, "Indios caciques graduados de bachiller en la Universidad", en Boletín del
Archivo General de la Nación, 2a. serie, tomo 10, nos. 1-2, ene.-jun. 1969, pp. 14-18.
53. Super, op. cit., pp. 199, 200.
54. Ibid., pp. 186-190; Wright, Conquistadores otomíes, op. cit., "Prólogo".
55. Super, op. cit., pp. 105, 193, 271, 272; Zelaa, Glorias de Querétaro, op. cit., p. 199.
56. Israel, op. cit., pp. 74-80.
57. Super, op. cit., pp. 220-222; Sigüenza, Glorias de Querétaro, op. cit., p. 43.
58. Israel, op. cit., pp. 79-81; Super, op. cit., pp. 218, 219, 273.
59. Israel, op. cit., pp. 68-73; Super, op. cit., pp. 212-218.
60. Leonard, La época Barroca, op. cit., p. 83.
61. Teresa Castelló Iturbide, citada en Guillermo Tovar de Teresa, México barroco, México, Secretaría de
Asentamientos Humanos y Obras Públicas, 1981, p. 53.
62. José Bravo Ugarte, Instituciones políticas de la Nueva España, México, Editorial Jus, 1968, pp. 11, 12.
63. Leonard, La época Barroca, op. cit., pp. 61, 62.
31
64. Jorge Alberto Manrique, "La Iglesia: estructura, clero y religiosidad", en Historia de México, vol. 5,
Barcelona/México, Salvat Editores/Salvat Editores de México, 1974, p. 52.
65. Bravo, op. cit., pp. 13-16.
66. Ibid., pp. 23-33.
67. Andrés Lira, "El gobierno virreinal", en Historia de México, vol. 5, Barcelona/México, Salvat Editores/Salvat
Editores de México, 1974, pp. 10, 11.
68. Ramos, op. cit., p. 12.
69. Wright, Conquistadores otomíes, op. cit., nota 73.
70. Arvizu, op. cit., p. 21.
71. Villaseñor op. cit., p. 92.
72. Israel, op. cit., pp. 100-102; Ma. Teresa Martínez Peñaloza, Vocabulario de términos en documentos históricos,
México, Archivo General de la Nación, 1984, pp. 4, 7, 86; Bravo, op. cit., pp. 46, 47; José Hernández Chico,
"Descripción de la ciudad y real de minas de Guanajuato (1788)", en Descripciones económicas regionales de
Nueva España, provincias del Centro, Sudeste y Sur, 1766-1827, México, Instituto Nacional de Antropología e
Historia, 1976, notas 6-14.
73. Israel, loc. cit.; Rubio, op. cit., p. 431.
74. Super, op. cit., pp. 186, 187; Israel, op. cit., pp. 52-53.
75. Bravo, op. cit., p. 60; Esteban Sánchez de Tagle, Por un regimiento, el régimen, México, Instituto Nacional de
Antropología e Historia, 1982, pp. 34-36; Claudia Burr, Claudia Canales y Rosalía Aguilar, Perfil de una villa
criolla, San Miguel el Grande, 1555-1810, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1986, pp. 39-45.
76. Bravo, op. cit., pp. 48, 59, 60.
77. Zelaa, Glorias de Querétaro, op. cit., pp. 30, 31; Zelaa, Adiciones al libro, op. cit., pp. 4-9.
78. Sobre la conquista de la sierra Gorda véanse los siguientes trabajos: María Elena Galaviz de Capdevielle,
"Descripción y pacificación de la sierra Gorda", en Estudios de historia novohispana (Instituto de Investigaciones
Históricas, Universidad Nacional Autónoma de México), vol. 4, 1971, pp. 113-149; Ma. Elena Galaviz de C, "Los
Labras, pioneros de la Sierra Gorda", en Problemas del desarrollo histórico de Querétaro, 1531-1981, Querétaro,
Gobierno del Estado de Querétaro, 1981, pp. 118-138; Lino Gómez Canedo, Sierra Gorda, un típico enclave
misional en el centro de México (siglos XVII-XVIII), Pachuca, Centro Hidalguense de Investigaciones Históricas,
1976; Monique Gustin, El Barroco en la sierra Gorda, misiones franciscanas en el estado de Querétaro, México,
Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1969; Jaime Nieto Ramírez, Los habitantes de la sierra Gorda,
Querétaro, Universidad Autónoma de Querétaro, 1984; Conde de Revilla Gigedo, Informe sobre las misiones -1793e instrucción reservada al marqués de Branciforte -1794-, introducción y notas de José Bravo Ugarte, México,
Editorial Jus, 1966, pp. 91-102, 230, 231.
79. Bravo, op. cit., pp. 51-77; Brading, op. cit., pp. 46-53.
80. Septién/Herrera, op. cit., descripción del mapa 23.
32
81. Brading, op. cit., pp. 112, 113; Zelaa, Glorias de Querétaro, op. cit., p. 6; D. A. Brading, "Noticias sobre la
economía de Querétaro y de su corregidor don Miguel Domínguez, 1802-1811", en Boletín del Archivo General de
la Nación, 2a. serie, tomo 11, nos. 3-4, jul.-dic. 1970, p. 276.
82. Compárese la lista de miembros del cabildo queretano en 1746 (Villaseñor , op. cit., p. 92) con las listas de 1791
y 1802: Septién Montero y Austria, op. cit., pp. 51, 52; Zelaa, Glorias de Querétaro, loc. cit.
83. Eduardo Báez Macías, "Ordenanzas para el establecimiento de Alcaldes de Barrio en la Nueva España, ciudades
de México y San Luis Potosí", en Boletín del Archivo General de la Nación, 2a. serie, tomo 10, nos. 1-2, ene.-jun.
1969, pp. 51-125; Eduardo Báez Macías, "Ordenanzas para el establecimiento de Alcaldes de Barrio
(continuación)", en Boletín del Archivo General de la Nación, 2a. serie, tomo 12, nos. 1-2, ene.-jun. 1971, pp. 59128; Zelaa, Glorias de Querétaro, loc. cit. Para un plano mostrando las divisiones, véase Arvizu, op. cit., p. 59.
84. Andrés Lira y Luis Muro, "El siglo de la integración", en Historia general de México, 3a. ed., vol. 1, México, El
Colegio de México, 1981, pp. 371-469; Enrique Florescano e Isabel Gil Sánchez, "La época de las reformas
borbónicas y el crecimiento económico, 1750-1808", en ibid., pp. 473-487.
85. Florescano y Gil, op. cit., pp. 477-480.
86. Super, op. cit., p. 227.
87. Ibid., pp. 51-55.
88. Ibid., p. 55.
89. Sigüenza, Glorias de Querétaro, op. cit., pp. 4, 5; Septién Montero y Austria, op. cit., p. 47; Super, op. cit., pp.
54-55.
90. Francisco Javier Clavijero, Historia antigua de México, 7a. ed., prólogo de Mariano Cuevas, México, Editorial
Porrúa, 1982, p. 16; Humboldt, Ensayo político, op. cit., p. 272; Navarrete, op. cit., p. 42; Septién Montero y
Austria, op. cit., p. 50.
91. Enrique Florescano, "La formación de los trabajadores en la época colonial, 1521-1750", en La clase obrera en
la historia de México, de la Colonia al Imperio, 3a. ed., México, Siglo XXI/Universidad Nacional Autónoma de
México, 1983, pp. 90-92; Roberto Sandoval Zarauz, "Los obrajes de Querétaro y sus trabajadores, 1790-1820", en
Universidad (Universidad Autónoma de Querétaro), nos. 25-26, dic. 1984/mar. 1985, pp. 3-13.
92. Super, op. cit., pp. 86-107, 242-244.
93. Brading, "Noticias sobre la economía de Querétaro", op. cit., p. 283.
94. Humboldt, Ensayo político, op. cit., p. 452.
95. Super, op. cit., pp. 86-107.
96. Ibid., pp. 123, 124.
97. Brading, Mineros y comerciantes, op. cit., pp. 313, 314; Sandoval, op. cit., p. 4.
98. Super, op. cit., pp. 109, 120; Septién Montero y Austria, op. cit., p. 47.
99. Super, op. cit., pp. 130,131.
33
100. Sigüenza, Glorias de Querétaro, op. cit., pp. 5, 6.
101. Zelaa, Glorias de Querétaro, op. cit., p. 5.
102. Florescano, op. cit., pp. 88, 89, 202; Francisco Santiago Cruz, Las artes y los gremios en la Nueva España,
México, Editorial Jus, 1960.
103. Navarrete, op. cit., pp. 91, 117, 130, 140, 141.
104. Sigüenza, Glorias de Querétaro, p. 5; Zelaa, Glorias de Querétaro, loc. cit.; Septién Montero y Austria, op.
cit., p. 48.
105. Zelaa, Glorias de Querétaro, loc. cit.; Septién Montero y Austria, loc. cit.
106. Super, op. cit., pp. 262, 271, 272, 274.
107. Ibid.
108. Septién Montero y Austria, loc. cit.
109. Amparo Ros, La producción cigarrera a finales de la Colonia, la fábrica de México, México, Instituto
Nacional de Antropología e Historia, 1984.
110. Ibid., p. 37; Septién Montero y Austria, loc. cit.; Brading, "Noticias sobre la economía de Querétaro", op. cit.,
pp. 290, 291; Zelaa, Glorias de Querétaro, loc. cit.; Humboldt, Ensayo político, op. cit., p. 453.
111. Ros, op. cit., pp. 31, 37, 44-47.
112. Brading, "Noticias sobre la economía de Querétaro", op. cit., pp. 290-291.
113. Edmundo O'Gorman, "La Inquisición en México", en Historia de México, vol. 5, Barcelona/México, Salvat
Editores/Salvat Editores de México, 1974, pp. 75-110.
114. Florescano y Gil, op. cit., p. 484.
115. Brading, Mineros y comerciantes, op. cit., p. 45.
116. Ramos, op. cit., p. 47; Beaumont, op. cit., p. 95; Zelaa, Adiciones al libro, op. cit., p. 95.
117. Septién Montero y Austria, op. cit., p. 52.
118. Zelaa, Glorias de Querétaro, op. cit., pp. 45, 206.
119. Ibid., p. 70.
120. Sigüenza, Glorias de Querétaro, op. cit., pp. 14-31; Zelaa, Glorias de Querétaro, op. cit., pp. 179-191, 217219.
121. Zelaa, Glorias de Querétaro, op. cit., pp. 83-86, 196; Zelaa, Adiciones al libro, op. cit., p. 73; Luis Avila
Blancas, "Las casas de ejercicios espirituales del Oratorio de San Felipe Neri en la República Mexicana", en
34
Segundo encuentro nacional de historia oratoriana, México, Comisión de Historia de la Federación de los Oratorios
de San Felipe Neri de la República Mexicana, 1986, pp. 12-35.
122. Sigüenza, Glorias de Querétaro, op. cit., pp. 7, 8.
123. Humboldt, Ensayo político, op. cit., p. 156.
124. Leonard, La época Barroca, op. cit., pp. 74-76; Israel, op. cit., pp. 108-114.
125. Sigüenza, Glorias de Querétaro, op. cit., p. 7.
126. Véanse planos de Querétaro en Septién/Herrera, op. cit.; Arvizu, op. cit.; Báez, "Ordenanzas para el
establecimiento (continuación)", op. cit., p. 127. La referencia de Ulloa se encuentra en Solano, op. cit., p. 52.
127. Véase, por ejemplo, la crónica jesuita de Andrés Pérez de Rivas, en Crónicas de la Compañía de Jesús, op. cit.,
p. 162.
128. Sigüenza, Glorias de Querétaro, loc. cit.
129. Beaumont, op. cit., pp. 214, 215; Zelaa, Glorias de Querétaro, op. cit., p. 38.
130. Zelaa, Glorias de Querétaro, op. cit., pp. 37-42; Septién Montero y Austria, op. cit., p. 53.
131. Sigüenza, Glorias de Querétaro, op. cit., p. 7; Navarrete, op. cit., p. 44; Zelaa, Glorias de Querétaro, op. cit.,
pp. 15, 59, 60.
132. Zelaa, Glorias de Querétaro, op. cit., pp. 91-95.
133. Eduardo Báez Macías, Obras de fray Andrés de San Miguel, México, Universidad Nacional Autónoma de
México, 1969, pp. 39-41. Otras fuentes dan el año de 1614 para la fundación del convento carmelita en Querétaro:
Zelaa, Glorias de Querétaro, op. cit., pp. 61-63; Zelaa, Adiciones al libro, op. cit., p. 97; C. Macisse, Apuntes de
historia de la Orden del Carmen, México, edición privada, 1978, p. 130.
134. Zelaa, Glorias de Querétaro, op. cit., p. 62.
135. Macisse, op. cit., p. 131.
136. Zelaa, Glorias de Querétaro, loc. cit.; Báez, Obras, op. cit., p. 41. Las disposiciones de la regla carmelita sobre
los edificios conventuales pueden verse en ibid., pp. 103, 104.
137. Zelaa, Glorias de Querétaro, op. cit., pp. 14, 66, 67.
138. Revilla Gigedo, op. cit., pp. 91, 92.
139. Diego Basalenque, Historia de la Provincia de San Nicolás de Tolentino de Michoacán del Orden de N.P.S.
Agustín, José Bravo Ugarte, editor, México, Editorial Jus, 1963, p. 242.
140. Zelaa, Glorias de Querétaro, op. cit., pp. 75, 76; Zelaa, Adiciones al libro, op. cit., pp. 72, 97.
141. Francisco Eduardo Tresguerras, Ocios literarios, Francisco de la Maza, editor, México, Instituto de
Investigaciones Estéticas, Universidad Nacional Autónoma de México, 1962, p. 151.
35
142. Báez, loc. cit. En la nota 130 cita como fuente un manuscrito en el Archivo General de la Nación, grupo
documental Historia, vol. 113, f. 498.
143. Navarrete, op. cit., p. 44.
144. Véanse planos de Querétaro de 1778, 1790, 1796, 1802, 1844, 1845 y 1867 en Báez, "Ordenanzas para el
establecimiento (continuación)", loc. cit.; Arvizu, op. cit., p. 55; Septién/Herrera, op. cit., láms. 2, 4, 5, 11, 28.
145. Zelaa, Glorias de Querétaro, op. cit., pp. 76, 77.
146. Zelaa, Glorias de Querétaro, op. cit., pp. 14, 63-66; Pérez, op. cit., pp. 146-170.
147. Pérez, loc. cit.
148. Zelaa, Adiciones al libro, op. cit., pp. 21, 24, 25, 36, 48, 97. En el inciso sobre "La población de Querétaro en la
época Barroca" mencioné un hijo de caciques indígenas de Querétaro quien recibió el título de Bachiller en Artes
(véase la nota 52).
149. Zelaa, Glorias de Querétaro, op. cit., p. 36.
150. Septién Montero y Austria, op. cit., p. 53.
151. Zelaa, Glorias de Querétaro, op. cit., pp. 53-55. Sobre la orden de San Hipólito, véanse: José María Marroqui,
La ciudad de México, facsímil de la ed. de 1900-1903, vol. 2, México, Jesús Medina, 1969, pp. 548-596; Francisco
Santiago Cruz, Los hospitales de México y la caridad de don Benito, México, Editorial Jus, 1959, pp. 51-60.
152. Zelaa, Glorias de Querétaro, op. cit., pp. 55, 56; Zelaa, Adiciones al libro, op. cit., pp. 60, 61.
153. Marroqui, op. cit., p. 596.
154. Sigüenza, Glorias de Querétaro, op. cit., p. 8; Septién Montero y Austria, loc. cit.; Zelaa, Glorias de
Querétaro, op. cit., pp. 57-61.
155. Espinosa, op. cit., pp. 356-370; Zelaa, Glorias de Querétaro, loc. cit.
156. Super, op. cit., p. 168.
157. Espinosa, op. cit., p. 362.
158. Zelaa, Glorias de Querétaro, op. cit., pp. 15, 71-75; Septién Montero y Austria, loc. cit.
159. Zelaa, Glorias de Querétaro, op. cit., pp. 15, 27, 31, 67-70; Zelaa, Adiciones al libro, op. cit., pp. 66-71, 97.
El franciscano anónimo, autor del manuscrito Acuerdos curiosos (1823), afirma que el adinerado minero español
Pedro Romero de Terreros, conde de Regla, fue el mecenas de esta obra, canalizando los fondos a través de
Velázquez y Lorea por humildad. Sobre la atribución de la iglesia y el colegio de Santa Rosa de Viterbo a Francisco
Martínez de Gudiño e Ignacio Mariano de las Casas, véanse las siguientes obras: Tresguerras, op. cit., p. 154;
Acuerdos curiosos, vol. 4, Virginia Armella de Aspe, Mercedes Meade de Angulo y Concepción Amerlinck de
Corsi, editoras, Querétaro, Gobierno del Estado de Querétaro, 1989, pp. 70, 71, 99-104, 113.
Treguerras (en 1796) atribuye el "trazo" a Casas, pero reconoce la intervención de Martínez de Gudiño como
constructor cuando afirma que "si Gudiño no lo sostiene con los botaretes (sic) se hubiera perdido todo".
36
El franciscano anónimo que escibió los Acuerdos curiosos (en 1823) atribuye a Casas el monumento de madera en
la iglesia de Santa Rosa, el reloj en el campanario y el órgano; a Martínez Gudiño atribuye la iglesia y los retablos
de la iglesia, con la única excepción del retablo chico entre las dos puertas. Dice: "Él (Gudiño) fue el autor del
templo de Santa Rosa (...) y habiéndosele desplomado una pared de la capilla mayor con el peso de la cúpula, la
contuvo con dos estribos, pero tan gallardos y agraciados que parecen puestos para adornar solamente. En la portería
del mismo colegio hizo una bóveda perfectamente plana y en lo interior de la vivienda una escalera de particular
construcción."
160. Zelaa, Glorias de Querétaro, op. cit., p. 69.
161. Zelaa, Glorias de Querétaro, op. cit., pp. 77-83; Zelaa, Adiciones al libro, op. cit., pp. 35, 36, 97.
162. La solicitud y los planos pueden consultarse en el Archivo General de la Nación, grupo documental Templos y
conventos, vol. 18, expediente 2, fojas 153-178. Véase también Arvizu, op. cit., pp. 83-89.
163. Zelaa, Adiciones al libro, op. cit., pp. 76-81.
164. Tresguerras, op. cit., pp. 12, 13. Maza dice aquí que "hay incertidumbre" en cuanto a la atribución del convento
e iglesia de las Teresitas en Querétaro, pero es seguro de su intervención en las pinturas murales del coro y la
sacristía. Una discusión de este problema se encuentra en J. Ramón Martínez, Las carmelitas descalzas en
Querétaro, México, Editorial Jus, 1963, pp. 22-32.
165. Zelaa, Glorias de Querétaro, op. cit., pp. 86-90.
166. Manrique, op. cit., pp. 69, 70; Jorge Alberto Manrique, "Del Barroco a la Ilustración", en Historia general de
México, 3a. ed., vol. 1, México, El Colegio de México, 1981, pp. 657-667.
167. Navarrete, op. cit., pp. 47-50.
168. Zelaa, Glorias de Querétaro, op. cit., p. 60.
169. Ibid., pp. 36, 37; Zelaa, Adiciones al libro, op. cit., p. 97.
170. Zelaa, Glorias de Querétaro, op. cit., p. 67.
171. Florescano, op. cit., p. 89.
172. Ibid.; Super, op. cit., p. 184; Sigüenza, Glorias de Querétaro, op. cit., pp. 32, 33.
173. Manrique, "Del Barroco a la Ilustración", op. cit., p. 666; Israel, op. cit., pp. 130, 131, 150, 151; Leonard, La
época Barroca, op. cit., p. 76.
174. Antonio Bonet Correa, "La fiesta barroca como práctica del poder", en El arte efímero en el mundo hispánico,
México, Instituto de Investigaciones Estéticas, Universidad Nacional Autónoma de México, 1983, p. 45.
175. Pérez, op. cit., pp. 149-153.
176. Sigüenza, Glorias de Querétaro, op. cit., pp. 30-68.
177. Navarrete, op. cit., pp. 77-150.
178. Leonard, La época Barroca, op. cit., p. 191.
37
179. Toribio de Benavente (Motolinia), Historia de los indios de la Nueva España, 3a. ed., Edmundo O'Gorman,
editor, México, Editorial Porrúa, 1979, pp. 61, 62.
180. Leonard, La época Barroca, op. cit., p. 46; Pierre Bayle, The great contest of faith and reason, selections from
the writings of Pierre Bayle, Karl C. Sandberg, editor y traductor, Nueva York, F. Ungar, 1963, p. vi.
181. Bayle, op. cit.; Antología, del Renacimiento a la Ilustración, op. cit., pp. 379-388.
182. Antología, del Renacimiento a la Ilustración, op. cit., p. 409.
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185. Trabulse, op. cit., pp. 1-88, 128-130; Leonard, La época Barroca, op. cit., p. 15; Bernabé Navarro B., Cultura
mexicana moderna en el siglo XVIII, 1a. reimpresión, México, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional
Autónoma de México, 1983, pp. 18-19; Sigüenza, Relaciones históricas, op. cit.
186. Trabulse, loc. cit.
187. Navarro, op. cit., pp. 19-21.
188. Véase la nota 90.
189. Navarro, op. cit., pp. 21-25, 135, 136; Manrique, "Del Barroco a la Ilustración", op. cit., p. 731; Juan Benito
Díaz de Gamarra, Máximas de educación, academias de filosofía, academias de geometría, edición facsimilar,
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191. Septién Montero y Austria, op. cit., p. 53.
192. Tresguerras, op. cit., pp. 8, 151.
193. Zelaa, Glorias de Querétaro, op. cit., prólogo.
194. Zelaa, Adiciones al libro, op. cit., pp. 54, 55, 58, 60, 74, 75, 87, 91.
195. Florescano y Gil, op. cit., pp. 578-589.
196. Navarro, op. cit., p. 25.
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